Filosofía en español 
Filosofía en español

José Franco Ponce  1887

Soligrafón

Presbítero católico mexicano, nacido en Manuel Doblado (Guanajuato) el día 27 de septiembre de 1887, ciudad donde realiza sus primeros estudios. En 1900 se traslada a León (a unos 60 kilómetros), para ingresar en el Seminario Conciliar de León, donde cursa humanidades, siendo obispo Leopoldo Ruiz y Flores. El 1906 es becado para proseguir sus estudios en Roma, en el Pontificio Colegio Pío Latino Americano (confiado a la Compañía de Jesús, se había fundado en 1858 como Seminario Americano, diez años después Pío IX permite su redenominación como Colegio Pío Latino Americano, y Pío X, el 19 de marzo de 1905, acababa de reconocerlo como Pontificio). En la Universidad Gregoriana de Roma cursa filosofía, ciencias naturales, teología y derecho canónico. En junio de 1909 sustenta brillante examen público, para la laurea de filosofía, ante cuatrocientos alumnos. En 1912 queda ordenado presbítero en la Ciudad Eterna.

Pío Nono (1846-1878), Papa por la divina Providencia, había facilitado la creación en Roma de un Seminario Americano, al que incluso prestó su nombre, Colegio Pío Latino Americano, que andando el tiempo habría de recibir al seminarista mexicano José Franco Ponce. Pío Décimo (1903-1914), Papa por la divina Providencia, elevó a Pontificia esa institución romana en la que José Franco Ponce fue formado y ordenado sacerdote antes de volver a León de Guanajuato. A Pío Onceno (1922-1939), Papa por la divina Providencia, no le tembló la mano cuando el 23 de abril de 1936 hubo de ratificar y ordenar publicar la proscripción ipso iure declarada por la Suprema Sagrada Congregación del Santo Oficio, que inscribía en el índice de libros prohibidos el escrito por José Franco Ponce, Los misterios de las mesas parlantes y del soligrafón…

«El año de 1901 ingresa al seminario leonés el joven José Franco Ponce, donde estudia Humanidades y primer año de Filosofía, después el Excmo. Ruiz y Flores lo envía al Colegio Pío-Latino de Roma, donde recibe borla de Doctor; igualmente en septiembre de 1902, envía a la Ciudad Eterna al joven Manuel Rizzo y Oláez; el 15 de agosto de 1903 el mismo Prelado envía a Roma al que fuera Excmo. Dr. y Mtro. D. José de Jesús Manríquez y Zarate, ya clérigo entonces, para que concluyese sus estudios y recibiera las Borlas de Dr. en Filosofía por la Academia de Santo Tomás y la de Teología y Derecho por la Universidad Gregoriana; y el 8 de mayo de 1905 sale de León rumbo a Roma de los Césares el actual Excmo. Dr. Vicente Villegas Chávez, Protonotario Apostólico y Vicario Gral. de la Diócesis, también becado por el Excmo. Ruiz y Flores.» (José de Jesús Ojeda Sánchez, “Episcopologio leonés. IV. Dr. D. Leopoldo Ruiz y Flores”, Cristo Rey en México, León, Gto., Noviembre y Diciembre de 1962, año IX, vol. IX, núms. 11 y 12, pág. 318.)

«Los que vienen. Compañía Trasatlántica de Barcelona. De Barcelona: […] José Franco Ponce.» (El Correo Español. Decano de la prensa de información de Méjico, Méjico, viernes 12 de septiembre de 1913, pág. 3.)

En septiembre de 1913 vuelve José Franco Ponce a su diócesis de León, gobernada desde 1909 por el sabio Emeterio Valverde Téllez, siendo nombrado por éste catedrático del Seminario Diocesano. Pero la revolución anticlerical obliga en 1914 a cerrar el Seminario (el propio obispo Valverde abandonará León ante la feroz persecución religiosa, desterrado de 1915 a 1918).

«El año siguiente, 1911 ordenó el Excmo. Valverde que se volviesen a estudiar en el Seminario cuatro años de Derecho Canónico, con dos horas semanarias de clase. Y a principios de su episcopado ordenó que se reimprimiera el Reglamento para Seminarios de San Alfonso María de Ligorio, y el cual era entregado a cada alumno nuevo cada año. En 1912 envió a Roma al Sr. Miguel Darío Miranda y Gómez para que ingresara al Colegio Píolatino, donde permaneció hasta 1919 y de donde regresó graduado de Doctor en Filosofía y Teología. En 1919 lo nombró Catedrático de Filosofía, Sociología, Historia Eclesiástica y Canto Gregoriano y ocupó dichas cátedras hasta el año de 1924. El 24 de febrero de 1913 nombró al Pbro. Dr. D. Francisco Flores Ávila Prefecto de disciplina de los alumnos internos del Colegio de María Inmaculada y Prefecto de estudios del Seminario. Otro Dr. llegado de Roma, el Pbro. José Franco Ponce, lamentablemente malogrado, regresó el 31 de julio de 1913 a su Diócesis leonesa y lo nombró catedrático por algún tiempo de dicho plantel.» (José de Jesús Ojeda Sánchez, “Episcopologio leonés. VI. Excmo. Sr. Dr. D. Emeterio Valverde Téllez”, Cristo Rey en México, León, Gto., Mayo y Junio de 1963, año X, vol. X, núms. 5 y 6, págs. 156-157.)

Dadas las circunstancias, José Franco Ponce se traslada a la capital nacional, a México D. F., donde cinco años después, apaciguadas temporalmente las aguas anticlericales, funda la Revista Eclesiástica, “publicación mensual, dirigida por el Pbro. Dr. José Franco Ponce”, que se mantiene hasta 1923 (Año I, tomo 1, número 1, enero 1919, a Segunda época, año V, tomo 2, número 6, diciembre 1923).

«En el Departamento de obras de propiedad artística y literaria, han ingresado las obras siguientes: […] Un ejemplar del folleto “La Ley del Ayuno y de la Abstinencia”, según los nuevos cánones de la iglesia, propiedad literaria del señor presbítero doctor José Franco Ponce.» (El Pueblo, México, miércoles 6 de marzo de 1918, pág. 5.)

«En 1919, a pesar de las circunstancias precarias porque atravesaba el país, pudo llevar a cabo la fundación de la Revista Eclesiástica. Esta publicación fue adoptada el siguiente año, como órgano oficial, en la mayor parte de las diócesis de la República Mexicana. Dicha Revista ha seguido publicándose bajo su dirección, y en la actualidad es la primera en su género, pues está suficientemente prestigiada entre el elemento eclesiástico de todo el país y goza del favor del público, por contar con colaboradores de reconocida competencia, tanto nacionales como extranjeros. Como alma de esa Revista, ha publicado en ella numerosos trabajos apologéticos, filosóficos, históricos, literarios y de controversia, sobre asuntos relacionados con el dogma.» (“Escritores Mexicanos Contemporáneos. Pbro. Don José Franco Ponce”, Biblos. Boletín Semanal de Información Bibliográfica publicado por la Biblioteca Nacional, México, 8 de julio de 1922, número 181, págs. 105-106.)

El piolatino José Franco Ponce prepara en 1921 un necrológico panegírico del primer exalumno del “Seminario Americano” –más adelante Pontificio Colegio Pío Latino Americano– que fue consagrado obispo, en 1871, el mexicano Ignacio Montes de Oca y Obregón (Guanajuato 1840-Nueva York 1921), su paisano guanajuatense y de alma mater académica. Como Ignacio Montes de Oca era, como arcade romano, “Ipandro Acaico” (la Academia de la Arcadia fue fundada por jesuitas en Roma en 1690), José Franco Ponce titula su obra: Ipandro Acaico o Monseñor Montes de Oca y Obregón, Arzobispo de Cesarea del Ponto, Obispo de San Luis Potosí. Homenaje a su memoria “por el Dr. y Maestro Pbro., graduado en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, Sr. D. José Franco Ponce” (Agencia Eclesiástica Mexicana, México 1921, Imprenta del Asilo Patricio Sanz, Tlalpan, XVI+278 páginas).

1922 «Por su labor serena y plausible, que resulta exótica en nuestro medio, debido a las amplias perspectivas que abarca, es merecedor el presbítero Franco Ponce de figurar entre los escritores de significación, pues aún producirá obras de importancia, según lo prometen su juventud y su cultura.» (“Escritores Mexicanos Contemporáneos. Pbro. Don José Franco Ponce”, Biblos. Boletín Semanal de Información Bibliográfica publicado por la Biblioteca Nacional, México, 8 de julio de 1922, número 181, págs. 105-106.)

Es bien sabido que en los años trascendentales de reorganización de la iglesia católica mexicana, entre las persecuciones revolucionarias previas a la anticatólica Constitución de 1917 y la Guerra Cristera de 1926 a 1929, inducida por la imprudencia de Plutarco Elías Calles, los presbíteros mexicanos más selectos y mejor formados, pues sus obispos habían decidido y podido enviarles a Roma, al Pontificio Colegio Pío Latino Americano, tuvieron que asumir importantes responsabilidades (que historiadores hodiernos, como María Gabriela Aguirre Cristiani, han calificado, con no poco desajuste, como “el asalto de los ‘píolatinos’ al episcopado nacional, 1920-1924”…). José Franco Ponce formaba en ese grupo selecto, como lo prueba que, sin tener aún cuarenta años, ya mereciera entrada propia en la enciclopedia Espasa:

1924 «José Franco Ponce. Bio. Escritor mejicano, nacido en Manuel Doblado en 1887. En la misma población hizo sus primeros estudios y al concluirlos ingresó en el Seminario Conciliar de León, donde cursó humanidades. En 1906 obtuvo una beca en el Pontificio Colegio Pío Latino Americano, de Roma, estudiando en la Universidad Gregoriana de esta ciudad, filosofía, ciencias naturales, teología y Derecho canónico y recibiendo las órdenes sagradas en 1912. De retorno a Méjico, fijó su residencia en la capital, donde fundó la Revista Eclesiástica. Ha publicado numerosos trabajos originales apologéticos, filosóficos, históricos, literarios y de controversia sobre asuntos relacionados con el dogma. Aparte su labor periodística, ha escrito varias obras, siendo dignas de citarse las siguientes: Ipandro Acaico o Monseñor Montes de Oca y Obregón, arzobispo de Cesarea del Ponto, obispo de San Luis del Potosí; Homilías sobre los Evangelios de todas las Dominicas (1921), y Benedicto XV, Pontífice de la Paz y Benemérito de la Humanidad (1922).» (Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo-Americana, Espasa, Barcelona 1924, tomo 24, pág. 1095.)

