Fernando Garrido (1821-1883)
La República democrática federal universal (1855)
Biblioteca Filosofía en español, Oviedo 2000
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Prólogo de la quinta edición

Los acontecimientos que hoy tienen lugar en España son prueba irrefutable de que el progreso es una fuerza centrífuga incomprimible, de la que sólo se obtiene, comprimiéndola, violentas explosiones.

Más de veinte y ocho años hemos pasado propagando las doctrinas democráticas, repitiendo en todos los tonos que no hay libertad verdadera fuera del lema democrático, de las libertades y derechos individuales; y cuanto más activa y eficaz ha sido la propaganda, más reaccionarios han sido los gobiernos monárquicos, más trabas han puesto a la emisión del pensamiento, con mayor ardor han borrado de las instituciones políticas el simulacro de derechos y de garantías con que el Pueblo pudiera hacerse la ilusión de que [24] era libre, con mayor encarnamiento han perseguido a los propagadores de la nueva idea ¿y para qué? ¿de qué les han servido sus leyes draconianas, sus alardes de catolicismo, su odio a la democracia? para identificar con los salvadores principios que esta proclamaba a todos los amantes de la libertad, aun a los más tibios; para que los que fueron elementos conservadores, y que en el doctrinarismo parlamentario y monárquico buscaron durante medio siglo garantías de orden, libertad y progreso, se convenzan de que sólo en el dogma democrático, en las libertades absolutas se encuentran raíces suficientemente sólidas para el orden y la libertad.

La satisfacción que nos cabe, por lo poco que a este resultado hemos contribuido, es inmensa, y la creemos legítima.

Los utopistas de ayer somos los conservadores de hoy; los que nos condenaron nos aplauden; los que llamaron utopías a nuestros regeneradores principios reconocen hoy en ellos las bases fundamentales de la regeneración política y social de la patria; y los sucesos, a que el mundo asiste asombrado, prueban una vez más que los partidos radicales predican las ideas de progreso y los conservadores las realizan. [25]

Los mismos hombres que en 1854 nos llevaron tres veces a los calabozos en Madrid y en provincias y nos arruinaron, prohibiendo y secuestrando nuestras publicaciones, denunciándolas y haciéndonos comparecer hasta catorce veces ante los tribunales por decir que sería una torpeza y una calamidad dejar a los Borbones dominando en España, esos mismos reconocen su error y se coligan para arrojarlos ignominiosamente.

Los mismos hombres, que en 1855 nos llevaban a la cárcel de Lérida, y denunciaban el folleto de que hoy hacemos la sexta edición, porque en él proclamábamos los principios democráticos, los proclaman hoy y dicen que sin ellos no hay ni unión de los partidos liberales, ni salvación posible.

Los que condenaron y anatematizaron, como causa de desunión, la reacción del partido democrático, con su dogma filosófico y radical, frente a frente de las ambigüedades y distingos de los progresistas, esos mismos aclaman hoy esos principios de derechos y libertades absolutas, viendo en ellos un lazo de acuerdo y armonía y no una tea de discordia.

Este resultado no puede menos de ser altamente satisfactorio para los propagadores de [26] la idea democrática, y por nuestra parte declaramos que nos hace olvidar los sinsabores, persecuciones y miserias pasadas, y que fraternalmente y llenos de efusión abrazamos a nuestros enemigos y perseguidores de ayer, a nuestros hermanos de hoy, y esta satisfacción es tanto mayor, cuanto que estamos seguros de que proclamados por los partidos conservadores los principios fundamentales de la democracia, tienen más probabilidades de encarnarse en las instituciones y en las costumbres, que si la democracia misma fuese quien buscando a esos partidos se los hubiera impuesto. Las obras del convencimiento fueron siempre mas sólidas que las de la violencia.

La misión de la democracia no es otra en estos momentos que el afianzamiento de la obra regeneradora, comenzada en nombre de sus principios, por los que no hace mucho tiempo negaban y condenaban como utópicos estos principios. Conservar, regularizar y consolidar la obra de la revolución, impedir todo retroceso, y no provocarlo recurriendo imprudentemente a la violación, para obtener lo que debe y puede obtenerse en los comicios.

