Filosofía en español 
Filosofía en español

Fernando de CeballosLa Falsa Filosofía, o el Ateísmo, Deísmo, Materialismo… crimen de Estado 1  2  3  4  5  6 7

Tomo 1Segunda parte del AparatoSección SegundaArtículo V

La pseudo-filosofía inspira el menosprecio y el odio más furioso contra la humanidad


CXLVI. Después de impedir que nazcan, procura la Pseudo-filosofía, que se maten los nacidos.

Se quedó muy corto Rousseau, cuando hablando del Fanatismo, y comparándolo con la indiferencia filosófica y el Ateísmo, dice: “Los principios de estos (Filósofos) no hacen por matar a los hombres, pero hacen porque no nazcan, ni crezcan, destruyendo las costumbres, que los multiplican, extinguiendo el amor a su especie, y reduciendo todas sus afecciones a un secreto Egoísmo, tan funesto a la población, como a la virtud. La indiferencia filosófica se parece a la tranquilidad del estado, subyugado del despotismo: es la tranquilidad de la muerte aún más destructiva, que la misma guerra.”{1} Hasta aquí bastante hemos indicado de la una de estas dos cosas, conviene a saber: de los principios filosóficos, que enseñan, a que los hombres no nazcan, y que impiden el que los nacidos crezcan, arruinando la educación. Ahora indicaremos la otra, que niega Rousseau, y es, el que también enseña esta Filosofía a que los nacidos y criados se maten. Aquí solo enunciaremos lo que baste para preludio a las Disertaciones del Suicidio y Regicidio, que hemos puesto por finales de los libros segundo y tercero; allí se verán los furores y raptos de los Deístas, Materialistas, Libertinos, y todos los hijos de los nuevos Filósofos; aquí solamente indicaré la miserable inconstancia con que estos falsos Filósofos son continuamente agitados, y sacudidos de un lado en otro, rompiéndose contra los extremos más peligrosos. También intento, así en éste, como en todos los otros artículos, rogar a los buenos Filósofos, se abstengan escrupulosamente de imitar todos estos excesos, tomando el medio, que nos prescribe la Religión, la razón, y la misma Filosofía.

Nada hubo tan lejos del instituto de ésta como el Suicidio y todo homicidio: no debiera nombrarse el Regicidio. No hay necesidad de ponderar cuánto ama la Filosofía a la humanidad; esta es en nuestro tiempo una cantinela tan vulgar, que ha venido a ser una de las vocecillas de moda, y es mucho que ya no enfade. A todo nos ponen delante nuestros Filósofos la humanidad, que es lo más apartado que anda de ellos, porque jamás se han enseñado tanto las máximas que la destruyen.

CXLVII. Doctrina de la Filosofía contra el Suicidio.

Por otra razón más viril ha detestado la Filosofía el suicidio, y todo homicidio arbitrario. Se tuvo esto siempre, y debe ser así, por una bajeza de ánimo: ninguno tomó estas sangrientas deliberaciones, que no fuese por una fuga vil y miserable, de las desgracias que le perseguían, o por no poder sufrir a un enemigo o vecino, que le era molesto. Si pudieran tolerar mayores males, ¿quién duda que serían más fuertes? La paciencia es el carácter de la fortaleza, y juntamente de la Filosofía. Cicerón prueba muy bien este argumento en una de sus Tusculanas: Platón dio también muy buenas lecciones de tolerancia: y por alguna cosa que tuvo de Filósofo el tirano Dionisio, sufrió con igualdad de ánimo unas suertes tan distantes como experimentó: Plutarco refiere, que preguntándole uno después de su caída, ¿de qué le había aprovechado Platón y la Filosofía, respondió: para llevar con ánimo igual estas mudanzas de la fortuna; y añade Plutarco, que por esto no se mató a sí mismo, como hacían otros.{2}

Toda la Filosofía de Epicteto se revolvía sobre dos palabras, substine, & abstine: privarse de lo que lisonjea a los sentidos, y sufrir las cosas duras: su muerte tampoco fue distante de estas máximas. Ve aquí el discurso que hizo para sí mismo, aparejándose a morir dignamente, a lo menos respecto de lo que puede informar la razón, y la más sublime Filosofía.{3}

“Siempre he deseado (decía aquel gran Filósofo) con todo mi corazón, que en mis últimos momentos me halle la muerte con tales disposiciones, que sin turbación, sin embarazo, y sin violencia haga yo como hombre libre esta última acción, y pueda decirle a Dios: ¿Señor, he traspasado vuestros mandamientos? ¿He abusado de los presentes que me hicisteis? ¿No os he sometido mis votos, mis sentidos, mis opiniones? ¿Me he quejado alguna vez de vos? ¿Acusé vuestra providencia?

