Mario Méndez Bejarano (1857-1931)
Historia de la filosofía en España hasta el siglo XX
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Capítulo XIV
El siglo de Oro

§ I
Momento crítico que denota el siglo XVI

La Casa de Contratación y su influencia en la mentalidad hispana. –Las escuelas filosóficas. –Decadencia de la nación y del pensamiento nacional.

Como esos inocentes que creen sentirse mejor en invierno, cuando se están intoxicando, porque entonces recogen el fruto del descanso y la copiosa eliminación veraniega, y se convencen de que les perjudica el estío cuando están limpiando el organismo de las toxinas que almacenaron durante el invierno que, de no interponerse la estación calurosa, les hubieran arrastrado al sepulcro, así se me antojan los panegiristas del siglo XVI, que halló resueltos los problemas nacionales, al modo imperfecto con que podían despejarse entonces; descubierta la América, en marcha la ola renacentista, y él, el siglo áureo, después de aprovechar las energías, las colosales energías que recibió del XV, envejeció a la mitad de su vida y se deslizó por el cauce de inevitable decadencia. Compárese lo que recibió de su antecesor con el miserable depósito que legó a su heredero.

Más que las antiguas universidades, más que la nueva hispalense, influyó en la mentalidad española la singular institución llamada Casa de la Contratación, que participaba de Tribunal, de Escuela, de Centro Mercantil y de [150] Ministerio de Indias. No comprendemos que pueda historiarse la cultura española sin mencionar este único foco de ciencia positiva existente en nuestra patria. Y es tanto más útil consagrar justa atención a la célebre Casa, cuanto que apenas podemos defendernos de las inculpaciones que los extranjeros nos asestan, acusándonos de haber puesto toda nuestra alma en estudios inútiles, en amena literatura y a lo sumo en Teología y Ciencias Morales, desdeñando el conocimiento de la naturaleza y de las artes de inmediata aplicación a las perentoriedades de la vida. Y tienen razón, si sólo se mira el triste espectáculo de nuestras Universidades, pero si se dirigen los ojos a la Casa de Contratación, se verá que no andábamos rezagados del movimiento científico de los centros europeos y que en muchas disciplinas les igualamos y en no pocas les precedimos.

La Casa de Contratación, que Pedro Mártir de Anglería llamaba con más propiedad la Casa del Océano, fue creada por Real Cédula de 14 de Enero de 1503, disponiéndose su instalación en los Atarazanas, si bien por otra Cédula de Junio del mismo año se mandó establecer en el Alcázar de Sevilla.

Por Cédula de 6 de Agosto del mismo año, se creó la enseñanza náutica, encomendada a Pilotos Mayores de la Casa. A mediados de siglo, se encargó la dicha enseñanza a Catedráticos de Cosmografía.

Las plazas de Piloto Mayor y de los profesores de Cosmografía se proveían mediante oposición. La misión peculiar del Piloto Mayor consistía en examinar e inspeccionar la enseñanza de la Cosmografía y la construcción de instrumentos, así como en aprobar las cartas de marear, función en que auxiliaban su labor los cosmógrafos de la Casa.

Estableciéronse cátedras de Matemáticas, materia desdeñada en las Universidades; Cosmografía, Astronomía, Cartografía, Hidrografía y aun de Artillería, servidas por los más eminentes profesores españoles y, a veces, por [151] extranjeros, como el inglés Sebastián Cabbott. Las clases eran teoricoprácticas y había de darse una lección cada día, siendo obligatoria la asistencia de los que solicitaban examen.

Figuran entre las expediciones debidas a la Casa, la accidentada dirigida por Juan de la Cosa para el reconocimiento de la costa de Venezuela, la de Alonso de Hojeda, la de Vicente Yáñez Pinzón y Juan Díaz de Solís. La de Juan de la Cosa al continente, la trágica de Nicuesa, la organizada para Tierra Firme; la de Solís al Pacífico y a la Especiería; el primer viaje alrededor del mundo bajo la dirección de Magallanes, asesorado por los pilotos de la Casa Rodríguez Mafra y Rodríguez Serrano; en fin, la enviada a las costas de Cumana llevando al frente al inmortal Bartolomé de las Casas, la cual, como capitaneada por aquel inmenso corazón, se componía sólo de labradores, y conducía en extraordinaria cantidad herramientas, semillas y plantas vivas, únicas armas que concebía el futuro dominico para colonizar.

