Luis Vidart Schuch (1833-1897)La filosofía española (1866)

1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 19 20 21 22 23 24 25 26Imprima esta página Avise a un amigo de esta página

IX. Historiadores de la filosofía

<   Breves indicaciones sobre el estado actual de la filosofía en España   >

Habiendo ya indicado los escritores que han comenzado a recordar las tradiciones científicas de nuestra patria, pasaremos a ocuparnos de los historiadores de la filosofía en sus manifestaciones generales, y muy especialmente del [221] Sr. Azcárate y del Sr. Álvarez Chocano, como autores de la Exposición histórico-crítica de los sistemas filosóficos modernos y del Espíritu de las escuelas filosóficas.

D. Patricio de Azcárate

Los continuados trabajos históricos y críticos de Cousin, Damiron, De-Gerando, Foucher de Careil, Barchou de Penhoen, Willm, Dollfus y Luis de Peisse, han llegado a conseguir que las teorías filosóficas de la escuela escocesa y de la moderna Alemania sean conocidas en Francia, y de esta suerte pueden ser avalorados sus méritos, condenados sus extravíos, según resulte en justicia de razonada y científica controversia. Poco o nada se había hecho en España para realizar un fin semejante, hasta que el Sr. D. Patricio de Azcárate publicó en 1854 el primer tomo de sus Veladas sobre la filosofía moderna, que más tarde ha venido a formar parte de su Exposición histórico-crítica de los sistemas filosóficos modernos (1861), de cuya obra vamos a dar algunas noticias, aun cuando no tan extensas como merecería su importancia y el gran vacío que ha venido a llenar en el cuadro de la ciencia española del siglo XIX.

Comprende la Exposición histórico-crítica de los sistemas filosóficos modernos una concienzuda reseña del desenvolvimiento intelectual de Europa [222] desde el renacimiento hasta nuestros días. Condenando severamente el Sr. Azcárate el empirismo baconiano y el idealismo cartesiano, ensalza la prudente mesura de la escuela escocesa y el profundo transcendentalismo de la crítica kantiana. En nombre de una idea superior donde se armonicen los contrarios, y aun los contradictorios, que se presenta ante nuestra razón, rechaza el eclecticismo francés como impotente para realizar esta gran idea y escribe las siguiente apreciaciones, cuya severidad acaso debiera templarse por algunas consideraciones que después apuntaremos:

«El eclecticismo, no es un sistema, el eclecticismo no es más que una transacción con todos los sistemas conocidos; es la entresaca de lo que en cada uno justifiquen la observación, el razonamiento y la crítica: y esto mismo hace ver que es un sistema sin bandera y sin pensamiento creador, y donde falta un pensamiento creador no puede haber entusiasmo. Puede un hombre de talento tremolar por algún tiempo la bandera del eclecticismo y alucinar con su elocuencia hasta el punto de hacer creer que es una realidad, que es una filosofía; pero esta ilusión desaparece desde que, pasada aquella ráfaga, se entra en condiciones ordinarias, y lo que en [223] manos de aquel hombre, a fuerza de una crítica delicada y una variedad exquisita, pudo sostenerse a la altura de un verdadero eclecticismo, tienen que degenerar en manos subalternas y en talentos de segundo orden, en un sincretismo miserable, que es el más terrible enemigo de la filosofía. ¿Qué significa adoptar lo mejor de cada sistema, que es la máxima fundamental del eclecticismo? ¿Dónde está el punto de apoyo, dónde la regla de los sistemas fuera de los sistemas mismos, que sirva de criterio para la respectiva calificación? Cuando se entra anmistiándolo todo, se pierde el entusiasmo por un principio, el sentimiento de la historia, el amor a la ciencia, y donde falta la fe no puede haber la energía y firmeza que necesita el alma para sostener una doctrina.» (T. 4º, pág. 78.)

Después añade: «El eclecticismo es un absurdo de los tiempos modernos. Para aprovecharse de la historia no es necesario ser eclécticos. Dios os libre, jóvenes, del eclecticismo que dista un paso del sincretismo, que es la sima en que se hundió la escuela doctrinaria por su empeño de querer convertir los hechos en principios, cuando los separa un abismo.»

