Filosofía en español 
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Homenaje a Félix VarelaSociedad Cubana de Filosofía (exilio)1 2 3 4 5 6

Félix Cruz-Álvarez

Introducción al pensamiento político del Padre Félix Varela

La presencia del Padre Varela en la formación del pensamiento político cubano es el resultado de la convergencia sobre Cuba, en el primer cuarto del siglo XIX, de tres factores indispensables para el logro de toda entidad histórica: el personal, o sea, el hombre de mente visionaria y temperamento práctico, capaz de elaborar un cuerpo de doctrina suficiente para fundar una nación; el ideológico, la interpretación del pensamiento de su época aplicándolo a un propósito vital; y el ambiental, la concurrencia de elementos sociales, políticos y culturales que establezcan el escenario adecuado para la acción.

Varela fue, sin duda, la inteligencia más clara del siglo XIX cubano, y el revolucionario más radical.

Una vez situado en el camino de la independencia, no admitió transacciones ni desvíos. Para él, la causa de la insurgencia cubana estaba en el régimen colonial y absolutista, y en el espíritu cubano, ya bien definido, como nación. De la colonia de criollos prósperos que planeara Arango y Parreño, nada queda en el pensamiento de Varela.

Estas ideas crecieron en él por el contacto con la realidad histórico-política, que vivió intensamente, tanto dentro de Cuba, donde tuvo el apoyo franco del Obispo Espada,{1} uno de los prohombres de la Ilustración en la Isla, y en sus largos años de vida extranjera, [88] desde los combativos de las Cortes Españolas hasta los fecundísimos de su destierro en los Estados Unidos. Aquí fue el patriota, el sacerdote y el hombre, dentro del ámbito de su fe católica fielmente observada, el que desarrolló la tarea fundacional más profunda que registran los anales del pueblo cubano.

La reforma de los estudios filosóficos iniciada por el Pbro. José Agustín Caballero, en el Seminario de San Carlos,{2} renovando no sólo los métodos de enseñanza sino también la temática de los estudios, fue culminada por Varela al dar entrada en su cátedra a todas las doctrinas filosóficas de su tiempo, sin desmedro de su alta posición tomista, pero reconociendo la necesidad de los nuevos enfoques en el campo del intelecto.{3}

Varela fue un creyente en los derechos del hombre y del ciudadano, y en su ideario refleja los postulados de la filosofía del así llamado Siglo de las luces, que fue el fermento, unido al acontecer socio-económico, que traería la independencia de las colonias españolas en América.

De ahí su radicalismo político, su total intransigencia contra toda posición contraria a la independencia de Cuba, como bien lo expresa en su postura tajantemente revolucionaria y separatista, con meridiana claridad, cuando escribe:

«Yo soy el primero que estoy contra la unión de la Isla a ningún gobierno, y desearía verla tan Isla en política como lo es en la naturaleza.»{4}

En su celo rebelde, rechaza la potencial ayuda de la Gran Colombia, prefiriendo la acción directa de los cubanos dentro de Cuba.{5}

Este radicalismo cubanísimo es la clave para entender el pensamiento político de Varela. [89] No fue un demagogo ni un iluso. Hombre de fe, y al mismo tiempo eminentemente racional, dio a su obra el rigor intelectual del análisis frío, sin despojarla del amor patriótico.

El exilio fue para él una continuación de su cátedra de Derecho Constitucional en el Seminario de San Carlos, donde forjó a Luz y Caballero y a José Manuel Mestre. Con su actividad en Cuba, en España, en los Estados Unidos durante los treinta años de su infatigable destierro, Varela dio solidez racional y objetiva al pensamiento político cubano.

Era un temperamento lógico lleno de piedad, crecido bajo el influjo casi pragmatista del Padre José Agustín Caballero, seguidor, en cuanto a erradicar la futilidad escolástica de las cuestiones filosóficas, del dominico Melchor Cano, uno de los cerebros españoles mejor organizados del siglo XVI.{6}

El sentido cristiano de la vida, la concepción católica del hombre y la interpretación racional del ciudadano, constituyen los puntos fundamentales en el análisis del pensamiento de Varela.