Los expedicionarios, al regresar a Sevilla, debían, ante todo, rendir cuentas a la Casa de Contratación de los descubrimientos realizados y los éxitos conseguidos. La Casa consignaba en mapas, que fueron, no sólo los primeros, sino por largo tiempo los únicos, los resultados de las expediciones.

Además de estas empresas de exploración, se organizaron por la gloriosa Institución otras enderezadas a llevar a América lo más útil de la fauna y de la flora hispana. En sus naves envió el trigo, el centeno, la cebada y otros cereales; plantas aromáticas y medicinales; caña de azúcar; árboles frutales de Andalucía, como el naranjo, el limonero; numerosas estacas de olivo compradas en Olivares, y desde Sevilla, en la segunda mitad del siglo XVI, se mandaron a Italia algunos ejemplares de papas o patatas procedentes del Perú.

No menos contribuyó a enriquecer la fauna americana, que carecía de animales mansos propios para rediles, [152] establos o cuadras, con el envío de caballos, asnos, vacas, cabras, carneros, ovejas, y, por iniciativa del Tesorero de la Casa, se inició en La Española la aclimatación del gusano de seda.

El docto personal de la Casa prestaba a las expediciones con sus conocimientos y estudios un inmenso servicio en tiempos en que aún no había mapas ni cartas marítimas de las regiones recién exploradas y los instrumentos de observación eran tan toscos e imperfectos. Por esto, como observa Olea, se requerían grandes conocimientos para el cargo de piloto, sobre todo en Astronomía y Cosmografía. A los profesores de la Casa se encomendó la formación de cartas marítimas. Allí se dibujó la primera Carta geográfica del Nuevo Mundo, y cuenta Angleria que él y el Arzobispo de Burgos visitaron la Casa y tuvieron «en la mano muchos Indicadores (Cartas-Mapas) de estas cosas; una esfera sólida del mundo con estos descubrimientos y muchos pergaminos que los marinos llaman Cartas de marear».

Además, se conservan en Italia dos hermosas cartas españolas, evidentemente sevillanas, del litoral atlántico del Nuevo Mundo y el Canal de Magallanes, fechada una de ellas en 1512, las cuales pertenecieron, respectivamente, a los dos Cardenales, Juan de Salviati y Baltasar de Casti-glione, que con los respectivos cargos de Legado y de Embajador de Clemente VII, asistieron el año de 1526 a las bodas de Carlos V, celebradas en Sevilla. También es sevillana la carta anónima, conservada en la Biblioteca Real de Turín. Son muy notables las de Chaves, de Zamorano y de Pedro de Medina, incluida la última en su obra «De las Grandezas y Cosas memorables de España» (1548).

El de Torreño, pergamino de grandes dimensiones, con trazos en oro y colores, representando ciudades, bajeles y príncipes, se debe considerar el primer mapamundi algo completo que se haya dibujado. Aunque no se conserva entero, basta la parte subsistente para que Harrise, en [153] sus «Estudios Geográficos», le haya llamado magnificent.

¿Y qué antecedentes podían guiar a estos genios, y digo genios porque casi todo lo extrajeron de su propia substancia, para imprimir tan ingente impulso a la cartografía? ¿Los toscos grabados que en los pórticos de las escuelas brindaban una falsa idea del planeta; los primeros mapas trazados por los árabes; los anglo-sajones de mediados del siglo XII; el de Marín Sanudo y el mapamundi catalán, ambos de principios del XIV, imitando a los árabes; los italianos de los siglos XIII y XIV, entre ellos el mural de Fra Mauro, o acaso el informe de fines del siglo XV, que lleva el nombre de Conrado Peutinger de Augsburgo? El atraso de la cartografía medieval sublima las figuras de estos colosos, aun en época en que lo gigantesco era lo normal.

Determinada por el Papa una línea meridiana para fijar los límites entre los dominios de España y Portugal, motivó el asunto serios trabajos de los cosmógrafos de la Casa de Sevilla, trabajos imperfectos; mas hay que tener en cuenta el estado de los conocimientos en el siglo XVI recordar que en el XVIII todavía se hallaban en tal atraso, que Francia, Inglaterra y Holanda ofrecieron considerables recompensas a los que presentasen algún medio de resolver el problema de calcular las longitudes, siquiera con bastante aproximación.

