Mario Méndez Bejarano (1857-1931)
Historia de la filosofía en España hasta el siglo XX
<<<  índice  >>>

 

Capítulo XVII
El siglo de las luces

§ IX
Los krausistas

Fácil propagación del realismo armónico. –Ataques de sus adversarios y desertores. –Sanz del Río. –Salmerón. –La derecha: Romero Castilla, D. Femando de Castro, D. Francisco Canalejas, Álvarez Espino. –La izquierda: Romero Girón, García Moreno, Salas, Ruiz Chamorro, Arés, Sama y Arnau. –El centro: D. Federico de Castro, López Muñoz, D. José de Castro, Álvarez Surga, Giner de los Ríos (D. Francisco y D. Hermenegildo). –Krausistas independientes: González Serrano. –Krausistas de ciencia aplicada: Barnés, Azcárate (D. Gumersindo), Reus y Bahamonde.

Si se reputa justa la tesis de los que creen en la realidad de una filosofía española o por lo menos andaluza (Castro), caracterizada por esa tendencia armónica que señalan sus grandes pensadores, desde Séneca hasta Fox Morcillo y Pérez López, no podrá extrañarnos la rapidez con que prendió y se propagó en España el sistema de Krause, nacido como un realismo racional, un armonismo donde se confundieran el panteísmo, que considera la unidad separada de su contenido, y el dualismo, que se detiene en la interior discreción del todo, según la fórmula: todo es y está en el Ser, el ente infinito y absoluto que, por contenerlo todo, no se queda en unidad abstracta y vacía.

Además, no encontró el krausismo graves obstáculos en las otras escuelas, anémicas unas, poco difundidas otras, ni contradictores que se arrojaran al fondo de la cuestión. Tachaban su doctrina de panteísta. Orti, Alonso Martínez (que confiesa no haber leído a Krause ni a Sanz del Río y muestra que no ha entendido a Tiberghien) y [467] D. Pedro López Sánchez, en el interminable y amazacotado discurso titulado Krause y Santo Tomás, que leyó con ocasión de su ingreso en la Real Academia Sevillana de Buenas Letras. Clasificar una teoría no es combatirla a fondo. ¿Y si el panteísmo fuera la verdad? A la calificación debía preceder la demostración de la falsedad del panteísmo.

D. Manuel de la Revilla, después de desertar del krausismo; Perojo, Menéndez y Pelayo, otros mil vociferaban contra la exposición proclamando que los krausistas destrozaban el idioma con sus logomaquias. Pero ¿qué culpa tenía la doctrina de que un idioma poco trabajado en la alta filosofía, y más si ésta procedía de fuente extranjera, no se hallase preparado para la expresión de pensamientos profundos y exóticos, obligando a los nuevos tratadistas a violentar su sintaxis para acomodarla a su sistema? ¿No destrozó la Escolástica el latín áureo? Y aun cuando tal necesidad no existiera y la obscuridad se originase de torpeza en el manejo de la lengua, ¿podría graduarse la verdad de una filosofía por la deficiencia expositiva de sus apóstoles?

Otro estribillo jamás omitido consistía en repetir que no se había otorgado en Alemania gran importancia a la nueva escuela. ¿Depende acaso la verdad del interés que despierte en una nación o en una época un sistema de filosofía? ¿No hemos visto autores y sistemas consagrados en su tiempo hundirse en el más completo olvido y exaltar la posteridad glorias no apreciadas por sus contemporáneos? ¿Cabe mayor prestigio que alcanzó en Alemania Schelling ni más rápido olvido?

No adornaban a Krause personales condiciones difusas. Ni elocuente como Hegel, ni brillante escritor como Schopenhauer, nómada y perseguido, su filosofía, como su breve y dolorosa existencia, se arrastró penosamente por las universidades alemanas, mas no creo se halle tan olvidado cuando poco antes de la gran guerra se reimprimieron sus obras en Leipzig. [468]

No. Así no se refutan las doctrinas. Hay que ir a la médula de ellas. No debieron esgrimirse argumentos tan superficiales, sino atacar el punto de arranque, la «base de la especulación y, de haberlo ejecutado con fortuna, el edificio se hubiera hundido como las torres que desprecio al aire fueron. El krausismo siempre fue combatido por las ramas.