La verdad es que el sincretismo, el eclecticismo y el armonismo son distintas gradaciones [224] de una misma idea: idea tan fundamental y primera que es la que consciente o inconscientemente, han seguido todos los filósofos pasados desde Tales de Mileto hasta Krause, y la que seguirán necesariamente todos los filósofos presentes y futuros hasta la consumación de los siglos.

Claro es que el eclecticismo es superior al sincretismo, y del mismo modo el armonismo es superior al eclecticismo, pues siendo una misma su concepción fundamental la posterioridad es indicio seguro de perfeccionamiento. ¿Pero debe el armonismo condenar como absolutamente infecundas las especulaciones sincréticas y eclécticas que le han precedido? En nuestro sentir la tendencia armónica de la ciencia moderna no hubiese llegado a existir sin la preparación del sincretismo greco-romano y del eclecticismo europeo, iniciado por Luis Vives y por Foxo Morcillo en la época del renacimiento, universalizado por Descartes y por Leibnitz y levantado por Mr. Cousin como un poderoso antemural contra los extravíos filosóficos del siglo XVIII.

No olvida el Sr. Azcárate en su Exposición histórico-crítica de los sistemas filosóficos modernos el subido mérito de los pensadores españoles que han florecido desde el renacimiento hasta nuestros [225] días, y deseoso de contribuir a fundar una filosofía verdaderamente nacional, que nos libre de esa vergonzosa manía de aplaudir hasta los desaciertos nacidos allende los Pirineos, o allende el Rhin y de menospreciar todo lo propio, tan sólo por serlo, indica el lazo de unión que se encuentra entre las sincréticas teorías de Raimundo Lulio y las inspiraciones místicas de San Juan de la Cruz, entre el epicureísmo cristianizado de Francisco de Quevedo y el empirismo del doctor Huarte, seguido por gran número de nuestros escritores anti-peripatéticos de la época del renacimiento. Pero el capítulo más notable de la Exposición histórico-crítica de sistemas filosóficos modernos referente a la ciencia española, es el que se halla consagrado a presentar la gran figura del aragonés Miguel Servet, sacrificado en aras de la intolerancia religiosa de los que proclamaban la libertad de conciencia, y cuyo alto mérito científico ha sido desconocido en España casi por completo, hasta que el Sr. Azcárate ha sacado su nombre del injusto olvido en que yacía. Después de las indicaciones que anteceden, no creemos que aparezca como exagerada alabanza si decimos que la Exposición histórico-crítica de los sistemas filosóficos modernos del Sr. D. Patricio de Azcárate es la obra más [226] notable entre las que se han publicado en nuestra patria durante estos últimos tiempos dedicadas a historiar la vida del pensamiento filosófico, según las prescripciones de la crítica moderna.

D. Antonio Álvarez Chocano

Un periódico político, La Esperanza, ha publicado en el año de 1864 una serie de artículos firmados por D. Antonio Álvarez Chocano, que llevan por título: Espíritu de las escuelas filosóficas. Vienen a formar estos artículos una verdadera historia de la filosofía, muy curiosa e instructiva por sus largas exposiciones doctrinales, y no escasa de ingeniosas apreciaciones sobre algunos puntos que son objeto de gran controversia entre los críticos contemporáneos. El Sr. Álvarez Chocano, contra lo que podía esperarse teniendo en cuenta el periódico donde escribe, se muestra partidario de las ideas liberales, e increpando a los demócratas irreligiosos, escribe las siguientes palabras:

¿De dónde si no del cristianismo podéis sacar un argumento a favor de esta soberanía, que yo me abstengo de calificar? Diréis tal vez que es verdad; pero que la Iglesia romana desfigura al cristianismo y protege al absolutismo. Dadme la prueba. Id, preguntad a esa Iglesia, cuyas instituciones, cuyas órdenes religiosas [227] han sido siempre tan populares, tan democráticas, tan socialistas por la caridad y no por el despojo y la usurpación; preguntadle y ella os dirá que mil veces se ha opuesto al despotismo de los reyes, y ha defendido a los pueblos hasta desligarlos de sus juramentos y emanciparlos de príncipes crueles. Ella os dirá que han sido sus hijos queridos los cantones católicos de la demócrata Suiza, la república de San Marino, enclavada en sus mismos Estados, y otras del Viejo y Nuevo Mundo, y Dios sabe lo que en su paso de gigante hubiese abarcado el gran Pío IX si la ingratitud de su pueblo no le hubiera hecho retroceder. Inculcad a los pueblos las ideas cristianas; avivad el sentimiento cristiano; llevad a los sentimientos de vuestros sectarios las convicciones de la verdad cristiana, y haréis posible lo que sin eso será una utopía.»

El Sr. Álvarez Chocano, considera tan estrechamente ligada la libertad política y las enseñanzas de la revelación, que negando la conveniencia del sufragio universal en una sociedad guiada sólo por la luz de la filosofía, lo admite y considera posible en los pueblos educados según el espíritu del cristianismo; y para fundar esta opinión forma el siguiente razonamiento: [228]

«El pueblo no es capaz de remontarse al empíreo en alas de su inteligencia limitada, y allí espiritualizarse a fuerza de meditaciones, y poco a poco identificarse con Dios, desnudándose de su materialidad, de sus pasiones para conocer el saber absoluto. Esta sublimidad no está al alcance del pueblo, y así jamás podrá el vulgo ser filósofo: y como los más, los casi todos han de mandar o influir en todo gobierno liberal, síguese que la filosofía ha de tomar siempre una marcha fatal al Estado. ¿Es posible que un pueblo incapaz de adquirir la verdadera filosofía, incapaz de espiritualizarse como Schelling y Fichte, lleve esta ciencia por el buen sendero y no por el vulgar, que es propio de todo el pueblo? ¿Es posible que teniendo derechos, que ejerciendo la soberanía renuncie a sus aspiraciones, a sus pasiones todas; busque a los verdaderos filósofos, dé con ellos, les entregue la dirección hasta sus propios corazones, y espere, porque ellos se lo dicen, la felicidad eterna en premio de sus sacrificios, y se haga idólatra de la virtud por un puede ser o debe ser,, que le dan por prueba los filósofos cuando, incapaz de espiritualizarse el pueblo, sólo entiende y sólo quiere moneda contante, prueba rigurosamente lógica que esté al alcance de todos [229] los talentos? He aquí por qué cuando el pueblo se ha querido hacer filósofo, no teniendo alas para elevarse a la región de los espíritus, a la mansión de la Divinidad, ha caído en el abismo de la impiedad, y ha sido en religión ateo, en política revolucionario, bárbaro y cruel.»