“Al contrario, yo he estado enfermo, porque vos habéis querido, y yo también lo he querido: estuve pobre, porque vos lo ordenasteis, y yo he vivido contento en mi pobreza: me vi humillado, porque vos lo quisisteis, y yo tampoco deseé jamás levantarme de mi bajeza: ¿Me visteis triste jamás en cualquiera situación? ¿Me habéis encontrado jamás en el abatimiento o en la murmuración? Yo estoy dispuesto aun a todo lo que os agrade ordenar sobre mí: la menor señal que me deis será un orden inviolable. ¿Queréis que salga de este espectáculo magnífico? Pues ya voy a salir de él, y a rendiros mil gracias humildísimas de que os habéis dignado de admitirme en él, para que viese todas vuestras obras, y para reunir a mi vista el orden admirable con que gobernáis este Universo.”

Esta nobleza y elevación de afectos resplandecieron en el alma de un Liberto, y en el cuerpo de un cojo; pero la Filosofía y la virtud hacen señores a los siervos, y a los débiles fuertes. Indigna cosa parece, que Roma lo arrojase de sí en tiempo de Domiciano por lo peligrosos, que el Imperio creía a todos los Filósofos. Ahora concedo, razona Diógenes, en llamar solamente cojos y débiles a los que carecían de pera, o de Filosofía.{4} Bastan estas pocas cosas para hacer a la

Filosofía el honor, que merece en cuanto al estudio que ha hecho de la humanidad y de la paciencia. Por esta muestra se convence cuán lejos está de la Filosofía esta desesperación, que hoy se llama heroísmo entre unos Pseudo-filósofos, abobados en los deleites, y abatidos en cualquiera desgracia.

CXLVIII. Principios de los Filósofos falsos que llevan a matarse.

Esto va haciendo, que el Suicidio, y el Fanatismo sea otra vez de moda en los estados más políticos de Europa, como lo fue otras veces entre los bárbaros, sin que en esto dejaran de serlo los Romanos. Yo no me admiraré de los casos funestos, que siempre han ocurrido en todos los pueblos por algunos furores. De estos no trato yo tanto como de unas muertes que inspira una Filosofía deliciosa, y juntamente cruel. Los principios de ésta disponen a matarse, siempre que la ordenación de las cosas le salga contraria; porque enseña, que el fin, para que el hombre ha venido a la tierra, es para gozar del placer: que éste es el único resorte que tiene para obrar; en esto ponen su última felicidad como Epicuro. Por consiguiente, cuando se le anublare esta felicidad mundana, que es tan inconstante, y cuando el placer se le convierta en dolor, debe una de dos: o faltar a sus principios, o quitarse a sí mismo de este mundo.

Por otra parte enseñan, que la muerte es nada, porque o fue, o será: con que ningún ser tiene de presente.

Aut fuit, aut veniet; nihil est presentis in illa,
Morsque minus poenae, quam mora mortis habet.

Siento, que algunos Escritores Católicos hayan hecho caso de este sofisma tan pueril, como puede ser perjudicial. En la citada Disertación del Suicidio hago ver cuán ninguna verdad contiene, y cuanta es la sensibilidad física que hay en la muerte; este principio sirve solamente para suavizar el lazo a los fanáticos.

CXLIX. Dan también ejemplos.

Epicuro, que enseñaba este y otros principios semejantes, murió conforme a ellos: apretóle el dolor de la vejiga, y hallándose en una vejez, que le prometía sin eso pocos años, buscó el modo más blando de matarse, y eligió un baño caliente, que bastaba a desatar su vida, por hallarse en una suma debilidad. Así dio un ejemplo contrario al de Epicteto, pero contrario también a otros de sus principios: porque exortando aquel delicioso Filósofo a deleitarse también en el dolor, daba para ello esta regla, que se llama el medicamento de Epicuro: si el dolor es largo, será leve; y si es fuerte, será breve: Si longus levis, si magnus brevis. Pues si tu dolor, Filósofo inconsiguiente, es tal, como ponderas, que nada se puede añadir d su grandeza; aguarda un instante, que no podrá dejar de ser breve su fin.{5}

Pero no aguarda nada esta Filosofía: es más breve su impaciencia, que lo puede ser la vida, y más leve su ánimo, que lo puede ser algún dolor; con que ateniéndose a su objeto principal, que es buscar el placer, y huir todo padecer, eligen salir presto de este mundo.

Además de esto, como después de la muerte se fingen, que no hay suplicios ni dolores eternos que temer, ni un Dios vivo, en cuyas manos deben ir a dar, tienen esta fuerte barrera menos donde detenerse, y eligen primero dejar de ser, que dejar de holgarse. ¡Suma necedad! y más indigna de un Filósofo, como hago ver en la citada Disertación. Ve aquí las doctrinas de mala muerte, que ministra una Filosofía vergonzosa a la humanidad, y desoladora de la sociedad: de aquí se están hoy viendo tantos Suicidios en la Europa.

