Biblioteca Feijoniana Propugnación de la racionalidad de los brutos Miguel Pereira de Castro

Propugnación de la racionalidad de los brutos

Monsieur N.

1. Viniendo a mis manos la discreta, y científica Carta, que v. m. escribió al Elocuentísimo, Sapientísimo y Reverendísimo Padre Maestro General de la Religión de San Benito, y Catedrático de Prima de Teología Jubilado de la Universidad de Oviedo Fr. Benito Jerónimo Feijoo, de nuestros tiempos Oráculo, no dejé de admirar la destreza, con que contra aquel Goliat de ciencias vibra, y maneja las armas de su agudeza; pero, quizá por mi inercia, hice concepto de que no le dio golpe, que le derribase, sino que quedó en el campo, causando con la desmarcada estatura de su sabiduría, con la aguda lanza de sus sutiles razones, con el escudo, en que diestramente rebate los más penetrantes argumentos, en una palabra, con lo desigual de sus armas miedo, espanto, y admiración a todo el poderoso ejército de los Literatos. Y aunque las cortas alas de mi ciencia, por más que esfuercen los vuelos, y por más, que suban, siempre quedarán en el valle, mirando, y admirando el elevadísimo monte de sabiduría, en que su raro ingenio se remonta triunfante, y así mal puedo en mis sutiles razones esperar, [2] no digo la victoria, sino la competencia; con todo, como la verdad es una especie de magnetismo mental, ella me atrae la mente para su defensa, y me descubre allá en los remotos senos de lo posible aquella esperanza, que yo, sin el superior impulso de la misma verdad, nunca tuviera.

2. La misma verdad, hechizándome el entendimiento para el asenso, me arrastró el ánimo, para que, deponiendo la cobardía, que me causaba mi insuficiencia para apologizar al Sapientísimo Feijoo, pues de esto sólo él mismo era digno, tomase la pluma, y presumiese en ella apresurados vuelos; pues, dirigiéndola la misma verdad, no consentiría ésta el perezoso movimiento, que tienen las plumas, colocadas en las manos de los Escritores. Y acreciendo a esto el verme obligado de algunos ruegos, y persuasiones de un amigo mío, que sin duda mejor que yo le respondería, pero sus grandes ocupaciones le privaron de este gusto, casi sin albedrío voy a proponer a v. m. las razones, que tengo para no asentir a los fundamentos, con que pretende deshacer la fuerza, y vigor de los argumentos del Incomparable Feijoo, cortando un poco por los estudios Jurídicos, y recordando dulces memorias de los estudios Filosóficos, y Teológicos, a los cuales, tan poco ha, con sentimiento dio un Vale mi escolástica aplicación.

3. Como Feijoo sacó la espada en el teatro público de la prensa, no tiene ya lugar de envainarla, sino retratándose; y si es muerto, es justo que en lo alto de su discurso se ponga esta letra:

Quod scripsi, scripsi.

Pero v. m. aún está a tiempo de envainar la suya, [3] o de no publicar su Carta, negando al público el gusto, que tendría en admirar la sutileza, y erudición de ella, por no darle el disgusto de impugnar como erróneo lo, que es muy probable. Y si mis discursos fueren tan débiles, que no le convenzan, pídole que a lo menos los pondere, y les responda, haciendo así mejor su partido, y satisfaciendo a la gana, que tienen los, que le conocen, de gustar los delectables frutos de su grande esfera. Y si, como dice en su misma Carta, Quien defiende conclusiones, está expuesto, y como obligado a responder a todos los argumentantes; así es de un Autor, que imprime libros: él se arriesga a se ver censurado, y está obligado a responder a los críticos, y para eso ha de tener paciencia, que la tenga v. m. le pido; pues, como crítico reflexivo, está más obligado a responder; porque a quien desafía, cede en mayor menoscabo dejar el campo, y jamás sale airoso, si no consigue la victoria.

4. Yo no defiendo esta opinión de la Racionalidad de los Brutos, que Feijoo propone en el discurso nono del tomo tercero de su Teatro Crítico, y v. m. impugnó en la Carta, que le escribió, porque sea cosa nueva, pues ya fue seguida de muchos, y grandes ingenios de la Antigüedad, como se puede ver en el dicho discurso num. 17 y la siguió Porfirio, citando por ella a Empédocles, Platón, Aristóteles, y otros muchos Filósofos antiguos. No la trato por lisonjear los oídos del pueblo de los Filósofos, y porque quiera adquirir los loores de los Sabios; que no son mis escritos merecedores de ellos: [4]

Historiam non condo novam, qua notus in urbe
Auriculas liniam vulgi, & suffragia captem.

Trátola sí, por defenderla de la impostura, que v. m. le quiere atribuir, de herética, y escandalosa, como se infiere del §. I. 2. 14 y 29 de su Carta. Trátola por amor a la verdad, pues me parece verdadero ser ella muy probable, y no ofender en cosa alguna la buena Filosofía. Y tan probable me parece, que, sin ser profeta, le profetizo que vendrá tiempo, en que sea muy seguida en las Escuelas. Defiéndola finalmente, porque me parece que no encuentra, ni levemente, los dogmas de nuestra santa Fe. Y porque esta mi Carta podrá venir a las manos de algún curioso, quiero proponer la suya, y responderle por párrafos, así, para que pueda admirar, y loar cualquier palabra de ella, como por evitar la confusión en quien leyere la mía: y también, para que asentando mis razones sobre fundamento tan claro, pierdan algo de la obscuridad propria de mi débil juicio, y nadie pueda decirme Graecum est, & non legitur. Y como propone primero las pruebas por la Racionalidad de los Brutos, para responderles, y criticarlas, y después los argumentos contra ella, vamos a la... [5]


Primera Parte

En que se proponen, defienden, y esfuerzan las razones de Feijoo por la sentencia de la Racionalidad de los Brutos

§. I.

«M. R. P. M. Quien defiende conclusiones, está expuesto, y como obligado a responder a todos los argumentantes, así es de un Autor, que imprime libros: él se arriesga a se ver censurado, y está obligado a responder a los críticos, y para eso ha de tener paciencia. Si V. R. tiene usado de ella, como me consta, con otros adversarios, que hablaban con poco fundamento, y menos modestia, yo espero que conmigo usará de ella con mayor voluntad; porque me parece que hablo con la moderación, que debe tener quien nació, como yo, con obligaciones, poniendo cuidado, para que mis argumentos tengan fuerza sin arrogancia, y convenzan sin ofender. Pero si en esta Carta escápame alguna palabra menos comedida, yo le ruego que me la perdone, como cosa dicha sin mala intención alguna, y que la fuerza de la verdad, y del argumento me tendrá sacado sin sentirla. Yo no me habría determinado a escribir esta Carta, si no me la tuviese persuadido un amigo particular, y Diputado de la Mesa del S. Oficio en este Reino de Portugal. Algunas veces después de leer obras de V. R. conversamos sobre el grande merecimiento [6] de ellas, pero a ambos con algún pudor nos pareció este nono discurso del tomo 3 cosa peligrosa contra los dogmas de nuestra santa Fe. Yo disculpé a V. R. diciendo que vista la aprobación de los Calificadores del S. Oficio en España, el Autor, y la opinión eran libres de sospecha. No obstante esto, asentamos que, con el debido respeto, los Señores Calificadores, preocupados de la excelencia de la mayor parte de esos discursos, tendrían dado esa aprobación en general, sin haber examinado particularmente ese nono discurso. Consideramos también, que pues en nosotros causaba esa opinión algún escrúpulo, podría ella causar algún escándalo a otros: y en fin, que V. R. no tendría bien ponderado todas las consecuencias de la dicha opinión. Si este Señor Diputado no fuese tan ocupado, él mismo le hubiera escrito de su mano; mas vistas sus grandes ocupaciones, me pidió me encargase de esta incumbencia. Como más ocioso yo obedecí de buena gana con la esperanza, que yo podría tener del gusto de una respuesta, que siempre ha de ser cosa de V. R.»

5. Hace v. m. como el Fariseo del Evangelio: imputaba este al pobre Publicano, y a los demás hombres todos los vicios, y atribuía a sí proprio la virtud en grado eminente, Luc. cap. 18 vers. 11 y 12. v. m. atribuye a los demás adversarios de Feijoo poco fundamento, y modestia, y quiere para sí fuerza en los argumentos sin arrogancia, convencer sin ofensa, y hablar con moderación. En cuanto al hablar con fundamento lo veremos en el decurso de esta Carta, lo demás lo mostraré falsificado poco después. Alega al Autor, para que le perdone las palabras [7] menos comedidas, el decirlas, sin que las sienta; no decirlas con mala intención; ser dichas por fuerza del argumento, y de la verdad; lo que es lo mismo, que alegar poca advertencia, e ignorancia, sino de las palabras, de su significado en orden a la ofensa. Usó de la razón de Cristo, que para disminuir la culpa de los, que le crucificaban, y para alcanzarles de su Eterno Padre el perdón, alegó que ignoraban lo, que hacían, Luc. 23-34. Pero si no dejó de ser culpa la crucifixión, no dejó de ser culpa en v. m. decir tantas, y tales palabras injuriosas, de que está llena su Carta. Y si cuando arguía, no las advirtió, después leyendo su Carta, ¿cómo es de presumir que lo hiciese, porque no las quitó?

6. Conciérteme estas medidas. Como habla con moderación, y como dice sin sentirlo, ¿quién tan de propósito escribe en el §. 5 de su Carta: Cuenta cuentos buenos para engañar niños, &c. en el §. 2. Me parece que su discurso no tiene cuerpo, ni solidez, y en el §. 38: Me dio la gana de escribir contra este su yerro particular, en cuando callo sobre algunos otros de sus discursos, y otras muchas palabras, que cualquier, aun poco reflexivo, hallará en su Carta? Un hombre, como v. m. no peca por ignorante, y cuando no hay ignorancia del precepto, ya sea en materia de política, ya de sencillez, ya de urbanidad, y modestia, siempre peca contra el dicho precepto, quien obra con él. Y obrar así en semejante particular, y contra un hombre, como Feijoo, es verificar lo, que cantó Escipión Capicio en la vida de San Juan Baptista: que siempre hubo quien quisiese decir mal, y malquistar aquellos hombres, a quienes la virtud tanto exaltó de la [8] humilde tierra, que los sublimó sobre el lúcido trono de los astros:

Inclyta quos valuit terris extollere virtus,
Et meritis claros fulgentibus intulit astris,
Saepe hominum gens dira odiis exercuit atris.

7. Hácese amigo, y loador de Feijoo, confesando el gran merecimiento de sus obras, para asentar mejor lo, que dice: Que con algún pudor le pareció este nono discurso del tomo tercero cosa peligrosa contra los dogmas de nuestra santa Fe. Esto es lo, que dijo Cristo: Attendite a falsis prophetis, qui veniunt ad vos in vestimentis ovium, intrinsecus autem sunt lupi rapaces, Matth. 7-15.

8. Dice que los Calificadores, preocupados con la excelencia de los demás discursos, aprobarían en general, sin haber examinado particularmente el nono discurso. Aquí me acuerdo de la astucia, con que querían encubrir la gloria de Cristo resucitado los, que guardaban su Sepulcro, diciendo que durmiendo ellos, robaron los Discípulos de Cristo su cuerpo; y de lo, que dice San Agustín en este caso: Vere defecerunt scrutantes scrutationes. Quid est quod dixisti, o infelix astucia?... vere tu ipse obdormisti, qui scrutando talia defecisti. No me canso en la aplicación, porque no costará mucho al Lector. No puedo a la verdad dejar de inferir, que v. m. hizo concepto, que los Calificadores, o no cumplieron con su obligación, o eran ignorantes. ¿Porque cómo me podrá hacer creer, que dieron aprobación en general, y que no examinaron el nono discurso, sin que hubiese alguna de las dos causas propuestas? ¿Por ventura era alguna palabrita, para que preocupados con la excelencia de los demás discursos, no la [9] atendiesen, escapándoseles, o a la vista, o al rigoroso examen, que debo suponer que harían según su obligación? ¿Era alguna proposición, que fuese rebozada, o que por sí misma no se ofreciese a la nota, al reparo, y a la censura, si el nono discurso lleva por el asunto el primer lugar para la atención, para el discurso, y para la duda? ¿O si algún Calificador fuese amigo de la novedad, y por eso le diese pasaje, sin riguroso examen, luego el otro fue del mismo genio, de la misma inadvertencia, y también poco escrupuloso?

9. Si confiesa en el §. 2 de su Carta, que los Franceses hacen gala de opiniones nuevas, y que con facilidad las dan al prelo, pero que los Españoles son delicados para admitir cosa, que huela a novedad, &c. y en el §. 4 confiesa que es Francés; como me capacitaré, que se trocaron tanto los genios, e inclinaciones, que a un Francés le hace escrúpulo esta novedad, después de aprobada por los Calificadores, como dice en el §. I: Que pues en nosotros esa opinión causaba algún escrúpulo, &c., y al Autor Español, tan sabio, y Religioso, y a los Calificadores, también Españoles, y Sabios, no les hizo el menor cargo en la conciencia, cuando estaban tan a tiempo de evitar el escándalo, que v. m. supone ha de causar a otros, corriéndole de obligación el evitarlo? Para presumirlos idiotas, ellos desmienten esa presunción en sus aprobaciones: para presumirlos malos, y que por afición al Autor dejarían pasar este discurso, soy Jurista, y sé que: Bonus quilibet in dubio praesumitur, l. Merito ff. pro socio, l quoties ff. de probationibus, cap. unic. de scrutin. in Ord. [10] faciend. cap. dudum, & cap. ult. de praesumpt. Para entender que por la excelencia de la obra la dejaron pasar, así como a Ovidio de arte amandi, eso es bueno para la obra de un Gentil, que, como tal, en sí misma trae estampado el carácter de errónea en muchas cosas, y no para la obra de un Católico, que es peligrosa contra los dogmas de nuestra santa Fe, como v. m. dice que es el nono discurso, de que tratamos.

10. Demás, que era suficientísimo para deponer su escrúpulo, el ver que muchos Doctores Católicos, que el Autor alega por esta opinión, y otros, que cita Fuentelapeña en su libro intitulado El Ente Dilucidado núm. 740 imprimieron también sus libros, siendo estos aprobados, y el mismo Feijoo en el tom. 9 de su Teatro Crítico corrobora esta opinión con algunas adiciones al dicho discurso 9 Racionalidad de los Brutos. ¿Pues todos los Calificadores, que aprobaron estos libros, estaban preocupados con la excelencia de los demás discursos? Vere defecerunt scrutantes scrutationes, quid est quod dixisti o infelix astucia? &c.

§. II.

«Entre aquellos, que tienen leído las obras, que V. R. tiene dado al público, yo hallé dos géneros de personas; unas, que se dan por convencidas; otras, que en muchas cosas siguen opiniones contrarias. Mas tanto de unas, como de otras ninguno hallé, que no dijese, como yo, que sus escritos son dignos, sin duda, de toda [11] admiración; porque tienen tres cosas inimitables: una es la elegancia del estilo; la segunda es la facilidad de proponer con claridad las cosas más arduas; y la tercera es una grande erudición, que muestra una felicísima memoria. Pero de todos sus admiradores puedo afirmar, que ninguno hay como yo; porque cuando sucede la ocasión (que no sucede pocas veces) de hablar del ingenio grande de V. R. con personas, que no tienen conocimiento de él, sino por la fama, yo soy entonces el pregonero de sus escritos: de suerte, que en mí tiene un sincero venerador. Por este título yo estimaría mucho, que en sus obras todo fuese igualmente bueno, y tan sólido, como es lindo; mas ruego a V. R., que me perdone, y me dé la licencia de hablar como hombre llano, que soy. Me parece, que su discurso sobre la Racionalidad de los Brutos tiene tanto ingenio, y es tan fino, que no tiene cuerpo, ni solidez. Si V. R. fuese Francés, yo no me admiraría que diese al prelo opiniones nuevas, e hiciese gala de ellas; pero no puedo dejar de admirar, que un Religioso en España, en el Reino llamado el Católico, tenga tomado por su cuenta probar, que los Brutos tienen el uso de razón, sabiendo muy bien cuán delicados son sus Nacionales para admitir nada, que huela a novedad, cuando de ella se puede inferir alguna consecuencia contra los dogmas de nuestra santa Fe. Esto es querer usurpar a los Franceses la licencia de imprimir lo, que les viene a la cabeza. Ya bien decían las otras naciones, que las modas de Francia se iban introduciendo en España; [12] mas ahora lo dirán todavía con mayor razón.»

11. Extraña v. m. que Feijoo, siendo Español, se ponga de parte de la novedad en una cuestión, que puede decirse natural, y el mismo Feijoo extraña, que los Españoles tengan ojeriza a las novedades en materias naturales, no sólo en el tom. 7 de su Teatro Crítico, disc. 13 n. 29 y 33 y en otros lugares, mas también en el tom. 2 de sus Cartas en la Carta 23 n. 19 hasta el núm. 24 inclusive. ¿Y cuál tendrá razón? Yo hallo, que la tiene Feijoo por lo, que dice en el mismo tom. 2 en la Carta 16 n. 6., siguientes: yo sólo pondré aquí lo, que dice en los números 6, 7 y 8: La segunda causa (del atraso, que se padece en España, en orden a las ciencias naturales) es la preocupación, que reina en España contra toda novedad. Dicen muchos que hasta en las doctrinas el título de nuevas para reprobarlas, porque las novedades en punto de doctrina son sospechosas. Esto es confundir a Poncio de Aguirre con Poncio Pilatos. Las doctrinas nuevas en las ciencias sagradas son sospechosas, y todos los que con juicio han reprobado las novedades doctrinales, de estas han hablado. Pero extender esta ojeriza a cuanto parece nuevo en aquellas facultades, que no salen del recinto de la Naturaleza, es prestar con un despropósito patrocinio a la obstinación. Mas sea norabuena sospechosa toda novedad. A nadie se condena por meras sospechas. Con que estos Escolásticos nunca se pueden escapar de ser injustos. La sospecha induce al examen, no a la decisión: esto en todo género de materias, exceptuando sólo [13] la de la Fe, donde la sospecha objetiva es odiosa, y como tal damnable. Y bien: si se ha de creer a estos Aristarcos, ni se han de admitir a Galileo los cuatro Satélites de Júpiter: ni a Huyghens, y Cassini, los cinco de Saturno: ni a Vieta el Álgebra Especiosa: ni a Nepero los Logaritmos: ni a Harveo la circulación de la sangre; porque todas estas son novedades en Astronomía, Aritmética y Física, que ignoró toda la antigüedad, y que no son de data anterior a la nueva Filosofía. Por el mismo capítulo se ha de reprobar la inmensa copia de Máquinas, e Instrumentos útiles a la perfección de las Artes, que de un siglo a esta parte se han inventado. ¡Vean estos Señores a qué extravagancias conduce su ilimitada aversión a las novedades!

12. El pasaje es largo, pero muy a propósito para lo, que lo hemos traído, y conducente para destruir la obstinación de los opuestos a la novedad fuera de las ciencias sagradas, de que juzgo no haber otro algún principio, sino,

Vel quia turpe putant parére minoribus, & quae
Imberbes didicere, senes spernenda fateri.

Todos los días se ve bravear grandemente la cólera de los soberbios, y ociosos Filósofos contra toda novedad; pero es porque faltos de talento, como no pueden descubrir nuevos caminos para la consecución de ella por fuerza de los discursos, quieren persuadir con estrépito de voces, que todos deben ser faccionarios por parte de las doctrinas antiguas, haciendo causa de Religión lo, que es, o falta de talento, y reflexión, o exceso de orgullo; y así acusan de sospechosas doctrinas muy [14] probables, sólo porque son, o les parecen nuevas, como lo hace v. m. Pero el mismo Feijoo, a quien crimina en la lid de opiniones, en que v. m. debiera ser neutral para la acusación, se defiende con lo, que dice en el tom. 2 de su Teatro Crítico disc. I, n. 22. «La novedad en las cosas puramente Filosóficas no es culpable. Nadie hasta ahora fijó, ni pudo fijar columnas con la inscripción Non plus ultra a las ciencias naturales. Este es el privilegio municipal de la doctrina revelada. En el Reino intelectual sólo a lo infalible está vinculado lo inmutable. Donde hay riesgo de errar, excluir toda novedad, es en cierta manera ponerse de parte del error. Si la novedad fuera mancha de la doctrina, todas las doctrinas serían mal nacidas, porque todas fueron engendradas con esa mancha. Todas fueron nuevas algún tiempo. La de Aristóteles primero fue nueva en el mundo, y después fue nueva en la Iglesia, por lo menos en cuanto al uso de explicar con ella la Teología Escolástica.