Casi todas las obras compuestas por el personal de la Casa se traducían en el mismo año de su publicación al latín, francés, inglés, alemán y flamenco. Débese no menos a los profesores de la Casa trabajos científicos trascendentales, de los que señalaré algunos. El ilustre cosmógrafo Alonso de Santa Cruz, nacido en Sevilla, es autor de las Cartas esféricas, innovación que enmendó muchos de los errores cometidos en los anteriores mapas, y el Islario general del mundo, el primero en su género, que algunos, por indisculpable error, han atribuido a Andrés García de Céspedes. Tampoco se puede pasar en silencio el Libro de las Longitúdines, en que no sólo se exponen y examinan [154] todos los sistemas conocidos, sino «otras cosas que yo oviese alcanzado a saber». Los trascendentales estudios astronómicos de Andrés San Martín, nacido también en Sevilla, han corrido, por error de Barros, con el nombre de Ruy Falero. San Martín, con anterioridad a la expedición de Magallanes, había realizado observaciones astronómicas acerca de la longitud y había notado la imperfección de las Tablas en uso, encontrando en la conjunción de Júpiter con la Luna un error de diez horas treinta y tres minutos de más, y una hora cincuenta minutos de diferencia entre el meridiano de Sevilla y el de Ulma. «Además de éstos –añade el Sr. Navarrete– hizo en diferentes tiempos, y siempre para deducir la longitud, otras observaciones». Barros cita una de oposición a la Luna y Venus, otra de la Luna y el Sol, un eclipse de éste y otra oposición con la Luna; y añade que, siendo muy repugnante a San Martín atribuir los malos resultados ni a las tablas de Reggiomontano, ni a sus observaciones, decía en su diario: «Y me mantengo en que, quod vidimus loquimur, quod audivimus testamur, y que, toque a quien tocare, en el almanak están errados los movimientos celestes. Deducción cierta y que prueba su discernimiento y penetración...»

Al eminente cosmógrafo Andrés de Morales se debe el estudio de las corrientes del Atlántico, por él llamadas «torrentes del mar». Considera con razón el Sr. Fernández Duro que Morales es el fundador de la teoría de las corrientes pelásgicas.

No es menos interesante la carta escrita por el médico Diego Álvarez Chanca, compañero de Colón, a la ciudad de Sevilla, su patria, dándole noticias de ciertas especies vegetales, según puede verse en la colección del Sr. Navarrete; carta coetánea del estudio de la fauna y la flora del Nuevo Mundo, compuesto por el insigne cosmógrafo Maese Rodrigo Fernández de Santaella, fundador de la Universidad hispalense. La estatua de Rodrigo Fernández de Santaella, generalmente conocido por Maese Rodrigo, se [155] eleva en el patio principal de la Universidad sevillana, de la que fue glorioso fundador. Vio la luz este sabio en Carmena a mediados del siglo XV y falleció el 20 de Enero de 1509. Disfrutó una beca en el Colegio de San Clemente de Bolonia; residió bastante tiempo en Roma, obtuvo una canongía en Málaga, la capellanía mayor de la Iglesia de Sevilla y el arcedianato de Reina. Se debe a su pluma las siguientes obras: Oratio habita coram Sixto IV Pont. Max. in dies Parasceve anno MCDLXXVII (sin 1. ni f.); otra pronunciada ante el Papa Inocencio, manuscrito conservado en la Biblioteca Ambrosiana, según Nicolás Antonio; Sacerdotalis instructio circa missam (Sevilla, 1499); Vocabularium Ecclesiasticum partim latina partim hispana linguae scriptum, de que en pocos años se tiraran catorce ediciones. De ignotis arborum atque animalium apud Indos speciebus et de moribus Indorium (Manuscrito citado por Colmeiro); Lectiones sanctorum (Sevilla, 1503); Odoe in divae Dei Genitrices laudes ab eo distichis (Sevilla, 1504); Dialogus contra Impugnatorem Coelibatus et castitatis; Manual de Visitadores (Sevilla, 1502, y Alcalá, 1530); Libro de Marco Polo y de las cosas maravillosas y que vido en las partes orientales; se hicieron cinco ediciones. Del modo de bien vivir en la religión cristiana (Salamanca, 1515). Tratado de la inmortalidad del alma (Sevilla, 1503). Arte de bien morir. La summa de confesión llamada «defecerunt» (Sevilla, 1503); Sermones de San Bernardo y del modo de bien vivir en la religión cristiana (Sevilla, 1515). Sermón contra los Sodomitas, Comentarios sobre las Sagradas Escrituras y Constitutiones Collegii ac Studii Sanctae Mariae de Jesu, civitatis Hispalensis, de la que se conocen dos ediciones, años 1636 y 1701.

