Fernando Garrido (1821-1883)
¡Pobres jesuitas! (1881)
Biblioteca Filosofía en español, Oviedo 2000
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Capítulo XIV

Sumario. Participación de los jesuitas en las guerras religiosas de Alemania. – Encarnizamiento del fanatismo religioso de católicos y de protestantes. – Crueldades de los jesuitas en Cracovia. –Protestas de las Universidades.

I.

Los triunfos y las derrotas de la Compañía de Jesús en Alemania, durante las guerras, sostenidas por emanciparse del yugo de la curia romana, y que desolaron aquellos países en el siglo XVII, bastarían a llenar muchos volúmenes.

Los ejércitos católicos iban seguidos de jesuitas, que los exhortaban a luchar por la supremacía del Papa.

No hay que decir si la Compañía de Jesús cogería el fruto de los triunfos de los ejércitos católicos...

Por su parte, los protestantes alemanes y escandinavos, llevaban horcas para los [183] jesuitas, y si la suerte de las armas les era propicia los ahorcaban.

Cristian, rey de Dinamarca, tenía por divisa, ser amigo de los hombres y enemigo de los jesuitas.

Apenas se apoderaban de una plaza los católicos, los jesuitas encendían hogueras en las que quemaban la Biblia y cuantos libros cristianos encontraban. Los templos de los cristianos protestantes eran por ellos purificados, y llenándolos de reliquias, retablos, vírgenes y santos, los consagraban al culto católico.

Las universidades tomaron parte en la contienda, y a los mandobles y balas añadieron una lluvia de memorias, apologías, excomuniones y maldiciones.

Quiso el rey de Polonia introducir a los jesuitas en Cracovia, pero la Universidad de esta ciudad le dijo, que se guardara de hacerlo si quería conservar la corona y la paz de sus pueblos, porque eran aquellos falsos, artificiosos, y hábiles en fingir sencillez.

El rey no tuvo la prudencia de tomar los consejos de la Universidad, y los principales caballeros tomaron las armas contra el establecimiento de los jesuitas en Cracovia.

Las tropas reales cayeron sobre los universitarios en 1621; y en una carta de estos, [184] fechada el 29 de Julio, dirigida a la Universidad de Lovayna, se decía:

«Los jesuitas han hecho derramar sangre inocente, de la que está inundada la ciudad. Antes que los jesuitas estuvieran satisfechos de matanza, los brazos de los monstruos que empleaban en sus fechorías se cansaron, y movidos a compasión se negaron a continuar matando...»

Todas las universidades de Alemania y del Norte de Europa, lanzaron gritos de horror al saber tales crímenes de lesa humanidad; pero los jesuitas y sus secuaces no tardaron en caer acuchillados por el victorioso Gustavo Adolfo. Donde este genio de la guerra entraba vencedor, los jesuitas escapaban más que aprisa, huyendo de una muerte segura; pero cuando los ejércitos católicos triunfaban, ellos se despachaban a su gusto.

En Praga los luteranos, vencedores de Leopoldo, obispo de Nassau, destruyeron los conventos de la Compañía, y los de las otras órdenes religiosas, quemaron las imágenes, arrojando a los frailes en las hogueras, formadas con santos y retablos. Más listos los jesuitas, se libraron de la muerte apelando a la fuga; pero su colegio fue saqueado por el pueblo.

«La vida de los jesuitas es un embate,»[185] dice su historiador; no es de extrañar que la Compañía militante sufra las consecuencias de la guerra; lo que a primera vista parece raro, es que pueda resistir, año tras año y siglo tras siglo, las peripecias, con tanta frecuencia desastrosas para ella, de tan descomunal e interminable lucha.

II.

El Palatino Smolenko, vencedor de Gustavo Adolfo en Demomeneda, consagró el recuerdo de su victoria, fundando una casa de jesuitas en la ciudad arrancada a su enemigo.

Aquí levantan nuevos conventos, allí los reyes vencedores regalan grandes propiedades territoriales, que la Compañía acepta, y lo que ganan por una parte les indemniza lo que por otra pierden. Cada victoria del Palatino se convierte para los jesuitas en un nuevo colegio.