13. Dice v. m. que de la opinión de la Racionalidad de los Brutos se puede seguir alguna consecuencia contra los dogmas de nuestra santa Fe. Este es un argumento muy común, de que todos se sirven para impugnar las doctrinas contrarias a las suyas, y se ha hecho política hacer que truene mucho en el campo filosófico la afectada artillería de la Fe, aunque se lleve el viento toda la carga. Oigamos al discretísimo Feijoo en el dicho tom. 2 de su Teatro disc. 1 n. 20. Adonde se descubre más esta maliciosa política es en la acusación, que recíprocamente se hacen los Filósofos de ser sus doctrinas incompatibles con los sagrados [15] dogmas... el empeño, en que todos se ponen de que la Filosofía, que impugnan, está mal avenida con lo que dicta la Fe, muestra que en esto se procede con el mismo motivo de algunos Príncipes, que siempre que hallan escotadura para ello, hacen en sus manifiestos la guerra, que emprenden, causa de Religión. No hay Filosofía, que no pretenda que las Estrellas, como un tiempo contra Sisana, militen contra el Jefe del partido opuesto, y juzga llevar, como decía de Héctor Ajax Telamonio, la deidad interesada en su defensa.

Hector adest, secumque Deos in praelia ducit.
(Metam. lib. 13)

14. No hay Filósofos, ni Teólogos, que no se tengan heridos unos a otros por este lado. No hay doctrina Filosófica, o Teológica, a que no hayan impuesto los Sectarios del partido opuesto el feo borrón de ser la contraria doctrina incompatible con los dogmas sagrados de la Fe; pero en vano se dan varios movimientos al juego de sus discursos, porque los partidarios contrarios, a quienes tiene la Religión el freno, y el corazón resiste al borrón impuesto, al verse invadidos, quizá afectada, o injustamente, juegan de toda su agudeza para que disipada la nube opuesta del error, reluzca su opinión en el Orbe literario como sol de la verdad. Es muy proprio a todas las opiniones, cuando no llegan a definición contraria, lo, que dicen los Naturales de la Palma: que cuanto más cargada más se eleva. Cuanto más quieren cortar las opiniones los Sectarios de las opuestas, más, y más las aumentan, como sucede a la Palma, [16] y al Laurel, a los cuales ayudan a crecer los, que cortándoles los ramos, no pueden quitarles el, que es principio de su ascenso. Es la batalla origen de la victoria, y muchas veces salen cantando los vivas aquellos, a quienes se hizo la guerra a fin de impedirles el aumento. Si contra la nueva Roma no se opusieran los Cininenses, los Crustumeros, los de Antemna, los Fidenates, y otros muchos pueblos, como no le daban ocasión a victorias, sino al temor, no llegaría ella a ser la principal Ciudad del mayor Imperio.

15. Los Franceses no son extrañados porque dicen lo, que quieren, si lo prueban bien, sino porque (como v. m. deja inferir de sus palabras) tienen audacia en cosas, en que, aunque filosóficas, peligra la Fe. Y, como dice Feijoo en el lugar poco antes citado: No es dudable que puede haber opiniones Filosóficas, de que se tiren consecuencias contra las doctrinas reveladas: y así se debe corregir la temeraria presunción de aquellos, que con el título de estar el objeto de la Filosofía sujeto al imperio de la razón, pretenden una libertad sin límites en filosofar. Los Españoles, como también los de otra cualquier nación, si dicen lo, que quieren, y prueban bien lo, que dicen, sin salir del recinto de la Fe, como lo hace Feijoo en este punto, tienen licencia para publicar sus escritos; y sólo de estos precisamos, pues de cosas viejas estamos muy bien barajados, y proveídos. [17]

§. III.

«Es verdad, que V. R. dice en el §. 4 que no afirma positivamente cosa alguna en esta materia, mas que solamente propone algunas razones, que le hacen fuerza por la sentencia; que atribuyó inteligencia, y discurso a los Brutos, para que pasen por el examen de los Sabios, y sirvan a la diversión de los curiosos. De este modo hizo, como a los novadores: entró con pies de lana a proponer su parecer, mas salió defendiéndola unguibus, & rostro. Porque reparo mucho, que después de proponer las pruebas de la Racionalidad, no responde a ellas, como, quien no toma partido, había de responder; y al contrario en los argumentos contra la Racionalidad desde el §. 7 hasta el 10 responde con calor, y fuerza a ellos; mas no insta, como debía, contra la respuesta, sino que da luego el adversario por vencido.»

16. Entiendo que no tiene v. m. razón para hacer cargo al Autor. Cada uno debe proponer al Orbe literario las opiniones según las tiene en su entendimiento. Aquel, en cuyo juicio, como en una balanza, quedan equilibradas dos opiniones así en la fuerza de las pruebas, como en la solución de los argumentos, las propone como neutral, probando una, y otra, y respondiendo a los argumentos de una, y otra opinión. Porque, como el entendimiento, y la voluntad se dejan como atraer, y arrastrar de la mejoría, no puede haber mayor amor, o inclinación (que es peso) en una palabra partido, donde hay intelectual equilibrio. Aquel, [18] en cuyo entendimiento pesa más una, que otra opinión en el vigor de las pruebas, y más expedita solución a las objeciones, que se ofrecen en contrario, si no hay otro algún recelo (sin que sea él, que es común en las opiniones, que siempre son cum formidine partis oppositae) toma partido, y aperta fronte lo declara, lo prueba, y defiende, pareciéndole el verdadero. Pero aquel, que en una de dos opiniones halla estas circunstancias, menos la del recelo, pues oye clamorear los contrarios como victoriosos, y ve que el camino no es comúnmente seguido, y quizá por eso Latet anguis in herba, dase a partido, no a los ignorantes, sino a los doctos, para que examinen las razones, y pruebas, que le hacen fuerza por la dicha opinión. Y como las pruebas o son positivas, o negativas, que consisten en las soluciones a los argumentos, es preciso, que pruebe, y defienda la opinión, en que nada afirma positivamente.

17. Este es el modo, con que procedió Feijoo en la opinión de la Racionalidad de los Brutos: y esta es la razón, porque no estaba obligado a responder a las razones, que confiesa le hacían fuerza por la tal opinión; pues aunque no afirmaba cosa alguna positivamente, no se declaraba por la opinión contraria; y sólo entonces tendría esta obligación. Retrató el Clarísimo P. Antonio Cordero de la Compañía de Jesús tres opiniones, que siguió en su Física: no fue esto efecto de dictamen contrario, sino sacrificio a la obediencia, que podía tener mérito, sin que fuese erróneo lo, que retrató, y sin que el sacrificante siguiese lo contrario, e impugnase lo, que había escrito, y le hizo fuerza [19] para seguirlo. Pues, si quien retrata lo, que ha escrito, ni por dictamen proprio, ni de él, que manda, que se retrate, responde a las pruebas, que le hacen fuerza por la opinión, y no por el yerro; no responde a las pruebas, que propone, ni a esto estaba obligado en sentir de los doctos; menos obligado estaba el Ingeniosísimo Feijoo, que por no afirmar algo positivamente, no por eso retrataba lo, que decía, o seguía lo contrario. Hasta aquí discurrí según la inteligencia sinistra, que v. m. dio a las palabras de Feijoo; pero no es este el genuino sentido de lo, que él dice en el § 4 n. 19. Dice a la verdad en este lugar que nada afirma positivamente en esta materia. Pero la materia, en que nada afirma positivamente, no es la Racionalidad, es sí lo, que dijo poco antes, a saber: que parecía más razonable la opinión comunísima, que sólo concede conocimiento a los Brutos. Comúnmente parece esta la más razonable, pero si a él le parecía, o no, en esto calla, o no dice lo, que siente del sentir de los demás, y se remite a las razones, que le hacen fuerza por la sentencia de la Racionalidad, para que pasando por el examen de los Sabios, juzguen estos según el concepto, que hicieren después del examen.

§. IV.

«M. R. P. ya dije arriba, que V. R. dejando la opinión Peripatética, seguida en España, hizo el papel de Francés, proponiendo, y probando esta nueva opinión. Yo al revés, siendo Francés, quiero hacer el papel de Español. Responderé [20] primeramente a los argumentos formados contra el alma sensitiva, e instinto de los Brutos: en segundo lugar objetaré contra la Racionalidad, que se quiere admitir en los Brutos, otros argumentos, que serán los mismos, poco más o menos, que se arguyen desde el §. 7 hasta el 10, pero como Peripatético instaré con mayor fuerza contra las respuestas.»

18. Bien hizo en declarar su nación; porque por algunas razones de su Carta contra el Autor, que impugna, quedaba dudoso, si era Francés, o Portugués. Yo también, siendo Portugués, haré papel de Español, defendiendo al Autor pro viribus, pues que yo igualmente me doy bien con los Españoles buenos, y Sabios, y no gusto de los malos, y no me doy bien con los ignorantes; y no hay para mí otra alguna llamada antipatía, ni simpatía en este caso. Y aunque estudiando la Física seguí la opinión del instinto, ahora estoy por la opinión de la Racionalidad de los Brutos, que aquí defenderé según lo pidiere la ocasión.

§. V.

«Antes de principiar, yo no puedo dejar de admirar como V.R. tan escrupuloso en sus otros discursos, con alguna razón, para dar crédito a lo que no es verisímil; que no admite duendes, ni simpatías, ni virtud en las piedras; que tiene poca fe en Médicos, ninguna en Astrólogos; en fin, que duda de muchísimas cosas admitidas como ciertas por otras gravísimas personas: digo, que extraño, que un hombre grande, [21] tan delicado en creer, para acreditar más la sagacidad, y raciocinio de los Brutos entre a narrar en el §. 4 n. 20 la historia del Elefante, que, habiendo aprendido el uso de la escritura, formó con la trompa sobre la arena una sentencia en caracteres griegos. Y la otra de los dos Elefantes del Rey Antioco: uno, que era capitán del escuadrón bélico de estos brutos, llamado Ayax, habiendo de vadear un río, y de romper la corriente el primero, no se atreviendo por ir el río muy hinchado, otro Elefante, llamado Patroclo, se tiró intrépido al río, y rompió la corriente hasta la opuesta orilla para alcanzar el puesto de Capitán, que se dio a este, y se quitó a Ayax. En fin cuenta cuentos buenos para engañar niños, y engrosar libros. Ciertamente yo no quiero gastar tiempo en me oponer a esas puerilidades, a que me persuado, que V. R. no da crédito, y las contó solamente por se divertir; pues para hombre de juicio no pueden servir de pruebas del raciocinio de los Brutos: Y mejor fuera haber guardado esos cuentos para un librito de novelas, y no los haber puesto en un discurso grave, y filosófico.»

19. Bien dice Séneca: Iratus nihil, nisi crimina loquitur, y lo veo aquí verificado; porque queriendo v. m. hacer papel de Español, como dice en el §. 4, por la ira de Francés contra los Españoles, no se pudo contener en la buena intención, que prometió, y en la moderación, y cuidado de convencer sin ofender. Quiere v. m. hacer papel de Español, mas ya veo, que no lo quiere hacer en cuanto a la decencia, y civilidad para con [22] los Españoles, pues conserva la oposición, que tanto aumentó, cuanto la ocultó hasta ahora; pues es la oposición, y rabia, como el río, que ab obice crescit, quiero decir, que tanto ahoga, y crece, cuanto no desahoga: Strangulat inclusus dolor, dijo Ovidio.

20. Verifícase aquí con efecto: Quos vi nequeunt laedere, fraude petant; porque Feijoo no hace otra cosa en el §. 4 n. 20 que proponer el modo, con que probaban el discurso de los Brutos los Autores, que lo habían admitido, el cual se verá en las siguientes palabras del dicho Feijoo: Los que hasta ahora han escrito a favor de esta opinión, apenas hicieron otra cosa que formar un largo catálogo de varias operaciones de aquellos Brutos de más noble instinto, en que más acreditan su sagacidad, e industria. Los Elefantes hacen en esta representación el primer papel con las noticias de Plinio, Eliano, Mayolo, Alberto Magno, Nieremberg, Acosta, &c. y por abreviar lo, que estos dicen, propone sólo aquellos dos casos, como más admirables. Y cuando propone el segundo, dice así: El ejemplo más ilustre (no sé si verdadero) &c. Y el num. 21 dice: Pero yo no juzgo a propósito divertir al lector con lo que hallará fácilmente en otros muchos libros, ni para mi intento es necesario; pues para probar que los brutos tienen discurso me bastan aquellas operaciones comunes, que están patentes a la observación en cualquier animal doméstico, &c. Es claro que proponer lo, que otros dicen, no es creer lo, que se propone; escribir el modo, con que otros prueban, no es probar de ese modo. Si fuese [23] así, muchas veces habría v. m. sido, no digo yo uno, sino muchos Heresiarcas, pues, como docto, habrá dicho, y propuesto en conversación sus yerros, y disparates.

21. A vista de esto, con poca razón reprehende a Feijoo, dando a entender (si es que no lo dice claramente) que propone aquellos dos casos, como si les diera todo el crédito, e hiciese de ellos argumento. Que no dé crédito a Médicos, y Astrólogos, que no admita duendes, &c. da la razón de su poca, o ninguna fe, y bien lo confiesa v. m. en aquellas palabras: Tan escrupuloso, con alguna razón, para dar crédito a lo, que no es verisímil: que cuando hay cosa verisímil, le da asenso. De hecho concede el Duende de Barcelona en el tom. 1 de sus Cartas en la Carta 41 n. 5. Esto no hizo v. m. que siendo erudito, se aprovecha del genio de los necios, a quienes es fácil llevar a esta o a aquella parte sin la fuerza de los discursos, sólo con el estrépito de las voces, y desprecio de lo, que debía ser impugnado. Es verdad que con estas armas, y estos soldados, si suena la victoria en el vulgo de los escolásticos, se repiten los ecos, sólo como de un triunfo imaginario en la república de los Doctos. Mas demos, que Feijoo acreditase aquellos dos casos; ni por eso había de que reprehenderle. ¿Como esto? Vamos a verlo.

22. Habla un Papagayo, imitando las voces humanas, que se le han enseñado. Habla una Picaza, y tanto las imita, que dice Marcial, 14. 74.

Pica loquax certa Dominum te voce saluto,
Si me non videas, esse negabis avem.

Y no hay duda, que el hablar palabras significativas [24] fue efecto de la enseñanza. Hablan estas, y otras aves no sólo una, y muchas palabras, pero una oración grande, o compuesta de muchas dicciones: entonan la mano de la solfa, sin errar un punto: dicen una letanía, y otras muchas cosas pasmosas, y a veces sentencias tan a propósito, que parece, que tienen espíritu familiar. Todo esto es efecto de la enseñanza, como también lo, que vamos a escribir.

23. Un Buey, que es uno de los más salvajes, y rudos animales, anduvo por este Reino, y lo ví yo en Cascaes (mi patria, Villa cinco leguas lejos de Lisboa) que se arrodillaba humilde, y reverente a cierta seña, que le hacía el dueño, y hacía otras cosas improprias a su temple, más montaraz que doméstica para estas extravagancias. A un Oso vieron algunos amigos míos, que danzando a compás de una guitarra, servía de diversión con estas galanterías, improprias a su fiereza, más apta para despedazar los cuarenta y dos muchachos, que escarnecieron a Eliseo (Reg. lib. 4 cap. 2 vers. 24) que para tales danzas. Aquí en Evora Ciudad, en que escribo, anduvo un Italiano con unos perros, que hacían maravillas: parecía, que entendían perfectamente lo, que su amo les mandaba, o las palabras, porque les imponía el precepto; pues al instante obedecían, y con ladridos noticiaban a su dueño que tendrían pronta obediencia a lo, que les ordenaba. Cónstame que también estuvo en esa Ciudad de Beja, en que v. m. asiste.

24. Lo más admirable es lo, que refiere el P. Eusebio Nieremberg, aquel portento de juicio, monstruo de santidad, gloria, y honor de la Compañía. [25] Dice éste haber visto en la Corte de España algunos de aquellos monos, que tienen cabeza de perros, llamados Cinocéfalos, que imitaban tanto las acciones humanas, que hasta aprendían a escribir, bailar, cantar; y patenteando después estas habilidades, cobraban de los, que habían gozado de su espectáculo, los dineros, que se les daban, echándolos en una bolsa, que traían a ese fin. Escribo esto por la fe del Padre Fuentelapeña, que así lo dice en su Ente dilucidado, que yo a la verdad no busqué a Nieremberg para certificarme de si lo refería, o no. Los Caballos, que parecen criados más para servir a la bizarría del hombre, y para rayos de la tierra, que para servir a la diversión de los ociosos, aprendieron en Florencia a entretejerse, parar, pasearse, y saltar todos al mismo tiempo, como si fueran otras tantas Ninfas, que danzaran, y podían servir de envidia a los teatros antiguos de Roma. Así lo dice Señeri en la primera parte del Incrédulo sin excusa cap. 14, n. 10 pág. m. 125. A vista pues de estas maravillas, todas efecto de la enseñanza, ¿qué duda puede haber en algunas sentencias, y quizá viendo muchas, y muchísimas veces escribir aquella, que él escribió, lo practicase, escribiendo con la trompa: Yo mismo escribí estas cosas, y dediqué los despojos célticos?

25. Si atendiéremos, Señor mío, a lo, que dicen los Autores, es el Elefante el más prudente de los animales, como dice Cicerón de Natur. Deor. Elephanto belluarum nulla prudentior: es el más sagaz de todos ellos, dice Eliano, lib. 7: Caeteris [26] animantibus sagacitate antecellere compertum est. Es el, que en sus sentidos tiene más semejanza con los nuestros, dice Plinio lib. 8 Natur Hist. cap. 1. Elephas proximus humanis sensibus: Y Estrabón, lib. 5 de Situ orb. admirando sus operaciones, dice que dista poco del hombre: Ad rationale animal proxime accedit. Es el más suave, y el más flexible para toda suerte de enseñanza, dice Eliano lib. 5 Elephanto ad morum similitudinem eruditio, nihil mitius, nihil ad id, quod volumus, obtemperatius est. No sólo en la máquina del cuerpo lo formó la Naturaleza mayor que los otros animales, pues comúnmente tiene de altura cinco codos (véase Eliano, y Eduardo, y al Maratá mataron los nuestros en la India uno, que tenía 10 codos de largo) pero le hizo el más hábil para la disciplina, y el más tratable, dice Piero Valer. lib. 2 Hierogl: Natura non solum illum summa ex omnibus animalibus magnitudine exornavit, sed & disciplina mansuetum, & tractabilem edidit.

26. Es tan sabio (permítaseme esta expresión) que, según Opiano, de Eleph., en aquellas partes, donde hay copia de estos animales, se cree que se entienden, hablando entre sí mismos por idioma particular. ¡A tanto induce una sagacidad exquisita! No sólo son capaces de todo enseñamiento estos Brutos, pero ellos mismos se aplican a industriarse, y recordar mejor lo, que le han enseñado, avergonzándose de cometer yerro en lo, que han aprendido. En uno de los teatros de la famosa Roma, a que concurría gran número del pueblo, formaban cierta danza algunos Elefantes industriados para esto; y errando uno en el medio [27] de ella cierta entrada de una vuelta, acudió colérico el maestro, haciéndole amenzas con una barrilla, y llamándole torpe, ignorante, y salvaje. Acabada aquella diversión, los encaminó a su posada, y allá en medio de la noche, cuando los iba a proveer de su ración (que no había de ser pequeña, pues dice Aristóteles: Elephantes novem ordei modios Macedonicos pascunt, & Metretas Macedonicas quatordecim bibere possunt) vió que el Elefante reprehendido se andaba solo a los rayos de la Luna, ensayándole en aquella misma vuelta de la danza, que había errado: Noctu visus est (prosigue Pierio, que es el, que cuenta esto, lib. 2 Hierogl.) ad umbram Lunae institutionis documenta illa per semetipsum attentare, meditari, & exercere. Parece ficción, pero no es imposible.

