Luis Vidart Schuch (1833-1897)La filosofía española (1866)

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<   Del movimiento científico en Cuba   >

Estudiar el estado social de las provincias ultramarinas que forman parte de la nación española; procurar sostener y acrecentar todas las relaciones de buen afecto que las deben unir con la madre patria; buscar en la atracción que siempre ejerce un proceder justo y leal la segura garantía contra las probables complicaciones, que acaso se esconden entre los pliegues de un porvenir desconocido; todo esto debiera ser política constante en los gobiernos españoles, si la gestión de los negocios públicos se realizase conforme a las más sencillas reglas de la razón, si en esta tierra de España se distinguiese claramente la diferencia que existe entre mandar y gobernar. [358]

Este deber de los gobiernos españoles alcanza también, en grados sucesivos, a todos los que se ocupan de política en nuestra patria, y así mismo a los que intentan seguir las fases de la cultura nacional. Y sube de punto el valor de las indicaciones expuestas, si fijamos nuestra consideración en la isla de Cuba, cuyo movimiento científico y literario presenta un carácter de progreso, que tal vez aventaja al que se nota en las principales ciudades de la península española.

Las poesías de Heredia, Plácido y Milanés, han logrado traspasar los mares y son bien conocidas y justamente apreciadas por el público literario de la capital del reino, habiéndose publicado algunos juicios críticos acerca de estos poetas en el Semanario Pintoresco Español, en la Revista Española de Ambos Mundos y en algunos otros periódicos y revistas científicas y literarias. Pero si la inspiración artística nacida bajo el ardiente sol americano, ha encontrado admiradores entre los hijos de Castilla, los trabajos científicos publicados en la Habana en los cinco últimos lustros, son casi totalmente desconocidos entre nosotros, más dados a admirar los vuelos del ingenio, que las meditaciones de la razón reflexiva. [359]

No cabe en los estrechos límites de un artículo de revista presentar el cuadro completo del movimiento intelectual que en estos últimos años se ha desenvuelto en la isla de Cuba, y por esta causa reduciremos nuestro propósito a indicar ligeramente los nombres y teorías de los escritores cubanos, que se han ocupado de ciencias naturales, y después expondremos, con alguna mayor extensión, las teorías filosóficas que allí han dominado, siguiendo esta exposición las indicaciones que aparecen en un libro publicado en la Habana el año de 1862, cuya portada dice a la letra:

De la filosofía en la Habana: discurso por D. José Manuel Mestre, doctor en filosofía y catedrático de la misma facultad en la Real Universidad Literaria. Seguido de una carta inédita del presbítero D. Félix Varela, y un artículo del doctor D. José Z. González del Valle.

I.

El doctor Zambrana, D. Álvaro Reinoso, D. Felipe Poey y su hijo D. Andrés: he aquí los primeros nombres que se ocurren a la mente cuando se trata de reseñar, siquiera sea muy ligeramente el estado que hoy alcanza en [360] Cuba los estudios de las ciencias físicas y naturales.

Los trabajos del Sr. Reinoso, dedicados a formar la historia natural, química y agronómica de la caña de azúcar y otros productos naturales de la isla de Cuba, han llamado la atención de la Academia de Ciencias de París, y según la opinión de personas muy entendidas, llegarán a ejercer una influencia grandísima en la producción agrícola de aquel país. Parece que el Sr. Reinoso posee un nuevo método de extracción y sacarificación del jugo de la caña; y que por medio de una conveniente preparación del suelo y de un cultivo racional, llega a conseguir que el jugo de la caña se convierta en una verdadera solución de azúcar en elevadísimo grado de concentración. Este procedimiento, de que se ha hablado mucho en Francia y en Cuba, y que tal vez está destinado a ocasionar una especie de revolución en los métodos fabriles del azúcar, dicen que muy pronto será entregado al público por su autor.

