Ramón Armesto, Discurso inaugural, Universidad de Oviedo 1860
 
«No hay verdadera civilización
por falta de conocimiento y observancia de la moral evangélica.»
 
 

Discurso inaugural
que en la solemne apertura
del curso de 1860 a 1861 pronunció,
en la Universidad literaria de Oviedo,
el Doctor
 
Don Ramón Armesto,
 
 
Catedrático de Metafísica.
 
 
 
 

 
 
Oviedo:
Imp. y lit. de Brid, Regadera y comp.,
calle Canóniga, núm. 6.

1860.

 
Ilmo. Señor:

A pesar de que esta solemnidad se celebró ya en los años de 1824 a 1830, y de que viene repitiéndose en todos desde que en el de 1845 fue también establecida, siendo ministro de Instrucción pública un sabio eminente hijo y honor de este establecimiento literario, nada por eso pierde de su grandeza e importancia, y antes bien parece que cada vez la adquiere mucho mayor. Así lo demuestra hoy entre nosotros la numerosa y escogida concurrencia que de todas las jerarquías sociales de esta ciudad nos favorece en este momento, y que con su honrosa asistencia da claramente a entender el justo aprecio que hace de las ciencias, y de que se difundan y comuniquen a la estudiosa juventud para la cual se vuelven a abrir hoy las puertas de la sabiduría, y que se presenta pidiendo que le enseñemos las sendas que conducen [4] a ella y a la inmortalidad. Sólo faltaba, para dar más realce a este importante acto, y que correspondiese a su elevado objeto y a la ilustración de las respetables personas que se dignan presenciarlo, que otra de más ventajas científicas y oratorias desempeñase el cargo que a mi se me ha encomendado; porque reconozco y confieso sin hipocresía mi incapacidad para dar en ocasión tan solemne una prueba de erudición y de talento. Me anima, sin embargo, y tranquiliza la consoladora y verdadera idea de que nadie como el sabio es bondadoso e indulgente, y bondad e indulgencia espero yo de los que oigan o lean la oración con que en la Universidad literaria de Oviedo se inaugura el curso de 1860 a 1861.

El asunto que de ella será objeto, no tiene el mérito de la novedad; pero no carece de el de la oportunidad. Hoy que, por efecto de los errados sistemas introducidos en las ciencias morales y políticas, se restringe el principio de autoridad a la vez que se da demasiada holgura al libre examen, a la independencia religiosa y al criterio individual : hoy que, a impulso principalmente de esas equivocadas ideas, vemos derrumbarse las instituciones seculares más legítimas, e invadirse provincias sin respetar siquiera las del patrimonio de San Pedro, tan necesarias para el independiente y eficaz ejercicio de la soberanía espiritual del Vicario de Jesucristo : hoy en fin que, a virtud de las grandes calamidades que se presienten, [5] y de la lucha ya trabada en algunas naciones, se apercibe la Europa para otra general y decisiva en que las ideas son las que han de combatir y triunfar, me parece, si es que deseamos preservar a nuestra patria de aquellas calamidades, que ninguna materia mejor podía elegir que la de hacer ver que, sin embargo de tantos adelantos hechos en las ciencias naturales, y de tanto desenvolvimiento intelectual como el que se advierte en las morales y sociales, no hay verdadera civilización por falta de conocimiento y observancia de la moral evangélica en los autores y promovedores de los indicados trastornos, y en los que los aplauden y desean que se generalicen.

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Grande, Ilmo. Señor, es el espectáculo que nuestra edad nos ofrece abreviando los medios de locomoción, perforando gigantescas montañas, llevando la palabra a largas distancias casi tan velozmente como el pensamiento, luchando contra la naturaleza hasta en sus más ingratos puntos para arrancar de la tierra frutos que ofrecer a los habitantes de todos los climas, y buscando y ensayando medios para realizar hasta la arrogante idea de cruzar el espacio lanzándose en alas del más indomable de los elementos. Grande es también [6] el espectáculo que nuestra edad presenta además para proporcionar al hombre toda clase de comodidades, ya con las admirables producciones artísticas, industriales y comerciales, ya con el refinamiento de tantos objetos de lujo que encantan y embelesan por lo caprichoso de las formas y por los placeres que proporcionan. Grande, en fin, es el espectáculo que nuestra edad manifiesta en el desenvolvimiento intelectual de las ciencias; pues dígase lo que se quiera del abatimiento de ellas y del descaecimiento de los estudios, es lo cierto que sin notar en las unas y en los otros aquellos trabajos prolijos, aquella paciencia incansable, aquella marcha pausada y detenida que caracteriza los estudios de otras épocas, nunca tal vez como hoy desplegó el espíritu humano tanta energía y actividad intelectual.

