Blas Zambrano 1874-1938 Artículos, relatos y otros escritos

Un poquito de charla
La Tierra de Segovia, 24 agosto 1921
Nuevos Horizontes, 1916, páginas 97-99

 

Uno de los medios más eficaces de educación moral y de disciplina consiste en excitar la sensibilidad del niño con motivo de sus propias faltas. Hacer llorar a un niño, sin castigarlo y sin humillarlo, es el supremo triunfo contra los malos instintos o los hábitos antisociales.

Conseguir esto es, a un tiempo mismo, imposible y muy fácil. Dependen uno y otro extremo de la sensibilidad... ¿del alumno? no, del maestro.

¿No conocéis el precepto retórico «si quieres hacer llorar, llora tú»? Pues esta norma de la oratoria es aplicable exactamente a la educación. Si el discípulo ve entristecido a su maestro, no encolerizado, ni, peor aún, regañándole como quien cumple un trámite oficinesco, se conmueve también, que nada es tan contagioso como la emoción.

Un alumno de los más aventajados de la escuela que yo regía –la superior de Vélez-Málaga– quedó detenido en la escuela. Era aquel muchacho, si bien de buen fondo, como casi todos los muchachos de su edad, y más, si son inteligentes, algo soberbio y poco disciplinado.

Comencé a recriminarlo, con grave serenidad, sin frases ásperas, sin tono agresivo, pero muy severo en el concepto, practicando, en fin, el clásico imperativo suave en la forma y en el fondo fuerte. Hice, como epílogo de la perorata, un llamamiento a su corazón y expresé sincera y diáfanamente lo que yo sufría a causa de las faltas cometidas por aquel discípulo querido, expresión inequívoca, pues las lágrimas saltaron a mis ojos. El chico rompió a llorar desconsoladamente. Había brotado el surtidor de sangre generosa que todos llevamos en el corazón; se había puesto a flor de conciencia, el cariño que sentía por su maestro aquel excelente muchacho. Breves palabras mías de afecto y de esperanza «segura» en el mejoramiento de su conducta escolar, y salimos a la calle, aún conmovidos, hablando grave y cariñosamente.

Comprenderéis, sin que os lo diga, que fue la última vez que tuve que reprender a aquel alumno.

Y ahora ¿queréis que os diga una cosa que han oído cientos de veces los estudiantes del Magisterio? Es la siguiente: La primera condición para ser «maestro» y, si me apuráis, casi la única, es «tener corazón»; poseer viva la sensibilidad superior; «sentir» de veras las buenas y malas acciones de los niños; entusiasmarse con sus éxitos, alegrarse con sus alegrías, entristecerse con sus penas, lamentar sus derrotas; tomarlos «en serio»; hablarles con interés, poner el alma en la escuela, mejor aún, en los niños; porque hay quien pone el alma en la escuela, como «instructor» y no es eso. Un instructor lo es cualquiera que desee serlo; un «maestro», sólo quien tenga corazón.

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La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto filosofía en español
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  Edición de José Luis Mora
Badajoz 1998, páginas 271-272