Filosofía en español 
Filosofía en español

 
Anselmo Herranz · 1864-1935
 
Compendio de Historia de la Filosofía · índice

Compendio de Historia de la Filosofía ❧ Barcelona 1915 · segunda edición · páginas 323-345
→ confrontar esta versión con la cuarta edición de 1933
 

Capítulo XX
La Filosofía en España durante el siglo XIX

Durante el siglo XIX España ha estado en plena decadencia, lo mismo como nación que en las manifestaciones todas de su energía científica, que por modo tan glorioso se manifestó en el siglo de oro de nuestra nacionalidad; y toda nuestra filosofía, si se exceptúan tres o cuatro pensadores originales que no han conseguido formar escuela, lleva un sello extranjerizo y es mero reflejo de la de otras naciones europeas. A esa influencia extranjera es debido el que, cosa completamente desconocida en España, en el primer tercio del siglo se noten ya tendencias racionalistas, y, a partir de esa fecha, exista de hecho una filosofía racionalista que adopta diversas direcciones, en conformidad con la escuela europea en que bebe sus inspiraciones y doctrinas.

La Filosofía en España hasta el año 35: Sensualismo. La filosofía sensualista de Locke y Condillac, aunque quizá por la menor comunicación, no arraigó en España como en Francia e Italia, dejó sentir [324] sus efectos en los estudios filosóficos. Comenzó a escribir en este sentido Pereira, el cual, en su Teodicea natural, adopta el método y las doctrinas sensualistas, aunque rechaza lo que esa teoría tiene de incompatible con el Catolicismo. Los escritos y obras de otros dos portugueses, Luis Antonio Verney (Barbadiño), arcediano de Evora, y el P. Ignacio Monteiro, jesuita, introdujeron en la Península las tendencias sensualistas. El P. Monteiro, con todo, en el método y en lo substancial de la doctrina, sigue a los antiguos escolásticos peninsulares y más bien que sensualista se le puede llamar ecléctico.

El que es ya francamente sensualista es el autor de la Florida, el Padre agustino Muñoz, natural de Córdoba, el cual en ese libro, que contiene un tratado de Lógica, otro de Psicología y otro de Moral y Metafísica, sigue en todo la doctrina de Condillac.

No menos entusiastas de esas ideas son los Padres jesuitas Andrés y Eximeno, varones preclarísimos, virtuosos y sapientísimos, aquél gran historiador de todas las ciencias, y éste llamado el Newton de la música, pero que, arrastrados por la corriente de la moda, fueron sensualistas empedernidos. Eximeno, en sus Institutiones philosophicae et mathematicae, llega a abominar de la Metafísica y defiende que todas las ideas, hasta la de Dios, entran por los sentidos; el P. Andrés, en el tomo V, libro III, de la filosofía de su gran obra Del origen, progresos y estado actual de toda literatura, se deshace en elogios de Locke y más aún de Condillac.

El gran escritor Jovellanos se resintió también de la influencia de esta filosofía, pero moderado por temperamento en todo, adoptó el sistema de Locke y no el de Condillac. Jovellanos, católico como los anteriores, se [325] refugió, como ellos, en el tradicionalismo, para no caer en las consecuencias heterodoxas a que arrastra, por necesidad, la filosofía sensualista. Dos traducciones se hicieron de la Lógica de Condillac; la primera la hizo don Bernardo María de Calzada, la segunda es más bien un arreglo que una traducción, y lo escribió don Valentín Foronda. De la Península pasó la afición sensualista a nuestras colonias. Fue su principal representante en Cuba don Félix Varela, el cual, en 1812, escribió sus Institutiones philosophicae, en las que se combina el elemento sensualista con el ecléctico.

Nominalismo y materialismo. El criterio filosófico de España fue siguiendo el curso del de Francia con algunos años de retraso. El sensualismo, defendido en Sevilla por Reinoso, en Córdoba por Muñoz y en Salamanca por don Juan Justo García, don Ramón Salas y otros, degeneró bien pronto en nominalismo en el Don de la palabra de don Ramón Campos, hasta que, en el entendimiento de los que querían pasar por pensadores en los veinte primeros años, dominaron solos Condorcet, Destutt de Tracy y Cabanis. La universidad de Salamanca y, sobre todo, el Colegio de Filosofía eran, al decir de Menéndez y Pelayo, el foco de ideología materialista y de radicalismo político bebido en la Enciclopedia.