27. En fin, lo que para mí es más portentoso, industrianse los Elefantes en la arte Schoenobatica (voz Griega) o Volatinería. No sólo Plinio lib. 8 cap. 2, y Séneca Epist. 85 nos dicen, que se vieron Elefantes funámbulos en algunas fiestas Romanas, más Suetonio, y Dión Casio, testificando lo mismo, añaden, que en unas fiestas, que al pueblo dio el Emperador Nerón, bajo la maroma un Caballero Romano sentado sobre la espalda de un Elefante: Notissimus Eques Romanus elephanto supersedens per catadromum decucurrit, dice Suetonio (catadromo era una maroma inclinada del alto al suelo del teatro). Elephas ad superius Theatri fastigium conscendit, atque illinc per funes decurrit sessorem ferens, dice Dión Casio. Pues, Señor, a vista de estas, y otras muchas maravillas de los Elefantes, escritas por gravísimos Autores, ¿qué [28] razón hay para extrañar a Feijoo contar, y aun creer, que un Elefante escribiese una sentencia en caracteres Griegos? Y se pueda decir por esta, y por otras, que quizá escribiese, por ver escribirlas una, y muchas veces, que aprendió el uso de la escritura, así como se dice de un Papagayo, y Picaza que aprendieron a hablar?

28. En el segundo caso también no encuentro dificultad, que me mueva a negarle el crédito. El primer principio, porque se le podría negar, era: parecer increíble que se llevasen a la guerra tales soldados. Pero es de fe, pues consta de la Historia Sagrada (Mach. l. I cap. 6 vers. 30) que Eupator, hijo de Antioco, traía en su ejército treinta y dos Elefantes diestros para la guerra: Et erat exercitus eius centum millia peditum, & viginti millia equitum, & Elephanti triginta dou docti ad praelium. Ganó Eupator la victoria, que deseaba, y su padre perdió una batalla, llevando a la guerra un poderoso ejército, en que iban ciento y veinte Elefantes (Machab. lib. I, cap. 7, vers. 6). De la misma historia consta que, viniendo el General Lisias a hacer guerra a Judea, traía en su numeroso ejército ochenta Elefantes, en que confiaba (Mach. 2. 11. 4). En otra ocasión llevaba el mismo Lisias veinte y dos Elefantes en su ejército (Machab. 2.13. 2.).

29. Pasando de la Historia Sagrada a las humanas, el Emperador Julio César puso en su estandarte un Elefante por divisa, en memoria de haber vencido los, que llevaba Juba en su ejército. Así lo cuenta Arpiano, y Alexandre de Alexandro (lib. 4 Genial dier. cap. 2.). ¿Por tan grande gloria reputó [29] vencer estos valerosos soldados? Que los Cartagineses llevaban los Elefantes a la guerra enseñados a pelear, lo cantó Lucrecio:

... Turrito corpore tetros
Anguimanos belli docuerunt vulnera Poeni
Sufferre, & magnas Martis turbare catervas.

Nuestro insigne historiador Faria en su tratado del Imperio de la China dice, que en el Oriente los llevan a la guerra en escuadrones, prendiéndoles cadenas en las trompas; y que hacen con ellas tal estrago, cual se puede presumir de tal arma movida con el impulso, y fuerza de un animal, en cuyos hombros, dice la Escritura sagrada, que se ponía una torre firme de madera, y dentro de ésta máquinas para la guerra, y treinta y dos hombres, fuera el maestro, que lo guiaba: Sed turres ligneae super eos firmae protegentes super singulas bestias: & super eas machinae: per singulas, viri virtutis triginta duo, qui pugnabant desuper: & intus magister bestiae (Machab. I. 63. 7).

30. El suplemento a esta Gazeta de 22 de Agosto de este presente año de 1743 por noticias de 4 de Mayo del mismo año nos dice que El Rey de la Persia Tamas Kouli Khan, Príncipe Conquistador, lleva contra los Turcos un ejército de 2000 hombres, en el cual se hallan setecientos Elefantes, con que le regaló el Gran Mogol. Van estos Elefantes todos armados, y diestros en el arte de pelear, y cuando se entra en la batalla, les meten en las trompas espadas anchas, y otros formidables instrumentos, con los cuales en la ocasión del combate no sólo causan terror, mas hacen un horroroso estrago en los enemigos: Et magnas Martis turbare catervas. No [30] pido el asenso, pero no hay, por qué dificultarlo.

31. El segundo principio, porque se podía dudar de la verdad del caso es; porque dice este, que se quitaron las insignias de Caudillo a Ayax, y se dieron a Patroclo: y parece ridículo que llevasen estos Brutos tales divisas. Pero así como enseñamos a los perros a tener miedo de uno, a que llamamos quitador, y a los animales, que andan en manadas, a seguir a alguno, que trae cencerro; ¿por qué no estarían los Elefantes enseñados a seguir aquel, que llevase alguna divisa especial? Si los Brutos obedecen a las señas; ¿por qué no obedecerán a las señales, o divisas? Si yo quisiera dar pruebas como las dan algunos predicadores, traía para prueba el vers. 43 cap. 6 lib. 1 Mach: Et vidit Eleasar filius Saura unam de bestiis loricatam loricis regiis, quae erat eminens super caeteras bestias. Vierte el Siriaco: Videns Elephantem accinctum armis regis.

32. El tercer principio para la falta de crédito es: que el Elefante entendiese el bando, pues dice la historia que oído el bando de que aquel, que primero se lanzase al río, había de ser el Capitán, &c. Como también, dado que lo entendiese, que tuviese Patroclo tal brío, y deseo de ser el Caudillo; lo que es mostrar ambición de honra. Bien pudiera yo mostrar, que los Elefantes entendían muchas de nuestras palabras con algunos casos, que cuenta Acosta (tract. De Elephantib.) principalmente con uno, en que dice, que un Elefante, no queriendo echar una galeota al mar, lo hizo por pedírselo el Capitán de la fortaleza. Como también podía probar, que ellos entienden nuestros gestos, y persuasivas acciones, con lo, que refiere Abreu en [31] su Portugal Médico, Reino Animal, Elefante pág. m. 99 n. 20: y pudiera argumentar del brío del León, de que trata Valdecebro, para la ambición de honra del Elefante; pero, porque podrá v. m. decir que estos casos, o cuentos fueron fabricados en el molde del impugnado, dejo estas pruebas, y me valdré de otras, a mi ver, vigorosísimas.

33. Es certísimo que los Brutos se acostumbran a obrar muchas cosas, que les mandamos; lo que procediendo por los Cartesianos de que las palabras una, y muchas veces repetidas, juntas con el halago, o castigo mueven su máquina, y la modifican para ciertas impresiones, procede por los Peripatéticos de que entienden los Brutos algunas palabras de nuestro idioma, principalmente aquellas, por las cuales los mandamos, como entiende el Perro el tó, sé, y el Gato el Zape, miz, por oírlas una, y muchas veces: así como los niños, aunque de cortísima edad, y sin uso alguno de razón, entienden el vete de aquí, ven acá; luego, oyendo los Elefantes una, y muchas veces algunos bandos, podían tener inteligencia de ellos, o de su significación, y obrar en virtud de esto lo, que se les mandaba, o proponía. Vemos con efecto, que dice a un perro su dueño: Yo perdí, y luego toma la marcha por el camino, por donde vino su dueño, y trae lo, que ha perdido, alegre por haberlo hallado. ¿Pues qué menos es esto que aquello? Mas para qué me canso, si en la Escritura tengo, a mi ver, prueba cabal de todo lo, que intento probar. Veámoslo.

34. La dificultad de que obrase aquello el Elefante, está en ser bruto, y no por ser tal Bruto: [32] así si en otro cualquiera halláremos la inteligencia de lo, que dice en la guerra el Capitán, y ambición de honra, no hay motivo, para que dudemos de esto en el Elefante. Veamos ahora lo, que Dios dijo a Job (cap. 39) hablando de sus obras: Nunquid praebebis equo fortitudinem, aut circundabis collo eius hinnitum? Nunquid suscitabis eum quasi locustas? Gloria narium eius terror. Terram ungula fodit, exultat audacter: in occursum pergit armatis. Contemnit pavorem, nec cedit gladio (Nec se avertet a ferro, vierten los Setenta) super ipsum sonabit pharetra, vibrabit hasta, & clypeus. Fervens, & fremens sorbet terram, nec reputat tubae sonare clangorem. Ubi audierit buccinam, dicit vah (Vah, y la palabra hebraica heahh, y la latina euge valen lo mismo que Ea) procul odoratur bellum, exhortationem ducum, & ululatum exercitus. Desde las primeras palabras hasta aquellas: procul odoratur, &c. se ve cuánto el caballo es brioso, y ambicioso de honra. Lo que se tocará también en la explicación, que vamos a hacer de aquellas palabras: procul odoratur, &c.

35. Quieren estas decir, que el caballo huele de lejos la guerra, la exhortación de los Generales, y la vocería del ejército. Oler la guerra, dice San Gregorio, que es preconocer, cogitando, las adversidades aún distantes (que es lo mismo que conocer discurriendo). Oler la exhortación de los Generales es entender sus preceptos, prácticas, y razonamientos. Oler la vocería del ejército es distinguir entre los clamores no sólo la voz, e imperio de un General, y Caballero, mas la significación de la guerra. Oigamos a Pineda. Bellum adorari, ut dicit [33] Gregorius, est adversa quaeque adhuclonge posita cogitando praecognoscere. Procul odoratur bellum. Hoc ipsum profecto est, quod Plinius ait: Praesagiunt pugnam. Exhortationem ducum. Proprie est clamor, aut strepitus Principum. Sed hoc quid aliud, quam exhortatio Imperatoris insidientis? Hoc ipsum disertis verbis Plinius: In circo ad currus iuncti non dubie intellectum adhortationis, & gloriae fatentur. Exhortationem ducum: quippe longe ante expectat paratissimus tumultum exercitus procedentis ad praelium; & non minus ipse quam milites fortissimi ducum clamorem, & exhortationem ad se pertinere existimat. Et ululatum exercitus. Clamor commotio. Atque eo magis mirandum, quod confuso quodam, permixtoque clamore belli significationem percipiat, non jam unius tantum ducis, & equitis vocem, & imperium.

36. El Licenciado Guerra cap. 43 sobre el 8 y Fray Luiz de Granada en su Símbolo part. 1 cap. 22 §. 1 p. m. 84 dicen, que los Caballos muestran quietud, y sosiego, cuando los Generales, y Capitanes hacen alguna práctica a los soldados; y que acabado el razonamiento, se alborotan como los mismos soldados, mostrando brío, y que el razonamiento los anima: de lo que se infiere lo, que dice Pineda supra, que ellos oyen la práctica como hecha también a sí mismos: Et non minus ipse, quam milites fortissimi ducum clamorem, & exhortationem ad se pertinere existimat, y que la entienden, y se glorian: intellectum adhortationis, & gloriae fatentur. [34]

§. VI.

«No me quiero tampoco demorar en probar, que San Basilio, y Lactancio no fueron de esta opinión. Bien se sabe que todos los amadores de la novedad tuercen a su modo los Antiguos para autorizar su nueva opinión. Solamente diré, que San Basilio, admirando las operaciones de los Brutos, como las del perro, que prosigue la fiera, usa de algún hipérbole, diciendo, que a vista de lo, que hace el perro, usa casi de silogismo: Vocem prope syllogisticam per ea, quae agit, elicit, &c. Mas la palabra prope, y el paréntesis per ea, quae agit, muestran, que el Santo no admite discurso, sino aparente, en los Brutos. Menos prueban las autoridades de Laurencio Vala, y de Francisco Vallés, y algunos Doctores de Salamanca; y mucho menos la del Nuncio Rorario, que no es Autor para se citar; y no tiene eso otra respuesta, sino, que así como no hay pecado, que no se tenga hecho en el mundo, así no hay absurdo, que no se tenga dicho en la Filosofía. El Nuncio Jerónimo Rorario era hombre excesivo para el partido de Carlos V, capaz, si llegase a ser Pontífice, de Canonizar ese Emperador en vida: con que, para impugnar algunos Escritores, que daban alguna preferencia al Rey Francisco, quiso probar, que muchos Brutos discurrían mejor, que algunos hombres. Mas, ¿qué fuerza tiene esta autoridad contra San Agustín, Santo Tomás, contra un ejército de Peripatéticos, y en fin, contra el nuevo socorro de los Físicos modernos? Sea lo que fuere, dejemos por ahora las [35] autoridades, vamos a sus pruebas, a que quiero responder.»

37. Yo estaba en aceptar el partido, visto darle esto como de barato, y parecerle cosa, en que no se debe batallar mucho. Empero por acudir por la verdad, y hacer las obligaciones de Apologista, diré algo. No hay Autor, que no desee apoyar sus resoluciones con autoridades de algunos Doctos, y Santos: y dejando muchas razones, que hay para eso, sólo pondré aquí una, y es; porque Authoritati credere magnum compendium est, & nullus labor, como dice San Agustín (lib. 1 de Anima cap. 8). No afirma Feijoo positivamente, que Lactancio es de esta opinión, pues dice en el num. 17 del § 3: Arnobio, y su grande discípulo Lactancio, nombres venerables en la Cristiandad, parece están declarados por ella. La voz parece no es asertiva. Aquí me ocurre la queja, que formaba San Agustín (contra Julián lib. 4 cap. 8) de que Juliano le había arrancado de sus cláusulas las voces videatur, y putetur para tener algo, que decir contra él: Abstulisti verba mea, quae dixi, & dixisti, quae ipsi finxisti, y celebró la respuesta del Santo: Redde verba mea, & vanescet calumnia tua. Aplique v. m. una, y otra cosa en este caso, y en otros, en que desquicia las cláusulas, disloca las palabras, tuerce el sentido de las oraciones, fingiendo así enemigo para herirle; modo fácil de hallar errores en las verdades, y absurdos en los aciertos. Ya de esto se quejaba Apuleyo: Cujavis oratio simulari potest, si ea, quae ex prioribus nexa sunt, principio sui defrandentur.

38. San Basilio habla tan claro, que no puede haber [36] duda de que está por esta opinión. Y no es sólo Feijoo quien afirma ser el Santo de este parecer: también lo testifican Moure Opusc. 1 sec. 1, c. p. 1. n. 16. Del Río Disquisit quaest. 20, y otros. Y si me quiere capacitar, a que no crea Feijoo, porque, por apasionado a la opinión del discurso beluino, puede torcer a su modo los Antiguos, por la misma razón no debo dar crédito a v.m; porque, por apasionado por la contraria, hará lo mismo.

39. El Santo concede tan rigoroso discurso al perro, cuando éste llega al trivio, y pesquisando dos caminos, toma el tercero, que comparándolo con los, que hacen los Matemáticos, remata: Quid plus faciunt, qui... e tribus, ubi duas propositiones substulerint ut falsas, in ea demum, quae trium reliqua est, verum comperiunt? ¿Qué más hacen los, que de tres proposiciones, de las cuales una es la verdadera, quitando dos falsas, hallan la verdad en la tercera? De aquí se deja ver que la palabra prope no significa en la autoridad lo mismo, que iuxta: prope id oppidum, cerca de esta Villa, sino lo mismo, que quasi; y esta ni siempre es similitudinaria, mas a veces es expresiva de identidad, y de la verdad: Gloriam quasi Unigeniti a Patre (Joan 1. 14) significación, que aun en Derecho tiene algunas veces: véase Barbosa de Dictionibus, dict. III. Por las palabras: per ea, quae agit, no se prueba, que San Basilio sólo da al perro discurso aparente, si no que infiere su discurso de lo, que obra el perro, según aquello de Santo Tomás: Cognitio practica sumitur ab opere exteriori, (1.2. q. 17 art. 1 ad. 1.) así como en los hombres se infiere el sano, y perfecto discurso de [37] sus obras, o por ellas se ve, si está furioso, o no.

40. Menos prueban, dice V. m., las autoridades de Laurencio Vala, y de Francisco Vallés, y algunos Doctores de Salamanca. Aquel menos denota, que Lactancio, y San Basilio prueban alguna cosa para el intento; porque es palabra relativa, y de Lactancio, y de San Basilio se trató poco antes en el mismo §. Estos, y otros Autores Católicos esfuerzan la opinión con su autoridad, pues como Sabios, y Católicos no habían de admitir cosa, de que se infiriese indirectamente, o por legítima consecuencia algún dogma contra los de nuestra santa Fe.

41. En cuanto a lo, que dice del Nuncio Jerónimo Rorario, me parece, que quiere desahogar la pasión, que en los Franceses causó el aprisionar Carlos V al Rey Francisco. ¿Qué tiene su afición a Carlos V, o qué importa, que el motivo, que obligó a Rorario para dar inteligencia a los Brutos, y probar, que muchas veces usan de su discurso mejor que los hombres, fuese un raro circuito de la adulación, e ingenioso modo de adular a aquel Príncipe, para que por esto digamos que no es Rorario Autor para se citar? Este fue a la verdad el motivo, que tuvo este Nuncio para abrazar tan arduo empeño, como lo dice Feijoo en el núm. 18 citando el Diccionario Crítico de Bayle; pero esto no quita, que fuese Rorario dotado de un sutil ingenio, y de gran inventiva, de que es muy proprio tomar vuelo por rumbos no descubiertos, salir del sentir común, descubrir apariencias de posible en lo imposible, tener producciones sobresalientes, y llevarse más allá del término de los entendimientos [38] ordinarios, mostrando ser solidez lo, que es sofistería, y realidad lo, que es quimera. Mas con todo esto será, hacer un raro ingenio más probable una probable opinión, dándole nuevas fuerzas con las sutiles producciones de su juicio elevado, como lo hizo Rorario. Y basta esto para ser Autor capaz de se citar por esta opinión, sin que obste la extravagancia del motivo para su empeño: así como son capaces de ser imitados muchos Varones Santos, que por motivos bien extraños, y extravagantes dejaron el mundo, y empezaron a darse a la virtud. El motivo impele a la obra, no dicta las razones, que son las, que dan probabilidad, y acreditan el Autor de capaz para ser citado.

42. Si Santo Tomás siguió lo contrario, tanto que más parece favorecer la opinión de las máquinas, que las del instinto, como bien lo advierte Feijoo n. 36 y le citan por sí los Cartesianos, también por la nuestra opinión está San Basilio, y San Ambrosio (lib. 6 Hexaem. cap. 4) a quien citando Mangeto dice en su Biblioteca Médica tom. 2 part. 3 p. m. 311 Talis (habla este docto Médico del perro cazador) quin aliquid humanae intelligentiae habere videtur: nam cum ipso homine quasi conspirat, & ad hoc venationis genus operam suam quam callidissime profitetur...Hanc vim odorandi, tantumque vigorem sentiendi tum gentiles, ut Plutarchus, & Marcus Tullius, tum etiam Christiani Patres D. Basilius Magnus, & Divus Ambrosius admirantur * Exortem rationis, inquit hic, canem esse nemo putaverit.* Tandem, si sensus eius vigorem consideres, censes eum sentiendi sagacitate vim sibi rationis adsciscere. Y San Efrén (apud Barceph. [39] lib. de Paradis.) admitió discurso en la Serpiente. Estando pues estos tres Santos por la opinión, que atribuye inteligencia a los Brutos, aunque Santo Tomás, y otros muchos estén por la contraria, no sirve la multitud de argumento cierto; lo que procede aún en materias Teológicas. Cuanto y más, que la autoridad de los Santos Padres, aunque sea de todos, en materias, que no pertenecen a la Fe, sólo constituye fe probable; y vale tanto, cuanto vale la razón, en que se fundan: lo que todo enseña el Ilustrísimo Cano (de locis Theologicis lib. 7, cap. 1) cuyas formales palabras pondremos en el n. 150 del §.17 por ser lugar más oportuno. Y si es lícito en cuanto a la devoción dejar un Santo por otro, o inclinarse más a éste, que a aquél, también en materias de opinión no es reprehensible seguir la de este, y no la de aquel Santo. Favorecido pues Feijoo de la autoridad de los tres Santos citados, le será lícito decir en este punto: Alius iudicat diem inter diem, alius autem iudicat omnem diem: unusquisque in suo sensu abundet, ad Roman. cap. 14 vers. 5.