CL. Suceden hoy más Suicidios en Europa por estas lecciones.

Los muchos que anuncian las noticias públicas, son unos pocos de los que realmente se experimentan; pero el gobierno ha tomado en algunos Reinos la providencia de que se callen, por hacer menos estupenda y escandalosa esta barbarie. En la dicha Disertación puedo hablar más en particular, y clamar por los remedios convenientes. Lo peor es, que este furor, hijo del Ateísmo, no solo arrastra con aquellos infelices, a quienes abisma en la tristeza la conciencia de sus delitos y el temor del suplicio, sino también con los hombres de bien, si es que pueden serlo con este error. “Porque dicen, que si hay Dioses en el mundo, los hombres de bien no deben temer la muerte; pero si no los hay, ¿qué hacen sobre la tierra?”{6}

CLI. Tienen la osadía de hacer la apología por esta atrocidad. Culpan a los Teólogos que la disuade.

El Autor del Sistema de la naturaleza{7} ha tenido la osadía de defender la atrocidad del Suicidio. A éste tiene por una acción más digna de los hombres de bien, que de los malos; porque el primero teme que puede hacerse delincuente por cierta combinación de circunstancias inopinadas; pero el malo, dice, no teme esto en su vida, y se ríe de los remordimientos de su conciencia. Culpa a los Moralistas, que por ciertas ideas religiosas han creído, que nunca es permitido al hombre romper los lazos que lo atan con la sociedad. Reprehende también a los que han mirado al Suicidio como a una acción cobarde y floja. En la citada Disertación respondo a esta apología, aunque no lo merece; yo creyera que en la Europa, región tan floreciente y sabia, no se criaran hombres tan feroces, que boqueasen errores tan contrarios a la humanidad, que se ama tanto; pero esto no es, sino por la infelicidad de haberse resfriado, y en muchas partes apagado el espíritu de la Religión Católica. El mismo Escritor impío no le puede negar este honor: La Religión, dice, hace a los hombres menos pródigos de su vida en nuestras Regiones.{8} En efecto, ningún otro espíritu disipa tan de raíz los furores y manías, que llevan al Suicidio. La gracia del Evangelio no deja en las almas ni aun sombra de tristeza; solamente, para dar lugar a la penitencia, permite y hace que nos contristemos; pero tantos como hay experimentados en esto, pueden decir por sí mismos, si este dolor santo no está mezclado de una unción, que lo hace más dulce y consolador que todo el placer del pecado. Siendo este el mayor mal que teme el Cristiano, si todavía pecare, no le permite la Religión que se entristezca hasta desconfiar: al punto le pone delante las entrañas de un Salvador, que dijo al primero de todos sus Vicarios: Si pecare tu hermano muchas veces siempre le perdonarás en mi nombre. Esta puerta no se cierra a alguna persona en ningún tiempo por los mayores delitos. Es pues un necio, poseído del Demonio, el que en el seno de la Iglesia se desespera y mata.

CLII. Es verdad que el Evangelio disipa este espíritu.

Ningún otro mal puede oprimir a un Cristiano: sabe éste mejor que todos los Filósofos, que no hay en el Universo algún acaso; que es un fantasma de niños o de insensatos la fuerza del hado; que todo se mueve por el orden de una providencia buena y sabia; que todo coopera al bien de los que aman a Dios; que en este sentido ningún trabajo o mal de pena hay en la Ciudad, que no haya hecho Dios; que éste es fidelísimo; que jamás nos manda lo que no podemos, ni nos prueba sobre lo que podemos; que si nosotros fuéremos también fieles a los bienes que nos envía, o a los males con que nos examina, nos coronará con un honor, de que no es digno nuestro momentáneo trabajo. ¡Oh, si los engañados Filósofos quisieran probar la dulzura de la paz cristiana, y volverse de sus caminos pésimos hacia el Señor! Al punto hallarían a éste convertido hacia ellos; y aunque sus delitos y sangre sean como la grana, sus almas quedarían como la lana limpia; experimentarían esta inagotable misericordia, que hay en los tesoros de la Iglesia Católica; y se dejarían de errar, fingiendo una crueldad, que no es de su aprobación.

Admirará, como pueda ser, ¡que estos Filósofos disipados hayan soñado todavía tanta inhumanidad en los Sacerdotes Católicos! A estos culpan del Suicidio, que ellos mismos enseñan, y defienden como bueno. Dicen, que los Ministros de la Iglesia distribuyen los cuchillos por los pueblos crédulos, para que se maten a sí mismos.{9} Tras esto tomando la capa del amor a la humanidad, insultan a los Cristianos de crueles, por cuatro capítulos: El primero contra los Príncipes Católicos; el segundo contra los Magistrados; el tercero contra los Ciudadanos particulares; el cuarto, y todos, contra los Sacerdotes.

