La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Inocencio María Riesco Le-Grand

Tratado de Embriología Sagrada
Parte Segunda
/ Capítulo segundo

§. II
De la operación cesárea en la mujer muerta


Las leyes civiles prescriben ejecutar la operación cesárea en las mujeres embarazadas que mueren. Verdaderamente esta operación es indispensable, particularmente después del sexto mes de gestación, porque ya es posible conservar la vida de la criatura, por esta razón en algunos países particularmente en Sicilia se han impuesto penas gravísimas a los médicos, que no practicaban la operación cesárea en las mujeres que habían fallecido en los últimos meses del embarazo.

Las leyes romanas hacen también mención de esta operación. Cítase una ley que se atribuye a Numa que [228] dice así. Negat lex regia mulierem, quae praegnans mortua sit humari antequam partus ei excidatur; qui contra fecerit spem animantis cum gravida peremisse videtur. L. Negat D. D. de morte inferenda.

En nuestras crónicas leemos que habiendo recibido Dona Urraca Reyna de Navarra una lanzada en un combate contra los moros, que la atravesó el vientre, cayó muerta inmediatamente, quedando abandonada de sus soldados en un bosque. Pocas horas después pasó por allí uno de la familia de los Guevaras, y advirtiendo que el niño que la Reina tenía en su vientre sacaba una mano por la abertura de la herida, rasgó con su espada la boca de la herida, y sacó al niño el cual se llamo Don García, el cual es tan celebre en la historia por sus victorias como Rey de Navarra; y a quien deben los Guevaras grandes distinciones y nobleza.

Los niños a manera de Don García nos alargan la mano para pedirnos la vida corporal y espiritual, y nosotros debemos dársela sea la que se quiera nuestra condición, y posición social.

Por eso dice el Abate Dinouart que los Párrocos deben tener el instrumento propio para hacer la operación cesárea por sí mismos en los casos imprevistos, o para prestárselo a la comadre, o a cualquier otro que esté en estado de suplir al cirujano. Si se ve precisado a obrar por sí mismo, (continua el mismo) ármese con la señal de la cruz y haga la sección con confianza, esperando que Dios le ha de premiar así la obra de haber extraído al niño como la de haberlo [229] bautizado. Será su padre espiritual porque lo habrá reengendrado en Jesucristo; y será en algún modo su madre; porque le habrá dado a luz por medio de un parto procurado por el arte. Si el niño muere algún tiempo después, lo que es bastante ordinario, tendrá en el cielo un poderoso protector, que no se olvidará de pedir a Dios por él.

Multitud de niños han sido salvados por la operación cesárea, entre los que se cuentan Gregorio XIV, S. Lamberto Obispo, Dogron, S. Piamon y entre los Romanos se cuenta a Escipión el Africano.

El Concilio de Langres concedo cuarenta días de indulgencia a los que aconsejaren la operación cesárea, o cooperaren a ella; varios obispos han hecho lo mismo. Léase sobre esto a S. Carlos Borromeo y los concilios de Colonia, de Langres ya citado, de Cambray, de París, y de Sens: y consúltense también las obras de Santo Tomás.

De la doctrina de todos los mencionados se deduce, que los párrocos como padres espirituales de los cristianos están obligados a instruir al pueblo en esta doctrina, e inculcar el sumo cuidado que deben tener los padres de familia para impedir los abortos, y verificados estos, o muerta la madre procurar por la vida espiritual de los hijos. No permitir que cuando muere una mujer embarazada, se proceda a darle sepultura sin haber practicado antes la operación cesárea, aunque para ello tengan que pedir auxilio a la autoridad civil.

Según Cangiamila, Dinouart, el P. Rodríguez, y [230] otros varios, debe practicarse la operación cesárea en la mujer muerta en cualquiera época de la gestación, y nosotros no dudamos admitir esta opinión por estar conforme con los principios que dejamos sentados al tratar de la animación.

Mas antes de proceder a esta operación, es necesario asegurarse del fallecimiento de la madre, lo que no es siempre muy fácil, teniéndose presente que han sucedido casos de mujeres a quienes se las ha practicado la operación cesárea creyéndolas muertas y al momento que el bisturí cortaba las paredes del vientre han dado señales de vida; habiendo sucumbido de resultas.