43. Si fuera argumento convincente estar por el partido contrario un ejército de Peripatéticos, y el nuevo socorro de los Físicos, a nadie sería lícito inventar nuevas opiniones en materias físicas: y todos los días vemos, que o se inventan, o se resucitan, aunque braveen muchos partidarios opuestos; que cuanto más estorban, más ayudan a conseguir la verdad, que buscada por muchos, y opuestos rumbos, es más fácil de conseguir, que siguiendo siempre un camino. Por eso es para mí muy cierto, que se ponen de parte del error los, que, excluyendo [40] toda novedad, piensan que en las guerras filosóficas está siempre la victoria de parte de la multitud; cuando ésta sólo intima un triunfo de mogiganga, o triunfo para hombres de mucha frente, y poco fondo, y por eso incapaces de conocer la victoria por el estado de la contienda. La multitud podrá mucho en las guerras de Marte, pero no en las de Palas, en que no se reputa a bulto el partido, sino por las armas; y estas a veces son las mismas tanto en diez, como en un millón de Filósofos, pasando la opinión velozmente de unos a otros, porque ahorrando el trabajo, no hicieron las debidas reflexiones, y examen en sus fundamentos; hasta que cumpliendo con esta obligación un espíritu desembarazado del miedo, y de la veneración, que ordinariamente se concilia la multitud, hace manifiesto, que la opinión no era Deidad veneranda de los discursos, sí un Ídolo en injusta posesión de los sacrificios de su asenso.

44. Nacen todos los días niños, aunque haya ya en el mundo millares de millones de viejos: así es preciso para la conservación del mismo mundo: nacen todos los días nuevas opiniones, aunque haya ya muchas, y muy antiguas; y así es necesario para la consecución de la verdad. El predominio no estorba la ruina, la novedad no quita, o no impide la victoria. El Imperio Romano por ser el cuarto, ni por eso dejó de ser el mayor, y más perdurable: si hubiese la centella, puede haber un gran incendio. Aristóteles obtuvo pacífica posesión en el dominio de la República literaria por más de doscientos años (empezando a contar desde cerca de los fines del siglo décimo tercio) no obstó esto, para que no tomasen [41] diversos rumbos no descubiertos Cartesio, Gasendo, Maignan, y otros; y aunque los Sectarios de Aristóteles trataban como delito grave apartarse cualquiera de su secta, Piaculum erat asserere, quod antea non asseruisset Aristoteles (Auctor Observat. select. ad rem literar. spectant. tom. 3 observat 14) y se empeñaban en mantener a su Caudillo en el trono, procediendo a sangre, y fuego contra quien se les oponía, con todo, hoy se ven vigorosamente atacados por los partidarios de los tres nombrados Filósofos, que son muchísimos. Muy sutil es el argumento de la multitud, que está en contrario; fácilmente se vence esta, si hay fuerzas superiores en los pocos, que se oponen. Vamos ya a las razones; porque a la verdad,

Iam pudet his nugis absumere turpiter aevum.

§. VII.

«El primer argumento, que V. R. propone en el §. 4 n. 22 es este. Hay en los Brutos acciones, que son efecto de ánima más que sensitiva; luego hay efecto de alma racional. El argumento va muy derecho hasta el último silogismo, que es este: La sensación no puede terminarse sino a objeto existente con existencia física, y real. Pretende V. R. que esta mayor es evidente, pero con licencia yo la niego. Para prueba de esta dice, que no se puede sentir actualmente lo que actualmente no existe. Distingo: lo que actualmente no existe, ni realmente, ni en la representación, lo concedo; lo que no existe realmente, mas existe en la representación, niégolo. La doctrina de V. R., [42] como la de algunos otros, supone, como se deja ver, que nuestros sentidos no pueden sentir, ni percibir sino por las especies corpóreas, que los objetos de afuera mandan, semejantes a sí mismos: atqui los objetos de fuera no pueden mandar especies corpóreas, a sí semejantes, para nuestros sentidos sin existir a parte rei; luego, &c. V. R. no hace este argumento, pero yo lo quiero hacer, para llevar su prueba hasta donde puede llegar. Mas la buena Filosofía nos enseña que la mayor es falsa (*). Nuestras sensaciones no se hacen por especies corpóreas, como decían los antiguos Peripatéticos, mucho menos por per simulacra emanantia ab objectis, como soñaron los Epicúreos. Si así fuese, nunca tendríamos conocimiento verdadero de las cosas, como están en sí mismas; principalmente, cuando esos objetos distan lejos de nosotros. Y el fundamento de nuestros Filósofos es este. Estas especies corpóreas mandadas a nuestros sentidos por los cuerpos extraneos existentes a parte rei, pasan necesariamente por el aire: en su pasaje hanse de encontrar las unas con las otras, ahora mezclándose, y confundiéndose, ahora separándose, y siempre padeciendo disminución, sin nunca llegar todas en la forma, que fueron mandadas: atqui por especies de esta suerte nunca podemos conocer, ni sentir los objetos verdaderamente, como están en sí mismos; luego por especies corpóreas mandadas a nuestros sentidos por cuerpos extraños existentes a parte rei no podemos conocerlos, como están en sí mismos. La mayor es evidente: la menor de poca prueba necesita; porque claramente se ve, que especies disminuidas, y [43] confundidas en su camino las unas con las otras poca semejanza, o ninguna han de llevar del objeto.»

45. Yo no admito especies, y juzgo, que la vista le hace mediante los rayos del Sol. Las razones del P. Malebranche, gran talento de la Congregación del Oratorio de Jesús, instituida por el Cardenal Berule, son muy lindas, y con mucho gusto las leí, años ha, así por su sutileza, como porque sus libros me vinieron a las manos en la dulce lengua Francesa; y Feijoo propone algunas en el tom. 6 disc. 6 §. 13. Pero no son los argumentos, que este Extático Doctor propone contra las especies, los, que me obligan a no admitirlas. Las especies aunque se encuentren (este es uno de los argumentos de Malebranche) como no se pintan las unas en las otras, no se confunden por orden a la vista, ni padecen disminución, a lo menos sensible, en distancia proporcionada; porque aunque fueran cuerpecillos, y no corpóreas, como quieren que sean los Peripatéticos, por su sutileza no se empatarían, así como de la luz lo dicen los Corpusculares.

46. Esfuerzo más la solución.según me acuerdo, el Eximio Suares dice que las especies son medias entre cuerpo, y espíritu: (Es cierto que lo afirmaron algunos de la luz: y no es mucho, pues hay quien de a los Brutos ánimas inmateriales, sin que sean espirituales, refiérelo Willis tom. 2 cap. 6 de scient. brutor. p. m. 43 y el P. Regnault en el tom. 4 de su Curso Físico o Conversaciones Físicas en la segunda Conversación me parece, que inclina a esta opinión). Llevándose esta sentencia, no tienen vigor alguno las razones de Malebranche, pues por ellas no se descubre implicancia en [44] las especies. Pero, como ni todo, que no implica, se da de hecho, aunque no impliquen las especies por los principios señalados, o por otros, ni por eso las admito existentes, por superfluas.

47. También me parece, que si Feijoo le negase la proposición, que en su § noté con esta señal (*), v. m., por no salir del punto principal, que intentaba probar, le diría, que no era su intento hacer la resolución dependiente de este, o de aquel sistema; y por no pasar enteramente a otra cuestión, no la probaría, y le impugnaría independiente de esto. Pues también no es justo, que le infrinja su argumento, por proponerlo en el sistema de las especies, por ser el común. Cuanto y más, que Feijoo no habla de las especies impresas, que los objetos extraños mandan a los sentidos externos, pero sí de las especies expresas representativas, que sirven para los actos internos, queriendo, que no pueda existir en la representación sensible lo, que actualmente no existe a parte rei; por tanto si se representa, es por acto de recuerdo, o de advertencia, presención, o previsión, proprios de sujetos discursivos; porque aunque existe la especie representativa de lo, que se ha visto, padecido, u obrado, como esta no es término, sino medio, es preciso que exista el término para por el medio se terminar el acto sensiblemente al objeto.

48. Esta es la instancia, que hace Feijoo al argumento, que propone en el núm. 25 y 26 del perro, que percibiendo el golpe, conservando la memoria del golpe, y del sujeto, que se le dio, aun pasado algún tiempo después huye de él, cuando le ve. Este acto de memoria se termina a un objeto [45] entonces no existente, y por consiguiente no sensible. Previó Feijoo, que se le respondiera lo, que v. m. responde a la instancia del argumento del n. 22, que esfuerza en el n. 23: No existe realmente lo concedo, en la representación, niégolo, y dice así. Es verdad, que existe la especie representativa del golpe; pero esta no es término, sino medio, respecto de aquel acto; (habla del acto de memorar) y así el perro no se acuerda de la especie representativa del golpe, sino del golpe mismo. A esta instancia debía v. m. responder, y no lo hizo. Escribiré el otro § de su Carta, e instaré de otro modo su respuesta.

§. VIII.

«Esta Filosofía es de nuestros nuevos Peripatéticos, que la sacaron de San Agustín, y del Filósofo Platón. Lindamente la explica el Señor Antonio Arnaud Doctor de Sorbona, defensor acérrimo, que fue de la verdad, y de la Religión en su libro De las Ideas verdaderas, y falsas. Pero, a mi parecer, aún mejor lo explicó el R. P. Nicolás Malebranche de la Congregación del Oratorio en su libro: Busca de la verdad, y en otro, que tiene por título: Conversaciones sobre la Metafísica. Y aunque los dos sean diversos en algunas cosas, ambos siempre concuerdan en este punto, que el objeto próximo, e inmediato de nuestras percepciones, y sensaciones no es ese objeto, que parece a nuestra vista, existente realmente fuera de nosotros: ese pretendido objeto es remoto, contingente, y solamente causa ocasional [46] de nuestras sensaciones. Y si V. R. quisiera tomar el trabajo de ver uno, y otro Autor, no disgustará. Entonces verá, que el primero no admite otro objeto próximo, e inmediato de las percepciones, y sensaciones, sino en la misma percepción, y sensación; que es lo mismo que representative: y el segundo muestra, que Dios es la causa eficiente, e inmediata de nuestras sensaciones, y el que es objeto próximo, e inmediato de ellas: Es una forma ejemplar, que se halla solamente en Dios mismo, el cual se representa a nuestra mente, cuando él la halla dispuesta para eso. Aun sin recurrir a este sistema, por los mismos viejos Peripatéticos se responde muy bien al argumento por el instinto, o movimiento de los órganos en el cerebro del animal, el cual movimiento, una vez impreso, se conserva, y renueva por los efluvios del mismo objeto, sin que sea necesario en cada sensación la presencia física del mismo objeto, que imprimió una vez ese movimiento, como mejor lo explicaré más abajo.»

49. Que la vista no es activa, sino dentro del proprio órgano, es hoy cosa muy común a todos los Filósofos, y por consiguiente es muy común que el objeto próximo, e inmediato no es el objeto en sí mismo, sino en cuanto es representado en el órgano por la especie, o esta sea accidente corpóreo, o calidad, como quieren los Peripatéticos, o la luz modificada, como hoy comúnmente se admite, u otra cualquier cosa, que se esté en vez del objeto. Lindamente lo explicó Monsieur Boyle con aquella admirable experiencia, de que puesto detrás del ojo del Buey recién muerto un papel, raspada [47] muy bien aquella parte, a que el papel se aplica, se ven en él los colores, calidades, y todo lo visible, que percibimos en nuestro cerebro, cuando miramos los objetos sin este artificio; luego lo, que percibimos en nuestro cerebro, no es lo, que está en el objeto, ni el objeto mismo; pues nada de esto traspasa el papel, mas sólo en él se representa: ni la vista, pasando el papel, se lleva al objeto. Nuestra mente, dice su juez árbitro Martín Martínez en su Medicina Escéptica, No sale fuera del cuerpo para ver el Sol, y la Luna; luego ve el Sol, y la Luna donde ella no está; luego lo, que informa la mente para ver el Sol, y la Luna, está en la mente, y no en el cielo: y esto, o veamos mediantes los rayos del Sol modificados en los diversos rechazos, que padece en el objeto, o por especies.

50. La noticia de la sentencia de Malebranche viene ad pompam; porque el punto está, en que la sensación pide objeto con existencia física actual, y no basta haber de existir, o haber existido. Si el objeto se representa, sin que exista, esta representación del objeto, que sea por especie, que sea por otro algún principio, pretende Feijoo que no sea sensación. Si el objeto existe, que este sea, que no el objeto próximo, e inmediato; que se vea por especie, o por otro algún medio; o porque Dios sea la causa eficiente, e inmediata de nuestras percepciones y sensaciones, siempre es sensación.

51. Quiero, que no sea la noticia ad pompam, mas sí por participarla, como una grande novedad (que se halla en cualquier Moderno, véase Purchot tom. 1 pág. m. 491.) nada de nuevo dice v. m. a Feijoo, que tuvo buena noticia de lo, que dijo [48] Malebranche, como se ve de lo, que escribe en el tomo primero de su Teatro Crítico, discurso 13, § 6 n. 21: «Muchos dicen, que las ideas intencionales de Descartes son copia ajustada de las de Platón. Pero se engañan. Cuando más, pueden pasar por un rudo diseño, a quien el Padre Malebranche dio la última mano con su nueva, y singular sentencia de negar toda idea criada, y afirmar, que cuanto conocemos, es por las ideas Divinas, y Eternas, existentes en la misma mente de Dios. Llamo nueva, y singular esta sentencia, porque por tal está reputada; pero en la verdad es puntualmente la misma de Platón, como la refiere su apasionado Sectario Marsilio Ficino lib. 1 de Studios. sanit. tuend. cap. 26. Estas son sus formales palabras: Atque ut Plato noster inquit, quemadmodum visus nihil unquam visibile percipit, nisi in ipso summi visibilis, id est Solis splendore: ita neque intellectus humanus intelligibile quidquam apprehendit, nisi in ipso intelligibilis summi, hoc est Dei, lumine nobis semper, & ubique praesente. Quien hubiere leído al Padre Malebranche, verá, que ni aun en las voces discrepa esta sentencia de la suya: y que todo lo que puso de su casa este autor, fueron algunos discursos sutiles para persuadirla». No es tiempo ahora, ni me pertenece, de impugnar la opinión de Malebranche, sea verdadera, o no, probable, o improbable; pues en las cosas, que no pertenecen al asunto, que tratamos, no es justo que por ahora ponga más cuidado que él, que puede permitir Calamus scribae velociter scribentis, Psalm. 44. 2. Así vamos a vigorar el argumento de Feijoo, e instar la respuesta de v. m. [49]

52. En este instante me viene a las manos el segundo tomo De la Recherche de la verité, y bien casualmente: y leyendo con reflexión el capítulo segundo, en que prueba Malebranche: Que les objects materiels n'envoyent point d'especes, quie leur resemblent, que los objetos materiales no envían especies a sí semejantes, otra vez admiro la sutileza de este Extático Varón, pero no la fuerza de las tres razones, que forma contra los Peripatéticos, porque se fundan en el falso supuesto, que escribe en la primera, a saber: Tous les objects, comme le Soleil, les Etoiles... ne peuvent pas envoyer des especes, qui soient d'autre nature qu'eux. C'est pourquoi les Philosophes disent ordinairement, que ces especes son grossieres, & materielles... ces especes impresses des objects sont donc de petits corps. Quiere decir: =«Todos los objetos, como el Sol, las Estrellas no pueden enviar especies, que no sean de la naturaleza de ellos mismos. Razón, porque los Filósofos dicen ordinariamente, que estas especies son groseras, y materiales. Estas especies impresas de los objetos son por tanto unos cuerpecillos». Esto es falso en la sentencia de los Peripatéticos, como dije respondiendo al §. 7 y vamos a lo prometido.

53. La sensación no puede terminarse, aunque mediatamente, a objeto, que no tiene física, y real existencia. Manifiéstase: terminarse la sensación a un objeto mediatamente, es sentirlo mediatamente: y si, para que el objeto se sienta inmediatamente, es necesario, que tenga física existencia; también es preciso, que la tenga, para sentirse mediatamente. Porque en tanto se representa por sensación, en cuanto se hace sensible, y excita la [50] sensación, a lo menos ocasionándola; que por eso toda sensación es juntamente pasión, y como efecto es posterior posterioritate naturae a lo, que se siente: y no puede el objeto hacerse sensible, sin que exista. Pruébase. Si se hace sensible por sí mismo, para esto es claro, que ha de existir realmente: si por algún medio, que quedó de la sensación antecedente, como cuando el perro huye del hombre, que días antes le dio el golpe; este medio no es el objeto material, o no es lo, que se representa, es sí el objeto formal, por medio del cual representa el objeto, y se hace sensible: y si para que el medio se sienta, es preciso que exista realmente, también es preciso, que realmente exista el objeto, para que se sienta. Porque siempre respecto de lo, que se representa sensiblemente, es la representación pasión, que como efecto pide la existencia de su causa, u ocasión, a lo menos en el primer instante de la producción.

54. Confírmase el argumento. Representar internamente el objeto (que en esta representación procede el argumento de Feijoo, como se puede ver en el num. 23) es sentirlo internamente: y para esto es tan necesario, que el objeto tenga física, y real existencia, como para que se sienta por los sentidos externos, en caso de no representarse por acto proprio de sujeto discursivo. Porque los sentidos internos sirven para representar lo, que los externos representan bien, o mal: y si estos no representan, sin que el objeto tenga existencia, o como tal se les ofrezca, también, sin haber esta, no representan aquellos. De modo, que los sentidos externos son como medio, condición, u ocasión de los internos; [51] porque estos se terminan a los externos, como estos a los objetos, o representan lo, que los externos les ofrecen: y como no pueden ofrecerles cosa alguna, sin que esta tenga física, y real existencia, no pueden aquellos representar cosa alguna, sin que también la tenga la cosa representada.

55. Que los sentidos externos pidan física, y real existencia en sus objetos, es claro. Porque, o sigamos la opinión de Malebranche de que todo vemos en Dios, o la, que v. m. insinúa, de que vemos por cierto movimiento de la materia globulosa, que causa en la retina del ojo la representación del objeto, siempre es menester, que el objeto realmente exista, o como causa movente de la materia globulosa, o como causa ocasional, o exigencial, para que Dios se esté en vez de él en nuestros sentidos. Y aunque comprimidos los ojos, o también por vidrio artificial se ve duplicado, o triplicado el objeto, que es uno en sí, y por esto vemos lo, que no existe; con todo siempre existe el objeto, en que reflejan los rayos, que es u ocasión, para que veamos en Dios, ofreciéndose él en vez del objeto, o causa movente de la materia globulosa. Supuesta la cual causa, o mudados los ejes ópticos, o padeciendo la luz diversas refracciones, y rechazos en el vidrio artificial, se representa el objeto duplicado, o triplicado, siendo siempre el mismo en sí; pues estas diversas representaciones son en cierto modo como las reproducciones, que no diversifican, ni distinguen el sujeto reproducido en muchas partes. [52]

§. IX.

[Instinto] «Contra ese instinto dice V. R. en el §. 4 n. 24 que, casi sin pensarlo, había superado el atolladero de esta cuestión, conviene a saber: el recurso de que los Brutos obran no por inteligencia, sino por instinto: que esto se respondía hasta ahora, y nada más, al argumento, que se hacía de aquellas admirables acciones, que más acreditan la industria, y sagacidad de los Brutos, y en este atolladero se enredaba el argumento de modo, que no pasaba adelante. Mas que, desentrañadas las cosas, se ve, que este recurso no basta para responder al argumento, que hace; porque la voz instinto no tiene significación fija, y determinada, o por lo menos no se le ha dado hasta ahora. Me parece que V. R. muy lejos de haber superado el atolladero, tiene tropezado en él fuertemente, ni lo ha de superar con facilidad. Si V. R. dijese, que algunos Peripatéticos viejos, principalmente los Españoles, no dieron definición lógica del instinto de los Brutos transeat. Algunos tengo leído, no muchos, y solamente los más conocidos. Yo los venero mucho sobre la Dialéctica, los Universales, la Teología Escolástica, y otras algunas ciencias. Yo admiraré siempre la agudeza, y la penetración de los Españoles; mas sobre las cuestiones de Física, de Metafísica, Fenómenos de la Naturaleza, & c. no los hé de consultar. Pero decir, que la voz instinto no tiene significación fija, y determinada, y que ningún Filósofo hasta ahora tiene dado tal explicación, es mucho adelantar. Y me alegro mucho, [53] que en remuneración de tantas cosas curiosas, que sus escritos me han enseñado, yo le pueda enseñar esta, que es muy ordinaria. Pues nuestros Peripatéticos reformados, como mis maestros los Padres de la Compañía en Francia, y muchos otros, que con los meros Peripatéticos, y Cartesianos se saben componer muy bien, dicen que el instinto se puede tomar por principio, o por acto: tomado como principio se define lógicamente: Facultad cognoscendi materialiter: y tomado por acto es cognitio materialis. Tomado como principio, se distingue formalmente del alma del bruto, como el predicado esencial se distingue de la esencia: y el instinto, tomado por acto, se distingue de la sensación, como la parte se distingue del todo. Y explicado como mecanismo, es un cierto movimiento de los órganos, que determina el conocimiento del Bruto: es el medio, que, junto con el término representado, hace la verdadera sensación, de la cual resultan todas las operaciones de los Brutos. V. R. de poco necesita para entender, e intelligenti pauca, por eso sobre este particular no me dilato más.»