D. Álvaro Reinoso estudió química en París, bajo la dirección de los más doctos profesores, y su obra intitulada: Ensayos sobre la caña de azúcar, le ha valido por parte de los más inteligentes planteadores de su patria, la honra de ser [361] considerado como el primer iniciador de la época científica de la agricultura cubana.

El Sr. Reinoso se dedica en la actualidad a reunir materiales para formar una extensa obra que abrace en todas sus partes la historia natural de las plantas cultivadas en los países cálidos. «Sin pretender haber agotado, dice en carta dirigida a Mr. Dumas, y que este ha leído en la Academia de Ciencias de París, todos los particulares que semejante estudio comprende, sin afirmar haberlos profundizado todos de igual modo, creo, no obstante, haber bosquejado con extensión los puntos principales; creo principalmente haber determinado el método que en los trabajos de esta índole deberá seguirse en lo sucesivo.

Hasta ahora mis indagaciones se han limitado a las plantas de la isla de Cuba; pero más adelante, en viajes que haré a la América del Sur y a la India, pienso completarlas, yendo a estudiar, no solo las mismas plantas bajo diferentes latitudes, sino también los demás vegetales de los trópicos, que no se cultivan, al menos en gran escala, en el territorio cubano.»

Si, como dejamos indicado, el Sr. Reinoso es un distinguido naturalista, no son menores los merecimientos científicos del doctor Zambrana, [362] que en sus varios y diversos escritos ha recorrido las más importantes esferas de los conocimientos humanos.

El doctor D. Ramón Zambrana nació en la ciudad de la Habana el día 10 de Julio de 1817; siguió los estudios médicos en la Real Universidad Literaria, obteniendo los grados académicos de bachiller en medicina, y licenciado en cirugía el año de 1839, desde cuya época quedó autorizado para ejercer su profesión. Después recibió el grado de licenciado en medicina; y por último, en el año de 1846, el de doctor en medicina y cirugía.

La vida del doctor Zambrana estuvo constantemente dedicada al cultivo de la ciencia y de la literatura, esquivando siempre las luchas infecundas de los partidos políticos, y así es que cuando ha pocos meses pagó la muerte el natural tributo, pudo decir un articulista: «Millares de almas saludaron su féretro, y quisieron acompañarle hasta su última morada: esta especie de luto espontáneo es mucho más elocuente que cuanto pudiera escribir en su loor nuestra humilde pluma. A nadie temía, puesto que a todos perdonaba; y sabido es, como dice un ilustre historiador, que nunca perdona quien teme: ha expirado, pues, sin dejar tras de sí un [363] solo enemigo y sí multitud de admiradores y amigos consecuentes.» {(1) Apuntes necrológico-biográficos acerca del doctor D. Ramón Zambrana; artículo de D. José Mompou, publicado simultáneamente en el Diario de la Marina y en El Siglo, el día 31 de Marzo del presente año (1866).}

La actividad intelectual del doctor D. Ramón Zambrana, apenas puede encontrar en la historia de las letras algunos ejemplos que la igualen y ninguno quizá que la supere. En la Real Universidad Literaria desempeñó, entre otras varias, las cátedras de física, química, higiene pública, toxicología, e historia de la medicina: ejerció diversos cargos en la Real Junta de Fomento, en la Sociedad Económica, en el Liceo Artístico y Literario, en la Real Junta Superior de Instrucción Pública y en la Real Casa de Beneficencia: fue inspector durante algunos años del Instituto de Investigaciones Químicas, dirigido por D. José Casaseca y luego por D. Álvaro Reinoso: promovió la fundación de la Academia de Medicina de la Habana, de la cual fue nombrado secretario; fundó tres periódicos científicos: el Repertorio médico habanero, el Repertorio económico de medicina, farmacia y ciencias naturales, y la Gaceta médica; y otros dos literarios: El Kaleidoscopio y la Revista del pueblo; publicó [364] tres obras: los Soli oquios, la Bóveda celeste y la colección de Trabajos académicos; fue colaborador de todos los periódicos científicos y literarios publicados en la isla de Cuba desde 1836 hasta el presente año; y por último; explicó varios cursos de física, química, filosofía, historia universal, literatura, gramática de la lengua castellana y de la latina, en los principales colegios de la Habana, y singularmente en el Real Seminario de San Carlos, cuya cátedra de filosofía obtuvo por rigurosa oposición, y desempeñó durante cinco años.

