Filosofía en español 
Filosofía en español

Congreso Católico Nacional Español  1889-1902

Ciriaco María Sancha y Hervás, Obispo católico de Madrid-Alcalá, toma la iniciativa, en marzo de 1888, inspirado en la encíclica Libertas y en el ejemplo de otros países, de impulsar en España la institución del Congreso Católico Nacional. El 31 de agosto de 1888 el Cardenal Rampolla comunicaba al obispo madrileño el placer que había sentido el papa León XIII al conocer la noticia. El Congreso Católico Nacional Español llegó a reunirse en seis ocasiones: Madrid 1889, Zaragoza 1890, Sevilla 1892, Tarragona 1894, Burgos 1899 y Santiago 1902. De todas ellas se conservan exhaustivas Crónicas impresas.

Reuniones del Congreso Católico Nacional Español 1889-1902

CongresoLugarAñoCrónica del CongresoArzobispo / Obispo
IMadrid1889vii+643 + xii+645 págs.Ciriaco Mª Sancha y Hervás
IIZaragoza1891xxxix+808 págs.Francisco de Paula Benavides Navarrete
IIISevilla1892xxii+993 págs.Benito Sanz y Forés
IVTarragona1894xvi+810 págs. 
VBurgos1899816 págs.Gregorio María Aguirre García
VISantiago de Compostela1902760 págs.Cardenal José Martín de Herrera
 

La institución del Congreso Católico Nacional Español (1889-1902) representa una de las etapas más interesantes de la voluntad de los católicos españoles –y de la Iglesia de Roma– por recuperar, en lo posible, posiciones e influencia en el estado moderno. Su precedente inmediato fue el fracasado ensayo de la Unión Católica. Y no cabe duda de que, con posterioridad, la organización que se denominó Acción Católica se fue diseñando para cumplir similar función (ajustada obviamente a la nueva realidad política, social e ideológica, particularmente tras la irrupción de la quinta generación de la izquierda, con el triunfo de la Revolución de Octubre, los planes de la Tercera Internacional, la creación de los Partidos Comunistas, &c.). Por eso no deja de resultar sorprendente el olvido absoluto que de los Congresos Nacionales de 1889 a 1902 tuvieron voluntad de expresar quienes en 1929 organizaron el Primer Congreso Nacional de Acción Católica en España. Nada menos que el Nuncio de Su Santidad, Monseñor Federico Tedeschini, en el discurso de clausura (publicado en la Crónica correspondiente), haciendo borrón y cuenta nueva se atrevió a asegurar lo siguiente:

«Y con este espectáculo me complace la observación de que éste es el primer Congreso Nacional Católico de España. ¿Cómo podrá resultar este Congreso más grandioso en lo futuro, si hoy, con ser el primero, es tan grande? ¿Cómo será el segundo? ¿Cómo será el tercero? ¿Cómo será, después de una larga serie? (…) Por ser el primero éste será de alta resonancia, no sólo en toda España, sino en toda América, donde hay veinte naciones hijas de España. Mi complacencia no está sólo fundada en esta visión del Reino de Cristo, en este espectáculo del primer Congreso Nacional Católico, sino en el espectáculo que me dais de vuestra fe. (…) Faltaba a España una etiqueta, faltaba a España una forma nueva. Ha hablado el Papa. Hoy España está al frente de las naciones. El primer Congreso Católico Nacional de España es como un Congreso que por vigésima vez se celebrase en otra nación, por el fervor de los que en él han tomado parte, por el número de los adheridos.»

