Eugen Relgis, Humanitarismo y Eugenismo, Toulouse 1950  
Eugen Relgis [1895-1987]

Humanitarismo y Eugenismo

 
«El Mundo al día»
número 27, 15 mayo 1950
Ediciones Universo, Toulouse

 
Palabras previas: ¿predomina solamente lo económico? | Humanitarismo y Eugenismo: I. La Eugénica, ciencia de la regeneración, II. La Esterilización, III. La «raza de los pobres», IV. La superpoblación y la guerra, V. La moral de la maternidad consciente, VI. La acción eugenésica: las «Historias Familiares» | ¿Que es la Vasectomía? | Educación sexual integral

 
 

Palabras previas
¿Predomina solamente lo económico?

El instinto de conservación de la vida es acicateado, como se sabe, por el hambre y la procreación. En el hombre, el hambre orgánica se complicó en el curso de la evolución social con la sed de la fuerza, mientras que la procreación biológica conquistó mediante el progreso cerebral y psíquico, las ilusiones y los ideales del amor.

De cualquier manera, los dos ejes que sostienen la existencia terrestre: el hambre y la procreación, el vientre y el sexo, se mantienen también en la sociedad humana con el mismo implacable rigor que las leyes universales; empero, ellas pueden ser envueltas en esas «superestructuraciones» éticas, estéticas y espirituales que tienden a transformar los medios brutales de lucha por intermedio de las armas del odio, de la guerra, en recursos de creación superior, mediante la solidaridad y la paz, la ayuda mutua y libre concurrencia de los espíritus y de las inteligencias.

Los paralelismos entre el hambre y la procreación se manifiestan en los planos cada vez más elevados merced al equilibrio entre órganos y organismos, entre cuerpo y espíritu, entre individuo y sociedad. Lo temporal nace, evoluciona rápidamente y perece en la eternidad del Cosmos, igual que las olas agitadas en la grandiosidad de la armonía del océano, que es al mismo tiempo tormentoso y calmo, constituyendo el elemento pleno de las sucesivas formas de la vida, siendo cuna y sepulcro a la vez. [4]

Si los primeros factores de este paralelismo fueron investigados más detalladamente que los factores «secundarios», estos últimos no son, sin embargo, menos decisivos. La ética y el arte, la historia y la ciencia, la filosofía y la cultura en general, llegaron más tarde a las formas y a los valores superiores de su respectiva evolución.

«Prima lo económico». Esta fórmula tan lapidaria de los que tienen de la vida y de la sociedad una concepción puramente materialista, tiende a completarse por el conocimiento más amplio, pero más profundo, de la biología y sociología, de la fisiología individual y «colectiva». La sociología biológica se halla en camino de formarse y evolucionar gracias a los datos de las realidades terrestres y humanas.

He aquí por qué en las enseñanzas de lo que abarca y se llama economía política –y en los programas sociales inspirados en ellas– deben añadirse también los datos concernientes al factor sexual. Este, «prima» igual que lo económico, es decir: que no puede ser separado del factor económico en medio de la tormenta de la vida y de la muerte. Conviene, pues, conocerlo e investigarlo sin las hipocresías de una moral convencional. Recién entonces numerosos acontecimientos históricos y fenómenos sociales encontrarán una lógica explicación que facilitará mucho el progreso en todos los terrenos de la lucha y la creación humana. [4]

Humanitarismo y Eugenismo

I
La Eugénica, ciencia de la regeneración

Raro es que los problemas vitales de la humanidad, considerados en relación con sus intereses generales y permanentes, sean examinados con la clarividente sinceridad que pasa por alto las herejías y las mentiras colectivas, para llegar a la causa inmediata y elemental del mal. En muchos dominios sociales, desde la economía hasta la educación, desde la higiene hasta la ética, la lucha contra el mal es un trabajo de Sísifo. Es la lucha contra los efectos que reaparecen después de haber cedido en apariencia, como vuelven a encenderse las brasas de un hogar mal extinguido. Combatimos la guerra, pero dejamos que trabajen los arsenales; combatimos el alcoholismo, pero las destilerías hacen toda su producción; combatimos el analfabetismo, pero mantenemos a los niños y a los adultos en la ignorancia de todas las cosas esenciales; combatimos el pauperismo, pero «alentamos» a las familias prolíficas...

El humanitarismo proclama la fraternidad de los pueblos como primera ley moral, pero los pueblos cultivan sus enfermedades morales y los azotes sociales con el ahínco del ignorante que se envenena todos los días con el alcohol, con el opio, con la nicotina, persuadido de que las ilusiones de la embriaguez [6] y las humaredas del sueño son más reales que los «intereses colectivos».

La contradicción entre la intención y la práctica no se manifiesta en parte alguna más evidente que en el dominio genésico. Ante el «problema» de la procreación, numerosos hombres son como aquellos asesinos italianos que hacían sus devociones ante el altar de la Madona, antes de ir a hundir su puñal en el pecho de su víctima. Si los efectos de la ignorancia o del absurdo sexuales no fueran tan trágicos, el modo en que los hombres obran en contrasentido, en las más importantes circunstancias de :la vida, constituiría para el observador sagaz un espectáculo de comicidad irresistible. Cuando los gusanos ciegos se ponen en marcha, forman una cadena con el fin de no extraviarse: la cola de uno está en la boca del siguiente y avanzan de ese modo con la certeza de llegar al término de su viaje. Mas, si ocurre que el gusano que va en cabeza de la cadena coge la extremidad del gusano de la cola, transformando la cadena en circunferencia, entonces los gusanos dan vueltas y más vueltas, creyendo avanzar: darán vueltas siempre, de manera absurda, en derredor de su círculo, hasta que mueran todos de agotamiento, aun cuando su subsistencia no esté separada de ellos sino por una pequeña distancia.

Así procedemos muchos de nosotros. Cometemos los errores más desastrosos, con la convicción de que oímos la voz de la razón, cuando en realidad somos víctimas de la necedad consagrada por la «Opinión pública» o de los intereses de algunos aprovechadores cuyo privilegio se halla sancionado por las leyes... democráticas. Los imperativos de la «moral social» nos obsesionan con un continuo engaño. Sociedad, Nación, Raza: expresiones abstractas, en nombre de las cuales es sacrificado el individuo desde el mismo momento en que se le concibe. Olvidamos que la sociedad es una asociación de individuos; la nación, una asociación de agrupaciones sociales, y la raza, una asociación de pueblos. Queremos realizar la justicia social, pero oprimimos al individuo, despersonalizándolo; queremos enriquecer y elevar a la nación, pero excitamos a la lucha de clases, a la guerra civil, hasta el terror ejercido sobre la conciencia y sobre el lecho conyugal; queremos purificar la raza para aumentar la riqueza y la cultura de la humanidad, pero las naciones guerrean entre sí, manteniendo las unas a las otras en la esclavitud económica o bajo un «protectorado» que hace incubar el fuego del odio debajo de las cenizas de la humildad... [7]

* * *

Cualquiera que haya adquirido la convicción de que la biología es el punto de partida de todos los problemas –no solamente sociales y económicos, sino también morales y estéticos– reconocerá que no es «simplista» el método de los que reducen la trágica lucha de la vida humana a una causa primordial: la procreación. Algunos escépticos, que se creen muy inteligentes, sonreirán al enunciado de esta verdad de Perogrullo. ¡Sí, pero una verdad que todos contorneamos, como los gusanos ciegos en su procesión circular! Un número reducido aun de clarividentes, que nosotros llamamos eugenistas, se han atrevido a demostrar la causa de las causas. Su esfuerzo para iluminar a las innumerables víctimas de la ignorancia sexual, se nos aparece como una de las más heroicas acciones de la ciencia puesta al servicio de la humanidad.

La eugénica, la rama más joven, pero también la más esencial de la ciencia biológica, fue fundada por el antropólogo inglés Francis Galton (1822-1912), primo de Carlos Darwin, autor del Origen de las especies (1859). La teoría de Galton se deriva de la de Darwin, de igual manera que éste es deudor a Malthus, autor del Ensayo sobre el principio de población (1798).

Manuel Devaldés ha coordinado sus diversos estudios sobre el eugenismo y el malthusianismo en una obra sugestivamente titulada: La maternidad consciente {(1) De esta obra se han publicado dos versiones españolas. La primera, traducida por J. Elizalde (ed. Iniciales, Barcelona 1929); la segunda por Jimeno Portolés, con prólogo del doctor Isaac Puente (ed. Estudios, Valencia 1930}. Es un libro de doscientas veinte paginas, de tal claridad, de un orden tan sencillo, que puede ser leído incluso por los hombres privados de cultura general. Pero, documentada gracias a minuciosas indagaciones, esta obra sintetiza todos los resultados obtenidos en el vasto dominio de la biología humana. Si fuese publicada por todos los diarios del mundo, para ser leída por las multitudes ignorantes tendría lugar entonces una verdadera revolución intelectual y moral.

El mérito de Manuel Devaldés –que no es un sabio, sino un individualista activo, que ha buscado siempre el perfeccionamiento personal por medio de la libertad y de la cultura– consiste en haber sabido reunir, en un trabajo desprovisto del aspecto intimidador de los tratados científicos, las verdades [8] biológicas que pueden ser aplicadas en la vida de cada individuo normal. No tan sólo en el individuo normal, sino también en el que, físicamente anormal, no se halla privado de inteligencia.

Para completar el humanitarismo como doctrina pacifista e internacionalista, la teoría eugénica se impone, no como una conclusión, sino como un punto de partida. Sin la eugénica, el humanitarismo sería como un árbol sin raíces. Todos los esfuerzos para humanizar por los medios sociales (la cultura, la técnica, la economía, la educación, la ética) serían inútiles si el problema de la procreación fuera dejado al azar, a lo que algunos llaman todavía la «selección natural», pero que es, de hecho, una selección artificial que resulta de la opresión, porque el «orden» social es también basado en la intolerancia y la violencia.

En nuestra exposición del eugenismo {(2) Empleamos la palabra eugenica en lo que concierne la ciencia de la eugenesia, y la palabra eugenismo para indicar la aplicación social de esa ciencia. E.R.} seguiremos el trabajo de Devaldés que, con algunas reservas, podemos considerar como una contribución al conjunto de las obras destinadas a la acción humanitarista. Por su definición, la eugénica engloba las condiciones necesarias para el «buen nacimiento». Además, se halla en relación directa con todas las manifestaciones de la vida humana. La parte científica del eugenismo –la eugénica– está bastante avanzada, pero no ocurre lo propio con la parte práctica. Las verdades eugénicas apenas han recibido por uno y otro lado un principio de aplicación. De manera intuitiva, las gentes se entregaban, antes del fundador de esta ciencia, a algunas prácticas eugénicas.