Es verdad que a veces se pierde un tiempo precioso, mas todo debe quedar a la prudencia y tino de las personas que se vean obligadas a obrar. Ha habido casos de encontrar niños vivos a las veinte y cuatro horas después de muerta la madre, pero lo más regular es que el feto sobrevive poco tiempo la madre. En todo caso la operación debe hacerse valga por lo que valga, guardando las mismas precauciones que si la madre estuviese viva.

Los autores indican varias señales para distinguir la muerte real de la muerte aparente, las cuales en nuestro concepto, no tienen todas igual valor. Estas son: la cara hipocrática, enfriamiento del cuerpo, oscurecimiento o empañamiento de la cornea, abolimiento del movimiento, cesación de la circulación y de la respiración, y finalmente, la putrefacción.

1.° La cara hipocrática, ofrece por caracteres [231] la frente arrugada, los ojos hundidos, la nariz afilada, y guarnecida de un color negruzco, las sienes aplanadas y arrugadas, los labios colgantes, las mejillas encendidas, la barba arrugada y recortada, la piel seca, libida y aplomada, las pestañas esparcidas de polvo de un blanco deslucido. No obstante hemos estado a la cabecera de muchísimos enfermos que han presentado la cara hipocrática en toda regla, y a pesar de eso no han muerto; ahora mismo nos está sucediendo con una joven de veinte y dos años que hace tres días presento todos los signos de una muerte próxima por minutos, y a pesar de eso vive aún, y en nuestro concepto quizá salga de la peligrosa enfermedad que padece.

2.° El enfriamiento del cuerpo; este signo se presenta por grados, se propaga lentamente en los cuerpos gruesos, en los jóvenes después de enfermedades agudas, después de la apoplejía, y de las asfixias: mas en los demás casos el enfriamiento suele verificarse al momento.

3.° El empañamiento de la cornea; efectivamente, cuando las corneas se cubren de un humor viscoso dice Hipócrates, si se mueven convulsivamente, si están muy saltones los ojos, o profundamente hundidos, si están empañados o secos, y si se presenta muy alterado el color de todo el rostro, debe tenerse entendido que el peligro de muerte está muy próximo.

Luis ha mirado el empañamiento de le cornea como signo característico de la muerte, no contando en este signo aquella película mucosa o viscosa, fácil de desprenderse y dividirse que se observa en varias [232] enfermedades, particularmente de los párpados. A pesar de todo, el empañamiento de la cornea no es un signo tan cierto como algunos quieren de la muerte. Se observa en varias asfixias, al mismo tiempo que en algunos cadáveres quedan los ojos en toda su brillantez y hermosura.

Orfila es de opinión que los ojos de los cadáveres, poco antes lánguidos y apagados, pueden tornarse animados, brillantes, y voluminosos pocas horas después de la muerte, en razón del reflujo de la sangre de la cabeza, y de su acumulación en los vasos de esta parte y por consecuencia del ojo. Pretende que los gases enganchando el estómago, empujan el diafragma de bajo a alto, comprimiendo de esta suerte los órganos contenidos en el pecho, y que las cavidades derechas del corazón así comprimidas se desembarazan de la sangre que contienen, y la vuelven a la vena cava superior, y de uno en otro, en las venas del cerebro y del ojo.

4.º La abolición del movimiento muscular, no es un signo infalible de la muerte porque se nota en el síncope. Por otra parte se ve la contractibilidad muscular persistir algunas veces por mucho tiempo después de la muerte. Así es que en algunas mujeres muertas se ha observado que la matriz ha conservado bastante fuerza contráctil para expulsar un feto después de varios instantes de haber fallecido. Este fenómeno hizo creer a Cangiamila que el feto podía hacer por sí mismo algunos esfuerzos para salir del útero después de muerta la madre; mas en nuestro concepto el niño [233] encerrado en el vientre de la madre ya esté viva o muerta; ya lo esté o no él, siempre se halla de un modo pasivo incapaz de hacer esfuerzo alguno por sí mismo.