Es más sorprendente este «olvido» si advertimos que en 1910, en las Normas de Acción Católica y Social en España dictadas por el Cardenal Arzobispo de Toledo de ese año (Gregorio María Aguirre García), inicio del proyecto que cuajará años más tarde en la organización Acción Católica, se mencionan expresamente cuatro de los seis Congresos Católicos Nacionales (el de Zaragoza, el de Tarragona, el de Burgos y el de Santiago de Compostela), y se asegura que en España:

«…desde hace algunos años, se viene trabajando, con resultados por los cuales hay que dar a Dios muchas gracias, en mejorar la condición económica del pueblo; y nadie a la hora presente desconoce la importancia extraordinaria y excepcional, afirmada en todos los Congresos Católicos españoles, de fundar y sostener, en favor de las clases trabajadoras, cuantas obras e instituciones de carácter permanente sea dable, adelantándonos y superando a los enemigos de la religión y del orden, que, ofreciéndoles ventajas materiales, procuran atraer a los obreros para seducirlos y explotarlos con daño inmenso de la sociedad.»

Y más sorprendente todavía el «olvido» de 1929 si tenemos en cuenta que el Cardenal Arzobispo de Toledo de 1926 (Enrique Reig y Casanova), en sus Principios y bases de reorganización de la Acción Católica Española (Imprenta de la Editorial Católica Toledana, Toledo 1926, páginas 66-69) escribe lo siguiente, tras haber afirmado que «la Junta Central de Acción Católica, que en su origen fue la Junta Central de los Congresos Católicos, creada en 1888, a la que estaba confiada la “dirección general de la propaganda católica en todos sus ramos”, y el Consejo Nacional de Corporaciones Católico-Obreras, encargado de “la suprema dirección de las obras sociales”, trabajaron con empeño por llevar a cabo las Normas y Reglas del Cardenal Aguirre…» (págs. 6-7):