Galton, que también creó la palabra, ha definido la eugénica como «el estudio de las influencias susceptibles de ser sometidas a la autoridad social y capaces de mejorar o de deteriorar las cualidades rácicas de las generaciones futuras, ya física o ya mentalmente.» El ideal de Galton consistía, pues, en sustituir a la cruel selección natural, en lo que atañe a la humanidad, por la selección racional. De igual modo que Darwin, Galton trabajó como hombre de ciencia, como naturalista, pero también como médico y fuera de todo prejuicio. Ninguna ironía y ningún obstáculo pudieron desalentarle. Vivió el tiempo suficiente para poder asistir a las primeras aplicaciones de su teoría. Ya en 1865, proclamaba la necesidad de un «esfuerzo sistemático para mejorar a la especie humana, reduciendo sin cesar la proporción de la natalidad de los individuos ineptos en una [9] sana procreación y favoreciendo la reproducción de los aptos». Antes de Darwin creiase en la fijeza de las especies, y de ahí la vanidad de todos los esfuerzos con miras a su mejoramiento. Hoy en día, los éxitos obtenidos en el mundo de los vegetales y de los animales justifican la convicción de que ha de poder crearse un hombre nuevo y una raza nueva.

El eugenismo es «la aplicación racional a la especie humana de los principios de selección derivados de las doctrinas de la evolución formuladas por Lamark (1744-1829) y por Darwin (1809-1882)». Darwin considera la lucha por la existencia como la causa principal de la evolución; su consecuencia es la selección natural, con la supervivencia de los más aptos (esta expresión es de Spencer). Lamark atribuye la evolución a la influencia del medio. Ambos se encuentran de nuevo en el terreno de la herencia. Los caracteres hereditarios se transmiten, bien sea que hayan sido adquiridos en «la lucha por la existencia» o que hayan sido causados por la adaptación al medio.

Malthus (1766-1834) es un precursor de Darwin y de Galton. Ha explicado la causa de la lucha por la existencia en la especie humana (Darwin ha considerado la lucha por la existencia en las otras especies). Según Malthus, la causa de esta lucha se halla en «la prolificidad humana y en su consecuencia: el desequilibrio entre la población y el alimento, es decir, el exceso de población». Por lo tanto, la lucha por la existencia se halla determinada por el medio. El medio humano puede ser modificado por el hombre en bien o en mal. La «selección natural» no es una fatalidad para el hombre. El hombre puede hacer una selección racional por la naturaleza, pero también contra ella.

La eugénica aplicada puede ser negativa (eliminación de los ineptos) y positiva (multiplicación de los aptos). Puede distinguirse también la eugénica preventiva, que defiende a los generadores (hombre o mujeres), en la edad de la adolescencia o de la madurez, contra «los venenos de la raza: envenenamientos profesionales, enfermedades venéreas, alcoholismo y otros elementos de disgenismo, esto es, el mal origen. La eugénica positiva no es suficiente; la eliminación de los ineptos, por cruel que pueda parecer, se impone cada vez más como medio de preservación de la raza. Siendo malthusiano, Devaldés se esfuerza en demostrar que el valor (la cualidad) de la raza se halla íntimamente ligada a la cantidad (el número) de los individuos que la componen en un momento dado, así como a la cantidad de alimentos de que disponen esos individuos. Llama la atención de los eugenistas sobre el hecho de que la cualidad de la población [10] no proviene solamente de la herencia, sino también del medio (medios de vida). El eugenismo que quiere ignorar la ley de población, formulada por Malthus, llega a ser utópico. No olvidemos que la población tiende a exceder de las proporciones que sus medios de vida o de subsistencia le permiten en el cuadro de un territorio determinado. El exceso de población tiene siempre efectos disgénicos.

Existen dos medios de aplicar el eugenismo. El primero consiste en apelar a la «buena voluntad del individuo», y el segundo radica en sanciones legales. A pesar del estado actual de la sociedad y de lo que es la mentalidad de la mayoría de los hombres, es preciso, sin embargo, que nos apoyemos primeramente en la «buena voluntad», es decir, en la conciencia individual. Las sanciones legales, en tanto sean aplicadas por una minoría privilegiada, serán ilusorias: favorecerán la reproducción de los tipos humanos moralmente inferiores. Los hombres políticos no tendrán nunca fines objetivos científicos; tienen, ante todo, intereses inmediatos. Pueden legislar en favor de un espíritu restrictivo, de casta o de clase; pueden tener concepciones, retrógradas, chovinistas o racistas; pueden ser dominados por cierta moral dogmática, pero no se elevarán hasta la conciencia de los intereses generales y permanentes de la humanidad.

A causa de esto, y a pesar de los obstáculos que se interponen, la eugénica individual, libre y basada ante todo en «la educación sexual intensiva y extensiva», es preferible. Ahí está el secreto de la solución del problema. La mayoría de los hombres tienen «el temor instintivo de las verdades sexuales». De la ignorancia o del disimulo de estas verdades provienen casi todos las calamidades sociales. Y la solución no es otra que la generalización de la educación sexual integral. [11]

II
La Esterilización

La eugénica es la rama más joven de la ciencia biológica humana. Los ganaderos y los agricultores conocen desde hace mucho tiempo las leyes del cruzamiento y las normas de la selección artificial a las cuales se somete a los animales y a las plantas. En cuanto al hombre, se le ha dejado multiplicarse al azar, ciegamente, en la promiscuidad social. La profilaxis no ha aparecido sino después de los estragos de las enfermedades endémicas; la legislación higiénica y de las «costumbres» se ha mostrado impotente, a pesar de las obras de asistencia, a pesar de la moral –hipócrita– de la familia y de la Iglesia.

La importancia central de la eugénica reside en la herencia. Devaldés examina esta última en varios capítulos, con ayuda de reputados biólogos. Según algunos, el papel de la herencia es preponderante en lo que concierne a las cualidades físicas y mentales de los hombres; pero es más exacto decir que el influjo de la herencia es igual al del medio. La herencia es la relación genética existente entre generaciones sucesivas, esto es, «la transmisión a los descendientes de los caracteres físicos y mentales de los ascendientes». Augusto Weissmann ha explicado esta transmisión por la «ley de continuidad del plasma germinativo»; así se hacen inteligibles no sólo la semejanza entre padres e hijos, sino también el atavismo, el retorno a un tipo más antiguo.

Mas esta semejanza no es absoluta. De una a otra generación [12] pueden sobrevenir variaciones, que el biólogo Mendel ha estudiado en la fusión de los dos plasmas. Algunos lamarkianos atribuyen las variaciones a la influencia del medio (para ellos, el plasma germinativo es un medio nutritivo antenatal). De la variación resulta el fenómeno de selección. La variación es la causa original de la diferenciación en especies. En la naturaleza, la selección es esencialmente la supervivencia de los más aptos. En lo que concierne a los hombres, las clases sociales son verdaderas subespecies. La selección humana no es idéntica a la selección puramente natural. Cuando una especie animal comienza a degenerar hállase condenada a desaparecer. En la especie humana, la perpetuación de los degenerados se ha hecho posible por la ciencia médica y por la doble moral social, que protege a los débiles y sostiene a los estropeados e incluso a los «tarados» incurables. Así, el tipo humano inferior se reproduce y su multiplicación es una causa de degeneración de la especie humana. «La selección natural, atemperada por el hombre, es por tanto disgénica.»

Las indagaciones de Mendel han llegado a la conclusión definitiva de que sólo una buena herencia puede dar niños sanos de cuerpo, y de espíritu. Puede preverse la herencia patológica según los caracteres patológicos físicos y mentales de los padres. De padres epilépticos, nacerán hijos epilépticos. Si sólo uno de los padres esta sano, no puede asegurarse que el hijo será normal. Las taras ligeras pueden combatirse por medio de una educación específica, lenta y costosa, además. La influencia propicia del medio no suprime una tara. Un débil de espíritu podrá ganar más o menos bien su vida, pero un idiota no será nunca inteligente. He ahí por qué «las simples atenuaciones aportadas a la selección natural, sea cual fuera el sentimiento que las inspire, son, desde el punto de vista de los eugenistas, absurdas y nocivas.» No podemos exterminar a los degenerados que viven entre nosotros. Pero, podríamos evitar el nacimiento de otros degenerados. En lugar de la selección natural, el hombre puede practicar la selección racional, empleando los medios propios para prevenir la transmisión de la herencia mórbida.

Sobre la herencia mórbida, existe una literatura médica, psicológica y estadística tan vasta, que sería imposible resumir aquí los capítulos en los cuales condensa Devaldés las conclusiones de los médicos sobre la herencia alcohólica, sifilítica, tuberculosa, &c. El pueblo se halla advertido a este propósito pues dice la Escritura: «Los padres han comido las uvas verdes y los dientes de los niños han experimentado dentera por ello». El doctor Demme, examinando a 57 niños, nacidos de [13] padres alcohólicos, ha comprobado que «25 murieron en las primeras semanas siguientes a su nacimiento, 12 se hallan idiotas, 5 hidrocéfalos, 5 epilépticos, 2 dipsómanos y 8 normales». De 600 niños internados en el Hospicio de Bicêtre, 75 nacieron de padres alcohólicos. He ahí un efecto del «respeto hacia la vida humana». Devaldés se pregunta: «¿No valdría más respetar la vida antes de que hubiese visto la luz y no dar al ser humano un día de sufrimiento?»

Los espartanos se mostraban sin piedad –sin falsa piedad– cuando arrojaban a un precipicio a los niños deformes o idiotas. Hoy, con la ayuda de la ciencia, los degenerados podrían ser aniquilados por eutanasia: por una muerte mansa, sin dolor. Por todos conceptos, sería preferible, sin embargo, que los degenerados no naciesen y, mejor aún: que no fuesen concebidos. Esto es posible gracias a la ciencia: por medio de la esterilización de cuantos manifiesten caracteres patológicos o sufran enfermedades incurables. Este es un medio radical, mediante el cual se suprimiría el mal en su raíz. Puede persuadirse a un sifilítico y a un tuberculoso para que no se reproduzcan. Por el contrario, un alcohólico, desprovisto de voluntad, vese empujado inconscientemente a reproducirse. La medida heroica de los Estados Unidos, la prohibición del alcohol (1930-1934), no se generalizara tan pronto {(1) Medida heroica, en efecto. Pero ya hemos visto sus desastrosos resultados con el odioso tráfico de los tristemente célebres gangsters (contrabandistas). Esta medida dio lugar a la venta clandestina del alcohol en pavorosas proporciones y a que los bebedores ingiriesen extraños brebajes, verdaderos tóxicos que han causado multitud de víctimas. Por lo cual se confirma una vez más el dicho vulgar: «Es peor el remedio que la enfermedad.» Comprendiéndolo así, el Gobierno Roosevelt ha abolido la llamada «ley seca», acontecimiento que durante un largo lapso de tiempo, fue fuente de artículos y reportajes para todos los periódicos y revistas del mundo civilizado. (N. del Trad.)}. Por otra parte, la prohibición, en el océano del sufrimiento y de las dolencias humanas, es apenas una gota balsámica. Las semimedidas son, por lo general, inútiles. La humanidad está llena de degenerados. Reproducimos una lista bastante modesta, del doctor Binet-Sanglé: «... Los intoxicados habituales (grandes comedores inactivos, alcohólicos, eterómanos, opiómanos, morfinómanos, cocainómanos, tabacómanos, reumáticos, gotosos, diabéticos y obesos); los infectados crónicos, de terreno transmisible (tuberculosos, escrofulosos, cancerosos); los neurópatas y los psicópatas (neurasténicos, histéricos, etópatas), es decir, los que presentan una enfermedad de carácter: tristeza, odio o medio crónico –epilépticos, imbéciles, idiotas, alienados...» Y el doctor [14] Binet Sanglé repite el grito: «Por interés de la humanidad y por su propio interés, hay que impedir que esos individuos engendren o que vivan sus descendientes...»