Derecho político. La Ética toma sus principios de la Metafísica y es claro que, si todos nuestros políticos se inspiraban en la filosofía materialista, habían de inspirarse, tratándose de derecho, en Rousseau, en Hobbes y en los filósofos juristas de la Enciclopedia. Allí aprendieron su sabiduría los políticos del año 12: Muñoz Torrero, Gallardo, Puigblanc, Argüelles, Villanueva, Marina, &c., reflejando los radicalismos políticos y las impiedades de los escritores franceses. [326]

Representantes de la filosofía cristiana hasta el año 20. Sólo tiene por representantes, en este lapso de tiempo, a Amat, autor de una filosofía inspirada en la escolástica, y al P. Rafael Puigcerver, que escribió otra filosofía tomística que sirvió de libro de texto en muchos centros de enseñanza eclesiástica. En el terreno político-social salieron a la arena, en Valencia, el Padre dominico Vidal, el cual, en su obra Origen de los errores revolucionarios de Europa y su remedio, combatió sólida y sesudamente a los leguleyos españoles; y el Padre, también dominico, Alvarado, natural de Sevilla, que con su gran talento y erudición en las Cartas Aristotélicas y en las Cartas críticas, con un gracejo verdaderamente andaluz, combatió y ridiculizó los errores filosóficos y políticos de la época. Según Menéndez y Pelayo, «no hay en la España de entonces quién le iguale, ni aun de lejos se le acerque al Filósofo Rancio en condiciones para la racional especulación».

A esto que antecede, a la obra del P. Texeiro Institutiones juris naturae et gentium y a las dos de Cortiñas, llamadas Demostración física de la espiritualidad e inmortalidad del alma y El triunfo de la verdad y refutación del materialismo, se reduce todo el escaso caudal filosófico de los treinta primeros años de este siglo.

La Filosofía en España desde el 35 hasta la restauración escolástica. Como se puede deducir de lo dicho, y ya hemos hecho notar antes, los escritores españoles del primer tercio del siglo XIX, aun cuando dejaban descubrir tendencias marcadamente racionalistas, subjetivamente eran católicos. Desde esta fecha, y principalmente desde la revolución del año 54, [327] el racionalismo, impelido por el radicalismo político, se desarrolla y crece en varias direcciones.

Espiritualismo ecléctico. Siguiendo las evoluciones filosóficas de Francia, del sensualismo pasaron las aficiones filosóficas de los españoles al eclecticismo de Víctor Cousin. Fuera de las Lecciones de Filosofía ecléctica, de don Tomás García Luna, dadas en el Ateneo en 1843, y algunas traducciones mal hechas de libros franceses, el espiritualismo ecléctico no produjo ninguna obra digna de especial mención. No obstante, hasta el advenimiento de la filosofía alemana con Sanz del Río, fue ésta la filosofía que solazó los ocios de literatos y políticos y la que dominó casi sola en los centros oficiales, con sus compendios buenos o malos y los programas que Gil y Zárate les imponía, copiándolos a la letra de Cousin.

Frenología y materialismo. Hacia 1840 inundaron nuestro suelo los empirismos frenológicos de Gall, Spurzheim y Broussais, haciéndose intérprete y entusiasta propagador de ellos el catalán don Mariano Cubí y Soler, que en numerosos libros, no mal escritos, y en la misión frenológica que dio por toda España desde el 43 hasta el año 48, trató de extender y arraigar sus ideas. El primero en atacarle fue Balmes, en cuatro artículos que escribió desde La Sociedad. En años posteriores, el propagador más ilustre del materialismo fue otro médico, el doctor don Pedro Mata. «Más que materialista y empírica, dice Menéndez y Pelayo, fue su filosofía sensualista y nominalista: consistía en un horror a los universales y a los conceptos puros y abstractos, aunque es lo cierto que el materialismo iba virtualmente incluido en sus negaciones. El suponer las pasiones resultado exclusivo de la organización, [328] le llevó a consecuencias ominosas para la libertad moral y a admitir, por necesidad, por lo menos el fatalismo. Levantó, por fin, bandera francamente positivista, triturándole la recia mano del doctor Letamendi, que dijo, hablando de su palabra fácil y hermosa y de su lógica, «que tuvo lógica robusta de su suyo, pero tan mal empleada, que no parece sino encaballada de hierro construida para sostener tejados de esteras». El doctor Mata fue secuaz fervoroso de las doctrinas de Gall.

Filosofía escocesa en Barcelona. Hacia el año 60 había en Barcelona un pequeño grupo de psicólogos partidarios de la escuela escocesa, que no se contentaron con seguir y comprobar los pacientes análisis de la escuela de Edimburgo, sino que, adelantándose sin conocerla hasta la doctrina de William Hamilton, consideraban la conciencia como único criterio de la verdad filosófica en su parte exclusivamente psicológica. En esta doctrina se inspira el Curso de Filosofía elemental de Martí de Eixalá, doctrina que avaloró y acrisoló, con sus explicaciones, el gran psicólogo doctor Llorens.

Filosofía kantiana. La filosofía de Kant tuvo muy pocos partidarios en España y fue sólo aplicada en sus direcciones secundarias. El pensador original cordobés Rey y Heredia puso mucho de kantismo filosófico-matemático en su Teoría trascendental de las cantidades imaginarias. Núñez Arenas, en su Estética, y Nieto Serrano, en el Bosquejo de la ciencia viviente, se muestran partidarios de las ideas kantianas.