CLIII. Se alaban a sí mismos de humanos, y a nosotros llaman crueles, y a los Reyes que declaran una guerra justa.

¿Quién creyera que estos Filósofos sanguinarios pareciesen tan humanos, cuando tratan del derecho soberano de los Príncipes, para declarar la guerra? Aquí es donde muestran su amor fingido a la humanidad, defendiendo con Fausto Socino, que no es lícito al Príncipe Cristiano hacer la guerra a sus vecinos, ni a sus enemigos.{10} Que la guerra es mala esencialmente, y contraria a los preceptos de Cristo. Este perverso error se halla esparcido por los libros de los falsos Filósofos, como se verá después.

CLIV. 2. A los Magistrados, que condenan a muerte a los Reos.

Con el mismo pretexto de humanidad, y ponderando la lenidad cristiana, como lo que por otra parte merece de consideración la vida de un hombre, les niegan en sana paz a los Magistrados Cristianos la potestad coactiva. Uno de estos se adelanta a decir, que ni el Magistrado Cristiano tiene algún imperio, para imponer la pena de muerte a los reos, ni que el pueblo ha podido conferirles este derecho sobre sí mismos{11} por algún pacto social. ¿No es una paradoja de las más célebres, que se pueden ver, el que mientras dan estos a cada uno el derecho de matarse a sí mismo, por no hacerse delincuente, le nieguen la potestad de transferir este derecho en el Magistrado, para que lo use con los verdaderos delincuentes? Aquí no puedo dejar de prevenir otra vez, y de rogar más a los buenos Filósofos y Jurisconsultos Católicos, que usen de toda precaución contra estas doctrinas de error: se siente ya en algunos de los nuestros este cáncer.

CLV. Aquí se ruega a los Católicos no favorezcan esta falsa humanidad.

Uno, cuyos talentos me son singularmente amables, ha inclinado tanto a esta doctrina, por defender la causa de los miserables, que no sé, como pudiera escusar sus proposiciones del error de los Socinianos. “Jamás (dice) es lícito a los hombres ensangrentarse en sus cuerpos: nunca tienen potestad para abandonarse a sí mismos a los tormentos: luego ni pueden conceder a los Magistrados la potestad de atormentarlos, ni de ensangrentarse en ellos; porque no puede alguno conceder a otros el derecho que no tiene sobre sí mismo.” Esta argumentación, le digo de verdad, que es capciosa y falaz: o por mejor decir, lleva inevitablemente a un error. Porque aunque su intención sea, como después manifiesta, servirse de ella solamente para los reos dudosos, o para los delitos no probados; pero, tomada en general, tira a persuadir, que los hombres no pueden dar a los Príncipes el derecho de la vida y de la muerte: porque en ningún caso puede un hombre, por más cierto que esté de su delito, matarse a sí mismo: Haud enim fieri potest, ut quod ipsi jus non habent, aliis concedant. No cito al Autor, porque solo es mi ánimo el que él me entienda, si leyere esto, y acepte mi amigable deseo de que imite modelos más dignos de su erudición y de sus talentos. Sigamos nuestro camino.

CLVI. 3. A los Ciudadanos, acusándolos porque se defienden.

La misma hipocresía de humanidad se ha pretextado, para negar a los Cristianos la precisa defensa contra sus violentos, e inevitables agresores. Aquí viene otra causa célebre, u otra paradoja que notar.

CLVII. Con todo eso los alaban si se vengan.

El matar a uno por vengarse de la ofensa, que ya nos hizo, es entre estos Filósofos una venganza justa o una culpa leve; pero el matar a un invasor de nuestra propria vida, que no se puede evitar de otro modo, nos lo dan por un pecado grave.{12} Siempre es de reparar, que haciendo a los particulares, autorizados para vengar sus proprios agravios, nieguen que puedan transferir este derecho en los Magistrados, para que los venguen con más sosegada justicia.

CLVIII. Todo lo hacen culpa de la Religión.

Toda esta, que llaman los Pseudo-filósofos inhumanidad en las Potestades públicas, la van siempre a echar sobre la cabeza de la Religión y de los Sacerdotes. “Estos (dicen) han convertido la política en tiranía. Siempre{13} persuaden a los Reyes, que son las imágenes de Dios, que en calidad de tales pueden disponer de los bienes, libertad, vidas y personas de los súbditos: que los Príncipes, embriagados con la lisonja, ya de estos, y ya de sus proprios Ministros, se han erigido en despóticos, tiranos, licenciosos, y han hecho infelices a los pueblos.” Esta impostura contra la Religión se desmiente por otra, con que la acusan de que en ella no pueden los hombres{14} ser sumisos, sino condicionalmente, a la autoridad soberana. Esto no puede ser, a menos que la Religión no enseñe a un mismo tiempo la esclavitud y la independencia. Si en la Iglesia se enseña, que es primero obedecer a Dios que a los hombres, esta no es alguna condición, que debilite a la potestad humana: porque ésta jamás es tan absoluta, que no dependa de Dios, o que pueda mandar sobre los preceptos divinos: todas las potestades legítimas nacen de allí: ni pueden valer más que en cuanto vienen de Dios, y sirvan a Dios. Si estos impíos no negaran a Dios, tampoco negarían las demás potestades, que estableció en el Sacerdocio y en el Principado. Pero si aborrecen al Señor, llamándole cruel y austero, ¿qué mucho será, que llamen también crueles a cuantos en la tierra son sus Vicarios?