* * *

Herencia y crimen. Tema popularizado hasta el extremo por los procesos de los tribunales, pero que debiera ser presentado de manera distinta a como suele hacerse. La piedad de la «opinión pública», manifestada por los veredictos con frecuencia negativos de los Jurados, es una de las señales de la selección al revés. Si castigamos a los criminales, es que les suponemos responsables de sus actos. Les encerramos para que no tengan ocasión de repetir el gesto del crimen. Sin embargo, el verdadero culpable es la «sociedad», que no es más que una abstracción si no tenemos en cuenta los individuos que la componen. Castigar el crimen «con el propósito de suprimir la criminalidad se parece a la tarea de Sísifo». Algunos, en lugar del castigo, preconizan el tratamiento médico de los criminales. Esta medida es más justa, pero no puede ser suficiente para secar la fuente de la criminalidad. Las causas de los crímenes no provienen todas de la herencia, pues hombres normales se hacen criminales a causa del medio. La lucha excesiva por la existencia en un medio superpoblado lleva al crimen. Los eugenistas no podrían ignorar voluntariamente la ley de Malthus. No es suficiente evitar la procreación de los degenerados: es preciso limitar la natalidad a la proporción permitida por los medios de existencia. En cuanto a la educación, tiene un papel sin importancia en la evitación de la criminalidad. Si, según H. Guillou, el carácter del criminal es debido a la herencia en un 50%, en un 25% a la influencia del medio, en un 10% al estado psicológico, la influencia de la educación es apenas de un 15%.

Todas las formas de degeneración hallan su expresión culminante en los criminales, que son sumamente prolíficos. Un solo ejemplo: Juke, un vagabundo holgazán, nacido en 1720, en Nueva York, tuvo después de seis generaciones 1.200 mendigos [15] profesionales, que se pasaron en total 2.300 años en las casas de caridad; 440 fueron arruinados físicamente por la sífilis; más de la mitad de las mujeres cayeron en la prostitución; 130 fueron criminales, entre los cuales hubo 60 ladrones y 7 asesinos. Solo 20 aprendieron un oficio y 10 de ellos hicieron el aprendizaje en la cárcel. En 1877, los Juke habían costado al Estado 1.250.000 dólares. En 1915, los Juke (novena generación) comprendían 2.820 individuos. El gasto del Estado se elevaba a 2.500.000 dólares.

¿Es necesario, después de esto, deshacerse en comentarios? Herbert Spencer se preguntaba en 1884: «¿Es la bondad o la crueldad la que ha puesto a estas gentes, una generación tras otra, en la posibilidad de multiplicarse y de convertirse en un azote cada vez mayor para la sociedad en medio de la cual vivían?» Los eugenistas piden la esterilización de esta especie de degenerados, a lo cual los «corazones sensibles» exclaman que eso sería una barbaridad. ¡En nombre de la humanidad, los hombres tendrían que dejarse exterminar por monstruos con rostro humano!

El argumento económico en favor de la esterilización no es menos decisivo. Es evidente que la manutención, por la colectividad, de una parte de los degenerados se traduce por un aumento en trabajo y en alimentos sobre la población normal. En Inglaterra, la educación de un niño anormal cuesta anualmente treinta libras esterlinas, y la de un niño sano, solamente doce libras. Después que han sido educados, estos anormales tienen la libertad de reproducirse: son prolíficos y transmiten su degeneración. Desprovistos del sentido de la responsabilidad, estos «subhumanos son sordos a toda palabra de ideal». ¿Qué les importa el número y la calidad de su progenie, el doloroso porvenir reservado a sus hijos? La inconsciencia o el cinismo de estos degenerados es adecuado a la hipocresía de la moral social.

La sociedad podría emplear los medios más suaves para impedir que los degenerados perpetuasen su tipo perjudicial. El hecho de que sean víctimas no justifica la procreación por sí mismos, a su vez, de nuevas víctimas. A pesar de todo el respecto para la libertad individual, los degenerados deben ser aislados del resto de la sociedad (locos, idiotas) o esterilizados si se les deja libres (alcohólicos, sifilíticos, &c.). La prohibición legal del casamiento de los degenerados, como ocurre en los Estados Unidos, es una medida incompleta, pues el efecto [16] eugénico queda anulado por la unión y el amor libres. La esterilización es, pues, el medio más eficaz para purificar a la humanidad. Practicada al mismo tiempo que la educación sexual integral, contribuiría a suprimir los efectos desastrosos del alcoholismo y de la prostitución. Sólo entonces podría ejercerse la libertad individual de una manera positiva y creadora. [17]

III
La «raza de los pobres»

Tan imperativa como se afirma la necesidad de la esterilización en la lucha contra la herencia morbosa, tan evidente es la influencia del medio en la degeneración del individuo y de la raza humana. Entre los eugenistas que tienden a la selección de los nacimientos con el favorecimiento de los sanos y de los aptos, por una parte, y los malthusianos que tienden a la limitación de los nacimientos en relación con las subsistencias disponibles en una región determinada, por la otra, existen algunas divergencias que desaparecen poco a poco gracias a que los adeptos, tanto del eugenismo como del malthusianismo, adquieren conciencia progresivamente de los principios directores de la otra doctrina y de las necesidades de aplicación de la suya propia. Los eugenistas se preocupan también de la cantidad, en lo que concierne a la población; los malthusianos, solamente de la calidad. El equilibrio entre la cantidad y la calidad de la población constituirá una solución ideal del problema de la procreación, que favorecerá al progreso constante de la humanidad.

En ciertos capítulos de La maternidad consciente se ocupa también Devaldés de la influencia negativa del medio en materia de selección humana. Basándose en las estadísticas de la «medicina social» y en las indagaciones de los biólogos, llega a conclusiones sorprendentes. La miseria económica, la existencia penosa de los que pueden denominarse los supernumerarios de la humanidad, ha creado como lo ha demostrado el [18] profesor Alfredo Nicéforo, una «raza de los pobres», que tiene su medio propio y sus caracteres biológicos particulares. El industrialismo excesivo ha marcado a los trabajadores manuales con estigmas específicos y ha llegado hasta a privarlos de lo que hubiera parecido ser su característica: la fuerza muscular. Nicéforo ha demostrado que las clases sociales no difieren tan sólo desde el punto de vista económico, sino también desde el punto de vista físico: fisiológico y psicológico. La raza de los pobres es inferior a los hombres normales desde todos los puntos: no solamente la talla, la capacidad craneana, la fuerza física y la resistencia a la fatiga son reducidas en ella; no sólo el crecimiento de sus hijos es lento; no sólo sufre anomalías fisiológicas, sino tiene una sensibilidad más reducida y sus caracteres psicológicos aproximan su mentalidad a la del niño y a la del primitivo.

Objetarán los socialistas que «la raza de los pobres» no es una consecuencia del medio natural, sino del medio social en régimen capitalista. Por consiguiente, suprimiendo el capitalismo, según ellos, se harían desaparecer los factores a los cuales tiene que existir la raza de los pobres. Devaldés contesta anticipadamente: «La organización capitalista de la sociedad no es más que un producto, un efecto (y no una causa), un reflejo de la lucha natural por la existencia. Ahora bien, ¿qué fenómeno natural da origen a la lucha por la existencia? La superpoblación, como Darwin (autor de esa expresión) lo ha reconocido y cuya ley ha establecido Malthus.

La población excesiva es casi exclusivamente la obra del proletariado, de los pobres. Los capitalistas y los partidarios de la guerra tienen necesidad de brazos para trabajar y de carne de cañón. Pero ni sus sugestiones de «moralistas» en favor de la prolificidad, ni sus promesas de ventajas especiales a las «familias numerosas», pueden ser suficientes para determinar la superpoblación. El pueblo soporta los efectos de su ignorancia en lo que afecta a la vida sexual. La mujer es el elemento pasivo, fatalista, y el hombre es prolífero por bajo egoísmo, por bestialidad o por falta de voluntad. Si la mujer del pueblo poseyese los conocimientos sexuales de una mujer del «gran mundo», si dispusiera, sobre todo, de los medios discretos de evitar la concepción no deseada o el nacimiento que pone a veces en peligro la vida de la madre y es fatal con frecuencia para el hijo, entonces la mujer del pueblo sería un elemento activo en la regeneración de la especie humana. Deberían fundarse numerosos institutos de educación sexual cuya enseñanza impediría que se produjesen los crímenes de aborto; causados [19] por la ignorancia de las mujeres y por la codicia de los charlatanes. Sería preciso también hacer legal el aborto selectivo, en cuya consecuencia se fundarían clínicas en las que el aborto necesario y voluntario sería practicado por especialistas autorizados, según principios puestos al servicio de la purificación y de la curación de la raza humana.

La selección de los nacimientos o, con más exactitud, la limitación concepcional, con miras a prevenir los efectos desastrosos de la superpoblación, se impone hoy a todo espíritu que haya podido emanciparse de los absurdos de la moral que impera en nuestras sociedades. Si la economía política de Malthus esta ahora prescrita y no responde ya a las concepciones económicas de la actualidad, su fórmula de la ley de población, así enunciada, sigue siendo inconmovible: «La población tiene una tendencia constante a acrecentarse más allá de los medios de subsistencia. Sea cual fuere el progreso técnico e incluso si admitiésemos que tuviese que llegar una época en que pudiéramos utilizar directamente la ilimitada energía solar (o atómica), sigue siendo cierto que la población crecería también, sobrepasando sin cesar los medios de existencia acrecentados por la técnica. El desequilibrio entre la población y las subsistencias es una realidad actual, y continua siendo un peligro futuro. Tan sólo la intervención sistemática del hombre, basada en la ciencia, por medio de la limitación de los nacimientos, aniquilará el azote de la superpoblación. Pues la superpoblación es eso realmente: ella engendra las crisis económicas y perpetúa la «raza de los pobres» en un medio contrario a toda selección humana. La herencia morbosa y la superpoblación son los dos grandes azotes contra los cuales los eugenistas, por una parte, por medio de la esterilización y de la educación sexual integral, y los malthusianos, por la otra, mediante la limitación concepcional y la práctica racional del aborto, proponen a la sociedad empeñar la lucha.