En el momento histórico que le tocó vivir, y en el cual fue una figura de primer orden, fue el cubano que supo recoger las esencias vitales y las necesidades reales de su pueblo.

Si Martí fue la pasión creadora, Varela fue el método, el germen certero y fecundante, fundador del concepto espiritualista de la nación cubana, que alcanzaría su índice máximo en el Apóstol.

La historia de Cuba puede desprenderse de muchos aspectos que sólo la afectan tangencialmente. Pero el que quiera comprender el origen de la nación cubana, no puede prescindir de estudiar a Varela, cuyo pensamiento político, si fue decisivo en la gesta nacional, aún continúa vigente.

Un aspecto capital en la doctrina política del Padre Varela es la acertada y estricta definición de los vocablos. En esto es un adelantado dentro del desarrollo del tiempo histórico, pues el uso de las palabras, dándoles un sentido u otro, para calificar o definir una situación o teoría, [90] es cuestión de las más actuales corrientes ideológicas y aparece como eje de toda labor propagandística y doctrinaria de nuestra edad. Es la llamada semántica política.

No fue ignorada esta circunstancia por Varela. De ahí que el vocablo revolución cobre para él un exacto sentido de acción libertadora para promover a su vez el orden nuevo que traiga el bienestar social.

Para el gobierno de la Colonia, el adjetivo y el nombre de revolucionario se aplicaba al trastornador de los principios; pero poniendo en la frase la idea de destrucción y desquiciamiento.{7} Varela lo refuta muy certeramente, dando los dos conceptos que para él tenía la palabra revolucionaria.

El falso, bajo el cual se amparan los opresores, quienes atentan contra la voluntad y las reales necesidades del país, estableciendo el despotismo con el consiguiente daño a todo el cuerpo nacional. Hoy, los comunistas, y muy en especial el régimen de Fidel Castro, se autotitulan revolucionarios. Dice Varela, rechazándolos:

«Estoy contra ellos, porque tengo por tales a todos los que conociendo las necesidades de un pueblo, sus peligros, los medios de evitarlos, las ventajas de la aplicación oportuna de estos medios y la voluntad general de que se apliquen cuanto antes, se obstinan sin embargo en contrariarla, buscan todos los recursos para indisponer los ánimos y radicar la opresión y por intereses personalísimos mal entendidos sacrifican los de todo un pueblo.»{8}

Estas palabras de Varela son proféticas. Tuvo la visión clara del fariseísmo pseudorrevolucionario y de las tiranías que se amparan bajo el membrete de revolución popular.

Para él, revolución verdadera era aquella que traía los cambios necesarios para mejorar y acrecer los bienes espirituales y materiales de un pueblo, salvando su libertad.

Tuvo muy presente el concepto de nación, identificándolo con su carácter humano, es decir, con los hombres que la integran, como lo hace al definir a España: [91]

«La España no es el territorio, son los españoles. Sí, mi amigo, las repúblicas del continente americano son la España libre, que para serlo ha sacudido el yugo de un amo, y ha jurado no sufrirlo jamás.»{9}

Esto explica su concepto del verdadero revolucionario, el cual resume así:

«Todo el que trabaja por alterar un orden de cosas contrario al bien de un pueblo.»{10}

Y añade, señalando su postura radical en aquellos momentos cuando aún no estaba totalmente madura la idea separatista:

«Yo me glorio de contarme entre esos revolucionarios.»{11}

Varela es nuestro primer formidable turbulento, que plantea en términos radicales de verdadera revolución separatista, orientada hacia el bien del país, la problemática cubana de entonces.

Su pensamiento político se movió con dificultad en medio de la confianza reformista que representaban los sectores moderados dentro de Cuba, y resistió los embates del anexionismo que se gestaba en el destierro. Pero él se mantuvo inflexible. Su agonía de Patria, sólo terminada con su muerte en 1853, año en que nació Martí, tuvo el mismo fervor predicante y obsesivo que la del Apóstol que luego vendría. No hay solución de continuidad entre el ideario de Varela y el de Martí. Es más, no puede concebirse el pensamiento martiano sin la raíz político-espiritual que le sembró Varela con su labor precursora. Quizá la única diferencia está en el tono. Martí es angélico; Varela, el sacerdote, es ríspido.