56. Si Feijoo dijera que no se había dado hasta ahora significación a la voz instinto, tenía mucho, que agradecerle su caridad, aunque no su urbanidad; pero no dice esto, sino que: La voz instinto no tiene significación fija, y determinada, o por lo menos no se le ha dado hasta ahora, que es lo mismo que decir, que no tenemos idea clara, y distinta del objeto, que corresponde a esta voz: estas son sus formales palabras. Esto supuesto: es tal el concepto, que hago de su talento, que pienso que, para [54] proferir absolutamente aquella proposición, había de discurrir en cuanto hubiese en el punto, que se le pudiese objetar; y que así no se le escapó esta, u otras definiciones eiusdem furfuris. Y como, no obstante esto, profirió aquello, con fundamento grave supongo que lo dijo, y discurriendo en cuál sería, discurro por él aquí.

57. Aquella voz tiene significación fija, y determinada, a que corresponde un objeto fijo, y determinado, y que este no corresponda a la voz instinto se ve, de que la voz es substituto del concepto: Verbum, quod foris sonat, signum est verbi, quod intus latet, dijo San Agustín: y no hay concepto fijo, y determinado de la significación de esta voz, o del objeto, que a ella corresponde. Prúebase, porque en tanto lo habría, en cuanto hubiese diputación fija, y determinada adherente a ella: y que no la hay, se manifiesta. Porque entonces tiene la voz diputación fija, y determinada adherente, cuando por ella entienden todos los, que usan de tal voz, una misma cosa determinada, dos, o tres, si la voz tiene esas significaciones. Es verdad, que de esas tres se entiende determinadamente una, según la ocasión, y las circunstancias determinan la significación, que piden en la voz: y aunque a ésta corresponda un individuo vago, este mismo ejercitamente es una cosa sola, y determinada. Y que los, que usan de la voz instinto no entiendan por ella una misma cosa determinada, lo mostraré.

58. Como en el §. 30 de su Carta constituye v. m. su Juez al Doctor Martín Martínez, o lo quiere por Juez árbitro de sus razones, daré principio por lo, que dice de la voz instinto en su Filosofía Escéptica [55] Diálogo 10, pág. m. 282 en el cual Diálogo, impugnando este docto Médico a Feijoo en esta opinión de la Racionalidad, y respondiendo a sus razones, poniéndose de parte de los, que hacen meras máquinas a los Brutos, aunque disfrazado con rebozo de Escéptico, concuerda con él en cuanto a lo, que siente de la dicha voz. Ni vale recurrir (dice él) al oscuro asilo del instinto, pues este no es más que una voz, que no satisface &c. Como también dice en el §. 29 que hasta los Diccionarios dan idea del instinto, mostraré, que la dan confusa, y no determinándose, o fijándole significación cierta, y determinada.

59. El Diccionario de Calepino dice así: Instinctus. Instigatio, & quam Divinam vocant inspirationem Cic. I. Tusc. sine Coelesti aliquo mentis instinctu. Idem. I de Divinis. Quae instinctu Divino, aflatuque funduntur. Instinctu alicuius facere, hoc est: suasu & impulsione. Plin in Paneg. Multa fecimus sponte, plura instinctu quodam, & imperio. Quiere decir (para que lo entienda el enfermo) que significa Instigación, Inspiración Divina, Persuasión, e Impulso. La Prosodia de nuestro Pereira dice: Instinctus. O instincto, moçao divina, impulso, instigaçao. El Padre Bluteau en su célebre Diccionario dice: Instincto, ou instinto. Astucia natural, que suprindo nos animaes a falta de discurso, os ajuda a buscar o preciso para a sua conservaçao: Impressa animantibus a natura insitatio, ou praemotio, is, naturae ductus, quo aguntur animantes. Insita animantibus a natura rerum notitia, ou cognitio, is ... E se bem repararmos nos melhores Authores da latinidade, nao acharemos [56] instincto senao por inspiraçao divina, ou celeste, so Plinio o moço uza desta palabra para significar persuazao, ou instigaçao. Añade, que la palabras Distincto es más usada, y dále las siguientes significaciones. Distincto. Inclinaçao natural; Propensao, ou instigaçao da natureza para alguna cousa. Nos animaes tem lugar de razao. Sobrino en su Diccionario Francés, y Español dice: Instinct, sentiment, & mouvement naturel; quiere decir a la letra: Instinto, sentimiento o movimiento natural. Lo mismo, que se ha escrito, sirve de prueba de lo, que he dicho, a saber que los Diccionarios no dan significación cierta, y determinada a la voz instinto. Veamos ahora si se la dan los Autores en la aplicación de esta voz.

60. Y aunque bastaba para desengañarnos de lo contrario la autoridad de Pedro García, que, siguiendo esta respuesta común del instinto, conoció su indeterminada significación, pues dice en sus Disputaciones Médicas (Disput. 48 cap. 2 pág. m. 1333. n. 20) que no concuerdan todos en lo, que sea: Est alia solutio communis, qua explicantur ea, quae posita sunt, nempe procedere ex instinctu naturae, qui in animalibus reperitur, habere enim talem nullus dubitat, neque solum in his, sed in pueris recenter natis, docet Sanctus Thomas in 2 dist. 20 q 2. art. I. * licet quid sit non conveniat inter omnes; * con todo no quiero que se juzgue falta de munición lo, que sería evitar lo superfluo: así prosigamos, y se verá que anduvo v. m. poco considerado en criticar con acrimonia a Feijoo en este particular.

61. De este instinto natural se dice, que viene [57] la conjunción del macho, y de la hembra, y la procreación en la prole: y al principio de esto llamó nuestro Emperador Justiniano en la Ley única § taceat C. de rei uxor. act. estímulo de la naturaleza: Ipse naturalis stimulus parentes ad liberorum suorum educationem hortatur; y en el título segundo de jur. natural. gent., & civil. § initial le llama derecho natural, al cual define: Quod natura omnia animalia docuit, lo que enseñó la naturaleza a todos los animales, o sean (prosigue él) los, que cortan el aire, o los, que pueblan la tierra, o los, que nacen en la mar. Ius naturale est, quod natura omnia animalia docuit. Nam ius istud non humani generis proprium est, sed omnium animalium, quae in coelo, quae in terra, quae in mari nascuntur. Hinc descendit maris, atque foeminae conjunctio, quam nos matrimonium apellamus: hinc liberorum procreatio, hinc educatio. Videmus enim caetera quoque animalia istius iuris peritia censeri. Esto sacó Triboniano de lo, que Ulpiano había dicho en la Ley primera §. 3 de Just., & Jur.

62. De modo, que según lo, que dice nuestro Emperador, el instinto es común a los hombres, y a los Brutos. En los hombres es acompañado de la razón, según la tienen; en los Brutos del conocimiento según lo gozan. Pero, así como ni todo conocimiento espiritual del hombre se dice instinto, también no debe decirse tal todo conocimiento material del bruto. De manera, que el instinto más parece una idea, un especial conocimiento dado por Dios, siendo él el primer movente, y principal determinante, que un conocimiento ordinario, para el cual concurre como causa Primera: es una atribución de [58] Dios: Cum cogitasset Deus duorum sexuum rationem, attribuit ipsis, ut se invicem appeterent, & conjunctione gauderent, eaque ratione propagari, & multiplicari genera possent, dice Lactancio lib. 6 cap. 23.

63. San Isidoro en el capítulo Ius naturale 7, que es relativo a lo, que dice Justiniano en el lugar citado, dice que el derecho natural se tiene por instinto de la naturaleza. Afirma Suares que el Santo habla aquí del derecho natural proprio de los hombres; y explicando aquellas palabras instinctu naturae dice (art. 1 conclus. 3 corolar. 2) que el instinto de la naturaleza se da en los Brutos, y en los hombres: lo mismo siente Arnoldo Vinnio comentando el lugar citado de Justiniano, citando a Covarrubias, y a Antoni Fabro. Añade el dicho Suares, que el derecho natural, proprio de los hombres, se dice con razón instinto a ellos dado por la naturaleza, para que vivan según las leyes de la razón, que los dirige. Egidio dice, que de dos modos obran los hombres las acciones, para que inclinan; o por instinto de la naturaleza, y en tal caso no se diferencian de los Brutos (y a tales acciones llaman Mansio, y Harpetro acciones naturales, pero no de derecho natural) o con razón, y entonces obran con razón, y por instinto.

64. Algunos entienden por instinto una centella de aquella lumbre natural de la razón del hombre, participada por los Brutos: Natura rem unamquamque perfectissimam facere voluit; ac proinde in plantis sensus, in Brutis rationis, in hominibus Divinae mentis vestigia expressit, dijo Platón. Y si aquella centella de la mente Divina, que se da en [59] los hombres, no consiste en cualquier conocimiento, que tienen, sino en aquel, que es como impreso por Dios (y Cartesio explica por ideas innatas) según aquello de David: Signatum est super nos lumen vultus tui Domine Psalm. 4.7 y es un conocimiento, que le dicta, que se debe seguir lo bueno, y huir de lo, que es malo, &c. es conocimiento de los primeros principios morales; también esa centella, que participan los Brutos de la lumbre natural de la razón del hombre, no consiste en cualquier conocimiento de los Brutos, sino en aquel, que es como impreso por Dios, o en un conocimiento de los primeros principios físicos concernientes al bien físico, y conservación de los mismos Brutos, v.g. que se debe huir del enemigo, defenderse del invasor, & c.: Hoc enim omni generi animantium a natura ante omnia tributum est, ut se vitam, corpusque tueatur, declinetque ea, quae nocitura esse videantur, dice Marco Tulio 1 de offic. De modo: que gobernarse el Bruto por instinto es gobernarse por un especial conocimiento, dado por la naturaleza; y qué otra cosa es la naturaleza, sino Dios, y la razón Divina injerta en todo mundo, y sus partes, dice Séneca de Benefic. l. 4 c. 7 (No nos oigan aquí Espinosa, y otros de este jaez, porque echarán veneno en esta verdad) Non intelligis te mutare nomen Deo? Quid est aliud natura, quam Deus, & divina ratio toti mundo, & partibus eius inserta? Y si esta como participación de la mente Divina explicamos por una centella de la razón Divina, a aquel instinto explicaremos por centellica, que, respecto del conocimiento claro del hombre, es como una centella de su razón. [60]

65. Otros en su modo de hablar dan a entender ser el instinto un peso, una virtud innata, inclinación, o propensión, a la cual, si acompaña conocimiento, es como una condición, y no como principio de las acciones, que el instinto rige. Por proprio peso, y virtud innata se va la piedra al centro, por propria virtud se eleva a impedir el vacío, siendo causa de todo esto la naturaleza. Así se explicaban los, que en el primero caso no conocieron, o no admitieron con Cartesio el movimiento vorticoso de la materia sutil, que apartándose de la tierra por las tangentes del círculo, impele los graves al descenso; o los profluvios substanciales de corpúsculos térreos con Gasendo, obrando por impulsión; o por atracción, como quiere Maignan: y en el segundo caso el peso del aire, que no se ocultó a Aristóteles lib. 4 de Coelo cap. 4, y su fuerza elástica, y los experimentos de Galileo, y de su discípulo Torricelli, y los de otros muchos Filósofos posteriores. Y aunque para el descenso de la piedra es menester, que la quiten de la tierra, y la pongan en el aire desimpedida; y para el ascenso es necesario, que violenten las columnas del aire, que quedan eminentes al instrumento, en que se hace la experiencia, todo esto en sentir de los Peripatéticos es una condición, o circunstancia requisita, que no entra en esa virtud consecuente del ascenso de la piedra, ni en la propensión para el descenso. Así también por proprio peso, y virtud innata buscan algunos animales la hierba purgante, que jamás vieron; la cabra el Dictamo nacido en la isla Creta, que comido le quita las saetas; el Hipopótamo, o Hipopódamo se sangra para librarse de la enfermedad, [61] que le oprime; el Urón come la Ruda como antídoto contra la serpiente, cuando quiere pelear con ella, como enseña Aristóteles, lib. 9 de hist. animal. cap. 6. Las Ovejas huyen del Lobo, que nunca vieron, y no huye de él otro Lobo, cuando ambos ven un mismo objeto; los Corderillos, luego que nacen, buscan las tetas de su madre, que jamás vieron; y lo que es más, cada uno suya determinada, y acuden al primer balido; las Golondrinas, y Vencegos (según el yerro común) pronosticando próximo el invierno, que aún no experimentaron, por huir de él, se van a África, Asia, o Grecia, tierras más allá del Mediterráneo, que jamás vieron, y no yerran el camino. Esto no puede proceder de conocimiento práctico, y directivo, pues no conocen lo, que obran, y lo por qué lo hacen, ni tienen experiencia, que los rija en su proceder; luego procede del instinto, que como un peso, o virtud induce los animales a estas acciones patéticas; haciéndolas, bien como el hierro se va al imán, y la paja al succino; pues el ver la hierba, que buscan, no es causa, sino condición, o cosa concomitante.

66. El Padre Señeri, en la primera parte del Incrédulo sin excusa (part. 1 cap. 13 §. 7) no sólo explica por el instinto la previsión del invierno, pero también la presención de la mutación del tiempo, de los vientos, de la serenidad, y tempestad, considerando en la fantasía de los Brutos un instinto, o un conocimiento de estas cosas. Virgilio, a quien algunos cuentan entre los Filósofos (véase Cozzand. de Magist. antig. Phil. ) aunque no se haya averiguado qué Filosofía siguió. (Pedro Crinito de Honest. Disciplin. lib. 5 cap. 11 le hace [62] Ecléctico) niega que en tal caso obren los Brutos por instinto, esto es, por prudencia superior, ingenio, o conocimiento dado por Dios, y explica muy mecánica, y naturalmente esta presensión, diciendo que la mutación del tiempo, a nosotros aun insensible, se hace sensible a los Brutos, excitando en sus pechos diferentes movimientos las impresiones distintas, que ocasionan los diversos tiempos.

Haud equidem credo, quia sit divinitus illis
Ingenium, aut rerum fato prudentia maior.
Verum ubi tempestas, & coeli mobilis humor
Mutavere vias, & Jupiter humidus austris
Densat, erant quae rara modo, &, quae densa, relaxat;
Vertuntur species animorum, & pectora motus
Nunc alios, alios, dum nubila ventus agebat,
Concipiunt, hinc ille avium concentus in agris,
Et laetae pecudes, & ovantes gutture corvi.

lib. I. Georgic. vers. 414, & sequentib.

Otros tal vez por no les ocurrir esta explicación tan natural, como se hace patente a aquellos, a quienes anuncian la mutación del tiempo las enfermedades, que padecen en algunas cuadraturas, también resuelven estas presensiones del tiempo, y otras raras operaciones, con que los Brutos saben evadir los males futuros, previniéndose al riesgo, a las enfermedades, al hambre, &c. recurriendo al instinto, mas en su explicación no coinciden poco con los Maquinistas (véase el n. 76) pues dicen que en estos, y otros aprietos, y necesidades hace Dios en los Brutos una moción, que los rige en sus operaciones: Et ideo quidam dixerunt instinctum naturae nihil aliud esse, quam motionem factam a Deo aliquo [63] modo ex dictis in casu necessitatis, dice Pedro García en sus Disputaciones Médicas disput. 48 cap. 2 n. 21 pág. m. 1334.

67. Muchos ponen el instinto en un suplemento de discurso, como dice Bluteau citado en el n. 59. Y el Diccionario de la lengua Castellana compuesto por la Real Academia Española verbo Instinto dice así: Instinto. Aquel conocimiento material, o astucia natural, que suple en los animales la falta del discurso. Por eso Séneca lib. 2 de ira dice, que en los animales está el ímpetu, o instinto en vez de razón, y en los hombres está la razón en lugar del ímpetu. Y el P. Señeri en el Incrédulo sin excusa (part. 1, cap. 14 n. 10) dice: De semejante modo la idea de aquellas obras naturales, mucho más admirables, que hacen de suyo tantos Brutos sin maestros, no está en los Brutos mismos, está en el primer Artífice Dios, que habiéndoles negado la razón, se está en vez de ella en sus pechos para gobernarlos, disponiendo las especies de su fantasía de tal manera, que según la necesidad aprehendan como conveniente, o como nocivo lo, que es favorable, o contrario a su conservación. Y esta disposición de especies es la que llamamos instinto.

68. No era mi intento impugnar ninguna de las explicaciones, que hacen los Peripatéticos de la voz instinto, o las significaciones, que le atribuyen, ¿pero qué corazón sufrirá ver enfrente al enemigo arrogante, y desarmado, sin que pretenda vencerle, o rebatirlo? Así haré tal cual invasión a algunas explicaciones, que me parezcan, o más disonantes, o que más envuelvan una intrínseca aserción del discurso beluíno, sin sincera confesión de que lo tienen [64] los Brutos. ¿Qué otra cosa es la propuesta evasión, sino un antojo, o un tesón, que en algunos pasa a férrea terquedad, de negar discurso a los Brutos, cuando se les concede en la misma voz instinto, así explicada? ¿Qué otra cosa es, sino ignorar lo contenido en aquel suplemento? Porque los actos, que lo contienen, o son verdaderos discursos, o modos de conocer más perfectos que los, de que goza el hombre. pruébase: porque aquel suplemento no puede significar otra cosa sino, que en las acciones más admirables de los Brutos intervienen conocimientos semejantes, o análogos al discurso del hombre, pero que no son discursos. A esta evasión se opone Feijoo a otro intento en el n. 33 del modo siguiente. Mas esto es decir nada...porque si la semejanza es adecuada, es lo mismo, que confesar discurso propriamente tal, porque a discurso propriamente tal sólo puede ser semejante adecuadamente lo que fuere discurso propriamente tal. Y si la semejanza fuere inadecuada, o imperfecta, los contrarios tienen la obligación de señalar la disparidad. Lo tercero, porque aunque la semejanza no sea perfecta, sólo se inferirá de ahí, que el discurso del Bruto no es tan perfecto, como el del hombre, pero no que no es propríamente discurso; pues la menor perfección, respectiva en cualquier atributo, no quita el gozar con propiedad aquel atributo. Así uno, que es menos sabio que otro, no por eso deja de ser propriamente sabio. Lo cuarto, y último, porque a quien prueba la posesión de algún atributo, responder que no es tal atributo, sino otra cosa, que se le parece, sin decir más, es evasión ridícula, pues de este modo [65] no hay argumento, por concluyente que sea, que no se pueda eludir. Hasta aquí Feijoo.

69. Y aún hay más que decir. Si aquel suplemento no significa la impugnada semejanza, no puede, a mi entender, significar otra alguna cosa más que una equipolencia, o (lo que es lo mismo) que los Brutos sin discurso conocen lo, que los hombres en tales circunstancias, y materias conocen por discurso. Mas esto también es decir nada. Lo diré mejor: es decir tanto, que se conceden a los Brutos en lo, que se profiere, conocimientos superiores a los de los hombres. Porque (además de se conceder, que conoce el alma sensitiva de los Brutos, como tal lo, que sólo puede conocer la humana, como tal racional, y por consiguiente que tiene actos de clase superior a la, de que goza esa alma puramente sensitiva) pregunto yo: o los Brutos conocen por un único acto lo, que los hombres sólo conocen por dos, o tres, que constituyen su discurso, o también por dos, o tres actos distintos. Si lo segundo: conocen discurriendo, así como conocen los hombres en tales circunstancias, y materias; y es el segundo, o el tercer acto de los Brutos ilación, secuela, o deducción del primero, o de los dos, así como es en los hombres. Porque es dependiente, causado, y subseguido a él, o a ellos; hay progreso de uno a otro con subordinación de este a aquel, así como hay en nuestros discursos.