Asombrados muchos con ella y con los adelantos materiales de nuestro siglo, lo proclaman como el más grande, el más civilizado, el más adelantado, como el siglo de las luces en fin. Los que así discurren, desconocen que la civilización de las naciones no estriba solamente en los adelantos materiales e intelectuales, desatienden la parte principal del alma humana, y olvidan el desgraciado fin que han tenido otras edades tan acreedoras a aquellos honrosos títulos. Entre los Egipcios, los Griegos y los Romanos se vieron artistas consumados, y de su seno salieron genios que inmortalizaron sus nombres : el arte arquitectónico debe [7] a los últimos dos brillantes estilos enteramente diversos, y que se disputan el campo de la preferencia en muy posteriores tiempos : el oro, la plata y los demás metales de mayor estimación eran entre ellos poseídos por muchos en grandes proporciones : los convites se sucedían a todas horas, y en ellos se hacía ostentación de las viandas mas suculentas, y de ánforas y vasos, verdaderos monumentos artísticos : el potentado lucía carrozas de marfil arrastradas por briosos corceles enjaezados con mantillas sembradas de piedras preciosas, y el exceso de bienes materiales y la inmoderada pasión de gozarlos, no podía ser mayor. También supieron colocar sus adelantos intelectuales en tan alto lugar que se llegó a decir que aquellos pueblos fueron el sol que iluminó a todo el mundo. Pero sin embargo de todo esto, les llegó el momento en que, faltos del conocimiento y observancia de la moral evangélica, base de la verdadera civilización, se sepultaron arrastrados por la molicie, la voluptuosidad y el sensualismo, sirviéndoles, para hacer más visible su ruina, sus mismos adelantos materiales y hasta sus conocimientos; porque las letras y las ciencias participaron del contagio común, se hicieron cómplices, y olvidando las tradiciones religiosas, se convirtieron en un instrumento de la desmoralización general.

La religión, dice el célebre Bacon, es el bálsamo que preserva de la corrupción a las ciencias; y por [8] fortuna los que tienen conciencia de lo que en sí vale la criatura hecha a imagen y semejanza de Dios, a la par que atienden al desarrollo material e intelectual de nuestra sociedad con el interés que se merece, se conduelen de los que relegando al olvido la parte moral del espíritu humano, tratan de sacrificarla en aras de la tosca materia que lo cubre, y la moral evangélica en la razón humana abandonada así misma y a las pasiones. La verdadera civilización de un pueblo no consiste solamente en ferrocarriles, máquinas de vapor, ascensión de globos aerostáticos, modas, trajes, muebles, minas, fábricas, carruajes y en otros descubrimientos y producciones de las artes, de la industria y del comercio. Todos esos adelantos son cebos que no sirven sino para irritar la parte animal del hombre, para fomentar el sensualismo, para enervar, en fin, y suicidar las sociedades. Tampoco consiste únicamente la verdadera civilización en el cultivo de las letras, que si bien es muy precioso para el espíritu y para la sociedad cuando se usa bien de él, es perjudicialísimo cuando no se sujeta a las verdades de la moral cristiana. Para ser un país civilizado, necesita armonizar los intereses materiales e intelectuales con otros más apreciables y elevados, es a saber, con los morales. Si por atender demasiado a los primeros, desatiende a los últimos, en vez de cumplir la misión que le corresponde y de marchar por la carrera del verdadero progreso, retrograda, no cumple con el alto destino de [9] perfectibilidad a que las sociedades son llamadas, y las naciones se abisman en el caos, sufren terribles y desastrosas convulsiones, y la razón es clara.