Las herejías más importantes que se oponen a estas reformas son contenidas en los dogmas religiosos y ultranacionalistas. La Iglesia –sea cual fuere: cristiana, judaica, islámica, &c.– abusa del mandamiento bíblico: «Creced y multiplicaos». Ese mandamiento es absoluto también en la India famélica, en la China opiómana y en el Japón imperialista. Todos los ritos, tradiciones, supersticiones, todas las promesas paradisíacas y las obsesiones satánicas son puestas por el Estado, por los dogmas religiosos o políticos, al servicio de la «fecundidad ilimitada», de la reproducción inconsciente elevada al rango de virtud. ¡Aun cuando «la mujer se debilite a consecuencia de [20] alumbramientos repetidos e incluso si muere por ello!»

La ciencia ha demostrado que los partos frecuentes ocasionan la degeneración tanto de la madre como de los hijos. En la Clínica de las Madres, de Londres, institución eugénica fundada por la doctora María Stopes, fueron examinadas, en 1924, 5.000 mujeres. Entre ellas, 4.235 estuvieron encinta una o varias veces (algunas ¡hasta 17 veces!) He aquí el resultado de la encuesta: las mujeres que tuvieren dos o tres embarazos dan un porcentaje de mortalidad infantil y de partos falsos (abortos) de 9,83. En las mujeres que han tenido cinco embarazos, el porcentaje se eleva a 21,67; en seis embarazos, el porcentaje es de 33,18; en doce embarazos, de 37, y el porcentaje crece siempre. La mortalidad infantil (en el seno de la madre o durante los primeros años de la infancia) en las mujeres que han sufrido demasiados embarazos llega hasta el 50%. Y no hay que olvidar que la mortalidad habitual, calculada sobre mil, está lejos de alcanzar estas cifras.

He ahí un argumento biológico de primera importancia contra los embarazos frecuentes. Sin embargo, las Iglesias, que suelen desnaturalizar el espíritu de las religiones, ordenan al mismo tiempo que el Estado: «Multiplicaos». Este mandamiento es indiscutible: la madre puede morir agotada, los hijos pueden nacer degenerados, poco importa: sagradas, deben de cumplirse las obligaciones conyugales ad majorem gloriam Dei...

La maternidad consciente exige del hombre un espíritu libre de los dogmas y de las supersticiones, y un corazón grande en el que debe de dominar «el respeto ajeno, que es la forma más elevada de la justicia y la piedad, que es la forma más elevada del amor». [21]]

IV
La superpoblación y la guerra

También la guerra es disgénica. Los que afirman hoy que la guerra es una forma de selección de la raza, proclaman con cinismo una necedad criminal. Por el contrario, «aquel cuyo deseo es el mejorar la raza humana, es un pacifista necesariamente». No insistiremos aquí sobre esta cuestión, desarrollada en otras obras nuestras y dilucidada de una manera definitiva en la Biología de la Guerra del profesor Jorge Fr. Nicolai. En un folleto titulado La causa biológica y la prevención de la guerra, Manuel Devaldés ha expuesto también el problema del «pacifismo científico», partiendo de la idea, paradójica en apariencia, de que la guerra de 1914-1918 fue un efecto directo de la superpoblación europea.

Como neomalthusiano à outrance, Devaldés se consagra al problema esencial de la superpoblación, aunque la guerra moderna tenga también causas especificas, puestas en evidencia por el antagonismo económico y político de los diversos imperialismos. Difícil es disimular que los «ideales patrióticos y las cruzadas, por el Derecho y la Civilización» son puros pretextos... {(1) Asimismo, las contraseñas de los fascistas y nazistas: espacio vital, raza elegida, pura, superior, &c. E. R.} Mediante una lógica llevada al extremo, los malthusianos podrían llegar a probar que los antagonismos económicos y políticos son también efectos de la superpoblación. [22] Devaldés examina, según Malthus y otros autores, el carácter de este último fenómeno, mostrando las relaciones de concurrencia existentes entre países agrícolas y países industriales; los países industriales tienen un exceso de población que no puede sustentarse más que forzando a los países agrícolas a suministrarles víveres a cambio de productos manufacturados. Por otra parte, la lucha entre países industriales mantiene el odio entre los pueblos que buscan mercados privilegiados. La posesión de colonias por tal o cual nación mantiene las envidias internacionales que preparan las guerras futuras.

En Inglaterra, donde el malthusianismo ha influenciado de una manera más evidente la mentalidad de una élite, la National Birth-Rate Comission (Comité Nacional de la Tasa de la Natalidad) ha reconocido, en su informe de 1916, que «la presión de la población en todos los países entraña, como principal consecuencia histórica, emigraciones e invasiones, no sólo con miras a un establecimiento pacífico, sino también, para la conquista, para el sometimiento y la explotación de los pueblos más débiles. Los conflictos internacionales encuentran siempre en ello su causa principal». En otros tiempos esas emigraciones (invasiones de los bárbaros) se efectuaban sin el menor escrúpulo por lo que respeta a los países a cuya costa se hacían; hoy en días, se llevan a cabo con más hipocresía, so pretexto de convenciones y de protectorados. Y Devaldés saca la conclusión siguiente: «En el porvenir, cuando esta concepción de las causas de la guerra sea compartida por un número mayor y siempre creciente de personas, será a la superpoblación de los países beligerantes a la que se achacará su responsabilidad de guerra» {(2) Lo que se ha comprobado, con una exactitud incontestable, en la segunda guerra mundial, de 1939-1945. Los tres Estados «agresores»: Alemania, Italia y Japón son al mismo tiempo, tres focos de la superpoblación. E. R.}.

La naturaleza opone a la superpoblación un «freno represivo»: la guerra, u otros medios, para hacer desaparecer a los seres en número excesivo: el hambre o, más bien, la subnutrición y las epidemias, por ejemplo. Mas el hombre, al menos en su tipo superior, ha llegado a adquirir una capacidad de autodefensa que le lleva a juzgar de una nueva manera a los fenómenos naturales. No los considera ya como absolutos, como inevitables. La superpoblación es un fenómeno natural, es decir, biológico, pero mantenido por supersticiones colectivas; empero, el hombre puede evitarlo haciendo uso de su razón. [23] He demostrado que la ciencia le proporciona bastantes medios para limitar los nacimientos sin atrofiar el instinto genésico. Evidentemente, el Estado –cada Estado que se halla fundado sobre el imperialismo político económico– se opone a la selección voluntaria por esterilización o limitación de los nacimientos: tiene necesidad de carne de cañón. Lo mismo que la Iglesia, el Estado suministra al militarismo sus instrumentos de opresión y de persuasión. Los patriotas se sienten también obligados a procrear ad majorem gloriam Patriae... «Multiplicaos», gritan a coro las gentes de la casta eclesiástica y de la casta militar. El, efecto es, además, doblemente execrable: primero, por el mantenimiento de la superpoblación y de todas sus miserias; segundo, por la siega que hace finalmente la guerra de los hombres más sanos y más aptos para regenerar la raza, quedando, por el contrario, los degenerados y los impotentes.

He ahí por qué es lógica la paradoja de Devaldés. Cita numerosas opiniones de economistas y de sabios, que todos llegan a esta conclusión : «La reglamentación de la población –de la procreación– es la manera más eficaz de asegurar el cese de la guerra» (Adelyne More). Pero, añade nuestro autor, la limitación de los nacimientos debe ser mundial, pues el planeta hállase sometido hoy a leyes unitarias. Si, por ejemplo, Europa practica el eugenismo, quedará expuesta al peligro de una invasión del Asia prolífica, pese a toda su superioridad en materia de técnica.

En efecto, de igual modo que la limitación de los armamentos, la limitación de los nacimientos no será eficaz más que en el cuadro planetario. La única organización mundial, capaz de reunir informaciones estadísticas para tomar después las medidas necesarias para una reglamentación de los nacimientos, sería semejante a la Oficina Internacional del Trabajo, creada por la Sociedad de las Naciones, en Ginebra. Pero esta organización es ante todo obra de los Estados que han preparado y acarreado la guerra de 1914-1918 {(1) Después la segunda guerra mundial de 1939-1945, la «nueva» Sociedad de las Naciones se llama: Organización de las Naciones Unidas.}. Sin embargo, la idea eugenista, armoniosamente asociada al malthusianismo, se abre camino, quizá a pasos aun imperceptibles, pero teniendo ante sí la perspectiva de imponerse, tarde o temprano, a una verdadera federación de los pueblos, puesta realmente al servicio de la humanidad. [24]

V
La moral de la maternidad consciente

La exposición teórica, rigurosamente documentada, que ha hecho Manuel Devaldés del eugenismo y del malthusianismo en La maternidad consciente, halla su ilustración literaria, pero muy verídica también en el fondo, en Tu cuerpo es tuyo de Víctor Margueritte, una novela aparecida casi al mismo tiempo. Estas dos obras, auxiliadas de un manual práctico, serían suficientes para la educación sexual integral. Devaldés nos ha dado cifras, datos, argumentos lógicos; Margueritte que, por su acción pacifista, se ha mostrado como una conciencia sincera y pura, no ha vacilado en atacar los problemas sexuales con una precisión y con una virulencia que sólo pueden incomodar a los hipócritas sentimentales y a los «puritanos», habituados a no mirar a la verdad cara a cara.

En el pensamiento de Devaldés y de Margueritte, sus libros eran, como el primero de estos escritores nos participó en la época de su publicación, «el comienzo de una acción de los malthusianos franceses para la anulación de la odiosa ley del 31 de julio de 1920 contra la propaganda malthusiana». Esta ley confunde sencillamente la propaganda por la generación consciente con la propaganda por el aborto. La táctica de los Gobiernos es sencilla: consideran como un crimen la selección de los nacimientos, cuando en realidad ésta constituye uno de los más altos deberes para con la humanidad. Mas Devaldés tiene la valentía de condenar a los enfermos que dan vida a [25] otros enfermos: «Esos saboteadores de la vida deben ser considerados y tratados como malhechores por los humanos acrisolados, que sientan en sí mismos el sufrimiento de todos los pobres seres así engendrados.»

Ante todo, hay que desechar la objeción de los que proclaman el respeto a la vida por encima de todo diciendo: «No tenemos derecho a matar antes del nacimiento» ni tampoco «a eludir la ley natural de la concepción con odiosas medidas». Resultaría de esto que el sufrimiento sería obligatorio en forma de las más horribles herencias morbosas. Por «respeto a la vida», habría que dejar a los sifilíticos, a los tuberculosos, a los epilépticos, a los alcohólicos, a los criminales multiplicarse... hasta la más completa degeneración y, a no dudar, hasta la extinción de la humanidad.

Otra idea que seduce a algunas personas y que inspira su objeción, consiste en que la «degeneración» sería una condición de la manifestación del genio en el arte, en la filosofía y en la ciencia. La lista de los hombres geniales que fueron sifilíticos, tuberculosos y alcohólicos, ejerce impresión sobre ellas. En realidad, debiera suscitar su horror. «El genio es una neurosis», afirma Moreau de Tours, y esto induce a ciertas personas a sublevarse contra el eugenismo, únicamente porque, con la selección de los nacimientos, la humanidad perdería algunos genios de gran valor. Pero la verdad es muy otra: la herencia morbosa no es una condición del genio, sino un obstáculo para él. Flaubert y Dostoyewsky, que sufrieron de epilepsia, fueron privados de crear así como hubiesen querido hacerlo. La parálisis general que atacó a Nietzsche no estimuló, sino que destruyó su genio filosófico y literario. Los doctores A. Rémond y P. Voivenel, en su libro El Genio literario, han demostrado «que la enfermedad, en los escritores con taras hereditarias, no fue la fuente de su genio, sino que, por el contrario, éste fue entorpecido y aminorado por ella». Havelock Ellis, que se ha consagrado al estudio de los problemas sexuales, rechaza también el temor de los que creen que «si los locos desapareciesen o cesaran de reproducirse, ya no habría genios».