Cuando tiene que enjuiciar, es duro, ácidamente franco. Hoy, en medio del confusionismo producto de los devaneos ideológicos, suena con metal de actualidad su palabra contra los falsarios del sacerdocio:

«Otra de las máscaras que mejor encubren a los pícaros, dice, es la religión. Estos enmascarados agregan a su perfidia el más execrable sacrilegio. [92] Se constituyen defensores natos de una religión que no observan, y que a veces detestan. En una palabra, ellos conocen el influjo de las ideas religiosas, y saben manejarlas en su favor.»{12}

Suena áspera su voz; pero es la denuncia de un sacerdote verdadero, dotado, a la vez, del entendimiento político mejor organizado de su tiempo. Sabe perfectamente a lo que se refiere, y apunta, con su señalamiento viril, la urgencia de remedio que tiene la clase sacerdotal, la que quiere incorporar al servicio de la libertad. No ignora los ejemplos de Hidalgo y de Morelos.

Las palabras de Varela conservan un profundo valor de advertencia, no sólo en lo que de defensa de la Fe encierran, sino en cuanto constituyen máximas de acción práctica frente a la penetración del enemigo comunista.

Fue fiel a su ideario hasta su muerte, como fue fiel a su religión. Tocó las puertas de la santidad. Dice Medardo Vitier, escritor no católico y uno de los mejores ensayistas y pensadores del siglo XX cubano:

«La visión de la patria lo transportaba, del jergón miserable en que murió a los primeros años del siglo cuando él innovaba, reformaba, encendía la fe en los espíritus.»{13}

La nación cubana tuvo en Varela el visionario y el político realista que concibió y definió la tarea de la revolución, clarificando el vocabulario político que serviría de órgano expresivo a su sensato radicalismo. Sobre su doctrina se levantaría la rebeldía liberal del 68 y la cruzada apostólica de Martí.

Llegado el momento de ubicar políticamente al Padre Varela, se hace necesario estudiarlo en el ámbito ideológico de su tiempo. El último cuarto del siglo XVIII y el primero del XIX constituyen el período de formación política del sacerdote cubano, quien, sin separarse ni un ápice de la ortodoxia católica, [93] toma posición dentro del liberalismo nacido de la Enciclopedia y de la Revolución Francesa.

No quiere decir esto que Varela adoptara la actitud de un jacobino. El movimiento liberal francés, que se reflejara en los españoles revolucionarios de 1812 y 1820, estableció, por encima de la violencia externa representada en la guillotina, un grupo de principios esenciales, plasmados en la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano. Estos principios fueron la expresión política de lo que en economía señalara Adam Smith con posterioridad a los fisiócratas franceses, que tanto dieron que hablar en Europa desde la Corte de los Borbones hasta la de Catalina II de Rusia.

En Cuba, y por instancias y apoyo del Obispo Espada, liberal de raíz, Varela se convierte en el expositor y comentarista de la Constitución de 1812. En sus Observaciones sobre la constitución de la monarquía española, fruto de sus explicaciones de Derecho Constitucional en su cátedra del Seminario de San Carlos, en La Habana, Varela se extiende en consideraciones precisas sobre el alcance y propósitos de la Carta constitucional que regía para España y su colonias de Ultramar. No se queda el Presbítero en meras especulaciones doctrinales. De los principios universales, nacidos al calor del liberalismo francés, prendido en España a través de los mejores cerebros del siglo XVIII, pasa a conclusiones de carácter práctico y de intención radical, sobre la función de esos principios en la Isla de Cuba. El sacerdote-profesor entraba a innovar, desde su cátedra, y con gran influencia sobre un público no sólo estudiantil, los conceptos de gobierno y de derechos y deberes en su misma Patria.

Dice Medardo Vitier comentando el estatuto constitucional de 1812:

«La división de los poderes públicos, conforme a la conocida doctrina de Montesquieu, en su Espíritu de las leyes, aparece bien explícita, y es sabido que ese principio se estimaba como garantía de libertad.»{14}

Ya puede imaginarse el impacto de dicha doctrina dentro del ambiente cubano. Todavía en las redes del despotismo ilustrado, [94] no obstante las sanas influencias del Obispo Espada y del P. José Agustín Caballero, Cuba volvía a encontrar el camino de la libertad. Fue necesaria esta actividad teórica para preparar las vías del constitucionalismo revolucionario de Guáimaro en 1869.