El hombre tiene su destino particular que cumplir en la obra de la creación, y este destino lo revela su naturaleza especial compuesta de dos sustancias perfectamente distintas, aunque unidas inseparablemente durante la vida actual. Es un ser sensible, inteligente y moral, y experimenta necesidades materiales, intelectuales y morales que desea satisfacer, porque la satisfacción de ellas le proporciona goces y placeres de las mismas tres clases. La razón le fue dada para llegar a la verdad; y con ella, además de conocer las verdades individuales y sensibles, se eleva a las relaciones generales que existen entre las cosas, conoce la armonía, la conformidad, las leyes, y se alegra del orden que percibe en el mundo, de la belleza que en él brilla, de la verdad que en él descubre y del homenaje que se presta a la virtud. Estando en relación con el mundo entero, tiene también la misión de desenvolverse en estas relaciones universales, y de penetrar con su inteligencia en todos los órdenes de cosas. Jamás debe separarse del orden moral sobre el que estriba el social que es su aplicación al estado político, y de él depende el de los hombres considerados en toda la extensión de sus facultades, de sus necesidades y de los medios de satisfacerlas. [10]

Como las ciencias son unas series de verdades deducidas de ciertos principios, y unas descubren y enseñan los portentos de la creación en los seres materiales juntamente con sus más útiles aplicaciones, otras elevan el espíritu ilustrando y dirigiendo la razón e inclinando o moviendo la voluntad, y todas consideran al hombre en relación ya con los objetos sensibles, ya consigo mismo, ya con sus semejantes particular y colectivamente, ya con Dios, el hombre ejercita su actividad intelectual en el estudio de las ciencias que tienen esos objetos. La verdad bajo todas sus formas y aplicaciones, la verdad en las ciencias naturales, la verdad en las ciencias morales, la verdad en las artes, he aquí la sustancia de que el alma se alimenta.

Hay, sin embargo, una diferencia inmensa entre unas y otras ciencias, no sólo en sus adelantos, sino también en las consecuencias que los errores y la aplicación de su estudio pueden ocasionar. Los progresos en las naturales son más fáciles, más rápidos y más seguros, por cuanto en ellas se parte de hechos exteriores y evidentes sujetos a los sentidos, a la observación y al experimento; y si alguna vez se yerra, el error no es de trascendencia. En las ciencias morales y sociales los adelantos son lentos, inseguros y difíciles, porque para ellos se necesita de una serie de reflexiones y deducciones de que no todos son capaces, y a veces la mala educación y las pasiones hacen desaparecer el sentimiento íntimo en que se revelan las verdades que [11] se buscan con el estudio de estas ciencias. Cuando el hombre trata de hacer aplicación de sus conocimientos sobre la naturaleza, se ve forzado a respetarla; y como aunque quisiera, no alcanzaría con su débil mano a causarle considerable trastorno, se limita en sus ensayos a tentativas de poca monta, excitándole el mismo deseo del acierto a obrar conforme a las leyes a que están sujetos los cuerpos sobre los cuales obra. Tenga el examen preliminar de las verdades del mundo corpóreo este o aquel resultado, y sean los que se quieran los errores acerca de los seres que lo componen y de las leyes que al Supremo Hacedor plugo imponerles, en nada por eso se altera el curso de la naturaleza, ni se perturba en lo más mínimo la admirable armonía del universo. Suponiendo, por ejemplo, que se incurriese en alguna equivocación o error por los observadores que describieron el grandioso espectáculo del eclipse habido en 18 de julio último, no por eso dejarían los astros de girar sometidos en sus órbitas a las leyes con que el autor de la naturaleza los mueve, guía y gobierna. En las aplicaciones de las ciencias morales y sociales sucede muy de otra manera: el hombre puede obrar directa o inmediatamente sobre la misma sociedad, puede imaginar a su gusto las eternas leyes de las sociedades, y procediendo conforme a sus cavilaciones, acarrear desastres de que la humanidad se lamente, toda vez que los errores en las ciencias morales y sociales se reflejan sobre la [12] conducta del hombre y sobre las instituciones de la sociedad. Así es que sino nos constase que dejando al entendimiento humano confiado en sus propias fuerzas el progreso de las ciencias morales y sociales, es inevitable el precipicio, pudiera pasar por un enigma imperceptible que al paso que tantos adelantos se han hecho en las ciencias naturales, las aberraciones de la inteligencia en las morales y sociales trastornen las nociones de lo justo y de lo injusto, rompan todos los vínculos de autoridad, ataquen la propiedad y el dominio y pongan a las naciones en la triste expectativa de una terrible lucha en la que se ignora si vencerán los errores entronizados o la verdadera civilización. ¿Y en donde está el origen de estos males más que en la anarquía introducida en los estudios morales y sociales, por perder de vista la moral evangélica que civilizó y siempre debe civilizar al mundo, y por esa independencia religiosa, criterio individual y libre examen que tanto se proclaman?

