Filosofía en español 
Filosofía en español

Fernando de CeballosLa Falsa Filosofía, o el Ateísmo, Deísmo, Materialismo… crimen de Estado 1  2  3  4  5  6 7

Tomo 1Segunda parte del AparatoSección primeraArtículo II

Nadie es tan culpable, y tan inexcusable en no confesar, y agradecer la providencia de Dios, como un Filósofo.


XXX. Argumento de este artículo. Ocurren dos dudas.

No es el asunto de estos artículos probar las verdades que en ellos se tratan. En éste no intento convencer la providencia de Dios: las pruebas metafísicas de esta verdad se darán en el libro primero contra los Fatalistas, y ciertos Deístas. La cuestión principal es aquí, y respectivamente en los demás artículos, ¿cómo, siendo la providencia mas conocida para los Filósofos que para los rudos, no son éstos, sino aquéllos los que la niegan? Mas: ¿por qué siendo la providencia regularmente mas benigna, y liberal con los Filósofos, que con el común de los hombres, no son éstos, sino aquéllos, los ingratos que la desacreditan y blasfeman?

XXXI. Se funda la primera duda.

Aunque el universo sea verdaderamente el libro de los rudos, ¿quién negará con todo eso, que deben leer mejor en él los que apartados del tumulto del pueblo, y de los trabajos penosos, dedicaron sus días, y noches al estudio de la naturaleza? Los pueblos llenan sus ojos de la vista del cielo, y se alegran al mirar su extensión, su tersa claridad, y las innumerables estrellas que brillan en él: se asoman a la playa del mar, y quedan suspensos al ver su agitación, y su dilatación: miran las llanuras, y las montañas, las selvas, y las florestas, las fuentes, y las riberas, y en todo se deleitan, y admiran: pero sus vistas son superficiales, y sus conocimientos penetran poco mas allá de la corteza de las cosas. Sucede lo que a un niño curioso, que ve una máquina de primoroso artificio, o que hojea un libro escrito con iluminaciones, y caracteres muy elegantes: pero ni aquí penetra la ciencia que está escrita, ni en la máquina comprende las fuerzas secretas, y resortes que la mueven. Así el vulgo se deleita con el aspecto del cielo, y con esto que hay de más sensible en el orden del universo: pero no es capaz de entrar en discusión de la justísima sabiduría, y prudencia con que está hecho el todo, y cada parte de esta gran máquina. El Filósofo es quien se acerca más a ella; quien le toma las medidas; quien pesa las fuerzas, y las masas; quien nota los caminos por donde van, y vienen siempre sus movimientos principales; quien se asegura de las leyes a que se sujetan: de modo, que sin algún riesgo predice sus revoluciones, y suceden las cosas en el mismo tiempo, y punto que las anunció; finalmente, quien según su mayor, o menor ciencia, y talento sabe leer la enciclopedia, que tan admirablemente escribió en el universo el que lo crío, y encuadernó.

XXXII. No se da a los Filósofos motivos de presumir, sino de temer.

No por esto llegó jamás algún Filósofo a estado de presumir que comprendía perfectamente todos los secretos de esta obra. Respecto de los niños, y del vulgo son los Filósofos sabios; pero respecto de Dios, y aun de otros Filósofos, son proporcionalmente una escuela, o tropa de niños. Aun estos genios sobresalientes, que fundaron los mejores sistemas, y teorías de la tierra, y del mundo, tienen bien indicada su limitación en muchas dudas resultantes de sus sistemas, que no dejan pasar adelante en el conocimiento de muchos sucesos. En el sistema de la atracción, y de la gravitación, con parecer uno de los mas exactos, no han entendido sus principales Maestros ¿por qué los cometas que entran en la esfera de la mayor atracción del Sol, pasando algunas veces inmediatos a él, no caen con todo eso en él? A vista de este, y de otros mayores secretos, se quedan sorprendidos los mas sabios Filósofos, como lo fueron los rudos, y los niños a la entrada del libro. Respecto de éstos saben aquéllos mucho; y respecto del sabio Artífice entienden muy poco; pero este poco es mucho, para admirar la profundidad, y sabiduría de Dios. Así es cosa de hecho, que los grandes Filósofos han tenido evidencia del orden, y providencia que preside al mundo. Platón, Aristóteles, Cicerón, Séneca, y otros, así Griegos, como Romanos, hablaron demostrativamente de este argumento. Uno que en sus escuelas desconociese la providencia, lograría ser mirado como impío, pero nadie lo hallaría digno del título de Filósofo.