Todo esto sin llegar a la mitad del siglo XVI.

Y en torno de la Casa, ¡qué grandioso movimiento científico impulsado por los hombres de la gloriosa institución! Arias Montano estudia antes que nadie en su Natural Historia los efectos de la presión atmosférica; Falero [156] publica su Tratado de la esphera y del arte de marear; Cortés, su Breve compendio de la sphera (1551); Pedro Medina, su Regimiento de navegación; Andrés de Río y Riaño inventa su instrumento para determinar la longitud y las variaciones de la aguja magnética; Vasco de Piña corrige las tablas de Copérnico, y García de Céspedes las Alfonsinas, y Martín Fernández de Enciso da a los tórculos la Suma de Geografía. Guillén, el boticario sevillano, inventó un instrumento para determinar las variaciones de la aguja en cada lugar, «instrumento, dice Santa Cruz, que hoy día anda muy común en Portugal entre hombres doctos». En el Libro de las Longitúdines se halla la descripción del ingenioso instrumento, que, como afirma Humboldt, fue el primer aparato destinado a medir las variaciones de la aguja imantada y sirvió para los primeros estudios realizados acerca de tan interesantes materias.

Rodrigo Zamorano, botánico y cosmógrafo, tuvo en Sevilla un gabinete de cosas naturales de América y escribió su Cronología y repertorio de la razón de los tiempos. El médico sevillano Simón de Tovar fundó un jardín botánico, donde cultivó las plantas que le remitían de América, y redactaba catálogos anuales de las especies cultivadas, de los cuales cita Clusio los correspondientes a 1595 y 96.

Al lado del Museo de Zamorano y antes que el de Tovar, levantó el suyo médico tan eminente como Nicolás Monardes, que estudió detenidamente los productos americanos en su admirable Historia medicinal de las cosas que se traen de nuestras Indias Occidentales, de que se han tirado numerosas ediciones y traducciones a diversos idiomas, y enriqueció las aplicaciones de la flora americana con observaciones y experimentos personales. No menor celebridad adquirió la colección reunida por el insigne genealogista D. Gonzalo Argote de Molina.

Los resultados obtenidos por la inmortal institución geográfica pertenecen unos al orden teórico y otros al práctico. He aquí cómo los resume el Sr. Latorre en breves y oportunas palabras. «Los teóricos son: el conocimiento [157] del magnetismo terrestre y planteamiento del problema de su explicación; diferenciación del polo geográfico y del polo magnético; localización del polo magnético; estudios en las variaciones de la aguja de marear y perfeccionamiento de ella; formación de cartas de magnetismo; orientación geográfica en sus problemas de latitudes y longitudes; métodos empleados en la determinación de longitudes; investigaciones del más exacto; concursos para premiar al inventor de un sistema preciso; estudio de corrientes atmosféricas y marítimas; el torrente de mar (Gulf Stream), su determinación y examen geográfico; cartografía más amplia y exacta del planeta; padrón general de la Casa y cartas de sus cosmógrafos; nuevos sistemas de proyección; cartas, planos y cartas esféricas; bibliografía de los países descubiertos, diarios de pilotos y obras de cronistas de Indias; botánica y zoología colonial; finalmente, perfeccionamiento del arte naval conforme a las nuevas necesidades de las travesías por los Océanos.