No viendo unos en la naturaleza del hombre mas que instintos egoístas y facultades para satisfacerlos, reducen la moral a un sistema utilitario que fue el dominante de la filosofía francesa del siglo XVIII. Dando otros un exclusivismo absoluto a los sentimientos desinteresados y expansivos de la naturaleza humana, concluyen que el hombre existe solamente para la sociedad, y que la moral no estriba más que en la unión perfecta de los hombres entre sí, y este es el sistema tan [13] recomendado, pero tan desmentido también en la práctica, por los moralistas ingleses. Exagerando en fin, otros los derechos de la razón, reasumen en ella la moralidad, la divinizan, la sustituyen a la luminosa antorcha de la fe, y por lo que lisonjea a la soberbia humana, cuenta este sistema numerosos partidarios especialmente entre los discípulos de la escuela alemana. Aunque la utilidad, la benevolencia y la razón son principios constitutivos de nuestra naturaleza, no son los únicos ni pueden reducirse a uno solo; pues cada uno tiene su índole particular, aspira a distinto fin, y en todos ellos se prescinde de la moral evangélica. El egoísmo y el positivismo tan decantados en nuestro siglo, son necesariamente patrimonio de la naturaleza meramente animal. La satisfacción de los deseos sociales debe cumplirse dentro del orden moral; y aunque este orden se nos revela por la razón, ha de ser esta guiada por la educación cristiana, fundada en la razón suprema de Dios autor del orden establecido para el gobierno del mundo.

Los que ensalzan los derechos de la razón para formar con ella sola una moral social y una sociedad nueva, admitiendo o desechando lo que su criterio les dicte y abrogándose el derecho de juzgar y de reformar, se constituyen por esto solo en estado de rebelión contra la sociedad, y la entregan a la suerte de sus exámenes y a la merced de sus discusiones, haciendo esfuerzos para sustraerse de ella, suspendiendo la continuación de la misma [14] hasta ponerse de acuerdo, y suponiendo el derecho absurdo de poder aniquilarla. Encubriendo el designio de imponer a los hombres el yugo de sus opiniones particulares, y de contradecir la certidumbre de las verdades universales y sociales, los representan como entregados a la más estúpida esclavitud, ignorancia y credulidad; y para justificar su alzamiento, alegan el pretexto de libertarlos de la opresión que afectan, y procuran persuadir que la razón nada tiene que ver con el dogma, que son cosas del todo independientes entre sí y aun incompatibles, que cada una debe tener sus enseñanzas, sus verdades, sus resultados hasta el punto de poder desechar por la razón lo que por el dogma se debe creer. A fuerza de declamar contra la supuesta esclavitud del entendimiento al dogma, han logrado en buena parte su dañado objeto de persuadir a los incautos que esta sumisión quebranta el vuelo de la razón, y anonada la libertad de examinar y de discutir. ¿Cuando entenderán los enemigos de la moral evangélica que la sumisión a ella y a la autoridad legítima, nada tiene de esclavitud, y que el homenaje tributado a la misma, es el más noble ejercicio que hacerse puede de la libertad? ¿Cuando comprenderán que en las regiones de la ciencia hay ciertas reglas de que no debe el hombre desviarse, so pena de que si la razón cabila y sutiliza en demasía en verdades de un orden elevado que se rozan con las torcidas inclinaciones del corazón, se envolverá en un laberinto [15] donde habrá de pagar muy caro su orgullo? ¿Cuándo comprenderán que los sumisos a la moral evangélica, también examinan y discuten, aunque sometiendo su razón a aquella regla, porque las verdades dirigidas a la inteligencia de la humanidad, deben precisamente encontrarse en su origen y no ser más que una misma verdad y única? La razón necesita de una autoridad superior aunque no fuera más que para conservar sus conquistas y defenderlas contra sus propias revueltas; y todas esas doctrinas contrarias a la autoridad, tan altivas en sus pretensiones, tan funestas en sus resultados y tan impotentes para crear nada, sólo saben destruirse mutuamente, sin que de su trabajo quede más que un nuevo diluvio que se aumenta, se extiende y amenaza invadir con sus amargas aguas los elevados asilos que se habían buscado para librarse de sus estragos. La moral evangélica es la verdad eterna y manifestada en admirable proporción con nuestras necesidades: es el mismo fundamento de la razón renovado en la humanidad, y el cumplimiento del destino de la inteligencia que saca de ella la materia primera de sus operaciones y el germen fecundo de sus más elevados conocimientos.