Aparte de Benedicto XV, Pontífice de la Paz y Benemérito de la Humanidad (por “Dr. Pbro. M. José Franco Ponce”, Agencia Eclesiástica Mexicana, México 1922, 334+11 págs.), sus Homilías sobre los evangelios de todas las Dominicas (1921) permanecen vivas en el mercado (por ejemplo, figuran anunciadas como novedad, en España, por la Librería Chirivella de Valencia: Diario de Valencia, 17 junio 1924).

En 1926 el “Sr. Pbro. Dr. D. José Franco Ponce” firma el Prólogo al libro de su amigo el presbítero José Cantú Corro, La esclavitud en el Mundo y en Méjico (estudio sobre) (Escuela Tipográfica Salesiana, México 1926, 324 páginas), edición que va enriquecida con una Carta firmada por un soldado de la Compañía de Jesús, el R. P. D. Mariano Cuevas S. J.

¿Algún rastro de realidad autobiográfica en esto que incorpora el “Comendador Dr. José Franco Ponce” a su heterodoxo libro de 1934?:

«13 de marzo de 1932.

Por la noche traté de comunicarme, y pedí que viniese un espíritu superior. La mesita marcó entonces:

—Aquí estoy.

—¿Quién es usted? –pregunté.

—Un espíritu superior.

—Hágame el favor de decírmelo en latín.

Spiritus superior sum ego.

—¿Cómo lo diría en italiano?

Sono spiritu superiore. ¿Está usted convencido? –añadió. […]

—Está bien. Escribiré otra carta. Le ruego que no se vaya; quiero consultarle acerca de un cheque original y varios duplicados, que me fueron enviados a París durante los años de 1927, 1928, 1929 y 1930, sobre los cuales tengo fundadas dudas de no haberlos cobrado. Bien pudo ser que durante mis viajes se haya extraviado alguna carta… Me hace dudar, sobre todo, el hallazgo entre mis papeles de un cheque original…

—Yo puedo decirle si han sido o no pagados en París –me contestó inmediatamente.

—Se lo agradeceré, porque esos miles de francos me vendrían muy bien ahora.

—Pregunte usted lo que guste.

—No perdamos el tiempo. Dígame con sinceridad –le dije–: ¿puede usted ver en los libros de los Bancos y decirme si los cheques a que me refiero han sido pagados?

—¡Vaya si puedo!… ¡Qué preguntas!

Tomé entonces los cheques, los extendí sobre mi escritorio y empece por el original:

—Se trata –le dije– del cheque número… Dígame usted el número, ya que lo ve.

Me contestó en el acto:

—El número es 543.181.

—Efectivamente éste era el número.

Debo advertir que yo estaba viendo el número mientras el espíritu me lo dictaba.

—Dígame la fecha –añadí.

—24 de diciembre de 1927. Y su valor es de francos 2.607,75.

—Efectivamente. Dígame en francés sobre qué Banco, tal como está escrito.

Sur la Banque Française et Italienne. París.

—Muy bien. ¿Está pagado?

—No. Puede usted cobrarlo.

—El cheque duplicado, número 101.765, sobre la Banque de Paris et des Pays Bas, del 17 de octubre de 1928, ¿fué cobrado por mí?

—Sí.

—¿Cómo lo sabe usted?

—Porque lo veo sellado en el Banco (sic!).

Vi un cheque duplicado, del mes de agosto. Recordé que en ese mes andaba yo por Suiza y que lo había cobrado, no en París, sino en una de las capitales de aquella nación. Me parecía que había sido en Ginebra. Pregunté:

—Este cheque, núm. 1.014.002, ¿en dónde lo cobré?

—En Zurich.

—Efectivamente, en ese instante recordé que lo había cobrado, no en Ginebra, sino en Zurich.

Había otro duplicado del 21 de marzo de 1929, sobre el Banco de Baruch y Cía., París. Vínome a las mientes la circunstancia de que en ese entonces estaba yo enfermo, sin poder salir, y que, por consiguiente, era probable que no lo hubiese cobrado. Pregunté:

—El cheque marcado con el número 573.733, ¿fue cobrado?

—Ese cheque está pagado. Recuerde que usted estaba enfermo y que lo hizo cobrar por conducto de su apoderado.

—¿Mi apoderado? Yo no tenía apoderado en París. Sería por alguna persona de mi amistad.

—Por su apoderado para ese acto, el Sr. Garcin.

En efecto, el Sr. Garcin, que era una de las personas que más me visitaban en esos días, fue quien me hizo el favor de cobrar el cheque.

Nunca podrá el lector, por la simple lectura de lo que precede, comprender la impresión de sorpresa y de maravilla que experimenta uno al estar recibiendo estos mensajes que parecen venidos de otros mundos.»

(José Franco Ponce, Los misterios de las mesas parlantes…, págs. 59-63.)

¿Estuvo el presbítero José Franco Ponce por Francia y Suiza entre 1927 y 1930, quiza en funciones de “Comendador” de algo o de alguien, recibiendo recursos a través del Banque française et italienne pour l'Amérique du Sud, del Banque de Paris et des Pays-Bas o del “Banco de Baruch y Cía., París” [el banco Baruch Brothers de Nueva York se había establecido en México ya en 1904…]? ¿Son tan falsas esas referencias como las precisas transcripciones de sus delirantes conversaciones con Spiritus superior sum ego?

Fuera lo que fuere, algo raro tuvo que suceder para que el prometedor presbítero piolatino, entrados los años treinta y ya cuarentón, reaparezca por París publicando La princesa Selene (cuento de hadas) y por la agitada España republicana mandando imprimir en Madrid, “toda ella escrita por medio del ‘soligrafón’”, El deseo de una princesa y otros cuentos en verso (Victoriano Suárez, Madrid 1934, 83 páginas), y al poco, en la misma editorial, Los misterios de las mesas parlantes y del soligrafón

cubierta del libro

Comendador Dr. José Franco Ponce

Los misterios de las mesas parlantes y del soligrafón
Sorprendentes experimentos. ¿Podemos comunicarnos con los seres de ultratumba? La mecanización del pensamiento

Librería General de Victoriano Suárez. Preciados, 48. Madrid. 256 páginas + 4 hojas + 6 láminas. 190×130 mm. Cubierta de Fernando Bolaños Cacho. “Precio: 5 pesetas. Printed in Spain

Es propiedad del autor. Reservados todos los derechos de reproducción total o parcial, traducción y adaptación para otros países. Copyright 1934, bi José Franco Ponce. Hiciéronse de esta obra en papel especial 15 ejemplares numerados del 1 al 15.

Del mismo autor
(Dirigir la correspondencia al Apartado postal 7.530, México, D. F.)

La princesa Selene (cuento de hadas)

Con veinte ilustraciones a colores del notable acuarelista F. Bolaños Cacho. Preciosa edición hecha en París. De venta en la Librería Garnier; 6, Rue des Saint-Pères, 6, París, y en las principales librerías de México.

El deseo de una princesa y otros cuentos en verso

Obra sensacional, la primera y única de esta índole. Toda ella ha sido escrita por medio del “soligrafón”, y por ende, no es debida al autor, sino a ciertas fuerzas ocultas, maravillosas, que dicen ser el “Espíritu Astron” y el “Espíritu Superior”. Contiene cuatro acuarelas, una para cada cuento, ejecutadas por el espíritu “Doscór”.

Esta obra es una confirmación estupenda de cuanto se asienta en el presente volumen y está llamada a causa verdadero revuelo en el terreno del ocultismo. No deje usted de leerla.

(José Franco Ponce, Los misterios…, Madrid 1934, página [vii].)


Índice

Capítulo I. ¿Podemos comunicarnos con los seres inteligentes de ultratumba? ¿Pueden realmente los espíritus y las almas de los muertos acudir a nuestro llamado?, 7

Capítulo II. Espíritus y espiritistas, 11

Capítulo III. Fenómenos espiritas de que no me ocupo ex profeso en esta obra, 15

Capítulo IV. Cuáles son los fenómenos que constituyen el objeto de esta obra, 27

Capítulo V. Primeros experimentos, 37

Capítulo VI. El secuestro del niño Lindbergh. Curiosísimos datos sobre su desaparición. Un espíritu que asegura leer a distancia en los libros de los Bancos de cualquier capital europea, 55

Capítulo VII. Un experimento verdaderamente portentoso: un Espíritu me dicta una carta en francés, en menos de cinco minutos. ¿Está Pierre Loti? No debe uno desanimarse si obtiene comunicaciones imperfectas. Cómo pueden ahuyentarse los Espíritus Inferiores, 65

Capítulo VIII. Napoleón Bonaparte: lo que nos dice sobre las grandezas de la tierra, la gloria del mundo, la música, el amor y la mujer. La política de los Gobiernos según Napoleón. El poder es un néctar, 73

Capítulo IX. Napoleón me cuenta ciertas intimidades: ¿El Rey de Roma no era su hijo? María Luisa no amaba a Napoleón. Una anécdota de la Emperatriz María Teresa. Cómo juzgaba Napoleón al Emperador de Austria. Una curiosa anécdota de Napoleón y su hermano el Príncipe Luis. Napoleón no desea volver a la tierra, 81

Capítulo X. El filósofo Diógenes. Una anécdota. Alejandro el Grande y Diógenes. Diógenes ridiculiza la definición que del hombre dio Platón. Cómo define Diógenes al hombre, 87

Capítulo XI. Madame Recamier me describe una de sus fiestas en su palacio de ultratumba. Una anécdota con Napoleón y el Rey de Prusia. Cómo se materializan los espíritus. Cómo ve mi alma el Espíritu Superior. Cómo son las ideas. En qué parte del cuerpo reside el alma, 93

Capítulo XII. Rubén Darío canta a Margarita. Interrupción de un Espíritu festivo. Dos bellos poemas del Espíritu Superior: “La vida” y “Música clásica”, 99

Capítulo XIII. La ejecución de la familia imperial de Rusia. El espíritu del Zar Nicolás II me refiere los detalles horripilantes de sus últimos momentos, 105

