Fernando Garrido (1821-1883)
¡Pobres jesuitas! (1881)
Biblioteca Filosofía en español, Oviedo 2000
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Capítulo primero

Sumario. Ignacio de Loyola; aventuras de su juventud y origen de su fanatismo. –Sus ejercicios místicos, sus viajes y sus persecuciones. –Sus primeros compañeros. –Fundación de la Compañía. –Prerrogativas de los generales jesuitas. –Deberes de los inferiores y voto de obediencia pasiva. –Relaciones de la Compañía con el Papa. –Trajes de los jesuitas. –Diversas categorías de sus miembros. –Constitución de la Compañía. –Misterios de que se rodea.

I.

Nació San Ignacio a fines del siglo XV en Loyola, aldea de Guipúzcoa, de familia noble; y adolescente aún, fue paje de Fernando el Católico. Más tarde tomó parte en la defensa de Pamplona contra los franceses, que lo hirieron, estropeándole una pierna, que le quedó imperfecta. Aquella desgracia decidió de su porvenir. El disgusto que le causó la cojera fue tal, que ensimismándose se dio a la lectura de libros de devoción, acabando [22] por renunciar a casarse con la mujer que amaba.

¡Misterios del humano destino! La bala francesa que hirió a Ignacio en Pamplona, privó a su patria de un defensor, y acaso de un buen padre de familia, de un útil ciudadano, y dio a la Iglesia romana su más ardiente campeón, el fundador de la más persistente, de las más activa de sus instituciones, y hasta pudiera decirse, de la que ejerce más influencia en los destinos del catolicismo.

Ignacio arrojó el mosquete, empuñó el báculo del peregrino, y se fue a deponer su espada a los pies del altar de la Virgen de Montserrat, haciendo voto de consagrarse al servicio de la religión católica y del pontificado, en el que, según él creía, se personifica aquella.

II.

Escribió entonces sus célebres ejercicios, destinados a preparar las almas, turbadas por la duda o la indiferencia, a consagrarse al bien, renunciando, no solo a los bienes del mundo, sino a todas las afecciones humanas. ¡Cómo si el bien pudiera existir fuera de esas afecciones!

Esta obra fue el fundamento de toda la doctrina de la Compañía de Jesús. [23]

¿Qué más se necesita para calificar la tal doctrina de aberración del entendimiento, que conduce fatalmente a la perversión del sentido moral, a la condenación de los sentimientos más generosos, nobles y humanos, que al mismo tiempo son condición indispensable del desenvolvimiento de la humanidad sobre la tierra?

¿Qué tiene, pues, de extraño, que, apenas publicados los ejercicios se produjera contra ellos terrible tempestad, hasta en el seno mismo de la Universidad y de la Iglesia? En 1535 fueron condenados en París por la Sorbona, no solo como sospechosos, sino por contrarios al dogma católico; y las autoridades eclesiásticas de Portugal declararon que el autor de aquel libro, si le dejaban, acabaría por volver loco al mundo.

El Papa no lo trató mejor.

Diez años pasaron desde su publicación antes que Pablo III, cediendo a las instancias reiteradas de las que luego fue San Francisco de Borja, se decidiera a dar su sanción a Los ejercicios.

Desde entonces sirvió esta primera obra de San Ignacio, de base al edificio teocrático y político, de lo que pudiera llamarse el nuevo catolicismo. [24]

III.

Supónese que Ignacio hizo una peregrinación a Tierra Santa, antes de fundar su Sociedad, pero lo que está fuera de duda es que fue a Alcalá de Henares, donde empezaron para él las persecuciones. Cuarenta días le tuvieron en la cárcel, porque unas señoras de calidad abandonaron por él su domicilio. Al cabo ellas se presentaron a la justicia, declarando que habían abandonado espontáneamente a su familia, para hacer no sabemos qué piadosa peregrinación...

Pusiéronle en libertad el 1ยบ de Junio de 1527, libre de la acusación del rapto de aquellas respetables y piadosas damiselas. Mas no por esto escapó ileso de las garras de la justicia, pues le condenaron a no usar más la sotana, que se había endosado, a pesar de no haber recibido las órdenes; intimándole que no se ocupara en público de teología bajo pena de excomunión y expulsándole del reino, por añadidura.

El futuro santo no tuvo más en cuenta aquellas prescripciones y sentencias, que después sus prosélitos las de los tribunales, y las leyes de los países en que han vivido. Mas comprendiendo que con las católicas autoridades de Alcalá no cabían subterfugios ni [25] distingos, se marchó; pero no al extranjero, como se lo habían mandado, sino a Salamanca. No sabemos lo que allá hizo, pero sí que la justicia le encerró en un calabozo, cargado de cadenas, y que permaneció en él algunas semanas.

¡La católica España no podía sufrir al hombre, que más tarde había de venerar en sus altares!

Ignacio huyó de su patria, buscando al otro lado de los Pirineos espíritus menos refractarios a sus propósitos; y pidiendo limosna recorrió Francia, Holanda e Inglaterra.

En París encontró sus primeros adeptos, y con media docena de amigos dio principio a la organización de la Compañía.

Este primer núcleo era pura y simplemente una Sociedad ilegal y secreta; mas para él, y según sus principios, el fin justifica los medios, y no creyó dignas de ser tenidas en cuenta las leyes y las autoridades del país en que había recibido hospitalidad.

De los seis primeros compañeros de Ignacio, cinco eran españoles, y el otro francés. Este se llamaba Pierre Lefevre, y los otros Simón Rodríguez, Nicolás Bobadilla, Alfonso Salmerón, Santiago Lainez, y Francisco Javier. [26]

IV.

El 15 de Agosto de 1534 inauguraron su Sociedad reuniéndose en la capilla de la iglesia de la Virgen de Montmartre, en la que, 328 años después, bajo la protección de Napoleón el Pequeño, han comenzado la construcción de una gran basílica los sucesores de aquel primer grupo de jesuitas, en conmemoración sin duda de la constitución de la Compañía en aquel sitio; pero el ayuntamiento de París se opone a su terminación, y no será fácil que los jesuitas salgan adelante con su empresa.

En aquella primera sesión hicieron votos de castidad, de contentarse con lo estrictamente necesario, de ir en peregrinación a Jerusalén, y de consagrarse al servicio de pontificado romano.

Quisieron después que el Papa legalizaran su Sociedad, pero los cardenales se opusieron durante mucho tiempo, creyéndola inconveniente y perjudicial a la Iglesia, hasta que al fin Pablo III la autorizó, por una Bula especial, publicada en 1540.

Tales fueron los orígenes de esta célebre Compañía de Jesús, que no tardó en extenderse por el mundo, y que desde entonces lo ha traído revuelto, haciendo hablar de ella, [27] excitando las más violentas antipatías, y luchando contra grandes y pequeños, infatigable y con persistencia digna de mejor causa.


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Fernando Garrido
¡Pobres jesuitas!
Madrid 1881, páginas 21-27