Hegelianismo. Esta doctrina comenzó a difundirse en las universidades en el año 51, y se arraigó sólo en la de Sevilla, gracias al catedrático de Metafísica Contero Ramírez, que, aunque no escribió, formó [329] escuela. De ella salió Benítez de Lugo, expositor de la Filosofía del Derecho, y Fabié, traductor de la Lógica de Hegel. Fabié es un discípulo parcial de Hegel, pues rechaza su filosofía en lo que tiene de incompatible con el Catolicismo.

El filósofo español verdaderamente hegeliano y de la extrema izquierda, es el catalán señor Pi y Margall. Es quizá el más impío de los heterodoxos modernos y no desperdició ocasión para manifestar su odio al Cristianismo. Prueba de ello sus Estudios sobre la Edad Media. En su obra Reacción y Revolución combina las teorías de Hegel con las de Proudhon. De éste, de Feuerbach y de Strauss saca todas sus ideas, de modo que, aunque tiene talento, su originalidad es nula. El gran crítico Valera hizo de los Estudios de Pi y Margall una crítica y una rechifla tan amena como sangrienta, hundiendo para siempre a Pi como filósofo.

Krausismo. Es la filosofía alemana que más adeptos ha tenido en España. Sanz del Río, mandado por el gobierno a estudiar la filosofía alemana, que no cabía en su cabeza por tenerla estrecha y confusa, la enseñó por muchos años en su cátedra de Historia de la Filosofía en la universidad de Madrid y en su casa, en donde reunía a sus discípulos predilectos, atrayéndolos y fascinándolos, para lo que, al decir de Menéndez y Pelayo, tenía arte especial y diabólico. Su Analítica, publicada en 1860, sus programas y discursos, el Ideal de la humanidad para la vida, el Análisis del Pensamiento Racional, la Filosofía de la muerte, son las obras de este pobre, obscuro, ridículo y plagiario filósofo krausista, que se empeñó en volver loca, revolucionaria e impía a la juventud española. Desenmascararon su pobreza de ingenio y su impiedad hipócrita: Ortí y Lara, con sus escritos y conferencias en la Armonía; [330] Navarro Villoslada, con su famosa serie de Textos vivos, y Moreno Nieto y otros en el Ateneo, hundiéndole en descrédito y vilipendio.

Discípulos de Sanz del Río. Ya hemos apuntado que Sanz del Río poseía talento de iniciador y catequista, atrayendo a su casa a los discípulos más aventajados y fanatizándolos con la enseñanza esotérica y atractiva para jóvenes, por el poder y prestigios del misterio. Fueron sus discípulos: don Francisco Canalejas, más hegeliano que krausista, como manifiestan sus Estudios críticos de Filosofía, Política y Literatura; don Emilio Castelar, educado en el krausismo, pero que nunca fue ni krausista ni filósofo, sino orador tan famoso como rimbombante y huero de ideas. Su filósofo favorito fue Hegel, su arte el de hacer períodos de un lujo tropical y exuberante que encantaban al oído y a la imaginación. Don Fernando de Castro, ex fraile gilito y apóstata, catedrático de la Central, que escribió un Curso de Historia Universal inspirado en ideas krausistas; Tapia, otro clérigo apóstata a quien se confió la cátedra de Filosofía, fundada por Sanz del Río; Salmerón, representante en la cátedra de filosofía del krausismo intransigente y puro, como en sus escritos; González Serrano, que escribió unos Elementos de Lógica y, en colaboración con Revilla, otros de Ética; Giner de los Ríos, que ha publicado un Compendio de la Estética de Krause y otros libros krausistas; Hermenegildo Giner, autor de los Elementos de Filosofía moral, y Eguilaz, que en su Teoría de la inmortalidad del alma une el krausismo con el espiritismo.

Otros escritores racionalistas modernos. Pompeyo Gener (autor de La muerte y el diablo, Historia y filosofía de dos negaciones supremas), [331] Estasen, Simarro, Perojo, Cortezo, Melitón Martín y Tulino sustentan el materialismo positivista, que hoy, como en todas partes, se convierte en transformismo darwinista; Azcárate, en su Exposición histórico-crítica de los sistemas filosóficos modernos, sigue una tendencia espiritualista; Vidart, que escribió bajo la inspiración cristiana su libro mejor La Filosofía española, escribe en sentido racionalista, y don Juan Valera, escritor inimitable por su aticismo elegante, impugnador regocijado y terrible de Pi y Margall y de Pompeyo Gener, fue un crítico escéptico y eruditísimo, que tan pronto parece cristiano como racionalista.

Filosofía cristiana. Hasta cuatro años antes de publicar Sanz del Río sus Lecciones sobre el sistema de Filosofía analítica de Krause, la filosofía cristiana seguía vegetando y arrastrando una vida lánguida en las aulas eclesiásticas. Mas en el año 1846, esa filosofía, que habían incubado y conservado Roselli, Almeida, Zeballos, Alvarado y Puigcerver, apareció llena de vida y lozanía esplendorosa y potente al publicar Balmes su Filosofía fundamental.