Capítulo XIV. El Espíritu del filósofo Sócrates expone su teoría acerca de la inmortalidad del alma humana. Sócrates abominaba del politeísmo. Se inclinaba a la existencia de un solo Dios. Interesantísimos detalles de la forma en que fue juzgado y condenado como enemigo de los Dioses. Cuál es la Divinidad única, según el genial filósofo, 111

Capítulo XV. Los Espíritus me abandonan. Curiosos experimentos. Amenaza del Espíritu Inferior. El porqué de su constante intromisión. Ruptura de relaciones con el Espíritu Inferior. Una noticia desagradable, 119

Capítulo XVI. Vuelven los espíritus a comunicarse. Tropo me dicta tres nuevas fábulas: “El león y la rata”, “La espuma y la mar”, “El cocodrilo y la rana”, 127

Capítulo XVII. El Espíritu Inferior me anuncia su partida. El Espíritu Superior promete dictarme hermosos cuentos en verso, siempre que yo descubra un medio más práctico para recibir sus comunicaciones. Interesantes datos del Espíritu Inferior sobre su vida en la tierra. Se despide y me promete no molestarme más, 131

Capítulo XVIII. De cómo descubrí un aparato, el “Soligrafón”, para comunicarme con los Espíritus. Sus maravillosas ventajas sobre la mesa parlante. Primeras comunicaciones. El Espíritu Superior hace un elogio del “Soligrafón”. Descripción de este sencillo aparato, 137

Capítulo XIX. Mundos habitados. Sus notables inventos, 143

Capítulo XX. Estupenda charla filosófica con Platón y Aristóteles, 157

Capítulo XXI. La Emperatriz Carlota, 177

Capítulo XXII. El Espíritu Superior me escribe un hermoso y sencillo cuento en verso, 189

Capítulo XXIII. El Espíritu de un vidente francés me explica cómo se efectúan los curiosos fenómenos de la transmisión del pensamiento y la adivinación. Casos concretos. El Espíritu Superior me da una sorprendente explicación de los fenómenos telepáticos. El caso de un vidente de Londres que fue consultado por uno de mis antiguos discípulos, 197

Capítulo XXIV. El fabulista Pedro me escribe una interesantísima fábula en versos latinos. El Espíritu Superior la traduce en versos castellanos. Horacio y Virgilio, 207

Capítulo XXV. De cómo puede uno llegar a obtener bellas composiciones literarias. Índice de algunas otras interesantísimas comunicaciones que no me es posible publicar en esta obra. Un cuento, “La Bruja Alacamara”, que por sí solo constituye un volumen en verso. El Espíritu Superior me pide haga hacer una mesa parlante según el modelo que él mismo me dibuja por medio del “soligrafón”, 219

Capítulo XXVI. Dos interesantes poesías escritas en francés por un espíritu. Por qué los Espíritus no adivinan los números de las loterías. De cómo pueden los Espíritus vaticinar el futuro. Su opinión acerca de los profetas y los videntes, 225

Capítulo XXVII. La mecanización del pensamiento. Las comunicaciones espiritistas en idiomas que no conoce a fondo el experimentador. De si pueden obtenerse en idiomas desconocidos del operador. Aplicación de mi aparato al dibujo y a la música. “Prometidos”, notable dibujo del Espíritu Superior. “La consulta” y “Escribiendo con el soligrafón”. Ilustraciones del Espíritu “Doscor”. Una ilustración a colores, 231

Capítulo XXVIII. ¿Cuál será, pues, la causa de estos sorprendentes fenómenos psíquicos? ¿Será el subconsciente? ¿Será una misteriosa transmisión de subconsciente a subconsciente? ¿Será una mera autosugestión? Razones por las cuales no puede admitirse ninguna de estas hipótesis, 243

(José Franco Ponce, Los misterios…, Madrid 1934, páginas iii-v.)


I

¿Podemos comunicarnos con los seres inteligentes de ultratumba? ¿Pueden realmente los espíritus y las almas de los muertos acudir a nuestro llamado?

Después de cerca de un año de continuos experimentos, que he efectuado personalmente, estoy en condiciones de afirmar que podemos comunicarnos con seres inteligentes de otros mundos, sin necesidad de valerse de mediums y con sólo servirse de un aparato de mi invención, en extremo sencillo, que puede estar al alcance de todos.

¿Quiénes son esos seres inteligentes que pueden acudir al conjuro de nuestra evocación? Veremos que no son de este mundo, y que no pueden confundirse con el “yo pensante” que ejecuta el experimento.

¿Cúya es esa inteligencia que responde a mi llamado, que contesta, habla y dialoga cual si fuese una entidad inteligente completamente diversa de mi yo consciente y de cualquiera otro ser intelectual terreno?

No puede ser mi subconsciente, como veremos más adelante. ¿Serán acaso fuerzas pensantes, desconocidas, misteriosas, que pueden ser recibidas y transformadas en ideas y conceptos mediante la sensibilidad de ciertos individuos? O ¿habrá que decir que yo he inventado la forma de despertar esa sensibilidad en cualquier experimentador mediante el aparato que describiré más tarde? ¿Cuál será la causa de este maravilloso fenómeno, que todos pueden llegar a verificar por sí propios, no en estado de trance, sino en el pleno uso de sus facultades, siguiendo las instrucciones que doy en esta obra?

He aquí un fenómeno digno de nuestra mayor atención y de ser estudiado concienzudamente por los sabios expertos en materia de ocultismo.

Paréceme ver sonreír al lector con cierto gesto de incredulidad. Ruégole suspenda cualquier juicio desfavorable acerca de lo que acabo de enunciar hasta que haya leído, meditado y digerido toda esta obra. Entonces, con pleno conocimiento de las experiencias en que fundamento mis aserciones, podrá emitir su juicio, que, de ser justo y acertado, escucharé con serenidad, seguro de haber contribuido al adelanto de las ciencias ocultas en una forma hasta hoy desconocida.

Si lo dicho parece increíble, ¿qué dirá el lector si llevo mis conclusiones aún más allá, asentado que mediante mi aparato podrá el experimentador obtener composiciones poéticas sin ser poeta; escribir novelas sin ser un novelista; forjar cuentos sin ser cuentista, y cultivar otros géneros literarios sin gran esfuerzo de su parte? Pues todo esto, y quizá mucho más, puede uno llegar a conseguir mediante las comunicaciones de que voy a ocuparme en el presente volumen.

¿Exagero o engaño? No existe la menor exageración en mis afirmaciones. Acaso me haya quedado corto. Ni hay el menor dolo de mi parte; que tal proceder no se compaginaría con mi carácter de sacerdote y mi calidad de caballero.

Puede el lector estar seguro de mi sinceridad en cuanto la presente obra encierra, que he escrito procediendo con el mayor escrúpulo en la transcripción de las comunicaciones obtenidas, y guiado no sólo por el deseo de ahondar en lo desconocido, pero, principalmente, por el anhelo de estudiar a fondo estos fenómenos, a los cuales nadie, hasta el presente, ha dedicado un estudio como el mío.

A mayor abundamiento, estoy en la mejor disposición de hacer las demostraciones del caso en presencia de las personas que lo deseen, siempre que procedan con seriedad y constancia.

(José Franco Ponce, Los misterios…, Madrid 1934, páginas 7-9.)


II

Espíritus y espiritistas

A la pregunta: ¿Pueden las almas de los muertos o los espíritus desencarnados acudir cuando los evocamos?, contestan los partidarios del espiritismo diciendo que es una verdad incontrovertible, fundada en hechos reales que los espíritus y las almas humanas de los que han muerto pueden comunicarse con los mortales. De ahí que se dé el nombre de espiritistas a los que sostienen esta doctrina.

Llámase espíritus no encarnados a las inteligencias o seres inteligentes que no tienen ni han tenido habitualmente un cuerpo material, aunque transitoriamente puedan materializarse para hacerse visibles a los ojos de los humanos. Desencarnados, son los espíritus o las almas que han vivido en un cuerpo mortal, como el nuestro, y que ahora se encuentran libres de sus ligaduras, como son las almas de los difuntos.

Los espiritistas afirman haber llegado a comunicarse con los espíritus gracias a los mediums, que son personas dotadas de ciertas facultades que los hacen susceptibles, en determinadas circunstancias, de recibir y transmitir los mensajes de los espíritus, sirviendo así de intermediarios entre ellos y los hombres.

Estas comunicaciones, obtenidas por mediums más o menos notables, las cuales para los espiritistas son tan evidentes como la luz del sol, no pasan de ser una hipótesis más o menos probable para muchos de los sabios que se dedican al estudio de dichos fenómenos, a causa de las dificultades con que han tropezado en todo tiempo para cerciorarse de la realidad de los mismos, debido a las mixtificaciones, engaños y fraudes a que han recurrido muchos de los más famosos mediums.

Otros, no pudiendo negar la realidad de algunos fenómenos obtenidos por mediums a quienes han podido controlar perfectamente y de cuya seriedad y buena fe les consta, tratan de aducir teorías más o menos fundadas en causas naturales, como, por ejemplo, la teoría del subconsciente, que en mi caso sería mi propio subconsciente; y, en general, si nos concretamos a los fenómenos que voy a estudiar, el subconsciente del experimentador. Esta teoría es sostenida también por autores católicos, que no ven en tales fenómenos sino o fraudes o algo que bien puede explicarse, según ellos, por esta hipótesis, la cual, a mi juicio, que fundo en las razones que a su debido tiempo aduciré, no puede considerarse ni siquiera como probable, ni menos explicar satisfactoriamente la verdadera causa de estos fenómenos.

El propósito que yo persigo no es llevar a mis lectores a través de este berenjenal de teorías o hipótesis, que sólo voy a tocar como de paso, pues son otros los fenómenos, y, por cierto, mucho menos complejos, que expondré a la consideración de los sabios amantes de las ciencias ocultas.

(José Franco Ponce, Los misterios…, Madrid 1934, páginas 11-12.)


XVIII

De cómo descubrí un aparato, el “soligrafón”, para comunicarme con los espíritus.

Sus maravillosas ventajas sobre la mesa parlante. – Primeras comunicaciones. – El espíritu superior hace un elogio del “soligrafon”. – Descripcion de este sencillo aparato

A partir de esta fecha propúseme estudiar en qué forma sería posible recibir las comunicaciones de los espíritus sin verme precisado a interrumpirles para escribir lo que me dictaban por medio de la mesita. Por más que ésta se moviese bajo mi mano con una velocidad casi vertiginosa, no dejaba de ser cansado y fastidioso, tanto para mí como para el espíritu presente, hablar por este medio, en que era necesario ir marcando las palabras letra por letra.