Para Adolfo de Posada, tratadista español y profesor de Derecho Político, la Constitución de 1812, restaurada en España y sus colonias tras la revolución de Riego en 1820, era individualista, y como tal, amparadora de los derechos del hombre.{15}

No se trataba, por consiguiente, que Varela explicara su curso de Derecho Constitucional con más o menos éxito. Lo importante fue que de sus interpretaciones surgió un ideario completo sobre el concepto jurídico y político del hombre y del ciudadano, y muy en especial del cubano como sujeto de derechos y deberes, tal como se mostraría en el proyecto de estatuto autonómico que presentó a las Cortes el 4 de marzo de 1823.

Este fue un paso prudente de Varela. Hombre dotado de una clara intuición política, adelantó con su solicitud de autonomía para Cuba el consiguiente paso hacia la independencia total. En el Preámbulo de este proyecto, conocido como Instrucción para el gobierno económico-político de las provincias de Ultramar, dice Varela:

«Es innegable que la naturaleza separando en tanto grado ambos hemisferios, hace muy desventajosa la suerte de aquellos moradores y presenta obstáculos a su unión política, que sólo pueden removerse confiando, a los que tienen su felicidad identificada con la de aquel suelo, ya por naturaleza, ya por adopción, la vigilancia sobre el cumplimiento de las leyes.»{16}

Esto ponía en las manos de los criollos el gobierno insular. Los acontecimientos de ese mismo año de 1823, cuando las tropas de la Santa Alianza devolvieron el poder absoluto a Fernando VII, quien disolvió las Cortes y condenó a muerte a Varela y otros diputados, obligándolos a tomar refugio fuera de España y sus colonias, dieron al traste con los proyectos de nuestro sacerdote-diputado, quien al votar la incapacidad del Rey, [95] abrió definitivamente el abismo entre él como patriota y el gobierno colonial de Cuba.

Resulta curioso que este documento, encontrado por José María Chacón y Calvo en el Archivo General de Indias, en Sevilla, formara parte de un legajo rotulado Sublevación de América.

Concluyendo, la labor de Varela como profesor de Derecho Constitucional y diputado ante las Cortes, lo definen como un luchador activísimo dentro de las ideas liberales de su siglo, ideas que aplicadas a la causa de la independencia de Cuba, engendraron un organismo influyente de ideas redentoras que indicaron los rumbos del futuro, haciendo de Varela el primer apóstol de la libertad cubana.

A partir de su destierro, en 1823, el Padre Varela dedica todas sus energías al apostolado de la Iglesia y a la causa del separatismo.

Desde Filadelfia y New York realiza una labor constante, a través de las páginas de El Habanero, y en sus contactos con todos los factores revolucionarios y reformistas, dentro y fuera de Cuba, Varela fue creando una conciencia nacional basada en el criterio de la independencia, totalmente opuesta a la teoría de compromiso planteada por Arango y Parreño.

Esta pugna ideológica tuvo otro ángulo, determinando así la estructuración tripartita de la historia política de Cuba durante el siglo XIX. Esta posición, pretendida síntesis de las otras dos, fue el anexionismo.

El anexionismo tomaba del ideal separatista el repudio del vínculo con España; pero abogaba por la integración de Cuba a la gran nación norteamericana. Frustraba, por consiguiente, la buscada independencia, determinando la desaparición de Cuba como nación al ser absorbidas su cultura y economía por la creciente república vecina.

La teoría de compromiso reformista, de hondo contenido económico, pues se apoyaba en las aspiraciones y necesidades de los hacendados esclavistas, era resueltamente pro-española, no admitiendo la posibilidad de separar a Cuba de la Metrópoli.

Varela fue radicalmente separatista. [96]

Después de fracasadas las Cortes de Cádiz por la reacción absolutista de 1823, Varela rechaza cualquier proyecto de autonomía. Para él, la única solución posible en el caso cubano era la independencia total, la Isla espiritual y natural, como se ha dicho, glosando sus palabras, en otra parte de este estudio. Pero también veta la teoría anexionista, sustentada por valiosos cubanos, algunos de ellos discípulos suyos, o revolucionarios del prestigio y valor de Gaspar Betancourt Cisneros (El Lugareño).