La necesidad de la sumisión de la razón humana a la fe, y de las ciencias morales, y sociales a la moral evangélica, la demuestra la historia con la impotencia de la primera para llegar por sí sola a la ciencia y a la sabiduría, y con los errores [16] y absurdos en que ha incurrido en dichas ciencias. El pueblo judío que es el primero que nos es conocido por monumentos históricos, religiosos y literarios, seguro de que Dios había hablado a sus mayores y escrito para sus descendientes, no cuidaba de buscar fuera de sus tradiciones y sus libros el principio de sus conocimientos morales, el fundamento del poder, la regla de los deberes y el original de todas las verdades sociales. Mas estos conocimientos primitivos de las verdades morales brevemente fueron viciados y sustituidos a consecuencia de las pasiones y del transcurso de los tiempos. Conocido es el cuadro sombrío que presentaban las antiguas sociedades. Los idólatras adoraban el sol, las serpientes y hasta las mudas obras de sus manos: los indios hacían a su Dios el horrible sacrificio de la sangre humana: en unas partes se fijaban límites a la duración de la vida, y hasta se creía lícito el suicidio y mil torpes extravagancias: en otras se tenía por un deber privar de la existencia a los ancianos para librarlos de las incomodidades de la vejez, y a los niños que nacían con alguna deformidad en sus órganos. En la ciencia de la legislación se castigaba el crimen envolviendo en la pena impuesta a sus autores también a sus hijos y parientes inocentes: en la del derecho de la guerra se adoptó el de la esclavitud. Los Estoicos quisieron despojar al hombre de su sensibilidad para civilizarlo y hacerlo feliz: los Epicuros, por el contrario, colocaron el placer [17] sensible en el primer grado de estimación: algunos han recomendado la embriaguez, el odio y la persecución de los enemigos: no faltó quien censurase la misericordia y la compasión como indignas de la grandeza del corazón humano, y pruebas de debilidad y de flaqueza, y no faltó ni falta tampoco quien quiera reformar las sociedades con la destrucción de los poderosos y con el repartimiento de sus bienes.

Cuando se presentó el cristianismo, la moral estaba sin cimiento, la propiedad sin garantía, las pasiones sin freno y la autoridad sin fuerza: las dos terceras partes de la sociedad eran esclavas de un poder aterrador, y las jóvenes impunemente violadas: los deberes de la unión conyugal no se conocían, se tenía por laudable el amor impuro, el aborto, la crueldad, el combate de los gladiadores y el derramamiento de sangre humana para embriagar de placer a las sociedades en repugnantes espectáculos. Nunca acabaríamos de hacer la historia de los delirios de la razón y de los absurdos en las ciencias morales y sociales. ¿Y quien sacó a las sociedades de tanta barbarie, y las civilizó? No los maestros o tenidos por sabios que deliraban del mismo modo que los pueblos: no los que buscando en tantos siglos por solas las luces de la razón el principio de sus conocimientos, la regla de sus juicios y el fundamento de sus obligaciones, únicamente han conseguido que acerca de estos grandes objetos se hubiesen formado en [18] todos tiempos tantos sistemas como sabios hubo, y que las incertidumbres igualasen al número de ellos.

