Fernando Garrido (1821-1883)
¡Pobres jesuitas! (1881)
Biblioteca Filosofía en español, Oviedo 2000
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Capítulo XII

Sumario. Entrada secreta de los jesuitas en Inglaterra. –Desembarco del jesuita Parsons, disfrazado de oficial de la marina real inglesa. –Visitas domiciliarias de la policía en persecución de los jesuitas. –Suplicio del padre Danall en Cork. –Prisión de Campion. –Tormento e interrogatorio de varios jesuitas. –Ejecución de Campion y de sus dos compañeros.

I.

Triunfante el gobierno inglés de la dominación de los Papas, después de terribles luchas, la Gran Bretaña estaba cerrada para los jesuitas; pero ellos la recorrieron secretamente varias veces.

Cuando no podían permanecer ocultos, para enseñar a los jóvenes, que las familias católicas les entregaban, las doctrinas de supremacía temporal y espiritual de los romanos pontífices, y la obediencia pasiva, los [158] llevaban ocultamente a Francia, Flandes, Roma y otros países católicos, donde en grandes colegios les enseñaban libremente lo que no podían en Inglaterra. El gobierno inglés, alarmado al ver sustraída así a la juventud, a la que enseñaban en el extranjero a odiar y despreciar las leyes de su patria, y a obedecer a otro soberano, publicó en 15 de Julio de 1580 un edicto en el que decía:

«Los que tengan hijos, pupilos u otros parientes menores fuera del reino, deben declararlo a sus obispos respectivos, en el término de seis días, y reintegrarlos en el reino dentro de cuatro meses. Los que desobedezcan esta orden, y pasado dicho plazo, continúen mandando dinero fuera del reino para asistencia de los menores, serán castigados como traidores de lesa majestad.»

Como eran los astutos y tenaces jesuitas quienes secretamente iban a sonsacar los niños a sus familias, el gobierno publicó otro edicto, prohibiendo a los padres de la Compañía entrar en las islas británicas, «a donde sólo iban para sublevar el pueblo contra su soberano,»añadiendo, que cualquiera que diese oídos a los jesuitas, seminaristas y curas católicos, debía considerarse como fautor y cómplice de traidores, y castigado como tal. [159]

«Todo inglés que conociéndolos no los denuncie, incurrirá en las mismas penas...

II.

Como varios reyes y príncipes protestantes y católicos, habían sido víctimas de los jesuitas o de sus secuaces, imbuidos en sus teorías sobre el tiranicidio, la reina Elisabeth de Inglaterra, alarmada por las intrigas y entradas y salidas de los jesuitas en sus dominios, temía ser asesinada, y andaba rodeada de espías y de policía secreta, para librarse de los puñales de tan terribles enemigos: todas las precauciones y todos los rigores le parecían poco.

Entre el Papa y el General de la Compañía, de común acuerdo, habían decretado en 1579, mandar a Inglaterra una misión de jesuitas, a pesar de que enviaban a infringir las leyes de aquel reino, y a entregarlos a muerte casi segura.

La ambición ciega y desvanece a los hombres encumbrados al supremo poder, y ni al Papa, ni a su cómplice, el General de la Compañía de Jesús, se les ocurría que iban a hacer en Inglaterra lo que condenaban en los Estados de la Iglesia; y que ante la sana razón, queriendo, a pesar de leyes [160] establecer su Iglesia donde estaba prohibida, atacaban el principio de autoridad, en cuyo nombre perseguían en sus propios Estados, tan cruelmente, a los que profesaban creencias religiosas diferentes de las suyas.

Dejando ahora estas consideraciones, volvamos a los jesuitas, y a sus arriesgadas aventuras en Inglaterra.

Los jesuitas Everardo Mercurion, Edmundo Campion y Roberto Parsons, fueron escogidos por su General para jefes de la secreta propaganda del papismo en la Gran Bretaña.

Quedó en Roma Mercurion, y los otros dos fueron a Inglaterra, provistos de una Bula de Gregorio XIII, en la que explicaba la de Pío V; aunque la explicación era una contradicción palmaria, pues mandaba a los católicos ingleses reconocer a Elisabeth como soberana, en cuanto la obediencia es debida a un príncipe temporal.

Pero ¿quién deslinda el punto donde se separan lo temporal y lo religioso, cuando esto último, en lugar de ser acto libre de la conciencia individual, es ley obligatoria, como las que emanan del poder temporal?

Según la doctrina de la Iglesia católica, el Papa, sus delegados y los prelados, son quienes únicamente tienen atribuciones para [161] deslindar lo religioso de lo temporal; reservándose la jurisdicción criminal necesaria para perseguir y castigar a los que falten a los preceptos de la Iglesia; por esto, lo de que obedecerán a su reina en lo temporal, sólo quería decir, en realidad, que no la obedecieran más que en lo que los representantes del Papa les dijeran, que no había inconveniente para el poder pontificio.