Los que hoy provocasen un conflicto, a título de republicanos, dejando el boletín [27] electoral, la propaganda escrita y hablada, y la organización pacífica, para imponer la república a tiros, serían unos insensatos que merecerían la reprobación de todos los verdaderos republicanos. Sus tiros no herirían al poder salido de la revolución sino a la causa de la democracia, y como sólo a la reacción serían favorables, deberían como reaccionarios condenarse.

La República existe de hecho desde el día en que Isabel de Borbón salió de España; el pueblo, más o menos imperfectamente, se gobierna por sí mismo. Con su cordura debe probar que puesto que puede vivir un mes y más sin reyes, es digno de vivir siempre sin ellos; y para acabar de convencer a los meticulosos de que la República es el mejor sistema político sólo necesita probar con el hecho práctico, que no hubo nunca en España más orden aliado o más libertad que desde que tenemos la dicha de vivir sin reyes que nos manden.

Sépanlo los republicanos; y no creemos que entre ellos pueda haber uno, por exaltado que sea, que pueda dudar de nuestro republicanismo, porque pocos han padecido tanto como nosotros por la causa de la República; si esta que puede llamarse República [28] transitoria en que hoy vivimos, se ha de convertir en hecho definitivo y normal, tomando su verdadero nombre, es menester que los antiguos progresistas y unionistas, demócratas hoy, se convenzan de que así como ha estado en su interés proclamar los principios democráticos, libertad de cultos, de reunión, de asociación, de imprenta, de enseñanza, y sufragio universal, lo está también en dar a la organización política fundada en estos principios el nombre de República, y de que es una puerilidad negar el nombre después de haber creado la cosa, que no con otro puede lógicamente bautizarse.

Y ¿por qué dudar de que llegarán a hacer lo menos cuando han hecho lo más?

¿Por qué no llegarían al convencimiento de que la República que existe de hecho debe convertirse en derecho constituido y tomar su nombre verdadero, los que han arrojado a todos los príncipes españoles del reino, excluyéndolos del trono, y no han tenido una nueva dinastía que poner en su lugar?

Los que derribando el trono de los Borbones levantan el del pueblo soberano con el sufragio universal y las libertades individuales por base, están más cerca de la República que de la monarquía; son más [29] republicanos o trabajan por la República más que lo que ellos mismos se imaginan o se imaginaron al principio; y por poco que los republicanos ayuden, ilustrando la opinión, impulsando a los poderes que ella ha creado, y difundiendo entre las clases conservadoras, que las populares ya lo están, el convencimiento de que querer volver a levantar el trono para un príncipe extranjero, porque felizmente español no le hay, sería provocar la anarquía, la guerra civil, la ruina de la patria y la reacción, que arrastraría en sus desastres a los mismos hombres de los antiguos partidos conservadores que hoy mandan, y por poco, repetimos, que la democracia muestre en su conducta prudencia y moderación, energía y actividad en la propaganda, la victoria del principio republicano es segura, porque será aclamado y sostenido por los que antes fueron sus enemigos.

Quisiéramos que este punto de vista de los acontecimientos y la conducta que de él se desprende fuesen los de todo el gran partido democrático español, y por eso le dirigimos nuestra humilde voz esperando que comprenderá la exactitud de nuestras apreciaciones y la lealtad de nuestros consejos. Contribuyamos todos hasta donde nuestras [30] fuerzas alcancen a inculcar el espíritu republicano en todas las clases de la sociedad, y la República saldrá triunfante de las urnas en las Cortes constituyentes, como los principios fundamentales de la democracia han salido vencedores en todas las provincias, gracias a la revolución iniciada en Cádiz.

Comprendiendo y queriendo cumplir este deber, reimprimimos este catecismo republicano, que es una de las más antiguas exposiciones de los dogmas de la Democracia española.


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Fernando Garrido
La República democrática federal universal
Barcelona 1868, páginas 23-30