Empresa harto difícil era excogitar algún otro aparato para recibir más directamente estas comunicaciones.

Después de mucho cavilar y de hacer algunas pruebas sin resultados positivos, vínome a la idea de adaptar un estilógrafo a un aparato de madera en forma de caja, de unos 18 centímetros de largo, por 10 de ancho y ocho de altura, que hice hacer ad hoc. El estilógrafo entra por un orificio situado en la parte superior delantera y sobresale por la parte inferior como unos tres centímetros.

Cuando tuve la pieza de madera en mi estudio hice la primera prueba. Coloqué el estilógrafo en el trozo de madera y lo ajusté perfectamente. Puse este aparato sobre una hoja de papel, tomándolo con la mano derecha, como se ve en el grabado (Véase el capítulo XXVI), de suerte que la punta del estilógrafo quedase apoyada ligeramente sobre el papel; y, ¡cosa extraña!, la pieza de madera empezó a moverse bajo mi mano y el estilógrafo a trazar figuras y signos diversos, pero no letras.

Mi alegría fue inmensa. Había descubierto el principio fundamental del aparato que yo deseaba. Continué estudiándolo cuidadosamente. En vez de un simple trozo de madera pulida y barnizada, hice hacer una cajita de fina madera de las mismas dimensiones y le apliqué el estilógrafo. El resultado fue más satisfactorio. El aparato empezó a dibujar letras y palabras, y me fue posible recibir la primera comunicación por este medio. Si bien es cierto que la letra era insegura y difícil de leer.

He aquí el tenor de esta primera comunicación, escrita por el mismo espíritu:

“–Soy el espíritu superior. Por fin logró usted inventar el aparato que yo esperaba con impaciencia; pero todavía le falta mucho. Siga estudiando y llegará a perfeccionarlo de tal manera que podamos nosotros, los espíritus, comunicarnos fácil y directamente, dejando consignadas en el papel nuestras ideas.”

Este mensaje llenóme de esperanzas; y, aunque escrito con extrema lentitud, me hacía comprender que había conseguido dar un paso más en esta misteriosa ciencia del Ocultismo; pues de esta guisa sería posible, sin necesidad de ponerse en estado de trance, comunicarse directamente con los espíritus, y sin ser ya preciso recibir sus comunicaciones letra por letra.

Olvidábame decir que este aparato se mueve a impulso de una fuerza desconocida; es decir, no soy yo quien lo mueve; siento que escribe obedeciendo a una fuerza misteriosa que no es mi voluntad, mi Yo personal. Cuando uno escribe una carta o cualquiera otra cosa, siente claramente que es uno mismo el que mueve el lápiz o la pluma fuente. Aquí no. Uno percibe, siente que un ser extraño impulsa la mano juntamente con el aparato para que escriba, no lo que uno piensa, sino lo que quiere ese ser misterioso y diverso del Yo consciente o subconsciente, como lo demostraré al final de esta obra.

Proseguí perfeccionando mi aparato. Y, por fin, después de un mes de incesantes pruebas, el 29 de enero de 1933, logré la realización de mi deseo, dando a mi invento una disposición tal que permitió a los espíritus escribir directamente, con una rapidez que yo no había ni siquiera imaginado, y con una claridad sorprendente.

El aparato es el mismo en el fondo. No se diferencia del ya descrito sino en ciertos detalles, que no pueden considerarse como indispensables para obtener las comunicaciones de los espíritus, sino sólo como necesarios para que se efectúen con mayor facilidad y rapidez.

Es tan del agrado de los espíritus este nuevo procedimiento, que se disputan la ventura de comunicarse por este medio, y muchas veces son ellos los que piden se les conceda el honor de escribir mediante este sencillo aparato, manifestando que jamás habían llegado a comunicarse con los mortales en esta forma tan sorprendente, cuyo descubrimiento les ha llenado de alegría y de admiración.

No espere el lector que le descubra los detalles de mi aparato, que por ahora deseo guardar en secreto; si bien más tarde habrán de ser plenamente conocidos, cuando lo ponga a la venta. Ellos, como dejo asentado, no son esenciales para la obtención de los referidos fenómenos. Por ende, puede el lector hacer por sí propio la prueba y convencerse de la eficacia de este nuevo procedimiento.

Bauticé mi aparato con el nombre de “soligrafón” (1. Del latín “solus” –solo– y del griego “grafón” –que escribe, participio activo de “grafein”–) (que escribe por sí solo), porque no es la mano que lo maneja la que escribe, sino él solo, como movido por una fuerza misteriosa que se manifiesta del todo diversa del Yo pensante; y, por ende, en apariencia, el “soligrafón” escribe por sí solo.

Pensé en un principio describir en esta obra mi aparato con todos sus secretos, que hacen de él el instrumento ideal para comunicarse con los espíritus; pero en estos tiempos en que sin el menor escrúpulo se aprovechan los extraños de las ideas de los demás, pensé que sería más justo que yo mismo explotase mi invención, y así lo haré. Ya he patentado mi aparato en forma que nadie, ni en México ni en el extranjero, pueda aprovecharse de él construyendo aparatos similares. Me basta con que sean usados para esta clase de comunicaciones para exigirles responsabilidades judicialmente.

Mi procedimiento parecerá egoísta; mas no puedo remediarlo, dadas las condiciones actuales de los que nos rodean.

Por lo demás, si alguno duda de la efectividad de mi “soligrafón”, que venga a mi estudio (1. Calle de Niza, 69. México, D. F. Apartado postal 7530. México, D. F.), y yo haré en su presencia las demostraciones que desee.

Otro sí: El mismo lector, si sigue minuciosamente los pasos que he descrito en esta obra, y si construye o hace hacer una cajita de madera en la forma expuesta y le adapta un lápiz, un estilógrafo o una pluma fuente, podrá obtener resultados muy satisfactorios que le dejarán plenamente convencido de la realidad de estos fenómenos y de sus causas extraterrenas.

(José Franco Ponce, Los misterios…, Madrid 1934, páginas 137-141.)


XIX

Mundos habitados. – Sus notables inventos

El Espíritu Superior escribe con el “soligrafón” sus impresiones del mundo en que mora y de otros que ha recorrido. – Cómo son sus ciudades. – Hombres alados. – Lo que vio en este planeta. – La fonotelevisión. – Aparato de radio maravilloso. – Hombres que no hablan. Cómo se comunican sus ideas. – Televisión. – Virtud casi creadora de los espíritus superiores. – De cómo pueden gozar y divertirse los espíritus. – Cómo son los espíritus y las almas humanas. – Aviones luminosos. – Un substituto de la luz eléctrica. – Cinematógrafos y teatros.

30 de enero de 1933

Siempre ha producido en mí grande curiosidad e interés la hipótesis de los sabios, y en particular de los astrónomos, sobre los mundos habitados. ¿Hay o no planetas u otros mundos poblados de seres inteligentes? He aquí una cuestión en extremo difícil de resolver por los medios de que disponen actualmente los hombres de ciencia, medios que no han sido suficientes para dar una respuesta categórica a esta cuestión. Se han forjado hipótesis más o menos probables, más o menos fantásticas, que no tienen, por cierto, la pretensión de resolver en forma definitiva la cuestión, pues que nadie ha llegado a comunicarse con esos habitantes, si es que los hay.

He aquí por qué he querido valerme de las ventajas que presenta mi “soligrafón” para investigar si los espíritus, que deben de conocer sus propias moradas, pueden por medio de este aparato escribir por sí mismos sus impresiones de lo que han visto en esos mundos o planetas para nosotros desconocidos e insospechados.

Por esta razón he preferido evocar desde luego al famoso Espíritu Superior, que tan benévolo se ha mostrado conmigo, para que me diga en forma de interviú algo de la ignota vida de esas regiones habitadas que ni siquiera imaginamos.

Así, pues, tomé con mi mano derecha el “soligrafón”, evoqué al Espíritu Superior y esperé su llegada. No fue sino después de unos dos minutos que empezó el “soligrafón” a moverse. Pregunté:

—¿Quién es el espíritu que está presente?

—Soy el Espíritu Superior –escribió.

—¿Puede usted exponerme sus impresiones acerca del mundo o planeta en que habita?

—Con el mayor gusto. Le agradezco –siguió escribiendo– me haya concedido el honor de ser el primer espíritu superior que usted invita a escribir por medio de este maravilloso aparato, que con razón ha llamado “soligrafón”, del latín “solus”, que significa “solo”, y del participio activo del verbo griego “gráfein”, “escribir”; pues, efectivamente, este aparato escribe por sí solo, en apariencia, ya que en realidad se mueve bajo nuestro influjo; pero la persona que le viese escribir, sabiendo, como usted lo sabe, que no es su mano la que mueve el aparato para escribir, sino una fuerza invisible, tendría necesariamente que decir que se mueve por sí mismo o que escribe por sí solo; y así el nombre no puede ser más apropiado.

“Por medio de este notable instrumento yo, por ejemplo, sin dificultad puedo dejar escritas en este cuaderno mis impresiones sin que usted abrigue el temor de poner algo de su cosecha (1. Lo único que he puesto de mi cosecha, así en estas como en las anteriores comunicaciones, ha sido la puntuación y uno que otro retoque literario; pero esto, a petición de los mismos espíritus, advirtiendo que estas pequeñas correcciones me han sido dictadas por ellos mismos), pues tanto usted como el lector podrán ver mi escritura en los originales de esta obra, que usted podrá mostrar a quien lo desee para que se convenza de que no es su Yo consciente o subconsciente el que esto escribe; ya demostrará usted a esos señores partidarios del subconsciente lo ridículo y absurdo de su opinión.

“Dejando aparte esta digresión, vuelvo a mi propósito. Me pregunta usted mis impresiones del mundo que habito y yo voy a complacerle.

“En primer lugar, no es un planeta, pues no recibe su vida del sol, ni es un satélite, sino un mundo aparte, mucho más grande que el mismo sol, y constituye el centro de otro sistema planetario que está más allá del alcance de los más poderosos telescopios de los actuales observatorios astronómicos.”

