Filosofía en español 
Filosofía en español

Camilo José Cela Trulock  1916-2002

Escritor español, nacido en Santa María de Iria Flavia, municipio de Padrón, provincia de La Coruña, hijo de Camilo Cela y de Camila Trulock Bertorini, hija de inglés e italiana. Establecida su familia en Madrid, antes de concluir el bachillerato enferma de tuberculosis, permaneciendo internado en un sanatorio de la sierra de Guadarrama en 1931-1932. Inicia en 1934 los estudios de Medicina, que pronto abandona, interesado más por la poesía y la literatura. Declarado inutil para la milicia, logra incorporarse al bando nacional durante la guerra civil y resulta herido en el frente. En 1940 comienza a estudiar Derecho, carrera que también abandona para dedicarse a la literatura: La familia de Pascual Duarte (1942), Pabellón de reposo (1943), Nuevas andanzas y desventuras de Lazarillo de Tormes (1944), La Colmena (1951), &c. En 1954 se traslada a Palma de Mallorca, donde en 1956 funda, junto con José Manuel Caballero Bonald, la revista Papeles de Son Armadans (1956-1979). Invitado por el Congreso por la Libertad de la Cultura, asiste a la reunión Lourmarin 1959, pero luego se mantiene al margen de las intrigas de esos agentes de los intereses imperiales norteamericanos. En 1964 funda la Editorial Alfaguara. Individuo de número de la Real Academia Española de la Lengua desde 1957 (nº 367), Premio Nacional de Narrativa (1984), Premio Príncipe de Asturias de las Letras (1987), Premio Nobel de Literatura (1989), Premio Cervantes (1995).

Responde al cuestionario del vidrioso agente Sergio Vilar, entonces empleado suyo, en Manifiesto sobre Arte y Libertad. Encuesta entre los intelectuales y artistas españoles (Las Américas Publishing Company, Nueva York 1963, págs. 112-114).

Camilo José Cela

Nació el 11 de mayo de 1916 en Iria Flavia, lugar del Ayuntamiento de Padrón, provincia de La Coruña. Cursó sus primeros estudios en Vigo y prosiguió con el bachillerato en Madrid, en varios colegios religiosos. De manera sucesiva comenzó los estudios de Medicina, Derecho, Filosofía y Letras y Física sin terminar ninguno de ellos. Enfrentado ante la realidad de tener que ganarse la vida, hizo oposiciones para ingresar en el cuerpo de Aduanas, cosechando un resultado negativo, lo cual, sin embargo, pasados los años, considera que fue una gran suerte, pues le encaminó definitivamente por el terreno de las letras. Su primera novela, La familia de Pascual Duarte, la escribió mientras trabajaba en un empleo de Sindicatos. A partir de su publicación el nombre de Cela sonó cada vez más, tanto como un valor positivo de la literatura contemporánea cuanto por su desbordante personalidad humana. Por este camino, el hablar de la biografía de Cela nos llevaría por muy amplias y largas andaduras. Fue elegido miembro numerario de la Real Academia Española en 1957, el apogeo de su juventud. Desde 1956 dirige una prestigiosa y honesta revista literaria, Papeles de Son Armadans. Como viajero y conferenciante ha recorrido toda España y buena parte de Europa y América. Los títulos de los libros publicados, abarcando de la novela al cuento y pasando por la poesía y el ensayo, son: La familia de Pascual Duarte, Pabellón de reposo, Nuevas andanzas y desventuras de Lazarillo de Tormes, Esas nubes que pasan…, Pisando la dudosa luz del día, Mesa revuelta, El bonito crimen del carabinero y otras invenciones, Las botas de siete leguas, El gallego y su cuadrilla, La Colmena, La naranja es una fruta de invierno, Timoteo, el incomprendido, Santa Balvina 37, gas en cada piso, Del Miño al Bidasoa. Notas de un vagabundaje, Baraja de invenciones, Café de artistas, Mrs. Caldwell habla con su hijo, Historias de Venezuela. La Catira, Ávila, Judíos, moros y cristianos. Notas de un vagabundaje por Ávila, Segovia y sus tierras, El molino de viento y otras novelas cortas, Mis páginas preferidas, Cajón de sastre, Nuevo retablo de Don Cristobita, figuraciones y alucinaciones, La obra literaria del pintor Solana, La rueda de los ocios, Historias de España. Los ciegos. Los tontos, La cucaña. Memorias de Camilo José Cela. Tranco primero. La rosa, Primer viaje andaluz. Notas de un vagabundaje por Jaén, Córdoba, Sevilla, Huelva y sus tierras, Los viejos amigos. Primera serie, Los viejos amigos. Segunda serie, Cuatro figuras del 98: Unamuno, Valle Inclán, Baroja, Azorín y otros retratos y ensayos españoles, Gavilla de fábulas sin amor y Tobogán de hambrientos.