¡Refutación! No puedo resistir la antipatía que me despierta esa dicción tan impropia del lenguaje científico. ¡Refutación! Impugnación o negación absoluta de una tesis, especie de castigo al error considerado materia punible. ¡Como si el entendimiento humano pudiera alcanzar la verdad ebsoluta, como si el error absoluto pudiera existir, ni siquiera concebirse!... No. La Verdad, en cuanto idea absoluta, se muestra interiormente en sistemas, intuiciones y reflexiones parciales, todas verdaderas por afirmar un aspecto de la realidad, todas erróneas si niegan las demás facetas. No se circunscribe a determinación histórica individual ni especial, pero las abraza todas completándolas allá en su altura sin confundirse con ninguna de ellas. Así, rehuyendo los términos medios del eclecticismo, aseguramos que en todo sistema o manifestación histórica de pensamiento reflexivo, y cada una con valor propio, y por eso han influido todas en la mentalidad de su época, reside verdad y la Verdad en ninguno.

Ya lo sospechaba el agudo ingenio de Mme. de Staël cuando decía: «casi todas las opiniones verdaderas traen un error en pos de sí». No tiene por misión el filósofo perseguir lo que él juzga error, sino aquilatar lo que encierra cada opinión de positivo y fructuoso, extraer de cada concha la escondida perla y, sin preocuparse de su origen, engarzarla en la corona del pensamiento humano labrada entre todos los hombres, adelantando cada día y jamás rematada entre dos infinitos.

¡Y qué procacidades en la discusión! A fuerza de no merecerlo, merece lectura el discurso de ingreso de D. Vicente Barrantes en la Academia Española y no menos la [469] contestación de D. Cándido Nocedal. No contienen, sobre las vacuidades del fondo, sino, como decía el Sr. Revilla, ya acérrimo detractor del krausismo, «epítetos malsonantes, chistes de pésimo gusto, sañudas invectivas, venenosas acusaciones» (R. Cont., 1876).

Comisionado por el Gobierno español para estudiar filosofía en Alemania, marchó a esta nación D. Julián Sanz del Río (1814-69), hombre austero, natural de Torrearévalo (Soria) y educado en Granada, profundo pensador, un tanto tocado de propensión mística y ya algo conocedor del krausismo, pues desde 1837 se había popularizado el Curso de Derecho natural, de Ahrens, que tradujo al español en 1851 D. Ruperto Navarro y Zamorano. Oyó en Heidelberg las explicaciones del eminente penalista Gustavo Roeder, de Leonhardi y de Schliepacke y, reintegrado a la Universidad Central, explicó la cátedra de Historia de la Filosofía, hasta que en 1867 se la arrebató el marqués de Orovio, ministro de Fomento, por el delito de negarse a suscribir una profesión de fe religiosa y dinástica. La revolución de 1868 reparó aquel error, brindándole el rectorado de la Universidad, que D. Julián, ajeno a las sugestiones de la vanidad, el interés o la ambición, se negó rotundamente a aceptar.

Muchos artículos acerca de materias filosóficas dejó Sanz del Río en diversas revistas. Sus obras fundamentales son: La cuestión de la filosofía novísima (1860), tesis doctoral; Lecciones sobre el sistema de Filosofía analítica de Krause (1850); Sistema de la filosofía (1860), obra de que sólo imprimió la parte analítica, pues de la sintética tiró para uso de sus discípulos una edición autografiada de contadísimos ejemplares, uno de los cuales, el de don Francisco Canalejas, logré disfrutar y en vano intenté adquirir al fallecimiento de mi deudo D. José Canalejas y Méndez, a cuyo poder había pasado después del óbito de nuestro tío D. Francisco; El ideal de la Humanidad, que por modestia atribuyó a Krause, de quien era el pensamiento fundamental, no el desenvolvimienlo; el magnifico [470] Discurso inaugural del curso de 1857-58, donde ni su más cruel detractor, Menéndez y Pelayo, entonces en el zenit de su época fanática, se atrevió a hincar el diente, y otras de menor interés, a que se añadieron postumas El idealismo absoluto (Bibl. económica fil., t. IX); Filosofía de la muerte (Sevilla, 1877), extractada de sus manuscritos por D. Manuel Sales, y Análisis del pensamiento racional (1877), manuscrito preparado para la impresión por don José de Caso y felizmente compendiado por D. Federico de Castro al comienzo de su «Metafísica». Análisis del pensamiento racional, libro póstumo, y acaso el más personal e interesante de Sanz del Río, merece, mejor que aplauso, homenaje de seria y detenida meditación.