5.° El defecto de circulación y de respiración tampoco puede señalarse como un signo evidente de muerte, porque se observa en los síncopes y en las asfixias.

6.° La rigidez de los miembros; se tiene por un signo evidente e infalible de la muerte real, y Lais es de esta opinión, porque había observado que en el momento de la cesación de los movimientos musculares, comienzan las articulaciones a perder su flexibilidad, y a quedarse rígidas aun antes de la disminución del calor natural.

Efectivamente, presentada la rigidez, se puede considerar como un signo cierto de la muerte. Vemos constantemente que verificada la muerte, sucede más o menos tarde la rigidez, los músculos adquieren mayor densidad, en algunos se marcan a pesar de la piel, no se puede dar movimiento a ninguna articulación, y después de algún tiempo aparece la flexibilidad. La rigidez se manifiesta después que se ha extinguido el calor animal, así es que algunos explican la rigidez por la falta de calor.

Mata dice, que puede confundirse la rigidez con los estados patológicos que son: una contracción espasmódica, y la congelación. Para salir en estos casos de la duda, se hace ejecutar a la articulación un movimiento de extensión si está doblada, o de flexión si [234] está extendida, y si después de vencida la contracción queda flexible la articulación sin que vuelva la rigidez, la muerte es real, y si reaparece la rigidez, la contracción es espasmódica. Para distinguirla de la congelación basta extender un miembro si está doblado, o viceversa doblarle si está extendido, y si al ejecutar este movimiento se oye un ruido de una cosa que se quiebra, hay congelación. Este ruido se atribuye a que en las celdillas del tejido celular existen pequeños cristales, que se rompen al comunicar nosotros estos movimientos de ostensión o de flexión.

7.° La putrefacción: es el signo más cierto de la muerte real, cuando la putrefacción se halla perfectamente establecida. Se citan casos de algunos que han vuelto a la vida después de haber presentado signos de putrefacción y esto no es cierto en su totalidad. Sin duda han confundido la muerte parcial de cualquier miembro con la generalidad: han observado un tejido azulado, morenuzco, y que exhalaba un olor fétido, y han creído que era la putrefacción, signo de la muerte real. Nosotros creemos que la rigidez, y la putrefacción pueden colocare entre los signos ciertos de la muerte real.

Si fuese necesario esperar al desarrollo total de la putrefacción en la mujer que muere embarazada para decidirse a hacer la operación cesárea, no tendría esta objeto alguno, la criatura sucumbiría infaliblemente, y por lo tanto no importaba renunciar a ella en el caso de que la putrefacción estuviese declarada. Por eso cuando a la cesación de la respiración y de la circulación se [235] unen la rigidez y la inflexibilidad de los miembros, con pérdida de la trasparencia de la cornea, no puede dudarse de una muerte cierta, si estos fenómenos han sobrevenido después de una enfermedad aguda, o de una crónica grave, en cuyo caso debe procederse inmediatamente a la operación cesárea, después de haber empleado los medios que indicaremos, y que son propios para reanimar la vida, o confirmar la realidad de la muerte.

Por el contrario, si la cesación de la respiración y de la circulación evidente no va acompañada del enfriamiento del cuerpo, ni de la rigidez e inflexibilidad de los miembros, ni en fin de la pérdida de la trasparencia y brillantez de la cornea, es necesario suspender la operación cesárea aun cuando pasen algunos días después de la muerte aparente. El primer cuidado del facultativo debe ser cuando sea llamado para una mujer embarazada que acaba de morir, restituirla a la vida si los signos de muerte son inciertos.

Cuando no se nota ningún síntoma de apoplejía se acuesta a la mujer horizontalmente sobre un colchón y se la pone al aire libre, haciendo salir fuera a todas las personas inútiles, se la dan fricciones en las piernas y en los brazos con una franela seca y caliente; se la frotan las sienes, y las demás partes de la cara, con un lienzo empapado en vinagre o aguardiente; se le hacen cosquillas en las narices con las barbas de una pluma: se colocan bajo la nariz sustancias de un olor fuerte y penetrante, como vinagre, aguardiente, éter, o amoniaco; se la introducen también algunas gotas [236] en la boca; se queman bajo la nariz plumas u otras sustancias fétidas: se la meten los pies en un baño muy caliente al que se le añade algunos puñados de sal común.