¡Baldon y vilipendio sobre aquel que emplea la palabra para destruir a los hombres! Esta exclamación del Dr. Zambrana puede considerarse como la enseña que guiaba su pluma en todos sus escritos, como la luz que esclarecía su inteligencia en todas sus meditaciones. Así vemos que el ilustre médico cubano cree con fervor en la verdad católica, pero comprendiendo el catolicismo como amor universal, en la forma que lo explican esas lumbreras del moderno episcopado que se llaman Wiseman y Dupanloup, Ketteler y Maret, y esos sabios sacerdotes que se llaman Gratry y Lacordaire, Godart y Matignon. Por esta manera el doctor Zambrana, católico en religión, es en filosofía, espiritualista, y en [365] política, liberal; negando siempre esa antinomia que espíritus ciegos pretenden establecer entre la fe y la razón, entre las eternas tradiciones de la historia y los progresos de la moderna civilización.

Siguiendo el doctor Zambrana la misma tendencia en medicina y en ciencias naturales, que en las esferas de la filosofía, busca la conciliación entre los opuestos sistemas fisiológicos, y afirma que la escuela representada por Andral y Chomel ha realizado esta conciliación en los límites racionales, que no niegan en ninguna manera los anteriores progresos de la práctica experimental, ni de la especulación teórica.

Y como si todo lo dicho no bastase a llenar una vida entera de constante trabajo, el doctor Zambrana escribió gran número de artículos literarios y poesías que le hacen muy digno de ocupar un puesto distinguido entre los literatos contemporáneos que han florecido en la isla de Cuba.

Tales son sumariamente expuestas las doctrinas científicas y las múltiples manifestaciones de la inteligencia del doctor Zambrana, y así ha podido decirse con justicia cuando acababa de cerrarse la losa de su tumba: «Las repúblicas de las ciencias y de las letras acaban de [366] perder uno de sus mejores sostenes, la patria un hijo ilustre y sincero, la humanidad un amigo. ¿Dónde, dónde hallará el pensamiento esa frase correcta y pura, cadenciosa y dulce, grave y sonora con que solía instruir y deleitar a la muchedumbre el ilustre y tierno amigo a quien con nosotros llora la Habana y Cuba entera?... La naturaleza nos arrebató prematuramente a un hombre cuyo mérito sólo sabremos aquilatar a medida que vayamos comprendiendo el vacío que ha dejado su pérdida.»

Respecto a los señores Poey, no hemos podido alcanzar noticias tan detalladas como las que dejamos expuestas acerca de las obras del Sr. Reinoso y del doctor Zambrana; sólo sabemos que D. Felipe Poey es un zoólogo de primer orden, según la justificada opinión de autoridades muy respetables, y que su hijo D. Andrés, se dedica con gran fruto al estudio de la astronomía y de la meteorología; ciencias en todas partes importantísimas y muy especialmente en los trópicos donde las condiciones climatológicas influyen tan poderosamente en la economía humana, y aun pudiera decirse que hasta en algunas cuestiones sociales de gran trascendencia y perentoria solución.