Cultivó D. Julián la filosofía, más como hombre que en concepto de especialista, considerando la ciencia uno de los medios de realizar el fin humano, el Bien por el Bien. No trajo nada nuevo a la indagación reflexiva. Su aporte consistió en un sincero entusiasmo por la ciencia, una honradez científica a toda prueba y el mérito de haber atraído a la filosofía la juventud de su tiempo, enseñándola a pensar con método y pureza de intención. Aun no habiendo recibido enseñanza directa del Maestro, lo tengo por el más hondo y enterado de todos los discípulos del filósofo de Nobitz.

Sinceras sus profundas convicciones, seguro de prestar alto servicio a la juventud, a su patria y, sobre todo, a la Verdad, dejó fundada en la Universidad de Madrid una cátedra de Sistema de la filosofía que, en estos tiempos de utilitarismos, yace olvidada, y milagro el curso que cuenta con algún oyente. Ganó en oposición esta cátedra D. Tomás Tapia, ex-sacerdote, que había escrito Ensayo sobre la filosofía fundamental de Balmes, mas la disfrutó breve tiempo. Sucumbió prematuramente y en 1884 pasó a explicar la materia el respetable D. José de Caso y Blanco, nacido en 1856, que desempeñó su cargo hasta Diciembre de 1926, renunciándolo a causa de su avanzada edad. [471]

El óbito de Sanz del Río señaló un momento crítico en la escuela. Todos los ojos se tornaron a D. Nicolás Salmerón (1838-908), andaluz, tan extremado en la pasión como en la poderosa inteligencia que denunciaba su profunda mirada, luminosa, aun en la fotografía; pero este predilecto evangelista conservó apenas tres o cuatro años la fidelidad. Lanzado al destierro por el pronunciamiento de Sagunto que derribó aquella sombra de república pilotada por monárquicos más o menos vergonzantes, se familiarizó en París con las direcciones experimentalistas señaladas por Comte y Littré y, perdiendo de vista el punto cúspide de la intuición racional, negó la visión total del Ser y de los seres en y bajo Él, entrando de lleno en las vías del positivismo. La declaración terminante de su evolución se pronunció en el prólogo al libro Filosofía y Arte de don Hermenegildo Giner. Allí se confesó monista, negando la dualidad radical de espíritu y cuerpo, y sostuvo ya que la evolución de lo inconsciente debe explicar la producción de la conciencia.

Poco fecundo escritor, distraído por el foro y la política, sus Obras (1911) constan de artículos, prólogos, traducciones, discursos y dos trabajos más concretamente filosóficos insertos en el Boletín de la Universidad, uno sobre Conceptos de la Metafísica (1870) y otro sobre Principios analíticos de la idea de tiempo (1873). A pesar de su inmenso talento, nada dejó original tan eminente varón en el campo del pensamiento español y asestó golpe mortal con su deserción al krausismo peninsular.

Acentuóse la ya latente división de la escuela en derecha e izquierda. En la primera figuraron D. Tomás Romero de Castilla (n. 1833), catedrático extremeño, formado intelectualmente bajo la dirección de Castro, y obstinado en conciliar el racionalismo con el catolicismo, imposible intento al cual consagró los opúsculos La doctrina que establece el carácter objetivo de las ideas y la infalibilidad de la razón no es contraria a los principios del catolicismo; Ni incrédulo ni tolerante: Contestación al folleto [472] «¿Católico o krausista?» (1881), Nuestro concepto de razón y de la doctrina de Santo Tomás, y El krausismo y la fe católica. Aun no teniendo razón, venció al canónigo Fernández Valverde, contra cuyos folletos polémicos iban dirigidos los de Romero, que mostró bien su talento y la solidez de su aprendizaje en la escuela de Sevilla.

D. Fernando de Castro y Pajares (1814-74), franciscano, luego presbítero secular, catedrático de Historia en el Instituto de San Isidro y más tarde en la Universidad Central, aunque sólo escribió de filosofía su Memoria Testamentaría, donde expone el ilusorio proyecto de una religión universal donde cupieran Buda, Cristo, Mahoma y todos los grandes reformadores, sabios y artistas, y una Introducción al estudio de la Historia o Filosofía de la Historia, no creo equivocarme mucho si lo clasifico entre los krausistas de la derecha, pues sus obras históricas dejan trascender los efluvios del realismo racionalista.