Cuando se notan señales de congestión sanguínea hacia el cerebro, y los ojos están hinchados y brillantes, y el rostro encendido y abultado; se coloca a la mujer en uña silla, o al menos se la tiene levantados el pecho y la cabeza por medio de almohadas; se la hace una sangría del pie, del brazo o de la yugular, o se la abre también la arteria temporal, y durante este tiempo se la hace tomar el baño de pies que hemos dicho. A todos estos medios deben añadirse unas ventosas escarificadas en los muslos, en la región del corazón: y hasta la moxa.

Si la muerte aparente se atribuye a un género asfixiase recurre a los medios que indicaremos cuando tratemos de ella.

Cuando el médico haya agotado inútilmente todos los recursos del arte, debe enterarse de si la dilatación del cuello del útero permite o no la versión de la criatura, o la aplicación del fórceps, porque en nuestro concepto, y en el de varios facultativos deben preferirse ambos medios a la operación cesárea en caso de duda sobre la muerte real.

En el Diario de los sabios se cita el hecho de Rigaudeaux cirujano del Hospital militar de Donai, el cual habiendo visitado a una mujer campesina, halló que hacía dos horas que había muerto. Observó que el cuerpo había conservado calor, y los miembros [237] flexibilidad. Hallando suficientemente dilatado el orificio, se decidió en vez de hacer la operación cesaren, a sacar la criatura por la vía ordinaria, lo que ejecutó con facilidad buscándola los pies. Al mismo tiempo hizo que se prestasen cuidados a la madre y al hijo, el cual se reanimó después de haber nacido como muerto. Ordenó también que no se diese sepultura a la madre hasta que sus miembros estuviesen fríos y rígidos, sucediendo que antes de concluirse el día se le vino a anunciar que la madre había vuelto a la vida dos horas después que él había salido de la casa.

Se hace preciso no perder de vista que el útero goza algunas veces de una fuerza de contractilidad suficiente para expulsar el feto, por eso deben los facultativos asegurarse de si el feto podrá salir durante la administración de los medios propios para restituir la vida a la madre. Muchas veces por falta de esta observación puede hacerse una operación inútil, como sucedió con cierta mujer de Sicilia que citan varios autores, la cual habiendo muerto en el quinto mes de su preñado fue abierta inmediatamente. Habiendo buscado en vano el fruto de su concepción, se halló después de examinarlo todo, que lo había arrojado en el lecho.

Luego que la mujer haya expirado deben prepararse todas las cosas necesarias para la operación cesárea. El aparato se compone como si la mujer estuviese viva. Se colocan sobre una mesa dos bisturíes, uno convexo por el corte y el otro recto con hoja estrecha abotonado en su extremidad, hilas, una esponja fina, agujas corvas enhebradas con hilo encerado, algunas [238] compresas largas, otras cuadradas, un vendaje de cuerpo con su escapulario, un vaso de agua templada, otro de agua fría con algunas gotas de vinagre, agua vulneraría u aguardiente.

La falta de bisturís puede suplirse con una navaja de afeitar, o con un cuchillo bien cortante.

Se coloca a la mujer en la orilla de la cama preparada de antemano y abrigada; el pecho y la cabeza deben estar levantados, y sostenidos por alineadas, los muslos y piernas estirados mientras la incisión, y algo dobladas mientras la extracción de la criatura. Se coloca una almohada bajo los riñones para que el abdomen esté más saliente. Un ayudante tiene a la mujer en esta posición, y otros dos dirigen la operación apretando el uno con las dos manos sobre los lados y el otro sobre el ombligo, procurando apartar los intestinos para que no salgan por la incisión.