CLIX. 4. Inhumanidad, de que nos acusan por las penitencias y asperezas cristianas.

De aquí pasan a exagerar la cuarta especie de crueldad, que se enseña y ejercita entre los Católicos. Los Doctores del Suicidio no pueden ver sin compasión el uso de las mortificaciones y penitencias cristianas: la abstinencia de carnes, la práctica de los ayunos, las disciplinas secretas y públicas, y todo lo que puede refrenar las pasiones, es para ellos un espíritu de crueldad contra el derecho de la humanidad, que prohíbe el quitarse la salud, o derramar la sangre, &c. No pueden sufrir el rigor de una ley, que fuerza al Pueblo, que vive de su trabajo, a contentarse con una comida cara, mal sana, y poco apta a reparar el vigor{15}; como si el pueblo, que vive de su trabajo, no usara de esta comida cuasi todo el año. Pero adviertan nuestros Filósofos, que esto no es a costa de pescados caros, ni de mesas destempladas, poco proprias para reparar las fuerzas, y muy eficaces para estragarlas, como las traen los dados a la crápula. Estas mesas son las mal sanas, y caras; pero la comida Cuaresmal, no es cierto que dañe a la salud. Esta es una cuestión, de que tomarán lo que les parezca, dejando a cada uno igual libertad de pensar; lo cierto es, que los nuevos Filósofos ignoran lo que pasa en el mundo y entre los más de los hombres, cuando tratan así de gobernar mesas de estos. El ayuno (que les parece tan cruel) como la frugalidad de las comidas, lejos de quebrantar la salud, la reducen a un justo temperamento: por medicina se les debiera mandar a nuestros Filósofos el uso del ayuno y de la abstinencia. Esta costumbre hubiera valido la vida a algunos, que quisieron acostumbrar las indigestiones a la sangría.{16}

CLX. Algunos Católicos se inclinan demasiado hacia aquel estilo: ruégaseles amigablemente.

Dúelome de que entre nosotros haya Católicos, más llenos del amor a la humanidad, que lo que es justo. Ya se lee, que los hechos de los Santos han sido, o unos fervores imprudentes de la devoción, o efectos de auxilios singulares y no acostumbrados de Dios. ¿Cuánta es nuestra prudencia para osar condenar de imprudentes los hechos de los Santos? ¿Cuánta es nuestra ciencia para calcular, y tasar las medidas de los auxilios de Dios? ¿Son tan desacostumbrados desde el principio de la Iglesia los ayunos, las vigilias nocturnas y diurnas, y las maceraciones aún sangrientas? ¿Tan raros, o insolentes (más insolente es la voz) son entre los Católicos estos actos de penitencia, que les dicta una detestación de las culpas pasadas, o el cuidado de reprimir sus pasiones viciosas, o el celo de vengar discretamente las injurias hechas indiscretamente contra la Majestad soberana ofendida? No sé qué prurito se pega hoy de unos a otros, o por la conversación, o por la lección de los libros envenenados de los Pseudo-filósofos. ¿Si nosotros hablamos como ellos, quién queda para defender la verdad, y hablar con juicio? No me cansaré de rogar esto a nuestros buenos Filósofos. Vean con qué liviandad se arrastra la crítica, y todo buen sentido, para tener el gusto de hallar una nueva cuestión entre las cosas más sentadas y ciertas; el desprecio y la indolencia con que algunos quieren hablar de la devoción, apenas los deja distinguirse de los impíos, que nos ponen el nombre de Pietistas.

CLXI. Se explica la práctica de las disciplinas, y su distancia del error de los Flagelantes.

La práctica de las disciplinas, según la han usado los Santos, y se ha recibido en la Iglesia, no tiene alguna de aquellas censuras, porque la misma Iglesia condeno a los Flagelantes. Los Teólogos que escribieron contra aquellos herejes, se dolerían, al verse alegados, para reprobar las disciplinas piadosas, aunque de ellas se siga algún gasto de la propria sangre. Gerson no pensó en condenar éstas; antes condena a ciertos Abogados de la impenitencia{17}, que dicen: “¡Oh! ¡que es una necedad afligirse en esta vida voluntariamente, y no buscar sublimes y brillantes honores! Cuánta imprudencia es el no buscar gustosísimos deleites, despreciado el saco, y la ceniza, el cilicio y el azote.”