La moral evangélica fue la única que civilizó al mundo dando lecciones de una sabiduría hasta entonces desconocida, rompiendo las cadenas de la esclavitud, rectificando todas las ideas de Dios, restituyendo el matrimonio a su pureza primitiva, sacando a la mujer de su abyección, fortificando los vínculos de la familia y de la sociedad, atacando al mezquino yo humano, al sensualismo y demás pasiones, y enseñando todas las grandes virtudes. Su doctrina, aunque dura y contraria a antiguas creencias, triunfó casi instantáneamente contra el poder del mundo; y en esta civilización continuó la Iglesia, y muy luego se le presentó la ocasión de hacerlo cuando los descendientes de Agar se arrojaron sobre el mediodía, y llenaron la Europa de las mayores calamidades. El mundo parecía entonces tocar a su término; pero la moral evangélica tenía preparado el remedio en el depósito de la sabiduría que custodiaba la Iglesia, particularmente en los monasterios, y que contenía en sus libros y en sus tradiciones. Acometió, pues, la empresa de reorganizarlo; y desenvolviendo su doctrina a los ojos de los mismos conquistadores, mientras que una cruel guerra seguía amontonando cadáveres y ruinas, presentó grande y luminosa la idea de Dios, inspiró la justicia, la caridad, la mansedumbre y la ternura, acabó así con [19] aquella crueldad brutal, y dio una solución completa en el orden moral, y en el ancho campo de las ciencias sociales y de su aplicación práctica. El espíritu religioso desenvuelto por la Iglesia, fue sin duda el que nos dio la victoria en aquella larga y espantosa guerra, y a este mismo espíritu, a la par que a la pericia militar de nuestros generales, a su valor y al arrojo de nuestros soldados, fue debido también que en la reciente guerra de África luchasen unos y otros con tanto ardimiento, superasen tan infinitos obstáculos hasta de los elementos y de la desoladora peste, y que, en fin, venciesen con tanto heroísmo en todos los combates sin exceptuar uno siquiera.

La Iglesia, depositaria de la moral evangélica, es quien ha conservado esta y fallado las controversias peligrosas levantadas por el error y las pasiones, y que tienen una relación tan íntima con la verdadera civilización. Ella fue y es la que para civilizar al mundo con el conocimiento y la práctica de la moral evangélica, empleó los medios sabios y eficaces de fundación de escuelas, de cátedras pastorales, de casas de refugio y arrepentimiento, y de la práctica de los misterios y de los sacramentos, remedio eficacísimo de los vicios y freno de las pasiones. Ella fue y es la que extendió y extiende la civilización hasta en las bastas regiones del otro hemisferio por medio de los sabios y edificantes misioneros cristianos que arrostran los mayores trabajos y sufren hasta una muerte horrorosa, [20] sin más gloria que civilizar a los mismos que se la dan. Ella es la que refrena tantos vicios, extingue tantos odios, restablece tantas amistades, consigue tantas restituciones, y dispensa tantos beneficios a los pueblos recorridos con las misiones, y también con las visitas de los Ilmos. Sres. Obispos cuya solicitud pastoral produce tantos bienes y evita tantos males. Ella es la que creó y dotó hospicios y hospitales tan útiles para la sociedad, y la que fundó los asilos de la vida cenobítica que entrañan los pensamientos profundos y altamente religiosos y sociales de que se preste al Ser Supremo un culto puro, de que éste, la contemplación y la austeridad calmen la ira del Altísimo, de que se impida el excesivo aumento de población sin inhumanidad ni violencia, y de que se den edificantes ejemplos que sirvan de freno contra las inclinaciones livianas. Hasta la música religiosa de las iglesias, y la materialidad de los templos con sus cátedras góticas, sus figuras alegóricas, sus naves, sus devotas imágenes, y el eco y sonido de sus campanas al alba, al meridiano, al toque de oración, al administrar, al agonizar, al celebrar funciones fúnebres o festivas, tienen un íntimo enlace con la moral, con la sociedad y con la civilización, toda vez que hablan al corazón, y ejemplos hay de haber sobrecogido de terror a algunos, y hécholes renunciar al crimen y mejorarse. No hay que dudarlo: el Evangelio legó a las sociedades un tesoro de bienes inapreciables, no solo en religión y moral, sino [21] también en política, administración y hasta en las artes; y todas las semillas de la verdadera civilización están contenidas en la moral evangélica, y fueron después desarrollándose bajo la acción perseverante de la Iglesia.

