Historia de los heterodoxos españoles Marcelino Menéndez Pelayo (1856-1912)

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Cuadro general de la vida religiosa en la Península antes de Prisciliano
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II. Herejes libeláticos: Basílides y Marcial

Durante la persecución de Decio (antes de 254), cupo la triste suerte de inaugurar en España el catálogo de los apóstatas a los Obispos Basílides de Astorga y Marcial de Mérida: caída muy ruidosa por las circunstancias que la acompañaron. Cristianos pusilánimes y temerosos de la persecución, no dudaron aquellos Obispos en pedir a los magistrados gentiles lo que se llamaba el libelo, certificación o patente que los ponía a cubierto de las persecuciones, como si hubiesen idolatrado. Miraban con horror los fieles esta especie de apostasías, aun arrancadas por la fuerza, y a los reos de tal pecado llamaban libeláticos, a diferencia de los que llegaban a adorar a los ídolos, y recibían por ende el deshonroso nombre de sacrificados o sacrifículos. Aunque la abjuración de los dos Obispos había sido simulada y obtenida con dinero, para no verse en el riesgo de idolatrar o de padecer el martirio, no se detuvieron aquí Marcial y Basílides. El primero hizo actos públicos de paganismo, enterrando a sus hijos en lugares profanos, asistiendo a los convites de los gentiles y manchándose con sus abominaciones, y finalmente, renegó de la fe ante el procurador ducenario, o cobrador de tributos de su provincia. Basílides blasfemó de Cristo en una grave enfermedad. Confesos uno y otro de sus delitos, las Iglesias de Astorga y de Mérida acordaron su deposición, y reunidos los Obispos comarcanos, cum assensu plebis, como era uso y costumbre, eligieron por sucesor de Basílides a Sabino, y por Obispo de Mérida a Félix. Fingió Basílides someterse, fue admitido a la comunión laical, y mostró grande arrepentimiento de sus pecados y voluntad de ofrecer el resto de su vida a la penitencia; pero duróle poco el buen propósito, y determinado a recobrar su Silla fuese a Roma, donde con artificios y falsas relaciones engañó al Papa Estéfano I, que mandó restuirle a su obispado, por ser la deposición anticanónica. Esta es la primera apelación a Roma que encontramos en nuestra historia eclesiástica. Animóse Marcial con el buen éxito de las pretensiones de Basílides, y tentó por segunda vez tornar a la Silla emeritana. En tal conflicto las Iglesias españolas consultaron al Obispo de Cartago San Cipriano, lumbrera de la Cristiandad en el siglo tercero. Entre España, que después se llamó Mauritania Tingitana, las relaciones eran [58] fáciles y continuas. Recibidas las cartas de Mérida que trajeron Sabino y Félix, consultó San Cipriano a 36 Obispos de África, y fue decisión unánime que la deposición de los apóstatas era legítima, sin que pudiese hacer fuerza en contrario el rescripto pontificio, dado que estaba en vigor la Constitución del Papa San Cornelio, que admitía a los libeláticos a penitencia pública, pero no al ministerio sacerdotal. Y conforme a esta decisión, respondió San Cipriano al presbítero Félix y a los fieles de León y Astorga, así como al diácono Lélio y pueblo de Mérida, en una célebre epístola, que es la 68 de las que leemos en sus obras. Allí censura en términos amargos a los Obispos que habían patrocinado la causa de Basílides y de Marcial, nota expresamente que el rescripto había sido arrancado por subrepción y exhorta a los cristianos a no comunicar con los dos prevaricadores. Esta carta fue escrita en 254, imperando Valeriano, y es el único documento que tenemos sobre el asunto. Es de presumir que el Pontífice, mejor informado, anulase el rescripto, y que Félix y Sabino continuasen en sus prelacías.

Alguna relación tuvo con la causa que se ha referido, y mayor gravedad que ella, la cuestión de los rebautizantes, en que San Cipriano apareció en oposición abierta con el Pontífice, y después de escribir varias cartas, alguna de ellas con poca reverencia, juntó en Cartago un Concilio de 80 Obispos africanos, en 258, y decidió que debía rebautizarse a los apóstatas y herejes. Los enemigos de la autoridad pontificia han convertido en arma aquellas palabras del Obispo de Cartago: «Neque enim quisquam nostrum Episcopum se esse Episcoporum constituit, aut tyrannico terrore ad obsequendam neccessitatem collegas suos adigit, quando habeat omnis Episcopus pro licentia libertatis arbitrium proprium judicare». Mas esta enconada frase ha de achacarse sólo a la vehemencia y acritud que la contienda excita, y ni es argumento contra la Santa Sede, pues el mismo San Cipriano, en su tratado De unitate Ecclesiae, escribió: «Qui cathedram Petri super quam fundata est Ecclesia, deserit, in Ecclesia non est: qui vero Ecclesiae unitatem non tenet, nec fidem habet», ni puede acusarse de rebeldía al santo Obispo africano, ya que no mostró verdadera pertinacia en la cuestión de los rebautizantes, ni el Pontífice le separó nunca de la comunión de los fieles, como hizo con Firmiliano de Cesarea por el mismo error sostenido con pertinacia después de condenado.

En cuanto a los libeláticos, punto que más derechamente nos interesa, tampoco hubo verdadera discordia entre los Obispos de África y España y el Pontífice, puesto que no se trataba de dogma ni decisión [59] ex cathedra, sino de un punto de hecho, en que Estéfano había sido mala y siniestramente informado, como advirtió San Cipriano. Y nótese que ni él ni los demás Obispos negaban ni ponían en duda la autoridad de Roma, antes se apoyaban en una Constitución pontificia, la de San Cornelio, que por su carácter universal no podía ser anulada en virtud de un rescripto o de unas letras particulares obtenidas por malas artes{26}.

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{26} Fuentes para el caso de Basílides y Marcial. San Caecilii Crypriani Opera omnia illustrata studio ac labore Stephani Baluzii... Ep. 68, Ad clerum et plebes in Hispania consistentes, col. 281 y siguientes, y en el tomo IV de la España Sagrada, pág. 271. Véase nuestro Apéndice.
España Sagrada, tomo XIII (Iglesia de Mérida) artículo de Marcial y Félix (págs. 133 a 139).

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Marcelino Menéndez Pelayo
Historia de los heterodoxos españoles
Librería Católica de San José
Madrid 1880, tomo 1:57-59