En 1630, el Palatino se apoderó, en la frontera de Rusia, de una fortaleza, y se empeñó en convertirla en casa de jesuitas; pero los padres le hicieron ver que sería más útil en el centro de la provincia, que en un país salvaje e inhospitalario, y el vencedor les concedió su gran establecimiento de Vitepok. [186]

Los historiadores jesuitas, dicen con la mejor buena fe, hija del fanatismo, que la Compañía de Jesús sirvió al emperador de Alemania para vencer a los protestantes, más que un ejército, y después de condenar a los perseguidores de los jesuitas, añaden que el emperador encontró en estos los más ardientes y hábiles auxiliares para perseguir y exterminar a sus adversarios. La persecución que encuentran buena cuando es la Compañía quien persigue, les parece detestable cuando ella es la perseguida.

Esta puede llamarse lógica católica.

III.

El odio que la política jesuita engendraba no podía ya llegar a mayor paroxismo.

En las regiones en que triunfó el emperador de Alemania puso a la moda el proteger a los jesuitas. Como él, todos los grandes tenían confesores de la Compañía, y no hubo gran señor ni noble que no los instalara en sus dominios, y les entregara la educación de sus vasallos; y para aumentar los discípulos de los hijos de San Ignacio, emprendían nuevas conquistas en las tierras protestantes más vecinas. De esta manera fue como el padre Mateo Bournal, auxiliar del [187] duque de Wallestein, acompañándole en sus empresas de guerrera propaganda católica, murió al pie de un altar, en la aldea de Sibun, el 9 de Agosto de 1628, y su colegio, levantado en la ciudad, fue incendiado por los mismos vasallos a quienes querían educar en él.

La misma suerte cupo al colegio de Leinarick, y a los de Eger, Haadek, Nueva Praga y Clogan.

A principios de 1630, en pocos meses, Beymar y sus legiones protestantes, los destruyeron todos, pereciendo en los combates y entre sus ruinas multitud de jesuitas, y entre ellos la historia recuerda los nombres de Juan Meaghy, Martín Ignacio, Wenceslao Tronesco y Jeremías Fischer.

Para que el lector forme idea del furor engendrado contra los jesuitas, y de los excesos a que el fanatismo da lugar, referiremos una anécdota ocurrida en la batalla de Leipsig, en 7 de Diciembre de 1631.

El príncipe de Luxemburgo, viendo a un jesuita que confesaba a un soldado agonizante, mató al jesuita de un pistoletazo, y dijo:

«He matado a un perro papista, en el momento de su idolatría»... [188]

IV.

Vencedores los católicos del emperador Fernando II, de los príncipes de la liga protestante, creyeron llegada la hora de extirpar la herejía en todo el imperio, en cuya obra fueron los jesuitas sus primeros y más eficaces agentes. Lo mismo manejaban el hacha y la tea incendiaria, que las armas espirituales.

El padre Plachi organizó un batallón de voluntarios, a cuyo frente combatió con gran valor en el sitio de Praga, en 1648, y el padre Andrés, dice Buisson, a la cabeza de setenta jesuitas, y de muchos frailes de otras órdenes, distinguióse tanto en el combate, en el que sucumbieron muchos de sus compañeros, que mereció que los oficiales le regalaran una corona mural, y que el emperador Fernando dirigiera, en Diciembre del mismo año, una carta autógrafa al General de la Compañía, felicitándole por el valor guerrero del padre Plachi.

En la mar no se mostraron menos bravos que en tierra. Así como acompañaban a los ejércitos españoles, que en Flandes guerreaban bajo el mando de Farnesios y Spínolas, se embarcaban en sus escuadras, lo que costó a muchos la vida, tanto en los [189] combates contra ingleses y holandeses, como contra los corsarios protestantes, que recorrían en aquellos tiempos los mares del Norte, y que por cierto a los jesuitas no daban cuartel.


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Fernando Garrido
¡Pobres jesuitas!
Madrid 1881, páginas 182-189