La Bula de Gregorio XIII era, pues, una orden vacía de sentido, o para decirlo con más propiedad, de doble sentido.

Lo mismo puede decirse de la recomendación que Mercurion hizo a sus colegas, de no mezclarse en asuntos políticos.

¿Dónde empieza y dónde concluye la política? ¿Qué significa esta recomendación, dada a hombres, cuyos actos, acciones y palabras, van a estar en contra de las instituciones del país en que penetran furtivamente, violando la ley, que, bajo las más severas penas, les prohibía entrar?

La falta de sentido y el casuismo se alían aquí en perfecto maridaje. [162]

III.

Uniéronse a Parsons y a Campion hasta una docena de miembros de la Compañía, [162] y el 19 de Junio de 1580 desembarcaron en Inglaterra.

El historiador refiere, como actos loables, los disfraces, usurpaciones, de títulos y de nombres, y los engaños de todos géneros de que se sirvieron los padres jesuitas para penetrar en los dominios de la excomulgada Elisabeth. Imbuido en las doctrinas de la Compañía, cree que, puesto que tenían por buenos sus fines, no debían reparar en los medios.

«Disfrazado, dice, de oficial de la marina real inglesa, desembarcó Parsons en Douvres, y se presentó al gobernador; y como era hombre acostumbrado a las fórmulas administrativas, le suplicó diera las órdenes necesarias para que pudiera partir inmediatamente a Londres un mercader llamado Patricio, que debía desembarcar dentro de pocos días, por exigirlo así al servicio del Estado.

«El falso mercader no era otro que el padre Edmundo, y el falso oficial de marina engañó al gobernador con la verdad; porque en efecto, el padre Edmundo iba a Londres para asuntos de Estado.

«Las sangre fría de Parsons engañó al gobernador, que le prometió lo que quería; el jesuita pasó sin obstáculo, y escribió a su [163] amigo Champion que se hiciera a la vela.»...

Falsedad, audacia, y cinismo, que si honran poco su carácter de religiosos, revelan estas trapisondas de los jesuitas, quienes por su falta de sentido moral traen más a las mientes a Rinconete y Cortadillo, que a los apóstoles de la religión cristiana que los jesuitas pretenden imitar.

La mejor prueba de la falta de sentido moral que dominó siempre en la Compañía, está, en que, como cosa natural, refieren sus autores estas y tantas otras cosas, que, ya que las hacían, debían callarlas por decoro.

No se descuidaba al gobierno inglés, sospechando las tramas de los jesuitas; su policía vigilaba a los papistas, y muchos de estos fueron presos. El más notable era Tomás Pond, hombre rico, que pasó encerrado la mitad de su vida en la torre de Londres, cargado de cadenas. Aquel fanático, solicitó del General de la Compañía, ser miembro de ella, y le fue concedido, después de tres años de solicitarlo.

Pusiéronle varias veces en tormento, y lo sufrió valerosamente.

IV.

Gracias a sus disfraces, a la facilidad con [164] que mentían, y a la protección de sus correligionarios, esquivaron los misioneros, durante algún tiempo, las persecuciones de la policía, y el lector puede formar idea de la importancia que para el gobierno y el pueblo tendrían las maquinaciones de los jesuitas, viendo la dificultad que tenía en dar con ellos, y la fama que les precedía por la parte activa que tomaban en los graves acontecimientos del continente.

Los jesuitas reanimaron el decaído ánimo de sus partidarios, inculcáronles la idea de la resistencia, y resolvieron unánimemente dejar de cumplir los preceptos de la religión del Estado, a pesar de que en su parte civil eran obligatorios.

El primero de aquellos audaces y fanatizados sectarios que cayó en manos de la justicia, fue el padre Donall, preso al desembarcar en Irlanda. Encerráronle en la cárcel de Limerik, y le amenazaron con la muerte si persistía en sostener la supremacía del Papa sobre la reina de Inglaterra; y como persistiera tenazmente, le condujeron a Cork, donde fue juzgado y condenado a muerte, por no querer reconocer el derecho del pueblo inglés al darse en lo religioso como en lo civil, las leyes que más fueran de su agrado. A reconocer este derecho, contrario a la supremacía [165] del Papa, prefirió la muerte; y se cumplió la sentencia, ahorcándole en la plaza pública; pero rompióse la cuerda antes de que exhalara el último suspiro, y en tal estado, aquellos fanáticos, le abrieron el vientre, le arrancaron el corazón, y no contentos con tanta barbarie, quemaron el cadáver. ¡Sólo el fanatismo puede llevar a los hombres a la perpetración de tales crímenes!

El suplicio fue atroz; pero no intimidó a los jesuitas. Quince días después, Parsons escribía al General de la Compañía, pidiéndole otros cuatro compañeros, y añadía:

«La persecución hierve en todo el país, nobles y plebeyos, mujeres y niños son presos, y reciben por todo alimento mal pan y agua peor. Los supuestos reformadores representan a la reina diciéndole, que obra con demasiada dulzura, y que sus consideraciones con los papistas son perjudiciales para el reino, y una falta que no debe tolerarse.»