Natural de Lucena, la villa hebrea, D. Francisco de P. Canalejas y Casas (1834-83), inteligencia de primer orden, espíritu abierto y, como buen andaluz, elocuente y artista; Si bien profesó con gusto por complexión y por exigencia de su cátedra la ciencia literaria y no poco se distrajo con la política y el foro, consagró a la filosofía su más asidua labor y al fin permutó su cátedra de Literatura por la de Historia de la filosofía. Sus publicaciones filosóficas son: Cartas a Campoamor sobre el panteísmo, Introducción al estudio de la filosofía platónica. Ley de relación interna de las ciencias filosóficas (1858), Del estado actual de la filosofía en las naciones latinas (1861), Las doctrinas del Doctor Iluminado Raimundo Lulio (1870), Teodicea popular (1872), Estudios críticos de filosofía, política y literatura (1872) y Doctrinas religiosas del racionalismo moderno, La voluntad (1874).

Comenzó Canalejas militando en la extrema izquierda de la escuela; mas, influido en su edad madura por la lectura de filósofos y teólogos alemanes, singularmente de Schleiermacher, fue adoptando ese tono de misticismo de [473] los germanos, que todos son o místicos o escépticos, acercándose al lulismo, y terminando su carrera filosófica a cierta distancia del punto de partida, sin perder nunca el sello original.

Poeta, insigne estilista y catedrático de Filosofía en Cádiz, siguió análoga orientación el sevillano D. Romualdo Álvarez Espino (1839-95) en sus compendios de Antropología psicológica (1873) y Psicología, Lógica y Ética (1876), pero no llegó a intentar la absurda conciliación del catolicismo con el panenteísmo, manteniéndose en un sentido cristiano semejante al de los krausistas alemanes. Toda España aplaudió sus artículos firmados con el pseudónimo «Christian». Fue un hombre bueno, inteligente y menos afortunado de lo que tenía derecho a esperar.

Formó en la izquierda D. Vicente Romero Girón (1835-900), especializado en materia jurídico penal, que era a su vez nota característica de la escuela; espíritu liberal y republicano, a quien vieron con pena los que le estimaban, rebajarse a ser ministro de la restauración en 1883. Circunscrito a la esfera del Derecho, publicó en colaboración con el almeriense D. Alejo García Moreno, también krausista en sus comienzos, aunque ignoro si derivó más tarde hacia el positivismo, y algunos jóvenes, yo entre ellos, el monumento jurídico titulado Colección de las Instituciones políticas y jurídicas de los pueblos modernos.

D. Manuel Sales y Ferré (1843-910), catalán y catedrático de Historia en Sevilla, afiliado a la izquierda krausista, dio forma a los manuscritos que dejó Sanz del Río sobre la Filosofía de la Muerte, dando a luz su arreglo en 1877, y dedicó su actividad con preferencia a la historia, la geografía, la arqueología y la sociología. Ya hemos referido en qué circunstancias renegó del krausismo y se lanzó a la corriente spenceriana. Cuando llegó a la cátedra de Sociología en Madrid propugnó sus nuevas ideas y alardeó de ellas en su discurso de ingreso en la Academia de Ciencias Morales y Políticas (1907), explicando los Nuevos fundamentos de la moral sobre la base de la [474] solidaridad humana, sometiéndola a modalidades históricas, teoría toto coelo distante del imperativo categórico de Kant, aceptado por el racionalismo armónico.

En la izquierda se alistó también mi compañero don Eusebio Ruiz Chamorro, fallecido en 1899, hombre de extraordinarias facultades filosóficas que aplicó con preferencia a la esfera del Derecho. En su original y no terminada Psicología, desenvuelve la doctrina de Krause con criterio francamente monista. Considera muy precipitada la subdistinción del Yo en alma y cuerpo, lo cual determina un desequilibrio en la investigación, pues el estudio psicológico se limita al cuerpo, es decir, se estudia la parte y se abandona el todo, error que se transmite desde Descartes a Leibniz.

El problema debe replantearse, preguntándose cómo se relacionan entre sí los seres, no el alma con el cuerpo, porque éstos no son dos substancias, sino dos aspectos del Yo. Cree también el autor indispensable ayudar y completar la introspección con los datos de las ciencias naturales.