Respuestas

1ª. Sí: es la única manera de que el arte crezca. El dirigismo, en arte, no conduce más que a su esterilización. La inseminación artificial, que tan óptimos resultado ha dado en algunas especies animales, fracasa estrepitosamente cuando, ¡con cuánta vesánica inocencia!, se ha intentado aplicar a las artes.

2ª. Lo que pienso va implícito en mi anterior respuesta. Los Estados suelen irrogarse con frecuencia derechos que no les incumben. Es uno de los males –quizás el más grave– de los Estados modernos, y de esta falsa y abusadora actitud son las artes las primeras en padecer la amarga consecuencia.

3ª. La misión estética o la misión social, transcendentemente entendidas ambas, son la misma cosa. El mejor servicio que pueden prestar las artes a la sociedad es el de educarla. El arte de inmediata aplicación social no suele ir mucho más allá de la mera propaganda.

4ª. Creo que la libertad personal absoluta es necesaria para el artista tanto como para el artesano, el sacerdote o el profesional. La libertad personal absoluta es algo que el hombre necesita para sentirse, realmente, hombre. Y para salvarse o condenarse, según la lección de Cristo.

5ª. Se está, de hecho, integrado y aislado, al mismo tiempo, de la sociedad en que uno vive: integrado en ella puesto que, pase lo que pase, el hombre es un animal social (Aristóteles) y aislado de ella porque, también pase lo que pasare, el hombre es asimismo un animal crítico (Kant).

6ª. Quizás la sociedad no se lo merezca pero sí se lo merece –y con creces– la propia estimación del artista ante sí mismo. El artista debe tener la conciencia lo bastante tranquila como para que no le remuerda cuando, por la mañana, a la hora de afeitarse, enfrenta con su propia imagen en el espejo.

Sergio Vilar, Manifiesto sobre Arte y Libertad. Encuesta entre los intelectuales y artistas españoles, Nueva York 1963, páginas 112-114.

Responde en 1973 como “escritor” al cuestionario de Fernando Lázaro Carreter en su encuesta Literatura y educación, publicada en 1974:

Camilo José Cela

1. Sin duda alguna, no. Entre españoles –e históricamente– el escritor es, en principio, un presunto hereje combustible cuya sola presencia debe evitarse. Consecuentes con este criterio, los planes de enseñanza dan de lado cada vez más a la literatura –y a las humanidades en general– en aras de un saber pragmático y confundidor que vacía de ideas la cabeza del educando; una cabeza sin ideas, se piensa, es más útil al manso procomún que una cabeza con ellas; suplamos pues la ciencia por la técnica, ya que fabricando automóviles o instalando calefacciones es menos probable que se condene el alma –y se subvierta el orden establecido– que escribiendo libros o leyéndolos. Este antipatriótico error no es de ahora sino de siempre o casi siempre, y en la mente de todos habita aún el recuerdo de una serie de disparatadas disciplinas que hubimos de estudiar en el bachillerato: quizá la palma pudiera llevársela la Terminología científica, industrial y artística, que a mí me agobió en mi ya tan lejano 4.° curso. Las bibliotecas particulares de los profesionales españoles –quizá salvo las de los médicos– son expresión clara de esto que digo y su falta de curiosidad literaria es todo un síntoma. La elemental pregunta de ¿para qué sirve la literatura?, no tiene una elemental respuesta; quizá tampoco merezca demasiado la pena dársela puesto que quien la formula no es responsable de su ignara e ingenua actitud. Esta aversión a la literatura se lleva, oficialmente, hasta lindes insospechadas. Al acabar la guerra civil me acerqué a la Biblioteca Nacional y tímidamente pedí La familia de León Roch, de Galdós; el bibliotecario de turno –pálido el semblante, ácido el gesto, calva y cérea la calavera picuda, la mirada escondida tras unos cristales demasiado robustos, la colilla pegada al labio inferior y las miserias cubiertas con un guardapolvo de droguero de pueblo– me miró de arriba a abajo con un desprecio infinito, y me respondió: “¡Aquí no se despacha literatura!”. No le pegué, porque no es norma de caballeros pegar a los agonizantes ni a los fantasmas; me limité a cagarme en su padre y me marché a tomarme un vaso de vino tinto para ahuyentar el mal humor. Como es lógico, no volví a pisar aquella casa (salvo cuando la zancadilla que le pusieron a Moñino), ni pienso volver a hacerlo.

No; sin duda alguna, no. La literatura no interesa a los españoles. Y a los encargados, por razón de oficio, de servirla, menos aún. Quizá se vaya formando poco a poco una conciencia de semejante disparate, pero el desarrollo de esta noción es todavía lento.