—¿Puede decirme el nombre de su mundo?

—Siento no poder decirle cómo se llama; me está vedado revelarlo. Lo llamaré “Cronos”, que significa “tiempo” en griego. Cronos es hermoso como no puede usted imaginarse; tiene montañas altísimas, volcanes apagados cubiertos de nieves perpetuas, y otros en actividad; mares inmensos; lagos, ríos, jardines verdaderamente ideales; selvas vírgenes, etcétera, &c.

—¿Quiere decirme cómo son sus habitantes? ¿Viven en ciudades?

—Sus habitantes son incorpóreos, es decir, son espíritus superiores que allí evolucionan hacia mayor perfección. Tienen también bellas ciudades con edificios estupendos y todo el confort de las grandes capitales, y aún mayor, porque son inteligencias muy superiores a las de los hombres. Sus ciudades tienen magníficos y muy suntuosos edificios, de una altura fantástica, como esos rascacielos de Nueva York, que son la admiración de todas las naciones de la tierra. Los nuestros son muy elevados, y debo decirle que la idea de esos altísimos edificios es nuestra, aunque parezca imposible; pues muchos de los inventos de la tierra son ya viejos sistemas de nuestros mundos: nuestras ideas, que son ondas que se propagan a través del espacio interplanetario, pueden llegar a ser percibidas por determinados cerebros humanos, que son sensibles a su percepción y que, al recibirlas, creen que ellos las han inventado, cuando en realidad no es así, siendo que los verdaderos inventores somos nosotros. Así se escribe la historia, amigo mío; pero desde ahora sabrán los hombres esta verdad, que es tan clara como la luz del sol (cuando está visible, se supone).

—Bien, ¿y qué me dice usted de los maravillosos inventos que hay por esos mundos?

—En cuanto a los inventos de este mundo en que moro... Creo que será mejor que yo le hable de lo que he visto en otros planetas y mundos que tienen habitantes dotados de un cuerpo más o menos como el de vosotros, es decir, de carne y hueso, aunque adaptado perfectamente a las condiciones de cada región astral, no siendo necesario que su organismo sea exactamente de la misma estructura que el humano; y así pueden vivir hasta en planetas que carecen de atmósfera.

“Durante mis pasadas evoluciones en esos mundos vi cosas notables: hay un planeta, no conocida por los astrónomos, en que sus habitantes tienen cuerpos de carne y hueso como los hombres, solo que poseen, además de los pies, unas largas alas de hermosas plumas blancas, de las cuales hacen uso para recorrer grandes distancias a una velocidad de unos cuatrocientos kilómetros por hora. De los pies usan para andar en la ciudad, excepto cuando deben ir a sitios lejanos; entonces emplean sus alas. Es de verse el espectáculo de las grandes avenidas surcadas de aves humanas que revolotean por los aires en diversas direcciones, mientras debajo pasean tranquilamente los habitantes, haciendo compras o arreglando sus asuntos.

“Vi una cosa curiosísima: la persecución de unos ladrones en los aires. La Policía, viendo que los ladrones habían emprendido la fuga por el espacio, levantó también el vuelo; pero los ladrones dispararon sus ametralladoras portátiles (no más grandes que un revólver de diez centímetros de largo), y varios de los policías cayeron mortalmente heridos; pero al final uno de los ladrones pudo ser capturado, gracias al ingenioso invento de la Policía, consistente en una especie de red casi invisible, que es arrojada en la forma siguiente: la red es finísima y de un material color de cielo, de suerte que, a pocos metros de distancia, ya no se distingue. Pues bien, en un momento dado un policía le da una extremidad de la red a su compañero, y toda la maniobra consiste en hacer que el perseguido, acosado por los disparos y por el temor de caer herido desde la altura, se sitúe dentro de la red, que él no ve. Cuando está dentro, los policías se van acercando, y de esta suerte queda prisionero el fugitivo.

“Debo advertir que tanto la Policía como los ladrones llevaban paracaídas portátiles o de bolsillo, prendidos a la cintura; y son generalmente dos, uno a la derecha y otro a la izquierda. Se aprieta un botón y automáticamente se abren y pueden caer desde cualquier altura sin peligro. Pero sucede a veces que no tienen tiempo de apretar el botón o que el mecanismo se descompone, y entonces caen y se estrellan. Esto fue precisamente lo que sucedió a uno de los policías, que, al sentirse herido, oprimió el botón, pero no logró desplegar el paracaídas, y el pobre se estrelló.

—¿Tienen algún otro invento maravilloso?

—Ya lo creo. Hay un medio de estar a la vez en dos sitios diferentes, aunque se hallen a distancias enormes. Supongamos que un habitante de ese planeta que vive en la capital quiere ver y hablar a una persona que está en otra población lejana, supongamos a dos mil kilómetros; no hace más que oprimir el botón de un pequeño aparato, señalar ciertos signos convencionales y al instante se ve sobre una pantalla la casa del amigo llamado; luego el gabinete, despacho, salón o sitio donde se halla el aparato correspondiente; se ve llegar a la persona y se oye su voz. Con la circunstancia de que la persona llamada está viendo, a su vez, delante de otra pantalla a su interlocutor. Las imágenes reproducen el color exacto de las personas y de las cosas, y la voz se escucha clarísimamente. La ilusión de tener delante de sí a los que uno llama es completa. Pueden ambos sentarse, si quieren, y conversar el tiempo que deseen.

“Ya verá usted que es algo así como la televisión, que entre vosotros está aún en ciernes. Más propiamente podría llamarse el invento descrito fonotelevisión.

“En otro planeta, cuyo nombre callo, porque no podemos revelarlo, vi un aparato de radio sorprendente: es una pequeña caja de madera que contiene en su interior una especie de carrete de finísimo hilo metálico, uno de cuyos extremos está conectado con una piedra fosforescente que al recibir las ondas sonoras las transforma en sonido. No se trata de la llamada “galena”, ni de los bulbos de las radios de la tierra. Además hay cerca del aparato una pantalla donde aparecen al mismo tiempo las imágenes en colores de los artistas que transmiten. Esto se logra por medio de otro mecanismo un tanto más complicado, que no puedo describir.

“Debo hacer notar que las imágenes, tanto en el caso anterior como en éste, aparecen con sus tres dimensiones de altura, profundidad y anchura, cosa que entre los habitantes de la tierra se ha llegado ya a vislumbrar y que quizá perfeccionen dentro de poco tiempo.”

31 de enero de 1933

—¿Y cómo son los habitantes de ese mundo?

—Son como los hombres, sólo que no hablan.

—¿Cómo puede ser eso? ¿Acaso son mudos?

—No son mudos. Lo que pasa es que no necesitan hablar. Voy a explicarme: son más perfectos que los habitantes de que hablé anteriormente, y se comunican entre sí sin necesidad de articular las palabras; les basta pensar, y su pensamiento se transmite en forma de ondas a la persona que desean, y solamente a ella. Esto es ya natural en ellas, y lo que para vosotros es algo así como inaudito y absurdo quizá, no lo es para ellos. De donde se infiere que la boca no les sirve para hablar, sino únicamente para comer.

—Dígame usted: ¿tienen también fonotelevisión?

Intencionadamente hice esta pregunta, para saber cómo se comunican a distancia estos habitantes.

El espíritu escribió:

—No. El aparato no es precisamente de fonotelevisión, sino en parte, porque la voz no se emite, y por consiguiente, no se escucha; y así no conocen el canto sino de oídas, porque en las radios que poseen reciben transmisiones de cantantes y los ven emitir su voz en la pantalla; pero ellos no pueden cantar, como es natural.

“El aparato de televisión es más o menos como el anteriormente descrito: aparecen las imágenes con sus colores naturales y sus tres dimensiones; se oyen los sonidos de la música y se ven los movimientos de las personas; pero las ideas se transmiten en forma de ondas, como dije, y éstas son recibidas en el aparato y amplificadas, lo que permite que se perciban con mayor claridad y lucidez por las personas que están frente al receptor.

—Y estos habitantes, ¿tienen también alas?

—Tienen alas como los ya mencionados, sólo que son más largas; casi les llegan a los pies. Las pueden plegar como las aves; y así, no se ven mal. Los varones son altos, bien formados, y las hembras son bellísimas, con unas líneas estupendas. Viven con lujo las clases más altas. También por acá hay diferencia de clases, y son siempre las bajas las que llevan la peor parte; pero esto fue, es y será siempre, porque de otra suerte no habría quien desempeñase las tareas más ingratas, que son necesarias en mundos como el que describo. A diferencia de otros como el mío, en que basta desear las cosas para tenerlas. Olvidé decirle que en mi mundo, cada cual tiene lo que desea con sólo un acto de su voluntad; y así esos grandes y suntuosos edificios que se ven en las hermosas ciudades donde moramos son transitorios; porque yo, por ejemplo, puedo desear ahora un palacio estupendo, y al instante ese palacio surge como por encanto; mañana necesito un edificio más pequeño, para llevar una vida más tranquila, o se me antoja un palacio más lujoso, con determinadas variantes, y al punto aparece tal como yo me lo he forjado. Del mismo modo desaparecen con sólo desearlo.

—¿Cómo pueden los espíritus como usted gozar y divertirse, si son espíritus no materializados, si no son sino algo impalpable?

—Sí, dice usted bien; somos algo impalpable, algo invisible a su vista de mortal; pero nosotros sí podemos vernos cara a cara como somos y apreciar nuestra belleza. Somos bellos como no podrá jamás imaginarlo el hombre.

—¿Cómo es un espíritu?

—Como una niebla bellísima, de un color que varía según el grado de inteligencia de cada cual. No son precisamente nieblas, pero algo semejante. No encuentro otro símil para explicarle cómo veo a los espíritus.

—¿De qué dimensiones son los espíritus o esas nieblas?

—Son pequeñas nieblas que resplandecen con el brillo y los cambiantes de las piedras preciosas. Las hay de color zafiro, con un claror bellísimo que no es para descrito. Estos son los más inteligentes; los hay amarillentos, grises, verdes, rojos, azules, color topacio y, repito, de diversos colores según el grado de perfección de cada cual. El color escarlata está reservado a los espíritus superiores más perfectos. Así soy yo.

—Y las almas humanas, ¿son más o menos como los espíritus que acaba de describirme?