Cuando en 1849 El Lugareño visita por segunda vez a Varela, invitándolo a encabezar el movimiento revolucionario dentro de Cuba, con fines anexionistas, Varela se niega rotundamente.{17} Él aspira a la independencia absoluta.

Esta actitud de firmeza en sus convicciones la demuestra también ante la cómoda postura de la transigencia, llamada posibilismo, que contaba entre sus sustentadores, de alto nivel humanista, a José Antonio Saco y Domingo del Monte.{18}

Sus hermanas quieren que acepte las condiciones de un compromiso que puede traer reformas, y le piden que regrese a Cuba. Es en 1842. Su respuesta es la de un verdadero cristiano y patriota:

«Sólo puedo contestarte a tu carta melancólica recordándote nuestro deber de conformismo con la voluntad de Dios. Mi separación de mi patria es inevitable, y en esto convienen mis más fieles amigos. Acaso yo he tenido la culpa por haberla querido demasiado, pero he aquí una sola culpa de que no me arrepiento.»{19}

La postura de Varela en cuanto a este debatido tema del anexionismo queda más que esclarecida. De igual manera, su negativa a cualquier transacción con la tiranía. Espíritu profundamente liberal en política –en el verdadero y humano sentido de la palabra liberal–, no podía aceptar como soluciones la liquidación de las esencias nacionales o la reforma que, si quizás beneficiosa en su momento en cuanto a la economía y la política a la luz del pensamiento moderado, [97] era perniciosa y disolvente en lo espiritual. Para Varela, ética y política eran inseparables.

De ahí que se fuera quedando solo. La intransigencia revolucionaria de 1823 se fue apagando. Con excepciones, como el levantamiento de Joaquín de Agüero y otros hechos esporádicos, la lucha contra España trazó sus rumbos por el anexionismo, ya prácticamente liquidado hacia 1860, y por el reformismo, que plegaría sus banderas cuando el fracaso de la Junta de Información, abriendo paso al estallido revolucionario separatista de 1868.

Varela murió en 1853. Tuvo tiempo de encontrarse olvidado. Unos pocos de sus discípulos, ninguno seguidor de sus ideas, lo recordaban. Cometieron el error de pensar que el maestro por excelencia estaba equivocado, pues, como dice Hernández Travieso en su biografía,

«el Lugareño no percibió que ni anexionismo ni posibilismo era lo que esperaba de ellos, sino Independencia.»{20}

Hasta su muerte fue consecuente con sus ideas, ya maduradas y hechas credo político en 1823. Cuando fue a las Cortes como diputado, ya el concepto de revolución como vía de redención para Cuba estaba forjado, a pesar de su proyecto o estatuto de reformas para las provincias de Ultramar. Esto lo comprendieron muy bien Tomás Gener y Leonardo Santos Suárez, los moderados que lo acompañaban. Varela fue así el verdadero fundador de nuestra nacionalidad.{21}

Tráigase a la luz de hoy su intransigencia patriótica frente al conformismo, a la equivocada coexistencia o a la velada aspiración anexionista, y podrá apreciarse cómo es de valor actual, y por consiguiente necesario, el estudio del ideario político del Padre Varela.

Si la ética más elevada y el sentido idealista de la vida informan el pensamiento del Padre Varela, también, [98] y como señal más evidente del hombre político que era, la concepción realista de la situación histórica y la apreciación de los elementos racionales que podían conducir al triunfo de la libertad son características primordiales de su quehacer intelectual.

Varela no tiene una idea partidista de la causa cubana, no se ata o encierra en un sector determinado cuando enfoca la necesidad del cambio político, precisamente porque en él existe la idea de nación. Cuba no es ya la colonia que tiene que buscar su desarrollo independiente a la sombra de otro poder extraño o en la fusión con las repúblicas continentales. Cuba, para Varela, ya es la nación que reclama soberanía e independencia. El criollo insular, en el pensamiento de Varela, es cubano, por adjetivo y por esencia.