La noche del 29 de Abril se hicieron visitas domiciliarias, para prender a Campion y Parsons, pero no los encontraron. En cambio dieron con Alejandro Briand, que fue puesto en el tormento, sufriéndole heroicamente. El hambre ni la sed, ni las agujas que le clavaron en las uñas según cuentan los [166] historiadores jesuitas bastaron para hacerle confesar.»

Jorge Elliot, por vengarse de Juan Payne, clérigo católico, ofreció descubrir a los jesuitas. El gobierno aceptó: Juan Payne murió en el cadalso, y Elliot recibió plenos poderes para descubrir a los jesuitas; estos, que no sabían su traición, le recibieron en sus reuniones secretas.

Campion y otros jesuitas estaban reunidos en el castillo de Gates, en el condado de Norfolk, y el 16 de Junio de 1580 se presentó Elliot, y fue con varios católicos admitido a oír misa en la capilla. Campion oficiaba, y Elliot no perdió tiempo en correr al pueblo vecino a buscar gente armada para prenderle.

Campion se ocultó, y Elliot en su gente retirábanse ya, cuando al bajar la escalera tocó por casualidad este en la pared, y sonó hueca. Derribaron algunas piedras, y Campion, y otros dos individuos fueron descubiertos y arrestados.

La reina Elisabeth y el pueblo celebraron la prisión con fiestas y regocijos.

El sábado 22 de Julio llegaron los presos a Londres, y fueron recibidos con gritos y amenazas.

Iba Campion montado en un caballo muy [167] grande, con las manos amarradas a la espalda y los pies a la cincha, y en el sombrero le pusieron un letrero que decía:

«Edmundo Campion, jesuita sedicioso.»

Encerráronle en la torre, en un subterráneo, especie de nicho, donde no podía tenerse en pie. Después de nueve días compareció Campion ante la reina, y respondió a la interrogación de ésta, que le ofrecía la vida y la libertad si quería someterse a las leyes del reino, diciendo:

«Seré siempre vuestro vasallo, pero antes soy católico.»

Esto quería decir en puridad, que siendo vasallo del Papa, no podía serlo de la reina, sino en lo que no se opusiera a la supremacía del Pontífice.

Dieron tormento a Campion, y como persistiese en no someterse a las leyes, se lo aplicaron segunda vez.

Esto afirman los jesuitas; pero los protestantes niegan que le dieran tormento.

V.

El 14 de noviembre, Campion, y siete jesuitas más, comparecieron ante el tribunal; dos días después otros seis, y el 20, del mismo mes, la gran sala de Wesminster se [168] abrió por última vez ante ellos, y se les mandó responder, entre otras, a las siguientes cuestiones.

«Primera: La sentencia fulminaba en la Bula de Pablo III contra la reina, ¿debe considerarse jurídica y válida?

«Segunda: ¿Elisabeth es reina legítima a quien deben obedecer los ingleses, a pesar de la Bula de Pío V, y de cualquiera otras que los Papas hayan dado o puedan dar contra ella?

«Tercera: ¿El Papa tiene autoridad para excitar contra la reina a los vasallos de esta, y estos son culpables o inocentes, obedeciendo al Papa contra la reina?

«Cuarta: Si el Papa, sea por una Bula o por sentencia, declarase a la reina excluida del trono, y a los ingleses desligados del juramento de fidelidad, y si el Papa exigiera que se declaren por sí o por otros, ¿qué partido tomaría el acusado, y qué regla de conducta recomendaría a los súbditos ingleses?»

Campion respondió por sus compañeros, diciendo que no estaban obligados a responder, ni a reconocer la jurisdicción del tribunal.

Para ellos, como buenos católicos, sólo el Papa era su juez legítimo.

Los condenaron a muerte, no sólo por [169] haberse introducido furtivamente en Inglaterra, sino ser conspiradores, regicidas, que habían preparado en Roma, en Madrid y en Reims, el asesinato de la reina, alma y cabeza del protestantismo en aquella época.

Campion, Mrerwené y Briant fueron ajusticiados el 1ยบ de Diciembre de 1581.

Desde el cadalso se dirigió Campion al público y dijo:

«Nos damos en espectáculo al mundo, a los ángeles y a los hombres.»

El canciller Knolly le interrumpió diciendo:

«En lugar de vanagloriaros confesad vuestra traición, y pedid perdón a la reina.»

«Si ser católico, apostólico, romano, es un crimen, respondió, me proclamo traidor.»

Según la ley, los criminales de lesa majestad, antes que exhalaran el último suspiro eran descuartizados; pero Carlos Howhard, mandó que no se les descuartizara hasta después de bien muertos.


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Fernando Garrido
¡Pobres jesuitas!
Madrid 1881, páginas 157-169