«La unificación y organización de la Acción Católica que se había propuesto la Unión, resultaron fracasadas. No podía renunciarse a proporcionar tales bienes a la Iglesia y a España. Buscando la manera de insistir, y aún mejor, de volver a empezar, el Obispo de Madrid-Alcalá, Excmo. Sr. D. Ciriaco María Sancha, dice a los Prelados, sus Hermanos, en carta-circular de 20 de marzo de 1888, lo siguiente: «Siendo notoria la actividad que muestran los enemigos de la Iglesia… concebí el pensamiento, y hablaría con más propiedad diciendo que Dios me lo inspiró, de celebrar un Congreso Católico Nacional, a fin de ver si con él se conseguía la unidad de acción de todas las fuerzas católicas de nuestra patria». Contaba el Prelado con la aprobación del Papa. Se constituyó numerosa Junta Central que preparara el Congreso, que celebró sus sesiones del 24 de abril al 3 de mayo de 1889. Según el artículo 1.º del Reglamento, que fue el mismo para los sucesivos Congresos, el objeto de estos era: «Defender los intereses de la Religión, los derechos de la Iglesia y del Pontificado, difundir la educación e instrucción cristiana, promover las obras de caridad y acordar los medios para la restauración moral de la sociedad».
El segundo Congreso se celebró en Zaragoza, del 5 al 10 de octubre de 1890; el tercero en Sevilla, del 18 al 23 de abril de 1892 {¡ojo!}; el cuarto en Tarragona, del 16 al 20 de octubre de 1894; el quinto en Burgos, del 30 de agosto al 4 de septiembre de 1899, y el sexto en Santiago, del 19 al 23 de julio de 1902.
Para la organización y propaganda de los Congresos se habían constituido una Junta Central y Juntas Diocesanas. Una de éstas, la de Barcelona, aprovechando la ocasión del punto VI de la Sección segunda que decía así: «Conclusiones referentes a los asuntos de esta Sección, aprobados por los Congresos anteriores, que no han sido llevados a la práctica. Obstáculos que lo han impedido. Medios de removerlos», reprodujo en el Congreso de Tarragona una Memoria que había sido ya presentada al Congreso de Sevilla y aprobada, relativa a la formación de una «Liga de sociedades católicas para unificar la acción de éstas y ampliar la propaganda». Decían los autores de tan acertado proyecto: «Recorriendo los asuntos en las cuatro Secciones del programa comprendidos, notamos, desde luego que, para la mayor parte de ellos, la solución fundamental estaba condensada en una fórmula trivialísima: Aproximación de las fuerzas católicas. Discurran cuanto quieran los más peregrinos ingenios, ábranse amplias discusiones entre filósofos, teólogos y economistas, para poner remedio a nuestros grandes males; mientras no se logre dar cohesión y unidad a las energías, hoy diseminadas, de tantas buenas voluntades, no pasaremos de tanteos estériles». Después de aducir sobre esta gran verdad testimonios del Papa, añade: «Reconocida la conveniencia, digamos mejor, la necesidad de establecer una organización de las fuerzas católicas activas, se ofrecen dos cuestiones espinosas: 1.ª ¿Qué sociedades pueden agruparse, sin atentar contra su autonomía, bajo una dirección determinada? 2.ª ¿Para qué fines sería útil y eficaz esa agrupación?». A continuación ponen como tipo el cuadro general del movimiento católico en aquella Diócesis, reconociendo que de la organización objeto del presente trabajo, no deben excluirse sino las asociaciones pura y simplemente piadosas, cuyo círculo de acción se limita a los actos religiosos, y las que, dependiendo de Institutos religiosos, tienen su acción perfectamente definida. «Unas y otras, sin embargo, podrán en determinados casos prestar su apoyo a la obra común».
Nos hemos detenido algo en el extracto de esta Memoria, por considerarla fundamental y punto de partida de la organización de la Acción Católica en España. Baste decir que las conclusiones adoptadas en el Congreso fueron: Proceder a la reorganización de la Junta Central, compuesta de un Presidente y dieciocho Vocales, designados dos por cada Metropolitano; darle como cargo la preparación de los Congresos, el cumplimiento de las conclusiones, y dirigir la propaganda católica, dividir la Junta, por lo mismo, en tres Secciones y señalarle como Vocales auxiliares los señores Diputados y Senadores que lo sean con la venia de su Prelado; funcionamiento de Junta y Secciones; creación de Juntas o Comisiones diocesanas, auxiliares de la Central, formadas y presididas por los Prelados; autorización para establecer éstos subcomisiones en las cabezas de Arciprestazgo y poblaciones importantes; celebrar una Asamblea general con asistencia de representantes diocesanos. Con arreglo a estas bases se redactó el Reglamento de la Junta Central que ha regido hasta el presente, asumiendo la Vicepresidencia treinta y un años el egregio Marqués de Comillas, hasta su reciente muerte.
Grandes fueron los esfuerzos del Marqués y de la Junta para completar la organización, creando Juntas diocesanas y locales. Para ello se fundó y costeó la Revista Parroquial, que ha dejado de publicarse hace poco. No se ha logrado lo que del esfuerzo había derecho a esperar. Funcionan con vida y acierto algunas Juntas diocesanas de Acción Católica, como la de Oviedo en primer término, que puede presentarse como modelo, y las de Barcelona, Vitoria, Pamplona, Valladolid, Coria, &c., pero estamos muy lejos de la organización completa y robusta, que alcance hasta el último rincón de España, y pueda ser baluarte de los intereses espirituales religiosos y patrios frente a las pérdidas sufridas y a las contingencias del porvenir.» (págs. 66-69.)

[{¡ojo!} Sorprende el error en estas fechas, inicialmente previstas para el Congreso, pero que debido a las inundaciones que sufrió Sevilla ese mes, hubo de posponerse al mes de octubre, coincidiendo con la celebración del cuarto centenario del Descubrimiento.]

Como puede leerse a continuación, en la transcripción del artículo publicado en 1972 por el Diccionario de Historia Eclesiástica de España, «están por estudiar las circunstancias concretas en que naufragó esta institución en nuestro país…»