«Así sucedió en Francia: y los hombres eminentes de aquella época lo conocieron pronto y se lamentaron de la locura de los que habían empujado al pueblo por la senda espinosa de la filosofía al derrumbamiento del ateísmo, de la revolución y de la anarquía. Para el pueblo, religión con pruebas lógicas, y goce de libertad sin el ejercicio de los derechos, que ha de convertirla en sus manos en la más loca y cruel de las tiranías. La teoría es innegable, el ejercicio debe limitarse por un principio de conveniencia y justicia. Tan hombre es el menor de edad, tan hombre es el demente, como el ilustrado, como el sabio; y sin embargo, la falta de inteligencia priva a los primeros del ejercicio de sus derechos por el bien de la sociedad y de ellos mismos. El uso de la soberanía exige conocimientos, ilustración, talento que no necesitan otros negocios, y por eso es de absoluta necesidad limitar este uso a ciertas personas. He aquí por qué se hace imposible el sufragio. Si de [230] alguna manera fuera posible, sería cuando el pueblo, convencido por las pruebas claras, rigurosamente lógicas del cristianismo, abrazara ardientemente su divina moral. Sólo entonces pudiera ejercer el derecho de la soberanía, porque la virtud evitaría los abusos, que es en lo que consiste el despotismo; siendo el peor de todos el popular; porque la filosofía del cristianismo es clara, terminante, y por su doctrina se resuelve toda cuestión religiosa, moral o política, por peligrosa y oscura que parezca. Su verdad está apoyada en pruebas claras, que todo el mundo conoce, que a todos convencen, que los amigos y enemigos han confesado; no queda en un puede ser como la de los filósofos, y Dios la autoriza y la sanciona con premios y castigos eternos. No hay filosofía tan sublime, pero tampoco más sencilla; es la filosofía de Dios, y no hay hombre que no la entienda; hasta un niño en el cristianismo sabe más que los más célebres filósofos anteriores al cristianismo; y estos son los caracteres de la verdadera filosofía. ¿Qué filosofía es la que sólo comprenden ciertas inteligencias, la que sólo brilla en las escuelas, y cuando quiere popularizarse se hace peligrosa al Estado? La filosofía cristiana, al contrario, entendida por todos, sólo necesita que se enseñe, [231] que se popularice, que se predique por todas partes, y hasta un pobre fraile enseña, llevando por libro un Crucifijo, ¡cuánta filosofía encierra! ¡Cuánta sabiduría! ¡Con cuánta facilidad resuelve los más difíciles problemas sociales! Lo más grave, lo más peligroso, lo más temible, lo que tantos hombres de Estado no se atreven a tocar siquiera, pregúntesele a un cristiano cualquiera y la dificultad está resuelta.»

He aquí la teoría doctrinaria de la soberanía de la inteligencia trasformada por el Sr. Álvarez Chocano en la soberanía de la verdad revelada, en la cual pretende reunir el origen del poder como hecho, y el fundamento del derecho.

Sabido es que algunos pensadores contemporáneos consideran la filosofía racionalista como un movimiento de regreso hacia las enseñanzas religiosas; no está muy separado de este juicio el que emite el Sr. Álvarez Chocano cuando dice que las modernas teorías de las escuelas alemanas, si bien no están libres de algunos errores religiosos, se acuerdan en muchos puntos con la más pura ortodoxia, y bajo este concepto tributa grandes alabanzas a algunos pasajes de las obras de Kant, Fichte y Schelling, y aún mayores al espíritu general que domina en los [232] escritos de Jacobi, Hamann y Novalis. Lo dicho basta para comprender que si el Sr. Álvarez Chocano coleccionase sus artículos sobre el Espíritu de las escuelas filosóficas, formaría un libro no exento de novedad en sus apreciaciones críticas y de muy útil lectura para los amantes de los estudios filosóficos.

* * *

No terminaremos esta reseña sin citar las apreciables historias elementales de la filosofía del ilustre Balmes, del Sr. García Luna y de D. Víctor Arnau; así como también tres obras que ha poco vieron la luz pública y que se hallan muy enlazadas con la ciencia filosófica; la Historia de las herejías de S. Alfonso de Ligorio, traducida, anotada y continuada hasta nuestros días por el presbítero D. Miguel Sánchez, la Historia de la elocuencia cristiana, del Sr. Bravo y Tudela y la Historia filosófica de la religión cristiana, del Sr. José Lesen y Moreno.

Por último, fuera descortesía, al par que injusticia, si pasásemos en silencio el último notable libro de un escritor que aunque nacido en tierra extraña, puede ser considerado ya como [233] español, atendiendo a su larga residencia en nuestra patria, y a la pureza y maestría con que sabe manejar el idioma de Cervantes. Nos referimos a los Estudios sobre Alberto el Grande y su siglo (1864), debidos a la pluma del Sr. D. Salvador Constanzo, obra que en pocas páginas encierra un acabado cuadro de la vida intelectual del siglo XIII, que como todos saben, es la época en que alcanzó mayor gloria la filosofía escolástica.

 
{Transcripción de La filosofía española, Madrid 1866, páginas 220-233.}


filosofia.org
Proyecto Filosofía en español
© 2000 filosofia.org
Luis Vidart Schuch
historias