Después del fastidioso argumento del «genio por la herencia morbosa»; después de los absurdos sociales y «morales» patrocinados por la Iglesia y el Estado, los adversarios del eugenismo creen hallar todavía un argumento en la proclamación de la inferioridad física e intelectual de la mujer, que debe soportar la primacía masculina por la razón de que se deberían al hombre todos los progresos realizados hasta el día. Este [26] argumento estúpido y grosero es desmentido por los hechos que se desarrollan en el primer plano de la vida social y familiar. No es necesario remontarse a un pasado remoto para convencernos de que el matriarcado es la característica de las sociedades primitivas y el centro de gravedad de la vida familiar. La obra del sociólogo Robert Briffault, Las Madres, es esencial para la comprobación de este aserto. Otros numerosos estudios sociológicos e históricos, entre los cuales citaremos los de Havelock Ellis y los de Ellen Key, deberían ponerse en manos de todas las mujeres con el fin de que adquiriesen conciencia de su gran misión: el mejoramiento de la especie humana por medio de una educación sexual integral, dispensada a ellas mismas, así como a los hombres y a los niños.

Tenemos que insistir sobre este punto central del problema pese a todas las reticencias y a todas las mentiras que, por espíritu de dominación, mantiene el sexo masculino en la enseñanza moral y social. Pero tenemos que reprochar –sin indulgencia– al feminismo un gran error: su acción por la obtención de los «derechos políticos» es una peligrosa desviación de la misión inicial de las mujeres. En todas sus formas, la política es parasitaria; hállase fundada en la fuerza y en la intolerancia, esto es, en la guerra entre las naciones y en la guerra entre las agrupaciones sociales. Tratando de obtener la igualdad política con los hombres, las feministas se preparan una nueva esclavitud. Las cualidades morales y espirituales de la mujer no pueden hallar su expansión en el cuadro artificial de la «vida del Estado», sino en el cuadro natural de la especie y de la familia. La educación que las madres creen dar a los hijos en la forma «cultural» no es un comienzo, sino una consecuencia. El punto de partida se halla en la educación física y en la iniciación «corporal» que contiene lo que los hipócritas llaman los «secretos» genésicos. ¿No es una trágica burla que enseñemos a los niños la cosmogonía y la mecánica, mientras que en lo que concierne al instinto sexual los mantengamos en una ignorancia cuyas consecuencias dolorosas no tardan en manifestarse? «Y es este instinto todopoderoso y primordial el que se deja ineducado, escribe Devaldés; son la actividad sexual y el proceso complejo de la reproducción –origen, formación desarrollo y finalmente nacimiento del ser humano– lo que nos esforzamos por mantener en las más densas tinieblas...»

En efecto, por encima de la revolución política, mediante la cual una minoría dictatorial sustituye a otra; por encima de la revolución económica, incompleta en su forma estrictamente [27] marxista, situamos la revolución espiritual que implica una transformación de la mentalidad humana en el sentido pacífico y creador. La revolución espiritual de los humanitaristas es, de hecho, una evolución por interdependencia y cultura –y contiene a la vez la revolución sexual como una condición absoluta. Precisamos que la revolución sexual (¿mas es, en verdad, muy necesario?) no se confunda con la libertad sexual animal (la promiscuidad) o con el libertinaje que hace del acto sexual una voluptuosidad estéril. La revolución sexual consiste simplemente en la aplicación de los principios eugénicos y en el reconocimiento de la ley de población del malthusianismo, principios y ley que hemos expuesto en las páginas precedentes.

Solo nos falta insistir sobre este postulado: la especie humana no se librará de la degeneración sino cuando la reproducción deje de ser un acto ciego, un acto bestial, un acto debido a la ignorancia y al azar. La maternidad voluntaria y selectiva –y ésta sólo es posible mediante la educación sexual aplicada también a las mujeres y a los hombres, a los adultos y a los niños. Algunas iniciativas nos llevan a creer que llegará un día en que esta enseñanza biológica será dada a todos, niños y niñas, en la escuela primaria.

La individualidad femenina debe ser proclamada en lo sucesivo sobre la base de la igualdad sexual y del progreso moral e intelectual, en el medio de la familia y de la sociedad, y no con el falso pretexto de la igualdad política. La presencia de las mujeres en casi todos los dominios de la actividad económica, artística y científica, no será una victoria efectiva sino desde el momento en que la mujer no sea ya un elemento pasivo en el dominio sexual; cuando ella sepa elegir, cuando haga consistir su unión con el hombre, no en un contrato de intereses o en gesto de ciega y vana sensualidad, sino en una afirmación de la conciencia humana al servicio de toda la humanidad.

La asociación sexual, antes de ser determinada por el amor o por intereses económicos, deberá estar subordinada –así como lo indican algunas realizaciones iniciales en los países escandinavos y en algunos países anglosajones– al cumplimiento de condiciones eugénicas. Los gazmoños reaccionarios pueden protestar ante la idea de que un día se exigirá de los candidatos al matrimonio la producción de certificados médicos (análisis de la sangre, referencias hereditarias, &c.) ante los funcionarios del estado civil; mas su protesta será inútil, pues se pondrá un día en vigor una ley encaminada a este fin en cada país civilizado. Muchos de los que no hayan sido reconocidos [28] aptos para el matrimonio recurrirán, sin duda, al amor libre o al «concubinato». Esta es una razón más en favor de la educación sexual integral. Pues, superior a la ley escrita, impuesta por la sociedad, se halla la ley no escrita de la conciencia individual. La mujer, porque es también la madre, estará siempre más cerca del interés permanente de la especie, pues no ignora que la felicidad es imposible sin la salud física.

«Un hijo mal nacido –escribe Devaldés– está perfectamente justificado para reprochar su nacimiento a sus padres». He ahí, en una sola frase, el secreto de la moral de la maternidad consciente. La heroína de la novela de Víctor Margueritte llega a esta moral mediante dolorosas experiencias. Víctima de la bestialidad masculina, se niega a amar «al hijo de la violación, al hijo que no ha deseado, al hijo inocente, sin duda, pero causa inconsciente de su miseria;... no siente vibrar en ella esa famosa cuerda maternal que permite a tantos plumíferos literarios declamar impetuosamente toda la sensiblería sentimental y toda la vaciedad de los lugares comunes» (Pierre Larivière, en Le Semeur, número 104).

Si el mandamiento moral –el de la conciencia personal– no es hoy suficiente para impedir que los padres conciban hijos enfermos o en número excesivo en una sociedad anormal, sepamos, no obstante, que llegará un tiempo en que los hijos pedirán cuentas a los padres del crimen de haberles hecho nacer para el infortunio. La educación sexual integral hácese más fácil cada día y será obligatoria para cada cual, en la medida que lo es hoy el conocimiento del abecedario.

La nueva moral de la maternidad consciente es una de las más altas expresiones del humanitarismo. Nos adherimos plenamente a esta conclusión de Devaldés: «Razón, dueña de sí, egoaltruismo, piedad para con los débiles y para los dolientes, respeto para la persona ajena, justicia, amor, gran amor: he ahí algunas de las necesidades intelectuales y morales del hombre, y especialmente del masculino, para que la maternidad consciente sea la regla y no la rarísima excepción.»

El llamamiento de Devaldés se dirige principalmente a los hombres. Pero también tenemos confianza en la voluntad de las mujeres. Y repetimos: malhechor es el que transmite a sus hijos su enfermedad; malhechor es también el pobre que da la vida a niños destinados a una pobreza sin esperanza... Prepárese una nueva sensibilidad con la nueva moral sexual. Devaldés le dice a los hombres: «Todo hombre debe saber que la [29] mujer no es una esclava que un Dios masculinista habría creado para el placer del otro sexo; que ella tiene su propia individualidad; que tiene derecho a la cultura, a la alegría, a la dicha...»

Que la mujer, lo mismo que el hombre, sepa que la felicidad no reside en el simple desencadenamiento de todos los instintos, sino mas bien en el dominio ejercido sobre ellos. Dominio, que también significa selección. En vez de un rebaño hambriento y enfermo, florecerá entonces una humanidad lúcida, purificada y ennoblecida en un trabajo apacible y en los ideales creadores. El amor de la humanidad no se manifiesta tan sólo en un presente limitado, sino también en la inquietud del porvenir. Para salvar el futuro, hemos de renunciar a algunos errores actuales. Sully-Prudhomme nos lo dice en dos admirables versos, en Le Voeu:

Demeure dans l'empire innommé du possible,
O fils le plus aimé qui ne naîtras jamais.
(En el ignoto imperio de lo posible mora,
¡Oh, hijo, el más amado, que nunca nacerás!) [30]

VI
La acción eugenésica
Las «Historias Familiares»

La maternidad consciente fue publicada en 1927. Al releer ese trabajo al cabo de 23 años, he reconocido en él, además de la lógica inquebrantable de Manuel Devaldés, su valor permanente para la orientación del investigador, deseoso al mismo tiempo de activar por la realización del ideal eugénico. El autor es para nosotros un precursor audaz, pero que ha reconocido él mismo cuanto debía a otros comenzando por Malthus y Galton. Con una perseverancia admirablemente lúcida, persistió en sus investigaciones y son numerosos sus artículos documentales, sus ensayos de crítica y de síntesis –además de los folletos– que aparecieron en «Le Réveil de l'Esclave», «Le Malthusien», «La Grande Réforme», «l'Homme et la Vie» de París, «Lumière et Liberté» de Bruselas, &c., en los cuales ha profundizado, coordinado y completado el rico material relativo al eugenismo, el neo-maltusianismo y el pacifismo científico.

Hay que hojear especialmente «La Grande Réforme» –ese pequeño periódico valientemente redactado y defendido por Eugène y Jeanne Humbert, contra la hostilidad oficial o el silencio de los falsos moralistas y semi-sabios– para comprobar cuanto se ha desarrollado la acción eugénica, en este mundo trastornado antes, durante y después de la segunda guerra mundial. Encontramos allí numerosos casos individuales, desde el [31] «bruto prolífico» hasta los asesinos degenerados que ilustran la tesis de los malthusianos; también se registran allí los hechos colectivos que prueban el progreso de la ciencia eugénica, desde Inglaterra, vuelta más tolerante en lo que se refiere a la práctica de los medios anticoncepcionales, hasta el Japón que, aplastado por la «victoria» militar de los Aliados, pero también por su enorme superpoblación, ha llegado a la aplicación intensiva, aun con el concurso del gobierno, de los medios destinados a limitar rigurosamente la natalidad. (Digamos, de paso, que las fuerzas norteamericanas de ocupación, que se instalaron en el país después de la famosa bomba atómica lanzada sobre Hiroshima, tienen motivos distintos para hacer disminuir la población japonesa, que los de índole biológica y pacifista de los eugenistas.)