Bien se explica el movimiento científico de la [367] Habana recordando las palabras que escribía el ilustre cubano D. José Antonio Saco en su obra titulada: Papeles sobre la isla de Cuba. «Si ahora reimprimo, dice el Sr. Saco, los tres papeles que abajo aparecen, es porque los considero como muestras que dirán a la posteridad cubana, cual fue el estado de la enseñanza de las ciencias físicas en la Habana en 1823 y 1824. Es verdad que allí no había sabios como en otros países; pero también lo es, que la doctrina entonces se enseñaba en el colegio de San Carlos, era la misma que en las naciones más adelantadas de Europa. Y no se crea que tan brillante progreso empezase en la época mencionada, ni que tampoco a mí se debiese. Débese sí a la gran revolución literaria que desde 1812 hizo el venerable sacerdote, el esclarecido cubano D. Félix Varela, de quien tuve yo primero el honor de ser discípulo y después el de sucederle en la cátedra.» Y he aquí cómo en la Habana el desenvolvimiento de la filosofía precedió al de las ciencias segundas, como realmente debe acontecer y acontece siempre, en la vida intelectual de todos los pueblos, pues aun cuando la filosofía no sea, ni debe ser, la ciencia toda, es y será siempre la ciencia primera: y como tal, lleva en sí los elementos fundamentales de las ciencias [368] segundas. Pasemos, pues, a ocuparnos del movimiento filosófico en la isla de Cuba y hallaremos la explicación de los progresos que hoy se advierten allí en las ciencias físicas y naturales.

II.

Forma la primera parte del libro que dejamos mencionado en la introducción de este artículo, un discurso del doctor D. José Manuel Mestre que fue leído por su autor el día 22 de Septiembre de 1861 al inaugurarse el curso académico en la Real Universidad Literaria de la Habana. Comienza el Sr. Mestre señalando la alta significación que los estudios históricos alcanzan en nuestra época, y después fija su vista en la isla de Cuba y dice: «en un país joven como el nuestro no tendremos que buscar en una fecha muy remota la iniciación del movimiento científico. Tampoco pasan de mediados del siglo último las noticias que respecto a ese particular nos han conservado la tradición por una parte, y por otra algunos documentos cuidadosamente recogidos por los aficionados a este género de investigaciones; pero según dichas noticias puede afirmarse que por esa época, y durante mucho [369] tiempo, la filosofía escolástica fue la predominante, y aun pudiera decirse la única en la isla de Cuba.»

Prosigue su discurso el Sr. Mestre y condena severamente la escolástica, diciendo que «esta escuela filosófica nunca proporcionó al pensamiento una esfera a propósito para su evolución natural y legítima, antes por el contrario encerrándolo en un círculo de hierro redujo a menudo la filosofía a un mero formalismo, y no vaciló en sacrificar mil veces la ciencia al accidente y convirtió por fin en arte mecánico al noble ejercicio de la inteligencia»; juicio en verdad harto severo, si conforme con doctrinas generalmente admitidas, no tanto con el espíritu de razonable estimación por toda obra humana que hoy comienza a iluminar la crítica de los sistemas filosóficos.

Presenta el catedrático Sr. Mestre como el primer iniciador de las teorías cartesianas en la isla de Cuba al presbítero D. José Agustín Caballero, el cual escribió por los años de 1797 unas lecciones de filosofía ecléctica que no han llegado a imprimirse, pero que según afirman los que han tenido ocasión de verlas, si bien el autor no se aparta del todo de las tradiciones aristotélicas, al menos procura evitar las [370] sutilezas escolásticas, siguiendo el atinado consejo del gran teólogo Melchor Cano.

Sin embargo, parece que las tendencias reformistas del presbítero Caballero no tuvieron gran séquito, pues el Sr. Mestre afirma que «la regeneración filosófica de los estudios en la isla de Cuba no llegó a realizarse hasta que la tomó a su cargo uno de esos hombres superiores, cuyo paso por la tierra deja un rastro imperecedero, cuyo nombre vive en la memoria de todos y se transmite de padres a hijos con religioso respeto.»

