Filosofía en español 
Filosofía en español

Juan Bautista Fernández · Demostraciones católicas y principios en que se funda la verdad · 1593

Libro segundo · Tratado tercero · Capítulo sexto

Qué sabiduría humana fue aquella en que el singular Profeta Daniel fue enseñado, y que no es lícito deprender todas las disciplinas de los gentiles, aunque las deprendió Daniel, ni leer en todos sus libros: y por qué San Pablo quemó los libros de las artes curiosas


No es de pasar en silencio que aunque para probar que el estudio y lección de las letras y disciplinas humanas sea lícito, útil y loable, tomamos por medio el ejemplo de Daniel que fue instruido en toda disciplina y sabiduría de los Caldeos, no por esto aprobamos el estudio en los libros y doctrinas de los magos, astrólogos, encantadores, y de los demás de este jaez, discípulos de los Caldeos, cuyas falsedades, vanidades e impías supersticiones están prohibidas por ley divina, como parece en el Levítico, y en el Deuteronomio, (Levi. 19. Deut. 18.) y por la humana, como lo vemos en los decretos gravísimos, y severísimas leyes, que contra los tales están establecidas con rigurosos castigos, según largamente trataremos en lo de adelante cuando se probare la falsedad de las tales artes. Fue pues Daniel (Daniel. 1.) con sus tres compañeros enseñado en toda sabiduría de los Caldeos, de tal manera que excedió en ella, como él testifica con diez tantos de ventaja a todos los magos y ariolos que se hallaba en todo el reino de Nabucodonosor. Y como parece por el capítulo segundo, cuarto y quinto del mismo Daniel, (Dan. 2. 4. & 5.) en cinco órdenes de sabios estaba distribuida la sabiduría de los Caldeos, o Asirios, conviene a saber, en Ariolos, Magos, Maléficos, Caldeos, a los cuales se añaden los Arúspices, de que hace mención el mismo Daniel en el capítulo cuarto y quinto, aunque Nicolás de Lira, y el Cartujano piensan (no acertadamente, como luego se mostrará) (Nicola. & Lyra. & Cartusianus super Dan. c. 2. 4. & 5.) que los que en el segundo capítulo se llaman Ariolos, son dichos en el cuarto y quinto Arúspices o Augures. En estas cinco artes se comprehendía toda la sabiduría de los Caldeos, en la cual excelentemente se ejercitó Daniel.

Los Caldeos que en Hebreo se llaman Chasceddim, aunque sea nombre común, Daniel lo toma en particular por aquel linaje de hombres, como explica S. Jerónimo, (Hiero. in 1. c. Dan.) que el vulgo llama Matemáticos o Genetliáticos, que considerando los astros se jactan que ven y adivinan los futuros sucesos de todas las cosas, no sólo naturales sino humanas, la cual disciplina, como lo enseña Cicerón, (Cicer. li. 1. & 2. de inventio.) se gloriaban haberla adquirido en cuatrocientos y setenta mil años, que fingían. De estos se acordó Filón diciendo, (Philo. in li. de Abraham.) que fueron principalmente ejercitados en el conocimiento de las estrellas, a cuyos movimientos, virtudes e influencias atribuyan todas las cosas, teniendo creído que las potestades del mundo que constan de números y proporciones se dispensaban por ellas.

El segundo género de sabios era el de los magos, dichos en Hebreo Assaphin, la traslación latina vieja (como refiere Jerónimo) (Hiero. in 2. c. Dan.) los llama Filósofos, que a los que los barbaros dijeron Magos, los Griegos, dice, pusieron por nombre Filósofos, que eran los que profesaban la ciencia de las cosas divinas y humanas. Fue la autoridad de estos tanta, como dice Cicerón, que no podía ser Rey de los Persas, (Cic. lib. 1. de divina.) si no era primero enseñado en sus disciplinas. Y (como enseña Plinio) (Plin. li. 30 c. 1. Math. 2.) en todo el Oriente los Magos eran los que mandaban a los Reyes de Reyes. Y aun como dice el mismo Jerónimo, todas las cofas hacían los Reyes según el parecer y consejo de los magos, cuales piensa que fueron aquellos tres que guiados por la estrella vinieron a adorar a Cristo en Bethlem. De la sabiduría de estos habló Filón, (Philo. de specialib. legibus.) llamándola verdadera magia, esto es ciencia especulativa, la cual seguían no sólo los plebeyos, pero los Reyes más supremos, principalmente los Pérsicos. De estos magos habló Laercio, (Laert. in proem. de vita Philon.) cuyo príncipe afirma que fue Zoroastro, no aquel Rey de los Bactrianos, del cual luego diremos que fue autor de la magia falsa, sino Rey de los Persas, los cuales se ejercitaban en el culto divino, y ofrecían a Dios oraciones, votos y sacrificios, cuya vestidura era blanca, su cama la tierra, su mantenimiento verdura, queso y pan.

Los terceros se decían Ariolos, y de los Caldeos Carthumim, y de los setenta intérpretes encantadores, eran los que con encantamientos de ciertas palabras, versos, caracteres o figuras encantaban las plantas, animales y hombres, convocaban los demonios, por cuyo consejo adivinaban cosas porvenir. Estos se derivaron de Zoroastro Rey de los Bactrianos, como quiere Plinio, (Plin. li. 28. c. 2.) el cual escribe de su potencia y falacias, y que por justo juicio de Dios fue vencido en guerra y expelido del Reino por Nino rey de los Asirios.