Habría que trazar aquí la bibliografía de las obras consagradas a la ciencia eugénica, después que apareció «La maternidad consciente». Sabios, filósofos, sociólogos y moralistas han dado pruebas de buena voluntad, incluso a veces de coraje, para decir la verdad sobre esta cuestión tan vital para la humanidad. No podemos analizar todo eso en estas pocas páginas. Pero comprobamos que el pequeño libro de Devaldés permanece como un jalón indicador en medio del gran debate que se va ampliando constantemente –y que sus verdades esenciales han sido confirmadas por las estadísticas recientes, por las exposiciones científicas y por las acciones que se desarrollan paralelamente en diversos países.

Queremos destacar aquí un ensayo substancial que el autor de «Biología de la guerra», profesor Georg Fr. Nicolai ha publicado bajo el título de «Eugenesia o proletarización», en la revista Acción Social (oct.-dic. 1948, y enero 1949, Santiago de Chile). En ese ensayo no se hace mención de la obra de Manuel Devaldés, pero encontramos en comprobaciones puramente científicas del gran biólogo, brillantes confirmaciones de las verdades sociológicas que Devaldés enunció con su lucidez intuitiva.

El profesor Nicolai reconoce igualmente la «sabiduría de Malthus», quien previó con su «vista profética», «la monstruosa sobrepoblación que ni siquiera los inauditos progresos de la técnica del siglo pasado justifican y que, por eso, lleva consigo todo un séquito de miseria y criminalidad, de guerras y revoluciones». Se refiere también a Galton y a Pearson, cuyas ideas son discutidas hoy «en todo el mundo por los sociólogos serios» y también por grandes sabios como el fisiólogo [32] Julian Huxley, por literatos moralistas como Aldous Huxley («The brave new world») y otros.

Como naturalista, el profesor Nicolai se cuida de hacer afirmaciones temerarias; dice, por el contrario, que «las leyes en biología no suelen ser matemáticamente rigurosas». Constata desde el principio que «de los innumerables organismos que nacen, llega, en todas las especies, sólo una parte, en general muy pequeña, a la madurez» –y que, generalmente, el número de los sobrevivientes es fijo; en «promedio hay, por cada pareja de la generación anterior, siempre dos hijos que a su vez tendrán hijos».

Pero la naturaleza opera exclusivamente con «este maldito sistema de dos hijos, que muchos «modernos» llaman contraproducente e inmoral». La mayoría de los recién nacidos muere en el primer año. «Esto parece un estúpido y superfluo despilfarro de niños, fuerzas maternas y del trabajo de los padres.» En realidad, es una obra de estabilidad y de equilibrio del reino orgánico, pues son los débiles y defectuosos los que desaparecen –y «la raza se mantiene vigorosa y, por la continua selección de los mejores, puede aún perfeccionarse. La selección progresista no es una teoría, sino un hecho de la naturaleza que, dado el gran número de muertes prematuras, es además una demostrable necesidad.» {(1) En su estudio: Mortalidad infantil y natalidad (ed. «Imán», Buenos Aires 1936), el prof. Nicolai es más optimista. Con la ayuda de las estadísticas expone la evolución de la higiene, de la profilaxia y de la terapéutica que han aumentado notablemente el nivel medio de la vida, disminuyendo el porcentaje de niños muertos en sus primeros años.}

Si desde 1800, en 150 años la población de la tierra pudo triplicarse, esta «anomalía» no es causada por un aumento de la natalidad que, por el contrario, bajó enormemente, sino «al descenso más grande de la mortalidad infantil» gracias a los maravillosos adelantos de la higiene y medicina. Este hecho ha dado lugar, por una parte, a que haya menos jóvenes y más viejos, lo que significa que ciertos pueblos se han vuelto más viejos y hasta seniles –y que haya necesidad de «conservar en los viejos algo del vigor juvenil»; por otra parte, se ha llegado a esa «monstruosa sobrepoblación» que ya hemos mencionado. El profesor Nicolai reconoce que ya en tiempos de Malthus se empleaban métodos preventivos, pero que los gobiernos tronaban contra el «nuevo vicio antisocial», pues tenían necesidad de «carne de cañón para sus hazañas belicosas». No se puede [33] negar que para «la ideología guerrera el malthusianismo es realmente desastroso». Indirectamente, Nicolai confirma la teoría relativa a la «raza de los pobres» (cf. Nicéforo-Devaldés), cuando escribe sobre la selección al revés: mientras que los inteligentes tenían pocos hijos, los estúpidos y descuidados tenían muchos, «lo que es una de las razones principales de la proletarización progresiva de la sociedad». No se puede, pues, renunciar a la selección natural. Si se excluye esta selección se perjudica a las generaciones venideras y los efectos de esta sobrepoblación proletarizada, de esta «raza de los pobres» se manifestarán en todo su alcance sólo en algunos siglos, «cuando será, quizás, demasiado tarde».

El profesor Nicolai, aun deseando el progreso de la higiene, para salvar la vida de los niños «desde el punto de vista humanitario y económico igualmente», insiste en que no hay que trabar absolutamente la selección natural, pues sería un gran peligro para el porvenir; «por falta de selección, la raza se empeora: lo saben hoy todos los peritos». Lo mejor sería sustituir la selección natural que nos parece cruel, por una selección artificial. Los ganaderos y los agricultores saben que hay que seleccionar siempre las semillas y los sementales para mantener las buenas propiedades. «El fenómeno de la panmixia (degeneración por falta de selección), cuya universalidad fue demostrada por Darwin», no exceptúa al hombre.

Pero, mientras que la selección natural, a menudo ciega, requiere «tiempos geológicos y centenares o millares de generaciones para que las ínfimas ventajas de cada generación se acumulen en tal grado que sean apreciables», el hombre con su voluntad dirigida podría atacar el problema directamente y, en pocos siglos, llegaría a resultados evidentes. «La selección artificial, que ha dado estupendos éxitos en las plantas y en los animales domesticados, brindaría a la humanidad la grata oportunidad de encaminar la futura evolución humana a su voluntad y en la dirección que le parece más adecuada, creando aquellos tipos que prometen ser más útiles para su desarrollo cultural.»

Entre los medios progresivos (eugenésicos, como los llama el profesor Nicolai) se halla en primer lugar el de sustituir el déficit de la selección natural, es decir: «impedir en lo posible la procreación de padres con genes (unidades de herencia) indeseables y a favorecer la de padres con genes deseables». Así se llegará a elevar el nivel corporal, intelectual y moral de nuestra especie, en forma que apenas uno puede imaginarse. [34] Pero actualmente, no se conocen todos los detalles sobre la herencia humana... «Sólo en algunos casos se sabe cuáles son los portadores de genes indeseables, mientras se ignoran casi completamente cuáles son los portadores de genes deseables.» Por una «política dirigida de los matrimonios» se puede, por ejemplo, aumentar el número de los músicos y matemáticos, cuyos respectivos talentos son hereditarios en ciertas familias. Pero, y aquí es donde el profesor Nicolai pone el punto sobre la i: «Lo que el mundo necesita, son hombres con aptitudes más sociales en general y algunos con amplia comprensión de las necesidades sociales para orientar nuestras aspiraciones. Y de dónde y cómo podrían salir tales líderes de la humanidad es todavía un misterio; ni siquiera hay tests generalmente aceptados para descubrir a los que existen.»

Después de haber señalado que los nazi-fascistas han desacreditado la eugenesia con su falsa aplicación de esta ciencia, bajo pretextos políticos –(yo lo demostré igualmente, en el folleto Eros en el Tercer Reich, Bucarest 1945) {(1) Publicado en español bajo el título de Las anomalías sexuales de la Alemania nazi, colección El mundo al día, ed. Universo, Toulouse 1949.}–, el profesor Nicolai se ocupa de la esterilización de los transmisores de malas herencias, y del interés social de impedir estrictamente la posibilidad de procrear en casos incurables. Reconoce que hay actualmente métodos que de ningún modo perturban la salud, el bienestar, la mentalidad o la sexualidad de las respectivas «víctimas en beneficio de la salud futura»; no se violaría la personalidad: «Ella queda lo que era antes, sólo que no puede producir hijos infelices.»

La acción eugenésica debe ser preparada sistemáticamente, a pesar de las dificultades actuales. Para ser realmente eficaz, hace falta el estudio escrupuloso de familias durante, por lo menos, tres generaciones, es decir, un siglo. Lo mismo que Devaldés, el profesor Nicolai se ocupa también de la famosa familia Yuke, como ejemplo de estudio sobre los factores disgénicos. Pero no bastan las fichas de la policía, de las prisiones y de las casas de caridad. Ni el testimonio de «las tradiciones familiares» y las vagas indicaciones de orden médico. Se requiere «un examen clínico-psicológico de los individuos por expertos, junto con una exploración de sus condiciones sociales, emprendida expresamente con fines eugenésicos, la que incumbiría a otros departamentos (policía, &c.) con los que habría que colaborar». Y es necesario comenzar este examen lo antes posible, [35] ¡pues se trata de observaciones a realizar durante un siglo! Se debe preparar un cuerpo de expertos que hagan los exámenes periódicos y estudien el material así obtenido. Evidentemente esos exámenes deben ser obligatorios, para toda la población y organizados internacionalmente, teniendo en cuenta todos los desplazamientos de los miembros de una familia, de todos los demás hechos, desde el nacimiento, el matrimonio hasta la muerte. Así se hará la historia clínico-psicológica de su ascendencia (evitando los casos de paternidad incierta) y, sobre la base de ese trabajo secular se podrá comenzar en serio «con la eliminación radical de nacimientos indeseables y lograr un mejoramiento de la raza, tal que la diferencia entre los hombres del siglo XXII y los de hoy, probablemente sería mayor que entre nosotros y los hombres de las cavernas». La técnica podría hacer milagros, utilizando los consejos de la ciencia. No hay que descuidar, en fin, el desarrollo psíquico-físico –«el psíquico más que el físico».

Es el gran flagelo de la desigualdad entre el progreso moral y el progreso material, sobre lo cual hemos insistido a menudo en nuestros escritos, desde 1918. Nicolai lo dice igualmente: «Hay que adaptar la mentalidad humana a nuestra civilización, en el mismo ritmo rápido en que la técnica ha progresado, y tal rápida adaptación es imposible sin los métodos eugenésicos».

No es posible postergar más este grandioso trabajo colectivo para salvar la humanidad. «¡Estamos a última hora!» Hay que impedir con urgencia los nacimientos indeseables y, como consecuencia, «la formación de historias familiares es el único método, en todo caso el camino más corto con que se puede realizar la indispensable condición previa de llegar a una seguridad objetiva de la herencia humana.» El resultado, que nuestras generaciones contemporáneas no verán, será positivo: se podrá favorecer entonces la natalidad de aquellas familias cuya descendencia es deseable... La familia de los hombres sanos, inteligentes y libres.