El facultativo hace una incisión con el bisturí sobre la línea media desde el ombligo hasta cerca del pubis, cortando de afuera hacia dentro por cerca de la piel después el tejido celular: llegado a la línea blanca, espacio membranoso comprendido entre los músculos rectos, hace una pequeña incisión por debajo del ombligo, después introduce por ella, en el abdomen su dedo índice izquierdo que sirve de conductor al bisturí abotonado, si lo hay, y sino al instrumento conque se ejecuta la operación, de este modo concluye la sección de la línea blanca cortando de dentro a fuera, y de arriba abajo. La introducción del dedo en el abdomen y el cambio de dirección dado al instrumento, [239] tiene por objeto proteger los intestinos, que se presentan a la abertura, se busca entonces la matriz, que muchas veces se presenta ella misma, cuando la preñez está adelantada, o cerca de su término, pero que suele estar mas o menos inmediata a la pelvis en los primeros meses de la gestación, se la halla entre el recto que está detrás y la vejiga que está delante. Muchas veces está llena de orina, oculta el útero y se opone a la sección de este órgano. Si la muerte de la mujer es real, se puede sin inconveniente cortar la vejiga, y dar salida a la orina que impide descubrir el útero; pero si se duda aun de la muerte, se hace preciso evacuar la orina ya comprimiendo la vejiga con los dedos, ya introduciendo la sonda si se tiene a mano, en el canal de la uretra y que siempre será mejor hacerlo antes de practicar la incisión del abdomen.

Descubierta la matriz se la hace una incisión por su parte anterior, en la misma dirección de la en que se ha verificado en el abdomen comenzando por la parte mas próxima al ombligo, y prolongando esta incisión hacia bajo para que la abertura que se practica pueda permitir la salida del feto. Debe tener una extensión relativa al volumen de la matriz y del feto que encierra. La incisión del útero se hace de afuera a dentro como la de lo tegumentos del abdomen, hasta que se llega a las membranas del feto; luego que se perciben éstas, el índice de la mano izquierda debe estar introducido en la herida para servir de conductor al instrumento, y entonces se concluye la sección cortando de dentro a fuera para que por este medio el feto no reciba lesión alguna. [240]

Si la placenta, cuerpo fungoso y vascular, se halla bajo el instrumento, debe despejarse para romper la bolsa de las aguas de su circunferencia; antes que dividirla con el bisturí.

Rotas las membranas o cortadas, y evacuadas las aguas, se percibe el feto, y se emprende su extracción, sea sacándole por uno de sus pies, si corresponden al fondo de la matriz, sea colocando suavemente el índice de cada mano por debajo de los ángulos de la mandíbula inferior, si la cabeza es la que se presenta.

Si el niño da señales de vida se le administra el bautismo al momento por temor de que muera, sino da señales de vida, y no se percibe respiración, ni movimiento, ni latidos del corazón; mas no existen señales de putrefacción evidente, se le bautiza bajo condición y después de haberse asegurado de que no hay otros fetos, en la matriz, se procura volverle a la vida. Después de haber cortado el cordón umbilical a dos o tres pulgadas del abdomen, se le hace la ligadura inmediatamente cerca de una pulgada de su inserción, al menos que la lividez y tumefacción de la cara no indiquen una congestión cerebral, que en este caso se dejará correr la sangre para limpiar los vasos antes de practicar la ligadura, empleando todos los medios que prescribiremos al tratar de la asfixia de los recién nacidos.

Cuando después de la abertura de la matriz no se halla ni embrión ni feto, se hace preciso buscarle en las trompas, en los ovarios, y en las demás partes de la cavidad abdominal, porque la preñez puede ser extrauterina. [241]

Habiendo muerto una mujer a los nueve meses de su preñado, el cirujano la abrió, halló la matriz del volumen ordinario en la preñez, mas de un espesor de cuatro dedos, su cavidad muy pequeña, sin vestigio alguno de feto, y llena de una sangre grumosa, y negruzca. Se creyó que era una preñez falsa, mas habiendo llevado más adelante las investigaciones en la cavidad abdominal, se halló al infante al costado izquierdo bajo el epiplon.

Si durante la operación cesárea, o después de ella se reanima la mujer que se creía muerta, es necesario extraer con cuidado las secundinas, y quitar los pedazos de sangre que se hayan podido formar en la cavidad uterina. En el caso de hemorragia abundante favorecida por la inercia del útero, recomiendan los autores lavar los labios de la herida hecha en este órgano, con agua fría, y vinagre: las inyecciones de este agua avinagrada hechas a la matriz por la herida, están indicadas también.