Al malogrado D. Mariano Arés (1842-90), catedrático de Salamanca, debemos un discurso inaugural (1870-1), Sobre la legitimidad y carácter de la Metafísica, además de las traducciones de Le materialismo contemporain por Pablo Janet, y La filosofía de Schopenhauer por Ribot, y a D. Joaquín Sama y Vinagre, Indicaciones de Filosofía y de Pedagogía (1893).

D. Joaquín Arnau e Ibáñez (1850-90), natural de Rubielos de Mora y catedrático de Metafísica en Valencia, también figuró en la izquierda krausista y dio a los tórculos un Ensayo de filosofía fundamental (1889).

En realidad la jefatura de la escuela pasó a D. Federico de Castro (1834-903), almriense y catedrático en Sevilla, el más consecuente de todos los discípulos de Sanz del Río. No formaríamos de él la idea que merece, si lo juzgáramos por sus obras, escritas de mal grado y plagadas de erratas que jamás su pereza se avino a corregir. [475]

Hay que recordar su palabra, su conversación pletórica de doctrina, su pasión por la docencia socrática y su inmenso influjo en la mentalidad de su época. Ni su primera obra, El progreso interno de la razón (1861); ni su áureo opúsculo Cervantes y la filosofía española (1876), ya tan raro; ni su Metafísica (1888-93), cuyo primer grueso volumen, en octavo, contiene el mejor tratado de historia de la filosofía que haya visto la luz en España; ni su libro de cuentos Flores de invierno (1873); ni su admirable prólogo a la Fuente de la vida, seguido de la versión de la obra; ni su traducción anotada de la Historia de los musulmanes españoles de Dozy; ni su Estudio jurídico y filosófico del arrendamiento; ni El concepto de nación como postulado de la Historia general; ni los dos primeros tomos de su Historia de España, sugieren la verdadera estimación de su talento y condiciones pedagógicas.

Se necesita la larga convivencia, la constante colaboración e íntimo trato que nos unió muchos años para columbrar su mérito y rendir a su memoria la ofrenda de cariñosa admiración que incesantemente le tributo. Y no sólo superó a todos sus condiscípulos en fidelidad a la ortodoxia, sino que corrigió viciosas exposiciones de Ahrens y de Tiberghien en temas tan fundamentales como el punto de partida de la ciencia, piedra angular de toda la construcción sistemática de Krause.

La vista interior del Yo, llegando a ella por eliminación de accidentes y cualidades, sólo podía recaer sobre un ser potencial, una abstracción, lo que equivaldría a cimentar en el vacío. Castro insiste en presentar, no una intuición, sino una percepción directa e inmediata, revelación primera y más íntima de la personalidad racional, pensada antes y sobre toda ulterior determinación, conteniendo en su unidad indivisa la idea, el juicio y el raciocinio, la cual, por su certeza, para el sujeto absoluta, y en cuanto primer conocimiento racional, constituye el punto de arranque de la ciencia y el principio del conocer subjetivo o ciencia de nosotros, ya que no el principio absoluto del conocimiento científico. [476]

Hasta el mismo principio absoluto, para considerarse cierto, supone que Yo esté seguro de su verdad. ¿Quién puede dudar de su ser? ¿Quién dudaría de su duda?

Nunca supuso D. Federico haber agotado el krausismo todo el contenido de la Ciencia ni soñó prescindir de los innegables progresos del conocer experimental, limitándose a profesar las ventajas de su sistematización que, por su amplitud, no rechaza, sino ambiciona enriquecerse con todas las nuevas aportaciones en un evangelio de continuo adelanto y perpetua esperanza.

¡Siempre las coincidencias en los seres excepcionales! ¡Expiró el sabio, el bueno, el ejemplar Maestro el Viernes Santo, a las tres de la tarde!

La influencia del eminente maestro se sintió tan intensa que despertó aficiones, reveló vocaciones, formó numeroso apostolado y merece la pena de señalarse el hecho de que todos sus discípulos cuando intentaron oposiciones a cátedras salieron triunfantes de la prueba y casi todas las aulas de Andalucía y Extremadura repitieron como fieles ecos su enseñanza. Tal aconteció con Romero Castilla, con Álvarez Espino, con tantos más ilustres profesores, entre los cuales merece especial distinción D. Antonio López Muñoz (n. 1849), onubense, poeta, elocuente orador, consumado lógico, que por su propio esfuerzo se elevó desde modesta cuna a catedrático en Granada y en Madrid, repetidas veces ministro, embajador, y ha ceñido la corona condal. Su Filosofía elemental es, a mi juicio, el libro más claro, más artístico, y más orgánico de cuantos análogos han visto la luz en España.

