Blas Zambrano 1874-1938 Artículos, relatos y otros escritos

El niño, la escuela y el maestro
Aristocratismo docente
La Tierra de Segovia, 23 noviembre 1921

 

Una verdad de secular experiencia, olvidada, como tantas otras, en este flujo de la inferior que nos ahoga con el falso nombre de democracia, es que solamente una escasa minoría de hombres tiene capacidad para el estudio.

La suavidad de la disciplina, la facilidad de los métodos, la repetición excesiva y la conversión de lo profundo en superficial, desnaturalizándolo, puede dar por resultado grupos discentes que hayan aprendido un programa de enseñanza, la cual resultará mecanizada en los cerebros de la mayoría del grupo, aunque los maestros no hayan seguido en el desarrollo del programa los denigrados procedimientos mecánicos, de pura memoria o a lo sumo, de mera comprensión verbal.

En cambio, para las grandes inteligencias de cualquier tiempo no hay enseñanzas mecánicas porque ellas la desmecanizan, haciéndola dinámica, orgánica, viva y... divina.

Y resulta que lo que aprenden, o parece que aprenden esos que no tienen aptitudes para el estudio (me refiero a la enseñanza no primaria) no les sirve a ellos ni a nadie de nada, o sirve a todos de muy poco, o bien perjudica a los demás, si los tales ostentan las apariencias de un saber excelso, o a ellos mismos, finalmente, si hasta las apariencias faltan.

Y aun los mejores de éstos; ¡qué escasamente contribuyen al bien público! ¡qué nula es su influencia en el progreso general! Y no me refiero a que no se les deba inventos notables, a que no diluciden teorías científicas importantes, a que no sientan, robustezcan, o confirmen hipótesis fecundas.

Es que hasta su oficio lo desempeñan si quizá irreprochablemente en la forma, con absoluto vacío en el fondo, con nula eficacia en los resultados. Esclavos de lo exterior –reglamentos, órdenes, costumbres– sin originalidad que llene de vida esas formas vacías, son como máquinas docilísimas que la fatalidad gobierna y que a la nada rinden su trabajo, máquinas de contar un tiempo sordo, de medir un espacio vacío.

Y estamos discurriendo sobre una hipótesis sobrado halagüeña. Lo que suele ocurrir frecuentemente con los ineptos para el estudio, que son legión, que son muchas legiones, es que ni se enteraron de lo que estudiaron, ni han retenido lo poco que de memoria aprendieron, ni saben aplicar lo que para aplicar se les enseñó.

De este mal harto evidente se le echa la culpa a la enseñanza, a la organización de la enseñanza, a los métodos, a la materias enseñadas, a los enseñantes.

Y nosotros creemos que no es esto, que al menos, no esto es solo ni siempre, aunque es claro que cuando una de esas infermedianías se cuela en una cátedra, puede señalarse tal hecho como una calamidad nacional. Pero yo afirmo rotundamente que en la enseñanza los factores decisivos son el alumno y el maestro, y más el alumno que nadie.

Concluyo, pues, en esta parte, que la benevolencia de los examinadores y la parcialidad de los tribunales de oposición son fuente de males que proliferan con la fecundidad de lo dañino, de los microorganismos patógenos y de las malas yerbas, constituyendo su conjunto una circulación de causas y efectos mutuos, bajo la red de los cuales se mantiene a España aprisionada, sin amplios movimientos de cultura, sumida en un lamentabilísimo estado de decadencia intelectual.

Y análogamente a lo que en el orden intelectual, sucede en las demás esferas del espíritu. Yo creo que así como existe en cada individuo una «capacidad intelectual», que decían los antiguos, adoctrinados por la experiencia de los siglos y el saber de las viejas civilizaciones, existe también una «capacidad moral», y una «capacidad estética», que son, salvo excepciones, iguales que la primera; pues ¿cómo van a llegar a las altas cumbres espirituales, a la máxima delicadeza de los sentimientos superiores, a la austeridad del deber ni al gusto depurado de las bellas artes quienes no pueden apoderarse de los conceptos respectivos?

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La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto filosofía en español
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  Edición de José Luis Mora
Badajoz 1998, páginas 216-217