Balmes. Nació este gran filósofo en Vich en el año 1810 y murió en 1848. Estudió hasta los diez y seis años en el seminario de Vich, notable entonces por la cultura científica a que le había elevado su obispo el inolvidable don Pablo Jesús de Corcuera y Caserta. Conociendo éste los talentos de Balmes, lo envió, con beca, al colegio de San Carlos de la universidad de Cervera, donde pasó cuatro años, sin leer otro libro que la Summa de Santo Tomás y sus comentarios, y en donde siguió estudiando y regentando clases hasta el año 35. En el 38, y antes de ser eclesiástico, hizo oposiciones a la plaza de magistral de Vich, y, no habiéndola obtenido, pasó dos años más en Cervera, [332] estudiando Derecho. En el año 37 fue nombrado profesor de Matemáticas en el seminario de Vich; en el 40 el nombre de Balmes se hizo conocer y aplaudir de España entera por la aparición de su primer escrito titulado Observaciones sociales, políticas y económicas sobre los bienes del clero, al que siguió pronto, tres meses después, su segundo libro político Consideraciones políticas sobre la situación de España, y con él su segundo y ruidoso triunfo. Un año después se publicaba ya El Protestantismo comparado con el Catolicismo, obra que le dio fama universal; en el 45 publicó su libro de oro El Criterio; en el 46, la Filosofía fundamental; en el 47, el Curso de Filosofía elemental y la colección de sus Escritos políticos, y, por fin, su Pío IX. Si se tiene en cuenta que en estos ocho o nueve años dirigió La Sociedad, La Civilización y El Pensamiento de la Nación, pasma y asombra la fecundidad de aquel genio que descendía a la tumba, eclipsándose cuando estaba en medio de su carrera.

Juicio crítico de Balmes. Todas las obras de Balmes se dividen en filosóficas y políticas, y unas y otras son prueba de la grandeza de aquel hombre, que tuvo tan gran talento en el terreno puramente especulativo como en el orden práctico, cosas que no acostumbran ir unidas. En unas y otras Balmes es siempre filósofo y pensador profundo y original, no con esa originalidad alemana que levanta soberbios edificios científicos, pero falsos y sin fundamento en la realidad, sino con esa otra originalidad que brilla por modo admirable en su Filosofía fundamental, y que consiste en abordar el estudio de las grandes ideas metafísicas, colocándose en el punto más culminante de la cuestión y en ir descendiendo por grados, analizando las ideas complejas, descubriendo todas las relaciones, [333] ordenándolas después en síntesis admirables e iluminándolas con claridades desconocidas; en atacar todos los sistemas erróneos descubriendo sus puntos más flacos y dejar al descubierto toda su falsedad, despojándoles del aparato y oropel de ciencia aparente que les daban ficciones de grandiosidad; en inclinar la frente sólo ante la fe, conservando una libertad y una atrevida moderación de pensar, que es sobria, sin pecar de tímida; en adaptarse, en fin, a las circunstancias y a las necesidades del pueblo y de la época en que se escribe. Ese es el mérito y la originalidad de la Filosofía fundamental. Allí se tratan todas las más altas cuestiones metafísicas, se combaten todos los modernos sistemas racionalistas, teniendo por fondo la doctrina de Santo Tomás; demuestra Balmes el gran aprecio en que tenía a Descartes y a los filósofos de la escuela escocesa y al mismo Leibnitz, opinando con gran libertad, pero precaviendo los peligros de error en que aquéllos tropezaron, y, al propio tiempo que levantó y dio vuelos prodigiosos a la muerta filosofía cristiana española, previno y aminoró los desastres de una filosofía infestada de los más graves errores que, como hemos visto, iban ya traspasando los Pirineos y tomando carta de naturaleza en España. El Protestantismo, como ha dicho Menéndez Pelayo, «es una verdadera filosofía de la historia. Su tesis, contrapuesta a la de Guizot, es probar la acción bienhechora de la Iglesia en la libertad, en la civilización y en el adelanto de los pueblos, y cómo el protestantismo vino en mal hora a torcer el curso majestuoso que llevaba esta civilización cristiana». El Criterio es un arsenal riquísimo de aguda observación y de filosofía práctica, que supone un conocimiento grande del hombre. En sus escritos políticos, como dice el gran crítico antes citado, «recorrió Balmes [334] con admirable seguridad de criterio todos los problemas de derecho público, llamó a examen todos los sistemas de organización social y nos dejó un cuerpo de política española y católica, materia de inagotable estudio». De haberla seguido España, otra muy diferente fuera hoy su suerte y su ventura. Balmes ha sido uno de los más grandes filósofos que ha engendrado la patria de Suárez, y la influencia que ha ejercido su pensamiento en la mentalidad española, muy grande y duradera.