Y consisten los resultados prácticos en la evitación, por las enseñanzas y exámenes de pilotos y maestres, de muchas catástrofes en viajes por mares desconocidos y costas peligrosas, formando un excelente cuerpo de navegantes; el conocimiento de los grandes Océanos de la Tierra y descubrimiento de las islas y continentes, y la relación de las capitulaciones para salir a descubrir; aplicaciones prácticas de los conocimientos adquiridos en las cátedras de la Casa, rectificándose en ella, por el resultado experimental aportado, el tesoro de su cultura geográfica y formando una sola unidad, de evidente existencia».

No puede calcularse la importancia que revistió en el siglo XVI un instituto científico que, atento a la observación, pone los ojos en la realidad, rectifica la menguada y arcaica ciencia de las Universidades limitadas al Almagesto y las Tablas de Agatomedon y va corrigiendo la obra ptolemaica, ensanchando el concepto del Universo, apreciando las verdaderas dimensiones del planeta y expulsando al fin de la esfera científica toda la paupérrima [158] concepción clásica, entronizando sobre la poética intuición de los antiguos otra poesía más divina y vigorosa, nacida de la Verdad.

«Desde la fundación de las sociedades, dice Humboldt, en época ninguna se había ensanchado tan repentinamente y de modo tan maravilloso el círculo de las ideas en lo tocante al movimiento exterior y a las relaciones del espacio». (Cosmos, París, 1846-911, p. 315).

Las consecuencias de esta intensa ebullición científica se notarán bien pronto, no sólo en la filosofía, sino en la literatura y en la mentalidad general de la nación.

El peripatetismo, dueño del campo por la extinción del platonismo, que hubo de pedir refugio a la mística, reanimado por contragolpe de la reforma religiosa, continúa apoderado de las aulas; pero un enérgico movimiento antiaristotélico, tendiendo al escepticismo en la especulación y bebiendo con ansia en el venero de la naturaleza, se encrespa contra todo criterio de autoridad. Los maestros que se atienen al pasado anquilosan su pensamiento, los más flexibles buscan la conciliación con la opuesta faceta socrática o la renovación de la rigidez aristotélica.

A título de perfeccionamiento, brotó de la tomística el congruismo, dicción tomada de un texto de San Agustín (Illi electi, qui congruentur vocati, cujus miseretur (Deus) sic eum vocat, quomodo scit ei congruere, ut vocantem non respuat (ad Simpliciam, 1. I, q. 2, núm. 13). Sostenían los innovadores que el hombre, auxiliado por una gracia congrua, elegiría libre, pero necesariamente lo mejor. Tal efecto se ha de reputar indefectible, puesto que la ciencia media, infalible per se, lo ha previsto. Llámase media esta ciencia por hallarse situada entre el conocimiento de visión, que se refiere al futuro absoluto, y el de simple inteligencia, que afane a todos los futuros posibles. Estas doctrinas, que volverán a salirnos al paso en nuestro estudio, sufrieron la oposición de los tomistas puros y aun de los agustinos con la acusación de pelagianos.

Mientras los ascéticos no piensan, sino adoran y [159] tiemblan, la tradición mística medieval halló firme baluarte en los franciscanos. Los carmelitas prefirieron la dirección baconiana o se entregaron a un misticismo más exquisito y refinado que los franciscanos, confundiéndose con Dios, pero olvidando la obra divina. Una derivación mística se enlaza con la corriente realista netamente española y produce un florecimiento sensualista que cree de buena fe ser compatible con la ortodoxia. El tomismo se encastilló en los dominicos, los agustinos recogen aires de renacimiento y, sobre el conocimiento directo del aristotelismo y el clasicismo, amoldan la filosofía cristiana al pensamiento platónico de San Agustín, y los jesuítas, ascéticos y prosaicos, única Orden religiosa que no ha tenido ni puede tener un poeta de primer orden, más atentos a la sumisión del impulso individual que al éxtasis del celeste amor, se formaron en torno de su filósofo Suárez.

Fracasado por prematuro, no por innecesario, el sincretismo del Leibniz español, de Fox Morcillo, la tentativa más seria que en filosofía ha iniciado el pensamiento ibérico, todas las direcciones filosóficas desmayan y el siglo áureo, para coronar su obra, entrega al XVII una literatura culterana y gracianista, una filosofía vacua y aherrojada, una monarquía degenerada y vacilante, una nación desorientada y empobrecida. [160]


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Historia de la filosofía en España
Madrid, páginas 149-159