70. Si se dice que conocen por un único acto: luego por aquel mismo acto, con que conocen los Brutos el antecedente y la causa, el medio y la conexión, conocen (intransitive) el consecuente, y el efecto, el fin, y el término relativo; luego conocen [66] más perfectamente que los hombres, pues estos necesitan comúnmente de dos, o tres actos para este alcance. Y el discurso, aunque es perfección, denota imperfección, y es un suplemento de la intuición: así como la potencia loco-motiva es perfección, mas denota imperfección, y no gozar el sujeto la agilidad de los espíritus. Aquella intuición concedida a los Brutos en el sulemento del discurso, o instinto tiene más de actualidad, y simplicidad: el discurso tiene más de potencialidad y composición. Y si Santo Tomás (1 part. quaest. 58 art. 3) negó discurso a los Ángeles, porque como a espíritus simplices les conviene la simplicidad de la intuición, y no la potencialidad del discurso; negando los Peripatéticos discurso a los Brutos, por no compararlos a los hombres, los igualan a los Ángeles por este suplemento, u equipolencia de discurso, que les atribuyen. Concluyamos pues que esta evasión es insuficiente de cualquiera de los dichos modos que se explique el suplemento del discurso. Y si no es la verdadera ninguna de las explicaciones dadas, mientras no se señala, en que consista ese suplemento, quedamos totalmente a oscuras. Prosigamos en el descubrimiento de lo, que sea instinto.

71. Por instinto dicen los Peripatéticos, que conocen los Brutos las conexiones, que tienen las cosas corpóreas, las unas con las otras: conoce el ave la conexión, o conveniencia de la paja para el nido: conoce la Araña la conexión, o conveniencia de sus telas para cazar las moscas: conocía aquel Gato Jesuítico la conveniencia del lodo, en que se revolcaba, para que entrando en el granero, le [67] quedase pegado el trigo, y así se exponía a las aves, fingiéndose muerto, y acudiendo estas a comer el trigo, las cazaba: conocen en fin los Brutos otras muchas conexiones, lo que se infiere de muchas admirables acciones, que de ellos cuentan Jerónimo Cortés en su Historia de los Animales, Aldrov., Gaspar Scoto en su Física Curiosa, Señeri en la primera parte del Incrédulo sin excusa, cap. 13. Fuentelapeña en su libro intitulado El ente dilucidado sec. 3 subsec. 5 instanc. 3 y otros muchos. Conocen las hierbas medicinales, y las buscan a su tiempo; las venenosas, de que huyen, y las, que les son convenientes para el alimento; al mismo paso que nosotros sólo enseñados de la experiencia conocemos esto: por eso dice Plinio, Pudendum hoc, omnia animalia, quae sunt salutaria ipsis nosse, praeter hominem. Todo esto es dice, que conocen los Brutos por instinto, y en lo, que consista este en tal caso, lo vamos a ver.

72. Arriaga, y otros dicen, que consiste en el conocimiento, que los Brutos tienen por especies insensatas de cosas insensibles (Esto aun parece más que admitir discurso en los Brutos, pues es elevarlos a más alta esfera, y espiritualizarlos de algún modo, y de esta misma doctrina se pueden valer los Racionalistas) las cuales son producidas por Dios, como Autor de la Naturaleza en la Estimativa de los Brutos, para que puedan huir de lo, que les es nocivo, y seguir lo, que les es conveniente. Pero unos quieren que las tales especies sean impresas por Dios en el principio de la generación de los Brutos, citando por esta opinión al Señor Santo Tomás q. 13 de veritate art. 7 ad. 7 .[68] Otros afirman que son producidas, cuando son necesarias a los Brutos para usar de ellas, según la diversidad de los instintos de los animales. Esta última es la opinión de Pedro García, que citando los Autores de la primera en sus Disputaciones Médicas (disp. 48, cap. 2 n. 20 pág. m. 1333) así resuelve contra ellos en el n. 21. Pero Willis está por la primera opinión, y dice así (tom. 2 cap. 6 de scient. brutor. pág. m. 48) Quod aliqua eorum notitia sit ingenita... propter usus quosdam vitae prorogandae necessarios, a summo Creatore infusa, & characteris instar, ipsis illorum principiis, sive naturis, a prima formatione impressa, *quae vulgo naturalis instinctus appellari solet.*

73. Mas aun concedido este recurso de especies insensibles, y otros semejantes, con que los Peripatéticos pretenden probar, que los Brutos obran, no por inteligencia, sino por instinto, se convence contra los mismos Peripatéticos, que los Brutos son discursivos, pues parece convincente el argumento, que forma Feijoo en el n. 23. «No me meto ahora en si en estas acciones obran formalmente por fin. Lo que pretendo sólo, y lo que no se me puede negar, es, que cuando las ejecutan, tienen alguna advertencia del bien, que buscan, o del mal, que evitan, y esta advertencia es quien los rige en los actos de prosecución, y de fuga. Si no tuvieran aquella advertencia, o se estarían quietos, o se moverían por puro mecanismo, como quiere Descartes. Digo pues, que aquel acto interno de advertencia no es sensación. Lo cual pruebo así. La sensación no puede terminarse sino a objeto existente con existencia física, y real; sed sic est, [69] que aquel acto no se termina a objeto existente con existencia física, y real; luego no es sensación. La mayor es evidente, porque no puede sentirse actualmente lo, que actualmente no existe. Pruebo pues la menor. Aquel acto de advertencia, presensión o previsión (llámese ahora, como quisiere) se termina al bien, que el Bruto aún no goza, o al mal, que aún no padece; luego a objeto, que aún no existe». Añado yo ahora: luego termínase a un objeto no sensible; luego no es sensación, sí otro acto de clase, y jerarquía superior a las sensaciones; luego es efecto de alma racional. Porque la causa no puede dar al efecto más de lo, que tiene en sí misma; por consiguiente alma, que no es más que sensitiva, no puede producir actos, que sean más que sensaciones. Luego este recurso, de que los Brutos obran por instinto es un rebozo de su discurso, sin que se confiese, porque no se examina la explicación, que cada uno da a esta voz.

74. Otros hablan del instinto, como de una participación del Arte, y Providencia divina. Por eso Señeri en el lugar supra citado dice: En cuanto es medio (el instinto) para obrar con arte, es una pequeña participación de la Arte inmensa, que reside en Dios; y en cuanto es medio para conservarse con provecho, es una pequeña participación de su infinita Providencia.

75. Hay quien aplique la voz instinto al apetito de los Brutos. Véase Tulio de Offic. Por eso Aristóteles no llama a las acciones, que decimos proceder del instinto, imitación del entendimiento, sino de la vida humana (lib. 9 de hist. animal. cap. 7) [70] y Cicerón 2 de finib. imágenes de las virtudes virtutum simulacra: y Willis tom. 2 cap. 6 dice: Imprimis vero e praedictis manifeste liquet, quod bruta animantia ad omnia, quae ad individui tutelam, & conservationem, atque speciei propagationem, spectant peragenda, * instinctu naturali, tanquam a lege, sive regula praecordiis illorum infixa, diriguntur.* Llama este celebérrimo Autor al instinto ley, o regla fijada a las entrañas de los Brutos. Y a la verdad la Gallina, que ayer amaba sus pollos tanto, que de la comparación de su amor usó Cristo para mostrar, cuánto había amado a Jerusalén, llamándolos para la comida, y defendiéndolos debajo de sus alas de las injurias del tiempo, cuidando con toda solicitud de su conservación, hoy los deja, como si nunca los viese; lo que muestra que no estaba en este caso el instinto en el conocimiento; pues este, siempre que dure el objeto, o los pollos, y su madre la gallina, debe perseverar; luego estaba en su apetito, y en sus entrañas, dirigidas instinctu naturali tamquam a lege, sive regula praecordiis illorum infixa. El Padre Señeri en la obra citada cap. 14, §. 4 n. 8 dice: Por una parte vemos que todas las bestias caminan a su fin tan ordenadamente, que si se gobernaran por razón, no pudieran ir a él por pasos más ajustados. Por otra parte no conocen el fin, mas obran sólo en virtud del instinto, que se les imprimió en el corazón. También hace al caso lo, que dice en el §. 3 del citado capítulo.

76. Los, que defienden ser los Brutos meras máquinas, e ingenios del Criador, también se explican [71] por la voz Instinto, que dicen consistir en aquella admirable correspondencia, que puso el Criador entre los órganos sensorios, y motorios de los Brutos, de que resulta el movimiento a determinados músculos, que obligan a los Brutos a acercarse, o a huir sin conocimiento alguno, idea, o percepción; en las leyes mecánicas, que Dios estableció, y en un impulso hecho por él. Martínez su Juez árbitro dice así en la Filosofía Escéptica, diálogo 10, pág. m. 287. Ni hay que admirar... que la infinita ciencia de Dios haya hecho tan portentosos autómatas, ordenando cierta conexión, y potencia de sólidos, y líquidos. Así se entiende lo, que vulgarmente se dice de los Brutos, que nacieron instruidos por la naturaleza de instinto; esto es, de una admirable compage de partes, dada por Dios, que es la verdadera Naturaleza. Purchot (tom. 3 p. m. 308, part. 3, Physic. sect. 2 cap. 1 prop. 3) dice así: Unde fatemur inesse belluis sagacitatem, & prudentiam externam, quae instinctus dicitur, quatenus nempe ab Auctore Naturae diriguntur, & moventur. En la pág. 309 ibi dice: Quod argumentum est ipsum (canem) no propria cognitione, sed alicuius intelligentiae superioris impulsu ad id, quod sibi conveniens est, moveri, quae motio, vel impulso instinctus vocatur. En la pág. 310. Ergo instinctu tantum, seu impulsione Conditoris secundum certissimas motuum leges aguntur. En la pág. 311: Eundem habent effectum ex instinctu naturali, & quatenus Auctoris sapientia reguntur, ac si ratione pollerent.

77. V. m. pone el instinto en un conocimiento material, tomándolo por el acto; y por el principio, [72] en una virtud para conocer materialmente: y como todo esto se halle en el hombre, pues tiene conocimientos materiales, síguese lo primero: que también el hombre tiene instinto; síguese lo segundo: que el instinto humano, y beluino no se distinguen específicamente en su opinión, pues, definiendo v. m. el instinto de los Brutos, no pone en la definición cosa, de que el hombre no goce. Síguese lo tercero: que en su opinión todo, y cualquier conocimiento de los Brutos es instinto; pues es conocimiento material. En lo que se diversifica de todos los, que usan de esta palabra, que quieren que sea un acto especial. Pero así era preciso para se verificar aun en esto lo, que dice García, que no concuerdan todos en lo, que sea instinto... Licet quid sit, non conveniat inter omnes.

78. De lo, que tengo dicho, me parece que consta claramente que los, que usan de la voz instinto, no entienden una misma cosa determinada por tal voz, que es lo, que queríamos probar; y que es verdadera la proposición de Feijoo: que la voz instinto no tiene significación fija, y determinada, pues por ella no entienden todos una misma cosa; o que por lo menos no se le ha dado hasta ahora; pues no concuerdan todos en lo, que sea instinto. Así porque le dan diversísimas significaciones, como porque la mayor parte de los Filósofos no le definen, ni pueden dignamente definirlo. Porque como la definición se debe convertir con lo, que se define, si no consta de lo, que esto sea, mal puede formarse la definición. Y dado que pueda definirse con definición, que abrace todas las significaciones, o todos los objetos, que [73] corresponden a esta voz en forma, que tengamos idea clara, y distinta de lo, que a ella corresponde, es cierto, que hasta ahora no se fraguó tal definición.

79. También consta la última parte de la proposición del sutilísimo Feijoo, que no tenemos idea clara, y distinta del objeto, que corresponde a esta voz. Porque, si cuando oímos una voz equívoca, formamos dos ideas; una del objeto, que el pronunciante quiere significar (lo que entendemos, o por el contexto de la oración, o por las circunstancias de la conversación) y otra del objeto, que también la voz significa, y es la, que ocasiona la equivocación; y si por la conversación, y circunstancias no percibimos cuál de las dos cosas quiere el pronunciante significar, no tenemos idea clara, y distinta del objeto, que a la voz corresponde por orden al asunto, que se trata; teniendo la voz instinto tantas, y tan diversas significaciones, en tan distintos, y diversos sistemas por orden a un mismo asunto, y cuestión, no podemos percibir lo, que el pronunciante quiere significar, y por consiguiente no tenemos idea clara, y distinta del objeto, que corresponde a esta voz.

80. Ya se conocerá bien, que después de afirmar Feijoo, que la voz instinto, que llama atolladero grande de esta cuestión no tiene significación fija, y determinada, con suma razón concluye contra tal voz, y recurso: Y así usar de ella en esta cuestión no es más que trampear el argumento con una voz sin concepto objetivo, que no entienden, ni el que defiende, ni el que arguye... Porque, o esta voz instinto se aplica al principio, [74] o a la acción. Si al principio, pregunto: o este principio, que llamas instinto, es pura y precisamente sensitivo, o más que sensitivo. Si precisamente sensitivo, no puede producir un acto, del cual tengo probado, que es más que sensación: si más que sensitivo, luego es racional: porque los Filósofos no conocen otro principio inmediatamente superior al sensitivo, sino el racional. Y si tú quisieres decir otra cosa, será menester que fabriques nueva Filosofía, y nuevo árbol predicamental. No prosigue Feijoo el argumento, aplicándose la voz instinto a la acción; pero es sin duda, porque en este caso milita el mismo, que se formó, aplicándose al principio. Porque o esta acción es puramente sensitiva, o más que sensitiva. Si precisamente sensitiva, no puede conocer lo, que sólo puede percibirse por acto racional. Si más que sensitiva, luego es racional. Porque los Filósofos no conocen acción inmediatamente superior a la sensitiva, sino la racional. Y si tú quisieres decir otra cosa, será menester que fabriques nueva Filosofía, y nuevo árbol predicamental.

81. En fin, Señor mío, por lo que he leído de la voz instinto, juzgo que algunos Filósofos usan de ella, y la tienen como de retén para cualquier aprieto, respondiendo a lo, que se les pregunta, sin costarles más, que decir: Eso procede del instinto, resolviendo con sola esta palabra cualquier duda, que se ofrezca, por más ardua que sea. ¡Oh tesoro inagotable! ¡Oh compendioso, y fácil modo de evadir las dificultades! ¡Oh caudal inexhaurible! Y ¡oh dichosos Filósofos, que en la voz instinto, en la de simpatía, y antipatía, y [75] en la de calidades ocultas tenéis un todo lo sana para la ignorancia de algunos arguyentes, y una certeza de quedar vosotros contentos, y victoriados, y de decir el vulgo que sois los mayores Filósofos del mundo!

82. Es el instinto para las significaciones, como era el Maná para el gusto: éste tenía el sabor de lo, que cada uno quería, o deseaba comer: Deserviens uniuscuiusque voluntati, ad quod quisque volebat, convertebatur; aquél tiene la significación, que cada uno le quiere atribuir muy a su gusto: tanto, que el P. Señeri (p. 1 del Incrédulo sin excusa, cap. 13, n. 1.) remitiéndose a muchas maravillosas acciones, que escribió en el cap. 12 todas diversas según las diversas especies de los Brutos, a todas da por principio los instintos, tan diversos, como son diversos los instrumentos, con que se ejecutan esas diversas operaciones: Nosotros, dice él, habemos descubierto ya bastantemente esta mano tan única (la de Dios) en los instrumentos, y en los instintos admirables, que se les han dado a los Brutos, para que se conserven alimentándose, &c. En el cap. 14 remitiéndose a las admirables acciones, que en el cap. 13 escribió, de los Brutos, enseñados a combatir, y a curarse, dice: Ya habéis visto cuánto obra su Majestad en los instrumentos, y en los instintos, que les da para la conservación de los individuos proprios.

83. Esta voz, instinto, siempre oída, siempre usada, y siempre aplicada por los Peripatéticos a toda, y cualquiera operación de los Brutos, causa en mí el efecto de aborrecerla; así como los Israelitas [76] aborrecieron el Maná en el desierto, dando por causa el no ver sus ojos, sino Maná: Nihil vident oculi nostri, nisi Man. Y a fortiori, porque el Maná saciábales el apetito; el instinto no satisface a las dudas: el Maná, supuesto el deseo, tenía gusto cierto; el instinto, ni supuesta la aplicación, tiene significación determinada: así mayor razón hay para aborrecer esta palabra, que sin utilidad siempre se ve hacer papel en el Teatro Filosófico, que la, que daban los Israelitas para aborrecer al Maná.

84. Estime pues v. m. norabuena su querida evasión del instinto, déle todo el asenso, ámele como solución de nudos gordianos, que yo ningún aprecio hago de esta hacienda de contrabando, que sólo puede barajar los discursos. Pues es una respuesta cavilatoria, un trampantojo sofístico, un atolladero de los disputantes, que no sólo los imposibilita a aclarar la verdad, mas aun estorba que uno a otro se entienda. ¿Pues qué se ha de hacer? Buen remedio. Aristóteles en el libro primero de los Elencos constituyó toda la falacia de los argumentos sofísticos en la dicción, y en la cosa expresada por la dicción. Una, y otra falacia contiene la fraudulenta respuesta, o uso de la voz instinto. Contiene la falacia de la dicción en la ambigüedad de la expresión, pues tiene tantas, y tan diferentes significaciones la voz instinto. Contiene la falacia de la cosa expresada, porque aun señalándose tal, o cual significación, se señala con suma ambigüedad, pues no se forma idea de esa cosa significada, y es menester que de mil modos se explique. Y si el mejor modo de disolver los sofismas [77] es el método analítico, por el cual precisándose al arguyente a que determine la significación de alguna voz ambigua, o equívoca, u obscura, o impropria, y la ambigüedad de la cosa expresada, se descifra el enigma, y se da por tierra con toda la fábrica del argumento, que queda cadáver sin la falacia, que lo animaba, y se descubre con toda claridad la progresión enredosa del sofisma: también será la mejor zancadilla para evitar aquel apuro del entendimiento, o respuesta ilusoria el instinto, Deidad mental de los Peripatéticos, socorredora de todos los aprietos del discurso en esta cuestión, obligar al defendiente a que determine lo, que significa esta voz, y a que explique lo, que es, y en qué consiste esa cosa significada por tal dicción.

85. Hecho esto, se evidenciará, que aquel peso, aquella virtud innata, aquellas especies insensatas, y otras significaciones dadas a la voz instinto, son modos de trampear el argumento, y de desviar el golpe. ¿No era más fácil, y más natural a Arriaga, que admite posible criatura material intelectiva, decir que así lo eran los Brutos, que negarles discurso, y recurrir a las especies insensatas de cosas insensibles para explicar el instinto? No concedió Dios a los hombres esas especies, ese peso, y virtud innata: luego no las concedió a los Brutos. Es evidente, supuesto el argumento de Cristo, fundado en la mayoría, o mejoría de los hombres, razón que milita para nuestro caso: Respicite volatilia coeli, quoniam non serunt, neque metunt, neque congregant in horrea, & pater vester coelestis pascit illa.* Nonne [78] vos magis pluris estis illis? Luc. 12. 24. Y si para algunas admirables acciones, que intiman discurso, basta esa virtud innata, y ese peso, o las obran los Brutos por moción de Dios, y sin que se rijan por discurso, o conocimiento, ¿por qué no se dirá lo mismo en las acciones de inferior clase, y jerarquía? Y serán los Brutos meras máquinas, o autómatas.

§. X.

«Vamos ahora al argumento del §. 5 n. 25., y respondamos en forma. El golpe, que se dio al perro, no es, hablando como buen Filósofo, el término del acto, por el cual el perro huye. El verdadero término es el golpe representado. Expliquémoslo así. El perro es el sujeto, que huye; la representación del golpe, o del hombre, que le dio, es el medio respecto de aquel acto de la fuga; y el objeto representado es el término. Mas para mayor clareza de esta respuesta, recurramos un poco al mecanismo de los Cartesianos. El Señor Regis, el P. Malebranche, el P. Juan Brumi Maestro, que fue, y muchos otros discurren así. Cuando veo el arco en las nubes, que yo lo veo amarillo, rojo, verde, ¿cuál es el objeto inmediato de mi sensación, en que subsisten esos colores? Él no se puede decir existente realmente, porque en esa parte, donde los veo, ningún objeto hay realmente con tal color; luego el término de mi sensación no es objeto existente, sino en la representación. Ellos se adelantan más, y dicen que el color no [79] existe realmente en el objeto visto, sino en el sujeto, que ve por cierto movimiento de la materia globulosa, que causa en la retina del ojo la representación de un objeto verde, rojo, o amarillo. El olor del coquillo no existe realmente en ese bálsamo del coquillo, sino en los nervios de la parte superior de la nariz, donde se forma la sensación del olor. El gusto del bocado no está en el bocado, que se come, sino en el paladar de quien lo come. Así hemos de discurrir de todas las demás sensaciones. Así es de la operación del perro: no es el golpe, ni el hombre realmente existente, el que determina el perro a huir, sino el hombre, y el golpe representado. Y hablando no solamente como Filósofo, sino como buen Cristiano, M. R. P. en la mayor parte de las cosas de este mundo no hay realidad, sino en la representación: solamente las cosas Divinas tienen en sí realidad verdadera.»