D. José de Castro y Castro, nacido en Sevilla en 1863, hijo y sucesor de D. Federico, en la cátedra hispalense de Lógica fundamental, continúa la enseñanza de su padre y es ya quizás el último profesor de una escuela que casi monopolizó la enseñanza oficial. En el ejercicio de su doctorado leyó un discurso, cuyo manuscrito se halla en la Universidad de Madrid, sobre la Teoría heliocéntrica de Alfonso Belhaw. Ha publicado Psicología de la célula. Haeckel, Richet, Binet (Sevilla, 1889), [477] un excelente compendio de Historia de la Filosofía (Sevilla, 1890), y el discurso inaugural de 1902-3, acerca del Concepto de la Lógica, reproducido por el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza, con anotaciones del autor y elogiado por D. Francisco Giner de los Ríos en una nota sobre la Dialéctica platónica de Lutaslowski.

A uno de los predilectos discípulos de Castro, el malogrado Rafael Álvarez Surga (1848-72), poeta, historiador y orientalista, esperanza perdida para la filosofía y las letras, consagro aquí un piadoso y harto merecido recuerdo. Sus producciones se hallan recogidas en un volumen póstumo. La Revista de Filosofía le dedicó un número necrológico y, durante varios años, se conmemoró su aniversario.

D. Francisco Giner de los Ríos (1839-915), rondeño y discípulo inmediato de Sanz del Río, perpetuó la austeridad del maestro, la devoción a la ciencia y la propensión pedagógica que le arrancaba aquellas socráticas palabras: «En mi cátedra no enseño filosofía, sino a filosofar.» No expuso su pensamiento en forma de sistema total, ni hacía falta, porque el fondo se hallaba siempre en Krause, si bien, pensando por su cuenta, modificaba en ciertos accidentes la ortodoxia, como por ejemplo, al tratar de la división del arte en bello, útil y compuesto, sosteniendo que semejante distinción no puede realizarse en el Arte, sino en las producciones artísticas.

Giner es el pedagogo de la escuela, y por más que su sistema educativo no pueda adaptarse por guisa perfecta a la actual modalidad social, ni su ideal concierte con las vulgares ideas acerca del bien y la misión humana, no ha dejado de señalar el procedimiento para hacer hombres.

Su hermano Hermenegildo (1847-923), simpático gaditano, de inteligencia más flexible que profunda, dejó una inmensa bibliografía que consta de más de 120 obras entre originales y traducidas. De ellas sólo corresponden a la Filosofia unos Elementos de Ética, arreglados de [478] Tiberghien (1872) y aumentados en 1873 con nociones de Biología; Filosofía y Arte (1878), algunos resúmenes de Psicología, Lógica y Ética, traducciones y programas. Excelente orador y convencido republicano, dejó tan grata memoria en el Parlamento como entre sus amigos.

Compenetrado por íntima amistad y por afinidades mentales con D. Nicolás Salmerón, de quien se decía discípulo, D. Urbano González Serrano (1848-904), extremeño y catedrático de San Isidro, no siguió enteramente a su maestro en la evolución hacia el positivismo, limitándose a dulcificar la rigidez krausista, dando cabida a elementos de las nuevas direcciones científicas, no recatándose de celebrar «la tendencia crítica y positiva y la experimentación fisiológica», que son «los factores más importantes del actual progreso en la psicología».

De su actividad de publicista, ejercida en distintos órdenes, aunque siempre con médula filosófica, pertenecen de lleno a nuestra jurisdicción los numerosos artículos insertos en varias revistas; las biografías de filósofos y síntesis de sus sistemas, enviadas al al Diccionario enciclopédico hispanoamericano; los tratados elementales de psicología, lógica y ética, admirablemente hechos, y sus iibros La psicología científica (1880); Preocupaciones sociales (1882); La sociología científica (1884); Cuestiones contemporáneas (1884); La sabiduría popular (1886), precioso folleto de vulgarización; La psicología fisiológica (1886); La psicología del amor (1888) y Estudios psicológicos (1892). Tenía Urbano de su escuela la austeridad de conducta, el amor desinteresado a la verdad y el culto a la docencia sistemática. Su bondad, su buena fe científica y moral corrían parejas con su talento y aplicación. Era una figura simpática, atractiva y todos lo recordamos con cariño y veneración.