«Congresos Católicos Nacionales. La Iglesia, a lo largo del siglo XIX, no encontró fácilmente la manera adecuada de ejercer su influencia religiosa sobre el mundo moderno, transformado por la industrialización y sometido a las fuerzas que se desencadenaron en la Revolución Francesa. Los católicos anduvieron divididos en la forma de concebir su relación con el mundo y en la forma de comportarse en la vida pública y en el problema social.
Uno de los medios que surgieron en los diversos países para responder a estos problemas fue el de las reuniones de católicos. En Alemania se organizaron los Katholikentage desde 1848 y, en 1890, se creó el Volksverein, de intención más directamente social. Los católicos belgas celebraron los Congresos de Malinas desde 1863. En Italia, se intentó unificar las fuerzas católicas en la Opera dei Congressi desde 1874.
En España, en un momento en que las divisiones entre los católicos llegaban a un máximo de agudeza y de intensidad, la jerarquía eclesiástica estableció los Congresos Católicos Nacionales Españoles. La meta de estas reuniones la señalaba León XIII al cardenal Sancha, arzobispo de Toledo, en la carta que le dirigió el 19-IV-1889, {¡ojo!} con motivo del primero de estos congresos, celebrado en Madrid. Este documento pontificio ponía de relieve la importancia del «común sentir de los ánimos y de la unión de las voluntades» que la jerarquía tenía la misión de mantener y promover con sus exhortaciones y con el ejercicio de su autoridad, en orden a remover las causas de la división.
Las discordias mencionadas eran provocadas en este momento en España por los diferentes criterios acerca de la colaboración de los católicos con un régimen inspirado en el liberalismo, después de la Restauración de 1876. Las divisiones se envenenaron a partir de la muerte de D. Cándido Nocedal, representante del sector más intransigente del catolicismo español (1885). El episcopado, en su conjunto, fiel a las directrices de la Santa Sede, apoyaba la intervención de los católicos en [605] la vida pública y reprobaba la rigidez de aquellos que, en nombre de la fe, condenaban esta participación.
Los Congresos Católicos Españoles, iniciados en Madrid (1889), siguieron en Zaragoza (1890), Sevilla (1892), Tarragona (1894), Burgos (1899), Santiago (1902).
Para lograr la unión de los católicos se dictaron, en Zaragoza (1890), un conjunto de reglas prácticas con el propósito de «extirpar la funesta semilla de contiendas y divisiones». En el congreso de Burgos (1899), a instancia del cardenal Rampolla, secretario de Estado de León XIII, los obispos redactaron el programa de la unión de los católicos, en la línea del ralliement propugnada por el sumo pontífice: «Declaramos una vez más –afirmaban los obispos– que nuestra aspiración constante es el restablecimiento de la unidad católica, gloria antes de nuestra Patria, y cuya ruptura es origen de muchos males. Comprendiendo, sin embargo, que nos hallamos en un período que podríamos llamar de reconquista religiosa,… creemos un deber de nuestro ministerio docente el de afirmar que la unión de los católicos… ha de efectuarse dentro de la legalidad constituida, y esgrimiendo cuantas armas lícitas pone la misma en nuestras manos».
El criterio de los organizadores de los distintos congresos católicos parece que fue el de elegir, tanto para las sesiones públicas como para las sesiones de estudio, temas de actualidad más o menos directamente entroncados con el fin que perseguía la institución. En realidad, es tal la variedad de las materias que, en una forma u otra, abordaron los congresos, que el autor de la noticia histórica del sexto y último congreso de Santiago no tuvo reparo en poner de relieve la dificultad de encontrar para el congreso en cuestión materias «que por su actualidad palpitante, su interés trascendental y su reconocida universalidad preocuparan vivamente la atención de cuantos estudian en serio la marcha y el desenvolvimiento que debe seguir la sociedad», porque, dice, «parecían agotadas por los anteriores congresos las materias más importantes de orden religioso y social».
Por otra parte, la preocupación por la falta de proyección práctica de estas reuniones se manifiesta más de una vez. En Tarragona (1894), se comprueba la necesidad de un órgano ejecutivo que dé eficacia a los congresos católicos y se pide insistentemente que se pase del plano del estudio al de la acción. En Burgos (1899), se consagra el punto cuarto de la sección segunda a tratar: «cómo se podrá conseguir que sea mayor el fruto de los Congresos Católicos Españoles y que sus conclusiones se lleven a la práctica.» Y en Santiago (1902), monseñor Enrique Alvarez Santos, en el pontifical de clausura, no dudó en manifestar su temor de que el Congreso Compostelano quede reducido «a lo que han sido poco más o menos los que los precedieron: a la impresión de un volumen nuevo que adorne nuestras bibliotecas».
De hecho, el de Santiago fue el último de los congresos católicos celebrados en España. Están por estudiar las circunstancias concretas en que naufragó esta institución en nuestro país. La Opera dei Congressi, institución gemela en Italia, celebró su último congreso en 1903 y fue suprimida definitivamente por Pío X en 30-VII-1904.
Bibl.: Crónica del primer Congreso Católico Nacional Español, Madrid 1889, 2 vols.; Crónica del segundo Congr. Cat. Nac. Español, Zaragoza 1891; Crónica del tercer Congr. Cat. Español, Sevilla 1893; Crónica del cuarto Congr. Cat. Español, Tarragona 1894; Crónica del quinto Congr. Cat. Español, Burgos 1899; Crónica del sexto Congr. Cat. Nac. Español, Santiago 1903.»
(C. Martí, en el Diccionario de Historia Eclesiástica de España [dirigido por Quintín Aldea Vaquero, Tomás Marín Martínez y José Vives Gatell], Instituto Enrique Flórez, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid 1972, tomo I, págs. 604-605.)