Su tratado contra los Flagelantes nada tiene contra los Cristianos. Allí solo condena la propria voluntad, y con ella el error en que se sumergieron aquellos fanáticos, haciendo a las disciplinas sangrientas un bautismo{18} necesario para la salud eterna. Si condenara las mortificaciones sangrientas de los santos penitentes, merecería Gerson la misma censura, que el Padre Natal Alexandro tuvo que purgar de la primera edición de sus obras. Citó este Padre el Opúsculo de Gerson, y tomó de él{19} aquellas palabras: Lex Christi, si videatur flagella indulgere, juxta illud: Ecce ego in flagella paratus sum; nihilominus circumstantiae debent apponi, quibus rationabile fiat obsequium nostrum. Entre las condiciones que añade, es, que se hagan sin efusión de sangre, al modo que se hace en las Religiones aprobadas, y por algunas personas devotas.

Esta proposición, ac sine sanguine, fue notada por los Censores del Padre Natal: éste respondió, lo primero, que dichas palabras son de Gerson y no suyas: lo segundo, que ni él, ni Gerson intentaban reprobar las disciplinas hasta verter la sangre, según lo hacen las personas penitentes; con reserva, sin ostentación vana, sin alguna intención de error, con aprobación del Superior, o del prudente Confesor, o por movimiento del Espíritu Santo{20}.

CLXII. Elogio de algunos Padres a estas disciplinas.

Desde que por las Cartas de San Vicente Ferrer entendió el mismo Gerson, que no en otro espíritu, sino en el de verdadera penitencia, de humildad y de sumisión a las determinaciones de la Iglesia, del Concilio, y de los Prelados, tomaban muchos de los oyentes de San Vicente estas disciplinas sangrientas, se consoló, y alabó el espíritu del Santo: “Estas circunstancias (dice){21} me aseguran ahora (contra los rumores de muchos) de la discreta humildad, y de la humilde discreción de tan grande varón. Esta discreción fue puesta por los Santos Padres para regla y conductora de las otras virtudes.” Aquí se ve lo que sentía Gerson sobre tales penitencias, y cuál era su único cuidado.

Se halla siempre, que estas maceraciones merecen la estimación de unos Espíritus fuertes verdaderamente, y píos. San Pedro Damiano, cuando consideraba esta clase de mortificación que hacen los penitentes, exclamaba{22}: “¡Oh, cuán grande e insigne espectáculo, cuando el supremo Juez observa desde el Cielo, y el hombre se mortifica a sí mismo en su retrete por sus delitos; cuando el mismo reo preside a las secretas pasiones de su corazón, y hace tres oficios: se constituye Juez en su espíritu, reo en su cuerpo, y ejecutor de la Justicia en sus manos! Ve aquí la hostia viva, añade, que se sacrifica a Dios, y es ofrecida por los Ángeles santos. Así la víctima del cuerpo humano se une invisiblemente al único sacrificio, que se ofreció a Dios en la Cruz; y todo entra y se guarda en un tesoro; así, la cabeza de todos los escogidos, que se ofreció primero, como cada uno de los miembros que se ofrece después.”

¿Dónde están aquí aquellas crueldades extravagantes, a que se entregan los adoradores de Dios, según las exclamaciones de nuestros Filósofos?{23} Los que no están en el trabajo de los hombres, como dice un Salmo, ni se azotarán jamás con ellos, porque los poseyó la soberbia, y andan siempre tras las aficiones de su corazón. Estos son los que llaman inhumanidad al ayuno, y crueldad a una mortificación, de que resulta el derramamiento de alguna sangre; porque las otras disciplinas, que practica un vulgo bárbaro en algunos días del año, ni se mandan, ni se aprueban por lo común, y solamente se toleran. Y si a cada uno es permitido romperse una vena por medicina, o usar de las sanguijuelas, tampoco será contra la salud el que algunos idiotas tomen el papel de disciplinantes; porque este es su modo de evacuarse. No se oye decir que esta gente haya muerto, ni enfermado por esta costumbre, que suponemos poco ordenada a la salud espiritual. Es pues un abultar las cosas, querer hacer todas estas prácticas tan mortales y tan contrarias a la humanidad.