A la sombra de Salmerón, acrecentó su personalidad científica y política D. Gumersindo Azcárate (1840-917). Genio poco metafísico, cultivó con preferencia los estudios políticos y sociales, aplicando la doctrina de Krause [479] con marcado tono derechista. Tanto sus Estudios filosóficos y políticos, como sus demás publicaciones, trascienden al orden jurídico, tratándose todo con discreción y sin poderosa originalidad.

Azcárate ha sido siempre un conservador dentro del campo republicano y de igual suerte en filosofía fue un reaccionario del krausismo. No muy hondamente penetrado de los propios principios de su escuela, temeroso del positivismo que, declaraba en sus discursos del Ateneo, le parecía harto peligroso, y más dado a la aplicación que a la especulación, soñaba religiones racionalistas sobre la base del criterio cristiano y repúblicas democráticas en moldes doctrinarios.

Discípulo de D. Fernando de Castro, a quien aventajó en radicalismo, D. Francisco J. Barnés (1834-92), uno de los hombres más sinceros y nobles que he conocido en mi vida, ahorcó los hábitos por no ejercer un sacerdocio disconforme con los dictados de su conciencia. Con criterio krausista bastante radical explicó Historia en el Instituto de Lorca y en las Universidades de Oviedo y Sevilla. En el cementerio de San Fernando de esta última capital, se halla su tumba cubierta por una lápida, cuya leyenda dejó escrita, donde compendia la historia religiosa de su conciencia y deja consignada su profesión de fe,

El precoz y malogrado Emilio Reus y Bahamonde (1859-91) halló entre sus proezas financieras y afortunados escarceos políticos, tiempo para sus aficiones filosóficas y nos sorprendió con Estudios sobre la filosofía de la creación (1876), de que sólo dio a luz el primer tomo. En la primera parte, titulada Crítica, examina las revelaciones religiosas y trata de refutar el transformismo. En la segunda, Filosófica, se proponía, según anuncia en el prólogo, resolver todos los problemas fundamentales. Él mismo nos resume la doctrina del volumen impreso en estas palabras: «Hay tres hechos irreductibles (sic), el instinto de la planta, el instinto y la inteligencia del animal y la razón y la libertad humanas.» No habiendo [480] traspasado la frontera de la crítica, sólo por conjetura podemos clasificar el autor entre los espiritualistas, harto influido por la derecha krausista, influjo más patente e inequívoco en su Teoría orgánica del Estado (1880). Lo mismo que en su primera obra, sucedió a Reus en la seguada, La Biología (1879), pues sólo el primer volumen salió a la publicidad. Recoge en él, considerándolo propedéutico, los datos suministrados hasta entonces por la historia de la ciencia y deja entrever su criterio que Costa temió se resolviera en un trasnochado animismo remozado con savia lotziana. Recapitularé el contenido doctrinal de la obra. La vida no es una esencia, sino un hecho. La biología es ciencia positiva porque estudia cómo se manifiesta ese hecho, mas, siendo la vida ley de ciertos seres, la biología, que inquiere su causa, es metafísica. Así, pues, la fuente de conocimiento debe ser la conciencia y su garantía el método realista.

No puedo menos de aplaudir la fidelidad con que expone las doctrinas, singularmente la darwiniana.

No se deshizo a estela de Krause en España como el hegelianismo sin dejar más recuerdo que ciertas derivaciones socialistas. Tan en la entraña de mi generación y de la anterior ahondó su savia que, desaparecida la individualidad de la escuela, pasaron sus doctrinas, ya sin sello de origen, al torrente circulatorio del pensamiento general, animando explicaciones, libros y conferencias, imperando en la esfera del Derecho y enviando desde su tumba un haz de luminosa despedida, como si estuviese vinculado a la conciencia humana por una irradiación que jamás puede desaparecer.

Est defunctus... et loquitur. [481]


filosofia.org Proyecto Filosofía en español
filosofia.org
Historia de la filosofía en España
Madrid, páginas 466-480