XXXIII. Ejemplos que muestran la insensatez de los Filósofos, que niegan la providencia.

Sería mirado como un dementado el que se persuadiese a que un ejército de cien mil hombres, bien combinado, y disciplinado, había sido congregado, no a las ordenes, y señales de un gran General, sino por el acaso, y que éste bastaría para conducirlos también unidos a la campaña, sin que algún designio deliberado los moviese; sino que una casualidad ciega los llevaba así formados a chocarse, y batirse con otro ejército de igual número, y arrastrado por la misma fuerza. ¿Qué juicio haría de esto un hombre de armas, instruido en la disciplina de la guerra?

Semejante concepto se formaría del que paseándose por entre dos ordenes de estatuas acabadas por los mas célebres maestros, ni conociese a los héroes que representaban, ni creyese que podían ser obra de una sabia mano; fino que una nube de piedra las había dejado formadas, y acabadas en tan buen orden después de algún torbellino: o que muchos pedazos de mármol habían rodado hasta allí casualmente, y encontrándose unos con otros, habían formado aquellas masas, desbastádolas, acabádolas tan perfectamente, y levantádolas sobre sus pedestales. ¿Y qué sería, si estándolas admirando algunos hábiles estatuarios, se llegara otro de su arte, y pronunciase que en aquellas estatuas no se había empleado alguna ciencia, sino que una casualidad las había formado bajo el seno de alguna cantera, como las estalactitas, que se crían gota a gota en los subterráneos de las montañas? Aquellos escultores se mirarían unos a otros, y extrañarían otro tanto la extravagancia, cuanto conocerían mejor la dificultad y primor que costaban aquellas obras, y cuanto el que hablaba tan neciamente, estaba distante de penetrar la materia.

Cicerón se burló mucho de estos delirios de los Epicúreos, y se resolvió a creer primero, que el acaso había podido componer la Ilíada, o los Anales de Ennio, que alguna de las partes del universo.

XXXIV. Se les arguye de sus sistemas de mundo, a la fábrica del mismo mundo.

Si estos libros de Filosofía, o estos sistemas más célebres del mundo no se han podido meditar, y explicar, sino por unos sabios tan sobresalientes; ¿el mismo mundo argüirá menos sabiduría en el que lo hizo? Pues estos Filósofos no tienen mas mérito que haber dado algunas ideas concertadas; pero en el mundo real está hecho mucho más. Ellos hicieron sistemas de pura especulación, o copiaron teóricas imperfectas sobre lo que percibieron de la obra ya hecha; pero Dios formó originalmente los mundos en el entendimiento, e hizo cuanto había ideado con una palabra. Compuso prácticamente un sistema magno, combinado de una infinidad de partes, mas y mas simples{1}. A esta proposición llamaron algunos un axioma clarísimo; porque cualquier fibra del cuerpo humano es una serie de otras series menores, o de muchas substancias simples: de muchas fibras se compone una parte integral, o un miembro; de muchos miembros un cuerpo; y de muchos hombres nuestro linaje. Lo mismo sucede en las plantas, en los brutos, en los minerales, y de todos estos reinos resulta un sistema mayor. De muchos de estos sistemas, como la tierra, la Luna, Venus, Marte, Saturno, el Sol, y demás, se compone el sistema planetario con diecisiete globos, que dicen mutuo orden entre sí mismos. Cada estrella fija ha parecido un Sol, y el centro de otro sistema planetario distinto: de innumerables sistemas planetarios, que tienen mutua relación entre sí, resulta el sistema magno de todo el universo: de suerte, que siendo tan infinito el número de las partes simples que aquí entran, todas van conglobándose en cuerpos, en especies, géneros, clases, mundos, hasta que son reducidas a la unidad del universo.