[{¡ojo!} Ese párrafo contiene varios errores: 1º) Sancha en 1889 era Obispo de Madrid-Alcalá. 2º) En 1889 Sancha no era ni Cardenal (lo fue en 1894) ni Arzobispo de Toledo (lo fue desde 1898 hasta su fallecimiento en 1909). 3º) León XIII escribió a Sancha sobre el Congreso el 1º de enero de 1889. 4º) Pero en ese Breve no figura la frase que aparece entre comillas. 5º) Y en la Crónica del primer Congreso no se copia ni se menciona ninguna otra carta del Papa de fecha 19-IV. Nota del PFE.]

Bibliografía del Congreso Católico Nacional Español

1889 Crónica del primer Congreso Católico Nacional Español. 2 tomos (vii+643 y xii+645 páginas), Tipografía de los Huérfanos, Madrid 1889. Tomo primero: Discursos pronunciados en las sesiones públicas de dicha Asamblea, celebradas en la Iglesia de San Jerónimo de Madrid, Abril y Mayo de 1889. Tomo segundo: Discursos, reseñas de memorias y trabajos presentados para las sesiones públicas y sesiones privadas, e historia de dicha Asamblea, celebrada en la Iglesia de San Jerónimo de Madrid, Abril y Mayo de 1889.

1890 Crónica del segundo Congreso Católico Nacional Español. Discursos, reseñas de memorias y trabajos presentados para las sesiones públicas y sesiones privadas e historia de dicha asamblea, celebrada en el Santo Templo Metropolitano de la Seo de Zaragoza, 5-10 octubre 1890, Tipografía de Mariano Salas, Zaragoza 1891, xxxix+808 páginas

1892 Crónica del tercer Congreso Católico Nacional Español. Discursos pronunciados en las sesiones públicas y reseña de las memorias y trabajos presentados en las secciones de dicha Asamblea, celebrada en Sevilla en Octubre de 1892, Establecimiento Tipográfico de El Obrero de Nazaret, Sevilla 1893, xxii+993 páginas.

1894 Crónica del cuarto Congreso Católico Nacional Español (1894), Tarragona 1894

1899 Crónica del 5º Congreso Católico Español, celebrado en Burgos el año 1899, Imprenta y Estereotipia de Polo, Burgos 1899, 816 páginas.

1902 Crónica del sexto Congreso Católico Nacional Español. Discursos pronunciados en las sesiones públicas y reseña de las memorias y trabajos presentados en las secciones de dicha Asamblea, celebrada en Santiago de Compostela en Julio de 1902, Imp. y Enc. del Seminario Central, Santiago 1903, 760 páginas.

El Congreso Católico Nacional Español en el Proyecto Filosofía en español

Tercer Congreso Católico Nacional Español (Sevilla 1892)

Crónica del tercer Congreso Católico Nacional Español

gbs