CLXLIII. Recapitulación de las contradicciones de los Pseudo-filósofos en esta materia.

Este es el siglo de la inconsecuencia, y en que domina el espíritu de la contradicción. Aun muchos en de nuestros Teólogos y Filósofos Católicos, gustan de llevar el rigorismo de las costumbres y de las doctrinas hasta el extremo. Les parece que no se sabe cosa, si no se alegan tales y cuales Escritores de moda, que relampaguean y truenan contra todas las costumbres y sentencias comunes; y que todo lo deciden en calidad de Oráculos, cuando muchas veces dejan entrever, que no entendieron el caso, ni tuvieron a la vista las reglas esenciales; pero al mismo tiempo que reina este predominio y furor en la literatura, reina también a porfía el gusto, el amor a la humanidad, la lenidad del Evangelio, la mansedumbre, y en una palabra, la hipocresía y la ostentación filosófica. Esto poco nos pegan los libros de los nuevos Filósofos, que se componen de estas contradicciones y antítesis. Llaman crueles y tiranos a los Príncipes, que decretan una guerra justa; crueles y verdugos a los Magistrados, que administran justicia a los delincuentes; crueles y tiranos a los Prelados, que no llegan, ni con mucho, a imitar el celo de Cristo, cuando echó a golpes a los que profanaban el templo, ni los ejemplos de los Apóstoles, cuando entregaron a la muerte, y a Satanás los cuerpos de algunos pecadores, porque sus almas no fuesen infelices; crueles, por fin, e inhumanos homicidas a los particulares, que no hallan otro efugio de su agresor, que matándole, o que castigan a sus cuerpos, porque siempre los sienten agresores de sus almas, cuando al mismo tiempo inspiran cualquier modo de suicidio, como sea brillante y pueda pasar por un caso trágico en toda Europa. De modo, que se puede hacer un largo cuestionario en cada materia de doctrinas contra doctrinas; a ejemplo de esto poco, que yo pondré aquí para que pueda servir de principio. Se preguntará, y resolverá por las reglas ordinarias de nuestros Pseudo-filósofos. ¿Puede el Príncipe o el Gobierno soberano decretar una guerra justa e inevitable? Responden: Eso es una tiranía. ¿Puede el particular atacar a su enemigo, o porque le ofendió, o porque estorba a su felicidad? Eso es lícito, dicen, y aun obligatorio a cada Ciudadano. ¿Podrá este mismo Ciudadano matar a quien le insulta, sin dejarle huida? Esa es una atrocidad, dicen, contraria al espíritu de los primeros Cristianos, que elegían primero dejarse morir, que matar. ¿Puede uno darse una disciplina sangrienta por penitencia? Eso es un loco Fanatismo. ¿Puede darse de puñaladas, o ahorcarse? Eso es santo. ¿Debe ayunar un Cristiano por mortificar sus pasiones? Esa es una vanidad, o manía de cabeza. ¿Puede un Espíritu fuerte matarse de hambre, o rompiéndose una vena? Eso es Filosofía: y como se sepa hacer divirtiendo al mismo tiempo a sus amigos, haciendo gracias a sus domésticos, y bebiendo vasos de vino puro, será emular los grandes ejemplos de Sócrates, de Epicuro, Petronio, y otros semejantes.

Ve aquí algo de lo que traga sin escrúpulo un siglo tan ilustrado y tan exacto en la observancia del método, del buen orden, de la claridad y consecuencia de las ideas: en una palabra, el siglo de la crítica. Pero ve aquí también la atrocidad que gusta en un tiempo, en que todo es humanidad, patriotismo, y amor a los hombres. Todo esto, con lo demás que dejo indicado en los artículos de esta Sección, hará juzgar a los buenos Filósofos y a todo hombre de sano sentido, si no van las cosas derechamente a pervertir la racionalidad, y a destruir la sociedad.

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{1} Rousseau en el Dictionair. Antiphil. art. Fanatisme.

{2} Plutarc. in Apophteg. Cum interrogaretur (Dionisius), quid tibi Plato, aut Philosophia profuit? Respondit, ut aequo animo, faciléque ferrem fortunae mutationem. Neque enim sibi manus admovit, quod alii solent.

{3} Epictet, Enchirid. lib. 3. sect. 7. versionis Latin. Angeli Politian.

{4} Laert. lib. 8. cap. 1.

{5} Epist. ad Idomeneum, apud Laert. pag. 720. Cum ageremus vitae beatum, & eumdem supremum diem, scribebamus haec. Tanta autem vis morbi aderant vesicae, & viscerum, ut nihil ad eorum magnitudinem posset accedere.

{6} Marc. Antonin.

{7} Sistema de la Natur. cap. 12

{8} Sistema de la Natur. pág. 309 & 303.

{9} De l'Sprit, disc. 2. cap. 14. pag. 252. Contag. sacrée, cap. 4. 5. Essai sur les prejuges, cap. 5. pág. 120.

{10} In respons. ad Jacob Paleologum pro Racoviensibus. Et super Matth. cap. 5. 5. Non licere homini Christiano Magistratus authoritate bella gerere, & ejus opem secundum leges ad vindicandas quascumque injurias implorare. Item bellum gerere rem esse per se malam, & Christi praeceptis contrarium.