El presbítero D. Félix Varela, tal es el nombre de este ilustre cubano, publicó en el año de 1812 los dos primeros tomos de una obra de filosofía escrita en latín que llevaba por título: Institutiones philosophiae eclecticae, y el tercero de la misma obra vio la luz pública en el año siguiente escrito en castellano, cuyo cambio explicaba el autor diciendo en el prólogo: «aunque las dos primeras partes de estas instituciones filosóficas se imprimieron en latín, escribo la tercera en castellano por esperarse que en el nuevo plan de estudios se mande enseñar en idioma patrio, según el juicio de los mejores sabios y no precisamente por el deseo de innovar.»

No seguiremos al doctor Mestre en la exposición [371] que hace de las doctrinas filosóficas del padre Varela, de quien ya volveremos a ocuparnos más adelante, y pasaremos a reseñar ligeramente la significación científica de sus dos discípulos más aventajados D. José de la Luz y Caballero y D. Manuel González del Valle.

D. José de la Luz nació en la Habana a principio de este siglo; siguió los estudios de teología y de derecho, pero sus aficiones personales siempre le inclinaron a cultivar la filosofía. Conociendo la importancia de la instrucción para la mejora de las costumbres, y para que puedan ser una verdad esas aspiraciones liberales de los pueblos modernos, se dedicó desde muy joven a la enseñanza fundando el célebre colegio del Salvador, en el cual han recibido la primera iniciación científica gran número de los hijos de Cuba que hoy son esperanza de nuestra patria.

La clara inteligencia de D. José de la Luz comprendió bien pronto los grandes vacíos de las teorías eclécticas que por aquellos tiempos dominaba en la Europa latina y comenzó a publicar una impugnación de la filosofía de Mr. Cousin que fue interrumpida por los continuos padecimientos que le aquejaron desde poco después de cumplir los treinta años de su edad hasta su muerte, que se verificó en 1862. [372]

Para juzgar las doctrinas filosóficas de D. José de la Luz hay que recurrir a algunos programas de filosofía que publicó y que estaban destinados para los exámenes del colegio del Salvador y del de San Cristóbal. En estos programas la forma aforística y dogmática en que se hallan escritos no permite penetrar bien la idea filosófica que seguía su autor; sin embargo, algunas máximas tales como las de que cada hombre debe levantar el edificio de su propia ciencia, y que es preciso distinguir en la filosofía hasta qué punto puede ser varia y donde es una, parece que le acercan a la escuela filosófica de Krause, si bien se encuentran otras máximas que, según nuestro juicio, no están muy de acuerdo con los principios cardinales del realismo armónico que enseñaba el filósofo alemán.

Si el profesor habanero ocupa un distinguido lugar en la historia científica de su patria, el recuerdo de sus virtudes privadas vive también grabado con caracteres indelebles en los corazones de sus numerosos discípulos; y así es que en la segunda página del libro que ahora nos ocupa se lee la siguiente dedicatoria, que puede considerarse como la expresión general del sentimiento público, no solo en la Habana, sino también en toda la isla de Cuba: dice así: A la [373] memoria gratísima del Sr. D. José de la Luz, el más sabio, el más virtuoso, el más bueno entre los cubanos, dedica este pequeño volumen como ofrenda de su entrañable y filial afecto J. M. M.

El doctor D. Manuel González del Valle, del cual vamos ahora a ocuparnos, tampoco ha desenvuelto sus teorías filosóficas en ninguna otra especial, pero su discípulo el Sr. Mestre dice que «la base de su lógica es la atinada aplicación de los métodos, que en su metafísica la conciencia y la razón son los puntos capitales, y que la idea de la justicia y la intención constituyen los fundamentos de su moral.»

«El doctor Valle, continúa diciendo el Sr. Mestre, ha estudiado detenidamente los dos momentos fundamentales del pensamiento humano: la espontaneidad y la reflexión, aprovechando, y no poco, los avanzados trabajos de Luis Vives, notabilísimo filósofo español que honra indudablemente a su patria... Resumiendo, para el Sr. Valle todo acto real de conciencia es triple y uno; triple por cuanto contiene sensación, pensamiento y acción; uno, porque siempre de estos tres elementos alguno predomina y prevalece sobre los demás.»