XXXV. Se infiere el propósito del Artículo.

Los antiguos Filósofos son por esto inexcusables delante de Dios, mas que los otros hombres. En el libro de la Sabiduría está condenada su vanidad{2}; porque viendo obras tan buenas, no entendieron cuánta era la ciencia de su Artífice; y juzgaron dioses rectores del orbe de la tierra, unos al fuego, otros al espíritu, otros a un aire agitado, otros al giro de las estrellas, otros a un agua demasiada, otros al Sol y la Luna; pero todavía, añade, es menor la culpa de éstos; aunque no se les debe excusar: Porque aunque erraron, era: buscando a Dios, y queriéndolo hallar. ¿Mas qué diremos de unos Filósofos Cristianos, que teniendo la ciencia de diferentes caminos que llevan a Dios, se fueron por el mundo para perderlo de vista? Estos son los que dijeron: Recede a nobis, scientiam viarum tuarum nolumus: con estos fines dicen ellos como Epicuro, que se ha de estudiar la Filosofía. Y hay quienes añaden, que el que quitare del mundo la noción funesta de un Dios rector, y gobernador hará el mayor servicio que se puede al género humano{3}. ¡A dónde llega la ingratitud de un hombre abandonado a su corrupción! Jamás se adelantó a otro tanto Epicuro, porque al menos, dice Cicerón, que tenia respeto a sus conciudadanos, y un justo miedo de caer en el enojo de los Atenienses. Esta política le hacía siquiera mas modesto; y Cicerón es testigo de que no faltaban los Epicurianos a ninguna ceremonia, ni asamblea de Religión.{4}

XXXVI. Son más culpables aun los Modernos por lo que se adelanta la Filosofía en nuestro tiempo.

Hacen otra ventaja los Filósofos de nuestros días a Epicuro, y a sus discípulos. Aquellos, eran unos Físicos muy rudos. Se ve la ignorancia de Epicuro en su carta a Pitocles, donde le da una explicación física de los meteoros. Al Sol, y a los Astros no los hace mas grandes que lo que nos parecen. El mismo Cicerón añade, que daba al Sol dos pies de diámetro, o un poco más, o menos{5} de la que se nos representa. El Oriente, y Poniente del Sol, y de los otros, astros, era para él un fuego que se enciende en ciertos puntos del Cielo, y va a extinguirse en otros por el reencuentro de alguna materia propia a producir estos dos fenómenos. Los Eclipses{6} del Sol, y de la Luna podían suceder, dice, por la misma extinción de la luz de estos dos astros o por la interposición de algún otro cuerpo, tal como el Cielo, y la Tierra.

XXXVII. Rudo estado de la Filosofía en tiempo de Epicuro. Sobre los cometas, eclipses, &c.

Aquí se ve, qué obscura luz tenia, aun de un fenómeno tan claro en la Física. De los cometas es infeliz la teórica que le da a su discípulo. Hay cometas, le dice, cuando un fuego nutrido en diferentes lugares del aire, se inflama durante un cierto tiempo; y el Cielo por cierta disposición de la materia le tiene suspenso sobre nuestras cabezas: o cuando movidos por ciertas coyunturas, se acercan a nosotros, y brillan a nuestra vista. Desaparecen por las causas contrarias; sea porque alguna cosa se opone a su movimiento como la tierra, esta parte inmóvil, sobre quien se revuelve todo lo demás; sea porque… &c. Así prosigue mostrando su poca ciencia del Cielo, y de toda la naturaleza.

No era mucho mejor el demás estado de la Física, y particularmente la que explica la esfera; en cuanto a los cometas se ve cómo se había olvidado la verdadera idea de ellos con las verdades de la Religión; porque todos los buenos conocimientos habían sido enseñados por unos mismos Maestros, que fueron los Patriarcas, y primeros Padres de las naciones. Pitágoras aprendió lo que eran los cometas entre los Caldeos; pero entre los Griegos apenas se entendió esta Física, hasta que Alejandro les remitió las observaciones de los Babilonios: debióse esto a la solicitud de Aristóteles. Éste las encomendó a Calístenes, que siguió en esta jornada a Alejandro. Las observaciones remitidas llegaban hasta el año 115 después del diluvio.{7}

XXXVIII. Causas de esta ignorancia.

Pensaban antes los Griegos, que eran los cometas unos fuegos fatuos, que se inflamaban, y se disipaban en la esfera de la Luna: esta ignorancia duró hasta pocos siglos ha. La brevedad de la vida de los hombres, y el olvido de las primeras tradiciones pueden haber sido dos causas de este error. La grandeza prodigiosa del orbe, que describen, les hace repetir muy tarde su vuelta, para dejarse ver de los que pudieron observarlos la vez primera. Algunos hicieron la carrera de los cometas dieciséis veces más grande que la de Saturno; y gastando éste treinta años en andarla, deberán los cometas tardar menos de quinientos, porque giran también con mas rapidez: con que el que una vez los notó, siendo la vida tan corta, no vuelve a verlos jamás. De aquí se continuaba la opinión de que eran unos fuegos fatuos, llevados por el acaso, y sin algún designio; pero aun este documento contra la providencia, arrancó la Filosofía de estos siglos de la mano de los Epicurianos, y Casualistas.

