Eloy Bullón Fernández (1879-1957)
El alma de los brutos ante los filósofos españoles (1897)
Biblioteca Filosofía en español, Oviedo 2001
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Capítulo II

Los filósofos árabes y hebreos

Sumario. Sentido panteísta de las soluciones patrocinadas por los filósofos hispano-árabes. – Tophail; su Hay-ben-Yokdan y el Emilio de Rousseau. – Exposición crítica de su doctrina. – Averroes; sus enseñanzas. – Opiniones que se le atribuyen. – Maimónides y los rabinos toledanos y barcinonenses. – Avicebrón; su Makor-Hayim. – Exposición crítica de su sistema. – Su influencia en la Edad Media.

Al mismo tiempo que los filósofos ortodoxos exponían las doctrinas que acabamos de reseñar, divulgaban los árabes españoles las suyas, dando, por cierto, a la cuestión un rumbo muy distinto, pues casi todos la resolvieron en sentido panteísta.

Así lo hizo el médico guadijeño Tophail, discípulo de Avempace y uno de [34] los pensadores más ilustres de los musulmanes. Escribió el Hay-ben-Yokdan, obra muy curiosa y original, traducida al latín por Pococke con el título de Philosophus autodidactus, {5} y que no es otra cosa que una novela místico-filosófica, precursora del Emilio de Rousseau, en la cual se narra cómo Hay, hijo de Yokdan, abandonado en una isla, llega al conocimiento de Dios y de las verdades naturales por la sola luz de la razón. Tophail dice en este libro que los animales tienen tres operaciones comunes, que son la nutrición, la sensación y el movimiento espontánco, y que su alma o causa de todas estas funciones no es sino un solo espíritu inmortal común a todos ellos.

La diversidad de operaciones no arguye, según Tophail, diversidad del principio vital, pues a la manera, escribe, que el agua que se contiene en distintos vasos es la misma, aunque en unos esté caliente y en otros fría, así también el principio vital que vivifica el cuerpo de los [35] brutos es uno e idéntico, aun cuando en cada individuo y en cada especie animal se manifieste por operaciones en parte diversas.

Esta ingeniosa teoría del médico guadijeño parece a primera vista de marcada significación panteísta, y presenta no poca semejanza con la del intelecto uno de Averroes; pero puede aún interpretarse en otro sentido, diciendo que la igualdad que pone Tophail entre las almas de los brutos es sólo en cuanto a la esencia, sin negar por eso la distinción numérica y real de cada una de ellas. De todos modos, la primera explicación parece más en armonía con el fondo y tendencias del libro de Tophail.

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Averroes, el más ilustre de los filósofos arábigo-hispanos, que, como Avicena y casi todos los árabes, admitía la animación de los astros y las formas sustanciales, enseñó que los brutos estaban dotados de vida sensitiva y que el principio de ésta [36] era una forma sustancial generable y corruptible, a la que él llamó hylica o material.

Según Averroes, el animal en nada difiere del hombre sino en el intelecto uno, al cual éste está unido y por el cual, o mejor dicho, en el cual es inteligente e inmortal.

Algunos escritores, y entre ellos Suárez, {6} dicen que Averroes admitía la existencia de diferentes formas que actuaban en cada una de las partes del cuerpo de los animales, si bien diciendo que todas ellas estaban subordinadas a la forma sustancial superior que los constituía en el grado de seres sensitivos. Sea de esto lo que quiera, en la doctrina de Averroes se descubren muchos puntos de semejanza con la de los escolásticos, aunque el fanático admirador y comentador de Aristóteles echó a perder todas sus teorías y deslució sus grandes cualidades con su absurdo sistema del intelecto uno, tan divulgado después, que apenas [37] bastaron a desterrarlo de las escuelas los continuos ataques del Doctor Angélico.

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Ni el gran Maimonides ni los filósofos rabinos de las escuelas toledana y barcelonesa enseñaron acerca de los brutos opinión alguna digna de especial mención. Sabido es que a dichos filósofos preocuparon sobre todo las cuestiones teológicas (que trataron a veces con sin igual talento), escribiendo poco de las meramente cosmológicas y psicológicas. Únicamente Ben Gabirol o Avicebrón, aquel gran filósofo y poeta judío, que tanta influencia ejerció en la escolástica se ocupó de este punto con algún detenimiento. Este filósofo, el más profundo y metódico panteísta de la Edad Media, nació en Málaga o (como otros quieren) en Zaragoza, y entre otros muchos himnos, oraciones y plegarias, que se cantan aún en las sinagogas, escribió el Makor Hayim o Fuente de la vida, libro de amena lectura, en el cual presenta la materia y [38] la forma como constitutivos esenciales de todos los seres finitos. Según Avicebrón, existe una materia universal o potencia del ser, emanada libremente de la voluntad divina, y una multitud de formas o hipóstasis subordinadas unas a otras y emanadas igualmente de Dios, las cuales, uniéndose e informando a la materia o substratum común, constituyen los diversos órdenes y clases de seres.

Por lo tanto, Avicebrón cree que el alma de los brutos no es sino una de estas múltiples formas, superior a la de los cuerpos inanimados, la cual, al unirse a la materia, da por resultado el individuo animal. En opinión del filósofo judío los animales vegetan y sienten, pero no raciocinan.

El libro de Avicebrón fue traducido al latin y divulgado en Europa por el arcediano Gundisalvo {7} y Juan Hispalense, [39] ejerciendo no poca influencia en la doctrina de la materia y forma que, purificada de la levadura panteística, enseñó Alberto Magno, y después de él los discípulos todos del inmortal Santo Tomás de Áquino.


{5} Philosophus autodidactus, sive Epistola, &c. (Oxford. 1671)

{6} Disput. metaphys., disp. XV.

{7} Domingo Gundisalvo, arcediano de Segovia, es, juntamente con Juan Hispalense, uno de los más insignes miembros del claustro de traductores que con la mejor intención estableció en Toledo el arzobispo D. Raimundo por los años de 1130 a 1150. La ciencia es deudora a Gundisalvo no sólo de haber divulgado en Europa los mejores [39] escritos de los árabes, obra que, como dice Renan, divide la historia filosófica y científica de la Edad Medía en dos épocas enteramente distintas, sino también de varios tratados originales, como el de Inmortalitate animae y el de Processione mundi, que la acreditan de atrevido y profundo pensador.


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Eloy Bullón Fernández | El alma de los brutos
Madrid 1897, páginas 33-39