Termina su discurso el Sr. Mestre exponiendo la concepción filosófica que le guía en las enseñanzas [374] de su cátedra. En nuestro sentir, las doctrinas filosóficas del catedrático habanero no cumplen todas las exigencias que hoy requiere un verdadero sistema científico; pero se ve claro en estas doctrinas una muy atinada tendencia a no negar ninguno de los términos reales del conocimiento humano. Por esta causa el Sr. Mestre pide que la filosofía sea práctica, positiva, y en cierto modo, experimental, y al propio tiempo afirma que la razón no es una facultad, es un principio, y que de ella dimana todo lo que se halla de absoluto en la conciencia humana: estos conceptos no son en verdad inconciliables, pero sí necesitan ser presentados con un gran enlace científico, para que se muestre la unidad primera que los explica sin destruirlos.

III.

El presbítero D. Félix Varela nació en la Habana el día 20 de Noviembre de 1788; fueron sus padres el capitán de infantería del regimiento fijo de Cuba D. Francisco Varela, natural de Castilla la Vieja, y su esposa doña Josefa Morales, que era hija del coronel del mismo regimiento, D. Bartolomé Morales.

Habiendo elegido Varela el estado eclesiástico, [375] hizo sus estudios de humanidades, filosofía y teología en el Real y conciliar colegio de San Carlos y San Ambrosio, obteniendo los grados académicos de licenciado en artes y doctor en teología.

Al estallar en la península el movimiento revolucionario del año 1820 era el P. Varela catedrático de filosofía en el colegio de San Carlos. Restablecida la Constitución de 1812, que daba representación en las Cortes a las provincias de Ultramar, el P. Varela fue elegido diputado y salió de la Habana para trasladarse a Madrid el día 29 de Abril de 1821. Habiéndose mostrado afecto a las ideas liberales, cuando llegó la reacción absolutista de 1823 tuvo que buscar refugio en el extranjero, y desde esta época fijó su residencia en los Estados Unidos, donde llegó a ejercer el cargo de vicario general de Nueva York, y en esta ciudad murió el día 25 de Febrero de 1853, siendo enterrado en el cementerio católico de San Agustín de la Florida.

Además de las Instituciones de filosofía ecléctica, que en otro lugar hemos citado, el Padre Valera escribió varias obras, entre las cuales se cuentan como las más importantes: Observaciones sobre la Constitución política de [376] la monarquía española, (Habana, 1821). –Miscelánea filosófica, (Nueva York, tercera edición, 1823). –Lecciones de filosofía, (Nueva York, segunda edición, 1824), y la colección de Cartas a Elpidio, (Nueva York, 1855), en que se ocupó de la impiedad, la superstición y el fanatismo en sus relaciones con la sociedad.

Dadas estas ligeras noticias biográficas del P. Varela, indicaremos ligeramente las doctrinas que desenvuelve en sus obras y nos detendremos algo más en la carta que forma la segunda parte del libro que ahora nos ocupa.

Varela, según nuestro humilde juicio, es un verdadero ecléctico, tomando esta palabra en su recto sentido. La máxima que constituía su intención científica la dejó expresada en sus Instituciones de filosofía diciendo: Nullum sequimur magistrum, hoc est, in nullius verba juramus. Fiel a este principio no acepta la doctrina del pensar cartesiano, ni tampoco la de la sensación como fundamento del conocer, y pone la reflexión como el término superior entre ambos extremos: en lo cual olvidaba que la reflexión es ya una segunda mirada, que supone una primera vista de la realidad; una, digámoslo así, materia reflexionable.