Con estos principios, Varela contempla, desde su destierro, la problemática cubana. Quiere conocer los factores que ayuden a conseguir la libertad, y aquellos otros que la demoran o la estorban. Hombre eminentemente democrático, no aspira ni exige la uniformidad en las ideas, pero sí reclama la unión en los propósitos para alcanzar la independencia. La desunión es funesta para la causa de la nación cubana. Y así lo señala:

«La terrible arma de la desunión, manejada por los mismos que la quieren, es la que ha causado y causa más estrago en la isla de Cuba, pues ya se consigne, ya se finja, ya se exagere, siempre ¡ah! siempre sus golpes son mortales. Quiera Dios que un desengaño oportuno embote sus filos.»{22}

La formidable actualidad que las palabras de Varela tienen reafirman su condición de político realista. Examina con lucidez la situación cubana en aquel momento de confusión tremenda, cuando las fuerzas de la libertad parecen dispersas o desorientadas dentro y fuera de Cuba. Ya se ha estudiado su posición frente al anexionismo y al posibilismo, su negativa a toda actitud reformista que no trajera, como conclusión indispensable, la independencia de Cuba.

La desunión fue la piedra angular en el lento camino de la nación cubana hacia su plenitud. [99] Y Varela señala no sólo el hecho de la desunión, sino el interés pérfido que la movía. En el destierro del siglo XX, esta visión de Varela tiene una poderosa actualidad. Precisamente por su concepción realista del acontecer político, el pensamiento de Varela, idealista, no se pierde en los limbos de la teorización. Varela tiene olfato político, es político nato. No hubo entre sus contemporáneos una mente más clara para el entendimiento del problema cubano.

El realismo de Varela le hizo comprender que una cosa era la unión entre los militantes y otra la unanimidad de criterio entre los habitantes de la Isla. Estaba perfectamente claro para él el panorama. Había cubanos que querían la libertad, y había criollos fernandinos, integristas, recalcitrantes en continuar unidos a la monarquía española. No podía esperarse, pues, a que una opinión común y general pidiera la independencia. Eso, más que un error de perspectiva, era una cautelosa actitud de moderación y conveniencia personal. El radicalismo que postulaba Varela no podía ser grato a los cubanos esclavistas amparados en su tráfico inhumano, ni podía ser aceptado por los que de una manera u otra detentaban honores y privilegios provenientes de la Península. Por otra parte, los estragos y sufrimientos que trajeron las guerras de independencia en su natural ejercicio de la violencia, llenaban de pavor a muchos de los habitantes de la Isla. No obstante, eso no podía ser un freno para la causa de la libertad cubana. La independencia se tenía que lograr con el concurso de las minorías decididas. La aspiración o pretensión de unanimidad era una forma de ocultar el egoísmo. Así lo expresa Varela:

«Hay un error funestísimo difundido entre muchas personas de La Habana, que no puedo pasar en silencio al terminar este artículo. Aspiran o fingen aspirar a una conformidad absoluta en la opinión, como indispensable para un cambio político. Esto equivale a un no quiero disimulado con una convicción. ¿En qué país, en qué ciudad de ideas, cuando se trata de objetos de infinitas relaciones y que excitan infinitos intereses? ¿Qué cambio político, o qué negocio de alguna importancia se habría decidido en pueblo alguno si prevaleciesen tales principios?»{23} [100]

Vuelve el realismo de Varela a poner en actualidad su pensamiento. Este falso concepto de la unanimidad necesaria para llevar a cabo la labor de la libertad, también es hoy un lastre en el camino de la independencia cubana. Basta, pues, volver al pensamiento de Varela para encontrar la solución y la interpretación certera de la posición acomodaticia de los que quieren eludir el sacrificio.

