Blas Zambrano 1874-1938 Artículos, relatos y otros escritos

Nuevos horizontes de educación
La Tierra de Segovia, 8 junio 1919

 

Preámbulo

Puede afirmarse, nosotros creemos que puede afirmarse, que en los conceptos más usados es donde el error construye sus más prolíficos nidos.

¡La educación! ¡Ah, la educación! ¡Oh la educación!... En todos los labios, en conversaciones peculiares, en discursos políticos y académicos, en periódicos y revistas, en libros innumerables, en todas partes la educación, hasta el punto de que parece ser una de las más grandes preocupaciones del espíritu contemporáneo.

Y, sin embargo, o quizá por esto mismo, es en las ideas y en las prácticas de educación donde más errores, contradicciones y disparates se cometen por doquiera y a cada instante.

El asunto, así en la teoría como en la práctica, es de una complejidad y delicadeza extremas. La teoría no se reducirá jamás, o, por lo menos, no está hoy, ni en sueños, reducida a principios inmutables y fórmulas exactas, de segura eficacia. La práctica tendrá que tropezar de continuo con dificultades imprevistas, con obstáculos a veces insuperables. ¿No comprendéis que si existiera una ciencia completa y una práctica inequívoca de educación, podríamos alcanzar todos los hombres la perfección de que somos susceptibles?

* * *

Nos proponemos combatir en una serie de artículos, algunos, no más que algunos errores de los infinitos que, como «en sombrío matorral, los hongos» crecen en el campo dilatado de la educación y la enseñanza.

Sobre el tema de este primer artículo.

La eficacia de la educación

Creen muchas personas, y algunas de ellas de altísima prosapia mental, que la educación lo puede todo. «Dadme la educación y con esa palanca moveré al mundo», decía el gran Leibniz. «La educación es una transfiguración», cantaba, sin ironía, aquel sutil cronista que se llamó Campoamor; y el filósofo de Koenisberg, afirmaba que el hombre es hijo de la educación, como de una segunda naturaleza.

Y nada de eso es cierto. ¿Por suerte? ¿Por desgracia? ¡Quién lo sabe!

No hemos leído en ningún autor la descripción imaginaria, más probable, de lo que sería la sociedad, si todo lo pudiese la educación –lo que se llama la educación, o sea, la del hogar y la escuela– si cada hombre fuera tal y como sus educadores han querido hacerlo, en ideas y sentimientos, en voluntad y en actos, en actos, sobre todo, ya que la finalidad última –en lo terreno– de la educación, reside en la total conducta del individuo.

Si la educación todo lo puede ¿cómo es que hijos de unos mismos padres, asistentes a la misma escuela, llevándose poca edad, perteneciendo al mismo sexo, y, a lo mejor, a profesión idéntica, presentan diferencias morales tan enormes que a veces llegan al más radical antagonismo? ¿Cómo se explica que buen número de los mayores enemigos de la Iglesia hayan sido educados por frailes y jesuitas? ¿Por qué de padres que practican la virtud de la economía nacen hijos que ostentan la virtud opuesta de la prodigalidad? ¿y de padres sensibles, caritativos, hijos de corazón roqueño?

De los colegios de internados, donde todos los alumnos se sujetan al mismo régimen, oyen las mismas enseñanzas y los nivela igual disciplina ¿cómo es que no salen los discípulos por hornadas homogéneas, semejantes entre sí?

No; lo primero y lo último es la naturaleza, lo que cada uno sea, según las condiciones generales de la especie, las menos generales de la raza, las particulares de la herencia y medio ambiente natural y social, y sobre todo, lo personalísimo de la espontaneidad, quid singularizador, centro de reacción vital y organizador sui generis de las influencias recibidas, y el cual permanece siempre inaccesible.

La educación intencional es una acción compleja, continuada por largo tiempo y situada en el medio ambiente, de muchos de cuyos elementos se vale; es una sistematización de las acciones del medio; pretende modificar el medio, pretendiendo, así, modificar al individuo.

Intentemos una explicación.

Todos sabemos que los sonidos son sensaciones; que fuera de nosotros existen ondas mudas de aire, formadas por las vibraciones de los cuerpos elásticos, en número que no baje de 16 y no suba de 38.000, y que vibrando los cuerpo con menos o con mayor número de vibraciones por segundo, no hay sonido. Es decir, que el sonido es una cosa semejante, muy remotamente semejante, a una combinación química; vibraciones del aire, más sensibilidad especializada del nervio acústico, igual a sonido. También se sabe que los colores son las diferentes alturas de las vibraciones etéreas, desde la más grave, el rojo, hasta la más aguda, el violeta; habiendo antes y después vibraciones que no se perciban como color; rayos infra-rojos y ultra-violetas.

Pues bien, la educación, ordenando elementos del medio –circa-rem– del educando es el vibrar del aire o del éter; el resultado lo da en cada el especialísimo modo de reaccionar, o «espontaneidad» del sujeto de la educación. Y como aquí no tenemos ya esos apartados idénticos en todos los individuos –sentidos del oído y la vista– el resultado será como si hubiese diferentes clases de ojos y de oídos; violeta en unos lo que en otros verde; percepción visual de los ultra-violetas, aquí; allá, de los infra-rojos; mudez en tal oído, mediante mil vibraciones por segundo; sonido en esotro con 96.000; sordera en unos para casi todas las escalas; ceguera, en otros, para el mayor número de colores y matices.

Esa es la educación: un elemento sobre el cual el sujeto reacciona; no un molde, para que en él se vierta la «blanda cera» del alma infantil, cera que luego se convierte en bronce; no es el estilo, que escribe indeleblemente en la tábula rasa del espíritu; sino un elemento, al lado de otro tan formidable como la herencia, en su más vasto sentido y en sus determinaciones más concretas y próximas; como la influencia de la sociedad; como los estímulos, en cada caso, del elemento sensible, Deus ex machina, de nuestra conducta; como la cenestesia o el mal humor patológico... y todos, actuando sobre la espontaneidad de cada uno, sobre la originalidad, que hace que cada ser humano sea un ser humano distinto de los demás.

¿Recordáis lo que era el Destino en el Olimpo griego? Pues algo así es la espontaneidad en cada cerebro. Cada hombre es lo que es y lo que es, lo es desde que nace.

La educación pretende actuar como un modificante. ¿Hasta qué punto?... Y, sobre todo, la gran cuestión pedagógica: ¿Cómo tiene que ser la educación para pretender legítimamente el desempeño de ese papel?

No pensamos decir ¡quién lo pudiera! cómo ha de ser la educación; pero sí, en muchos extremos, cómo no ha de ser.

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  Edición de José Luis Mora
Badajoz 1998, páginas 211-214