El marqués de Valdegamas. Donoso Cortés es un nombre digno de figurar al lado del de Balmes en la historia de la filosofía cristiana del siglo XIX, sobre todo si se tiene en cuenta la feliz coincidencia de que se convirtió a Dios en el mismo año en que murió el genial filósofo catalán. Juan Francisco Donoso Cortés nació en Extremadura en 1809. Aunque hijo de familia noble y cristiana, la educación que recibió en la universidad de Salamanca y el influjo que ejerció sobre él don Manuel José Quintana, que formó su gusto literario, le hicieron en política liberal, y en filosofía ecléctico y racionalista. Siempre fue hombre de inteligencia comprensiva, de amplitud de pensamiento con tendencia a formar vastas síntesis y amor a las fórmulas características en él; pero mientras fue racionalista, el error y el sofisma esterilizaron su pensamiento. Desde su conversión, su genio se agrandó y fue el orador de los gigantescos discursos de 1849 y 1850 que pasmó a la Europa, y el autor del Ensayo. Este libro hermosísimo, tan combatido al nacer por algunas frases atrevidas y por algunas impropiedades teológicas, vive con tan hermosa juventud como el primer día. La parte metafísica del Ensayo no es la más feliz ni la más exacta, como hace notar Menéndez y Pelayo; lo que inmortaliza ese [335] libro es la parte de filosofía social, su alteza y elegancia originalísima de concepto y el modo peregrino y no aprendido con que traba y eslabona las ideas. No es un talento analítico como el de Balmes, es un filósofo sintético que traba los conceptos y, uniéndolos por manera prodigiosa, les hace formar un cuerpo entero de doctrina. Su palabra es más absoluta que su pensamiento y va más allá que sus conceptos; su estilo es inimitable y no puede confundirse con ningún otro: «donde él está, sólo los reyes entran», ha dicho, con frase hermosa, Menéndez y Pelayo. Este gran polemista, notable filósofo y genial escritor murió como un ángel, a los cuarenta y dos años de edad, en París.

Defectos de la filosofía de Balmes y de Donoso. Hablando de hombres de la talla de estos dos grandes pensadores católicos, no hay inconveniente en señalar los defectos que se encuentran en sus obras y que, sin menoscabar su mérito, no hacen sino probar la limitación natural del entendimiento humano. La filosofía de Balmes tiene cierta tendencia al escepticismo objetivo y al fideísmo de Jacobi. Su teoría criteriológica puede formularse así: sólo poseemos certeza racional y segura en orden a los fenómenos subjetivos; la que poseemos en orden a la realidad objetiva de las cosas exteriores es una certeza que se apoya en una necesidad íntima, en una inclinación instintiva de la naturaleza. Esto, como se ve, tiene afinidad muy estrecha con la teoría del escepticismo objetivo, con el fideísmo de Jacobi y con el sentimentalismo de la escuela escocesa. Y es que Balmes sentía alguna afición al psicologismo cartesiano y al empirismo escocés.

Donoso Cortés, que con su profundo y fogoso talento se parecía al no menos profundo pero analizador y sesudo talento de Balmes, como se parece un catalán [336] a un extremeño, vino, no obstante, a dar en el mismo escepticismo, si bien por muy otro camino: Balmes buscaba una base sólida e inconmovible a la certeza y no la encontraba sino en cierta fe e instinto natural. Donoso, ecléctico al principio y dogmático excesivo después, desconfió por completo de la razón, al ver que otros hombres de soberano ingenio como el suyo habían dado en monstruosos errores; niega que la razón pueda encontrar por sí misma la verdad, exagerando la importancia del criterio teológico, cayendo en el tradicionalismo exagerado y abriendo ancha puerta al escepticismo.

Filósofos católicos posteriores a Balmes. La influencia de Balmes y de Donoso Cortés fue tan eficaz y positiva sobre los entendimientos españoles, que la filosofía cristiana, antes tan decaída en nuestra patria, ha tenido, desde entonces, eximios representantes y defensores. Merecen mención muy especial:

Campoamor, que en su libro de Lo Absoluto, notable por la forma de su estilo, en que se revela el poeta, sólido en el fondo, cristiano en sus aspiraciones y en sus conclusiones finales, contiene ciertas afirmaciones demasiado absolutas y algunas proposiciones no muy exactas y hasta poco ortodoxas y católicas. Filósofo, poeta y apriorista, suele sacrificar la lógica y las ideas al plan que se trazó en su entendimiento.

Juan Manuel Ortí y Lara. Escritor atildado, polemista católico incansable, tomista puro y filósofo cristiano de los más notables y genuinos del siglo XIX. En todos sus libros, que son muchos, campea la más pura doctrina tomista, que el autor hace gala de defender. Sus obras principales son: Psicología, Lógica y Ética; Fundamentos de Religión; Lecciones sobre el sistema de filosofía panteística de Krause; [337] El racionalismo y la humildad; Krause y sus discípulos convictos de panteísmo; La sofistería democrática, escrito contra Castelar; El racionalismo y la filosofía ortodoxa en la cuestión del mal; Introducción al estudio del derecho; Tres modos del conocimiento de Dios; La ciencia y la divina Revelación, contundente refutación de Draper, y otras que quizá me pasan por alto.