Entonces como ahora, los recursos económicos eran indispensables para el logro de los fines revolucionarios, y junto a lo económico, los recursos aún más valiosos del talento. Los enemigos de la libertad solían atribuir a los cubanos de espíritu libre todas las faltas y todas las lacras, con el fin de quitar prestigio a la causa de la independencia, pero, muy en especial, restarle ayuda económica, la cual tenía que venir, forzosamente, de las clases pudientes del país, dadas las condiciones de Cuba en aquella época, cuando un destierro pobre, escaso y disperso, muy poco podía hacer en la acción práctica. Varela va al centro de la cuestión, con la vara del patriotismo. Dice:

«No ha habido intención depravada que no se haya atribuido a los que se atrevieron a decir: seamos libres. ¿Faltan luces? Hubiéranlas dado los que las tienen. ¿Faltaba prestigio? Hubiéranse acordado muchos que lo tienen, que lo deben a la Patria. ¿Faltaba dinero? Bastante gastan inútil, y aun diré inicuamente, muchos que se llaman patriotas.»{24}

Aquí está Varela en político hablando claro, con una apreciación realista de la situación cubana que no tuvo la mayoría de sus compatriotas. Hoy tiene vigencia el pensamiento de Varela. El que nos enseñó a pensar, nos enseña el camino para el logro de la libertad.

Félix Cruz-Álvarez
Biscayne College

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{1} César García Pons, El Obispo Espada y su influencia en la cultura cubana (La Habana. Publicaciones del Ministerio de Educación, 1951), pp. 143-151.

{2} César García Pons, op. cit., pp. 143-144.

{3} Padre Félix Varela, Instituciones de filosofía ecléctica, publicadas para uso de la juventud estudiosa: Texto latino, trad. castellana por Antonio Regalado González, La Habana: reimp. Ed. de la Universidad de La Habana, Biblioteca de autores cubanos, núm. 19, Cultural, S.A., 1952.

{4} Padre Félix Varela, «Paralelo entre la revolución que puede formarse en la isla de Cuba por sus mismos habitantes, y la que se formaría por la invasión de tropas extranjeras», El Habanero (Papel político, científico y literario), Tomo I, núm. 3, Filadelfia: Imp. de Stavely y Bringhurst, 1825. Reimp.: Miami, Revista IDEAL, 1974, pp. 94-95.

{5} Padre Félix Varela, El Habanero, ibíd., p. 93.

{6} Aurelio Mitjans, Estudio sobre el movimiento científico y literario de Cuba (La Habana: reimp. Consejo Nacional de Cultura, 1963), pp. 88-89.

{7} Padre Félix Varela, «Diálogo que han tenido en esta ciudad un español partidario de la independencia de la Isla de Cuba y un paisano suyo antiindependiente», El Habanero (Papel político, científico y literario), Tomo I, Núm. 1, Filadelfia: Imp. de Stavely y Bringhurst, 1824; reimp. Revista IDEAL, Miami, 1974, p. 105.

{8} Padre Félix Varela, op. cit., p. 105.

{9} Ibíd., p. 107.

{10} Ibíd., p. 106.

{11} Ibíd., p. 106.

{12} Antonio Hernández Travieso, El Padre Varela: Biografía del forjador de la conciencia cubana, La Habana: Biblioteca de Historia, Filosofía y Sociología, vol. XXVIII, Jesús Montero, editor, 1940, p. 305.

{13} Medardo Vitier, Las ideas en Cuba, tomo I, La Habana: ed. Trópico, 1938, p. 123.

{14} Medardo Vitier, Las ideas en Cuba, Tomo I, La Habana: Trópico, 1938; reimp. Mnemosyne Publishing Co., Miami, 1969, p. 118.

{15} Vitier; op. cit., p. 117.

{16} Ibíd., pp. 120-121.

{17} Antonio Hernández Travieso, El Padre Varela (Biografía del forjador de la conciencia cubana), La Habana: J. Montero, Biblioteca de Historia, Filosofía y Sociología, vol. XXVIII, 1949, p. 444.

{18} Op. cit., p. 444.

{19} Ibíd., p. 444.

{20} Ibíd, p. 445.

{21} José Antonio Fernández de Castro, Ensayos cubanos de historia y de crítica, La Habana: J. Montero, Biblioteca de Historia, Filosofía y Sociología, vol. XIII, 1943, p. 44.

{22} Padre Félix Varela, El Habanero (Papel político, científico y literario), Miami: reimp., Revista Ideal, 1974, p. 174.

{23} Varela, op. cit.; p. 190.

{24} Ibíd., p. 193.

[ Homenaje a Félix Varela, Miami 1979, páginas 87-100. ]