Los cuartos fueron los Arúspices que los Caldeos llamaron Gazarun, y los setenta Intérpretes Gazarenos, y son aquellos que por lo interior de los animales se preciaban conocer las cosas por venir, otros los llaman Augures que por el vuelo, o canto, o pasto de las aves decían lo futuro.

Los últimos son los maleficios que en Caldeos son dichos Mechasphin. Según S. Jerónimo, (Hiero. in 2. c. Dani.) son los que usan de sangre y víctimas, y tocan muchas veces los cuerpos de los muertos, y así adivinan, que vulgarmente se dicen Necrománticos. Lira, y el Cartujano (Nicol. de Lyra & Cartus. in 2. c. Dan.) enseñan que comúnmente Maléficos se dicen aquellos que hablando o obrando alguna cosa en algunos hombres los ajenan de los sentidos, y estando en esta ajenación les revelan los demonios muchas cofas falsas, y engañados por haberles impreso en la fantasía varias y diversas figuras de cosas, piensan y dicen que han caminado por muchos lugares distantes, y banqueteado con Diana, y con otros, haber visto, oído y gustado maravillosas cosas, cuales leemos acontecer en nuestros días a las brujas. Pues de todos estos sabios en la sabiduría Caldaica solos los magos o Filósofos parece que tienen nombre de verdaderos sabios, de todos los demás se deja bien entender ser su sabiduría falsa, vana, impía y supersticiosa como adelante probaremos.

Y porque nadie se turbe cuando leyere que estos magos de que hablamos son verdaderos sabios, sepa que no son estos aquellos que se ejercitaron en la magia falsa, la más fraudulenta de todas las artes, que obra o verdadera, o aparentemente con ayuda, invocación, pacto y comercio con los demonios; sino aquellos, como queda dicho, según Filón y S. Jerónimo, (Philo. & Hiero. ubi supra.) que se ejercitaban en la verdadera magia, que es ciencia especulativa, en la cual se ocupaban los Reyes de los Caldeos, como en el tercero libro se tratara. Pues estas artes fueron las que Daniel con sus compañeros de predio, las cuales parece ser aquellas curiosas, (Actor. 19.) cuyos libros S. Pablo hizo quemar delante todos cuando residía en Éfeso, y en la virtud de Cristo alanzaba los demonios de los humanos cuerpos, que se los ofrecían muchos de aquellos que se ejercitaban en las artes curiosas. Computose el precio de estos engañosos libros en cincuenta mil monedas de plata. De lo cual se infiere que Daniel con sus compañeros se ocuparon en el estudio de estas artes curiosas y reprobadas doctrinas, mas no por esto parece que les fue ilícito, pues la escritura no los condena, antes los aprueba. La razón de esto es, porque conocer especulativamente la falsedad y engaño de estas cosas no es malo por sí, antes bueno, pues consta que el conocimiento de la falsedad es verdadero, y por el consiguiente bueno, y manifiéstase con que Dios y sus Ángeles lo tienen. Allende de esto no es ilícito tratar las malas artes con buen fin para reprobarlas y disuadirlas, porque lo que no se conoce no se puede redargüir.

Pero con todo esto se prohíbe el conocimiento de semejantes cosas por muchas razones y causas de las cuales proviene, que el tal estudio y ejercicio sea malo y pernicioso. Primeramente porque no todos los que deprenden tienen un propósito, consejo y ánimo, antes muchos hay que lo tienen pervertido, y así entre muy pocos que lo tengan entero y bueno se hallarán innumerables que ejercitaran las tales artes para su daño y destrucción. Si todos fuesen Danieles no se temería de ellos que usaría de ellas, ni las deprenderían con ánimo malo para engañar, y así a los tales no se les prohibiría, pero como no lo son, justa cosa es, que se les quite la ocasión de errar, engañar y ser engañados, perderse y perder a otros. Lo segundo, no todos tienen un valor, un ser y prudencia, porque muchos hay que son flacos y rudos, simples e incautos, curiosos y agudos más de lo que conviene, y dados a supersticiones, a los cuales o por su flaqueza, o por su rudeza les es dañoso el saber las tales artes, y leer sus libros. Lo tercero vemos, y no sin gran dolor y lástima, que muchos son los que se aficionan desmedidamente a los curiosos ejercicios y estudios, dejando los provechosos y saludables, y en ellos emplean todo su ingenio, habilidad y tiempo, y ponen sin cansarse todo su cuidado, y porque éste estudio sin medida es notablemente dañoso con razón se hace ilícito y digno de ser vedado. De lo dicho sacamos que no por haber habido un Daniel, y otros como él, cuales fueron Ananías, Azarías y Misael sus tres santos compañeros, los cuales se ocuparon en toda la doctrina de los Caldeos, es lícito a todos lo mismo, pues no en todos se halla el buen propósito y firmeza, ordenado afecto y moderación, como estos, santos varones tuvieron. Que por faltar estas condiciones justamente por Ley divina y humana se prohíben semejantes libros como los de las falsas doctrinas, y se veda el ejercicio de las curiosas artes.

[ Logroño 1593, hojas 144r-145v ]