Debe procurarse antes de curar la herida exterior la salida de la sangre, y de las aguas del amnión que se habrán esparcido por el abdomen. Si la posición que se ha hecho tomar a la mujer no es suficiente para operar su evacuación, se puede recurrir a las inyecciones de agua templada para limpiar la superficie de la víscera.

Moreau expone cuatro métodos para la operación cesárea. Primero. El de Rousset, que consiste en hacer una incisión en las paredes abdominales paralelas al borde externo de uno de los músculos rectos, [242] siendo más comúnmente el izquierdo a igual distancia de estos músculos, y de otra línea tirada de la extremidad de la tercera costilla falsa a la espina superior del ilion. El segundo es el de Mauriceau; consiste en hacer, una incisión sobre la línea alba, que es el que hemos descrito. El tercero de Lauverjat, según el cual, se hace una incisión transversal desde el borde externo del músculo recto hasta el nivel de la espina ilíaca anterior y superior del ilión. Finalmente el cuarto que se practica haciendo una incisión paralela al ligamento de Poupart, desde la espina del pubis hasta más allá de la espina anterior, y superior del ilión, en desprender, y rechazar el peritoneo de la fosa ilíaca hasta la excavación pelviana, en abrir la parte superior, de la vagina, en poner el orificio de la matriz en relación con la herida del vientre, para abandonar en seguida el parto a los esfuerzos de la naturaleza, o ayudar a esta con la mano, o con el fórceps. Este último método se refiere a la mujer viva.

La herida de la matriz no exige curación alguna. En cuanto a la herida exterior, después de haber verificado, la ligadura de las arterias abiertas, si las hay, que despiden sangre, se las cubre con una larga capa de hilas y de compresas sostenidas por un vendaje de cuerpo, hecho a manera de una servilleta doblada en dos o tres partes. Esta cura debe repetirse dos o tres veces al día, para dar salida a las materias purulentas, y para impedir su derramen en el bajo vientre. Debe tenerse gran cuidado de destruir todos [243] los días las adherencias que el útero haya podido contraer con los intestinos, y con las paredes abdominales adherencias que podrían tener consecuencias muy perjudiciales a la operada. Debe además someterse a la paciente a un tratamiento eminentemente antiflojístico.

Cuando a una mujer muerta en el parto se le ha bautizado el niño en la matriz por inyección, o cuando se le ha administrado el bautismo sobre algún miembro que se ha presentado, no queda por eso dispensado el facultativo de hacer la operación cesárea, porque si bien ha provisto ya a la vida espiritual, tiene también obligación de proveer a la vida corporal.

El Ritual romano quiere que después de la operación, se reitere el bautismo bajo condición, en el caso que la criatura no haya recibido este sacramento más que sobre un miembro. Además como puede haber muchos fetos en la matriz, y todos son igualmente dignos de toda nuestra solicitud, debe buscárseles por medio de la operación cesárea, para prodigarles los auxilios espirituales, y temporales.

Cuando una mujer embarazada está en peligro inminente de la vida, el párroco debe ser llamado por su familia aun cuando la enferma tenga su confesor particular, y son dignos de reprensión, y cometen una falta en el cumplimiento de su obligación, si no acuden ellos mismos a la casa de la enferma, sin delegar estos cuidados que necesitan tanto tino, serenidad, circunspección, y decoro, a los vicarios y [244] tenientes; de donde suelen originarse algunos escándalos: reconocido el estado grave de la enferma, administrados los sacramentos, el párroco debe hacer llamar otra vez al facultativo, o en defecto de este, si el pueblo es pequeño, y carece de cirujano, o alguna matrona práctica en estos casos para que ejecute la operación cesárea al momento que la enferma haya expirado, teniendo presentes las precauciones que dejamos indicadas. Procurará el párroco quedarse en una habitación inmediata a la difunta, pues debe evitar todo lo posible el mezclarse en estos actos, sin necesidad extrema.

Algunos creen necesaria la presencia del párroco cuando el cirujano o la matrona no están diestros en dicha operación, o puede contribuir con sus consejos y dirección, al buen éxito de la operación: no reprobamos esta doctrina, mas inculcamos la prudencia y el decoro.