XXXIX. Ventajas de los Modernos, que los deja más inexcusables sobre este artículo.

Con el socorro de los Telescopios se ha hecho ver, que los cometas son un orden de Planetas tan regulares como todos los otros. El P. Casini demarcó el curso del cometa del año de 1664. Esto enseñó a Newton a formar después una teórica del que vio el año de 1680. Después acá se confirma cada día más que estos son unos orbes que puso Dios en el Firmamento, y muestran una sabiduría mas magnífica y sublime en el Criador.

Paréceme, cuando veo estos adelantamientos de la Filosofía, que Dios deja descubrir más y más su obra del universo, para confundir la presunción de tantos Filósofos que inclinan hacia el Materialismo, y renuevan esta cuestión enterrada: Si est scientia in excelso?

Al modo que en el cielo se descubren nuevos astros, se hallan en la tierra nuevas especies de vivientes, y maneras de insectos. Entre los vegetables halla la Botánica nuevas plantas; en la mar, y mas allá, nuevas islas y continentes, y en ellas nuevas naciones. Estos y otros evidentes hallazgos, que ilustran a la Filosofía, no es para que ésta presuma, sino para que los Filósofos teman, si es que la ira de Dios se rebela otra vez en ellos desde lo alto, y los deja inexcusables de la impiedad en que se adelantan; pues desde todas partes habla Dios más claramente a los sabios, que a los que no ven como ellos sus obras. Los mismos Filósofos dan contra sí estas voces en tantas Teologías como han escrito de la naturaleza. Fabricio{8} ha escrito la Teología del agua; Lessero la Teología de los insectos{9}; y Derán la Teología de la Física{10}. Si así perciben los Filósofos en todas partes la razón o noción de Dios, ¿cómo se sufre decir entre ellos, que esta noción es vana, imposible de creer, y repugnante a todas las nociones comunes?{11} Y más cuando este mismo confiesa que todo el mundo la ha recibido, y que es el conocimiento mas común a todos los hombres. Ello se ve, que mientras los Filósofos quieren obscurecer el conocimiento de la providencia divina, logran solamente hacer notoria la idea de su insensatez, y propia locura.

XL. Se funda la segunda duda propuesta.

¿Si ningunos hombres hay más insensatos, quiénes serán tampoco mas ingratos? No se sabe que la providencia divina haya sido combatida por algunos otros despechados, tanto como lo ha sido por los Pseudo-filósofos. Unos han querido enmendar la fábrica del hombre, para darle un esófago y gula tan larga como la del Onocrótalo. Otro en su ancianidad se quejaba de Dios neciamente, porque no dio al hombre una vida tan prolongada, como imaginaba la de la corneja. Otro, que no sabía gobernar un pequeño Reino que había heredado en el mundo, prometía fabricar con más prudencia los cielos, si se le hubiera llamado a consejo. Si bajamos a nuestros siglos, es intolerable la murmuración en que muchos Filósofos se ocupan contra la providencia, que experimentan más benigna que los otros hombres. Locke nos halla faltos de algunos sentidos. Puede que en él no estuviesen cabales.

XLI. Motivo de sus quejas contra la providencia.

El origen del mal, así moral, como físico, es el punto de donde parten formados en lineas los Ateístas, Deístas, Pirronianos, Materialistas, y otros. ¿Qué turbaciones no han excitado en la Europa sobre esta cuestión? ¿Y qué blasfemias no han vomitado contra la divinidad? Bayle ha sido uno de los Alféreces mas distinguidos en esta guerra. Contra él se pusieron en armas hasta los mismos herejes Calvinistas, y Reformados de Inglaterra, Holanda, Alemania, y Francia. Juan Clerk, Isaac Jaquelot, Jurieu, Renau, Leibniz, y otros quisieron rechazar el insulto. Más como ellos habían sido los primeros que con Calvino, y otros de sus Jefes habían hecho a Dios el autor de todos los pecados, y el que determinaba absolutamente por ellos la condenación de los hombres; tenían poco que responder a los Filósofos, y mucho, para ser convencidos por ellos. En lugar de llorar su error, viéndolo hecho la fuente de tantos males apelaron más bien a nuevos errores. Unos hallaron en Orígenes un correctivo para mitigar la dureza de Calvino; y daban esperanza de que cesarían las penas eternas.{12}