¡Sobre todo libres! Pues la «raza de los pobres» es la raza de los esclavos, bajo otras denominaciones. Aplicar la ciencia eugénica, es combatir la ignorancia y la esclavitud político económica, es afrontar el gran peligro «de la proletarización creciente de la sociedad». Esta proletarización no es solamente la obra del capitalismo, de la plutocracia aliada a la teocracia y a otras fuerzas de la reacción internacional. Ella es también la obra de los proletarios mismos, de esos «partidos únicos», totalitarios a pesar de sus colores nacionales o internacionales, y cuyos jefes y la minoría dirigente, burocrática y policiaca, [36] tienen la tendencia (harto evidente antes y después de la segunda guerra mundial) de «nivelar» a los hombres –todos los pueblos, todas las categorías sociales, las masas de innumerables individuos numerados y uniformados– bajo el rodillo compresor de la miseria y del terror, del trabajo forzado, mecánico y extenuante...

Sí, «¡Estamos a última hora!» Y para salvar al individuo y a la humanidad, hay que reaccionar con urgencia ante esa proletarización universal, empleando los medios de la ciencia eugénica. Hoy, la vieja consigna política: «La emancipación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos», tiene una significación patética, trágica. Y se repite también la otra consigna: «¡Proletarios de todo el mundo, uníos!» Sí, pero para lograrlo, hay que desproletarizarse, llegando a ser hombres, sin idolatrías políticas, sin fetichismos partidarios, sin cobardías frente a los «salvadores» que no son más que verdugos. ¡Humanizarse! Ser hombres de cuerpo sano, de espíritu esclarecido, con las manos libres para realizar la propia tarea, el corazón libre para gozar de la vida en un mundo sin amos, ni en la tierra ni en el cielo... [37]

¿Que es la Vasectomía?

El proceso de Graz, que tuvo lugar durante cuatro semanas, en junio de 1933, y que terminó con el sobreseimiento del conocido sociólogo y propagandista Pierre Ramus y de los 23 camaradas acusados de «crímenes anticoncepcionales», podría haber sido considerado como una gran victoria de esta idea eugenésica, realmente revolucionaria : la vasectomía.

Después de la sangrienta represión de la revolución proletaria de febrero de 1934, el gobierno austríaco reabrió ese proceso y, sin debates, sin defensa, Pierre Ramus y 18 compañeros fueron condenados a trabajos forzados.

El promotor de la vasectomía, doctor Schmerz, tuvo oportunidad de practicar una 600 operaciones, hasta que fue denunciado por el colega. El Dr. Schmerz aplicó la teoría de Steinach, con la única diferencia que este último denominaba a la vasectomía una operación «para rejuvenecer», haciéndola a los ricos, mientras que el primero convirtió la vasectomía en un problema social y eugenésico, operando desinteresadamente a aquellos hombres, funcionarios y trabajadores, cargados de hijos, y que no querían o no podían criar otros.

La vasectomía es uno de los más simples métodos anticoncepcionales, pues su procedimiento ofrece la mayor garantía y ningún riesgo para la salud de los operados. En el proceso de Graz, todos los hombres operados reconocieron que no se encontraban menoscabados sino que, al contrario, los «esterilizados» no habían perdido su virilidad: disfrutaban de mejor salud que [38] antes. La vasectomía tiene, además, la ventaja que el operado puede recobrar el poder de fecundación mediante otra intervención quirúrgica, igualmente simple, con la condición de no exceder a cinco años de la primera intervención.

Consiste la vasectomía en ligar o seccionar los dos tubos, de una y otra parte, que conducen el respectivo esperma testicular a las vesículas seminales. Esto, empero, no disminuye la virilidad sexual ni tampoco el placer del orgasmo, de la eyaculación, por cuanto el esperma continúa produciéndose –conforme nos explica un médico en la revista española Estudios– con la única diferencia que no contiene espermatozoides, lo que se puede comprobar en el microscopio. El hombre de esta manera esterilizado no es un «castrado» ni tampoco un «impotente»; está en condiciones de disfrutar igual que antes de las relaciones sexuales.

Por otra parte, esta operación se practica también en el complemento de la prostatectomía y para combatir los efectos de la vejez prematura. Se sabe que si un órgano tiene dos funciones y si una de ellas es anulada, la otra llega a ser más activa, concentrándose en ella toda la fuerza del órgano. El testículo desempeña dos funciones: la una de producir una secreción que pasa en la sangre, determinando ciertos caracteres sexuales y modificaciones psíquico-físicas. Se ha comprobado que la prematura vejez se debe a la disminución de esta secreción interna, de la cual depende el vigor corporal y buena disposición para el trabajo.

La operación de la vasectomía no determina ninguna alteración en las demás funciones orgánicas; por el contrario, ella ejerce una influencia favorable para la salud y hasta contribuye a la curación de algunas enfermedades crónicas.

En el mismo sentido se ha expresado el Dr. Norman Hire anotando el libro: The case for sterilisation (cf. la rev. L'en Dehors, jul.-ag. 1935); la esterilización no ofrece ningún peligro; al contrario, se puede reconocer que la misma favorece la salud. Por consiguiente, el Dr. Steinach no se equivocaba, como pretendían algunos, al denominar su método «un medio de rejuvenecimiento». El procedimiento de Steinach fue puesto en duda por aquellos que no han aplicado fielmente su técnica. En lo que concierne la objeción de la «autosugestión» por parte del operado o de la «sugestión» por parte del operador, ella carece de fundamento. El Dr. Hire declara: «Tuve ocasión de examinar algunos centenares de operados que fueron [39] esterilizados y nunca observe en ellos consecuencias nocivas, sino que noté a veces una considerable mejoría».

La operación en sí no demanda más de un cuarto de hora, realizándose mediante la anestesia local. Cuando el hombre quiere recuperar la fuerza fecundante, basta colocar en su lugar la ligadura de los «canales deferentes» para que los espermatozoides puedan de nuevo penetrar en el líquido seminal. Es como en un cable eléctrico roto, para restablecer la corriente.

En algunos países (Inglaterra, Estados Unidos), donde las leyes eugenésicas comienzan a ser reconocidas, la operación de la vasectomía es aplicada a los criminales y degenerados mentales, para evitarse los efectos antisociales de sus progenituras. La «Liga para el Control de los Nacimientos» de Londres, la «Liga para el Control de la Superpoblación» de España, como también una asociación de Suecia, patrocina este procedimiento.

No obstante, existe una parte negativa de la operación. En la Alemania nazi se puso en vigor una ley de la esterilización; pero el pretexto ha tenido más bien carácter político que eugenésico. Unos degenerados que se instalaron en el poder, se valieron de esa ley, bajo el motivo de «purificación de la raza», para esterilizar a los adversarios políticos. Lo que ellos hicieron con inaudita crueldad, esterilizando radicalmente a centenares de miles de prisioneros y deportados de todos los pueblos, entre los años 1942-1945.

La operación de la vasectomía puede ser practicada también en las mujeres (uniendo las trompas); en este caso, ella es más seria y hasta peligrosa, requiriendo la operación las garantías iguales de una intervención del estado grávido. Por eso, en la vida conyugal, es preferible que el marido se someta a la operación, siendo ella muy fácil y sin determinarle riesgo alguno. De este modo, se prescinde de todos los demás medios anticoncepcionales por ser insuficientes o perjudiciales. El aborto, que tantas mujeres pagan con la vida, puede desaparecer mediante la racional práctica de la vasectomía.

Mas esta operación no es tolerada en todas partes. Oficialmente, se aplica la misma a los degenerados y criminales de algunos países: es una solución parcial y, frecuentemente, arbitraria. No es exagerado considerar la vasectomía como una verdadera revolución, no solamente en el dominio de la eugenesia, sino también en el social. Podríamos hasta decir que ella constituye la base de regeneración de la especie humana, de las [40] reformas sociales que harán desaparecer tantas enfermedades hereditarias y la guerra misma. Porque, en el fondo, la guerra no es más que el efecto de la superpoblación, tal como nos lo demostró magistralmente Manuel Devaldés, en otra de sus obras: «Crecer y multiplicarse... eso es la guerra». El equilibrio entre el número de los hombres, y los medios de subsistencia no solo es necesario, en el actual caos económico, sino también en cualquier otra sociedad que tienda hacia la verdadera justicia social y la libertad individual. [41]

Educación sexual integral

Estamos acostumbrados a creer que los problemas sexuales no pueden tratarse públicamente con la misma sencillez y precisión con que exponemos, por ejemplo, temas técnicos o económicos. Esta errónea opinión, cubrió los asuntos sexuales con un velo de misterio, convirtiéndoles en pasto de la pornografía. De suerte que el efecto obtenido es en absoluto opuesto al que deseaban los moralistas y educadores oficiales.

Los asuntos sexuales degeneran en pornografía, cuando los utilizan aquellas personas faltas de escrúpulos, cuya intención no es otra que la de comercializar con una revista o un folleto «humorístico». Al rellenarlos con alusiones, reticencias picarescas, explicaciones tendenciosas y grotescas metáforas, los temas sexuales atraen a multitud de lectores de todas edades. Así, los jóvenes acostumbrados rápidamente a considerar los asuntos de sexualismo como ridículos, vergonzosos y turbadores, hablan de ellos en secreto y leen con el mayor sigilo las publicaciones «picantes» o prohibidas.

De esta suerte, la más vital función humana hállase trivializada por una moral hipócrita. La educación sexual, que debería ser la base de las demás enseñanzas, omítese despreocupadamente, de manera que los efectos de la ignorancia en esta materia, no tardan en manifestarse.

En una serie de cuatro folletones publicados en Adevarul Literar si Artistic (Bucarest), traté ya acerca de la educación sexual integralista desde el punto de vista eugenésico y malthusiano. Analizando la obra de Manuel Devaldés, La maternidad consciente, demostré que el eugenismo es una ciencia regeneradora de la especie humana, por medio de la limitación y [42] selección de los nacimientos, lo cual no puede realizarse sin una previa educación sexual completa, así como habría de procederse a «esterilizar» a cuantos se hallan afectados por enfermedades incurables, a fin de evitar las herencias mórbidas. Es indispensable, asimismo, una nueva moral: la de la maternidad consciente, de manera que las mujeres sean un elemento activo en la labor de regeneración humana. El malthusianismo interviene eficazmente en esta cuestión mediante la llamada «ley de población». Los medios de subsistencia ponen fatalmente un límite a los nacimientos. El exceso de población intensifica la lucha por la existencia, de tal suerte, que los medios puramente eugénicos pierden eficacia; por tal motivo es necesario recurrir a la selección propuesta, consciente, a una restricción de la natalidad entre aquellos que no tienen capacidad intelectiva suficiente para practicarla por propia iniciativa y a la limitación procreatriz de quienes tienen aptitudes, procurando que los humanos estén, en cierta región, en proporción a los medios de subsistencia disponibles.