La mayor dificultad se ofrece cuando el párroco se encuentra solo, sin que tenga persona alguna que pueda, o quiera hacer la operación cesárea. Los unos quieren que en semejante caso la caridad y el deber de párroco le ponen en la obligación de practicar por sí mismo la operación cesárea. Otros por el contrario opinan que las manos del sacerdote no pueden emplearse en estos actos sin escándalo, y que debe dejar morir al feto sin prestarle auxilio. Sea lo que se quiera de las dos opiniones, y de las razones en que se fundan, manifestaremos la nuestra.

Cuantos nos han tratado de cerca conocen la [245] franqueza de nuestro carácter, y que somos de opinión que el eclesiástico no debe mezclar el ministerio espiritual con los asuntos temporales, por eso no creemos que nuestra opinión será tachada de levítica; mas entre esa mezcla y confusión del ministerio parroquial con los asuntos profanos de los feligreses, se encuentra este caso excepcional que une los dos extremos, la vida temporal de una criatura, y la vida espiritual de un feligrés. El párroco que habita en una aldea, que no tiene facultades suficientes para dotar un mal barbero, o comadrón, debe procurar instruir por sí mismo a una mujer viuda si puede ser, o casada de buena disposición e inteligencia, la cual le sirva en estos casos apurados: mas si desprovisto de todos estos recursos se hallase solo, con el reciente cadáver de una mujer embarazada debe hacer por sí mismo la operación cesárea a presencia de alguna persona respetable, y administrar el bautismo a la criatura, porque el buen pastor no solamente arrostra la maledicencia, sino que da su alma por sus ovejas. Sea su conducta irreprensible, que la lengua maldiciente se arrastrará en el cieno como la culebra.

Aunque haya pasado algún tiempo después de la muerte de una mujer embarazada, no debe omitirse la operación cesárea, por más que algunos facultativos sean de opinión contraria, parque en ello nada se pierde, y puede ganarse.

En julio de 1752 murió una mujer en cinta, dos médicos y dos matronas que se hallaban presentes, afirmaban unánimemente, que era escusado hacer la [246] operación cesárea, porque el feto no tenia movimiento alguno ni daba señal ninguna de estar vivo, además habían pasado muchas horas desde que había expirado la madre. A este tiempo el párroco, celoso de su ministerio, se presentó en la casa y manifestó sus deseos de que se hiciese la operación como lo exigía su ministerio parroquial, los facultativos se opusieron tenazmente, y aun se burlaron del eclesiástico; el cirujano que llegó en aquel momento favoreció la opinión del párroco, y se verificó la operación quince horas después de muerta la mujer, sacando un hermoso niño vivo, que recibió el agua del bautismo, y vivió cuatro horas después.

La princesa Paulina de Schwarzemberg, en una fiesta dada hace veinte años por el embajador de Austria en París su padrastro; pereció de resultas de una quemadura estando embarazada; la operación cesárea no se la hizo hasta el día siguiente de su fallecimiento, y sin embargo se sacó la criatura viva.

El abate Dubois canónigo de la catedral de Mans, supo, siendo vicario de la parroquia de Pré, que una mujer embarazada acababa de morir, y que el médico había asegurado que la criatura estaba también muerta. Sin embargo el eclesiástico instó para que se la hiciera la operación cesárea, mas el médico se negó a ello. En este estado llamó a una mujer de la vecindad, la cual verificó la operación con bastante repugnancia, mas en premio del celo del eclesiástico sacó del vientre de la difunta un niño vivo que recibió el bautismo, en presencia de un gran número de [247] personas. Estos y otros muchos casos que pueden verse en diferentes autores, prueban evidentemente que no debe omitirse la operación cesárea en la mujer que muere embajada. Las familias de las enfermas que mueren embarazadas están obligadas a ponerlo en conocimiento del párroco, y del facultativo, para que ya que no pueda darse al feto la vida temporal, no carezca al menos de la vida espiritual.