—Sí, son también como nieblas luminosas y brillantes, según su grado de inteligencia y de perfección. No dije antes perfección, porque ésta va en razón directa de la inteligencia y viceversa. La digresión ha sido larga, pero era necesaria. Me pregunta usted que cómo podemos gozar y divertirnos... Muy fácilmente: nosotros somos espíritus; pero con nuestras características del sexo a que pertenecemos. También entre nosotros hay matrimonios y uniones, así espirituales como carnales, pues el amor espiritual es sublime, algo que usted no podrá ahora comprender. El amor carnal existe entre nosotros, porque podemos materializarnos y hacer que nuestras compañeras sean tan bellas como nos es dable imaginarlas, y entonces vivimos una vida nueva para nosotros y podemos continuarla durante el tiempo que nos plazca.

2 de febrero de 1933

—¿Puede usted contarme alguna otra cosa interesante que haya visto?

—Sí. Vi en uno de los mundos que conozco algo muy notable en materia de aviones. Los hay de todos tamaños, desde los más pequeños, que son como balones con alas, cuyo diámetro no es mayor de un metro, naturalmente para una sola persona, hasta los más gigantescos para conducir mil o más personas a velocidades fantásticas. Lo más curioso es que de noche no necesitan luz eléctrica, pues las paredes del avión están barnizadas con una sustancia fosforescente que brilla con una luz delicada durante la noche, y además ilumina con reflectores, que tienen un baño de esa misma materia más concentrada, su ruta a través de los espacios interplanetarios que carecen de luz.

Igualmente los edificios tienen interior y exteriormente esa sustancia misteriosa que hace que de noche se vean iluminados en la forma que se desea, pues cada casa tiene, por decirlo así, una instalación especial según los gustos de sus moradores.

—¿Conocen el cinematógrafo por esos mundos?

—Ya lo creo. Los cines son salones magníficos y suntuosos. En el escenario hay una pantalla especial que en unión de un sencillo aparato hace que las ondas, al ser recibidas en ella, se transformen en imágenes y sonidos con sus colores naturales y las tres dimensiones; y así la obra representada en un teatro, por ejemplo, o en un estudio cinematográfico, es transmitida, y sus ondas son recibidas y transformadas por el sencillísimo aparato receptor, que está incluido en la pantalla, en imágenes perfectas y en sonido.

También hay películas que son exhibidas en un solo teatro o cine, y de allí, al mismo tiempo, son transmitidas a otros muchos cines, con el objeto de que los que no pueden pagar por ver la película en un cine de primera puedan verla, reproducida, en un salón de segundo o tercer orden, por un precio módico.

Y el Espíritu Superior despidióse después de darme nuevamente las gracias por haberle llamado.

(José Franco Ponce, Los misterios…, Madrid 1934, páginas 143-155.)


XXVIII

¿Cual será, pues, la causa de estos sorprendentes fenómenos psíquicos? – ¿Será el subconsciente? – ¿Será una misteriosa transmisión de subconsciente a subconsciente? – ¿Será una mera autosugestión? – Razones por las cuales no puede admitirse ninguna de estas hipótesis

Veamos si estos admirables fenómenos psíquicos, que forman la médula de esta obra, pueden o no atribuirse al subconsciente.

El subconsciente es, por definición, la misma mente del experimentador en cuanto no tiene conciencia de sus propios recuerdos. Hay en el fondo de nuestra alma, por decirlo así, un verdadero cúmulo de cosas sucedidas, de conocimientos diversos, de impresiones que aparentemente se han borrado de nuestra memoria y que en determinadas circunstancias despiertan, surgen y tornan a ser objeto de nuestra mente consciente. ¡Cuántas veces una palabra oída al acaso, la vista de una persona, una canción, etcétera, &c., traen a nuestra memoria recuerdos que creíamos ya muertos! Pues bien; sabemos de sobra que quien rememora tales cosas no es un ser extraño a nosotros, sino nuestra propia mente, nuestro “yo pensante”, que bajo determinadas circunstancias ve surgir el recuerdo de esas cosas que antaño fueran. Puestas estas premisas, digo que si mi propia mente fuese la que, bajo la sugestión de la mesita o del “soligrafón”, despertase ese cúmulo de ideas, de hechos y de conocimientos contenidos en las comunicaciones expuestas fielmente en esta obra, precisaría decir que la actividad de mi subconsciente sería mucho mayor que la de mi mente en pleno uso de sus facultades; es decir, en estado consciente; y habría que concederle gratuitamente, sin el menor fundamento, nada más porque sí, facultades maravillosas para hacer toda clase de composiciones literarias, ya en prosa, ya en verso, y aún para hablar en diversos idiomas, facultades que bien quisiera poseer en pleno estado de conciencia. Casi por obra de magia, despertaría ese mundo de recuerdos, y mi mente subconsciente adquiriría como por ensalmo la virtud no sólo de reflejar los recuerdos e impresiones ya olvidados, más también de darles vida y color, de hilvanarlos y coordinarlos sabiamente; de forjar relatos llenos de interés y de pergeñar con singular acierto verdaderas piezas literarias. Son estas facultades maravillosas, que sin fundamento alguno se suponen en el subconsciente, puesto que ni el yo consciente logra adquirirlas con la instrucción y el estudio las más de las veces.

Ahora bien; si mi mente subconsciente entrase en actividad y adquiriese esas facultades con sólo poner yo mi mano sobre la mesita o sobre mi “soligrafón”, y fuese por ende causa de los admirables fenómenos descritos, debería mi mente subconsciente, en los precisos momentos en que opera así, caer bajo el dominio de mi conciencia, de mi “yo pensante”, o, lo que es lo mismo, debería yo darme cuenta de que mi mente está recordando tal o cual cosa; de que ella está presentándome tales o cuales recuerdos de antaño; de que lo que está despertando en mi memoria es algo que yo presencié, que yo vi, leí, oí o supe en alguna forma. Como cuando en presencia de un amigo a quien hemos dejado de ver por muchos años acude de pronto a nuestra memoria (despierta en nuestro subconsciente) una multitud de recuerdos de nuestra niñez, de nuestra juventud; pero, y nótese bien, en este caso yo me doy cuenta de que en esos momentos soy “yo mismo” el que recuerda esos hechos, y puedo decir con toda propiedad: “Ahora me acuerdo que hace veinte años sucedió tal o cual cosa.” Es que mi subconsciente, rememorando hic et nunc esos hechos, cae bajo el dominio de mi conciencia. Lo mismo debería suceder respecto de los fenómenos de que me ocupo. Debería yo sentir, palpar, darme cuenta de que soy yo mismo el que estoy haciendo tal o cual poesía, tal o cual anécdota, &c., &c.; pero acaece todo lo contrario: mi conciencia, mi yo pensante y consciente, me dice que no soy yo el autor de esos fenómenos, sino un ser extraño inteligente, puesto que piensa, reflexiona, juzga, discute y razona como una inteligencia consciente y cultivada. Y repito que me doy cuenta cabal de que es así porque se trata, y esto téngase bien presente, de fenómenos que yo he obtenido no en estado de trance, en el cual se pierde la conciencia de los propios actos, sino en estado de plena vigilia, en pleno uso de mis facultades, pues que yo, al estar experimentando, hablo, hago observaciones, discuto y estoy tan despierto y tan dueño de mí mismo como antes del experimento; así es que no existe razón alguna para que los actos de mi subconsciente en actividad no caigan bajo el control de mi “yo consciente”.

* * *

Además, si estos fenómenos fuesen obra del subconsciente, tendríamos necesariamente que admitir en cada hombre una doble personalidad, o mejor dicho, dos personas completas, diversas y aún antagónicas. Tendríamos que admitir un doble “yo consciente”, porque hemos visto que esa oculta inteligencia, origen de tales fenómenos es tan consciente, está tan despierta como mi “yo pensante”, que conscientemente dirige el experimento. Y así, yo hablo y ella (esa inteligencia) me contesta; yo replico, y ella, cual consumado filósofo, expone sus razones, tratando de pulverizar mis argumentos en forma sorprendente. Y estas dos personalidades en un mismo individuo serían diversas, pues que mi conciencia me dice claramente que se trata de un ser inteligente completamente diverso de mi “yo pensante y consciente”, de un espíritu que acude a mi llamada, pero que no está sujeto a mi capricho; que tiene voluntad propia y que puede acceder a mis deseos u oponerse firmemente a ellos; que puede contestar a lo que le pregunto o negarse terminantemente a ello; que puede marcharse, accediendo a mis deseos, o quedarse, si le place, contra mi voluntad; que puede irse y dejar el sitio a otro espíritu o permanecer por tiempo indefinido, para impedir que otros espíritus se acerquen obedeciendo a mi llamada, aunque trate yo de ahuyentarle por la fuerza. Y estas dos personalidades tan bien definidas no sólo serían diversas, mas también antagónicas; es decir, de opuesto modo de ser, de pensar y de hablar, como se ha visto en las numerosas comunicaciones ya transcritas. Es decir, la personalidad de esa oculta inteligencia sería completa, ya que se manifiesta un ser inteligente, dotado de una voluntad irreductible, que expresa sus ideas con una personalidad muy propia, que se muestra a veces de un radicalismo à outrance, haciendo gala de su incredulidad y llegando hasta ridiculizar mis propias creencias.

Y lo más extraño sería que esta personalidad de facultades tan maravillosas sería completamente inútil en toda la Humanidad, que no se sirve de ella y que ni conoce su existencia siquiera, al menos en la forma que queda expuesta.

* * *

Además de esto, si todos estos fenómenos fuesen efecto de mi propio subconsciente, entonces mi yo consciente; yo, señor y dueño de mis actos y de mi ser, podría someter, podría obligar a hacer mi voluntad, podría subyugar a ese subconsciente; pues que es de suponerse superior el “yo consciente”, que gobierna mi ser, al “yo subconsciente”, ¿no? Ahora bien; es un hecho que si el espíritu evocado no quiere obedecer al “yo consciente”, así puede éste hasta amenazarle, que no le obedecerá y hará su regalada voluntad, como puede comprobarlo el lector en varios pasajes de esta obra.