{11} Ludovic. Wolzogenius in annotationib. ad quatuor quaestiones de Magistratu, bello, & qui his conexa sunt, quaest. I. Magistratum cum potestate coactiva exerceri a Christianis non posse, nec populum Christianum id munus, & jus alicui deferre.

{12} Ludovic. Wolzog. ubi supr. quaest. 3. Non licere Christianis vitam suam suorumque contra latrones, & invassores vi oposita defendere, si possint: quia fieri non potest, ut Deus hominem vere pium, ipsique ex animo confidentem tali involvi patiatur periculo, in quo quidem ipsum servatum velit, sed non aliter quam sanguinis humani efusione. It. Homicidium aggresoris pro graviori delicto habendum esse quam ipsam vindictam. Vindicando enim (inquit idem Wolzogenius) retribuo injuriam jam aceptam; at hic occido hominem, qui me forsan nondum laeserat, necdun occiderat, sed qui voluntatem tantum habuit occidendi me, aut laedendi: imó de quo certo scire non possum, an me animo occidendi, & non potius terrendi tantum quo tutius me spoliare possit, aggrediatur.

{13} Systhem. de la Natur. pag. 241. part. 2. Contagion sacrée, cap. 7. y 6. Essai sur les prejuges, cap. 2. pág. 25 & cap. 4. pág. 369.

{14} Militair. Philosophe, cap. 20. pág. 117. Contagión sacrée, cap. 5. pág. 82, 87. Christianisme devoilé, pág. 149.

{15} Christianisme devoilé, pág. 210.

{16} Este fue Julián La-Metrie, Materialista, de cuyos errores y muerte habrá ocasión de hablar.

{17} Joan. Gerson in tract. contra vanam curiositatem super illud Marc. I. Poenitemini, & credite Evangelio. Quam stultum est, inquinit, in hac vita se gratis affligere, & non quaerere sublimes, & pulchros honores, contemplo saco, & cineri quam stultum est insuper non quaerere jucundissimas voluptates, rejecto cilicio, verbere, jejunio...! Edit. nov. tom. I. col. 89. 90.

{18} Videatur ejusdem tractatus... Insuper. Sianda Lexic. Polem. verb. Flagelantes.

{19} Gerson tract. contra Flagellantes, tom. 1. novae edit. fol. 660.

{20} P. Natal Alexand. tom. 8. edit. Venet. de 1771. pág. 14. schol. 1. Nullum in hac praecedenti, vel subsequenti pagina verbum meum est. Totae sunt ex venerabilis Gersonii verbis in tractatu contra Flagellantes contextae. Flagellationem usque ad sanguinem non improbo, uti nec Gersonius improbavit, quatenus sit animo poenitente, seclusaque ostentatione, sine scandalo, judicio superioris, sive pii ac prudentis conscientiae moderatoris, aut aftlatu Spiritus Sancti. Prout eam sancti pié in corpus suum saevientes exercuerunt, & inter alios S. P. Dominicus. Sed eam dumtaxat improbo, quae pravis circumstantiis, & erroribus comitata erat, & contaminata in secta Flagellantium, quam reprobavit Ecclesia, Clemens Sextus Pontifex maximus damnavit. De flagellatione, seu disciplina, (ut loquimur) in Coenobiis, in quibus usus illius intermissus est instaurandus, & si praeceptum Domini non habeo, consilium do.

{21} Gerson ubi supr. col. 662.

{22} D. Petrus Damián, opusc. 43. ad Cassinenses Monachos, cap. 6. Apud Natal Alexand. ibid. O! quam jucundum, o quam insigne spectaculum! Cum supernus Judex de Caelo prospectat, & homo semetipsum in inferioribus pro suis delictis mactat. Ubi reus ipse in pectoris sui penetralibus praesidens trifarium tenet officium: in corde se constituit iudicem, reum in corpore, manibus se gaudet exhibere tortorem: ac si Deo, Sanctus poenitens dicat: non opus est Domine, ut officio tuo me punire praecipias: non expedit, ut ipse me justi examinis ultione percellas, ipse mihi manus anicio, ipse de me vindictam capio, vicemque meis peccatis reddo... & infrá: Haec est hostia, quae viva mactatur, ad Deum per Angelos oblata defertur: & sic humani corporis, victima illi unico sacrificio, quod in ara Crucis oblatum est invisibiliter permiscetur: & sic in uno thesauro sacrificium omne reconditur, videlicet, & quod unumquodque membrum, & quod caput omnium obtulit electorum.

{23} Contag. sacr. cap. I. pag. 22. cap. 9. pag. 31. y 35. Systhem. de la natur. tom. 1. pag. 54.

{Transcripción íntegra, renumerando las notas, del texto de este capítulo, tomo 1, páginas 296 a 317, Madrid 1774.}