El jesuita P. Cuevas fue uno de los que más contribuyeron a la restauración de la filosofía escolástica con su obra Philosophiae Rudimenta. El sabio y elocuente cardenal Monescillo, que tradujo y adicionó la Historia de la Filosofía de Bouvier; Fabié, que, salvas algunas ideas hegelianas, en su Examen del materialismo moderno y en las Disertaciones sobre el desarrollo histórico del Derecho, se demuestra cristiano y escolástico; Gabino Tejado, publicista cristiano y escritor elegante que tradujo los Elementos de Filosofía de Prisco y el Derecho natural de Taparelli; Severo Catalina, pensador y escritor elegantísimo, autor de La verdad del progreso; don Francisco Javier Caminero, gloria muy legítima del clero español, célebre escripturista, autor del hermosísimo libro La Divinidad de Jesucristo ante las escuelas racionalistas, de los Estudios Krausistas, donde demostró sus grandes alientos como controversista filosófico, y de una muy salada rechifla del libro Fuerza y materia, de Büchner; Pou y Ordinas, tomista acérrimo y sesudo, como lo manifestó en sus Prolegómenos al estudio del Derecho; el malogrado presbítero catalán don Antonio Comellas, que en su Demostración de la armonía entre la Religión y la ciencia probó tener gran erudición y un talento filosófico de primer orden; el agustino P. Álvarez, que escribió en latín una filosofía [338] rigurosamente escolástica; Moreno Nieto, a las veces más racionalista que católico; Cánovas del Castillo, Alonso Martínez, don Francisco Silvela y el doctor Letamendi, que en sus obras y discursos se inspiran por lo general en un criterio filosófico cristiano. Letamendi, en sus últimos tiempos, se hizo, no obstante, algún tanto librepensador. Mora, Martín Mateos y Salvador Mestres presentan tendencias menos cristianas y más eclécticas.

Corona la historia de la ciencia filosófica cristiana española en el siglo XIX el glorioso nombre del ilustre dominico el cardenal P. Ceferino González, gloria de Asturias, que le vio nacer; de la orden dominicana, que le dio el hábito; de la universidad de Manila, donde fue profesor, y de la Iglesia, que le elevó a Primado de Toledo. Pensador profundo, eruditísimo en ciencias sagradas y profanas, conocedor como pocos del movimiento científico de su época, dio la última mano y afianzó la restauración de la filosofía escolástico-cristiana en nuestra patria, ya por medio de sus sapientísimas obras, y aun más por ventura, con la influencia que supo ejercer sobre las inteligencias de su tiempo. Muy joven aún, asombró a los más doctos con sus Estudios sobre la Filosofía de Santo Tomás, obra no inferior, al decir de Menéndez y Pelayo, a las de Kleutgen y Sanseverino. Su curso de Filosofía castellana y latina son obras didácticas inspiradas en la Summa, que han logrado su finalidad de hacer un bien inmenso en seminarios, institutos y universidades, nutriendo los entendimientos en la doctrina de Santo Tomás. Su Historia de la Filosofía, que me sirvió de base principal para este resumen, es obra de fama universal, en la que se revela el gran talento y la lectura y erudición prodigiosa del P. González. Refutó el krausismo [339] espiritista de Alfonso Eguilaz; escribió contra el positivismo materialista de la época; pronunció discursos notabilísimos y concluyó su carrera científica con su obra tan celebrada La Geología y la Biblia. Como sabio y como pensador, el P. González estuvo a inmensa altura sobre los hombres de su época, y sólo puede colocarse su nombre al lado de los de Balmes y Donoso Cortés. Los tres son gloria de la filosofía española en el pasado siglo. La filosofía del P. González no tiene errores porque es siempre la de Santo Tomás.

Filósofos católicos posteriores al P. González. La restauración de la filosofía escolástica, que había ya comenzado a ser aceptada por muchos y a dominar en todos los centros eclesiásticos españoles, recibió tal impulso, bajo la acción de los escritos del P. González y de los textos de Cuevas, Ortí y Lara y Álvarez, y aun más quizá de los italianos Sanseverino, Liberatore, Prisco, Taparelli y Zigliara, que, desde entonces, todos los entendimientos genuinamente españoles, o, lo que es lo mismo, católicos, siguiendo los consejos de León XIII, han ido a solidar su ciencia en la filosofía perenne del Ángel de las Escuelas. Lo necesario es que ese movimiento escolástico cunda con un criterio amplio y bien entendido; que en Metafísica tenga por base el criterio escolástico, pero sin renunciar a nuevos métodos e investigaciones, como si la verdad estuviese agotada, y que tienda a atemperarse a las exigencias, adelantos y modo de ser de los tiempos actuales, adoptando cuanto tienen de sano, progresivo y verdadero.

Esta dirección han seguido:

Alejandro Pidal y Mon. Discípulo y amigo íntimo del P. González, gran orador político y católico y propagandista entusiasta de la filosofía de Santo Tomás, [340] en su libro grandilocuente (quizá con algún exceso) Santo Tomás de Aquino.

Manuel Polo y Peyrolón. Entendido polemista católico, refutador del positivismo y autor de un texto de filosofía muy recomendable.