* * *

Para salir de dudas, caro lector, preguntaremos a esa fuerza misteriosa, a esa misma inteligencia que mueve mi mano, que dirige mi aparato “soligrafón”, quién es, si es o no mi propio subconsciente. Para ello evocaré al Espíritu Superior. He aquí su respuesta:

—Es increíble que haya personas ilustradas que puedan afirmar semejante cosa. Las razones que da el autor son tan contundentes, que no encuentro yo argumentos más apodícticos. Sólo añadiré que yo, que escribo estas líneas, no soy el subconsciente del autor. Yo conozco al señor Franco Ponce, sé de dónde viene. Sé también quién soy yo. ¡Sólo faltaba que yo mismo no supiese quién soy, y que necesitase de un mequetrefe para saber que soy no yo, sino el subconsciente del señor Franco Ponce! ¡Mire usted que se necesita ser un adoquín! Luego añadió:

 Yo no puedo confundirme
con el alma del autor
de esta obra de ocultismo
que estás hojeando, lector.
Si el autor me da su venia,
voy a decirle quién es,
aunque tenga que tutearle
tan sólo por esta vez:
eres Franco, Franco Ponce
de los Ponces de León
que vienen de Portugal
por la rama de los Francos,
y también de las Españas
por los Ponces de León,
que fueron fieros guerreros
que lucharon por su patria
y que, cruzando los mares,
otros mundos descubrieron
con que renombre la dieron,
poniéndolos a sus plantas.(1)

(1) Estos datos genealógicos son rigurosamente exactos.)

Y así verá el lector que yo no soy el señor Franco Ponce; pues, de serlo, encantado lo confesaría. Hago constar que soy un espíritu superior que moro en las regiones siderales y que no tendría por qué engañar al lector, a quien creo lo suficientemente inteligente para comprender que hay en esta obra muchas cosas que el autor ignoraba o de las cuales no tenía ni siquiera idea; que esas poesías y esos cuentos exigen una inteligencia despierta, consciente, que sabe lo que hace, que se forja un fin y que hilvana las ideas de acuerdo con esa meta. Y si el autor, en sus cinco sentidos, es incapaz de hacer versos (al menos nunca se ha dedicado a ello), ¿cómo podría hacerlos su subconsciente? ¿Es razonable suponer mayor capacidad en el subconsciente que en la mente consciente? Intelligenti pauca. Al buen entendedor, pocas palabras.

Termino, lector amigo, protestando porque se pretende negarnos lo que es muy nuestro. Si nosotros somos los autores de estas comunicaciones, ¿por qué atribuirlas al subconsciente del autor? ¿Por qué querer negar la luz brillante del sol y aferrarse en sostener una teoría que ya ha pulverizado el señor Franco Ponce?

¿Has oído, benévolo lector, el categórico aserto del Espíritu Superior? Si él mismo afirma que su personalidad extraterrena es completamente diversa de la mía, habrá razón para seguir sosteniendo que esa inteligencia misteriosa es algo que se identifica con mi “yo integral”?

* * *

Pensando en la causa que pudiera aducirse para explicar estos maravillosos fenómenos, me ha ocurrido una nueva hipótesis, que no estará por demás examinar. Bien podría suceder que la inteligencia subconsciente de algún individuo, sea que se le suponga en México o en algún país lejano, fuese sensible a la evocación que yo hago de determinado espíritu, y que obedeciese al punto a mi llamada. Supongamos que aconteciese en estos fenómenos algo semejante a las transmisiones de la radio. Sólo que en nuestro caso no existirían aparatos transmisores ni receptores, sino que la transmisión se efectuaría directamente de esa mente subconsciente, en forma de ondas o radiaciones, a mi mente subconsciente, que sería sensible a ellas, y viceversa.

Pero esta hipótesis no es de admitirse en nuestro caso, porque descansaría sobre un fundamento carente de realidad. En primer término, habría que suponer un subconsciente desconocido que tendría la sorprendente virtud de componer (al arbitrio de una personalidad extraña, como sería mi yo consciente, cuyas órdenes obedecería), bellas piezas literarias, poesías en diferentes idiomas, y obras enteras en verso y cuanto yo quisiese, y todo sin que esa inteligencia ignota y misteriosa se diese cuenta de las maravillas que está obrando. Fuera de esto, habría que suponer en ese subconsciente transmisor-receptor y en el mío receptor-transmisor, poderes maravillosos, de cuya existencia no tenemos absolutamente la menor prueba; sería bordar en el vacío y querer explicar estos admirables fenómenos por medio de otros no menos estupendos, con la circunstancia de que no podríamos presentar la más mínima prueba de su existencia.

* * *

Brevemente analizaré otra teoría que pudiera ocurrírsele a alguno. Quizás haya quien crea que no se trata en mi caso sino de una autosugestión, palabra que constituye un recurso fácil para explicar fenómenos cuya verdadera causa se ignora. Pero sería muy infantil suponer que con sólo colocar mi mano sobre la mesita parlante o sobre mi “soligrafón”, yo mismo me sugestionase al instante en forma tal que me creyese un Napoleón, un Sócrates, un Platón o un Rubén Darío. Sería ridículo suponer que con sólo decir : “Ven, espíritu de Rubén Darío”, al punto mi espíritu, así sugestionado, hiciese bellos versos, compusiese hermosas fábulas y otras piezas literarias y hasta obras completas en verso. A más de que, en tal caso, el sugestionado no sería mi yo consciente, es decir, yo que en mis cinco sentidos estoy haciendo el experimento, toda vez que mi conciencia me dice que no soy yo mismo el que mueve la mesita o el aparato para escribir, sino una fuerza extraña, inteligente, que se dice un espíritu extraterreno; sino que el sugestionado sería mi subconsciente; él se apropiaría el papel de Napoleón, de Sócrates, de Rubén Darío... Y ya vimos que estos fenómenos no pueden atribuirse al subconsciente.

Es tan descabellada esta hipótesis, que no titubeo en invitar a sus partidarios a que hagan la prueba, a tratar por todos los medios de sugestionar a su propio subconsciente, poniendo sus manos sobre la mesita parlante o sobre mi “soligrafón” y evocando al mismo tiempo a Napoleón, a Platón o a algún otro espíritu. Yo puedo asegurar, sin miedo a equivocarme, que tendrán que esperar sentados, para no fatigarse, el fenómeno de autosugestión; que no lograrán jamás que se realice en la forma que se efectúa mediante mi procedimiento. Tan no se trata de un fenómeno de autosugestión, que yo mismo, al principio, me pasaba horas enteras evocando a los espíritus sin obtener, no ya que la mesita señalara una palabra, pero ni una letra siquiera, ni el más leve movimiento. La mesita permanecía inmóvil. Preciso fue valerme de la ayuda de otras dos personas. Es que la mediumnidad, como ya queda dicho, empieza a desarrollarse en uno, generalmente, con el concurso de la mediumnidad de otras personas, sobre todo si pertenecen al bello sexo.

A mayor abundamiento añadiré que siendo mi subconsciente mi misma alma, en cuanto no recuerda en acto muchas cosas que están en ella como dormidas, si no es una entidad diversa, diferente en realidad de mi “yo pensante”, malamente puede suponerse que se sugestione, que se crea, por ejemplo, Sócrates, sin que mi mente consciente se dé cuenta de ello. Ahora bien; mi yo consciente me asegura que no hay tal sugestión, que el espíritu que mueve mi mano, que mueve el aparato para escribir, es una entidad diversa de mi “yo pensante”, con tendencias opuestas a las mías, con conocimientos e ideas que yo jamás he tenido ni imaginado.

Además, muchas veces, como le consta al lector, he procurado comunicarme con determinado espíritu y no lo he logrado, por más esfuerzos que he hecho, porque se interpone otro espíritu que no me lo permite; luego no se trata de un fenómeno de sugestión, ya que, en tal caso, sería inexplicable la rebeldía de mi mente para sugestionarse.

Aún ahora que mis facultades medianímicas se hallan tan desarrolladas, para comunicarme con los espíritus que deseo, no siempre puedo hacerlo inmediatamente, porque llamo, por ejemplo, a Platón y acude en el acto el Espíritu Superior, y debo antes pedirle permiso con mucha insistencia para que acceda a que se acerque el espíritu evocado, y repetidas veces me niega su venia, lo cual no deja de contrariarme grandemente. Por donde verá el lector que no se trata de un fenómeno de autosugestión.

Para terminar, llamaré nuevamente al Espíritu Superior, a fin de que nos diga lo que opina a este respecto. Hélo aquí:

—No comprendo cómo usted trata de convencer a sus lectores de que estos fenómenos no son debidos a la autosugestión del que maneja la mesa parlante o su maravilloso aparato “soligrafón”, pues es tan evidente que no hay la menor sugestión en ello, que huelga toda disputa. ¿Cómo voy a conformarme con que se atribuya a autosugestión lo que yo u otros espíritus le hemos dictado o escrito? ¿Cómo hemos de renunciar a lo que es muy nuestro, a lo que es fruto de nuestro genio, de nuestra inteligencia?

Yo, en mi nombre y en el de mis compañeros, protesto contra ésta y otras hipótesis de gente poco escrupulosa que quiere cerrar sus ojos a la evidencia y que se obstina en no ver la luz del sol.

Hasta aquí el Espíritu Superior.

* * *

Concluyo poniendo a disposición de los estudiosos que lo deseen los originales de estos testimonios de los espíritus, escritos de su puño y letra mediante mi aparato. Asimismo estoy dispuesto, como lo prometí al principio, a hacer las demostraciones que se me pidan para comprobar la maravillosa eficiencia de mi “soligrafón”.

Por tanto, ¿podemos comunicarnos con los seres inteligentes de ultratumba? ¿Pueden realmente los espíritus o las almas descarnadas acudir a nuestro llamado?

Por lo expuesto, el lector podrá contestar a estas trascendentales preguntas.

Yo tengo para mí que, sea cual fuere la causa de estos fenómenos, el hecho de haber descubierto yo la forma de obtener la mecanización del pensamiento, en el sentido explicado, debe considerarse como un adelanto formidable en el terreno de las ciencias ocultas.

Todo esto es tan estupendo, tan fantástico, que apenas parece creíble; pero no por eso deja de ser una realidad tan evidente que no cabe dudar de ella.

El “soligrafón”, mediante el cual es dable conseguir tan sorprendentes fenómenos, equivale a un secretario inteligente y solícito que escucha atentamente las órdenes de su jefe para ejecutarlas al punto. Es también un consejero y un amigo con quien puede uno conversar, comentar acontecimientos, discutir, hablar en broma y en veras y, en una palabra, pasar agradablemente el rato.