Este mismo camino sigue el P. Varela en [377] todas sus teorías filosóficas, en las cuales siempre procura elegir entre los principios materialistas y los idealistas aquellos que le parecen más aceptables, pero sin que esta elección sea ordenada según una primera verdad, que necesariamente debe regir a toda construcción real de la ciencia filosófica. No diremos por esto que las obras del ilustre pensador cubano carezcan de grandes méritos, no en verdad. Sin admitir nosotros la afirmación del P. Varela, Omnium optima philosophia est eclectica, sí diremos, que el eclecticismo germano-francés y hasta el sincretismo alejandrino, son los presentimientos de una filosofía que, si hoy no existe, debe llegar a existir, donde se armonicen sin negarse todas las verdades parciales que ha visto la conciencia humana en las varias edades que forman su vida histórica sobre la tierra.

En la carta del P. Varela escrita en Nueva York el día 22 de Octubre de 1840, que se halla a continuación del discurso del doctor Mestre, se trata de resolver tres puntos que habían sido objeto de discusiones filosóficas entre D. José de la Luz, D. Francisco Ruiz y D. Manuel González del Valle. Estos tres puntos son: primero, si la enseñanza de la filosofía debe empezarse por la física o por la lógica; segundo, si debe [378] admitirse la utilidad como principio y norma de las acciones; tercero, si debe aceptarse el sistema de Cousin.

Respecto al primer punto decía el P. Varela que no yerran los que enseñan la lógica antes que la física, ni los que enseñan aquella sirviendo esta de objeto de ensayo: opinión equivocada, según nuestro sentir, porque el orden debe ser una parte de la misma ciencia, y por lo tanto no cabe variarlo sin caer en el desorden, es decir, en la negación de la ciencia.

En la segunda cuestión decía muy atinadamente el P. Varela: «Trátese de encontrar la primera norma de la moralidad que mide y arregla, y no es medida ni arreglada, pues en tal caso ya no sería primera; luego la utilidad que es medida y arreglada no puede ser la norma que buscamos, y sólo es el resultado de la comparación de las acciones con dicha norma, siendo la utilidad verdadera o aparente, según que se conforma o se opone a ella,» y de aquí deduce lógicamente que el bien debe ser regla y norma eterna de todas las acciones humanas.

Por último, llegando al sistema de Cousin le califica el P. Varela con mucha dureza, diciendo que al ver su celebridad se conoce de que hay nadas sonoras; niega que sea exacta la nota de [379] panteísmo que algunos escritores lanzan sobre dicho sistema, y después pasa a ocuparse de la cuestión de las ideas innatas, las cuales combate formulando principios de un sensualismo templado, que, en realidad de verdad, si es apoyo seguro para hacer la crítica de los extravíos idealistas, no lo es ciertamente para establecer una doctrina definitiva acerca del origen del conocimiento.

Claro se ve en todo lo dicho la atención que merecen las obras escritas por el presbítero don Félix Varela; obras que marcan un momento importantísimo en la historia de la isla de Cuba.

IV.

Un artículo de D. José Z. González del Valle y el elogio fúnebre de este ilustre cubano, escrito por el doctor Mestre, forman la tercera parte y el apéndice del libro que ahora nos ocupa. Estos dos trabajos y las notas que acompañan el primer discurso del Sr. Mestre, nos servirán para poner término a estas indicaciones acerca del movimiento filosófico de la isla de Cuba hasta el año de 1862.

El decano de la facultad de filosofía en la [380] Real Universidad literaria, D. Antonio Bachiller había publicado por esta época los dos primeros tomos de unos Apuntes para la historia de las letras y de la instrucción pública de la isla de Cuba, en que se hallan reunidos muchos datos de suma utilidad e importancia sobre los dos ramos distintos que se indican en el título de dicha obra.