Miguel Mir. Presbítero, escritor castizo y elegante como pocos, autor de varios libros que durarán tanto como el habla de Castilla, y el cual, en la Armonía entre la ciencia y la fe, con claridad y profundidad poco comunes, demostró que sabe ser gran pensador y elevarse a los principios de la más alta y sana filosofía.

Antonio H. Fajarnés. Catedrático de filosofía de la Universidad Central, por sus Estudios críticos sobre la filosofía positivista, merece sobre todo figurar como uno de los buenos filósofos modernos y uno de los más temibles enemigos del materialismo positivista. La exposición y refutación de Haeckel en orden a la Psicología celular y toda la obra en conjunto es un trabajo serio, completo y profundamente científico. Su Metafísica es, por el estilo, un poco obscura y pesada, pero, no obstante, demuestra la ciencia y conocimientos tomistas del autor.

El P. José Mendive. Merece también mención muy especial como uno de los mejores de nuestros filósofos modernos y por ser eminentemente escolástico. Comenzó haciéndose admirar en la Ciencia Cristiana, al publicar, contra el positivismo de Draper, una impugnación, que Menéndez y Pelayo calificó de robusta, sabia y nutrida de doctrina, y resultó una apología completa del Catolicismo, digna del mayor encomio. A esta obra siguieron sus cursos completos de filosofía, primero en castellano y después en latín. Esta es más completa, inspirada en las doctrinas de Santo Tomás y de Suárez, y de lo mejor, o la mejor, filosofía que tenemos en España. [341] Por eso, con muy buen acuerdo, se ha adoptado en muchos centros eclesiásticos como obra de texto. Otras obras no filosóficas tiene este sabio Padre jesuita, que con el P. Urráburu son las dos figuras filosóficas que en nuestros días ha tenido la ilustre Compañía de Jesús.

El P. Urráburu. Hombre de talento filosófico e ilustración vastísima en esa clase de conocimientos, enseñó muchos años filosofía en Roma y recogió después sus explicaciones en una obra de ocho volúmenes en folio titulada Institutiones Philosophicae. En ella se estudian todas las cuestiones, se exponen y discuten todos los sistemas filosóficos y es un trabajo de benedictino y un arsenal de filosofía. El P. Urráburu refleja siempre el pensamiento de la escolástica, pero en las cuestiones de escuela se aparta de Santo Tomás. Basta citar, para confirmar esto, la cuestión de la distinción entre la esencia y la existencia y la de la premoción física que resuelve con un criterio contrario al de Santo Tomás, aunque lamentándose de no tener de su parte al gran doctor de Aquino.

El P. Venancio de Minteguiaga. Aunque no tan notable como el anterior, era un muy erudito escritor, y escribió varias obras, entre las cuales la que le dio más nombre fue la Moral independiente y los principios del derecho nuevo.

Marcelino Menéndez y Pelayo. Este sabio eminente, que ha poco perdió España, y una de sus mayores glorias, literato y crítico sin segundo, ha contribuido al movimiento filosófico cristiano de España. En sus obras inmortales Historia de los heterodoxos españoles, que comenzó a escribir a los diez y nueve años; en La ciencia española; Estudio crítico sobre Gómez Pereira; Historia de las ideas estéticas, que [342] ha quedado incompleta; en sus admirables Antologías y juicios críticos, a la par que asombra con su erudición y encanta y fascina con su prodigioso estilo, se muestra también gran pensador y gran filósofo, exponiendo y juzgando con claridad diáfana y acertadísimo criterio los sistemas y obras antiguas y modernas de filosofía. Su entusiasmo por todo lo español y su refinado y exquisito gusto de artista, que le hacían preferir la filosofía de Vives a la de Santo Tomás, le merecieron alguna reprimenda como la del P. Fonseca, exagerada por cierto. Todo es admirable en las obras del genial crítico, que con su fama y autoridad, y con sus convicciones y criterio profundamente católicos, ha ejercido una gran influencia en las inteligencias científicas españolas. Pocos maestros del saber humano alcanzaron su reputación y muy pocos la han merecido como él. Era todo un sabio cristiano.

José Torras y Bages. Aunque no ha escrito obras de filosofía, sería una injusticia manifiesta no hablar de él, por ser uno de los talentos más claros y profundos y uno de los pensadores más originales y elegantes que hoy tiene España. Quien conozca su Tradición Catalana y haya leído sus numerosas y admirables Pastorales y discursos, le venerará como sabio y buscará sus obras con avidez. En cuestiones de Estética sabe mucho y es digno discípulo de su paisano el gran maestro Milá y Fontanals.

Juan Vázquez de Mella. Tampoco, por desgracia, ha publicado obras científicas, mas no es posible, tratando de ciencia española, pasar por alto el nombre glorioso y universalmente admirado del gran pensador católico y del genio brillantísimo, opulento y profundo de la oratoria. Mella no es sólo un inimitable artista de la palabra, es además un sabio y un gran filósofo. [343] No sabe hablar sin filosofar, y es tan prodigioso su verbo como su pensamiento. Trata con profundidad cualquier cuestión que toca; conoce todos los sistemas y domina con facilidad que asombra todas las ideas, aun las más abstractas y metafísicas, y raciocina siempre con una lógica férrea y contundente. Dicen que tiene obras escritas. ¡Qué gran pecado cometería Mella privando de ellas a la religión y a la patria!