* * *

Tales son los maravillosos fenómenos que pueden obtenerse por medio de las mesas parlantes y del “soligrafón”.

Réstame ahora hacer un cálido llamamiento a los sabios cultivadores de las ciencias ocultas, para que expongan con sinceridad y sin prejuicios su opinión, fundamentada, naturalmente en experimentos estudiados a fondo, acerca de este descubrimiento, que para mí descansa sobre la inquebrantable base de una realidad tangible.

FIN

(José Franco Ponce, Los misterios…, Madrid 1934, páginas 243-256.)

¿Intervino Carlos María Heredia S.J. (1872-1951), soldado de la Compañía de Jesús y autor de Los fraudes espiritistas y los fenómenos metapsíquicos (Imprenta Teresita, México 1931, XIV+392 págs.), en la condena del libro de José Franco Ponce, con el que polemizó antes de verse seducido en los años cuarenta, él mismo, se dice, por la ciencia espirita?

1936 «Acta SS. Congregationum. Suprema Sacra Congregatio S. Office. I Decretum. Damnatur liber cui titulus: “Los misterios de las mesas parlantes y del soligrafón”, auctore J. F. Ponce. Feria IV, die 22 Aprilis, 1936. In generali consessu Supremae Sacrae Congregationis Sancti Officii Emi ac Revmi Domini Cardinales rebus fidei ac morum tutandis praepositi, audito DD. Consultorum voto, ad praescriptum can. 1399 § 7 ipso iure damnatum esse declararunt atque in Indicem librorum prohibitorum inserendum mandarunt librum qui inscribitur: José Franco Ponce. Los misterios de las mesas parlantes y del soligrafón. Et sequenti Feria V, die 23 eiusdem mensis et anni, Ssmus. D. N. D. Pius Divina Providentia Pp. XI, in solita audientia Excmo ac Revmo Domino adsessori Sancti Officii impertita, relatam sibi Emorum Patrum resolutionem approbavit, confirmavit et publicari iussit. Datum Romae, ex Aedibus Sancti Officii, die 5 Maii 1936. I. Venturi, Supremae S. Congr. S. Officii Notarius.» (Acta Apostolicae Sedis. Commentarium Officiale. Acta Pii PP. XI, 25 Maii 1936, An. et. vol. XXVIII, Ser. II, v. III, num. 6, pág. 205.)

«Sagradas Congregaciones. Suprema Sagrada Congregación del Santo Oficio. Proscripción de libros. I. El miércoles, 22 de abril de 1936, en la asamblea general de la Suprema Sagrada Congregación del Santo Oficio, los Eminentísimos y Reverendísimos Cardenales encargados de la salvaguardia de la fe y de las costumbres, previo dictamen de los Reverendos Consultores y en conformidad con las prescripciones del canon 1399, párrafo 7.º, han declarado proscrito ipso jure y han dispuesto que sea inscrito en el índice de libros prohibidos el libro titulado: José Franco Ponce, Los misterios de las mesas parlantes y del soligrafón. El jueves siguiente, 23 de los mismos mes y año. Nuestro Santísimo Padre Pío XI, Papa por la divina Providencia, en la audiencia ordinaria concedida al Excelentísimo y Reverendísimo Asesor del Santo Oficio, ha aprobado la decisión de los Eminentísimos Cardenales que le había sido sometida, la ha confirmado, y ha dispuesto su publicación. Dado en Roma, en el Palacio del Santo Oficio, en 5 de Mayo de 1936. Josué Venturi, Notario de la Suprema Sagrada Congregación del Sto. Oficio. (Act. Apost. Sed., 25 de Mayo de 1936, núm. 6, pág. 205.)» (Boletín Oficial del Obispado de Coria, Cáceres, Julio de 1936, año LXXII, número 28, pág. 309.)

«Suprema Sacra Congregatio S. Officii. I Decretum. Damnatur liber cui titulus: “Los misterios de las mesas parlantes y del soligrafón”, auctore J. F. Ponce. Feria IV, die 22 Aprilis, 1936. In generali consessu Supremae Sacrae Congregationis Sancti Officii Emi. ac Revmi. Domini Cardinales rebus fidei ac morum tutandis praepositi, audito DD. Consultorum voto, ad praescriptum can. 1399 § 7 ipso iure damnatum esse declararunt atque in Indicem librorum prohibitorum inserendum mandarunt librum qui inscribitur: José Franco Ponce. Los misterios de las mesas parlantes y del soligrafón. Et sequenti Feria V, die 23 eiusdem mensis et anni, Ssmus. D. N. D. Pius Divina Providentia Pp. XI, in solita audientia Excmo. ac Revmo. Domino adsessori Sancti Officii impertita, relatam sibi Emorum. Patrum resolutionem approbavit, confirmavit et publicari iussit. Datum Romae, ex Aedibus Sancti Officii, die 5 Maii 1936. I. Venturi, Supremae S. Congr. S. Officii Notarius.» (Boletín Oficial del Obispado de Salamanca, 30 de Septiembre de 1936, año 83, número 10, pág. 321.)

1938 «Ponce, José Franco. Los misterios de las mesas parlantes y del soligrafón. Decr. S. Off. 22 apr. 1936.» (Index Librorum Prohibitorum SS.MI D. N. PII PP. XI, Iussu Editus, Anno MCMXXXVIII, Typis Polyglottis Vaticanis MCMXXXVIII, pág. 374.)

1970 «Franco Ponce, José, escritor y sacerdote, n. en Manuel Doblado, Gto., en 1887. En 1919 fue uno de los fundadores de la Revista Eclesiástica en su entidad. Entre sus obras: Benedicto XV, pontífice de la paz y benemérito de la humanidad y Homilias sobre los evangelios de todas las Domínicas.» (Enciclopedia de México, Ciudad de México 1970, volumen 4 [Familia-Fútbol], página 402.)

En 1970 la Enciclopedia de México dedica una escueta entrada a José Franco Ponce, quien ya tiene 83 años, sin darle por fallecido. Y en el número de agosto de 1970 de la Revista de estadística, de México, en el artículo de Paul Poindron, “Guía para el establecimiento de estadísticas de bibliotecas, de edición de libros y medios de información”, puede leerse la siguiente nota al pie: «1. Original en francés, traducido por José Franco Ponce, traductor del Departamento Técnico, de la Dirección General de Estadística.» (página 1107).

«Aunque hablo medianamente el francés, al menos me doy a entender, y si bien he llegado a escribir una que otra carta, confieso francamente que lo he hecho siempre auxiliado por un diccionario, siendo para mí una positiva molestia, que generalmente evito. Y así, viéndome en la necesidad de escribir a los susodichos Bancos, ocurrióseme llamar a un espíritu superior que me sacase de apuros. Pensé en evocar a algún escritor francés. En esta sazón reparé en que sobre mi escritorio estaba una obra que se llama La guide de la Correspondance, por Liselotte. Me pareció de perlas llamar al espíritu de Liselotte, sin importarme que la carta resultase cursi o no. Cuando noté que se movía la mesita dije: —¿Puede venir el autor o la autora de La guide de la Correspondance, escrita por Liselotte? —No, porque no ha muerto. —Entonces hágame el favor de llamar a algún escritor francés. Después de un corto silencio la mesita marcó: —Soy Pierre Loti. —Le ruego me dispense le haya molestado para una cosa tan sencilla: deseo me ayude a escribir una carta en francés. […]» (José Franco Ponce, Los misterios de las mesas parlantes…, Madrid 1934, págs. 65-66.)

Abundantes ejemplares de Los misterios de las mesas parlantes y del soligrafón, bien conservados, intonsos por invendidos, nunca han faltado durante décadas en librerías de viejo y ocasión, puestos de la Cuesta de Moyano, saldos, catálogos impresos, mecanografiados, policopiados, de libros viejos y usados… ni tampoco faltan hoy en la oferta vía internet de Iberlibro, &c. También es verdad que saldistas, mercaderes, bibliópolas y libreros no han sabido aprovechar el atractivo añadido que, para determinado público, hubiera supuesto advertir, al ofrecer este vestigio de la estupidez impresa, su condición maldita acreditada por el Índice de libros prohibidos del Santo Oficio censor…

1985 «Revolviendo con maña entre los cientos de libros apilados en las alineadas mesitas de la acera, o entre los estantes de las casetas de madera gris, uno puede rescatar, por ejemplo –no sin que un estremecimiento le recorra el espinazo–, la omnisapiente enciclopedia escolar con la que se inició en los intríngulis de la gramática, la geografía, la aritmética, la historia sagrada y la urbanidad. Rebuscando es posible toparse, de sopetón, con un librito iniciático a los sobrecogedores Misterios de las mesas parlantes y del soligrafón, o con un instructivo tratado sobre la Sexualidad en grupo en USA o, incluso, con un práctico Libro-guía para redactar correspondencia amorosa y familiar, que uno puede llevarse para casa por el módico precio de veinte, cuarenta, sesenta duros, todo lo más.» (Ana Vicandi, “Madrid se mueve. La cuesta de papel”, Villa de Madrid, 1 de abril de 1985, número 65, pág. 21.)

El cuentista José Mariano Leyva (1975), tres años después de firmar El ocaso de los espíritus. El espiritismo en México en el siglo XIX (Cal y Arena, México D.F., 2005, 263 páginas), se atreve a publicar, en una de las revistas del Instituto Nacional de Antropología e Historia de México, con gran desahogo y desparpajo, una breve nota con la que despacha el libro de José Franco Ponce sin haberlo hojeado ni ojeado:

2008 «Franco Ponce, José, Los misterios de las mesas parlantes y del soligrafón. Sorprendentes experimentos. ¿Podemos comunicarnos con los seres de ultratumba? La mecanización del pensamiento, Madrid, Victoriano Suárez, 1934. Otro intento por hacer vigente el espiritismo. Un texto que reproduce e interpreta las ideas kardecianas de la doctrina.» (José Mariano Leyva, “Bibliografía espírita comentada”, Historias, 31 diciembre 2008, número 71, pág. 136.)

Sobre José Franco Ponce en Filosofía en español

1922 “Escritores Mexicanos Contemporáneos. Pbro. Don José Franco Ponce, Biblos, número 181, págs. 105-106.

1924 “José Franco Ponce, Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo-Americana, tomo 24, página 1095.

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