2. Ni le ha beneficiado ni le ha perjudicado; la literatura de creación va por su camino, a trancas y barrancas y desentendida de la universidad, lo cual es malo para todos. Los profesores de literatura, salvo excepciones honrosas, suelen ser muy dogmáticos y pedantes, también muy holgazanes, y lo único a que aspiran, otra vez salvo excepciones honrosas, es a no complicarse y a seguir viviendo y cobrando la nómina, que para eso hicieron unas oposiciones y las ganaron. Ahora, a veces, se comentan textos, sí, pero textos fáciles y que no compliquen la sosegada marcha del curso. Antes, ni eso; antes, los profesores, o pronunciaban conferencias en vez de dar clases, o exigían al alumno que les recitase el Juanito de memoria. ¿Por qué no se invitó a Baroja, a Valle Inclán, a Azorín, a Juan Ramón, a Pérez de Ayala, a Gómez de la Serna, a Cernuda, a Alberti y a tantos otros, a dar clases en la universidad de historia –y técnica e incluso anécdota– de “su” literatura? A no dudarlo, por miedo. Pero, ¿por miedo a qué?: por miedo a la competencia, por miedo a que alterasen el “status”, por miedo a que desmitificasen la sabiduría. La secuela de esta actividad miedosa es fácil de seguir, y la historia de la literatura, en la cátedra, sigue siendo una embalsamada entelequia que ni siquiera es útil. ¿Cómo es posible que no exista un libro elemental, una cronología literaria española mínimamente amplia y rigurosamente solvente?

3. Me merece la peor de las opiniones y me parece delito de lesa patria. ¿No será que los españoles nos hemos aburrido, o nos estamos aburriendo, de hablar el español? A mi juicio, el estudio de la lengua y literatura castellanas debería ser obligatorio durante todos los cursos del bachillerato o de la facultad de filosofía y letras. Y el de las lenguas y literaturas catalana, gallega y vasca, obligatorio también en sus ámbitos naturales, y potestativos en el resto de España; sólo así podría conseguirse que catalanes, gallegos y vascos hablasen bien el castellano (que es la lengua común, la noble lengua de Quevedo y Cervantes, al margen de que también sea la lengua oficial, la aburrida lengua del Boletín Oficial del Estado) y su propia lengua vernácula, en la que con dolorosa frecuencia son analfabetos.

4. Les pediría más humildad y menos espíritu de cuerpo. También les pediría que, de vez en cuando, leyeran una novela o unos versos y se enterasen de que la literatura es algo que, para bien o para mal, está ahí, en medio de la calle y vivita y coleando. El desinterés que sienten los bibliotecarios y los profesores de literatura por la literatura (vuelvo a repetirlo, salvo honrosas excepciones) es suicida. Siempre cuento dos anécdotas propias muy ilustrativas a este supuesto que ahora expongo. En el diario España, de Tánger, de 9 de junio de 1959, se publicaron unas declaraciones que hizo don Luis Morales Oliver, a la sazón catedrático de la Universidad de Madrid y director de la Biblioteca Nacional; espigo algunas preguntas que le hizo el periodista y extracto –sin desvirtuarlas, claro es– las respuestas.

—¿Cómo ve el movimiento novelístico español en la actualidad?

—No me atrevo a sentar una opinión por cuanto desconozco casi toda la novelística actual.

—¿Y Cela?

—De Cela no puedo opinar porque lo desconozco. Dicen que es muy bueno, pero me falta tiempo para leer.

En octubre del mismo año, en el café Lyon y delante de toda la tertulia, don Juan Antonio Tamayo, catedrático de literatura y director del Instituto de San Isidro, de Madrid, me preguntó.

—¿Qué? ¿Cuándo lees tu discurso de recepción en la Academia?

Mi discurso de recepción en la Academia lo había leído dos años largos atrás, exactamente el 26 de mayo de 1957.

También me permitiría pedir a los profesores de literatura un poco de seriedad y un mínimo respeto a la disciplina que explican; no es compatible la actitud de tomar por la grave y trascendente la explicación de una asignatura, con la de echar a broma su contribución a la materia prima objeto de su estudio.

5. Toda. Aunque me temo que los españoles, hoy por hoy y no sólo por culpa del Estado, estemos muy lejos de conseguirlo. ¿Por qué no se nombran por decreto –y previo concurso, no oposición– equis catedráticos de universidad, entre novelistas y poetas para que expliquen su propia obra? La forma de colaboración actual es mínima y falla por el irritante y caduco paternalismo de los profesores.

Literatura y educación, Encuesta realizada por Fernando Lázaro Carreter, Madrid 1974, páginas 216-220.

Sobre Camilo José Cela en el proyecto Filosofía en español

1957 Ignacio Laguna, “Al margen de los Papeles de Son Armadans”, Nuestras Ideas, nº 1, págs. 102-104.

1959 Camilo José Cela, “Sobre España, los españoles y lo español”, Cuadernos del CLC, nº 36, págs. 9-8.

François Bondy, “Con Cela, en Palma”, Cuadernos del CLC, nº 36, págs. 19-21.

Julián Marías, “Una Europa abreviada en Lourmarin”, Cuadernos del CLC, nº 39, págs. 83-86.

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