Blas Zambrano 1874-1938 Artículos, relatos y otros escritos

Nuevos horizontes
El hombre del porvenir
II. No solo «mens sana in corpore sano»

La Tierra de Segovia, 1 julio 1919

 

De cualquier manera que se conciba la salud de alma y cuerpo, hallaremos siempre una falta de contenido que la inhabilita para ser un ideal. Será elemento y, a lo sumo, condición de la vida perfecta. Pero lo condicionado, ¿ha de deducirse meramente de la condición?

Si se nos replica que lo condicionado es la naturaleza humana, resulta que lo que pide el educador que pone como ideal esta máxima, es la carencia absoluta de educación, de ideas de cultura; el libre desarrollo de la naturaleza, sin otras intervenciones que las del higienista.

Claro es que en el concepto de sanidad de alma, se incluye, creemos, algún contenido de cualidades positivas. Pero nos figuramos que nadie ha pensado en otras, al considerar este término, «alma sana», que en la probidad natural (?hasta dónde llega?) en un discreto amor al prójimo, limitado por el robusto egoísmo del «buen animal», y en el valor compatible con el instinto de conservación y «las conveniencias», siquiera en este heterogéneo componente figuren también intereses morales.

Y no incluimos, además, la paz de espíritu, que parece esencial al concepto de salud, porque entendemos que puede ser más bien que una buena cualidad, una circunstancia indeseable.

La paz subsiguiente a la victoria de lo mejor que haya en nosotros sobre lo pésimo o menos bueno, puede llegar después de luchas y de dudas, de pasiones reprimidas, de internos trabajos, en fin, que hayan ocasionado trastornos; mientras que la verdadera paz saludable la del previo acuerdo entre potencias que tienen poco en qué discordar, ni en qué acordarse.

* * *

El tipo del hombre con mente sana y cuerpo sano, aparece en mi imaginación como un Sancho Panza adecentado; menos gordo, menos zafio, con su buen fondo, un poquitín utilitario, capaz de actos de nobleza, pero el mismo Sancho, idéntica silueta espiritual, mirando desde arriba: mediocridad maciza, buena salud, estómago fuerte, corazón de ritmo variable... e ideas que no perturben este conjunto; esto es, ideas conservadoras, en el más genuino y, a mi juicio, en el peor sentido del vocablo.

¿Hay algo más en un hombre puramente saludable, aun con salud de alma y cuerpo?

Si una futura madre pidiese a la Divinidad que el hijo próximo a nacer tuviera de por vida una perfecta salud psico-física, y la Divinidad accediese al ruego, aunque no rebajase nada las cualidades espirituales del favorecido que bien podría, como compensación –?esperaríamos mucho, en ningún orden, de tal sujeto?

En el mundo hay más cosas que ser una máquina de digerir y de pensar, bien equilibrada, engrasada y fuerte. Ser hombre perfecto, no es ser hombre sano. ¡Cuántas luces resplandecientes han estado encerradas en pobres vasos frágiles!

Ser hombre perfecto es, antes que nada, poseer una comprensión amplia y un criterio flexible como el acero –no flojo como estopa, o moldeable a capricho, como cera– que permita ejercitar perfectamente y de continuo la virtud de la tolerancia, a la cual se alían el naturalísimo y feliz consorcio, la benevolencia para los demás y la severa austeridad para sí propio; es aquella sensibilidad exquisita, que nos lleva a la entusiasta convivencia con la humanidad y a la íntima compenetración con la naturaleza; comunicaciones inefables, de las que brotan, como raudales de limpias aguas fecundantes, la compasión, el entusiasmo, los ideales altruistas y la poesía más alta y delicada, la cual viste con los colores de su iris espléndido todos los seres y acompaña con la gama de sus sublimes armonías, todos los hechos. Es amar, como San Francisco a la hermosa agua –limpieza– y al hermano lobo –fuerza– y, también, las hojas caídas, semejantes a asoladas esperanzas; las flores arrancadas por el vendaval, representación de los destinos truncados; los viejos troncos que la centella hirió cuando verdes, recuerdos de altas vidas fecundas, trágicamente acabadas; es amar todas las cosas, no sólo como símbolos de nuestras ideas, sino por sí mismas y por sus múltiples relaciones íntimas y su arcada analogía con nosotros.

¿Qué cosa no es vecina del hombre, que alcanza con su fantasía y hasta con su vista a distancias que se miden por miriadas de millones de diámetros de nuestro globo, ni qué lejanía hay en el tiempo, como no sea la eternidad, ni qué cuerpo es del todo extraño a nuestro cuerpo?

Hay en nosotros ceniza, como en los volcanes; hierro y oro como en las entrañas de la tierra; sales como en el mar; electricidad como en las nubes tempestuosas; el carbono y el oxígeno se combinan en nuestros pulmones como en el fuego del hogar, como en los incendios del campo, como en la lenta formación de las masas de hulla; cuando crecemos en años, nuestra cabeza se blanquea de por vida, como las cimas de los montes, circula por nuestras venas la sangre, como por la tierra los ríos y por los vegetales la savia; nuestras ideas parecen luz, y calor nuestros sentimientos, y trepida nuestro corazón, al emocionarse, y hay gritos como estallidos de truenos y lamentos como el silbar del aire entre ruinas trágicas.

Amar todas las cosas, sin olvidar que una de las funciones del amor es la intelección, según el gran poeta de la filosofía: tal es, creemos, la cifra y compendio de las cualidades del hombre.

<<< >>>

La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto filosofía en español
© 2001 filosofia.org
  Edición de José Luis Mora
Badajoz 1998, páginas 253-256