86. Yo me doy bien con esta doctrina de que casi todas las cosas, que nos parece percibir por nuestros sentidos en los objetos, y aun en alguna parte de nuestro cuerpo, como el dolor en la pierna, no están en los objetos: no está el dolor en la pierna, sino en el cerebro (que es donde se completan, y perfeccionan las sensaciones) que la representa en la pierna, para se defender, y resguardar aquella parte ofendida, de donde subieron los espíritus a informar el cerebro: y por eso al, que le cortan la pierna, aun por algún tiempo después de cortada, siente dolor en ella, o siente dolor, como si aún la tuviera. Y ¡válgame Dios, que tantas veces me obliga a hacer digresiones! [80]

87. [Colores] Propone v. m. ejemplos de colores, que algunos llaman aparentes, y dicen que no están en los objetos, y que sólo existen en ellos los colores, que llaman permanentes, fijos, y verdaderos. Otros, a cuya opinión veo a v. m. inclinado, quieren, que ningún color esté en los objetos, y que todo esto resulte de la diversidad de herir los rayos de luz a la vista. Otros pretenden que todos, o casi todos los colores estén en los objetos. Si es lícito exponer a examen mi fantasía, digo que aunque el olor sólo está en la nariz, acto de sensación, que resulta de tocar los efluvios substanciales sulfúreo-salinos, que exhalan los cuerpos olorosos, la membrana interna de la nariz, que también viste las porosidades del hueso Etmoides, o cribroso, y exagitándola según la variedad de su figura, excitan la sensación, que llamamos olfato: y aunque el sabor no esté en el objeto, sino en las porosidades del gusto, y en sus fibras; porque introduciéndose por ellas ciertos corpúsculos de tal, o tal modo configurados pueden causar grata, o ingrata sensación; y mudada la disposición del órgano, sin haber mudanza alguna de parte del objeto, se muda el sabor, porque se muda la proporción; con todo los colores, y el sonido están de parte de los objetos. El sabor, y el olor por las mismas palabras intiman tanto ser actos de sensación, y no estar en el objeto, que sólo es excitante, como lo intima el dolor, y la vista, o visión: los colores, y el sonido por las mismas palabras intiman no ser sensación. Prosigamos.

88. O el sonido consista en un trémulo movimiento del aire, como quiere Cartesio: o en un [81] movimiento de los átomos sonoríferos, y no de toda la corporatura del aire, como pretende Gasendo con los Epicúreos: o en un veloz sacudimiento de las sutilísimas partículas salinas del aire, como más aptas por su rigidez para concebir, y propagar el ruido, como yo discurro, no puedo asentir a Gasendo, que lleva, que el sonido no está propriamente, ni en el aire, ni en el sonoro, sino en el oído; porque en cualquiera de las cosas dichas que consista, como se da realmente, tanto puede formarse el sonido fuera del oído, como en él: Non datur maior ratio. También me persuado que las partes sonoríferas, llegando a impresionar el oído, puedan a veces hacer nuevas conmociones, y vibraciones en modo, que percibamos otra tanta variedad de sonidos. Porque, si por las diversas vibraciones, que ocasionan los cuerpos, v. g. la tuba sonante, el tímpano, los instrumentos músicos, resultan sonidos tan diferentes, también por las nuevas vibraciones, que pueden haber en el oído, pueden resultar nuevos sonidos.

89. Vamos a los colores. Estos deben estar de parte de los objetos, o sean causados por el movimiento recto, y circular de los glóbulos de la materia etérea, que, girando más fuertemente, y caminando por eso en línea recta, causan color rojo; y si su giro sólo es algo más veloz que su progreso, causan color amarillo; si el movimiento recto es más veloz que el circular, causan color azul, y de la varia combinación de estos dos movimientos nacen todos los colores, como quiere Cartesio, y pretende demostrarlo matemáticamente en un trígono de vidrio: o consistan en [82] la modificación de la luz, que, transmitida, y reflectada en las superficies varias de los cuerpos, es rechazada a la vista de varios modos, y en la variedad de estos rechazos consiste la variedad de colores, como quiere Gasendo. ¿Porque, si de herir los rayos de la luz la vista así, o así, deben resutar diversos colores, porque, de reflectar, y transmitir la luz así, o así las superficies de los cuerpos no deben resultar diversos colores? ¿Qué más tienen los ojos, para que en ellos resulten colores, que no tenga otro cuerpo para el mismo efecto?

90. Es verdad que me persuado, que de impresionar la luz a la vista con más, o menos rayos, ya de esta, ya de aquella forma, y hacer modificación muy distinta de aquella, con que viene del objeto (del mismo modo que viniendo modificada del objeto padece diversa modificación en el prisma) puede suceder que percibamos otra tanta diversidad de colores. A la verdad, cuando miramos mucho al Sol, observamos, que cerrados los ojos después, va sucesivamente mudando de colores la figura del Sol, que por algún tiempo se conserva en la sensación, lo que parece proceder de irse inmutando, y debilitando la vibración vehemente, que la luz indujo en el órgano, o en la túnica retina de nuestros ojos. Y aun, siguiendo la opinión del celebérrimo Inglés Isaac Newton, se defiende mejor lo, que digo, que los colores están en los objetos; porque en el sistema de este gran talento, los colores están precisamente en la misma luz; porque los rayos del Sol unos son rojos, otros azules, otros verdes, otros violáceos, &c. [83] según su diversa fragilidad. Es verdad que en la opinión de Newton, que con experimentos dio alto grado de probabilidad a lo, que dejamos escrito, y supo discurrir modo (¡oh más que milagro de los ingenios!) para hacer rigorosa, y exquisita anatomía de los rayos del Sol, estos no tan propriamente se pueden llamar colorados, azules, verdes, violáceos, &c. como coloríficos, rubríficos, viridíficos, &c.

91. Están los colores en el arco Iris, en el cuello de la Paloma, y en la cauda del Pavón; ni hay para que se distingan colores verdaderos, genuinos y reales, de aparentes, fantásticos, y delusorios. Todos son aparentes, esto es: todos aparecen, se manifiestan, e informan la vista. Todos son verdaderos; porque si hasta ahora nadie hizo distinción de olores, y sabores verdaderos, de los aparentes, y fantásticos, también no se debe hacer de colores verdaderos, de los aparentes. Los sentidos tienen objetos reales, que los informan, y color fantástico no puede informar. Discurrir de otro modo es admitir colores, que inquieten los sentidos, como Duendes.

92. La diversidad está en ser unos fijos, y permanentes, otros transeuntes, y fugaces; no por diversidad de los colores, sí, porque se mudan las superficies; y por eso no se conserva el rechazo de la luz con las mismas circunstancias. Si siempre se conservase el aire lleno de partes acueas, y el lúcido Sol menos elevado que 41 grados, y los ojos en el mismo sitio, siempre estos verían Iris. El agua, que precipitada aparece blanca por formar esferulas, y juntarse con el aire (color, que [84] dicen ser aparente, porque reduciéndose el agua en poco tiempo a su antiguo estado, no conserva aquel color) está siempre blanca, si persevera la misma superficie, como permanece permanenter transeunter en la precipitación de un río. Vemos esta permanencia en el color azul de la plata bien pulida, y el pulidor no hizo más que alisar la superficie de ella. De durar un hombre más tiempo que el otro, no se sigue, que tiene diversa naturaleza: de no permanecer un color por tanto tiempo, muy principalmente proviniendo esto del objeto, como proviene, no se sigue, que tiene naturaleza diversa, o causa diferente. Todos los colores deben su ser a la luz: no habiendo esta, no hay color algún,

... Ubi coelum condidit umbra,
Jupiter, & rebus nox abstulit atra colores.

Virgilio Aeneid. 6.

Volviendo la luz, restituye a todo el color, que le quitó la noche, como canta la Iglesia en el himno:

Rebusque iam color redit,
Vultu ninentis sideris.

93. No hay color permanente, si por esto se quisiere entender un accidente producido por el objeto. Si fuera accidente producido, como cualquier partícula de un cuerpo conserva su naturaleza, tanto cuando está separada de las otras, como cuando con ellas forma un todo, en cualquiera de los dos estados de separación, o de conjunción, produciría siempre un mismo color: lo que no es así; pues vemos que el vidrio, o verde, o diáfano, que el vitriolo, que es azul, y el coral, que es rojo, molidos todos son blancos. La disolución de caparrosa, y la infusión de las agallas, [85] separadas ambas se ven claras, pero unidas componen la tinta negra: y si a esta se junta espíritu de caparrosa, clarea otra vez: y vuelve a restaurar el color negro, si se le añade sal de tártaro. La disolución de soliman se ve clara, y mezclándose aceite de tártaro, desprendido el mercurio del espíritu ácido del nitro, se precipita representando color flavo: si se pone espíritu de sal amoniaco en lugar del aceite de tátaro, se precipita blanco: si se echan unas gotas del espíritu de vitriolo, u otro ácido en el jarabe violado de azul, se vuelve rojo; y se pone verde, si se mezcla espíritu de sal amoniaco, u otro Álcalis. Una redoma llena de la infusión del palo nefrítico puesta en modo, que los rayos de la luz reflecten de ella a la vista, que está entre la luz, y la redoma, se ve azulada, pero colocada entre la vista, y la luz se ve de color dorado. La disolución del vitriolo verde, o de Marte, en agua, se ve muy clara; y si se le junta aceite de tártaro, se precipita el Marte de color verde: y añadido algún licor ácido, queda otra vez diáfana. La disolución de vitriolo azul, o de Venus representa un color azul bajo, y unida con otra solución del sal amoniaco, repentinamente se vuelve verde: pero si en lugar de esta solución se le junta aceite de tártaro por deliquio, se precipita el cobre, o Venus, y el licor se vuelve azul. La seda, que en hilos tiene un determinado color, por la textura de lo, que se teje, lo representa en esta parte más bajo que en aquella: y tejida en velludo, o terciopelo representa color en mucho más alto grado que tejida en otra calidad de seda; y, lo [86] que es más, según el velludo es herido de la luz, así representa o color negro, si lo es, o blanco, siendo negro; lo que no hace otra seda negra, que sólo en la textura difiere del velludo.

94. De lo dicho se siguen tres cosas, la primera: que los colores no son accidentes, o entidades separadas, que dimanan de la alteración, y proporción de las primeras calidades, por la razón ya señalada. La segunda: que todos los colores proceden de la luz, así, o así refleja, refracta, y modificada por las varias superficies de los cuerpos. La tercera: que ser el color transeúnte, o permanente no es cosa intrínseca al color, mas extrínseca, y que proviene de que algunos cuerpos mudan con facilidad las superficies por respecto a la luz, causando en ella diversos rechazos: y que lo mismo, que sucede al Iris, representando variedad de colores por los diversos modos, con que el Sol hiere la nube,

... Ceu nubibus arcus
Mille trahit varios adverso sole colores.

Virg. Aeneid. 5 vers. 89.

Sucedería a cualquier cuerpo, si se alterara del mismo modo su superficie, o el modo de caer en él los rayos de la luz; pues todos aquellos colores, de que hicimos mención, son de los, que llaman verdaderos, y permanentes, y con todo por los varios juegos señalados se hacen transeúntes, y fugaces.

95. Esto último se ve en parte en todas las cosas, pues tienen diversos colores, cuando les da el Sol, de los que tienen, cuando éste no las hiere. Si el objeto es encarnado, lo es en mayor grado, [87] cuando lo hiere el Sol: lo mismo es, si es verde, amarillo, &c. La tierra mojada tiene diverso color, y no tiene color el agua, que es lo, que se le añade, o mezcla. Lo, que ahora se representa de un color, mudado el objeto, o puesto de otro modo, se representa de otro color, como sucede en el velludo; y como en aquella parte, donde estaba el color negro, que se dice en tal cuerpo permanente, se representa ahora el color blanco, no pudiendo estar dos accidentes contrarios en un mismo lugar por los Peripatéticos, bien se sigue que no era entidad, o accidente distinto, mas cosa resultante, fugaz, o permanente según se muda, o no la superficie por respecto a la luz.

96. [Esencia, y definición de Dios.] Y no sólo estas cosas resultantes no tienen entidad objetiva, esto es: no son accidentes producidos, y entidades reales separadas, mas (añadiendo algo más a lo, que v. m. dice en el fin del §. inmediato de su Carta) juzgo absolutamente que nada fuera de Dios tiene riguroso ser, y entidad (ni por eso digo que todo es quimera). Así lo siguió uno de mis Maestros de Teología Especulativa el M. R. P. Juan Baptista de la Congregación del Oratorio de Estremos, segundo Escoto en la sutileza. Este definió a Dios por la razón de Ente en su rigoroso significado: siendo así, como todo fuera de dios no puede tener aquello, porque Dios de ello se distingue, nada fuera de Dios es rigoroso ente, y rigorosa entidad.

97. Por dar a v. m. alguna idea de esta opinión (que es justo que por Feijoo, como Apologista suyo, le pague en el mismo género las mercedes, [88] que le hace, aunque superfluamente) le escribiré aquí un fundamento solo. Es opinión de Santo Tomás 1 part. quaest. 13 art. 5 y en otros muchos lugares, a quien siguen Suares Magno, y otros muchos, principalmente de los Antiguos con Aristóteles in 3 Metaphysic. que la razón de ente no es unívoca a Dios, y a las criaturas; luego por la precisa razón de ente se distingue Dios de ellas; luego ellas no son entes, ni tienen entidad. Concuerda esto con la definición, que Dios dio de sí mismo en el Éxodo: Ego sum quid sum, yo soy el, que soy, esto es, según leen los Setenta Intérpretes: Ego sum ipsum ens, yo soy el mismo Ente.

98. Esta opinión parece que rastreó el sutilísimo Feijoo, cuando dijo en el tom. 7 de su Teatro disc. 12 n. 12 y 13. «De aquí deduzco, que la malicia, así como es carencia de bondad, es también carencia de entidad, y todo lo, que es malo, se denomina tal, no por lo, que tiene, sino por lo, que le falta; que la limitafción de la criatura no es otra cosa que una carencia de toda la entidad, que le falta; por consiguiente que toda criatura es un pequeñísimo Ente, y un casi infinito no Ente, que tiene infinito más de mala, que de buena, porque así como carece de la entidad de todas las demás criaturas existentes, y posibles, carece también de su bondad. Que Dios al contrario, como Ilimitado, no sólo es ente Excelentísimo, sino que él por sí solo es toda la entidad: no sólo Bonísimo, sino toda la bondad, sin que se pueda decir, que hay entidad, o bondad posible, de la cual Dios carezca. De aquí, con sólo un brevísimo paso del discurso, me avanzo a la [89] inteligencia de aquella sublimísima, divinísima definición, que Dios dio de sí mismo, hablando con Moisés: Yo soy el que soy, definición, que en la superficie dice nada, y examinado el fondo explica infinito. Si sólo Dios es el, que es, las criaturas son las, que no son. Dios es el, que es, porque es todo el ser, comprehendido en una indivisible simplicidad, todo el ser, sin que le falte ni un indivisible de todo lo, que puede llamarse entidad. Las criaturas son las, que no son, porque el ser, que tienen, es como nada, respecto del Ser, de que carecen. Esta máxima de que Dios es el, que es, que es el ser mismo, que es toda la plenitud del ser, no sólo da, a quien lo reflexiona, un concepto digno de la Deidad, mas es * un principio fecundísimo para deducir de él todas las perfecciones Divinas, permitidas a nuestra inteligencia, * como en efecto infirió muchas de este principio el Angélico entendimiento de Santo Tomás. Y el cotejo de esta plenitud de ser, con el no ser de la criatura, nos coloca en la inteligencia justa de nuestra extremada pequeñez, y oprime nuestro orgullo hasta aquel profundo abatimiento, correspondiente a un ser, que dista casi nada de la nada».

99. No sé, si me movió a hacer esta digresión la caridad, si la gratitud, si mostrar, que los altos conceptos de v. m. son muy sabidos de Feijoo, y de quien sale algún tanto de las meras especulaciones de la vieja Filosofía: lo cierto es, que de ella no puede v. m. arguirme, pues no omite noticia, que le parezca, que será nueva a Feijoo, que no quiera regalarlo con ella, o gratificarle [90] tantas cosas curiosas, que sus escritos le han enseñado, como dice en el §. 9 de su Carta. Quise también mostrarle, que aunque no soy Francés, como v. m. es, ni por eso dejo de tener noticia de las opiniones modernas, y que no debe no atender a los Españoles en las cuestiones de Física, y fenómenos de la naturaleza; porque la habilidad, que v. m. les admira en la Lógica, y Metafísica, les admirará en la Física, si leyere los instruidos en los diversos sistemas, que hoy se hacen célebres por los experimentos, con que pretenden apoyar sus conclusiones. Quiero decir, que de mis pocas fuerzas puede inferir las agigantadas de los Españoles en la Física, pues aquí vale este género de argumento de minori ad maius, y de Portugués para Español; pues ninguno es Francés, y a los Franceses solamente concede v. m. en el §. 9 verdadera Física.

§. XI.

«Supuesta esta verdad, que me parece muy bien probada, no sólo por el ejemplo del arco en las nubes, mas también por la prueba arriba, y principalmente por las pruebas, que dan el Señor Arnaud, y el Padre Malebranche, todas discretas, y sólidas, a que me remito, síguese que el principio, en que se funda V. R. es falso, tocante a la necesidad de un objeto físico, y material, existente realmente, para determinar la sensación; y se desvanece la fuerza de todos sus argumentos. Uno es del §. 5 n. 25, que es este: El perro habiendo recibido el golpe, conservando [91] la memoria de él, y del sujeto, que se le dio, aun pasado algún tiempo, huye, cuando le ve. Tres actos distintos, y muy distintos encontramos en este progreso. El primero es la percepción del golpe, cuando le recibe: el segundo el acto de recuerdo, o memoración del golpe y del sujeto: el tercero aquella advertencia, con que previene, que aquel sujeto, al verle otra vez, le dará, o puede dar otro golpe, la cual advertencia es la, que próximamente dirige al acto de su fuga. El primero de estos actos, es sensación sin duda, pero el segundo, y el tercero, es claro que no lo son. Hasta aquí propone V. R. Ahora yo respondo distinguiendo: esos tres actos son distintos quoad tempus operandi, concedo: quoad speciem, niego. Yo niego también, que haya progreso, o dependencia de uno a otro. En fin niego, que el segundo, y tercer acto sean de especie diversa del primero, y digo que los tres son tres sensaciones.»

§. XII.

«En el núm. 26 insta V. R. diciendo: El acto de memorar, con que el perro se acuerda del golpe recibido, se termina a un objeto entonces no existente, y por consiguiente no sensible: luego no es sensación, sí otro acto de superior clase, respecto de la sensación. Respondo distinguiendo el antecedente: el acto de memorar, con que el perro se acuerda del golpe recibido, se termina a un objeto entonces no existente, en la representación, niego: no existente [92] a parte rei, concedo. Niego por consiguiente que no sea sensible, y niego la consecuencia; que sea ese acto de superior clase, respecto de la sensación. También respondo de la misma suerte al núm. 27 del mismo §. Pretende V. R. probar, que para el tercer acto del perro interviene verdadero, y formal raciocinio, y para prueba propone el siguiente argumento. Es cierto que el perro huye, porque teme, que aquel, que le hirió, le dé nuevo golpe: luego concibe este como posible, o como futuro. Sed sic est que no puede concebirle, sino raciocinando, o discurriendo; luego V. R. pasa a probar la menor, pero había de principiar por la mayor, que es falsa. El perro no concibe el nuevo golpe como posible, ni como futuro, mas lo tiene como presente en la representación, lo que basta para que huya a vista del sujeto, que le hirió. Y todas las consecuencias, que infiere de esas premisas, son también falsas. En fin esos tres actos del perro se han de explicar de esta suerte. En el primer acto de la percepción del golpe, cuando el perro lo recibe, se comunica cierto movimiento a los órganos del cerebro del perro, que le determina a huir. El segundo, que V. R. llama recuerdo, y el tercero, que dice ser advertencia, con que el perro previene, que aquel sujeto al verle otra vez le dará, o puede dar otro golpe, digo que estos dos últimos actos son de la misma especie, que el primero. Por cuanto, discurriendo por el principio arriba, la vista del hombre, que tiene dado el golpe, basta para renovar en el cerebro del perro el mismo movimiento [93] de los órganos, que determinó su primera fuga: y todas las veces, que la vista del hombre causare ese movimiento en los órganos, quedará representado el objeto del golpe como presente, y determinará también el perro para huir nuevamente. Y en fin cada vez será nueva sensación.»