Si, a pesar de todo esto, las naciones se ven en nuestra edad agitadas con gran furia por poderosos elementos que de continuo las amenazan con la disolución y el caos, es por falta de una idea robusta que enfrenando tanto desorden y anarquía, y enseñoreándose de los entendimientos y voluntades, asiente los eternos principios de toda sociedad: es porque las ciencias morales y sociales no descansan en un principio fecundo que llevando la luz a ellas y sirviéndoles de base y centro de unión, las haga concurrir al posible perfeccionamiento moral, intelectual y material del hombre, y de consiguiente a un progreso verdadero y pacífico de la sociedad. Este fecundo principio no es otro más que la moral evangélica que civilizó y salvó al mundo, y que es hoy la necesidad social por excelencia y la tabla de salvación de las civilizaciones modernas, capaz de resistir a la acción de estos tiempos, en que no teniendo muchos freno que los contenga en su desatentada carrera ni brújula que los dirija, natural era que se viniese a parar en sistemas absurdos, y en santificar el principio de las revoluciones que colocan a las sociedades en una posición angustiosa con sus trastornos y con sus horrendas catástrofes. [22]

He terminado, Ilmo. Señor, el asunto que me propuse; pero antes de bajarme de esta cátedra, permítaseme felicitar a nuestro nuevo e ilustre señor Rector por la inteligencia y por el celo con que, correspondiendo a los deseos del gobierno de S. M., principió a regir este establecimiento literario, y a dar prendas y señales inequívocas de que lo elevará a mayor altura. Secundemos con toda energía, dignos comprofesores, sus nobles esfuerzos; y aunque carezco de autoridad para recordar deberes a quienes tienen acreditado constantemente que los conocen y que los practican, dispensadme que os encarezca aquel precepto del Rey sabio de que estudiemos mucho para ser mas sabidores e por ende más honrados : que puesto que el cristianismo civilizó al mundo, y que lejos de oponerse a sus adelantos, tiene íntimo enlace con la inteligencia, con el corazón, con la sociedad y con las ciencias de las tres facultades que enseñamos y a que quedó reducida nuestra Universidad literaria, hermanemos y combinemos con él las explicaciones de nuestras respectivas asignaturas, cuidando mucho de que con ellas fecunden armónicamente los conocimientos de la moral evangélica : inculquemos a nuestros alumnos que es vana, ilusoria y hasta perniciosa toda ciencia que no descanse en los sanos principios del cristianismo; y haciéndolo así, cumpliremos con nuestros deberes, con los deseos de S. M. y de su sabio gobierno, y no será pequeña la parte que nos cabrá en alejar de [23] nuestra patria los desastres y las calamidades que afligen a otras.

Y vosotros, jóvenes estudiosos, que debéis algún día ilustrar a la nación y defenderla de peligrosos errores, alentaos a conseguir las luces necesarias para vuestra respectiva vocación y destino : aspirad con ardiente empeño a obtener la ciencia; pero además de aplicados, sed también subordinados y de intachable conducta. Preservaos de los errores a que puede arrastraros una imaginación entusiasta y propensa a dejarse arrebatar por el atractivo de la novedad y de lo maravilloso: guardaos de la lectura de aquellos libros que pueden llenar vuestra imaginación de ideas peligrosas y corromper vuestras costumbres : tened presente que la irreligión hace siempre rebeldes, y que ha tiempo que se dijo que el cristiano de Calvino era necesariamente demócrata, porque el que no reconoce la autoridad de Dios y de la Iglesia, mal puede reconocer y obedecer la de los Monarcas : amad la virtud y la probidad tan recomendadas por la moral evangélica, y acordaos de que, sin esta, el talento y la ciencia no son mas que vanidad y mentira.

He dicho

 
Transcripción del opúsculo de 23 páginas publicado en Oviedo 1860.

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Ramón Armesto Gil
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