XLII. Falta de sinceridad en los Filósofos Protestantes.

Leibniz, para ocurrir con un remedio pronto, y especialmente para calmar los remordimientos que había causado en la Reina Carolina la lección de Bayle; dispuso su Teodicea: probando, que se compone bien la idea del Ser supremo, con la permisión del mal. Pero él escribía por otra parte, que no tomaba este medio sino simuladamente, y para acallar a los Filósofos: así como le Clerc se había fingido Origenista para escapar del aprieto. Esta miseria confesó a Mateo Pfaffio, en carta firmada en Annover a once de Mayo de 1716.{13}

XLIII. Se retuerce sobre ellos la queja, y los convence de todos los males de que se quejan.

Como los Filósofos hallaban tan mala fe, y tantas ventajas sobre los Doctores de un Cristianismo, que se dice puro, y reformado, creció su orgullo, y dieron por vencida a la verdad, y por convencida a la divinidad. En el libro primero expondré algo de lo mucho que hay en la doctrina Católica, para hacer callar estas impías querellas contra la providencia. ¡Allí, y siempre me admiraré de que los más malos seamos ordinariamente los más fieros acusadores del mal! Desde ahora lo digo: los que hacen, y enseñan a hacer todos los delitos, acusan a Dios porque los sufre, y permite. Los impíos son los que provocan hoy sobre la tierra tantas calamidades. Ellos son los que llaman sobre los Reinos el azote de la guerra, la peste, los terremotos, la esterilidad, y todos los males físicos; y después con una insensatez monstruosa maldicen a Dios, porque castiga, o más bien corrige los pecados manifiestos en ellos.

XLIV. Los furores de nuestros Filósofos contra la providencia.

Así habla, o brama el autor del sistema de la naturaleza, y del contagio sagrado.{14} “La tierra (dicen) está cubierta de desgraciados, que parece no haber venido a ella sino para sufrir, gemir, y morir. El contagio, la peste, la guerra, las revoluciones físicas y morales, la esterilidad y los venenos, el Cielo y los elementos, los tiranos y sus ministros se desatan para atormentar, para desolar, para aniquilar al linaje de los hombres. Luego más bien está Dios lleno de injusticia, de malicia, de imprudencia, que de bondad, de sabiduría y de equidad. Éste, mejor es un Dios caprichudo, que un amigo, y un padre: éste es un verdugo.”

¿Pero quién creerá que estas furias del Infierno, o estos cocodrilos giman así por compasión de los males de los hombres? Estos Filósofos son los que al mismo tiempo les desvanecen el solido asilo, que toman en la providencia de Dios. Por vano dicen, que juzgan el que un afligido les grite: Dejadme que adore a un padre compasivo, y tierno, que me prueba en este mundo. No, le responden estos fieros Filósofos, la verdad no pudo jamás hacernos desgraciados; ella consuela solamente.{15}

XLV. La suavidad de la providencia con nuestros Filósofos.

Si por otra parte consideramos quiénes son estos Filósofos blasfemos, encontraremos unos hombres, con quienes la providencia anduvo pródiga de sus dones. Los talentos naturales de genio, de fecundidad en producir bellas ideas, su facundia en persuadirlas con insinuación, y agrado, su temperamento sano, y alegre, para aplicarse a unas cavilaciones muy seguidas; su fortuna nunca severa, sino cuando se empeñan en despreciarla, o en irritarla. Por fin ellos son unos de aquellos hombres más felices del siglo. Si no heredaron riquezas, sus genios sobresalientes en alguna clase de literatura, o sus extravagancias les ganan las de un poderoso. Estos Filósofos no tienen nada de graves, de severos, ni de retirados: son festivos, entrometidos, y al modo de la yedra, y demás parasítes, se sustentan de la liberalidad de los Príncipes, y de otros Grandes. No son menos peligrosos que los parasítes a los mismos Príncipes, que les dan su favor para levantarlos; pero ellos viven lozanos, verdes, y florecen en toda prosperidad. No{16} están en el trabajo que los demás hombres; ni labran la tierra con sus brazos; ni pastorean ganados; ni experimentan los efectos de la nieve, sino en el verano; ni los del calor, sino en el invierno. Sus manos no saben trabajar en alguna arte; no se dan al comercio, porque pide mas buena fe que ellos usan. No se exponen al peligro del mar, sino cuando la vanidad de alguna aventura los embriaga con la promesa de mucha gloria. No sostienen el peso que abruma a los Magistrados; no pueden cautivarse bajo el yugo del Monacato, ni aligarse a las funciones del Sacerdocio. Sacuden la carga del matrimonio, que les detendría en los cuidados de una casa, y familia; eligen ser solitarios, pero no castos. En una palabra, ellos casi logran beber un placer líquido, que es el fin de sus estudios. ¿En medio de esta felicidad, de quién se quejan? ¿Cuál suerte de los nacidos parece tan lisonjera? No sienten mas trabajo que el de sus pasiones indómitas, y la reprensión de su conciencia en nada considerada. ¿No dirá cualquiera, que la providencia es aquí igualmente halagüeña, y que su corazón, y ellos mismos son únicamente los crueles, que se hacen desgraciados? ¿No es aquí la providencia una madre que los nutre, y ellos unas furias que se devoran? Aquí se ve con efecto, que Dios es un Padre que los lleva, y ellos mismos unos verdugos que se azotan, y atormentan. ¿A qué es quejarse por otros infinitos que sudan con diversos trabajos sobre la tierra? ¿Quién les ha dado a los Filósofos el que hagan esta causa? Todos estos por quienes se quejan, viven contentos con su suerte, o llevan pacientemente su carga; y los Filósofos en su libertad, y prosperidad caen abatidos bajo su pesada conciencia. Concluyamos, que no es Dios, ni la providencia rigorosa con los Filósofos; que el común de los hombres, con quienes es más dura, y escasa, no son los que se quejan de ella con injurias; sino que los Filósofos son los mas impacientes de todos los hombres, y los mas ingratos, e injuriosos a la providencia soberana.