La Filosofía y los filósofos del día. Además de los ya dichos, no faltan hoy en España hombres que honran la ciencia filosófica cristiana. La mayor parte cultivan con preferencia a toda otra la filosofía neoescolástica de Lovaina, dedicándose a las ciencias biológicas y fisiológicas y encauzando el progreso psicológico-espiritualista para que no se apodere de ese terreno el positivismo materialista. Viven aún todos los autores de quienes haré mención, y, por eso, dejando que los alaben cual se merecen los que escribirán después, me concretaré a nombrar sus obras, siendo muy parco en elogiarlas. Entre otros, merecen citarse Castro, que publicó un libro original y discutible sobre La Belleza, haciéndola consistir en la gracia; Alberto Gómez, que ha publicado con erudición y acierto la Historia de la filosofía en el siglo XIX, Nuevas direcciones de la Lógica y dos juicios críticos sobre Comellas y Balmes como filósofos; Asín, que desentierra y esclarece nuestra filosofía árabe; Carreño y Pinillos, que escriben con talento obras de puro criterio escolástico; Dalmáu, que además de su erudito opúsculo sobre La Sensación ha publicado una filosofía de corte tomista con vistas a Lovaina; Álvarez Morán, que escribió su obra Balmes, Enseñanzas políticas, con motivo del centenario de este gran filósofo, y, por fin, mi querido amigo Narciso Roure, tan modesto como erudito y atildado escritor [344] que, festejando el centenario balmesiano, nos sorprendió con sus dos celebradas obras La vida y las obras de Balmes y Las ideas de Balmes. También es digno de notar el profesor de Madrid don Juan Zaragüeta, que comenzó con sus Modernas orientaciones de la Psicología experimental y ha publicado otros escritos que le acreditan como pensador.

Revistas científicas. Todos los que hoy más brillan en estudios filosóficos lucen sus plumas y publican sus trabajos en las varias revistas científicas que publican las Órdenes Religiosas, como la Ciudad de Dios y España y América, de los Agustinos; Razón y Fe, de los jesuitas; Estudios Franciscanos, de los Padres Capuchinos; la Ciencia Tomista, de los Dominicos, y otras. En todas colaboran escritores y pensadores eminentes y todas deben leer los que aspiren a seguir de cerca el moderno movimiento científico español y extranjero. En la Ciudad de Dios sobresalen como filósofos el P. Zacarías Martínez y el P. Marcelino Arnáiz, psicólogos modernos muy notables, como lo han probado, aquél con sus Estudios Biológicos y en los Misterios de la herencia psico-fisiológica y la finalidad en la ciencia, y el P. Arnáiz en su Curso de psicología experimental. En Razón y Fe, además de escritores notabilísimos en otros ramos, brilla ya como una lumbrera el P. Ugarte de Ercilla, filósofo y psicólogo moderno de fuerza, probándolo así en su Método psicológico experimental y en muchos otros trabajos de igual índole que va publicando. Entre los Dominicos son notables el P. Arintero, que escribe con gran erudición sobre materias modernas; el P. Antonio González, por su obra preciosa Filosofía de la belleza, quizá de lo mejor que se ha escrito en España en esa materia; el P. Getino, que con novedad y gallardía de dicción [345] ha dado a luz un libro muy erudito titulado El Maestro Fr. Francisco de Vitoria y el renacimiento filosófico y teológico del siglo XVI, y aparece ahora el P. Norberto del Prado colaborando con el doctor Arnold Ruge en la revista alemana La filosofía Contemporánea.

Lulistas modernos. Son varios escritores catalanes muy ilustrados que pretenden resucitar, purgar y vindicar la filosofía de Raimundo Lulio, y aspiran a incorporar su doctrina y métodos a la filosofía escolástica moderna. Figuran como más principales el sabio y difunto obispo señor Maura en su Optimismo y en sus Estudios sobre las doctrinas del Beato Raimundo Lulio; el entusiasta luliano e ilustrado canónigo doctor Bové en sus dos obras Sistema científico luliano y Santo Tomás de Aquino y el descenso del entendimiento, y figuran además como lulistas Casellas, Avinyó, Borrás y algunos otros.

Más peligrosa y menos simpática es otra tendencia que hace años se está desarrollando en Barcelona. Me refiero a la tendencia pragmatista con aficiones marcadas a Emerson, William James y a Bergson.

Escriban nuestros escritores con libertad y novedad, permítanse atrevimientos en el pensar, achaque de ordinario muy catalán y muy español; mas siempre dentro de la más pura ortodoxia y de lo esencial e intangible de la perenne filosofía cristiana. Desarrollarla y completarla es permitido; alterarla o combatirla, jamás. El solo pretenderlo es siempre sospechoso, y hoy que los gérmenes del racionalismo modernista flotan en la atmósfera, está terminantemente prohibido por la Iglesia a los católicos.

FIN