Es criminal sobre esta materia la práctica que se observa en Madrid sobre este punto, habiéndonos asegurado varios párrocos y tenientes de algunas parroquias, que jamás han podido conseguir de ningún facultativo que practique la operación cesárea, no solamente en los primeros meses del embarazo, sino ni aun en los últimos, a pretexto de que el feto no sobrevive a la madre. Esta conducta es criminal, y llamamos sobre esto la atención de las autoridades eclesiásticas, y civiles, las cuales debían exigir en nuestro concepto, un parte a lo menos mensual de las defunciones que había habido de mujeres embarazadas, de haberlas practicado la operación cesárea, y de sus resultados; de este modo se salvaría la vida espiritual de muchas criaturas, y quizá la temporal.

Aun cuando la preñez sea ilegítima, no están excusados los parientes de la difunta de ponerla en conocimiento del párroco, y del facultativo, pues además de que ambos están obligados al sigilo, son reos de homicidio obrando de otra manera.

El Sínodo de Cambray en 1550 manda poner entre les dientes de la mujer embarazada al instante de [248] su muerte un tubo de caña abierto por las dos puntas. En vez de este tubo se usa generalmente de poner una cuchara entre los dientes de la madre, con la intención de permitir el paso al aire admosférico a fin de que llegando a los pulmones de la madre, pueda aprovechar al hijo, y prolongar su existencia; mas esta precaución es inútil, porque no existe comunicación alguna entre el feto encerrado en el útero, y envuelto en sus membranas, y las vías aéreas de su madre. El aire que en este caso, penetra en los bronquios de ésta, en la que la circulación ha cesado enteramente, de nada sirve para el feto. No existe, como se creía en otro tiempo, una comunicación directa de la madre al hijo. La anatomía demuestra que el feto no recibe inmediatamente la sangre de su madre, como lo afirmaron los antiguos fisiologistas. ¿Cuál es el uso de la placenta? Los fisiólogos se dividen en dos opiniones, los unos la miran como un órgano que sirve para transmitir los jugos nutricios de la madre al hijo por medio de un tejido esponjoso intermediario. Según esta opinión las arterias y las venas uterinas, vienen a abrirse en los intersticios lobulares de la placenta. La sangre oxigenada de la madre está depositada por las arterias uterinas y es absorbida por las radículas multiplicadas de la vena umbilical que la lleva al feto. Después de circulada en los órganos de éste, y de haber dejado sus principios nutritivos, se retrae esta sangre por las arterias umbilicales a la placenta, en estos mismos intersticios en que las venas uterinas la sacan y la vuelven a llegar a la madre. [249]

Otros son de opinión, que debe mirarse a la placenta como una especie de pulmón en el que la sangre arterial de la madre, reemplaza al aire admosférico. En esta hipótesis, los vasos umbilicales del feto, no comunicarían con los vasos uterinos. La sangre negra del feto en contacto mediato con la sangre arterial de la madre, le quita una pequeña cantidad de oxígeno, y pasa en seguida a las radículas de la vena umbilical y después de ser despojada de este oxígeno en los órganos del feto, es restablecida en la placenta, como hemos dicho por las arterias umbilicales. En este caso la circulación fetal, sería del todo independiente de la circulación de la madre. La madre no abastecería al feto más que una cierta cantidad de oxígeno necesaria para la conservación de la vida. Lo que apoya esta opinión es que el infante, puede sobrevivir como dejamos demostrado, algún tiempo después de su madre. Cesando la circulación de la madre, dejando de existir, puede continuar la del feto, tiene lugar desde la placenta al feto y de este a la placenta.

La circulación del infante que ha comenzado a respirar no se parece a la circulación del feto; sin embargo este modo de circulación no cambia del todo después del nacimiento, porque el agujero de botal, y el canal arterial que sirve a la circulación fetal, se conservan algún tiempo. Por esto es que los niños recién nacidos perecen con más dificultad por sufocación que los adultos; lo que se demuestra por las observaciones siguientes.

En 1719, una niña que fue enterrada viva [250] inmediatamente que nació, por su misma madre, se la halló viva siendo exhumada algunas horas después. Lo mismo sucedió con una niña a quien sus crueles padres enterraron envuelta en unos lienzos, en un montón de paja, la cual fue hallada viva siete horas después.


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Inocencio María Riesco Le-Grand, Tratado de Embriología Sagrada (1848)
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