Afirmaba en los mencionados artículos que si la obra de Devaldés, que está escrita con claridad y sencillez se publicara –como folletón también– en los grandes rotativos mundiales, produciríase una transformación de la mentalidad por lo que atañe a las realidades sexuales, y el efecto se traduciría en una rápida regeneración de la especie humana.

Las mismas consideraciones nos inducen a que consideremos como necesaria, para contribuir a la educación sexual completa, una obra sobre la historia sexual de la humanidad. Es indudable que existe una evolución de las costumbres sexuales a través de las épocas, la que, si fuese conocida por todos, determinaría un cambio en la mentalidad actual. Entonces el sexualismo no se confundiría ya con la pornografía y los misterios de la maternidad dejarían de constituir un tema de discusiones lúbricas y no serían causa de depravación física y moral.

* * *

Hasta el presente, la historia de los acontecimientos determinados por apetencias, deseos o imperativos sexuales, mantuviéronse en el mayor secreto. Tan sólo un reducido número de escritores realizaron algunas investigaciones en los archivos con miras puramente históricas o documentales. Por lo general, utilizáronse aquellos datos únicamente para escribir novelitas licenciosas o anécdotas picantes. Mas cuando alguien ha querido [43] estudiar los archivos con el espíritu objetivo del científico que, al mismo tiempo, es un luchador en pro de la emancipación ética y social, ha surgido una obra radiante, que proyecta inesperada luz sobre un tema que hasta el momento había permanecido en la sombra. En esa sombra pululaban todos los errores y monstruosidades que, ahora, vemos en toda su desnudez y fealdad. Este foco luminoso hace desaparecer la atracción perversa y la sugestión obscena. El acontecimiento sexual queda situado en su verdadero lugar histórico, político, económico, religioso y estético, de manera que resulta evidente la conexión entre la sexualidad y los demás fenómenos sociales. Las figuras o los hechos históricos adquieren su significado real por medio del análisis de sus fundamentos sexuales. Epocas y naciones enteras quedan más caracterizadas mediante el estudio de sus costumbres sexuales, y no por lo que es consagrado por la así llamada «moral pública». Nerón, por ejemplo, fue un caso de patología sexual. La decadencia del Imperio Romano tiene relación directa con la degeneración y las perversiones psicofísicas de su tiempo. Algunas acciones colectivas que parecen incomprensibles y ciertas personalidades que gozan de «gloria» difusa, de fama escandalosa, adquieren una explicación definitiva por medio del análisis del hecho sexual.

Este fue el mérito de Emilio Gante, un escritor español que publicó una serie de cuadernos editados por Salud y Fuerza. La fecha: 1912, nos dice claramente que el autor no pudo examinar los problemas sexuales bajo la influencia de la psicosis consecutiva a la primera guerra mundial. En 1922, E. Armand, un ideólogo y un combatiente individualista-anarquista, empezó a traducir y publicar en su revista L'En Dehors, el estudio de Emilio Gante, con el titulo de Grandes prostituées et fameux libertins. De traductor, E. Armand pasó a colaborar; el estudio fue ampliado, enriquecido con datos entresacados de los archivos franceses, con lo que la obra adquirió mayores vuelos. El libro de E. Armand empieza en la prehistoria y termina en la «inquietud sexual» de nuestro tiempo. En 82 folletones –reunidos más tarde en volumen {(1) Con el título Prostitution et Libertinage. La versión rumana, realizada en 1932 por Eugen Relgis, es accesible al gran público y constituye un resumen de 256 páginas.}– el autor ha realizado un inmenso fresco, dejando que los hechos hablen por sí solos, a veces algo brutalmente, debido a que fueron siempre desnaturalizados, atenuados, cuando no ocultos bajo siete sellos o, al contrario, mencionados tan solo ora con irónico desprecio, ora con sádico placer. [44]

Desde el comienzo, E. Armand procura hacer observar la diferencia existente entre la prostitución y el libertinaje a fin de que comprendamos perfectamente sus puntos de vista. La prostitución es el «amor» que se vende. El libertinaje es una especie de hipertrofia de los placeres carnales, un insatisfecho deseo de los sensorios pervertidos.

Según estas definiciones elementales el hombre y la mujer se prostituyen cuando entregan su cuerpo por intereses mezquinos, para crearse una fortuna o para aumentarla, e incluso para conquistarse «una posición social». Todo aquel que se entrega por un salario o por un regalo, entra en la categoría de los prostituídos. A causa de su constitución fisiológica y psíquica, es corriente que sean las mujeres quienes dan contingentes a la prostitución. (Creemos no obstante, que a este respecto no es posible desconocer las condiciones sociales-económicas de las mujeres). Por otra parte, no solo los hombres forman la falange de libertinos, sino también aquellas mujeres que sufren perturbaciones nerviosas a causa de la exageración de las monstruosidades sexuales, que hacen considerar al libertinaje como más odioso que la prostitución.

No hay límites fijos, entre la prostitución y el libertinaje, pues, en muchas épocas, ambos se confunden y se sostienen mutuamente. Así, el hombre que desea a una mujer tan solo para satisfacer sus desnaturalizados instintos, es un libertino; pero la mujer que se presta a complacerle mediante una cantidad de dinero, es una prostituta. Un onanista es un libertino, porque practica actos antinaturales; pero se convierte también en prostituto si su acto está determinado por la necesidad o el deseo de economizar el dinero que debería hacer efectivo a una prostituta de oficio. La insaciable Mesalina era una libertina porque frecuentaba una casa de prostitución; pero era también una prostituta, porque aceptaba dinero u obsequios en pago de sus favores. Cesar mantenía relaciones sexuales con el rey Menelao; ambos eran libertinos y también prostituídos, porque esperaban obtener ventajas materiales con una alianza política basada en sus relaciones anormales. Igualmente es una prostituta la viuda o la divorciada que atrae a otro hombre para crearse una «nueva posición»; la mujer de edad avanzada que seduce a un muchacho es una libertina, pero si el joven aprovecha esta situación para alcanzar ventajas, es un prostituido...

Por medio de estos ejemplos, el autor ha querido hacer una distinción entre dos términos que la mayoría de las gentes confunden más bien por interés que por ignorancia. Sabiendo lo [45] que es la prostitución y qué el libertinaje, el lector podrá seguir sin dificultades la historia sexual de la humanidad que E. Armand, según Emilio Gante, se ha esforzado en explicarnos llanamente, basándose en documentos de irrecusable autenticidad. Conocer los motivos reales que determinaron hechos que se han calificado sencillamente como históricos, proporciona nuevos aspectos, por demás sugestivos, al acontecimiento objeto de análisis. Como consecuencia de semejante estudio, algunas glorias personales se desplomarán. Pero, lo que debe retenerse, es grabar en nuestro entendimiento la necesidad ineludible de introducir modificaciones esenciales en la mentalidad colectiva, que, al mantener en la sombra la cuestión sexual, contribuyó a pervertir y a hacerlo objeto de deleznable explotación, este acto vital. El instinto genésico debe salvaguardarse contra cualquier intento de trivialismo y desnaturalización, los que son tanto más remuneradores cuanto la ignorancia sexual es más rigurosamente conservada por una falsa educación. La verdad no tiene otros enemigos que aquellos que lo son también del progreso humano.

* * *

E. Armand, que hace gala de una documentación inmensa, finaliza su estudio declarando que nuestro siglo se caracteriza como una época de «inquietud sexual». La moral religiosa, así como la ética laica, son incapaces de hacer feliz al individuo que no quiere someterse a las restricciones caducas. La neurosis moderna tan solo puede calmarse mediante una nueva ética sexual.

La pornografía, que no es otra cosa que la explotación comercial de la curiosidad sexológica, pervierte los instintos genésicos. Por contraste, los predicadores y los educadores condenan el nudismo, que es tanto más vulgar y banal cuanto más se adorna o envuelve de misterio. La desnudez pura, admitida en arte, será reconocida como beneficiosa y saludable –y, por lo tanto, practicada sin restricciones en la vida cotidiana– cuando deja de tener un significado exclusivamente sexual.

Los moralistas oficiosos son igualmente presas de dicha «inquietud sexual». Los sacerdotes, los legisladores, los pedagogos, obsesionados por el sensualismo natural del hombre, intentan desviarlo por medio de «leyes» que no producen más efecto que el de aumentar la prostitución y desnaturalizar las formas elementales del sexualismo. La influencia de los [46] alcahuetes, de los profesionales de la pornografía es tan nefasta como la de los políticos de oficio. El pornógrafo suscita la prostitución carnal con el mismo afán que el político cultiva la prostitución «cívica».

La inquietud sexual puede hallar un remedio eficaz en la educación íntegra, que es una enseñanza lisa y llanamente «anatómica y técnica, basada en la ciencia». La educación integral debe habituar al hombre y a la mujer a escribir o conversar acerca de cualquier tema sexual con la misma naturalidad e igual desenvoltura con que trataría determinado asunto de la vida cotidiana. De esta suerte, todo aquello que los sacerdotes o los... pornógrafos hipócritas consideran inmoral, demostrará ser una realidad «sometida» a instintos naturales, pero libre a causa de la voluntad o las tendencias psíquicas individuales.

En el mismo sentido se expresa también Havelock Ellis, especializado en estos problemas y cuyos estudios de «psicología sexual» gozan de una autoridad excepcional. Se pronuncia decididamente por la educación sexual integral, que considera como «un deber y como un privilegio de la madre.» Cree que la iniciación del niño tiene la misma importancia que su alimentación. Considerando peligroso el sistema del silencio en materia sexual, Havelock Ellis exige «la igualdad pedagógica-social de los sexos» demostrando, entre otras cosas, que la invalidez de las mujeres es debida sobre todo a la negligencia higiénica. No vacila en examinar también el nudismo en forma documentada y del punto de vista sexológico, exponiendo su evolución en el decurso de los siglos, para descubrir consiguientemente su verdadero valor biológico y espiritual.

En lo que concierne a la «voluptuosidad» sexual, hay asimismo quienes creen que puede e incluso debe ser depurada y situada en el mismo nivel de las otras «emociones», estéticas, literarias, teatrales, musicales. El sexualismo no es inferior a las «artes consagradas».

El exceso de moral conduce a la patología sexual. Es lo que nos ha demostrado Freud. La ignorancia y la hipocresía que rodean a todo cuanto tiene alguna relación con las facultades genésicas, producen todas aquellas perversiones que los moralistas combaten ciegamente. El único camino que nos conducirá a la supresión de semejantes lacras, es el de mostrar a la luz de la verdad estos fenómenos naturales, que se convirtieron en misteriosos al explotarlos una casta de cínicos brutales e imbéciles egoístas.

Eugen RELGIS

 

Folleto de 48 páginas, número 27 (lleva fecha de 15 de mayo de 1950) de la colección El Mundo al día (Cahiers mensuels de Culture), publicada por Ediciones «Universo» (29, Rue des Couteliers, Toulouse).


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Eugen Relgis (1895-1987)
Humanitarismo y Eugenismo (1950)