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{1} Genuens. Element. Metaphis. tom. I. pág. mihi 183. propos. 45. Haec rerum universitas est magnum quoddam systema ex simplicioribus plurimis coagmentatum. Haberi potest pro axiomate notissimo.

{2} Sap. 13. v. I. 2. Vani autem sunt omnes homines in quibus non subest scientia Dei; et de his quae videntur bona, non potuerunt intelligere eum qui est, neque operibus attendentes agnoverunt quis esset artifex: sed aut ignem, aut spiritum, aut citatum aerem, aut gyrum stellarum, aut nimiam aquam, aut solem et lunam, rectores orbis terrarum deos putaverunt.

{3} Sistem. de la Natur. tom. 2. pag. 85. 86. 87, y Contagion sacree, cap. 2. pág. 58.

{4} Cicer. de Natur. Deor. 1. 30. Novi ego Epicureos omnia sigilla venerantes. Quamquam video nonnullis videri, Epicurum, ne in offensionem Atheniensium caderet, verbis reliquisse deos, re sustulisse. Itaque in illis selectis eius brevibusque sententiis, quas appellat χνρίας δόξας haec, ut opinor, prior sententia est: quod Beatum & immortale est, id nec habet, nec exhibet cuiquam negotium.

{5} Id. de finibus, I. II. 2. Huic (Epicuro) Sol pedalis fortasse: tantum enim esse censet, quantus videtur, vel paulo aut maiorem aut minorem.

{6} Tanta fue la ignorancia de los Atenienses antiguos acerca de los Eclipses, que eran condenados a muerte o a destierro, los que explicaban su causa por la interposición del cuerpo de la tierra. La misma pena era decretada contra el que decía que la Luna era iluminada por el Sol. Plutarc. De Placit. Philosoph. lib. 2. cap. 24.

{7} Simplic. Commentar. in Aristot. de Caelo, lib. I.

{8} Fabric. Theologie de l’éau.

{9} Lesser. Theologie des insectes.

{10} Theologie Phïsique.

{11} Systhem. de la Natur. Tom. 2. pág. 201, 229.

{12} Apud Gerbert, de Radiis divinitatis in operibus providentiae, tom. 2. pág. mihi 25.

{13} Leibniz, Epist. ad Pfaffium apud Gerbert, ibid. pag. 27. lta prorsus est (asiente a que era una ficción, como le había dicho Pfaffio, su sistema de la Teodicea), vir summe reverende, uti scribis de Theodicea mea. Rem acu tetigisti; et miror neminem hactenus fuisse qui lusum hunc meum senserit. Neque enim philosophorum est rem serio semper agere, qui in fingendis hypothesibus, uti bene mones, ingenii sui vires experiuntur. Tu, qui Theologus es, in refutandis erroribus Theologum ages.

{14} Systhem. de la Natur. Tom. 2. pág. 204. 205. Contag. sacr. cap. 7. pag. 138.

{15} Systhem. de la Natur. Tom. 2. pág. 202. 203.

{16} Psalm, 72. v. 5.

{Transcripción íntegra, renumerando las notas, del texto de este artículo, tomo 1, Madrid 1774, páginas 164 a 179.}