Anteriormente ya había dado a la estampa el Sr. Bachiller unos Elementos de filosofía del derecho y gran número de artículos en las revistas y periódicos que en estos últimos tiempos han visto la luz pública en la Habana. Entre estos artículos debemos citar los siguientes: Contra la rehabilitación de las formas escolásticas. (Diario de la Habana, 1834). –Civilización y moral, (Diario de la Habana, 1835). –Filosofía del P. Balmes (Faro industrial, 1848). –Sobre las doctrinas filosóficas de Campoamor (Brisas de Cuba, 1855). –Ideal del progreso, (Revista Habanera), y varios artículos en la Revista de Jurisprudencia y en las Brisas de Cuba, juzgando los libros y doctrinas de Cantú, Gioberti, Rosmini, Leopardi, Thiercelin y Taparelli d’Azeglio.

El doctor Mestre al exponer los merecimientos literarios del catedrático habanero, termina [381] diciendo: «Siempre recordaré con singular complacencia las lecciones del Sr. Bachiller, lecciones, merced a las cuales, se despertó en los hijos de la Universidad el deseo de penetrar en las regiones de esa filosofía alemana, que el gigantesco genio de Krause parece haber coronado con el sistema de la armonía universal, y que tan digna es de ser detenida y profundamente estudiada.»

Vamos a ocuparnos, por último, del doctor D. José Z. González del Valle. Nació este insigne cubano el día 5 de Noviembre de 1820: siguió la carrera de la abogacía, la cual terminó en 1842. Desde la edad de dieciséis años hasta su muerte, acaecida en 1851, publicó Valle gran número de novelas cortas, poesías, artículos de crítica, historia, filosofía y jurisprudencia, que demuestran su actividad intelectual y las múltiples faces de su clarísimo ingenio.

El artículo de este escritor, reproducido en el libro que tenemos a la vista, se publicó por vez primera en la Cartera cubana (Junio, 1839), cuando su autor contaba diecinueve años de edad, y sin embargo, en todas sus apreciaciones domina un juicio tan reposado, que parece concebido por una inteligencia alejada por completo de los [382] impetuosos movimientos que produce la fantasía juvenil. Consideraba González del Valle que la religión era la madre de la filosofía, veía en la orden de los RR. PP. Predicadores y en los obispos de la Habana, Echevarría, Evelino y Espada, los constantes protectores de la ciencia en la isla de Cuba, exponía con gran esmero la obra de filosofía del presbítero D. José Agustín Caballero, que ya dejamos citada, y terminaba su artículo con estas palabras: «Hemos visto en esta breve reseña aparecer las primeras cátedras de la filosofía en la Habana, bajo el ala protectora de la Iglesia: hemos hallado la escolástica pura y después reformada con acierto, aunque sin abandonar su lenguaje, ni sus formas, preparando el camino a la era más venturosa que con poco intermedio comenzó en lo adelante. Tal vez en otra ocasión mostraremos los pasos que faltan, el trastorno que sobrevino y el estado presente de las cosas.» ¡Lástima grande que el doctor Valle no llegase a realizar el propósito que indican sus últimas palabras!

Reflexionando sobre el discurso del catedrático D. José Manuel Mestre y los curiosos documentos que le acompañan se ve con toda claridad que en la isla de Cuba existe desde principios de este siglo un notable movimiento filosófico [383] que ha seguido siempre direcciones paralelas a las predominantes en la ciencia de la Europa latina. Primero, la protesta cartesiana contra el escolasticismo; después el sensualismo de Condillac, mitigado por ciertas condiciones históricas, y el eclecticismo cousiniano considerado por algunos como la suma y compendio de la sabiduría humana; y por último, se presentan las ideas generadoras de las novísimas escuelas alemanas, entre las cuales parece se concede la preferencia al sistema armónico de Krause. Si se publicasen algunos libros semejantes al que ha redactado el doctor Mestre, quizá se realizase en nuestra ciencia nacional el descubrimiento de un continente que hoy está casi de todo punto desconocido: la vida intelectual de las provincias ultramarinas que forman parte de la nación española.

 
{Transcripción de La filosofía española, Madrid 1866, páginas 357-383.}


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