100. Aquí tacha v. m. a Feijoo de descuidado en no probar la mayor, como debía: pero fue, porque padeció v. m. el descuido de no proponer la instancia, que él hace en el núm. 26 a la respuesta, que le da a su argumento, a saber: que el acto de memorar se termina a un objeto no existente a parte rei, mas sí en la representación. Esta respuesta previno Feijoo, e instó así: la especie representativa, no es término, sino medio, respecto de aquel acto; y así el perro no se acuerda de la especie representativa del golpe, sino del golpe mismo. Esto mismo sirve de prueba a la mayor, que v. m. dice que se debía probar; porque el perro no previene la representación del golpe, sino lo, que teme; y teme el golpe, y no la representación. También en el núm. 23 dejó escrita la prueba de la mayor: Fabrica la ave el nido, dice él, para tener morada; ...huye el perro por evitar el golpe, que le amenaza. Lo que pretendo sólo, y lo que no se me puede negar, es, que cuando las ejecutan (estas acciones) tiene alguna advertencia del bien, que buscan, o del mal, que evitan... si no tuvieran aquella advertencia, o se estarían quietos, o se moverían por puro mecanismo, como quieren Descartes.

101. Vamos a esforzar más el argumento, en [94] que dos cosas se nos ofrecen para probar. La primera: que el perro, habiendo recibido un golpe, cuando, pasado algún tiempo después, viendo el hombre, que se le dio, huye, tiene acto de recuerdo, memoria, o memoración del golpe, y del sujeto, el cual acto no es sensación. La segunda: que el tercer acto (el cual es como un nuevo uso, y accidental, que hace el perro del recuerdo del golpe, y del sujeto, que le hirió, pues, usando de él, es que previene, que aquel sujeto al verle otra vez, le dará, o puede dar otro golpe, la cual advertencia es la, que próximamente dirige el acto de su fuga) es acto de advertencia, presensión, o previsión, el cual no es sensación, sí otro acto de superior clase, respecto de la sensación; y por consiguiente acto de sujeto discursivo. Porque no habiendo en la sentencia común, que impugnamos, más que tres clases de actos, vegetativos, sensitivos, y racionales, así como el que fuere menos que sensitivo, no puede ser más que de sujeto vegetativo; el que fuere más que sensitivo, no puede menor de ser de sujeto discursivo.

102. Vamos a la primera. Dice v. m. que el segundo acto es de la misma especie del primero, a saber: La percepción del golpe, cuando el perro le recibe (el cual confiesa Feijoo ser sensación sin duda), y que representa el golpe como presente. Mas contra argumento lo primero. El primer acto, la sensación, o percepción del golpe, no sólo causó en el perro el acto de su fuga, mas también el dolor, que padeció, o fue el mismo dolor; pues el golpe, y el instrumento, con que [95] se le dio, no son dolor, ni causa de él, sino ocasión: luego si el segundo acto, que tiene el perro en la circunstancia de encontrar de nuevo al, que le hirio, es de la misma especie que el primero, sólo distinto quoad tempus operandi, causará también no sólo el acto de fuga, mas también dolor, o habrá dolor en este segundo encuentro. Es manifiesto; porque dicen los Filósofos, que Idem manens idem semper nactum est facere idem; así si tenemos un mismo acto específico, o una misma causa específica, debemos tener el mismo efecto. De su misma doctrina se prueba. En esta, el hombre, y el golpe representado, mediante el movimiento de los órganos en el cerebro del perro, causan el dolor, y la fuga: los objetos de fuera nada hacen al caso, tdo, cuanto hay por orden a los sentidos, y sensaciones está en la representación: y como ahora per te se da el mismo movimiento en los órganos del cerebro del perro, y la misma representación, que hubo en el primer encuentro, queda claro que, si en este hubo dolor por haber el dicho movimiento, y representación, lo debe haber en el segundo, en que per se te da la misma específica representación, y movimiento. Sed sic est que no hay dolor; luego no hay el mismo movimiento, la misma representación, y el mismo acto.

103. Pruebo la menor subsumpta. En el primer encuentro, en que el perro recibió el golpe, por padecer dolor, la manifestó lastimándose, o aulló; luego también se había de lastimar, o aullar en el segundo encuentro, en que al ver el hombre, que le hirió, huye de él, si padeciese dolor. Una [96] experiencia muestra con evidencia lo, que dijimos arriba: que si en el segundo encuentro hay el mismo acto, o representación específica, que hubo en el primero del golpe, debe haber dolor, y lo, que próximamente dijimos: que también había el perro de aullar, o lastimarse. Cuando se tira una piedra a un perro, se ve a veces que este se duele, lastima, y clama, y va corriendo con una pierna, o pie alzado. Esto no parece proceder de otro principio sino, de que el perro en esta ocasión representó el golpe, del mismo modo, que cuando en la verdad se le da; no habiendo otra diferencia por orden al perro, y a sus actos, que la del tiempo, en que los tiene. Y como v. m. dice que en el segundo encuentro (en que se hace el argumento) que tiene el perro con el hombre, que le hirió, sólo hay la diferencia del tiempo, y la específica de los actos; que hay la misma específica representación; que hay el mismo movimiento en los órganos del cerebro del perro, que hubo en el primer encuentro, debe confesar, que si en éste hubo dolor, y clamor lastimoso del perro, lo debe también haber en el encuentro segundo. Esto es falso; luego aquel segundo acto no es sólo diferente quoad tempus operandi: ni el perro representa el hombre, que le hirió, y el golpe, que se le dio, como presentes: y por consiguiente no es el segundo acto sensación; pues no están el hombre, y el golpe como objetos sensibles en la representación. Es luego un acto de recuerdo, memoria, o memoración proprio de sujeto discursivo.

104. Argumento lo segundo. Dice v. m. en el [97] §. 12 que estos dos últimos actos son de la misma especie que el primero, por cuanto discurriendo por el principio arriba, la vista del hombre, que tiene dado el golpe, basta para renovar en el cerebro del perro el mismo movimiento de los órganos, que determinó su primera fuga, &c. Y bien. Asentando en esto, nadie me negará, que si cuando el perro ve el sujeto, que le dio el golpe, este acto, que entonces tiene, y que pretende Feijoo que es de memoración, o recuerdo de la ofensa recibida, es sensación, así como lo fue el primero, la percepción del golpe, cuando le recibió, y que basta la vista del hombre para renovar el mismo movimiento, que hubo en el cerebro del perro, cuando se le dio el golpe, tanto será sensación ese acto, y tanto renovará el mismo movimiento la vista del hombre, cuando el perro le ve junto a sí, como cuando le ve en distancia, en la cual no puede darle nuevo golpe. Cuando le ve en esta distancia, no es aquel acto sensación, ni la vista del hombre renueva el mismo movimiento del cerebro, que tuvo el perro, cuando recibió el golpe; luego el segundo acto no es sensación, sí otro acto de superior clase respecto de la sensación.

105. De la mayor me parece que no dudará v. m. Porque la distancia no puede dar nuevo, y distinto ser a los actos, o especificarlos. Lo más, que puede hacer en el caso, es: que el perro vea su ofensor con más, o menos perspicacia. La menor pruébase. Si cuando el perro ve su ofensor en distancia, donde no puede recibir nuevo golpe, tuviera acto de sensación, como fue la percepción [98] del golpe, que se le dio, y renovara la vista del hombre en el cerebro del perro el mismo movimiento, que tuvo, cuando recibió el golpe; le causaría ese acto, y esa renovación de movimientos los mismos efectos, que le causó el acto de sensación, la percepcion del golpe, cuando se le dio, y lo determinaría a huir: no lo determina a huir, como muestra la experiencia; luego no tiene acto de sensación, ni la vista del hombre, que le dio el golpe, causa en el cerebro del perro el mismo movimiento. La mayor se prueba de sus palabras en el §. 12. Y todas las veces, que la vista del hombre causare ese movimiento en los órganos, quedará representado el objeto del golpe como presente, y determinará también el perro a huir de nuevo; y en fin cada vez será nueva sensación. No está dicho todo. No sólo determinaría al perro a huir la vista del hombre, que por distante no puede darle golpe, pero le determinaría a huir con la misma prisa, con que huyó en el primer encuentro, en que lo recibió. Porque si tenemos en este encuentro la misma causa, que en el primero le determinó a huir con prisa como diez v. gr., es claro que ahora debe producir el mismo efecto.

106. Réstanos mostrar, que el perro en esta distancia no huye con la misma prisa, y que a veces no huye absolutamente: y muéstrolo con una experiencia a todos notoria. Cuando el perro ve al hombre, que le hirió, en alguna distancia, a veces no adelanta el paso: otras, dale alguna prisa, pero no se pone en fuga, como hizo, cuando se le dio el golpe. Si estaba royendo [99] algún hueso, va midiendo su enemigo con los ojos para ver, si descubre en sus acciones, movimientos, y gestos algún indicio de querer hacerle otro favor, como el primero; y perseverando por algún tiempo en esta perplejidad, no sabe si se retirará, o no, hasta que ganando el viento uno de los dos principios impelentes, el hambre, o el miedo, o determina continuar en su provechosa ocupación, o retirarse a distancia, adonde no llegue el favor de alguna piedra, o pueda con facilidad evitarlo. En esta distancia mide otra vez su adversario con atención, y porque le cuesta abandonar la presa, o el hueso, que está cercano a su contrario, si éste vuelve la cara con disfraz, viene el perro, siempre mirándole, siempre prevenido, y cauteloso, paso a paso; y según el miedo, y el hambre le impele, o refrena, ya hace algunas pausas contemplando la dificultad de la empresa; ya se acuerda del suceso pasado, ya previene el futuro, y piensa que aquel voltear de su enemigo será astucia, y dolo para de este modo conseguir mejor el darle otro golpe; hasta que deseoso de su hueso, y prevenido al riesgo da de salto sobre él, y con la presa se pone en fuga hasta salir de tiro de piedra, donde mirando su opuesto va desfructando el producto de sus trabajos, e industria.

107. Probemos ahora, que el tercer acto no es sensación, o (que es lo mismo) que no representa el golpe como presente, sino como posible, o futuro, el cual quiere evitar. Y antes de probar esto, no puedo dejar de notar el conceder v. m. que el perro al ver otra vez el hombre, que le dio el golpe, tiene dos actos, los cuales pretende [100] que sean sensaciones: así lo dice en el fin del §. 11. Si el perro, viendo otra vez el hombre, que le hirió, tiene como presente el golpe, que se le dio; y la vista del hombre basta para renovar en su cerebro el mismo movimiento de los órganos, que determinó su primera fuga; y todas las veces, que hubiere esto, huirá el perro, como dice en el §. 12, interviniendo todo esto para el segundo acto, y siendo este de la misma especie que el primero, mediante este acto sólo huirá el perro, y no es menester haber un tercer acto, como concede que lo hay. Vamos ya a probar lo, que prometimos, lo probaré con lo, que dice Feijoo en el núm. 27.

108. «Este acto pretendo yo, que no sólo es acto superior a toda sensación, por la razón propuesta de terminarse a objeto no existente, sino que en él interviene verdadero, y formal raciocinio: lo cual pruebo así: Es cierto, que el perro huye, porque teme que aquel, que le hirió, le dé nuevo golpe; luego concibe este, como posible, o como futuro. Sed sic est, que no puede concebirle, sino raciocinando, o discurriendo: luego, &c. ». Niega v. m. la mayor de la prueba. Empero parece cierto, que el temor, o recelo del golpe es el, que próximamente dirige el acto de la fuga, y que ésta es medio para evitar el golpe posible, o futuro, y no el presente; luego el perro concibe el golpe como posible, o como futuro, y no como presente. Si con la fuga no evita el perro golpe alguno; ¿pues no evita el pasado, ni el futuro, o posible, que no quiere v. m. que el perro lo represente, ni el presente real, que no [101] se le da, ni el presente representado, que este, como equivale al presente real, debe ser símil en todo, para que huye? Nadie huye de lo, que padeció, ni de lo, que le duele, sino de lo, que puede, o ha de padecer; sino es algún muchacho, que después de su pueril contienda, ya cierto de que no le molestarán, huye para su madre a hacerle queja del, que riñó con él.

109. Que la fuga sea medio para evitar el golpe posible, o futuro, y no el presente, medio, digo, dirigido del temor, que el perro tiene en la circunstancia de encontrar de nuevo al, que le hirió, se manifiesta. Cuando el perro tiene un dolor morboso (por decirlo así) aunque haya sensible, o imperceptible separación de partes en el continuo, aunque haya la misma ebullición de espíritus, que hubiera, si el dolor tuviera excitante, o determinante externo, no sólo no huye el perro, mas gimiendo padece su dolor tanto a pié firme, digámoslo así, que son precisas muchas amenazas para obligarle a mudar de lugar, lo que hace muy de espacio, intimando sensiblemente por este modo la sensación, que tiene. Y esto, aunque mucho pueda mudar de sitio, o no tenga impedimento, o lesión en los órganos motorios. De esto parece ser la causa el concebir, o representar el perro el dolor como presente, y no como posible, o futuro: el no concebir cosa, que deba evitar, antes que la sienta: y así sucedería en el caso del argumento, si representara el perro el golpe como presente: no sucede así; luego es porque teme el golpe, y este temor, o recelo próximamente dirige el acto de su fuga, que es medio para [102] evitar golpe posible, o futuro, que como tal le representa el perro, y no como presente; luego el tercer acto no es sensación.

110. Cuando se tira una piedra a un perro, o se emplee el tiro, o no, corre con prisa hasta ponerse fuera de tiro de piedra, en distancia, digo, donde sí le han herido, para lastimándose, y mirando el hombre, que le hirió, para ver si otra vez le acomete. Si no le busca su enemigo, aunque le amenace, fingiendo que le tira segunda vez, no huye. En este caso, y en esta distancia, en que el perro para, y se está lastimando, parece que hay mayor motivo para que viendo el perro, que le hombre que le molestó, le amenaza fingiendo tirarle segunda vez, represente golpe presente, que no en el encuentro, en que Feijoo argumenta. Es manifiesto. Porque en este caso aún dura la sensación, o percepción del golpe, que, poco ha, se le dio: aun el perro se está lastimando, lo que no hay en el encuentro, en que forma Feijoo su argumento; luego si en este encuentro basta la vista del hombre, que hirió el perro, para renovar en el cerebro de este el movimiento de los órganos, que determinó su primera fuga, como dice en el §. 12, con mayor razón bastará en este caso la vista del hombre para renovar aquel movimiento, y determinar este al perro, que se está lastimando a huir de nuevo. No causa aquel movimiento, pues no le determina a la fuga; luego la vista del hombre no le determina a representar golpe presente, y con mayor razón no le debe determinar en aquel encuentro, en que argumenta Feijoo: y queda claro, que si en este encuentro huye el perro, [103] es porque representa golpe, que deba evitar, que sólo es el posible, o futuro, como poco antes probamos.

111. Dirá v. m., que del dolor morboso no se hace buen argumento, porque el determinante de la fuga no es el dolor, sino la representación del dolor: y como esta representación no se da en el caso del dolor morboso, no hay determinante del acto de fuga, y por eso no huye el perro. Pero esto es decir nada. Porque si por la representación del dolor se entiende la percepción de él, padeciendo el perro dolor, debe percibirlo, y representarlo por consiguiente. Si basta per te haber el perro percibido el golpe para representarlo en la circunstancia de encontrar de nuevo al, que le hirió, con mayor razón bastará para representar dolor el percibirlo actualmente. También será ridícula escapatoria decir, que el determinante de la fuga es la representación del golpe en cuanto movida, u ocasionada de ver el perro la acción de quien le quiere herir. Porque de aquí se sigue, que dándosele el golpe, sin que vea la acción, no huirá, lo que es ridículo. Demás, que si el perro ve, que una, y otra vez se le hace esta acción sin efecto, percibiendo, que es engaño, y mogiganga, no huye; luego ni siempre la vista de la acción ocasiona la representación del golpe en forma, que mueva el perro a huir.

112. Probado que el perro representa golpe futuro, o posible, parece innegable que tiene acto superior a toda sensación, no sólo por terminarse su acto a objeto no existente, y por consiguiente no sensible, mas también porque sólo raciocinando, o [104] discurriendo puede tener esta representación, la cual es un nuevo uso, y como accidental, que hace el perro de la especie representativa del golpe, que recibió. Porque el perro no tiene especie alguna representativa del golpe posible, o futuro, pues sólo la tiene del golpe pasado: y como en esta especie no se representa la idea de golpe posible, o futuro, y lo, que no se representa en la especie, sólo puede conocerse, infiriéndolo de aquello, que se representa; queda patente que sólo raciocinando, o discurriendo el perro puede representar golpe posible, o futuro. Luego del golpe pasado forma el perro verdadera ilación del golpe futuro, así como la forma un niño en caso semejante: o forma dos ilaciones; la una, con que de la ofensa recibida se infiere la enemistad del, que la hizo; la otra, con que de la enemistad se infiere probable, o erradamente nueva ofensa de futuro; bien que todo esto es momentáneo. Y como me parece innegable que sean actos de sujeto discursivo las representaciones de objeto pasado, y muy principalmente las de objeto posible, o futuro, y esté toda la dificultad en probar que los Brutos gozan de esos actos; quiero añadir algunas pruebas, que juzgo eficaces.

113. Una experiencia cierta me induce también a creer que el perro (lo mismo es de los otros Brutos contempladas otras acciones suyas) tiene acto de recuerdo, y de previsión, o que representa el objeto como pasado, y como posible, o futuro. Cuando se da pan al perro, es cosa sabida, pues muchas, y muchas veces vista, que comiendo lo, que le es necesario, esconde en la tierra [105] lo, que le sobra. En le apretando después el hambre, va a su tesoro, y da remedio a su necesidad. Ahora argumentaré, esforzando la duda por lo, que dice en su carta. El perro en este caso representa el hambre, para que guarda el pan, como posible. Parece cierto; porque si la representara como presente, había de comer el pan, y no lo había de guardar. Pruébase esto no sólo de que cuando tiene hambre, lo come, mas también de su doctrina. El hambre representada debe determinar el perro a la comida, como el golpe representado le determina al acto de fuga: y como v. m. dice, que el golpe representado determina en el perro el acto de su fuga, porque es representado como presente, y todas las veces que así fuere representado, determinará el mismo acto, y huirá el perro; también debe decir que el hambre representada determina a la comida, porque es representada como presente, y que todas las veces, que así fuere representada, determinará a la comida, y comerá el perro. Y como no come el pan, mas sí lo guarda, síguese que no representa el hambre como presente, sino como posible, o futura, para la cual se previene. Probado que el perro tiene acto de previsión, advertencia, o presención, paso a probar, que tiene acto de recuerdo, memoria, o memoración.

114. Pruébase esto de lo mismo, que dejamos escrito. Aquel acto de previsión de hambre es un nuevo uso, y como accidental de la especie, que el perro tiene de alguna hambre, que experimentó. Si el perro no representara hambre pasada, en que aquella abundancia, que ahora goza, le hizo [106] falta, no representará la futura. Sólo el, que padeció heridas, es que las sabe curar bien:

Vulnera qui passus fuit, est bonus ille chirurgus.

El, que se vió en riesgos, y padeció calamidades, es quien sabe recelarse, y prevenirse, porque se acuerda de lo, que experimentó. Y como v. m. dice en el §. 6 que Feijoo tuerce a su modo las palabras de San Basilio, para autorizar con ellas su opinión, y mostrar que el perro tiene discurso, vea ahora, si también tuerzo yo a mi modo una autoridad del mismo Santo (Homil. 8 in Hexaem.) para probar con ella que los Brutos tienen actos de memoria: In terrestribus autem animalibus, cum perfecta vita praedita sint, principatum universum subindicat animam continere. Terrestrium siquidem sensus praespicatiores sunt, quam aquatilium, prae his item acutius praesentia apprehendunt, * exactae vero, certaeque rerum praeteritarum memoriae apud plurimas quadrupedes animantes comperiuntur. * Si los Brutos no tuviesen recuerdo, no se alegraría tanto el perro, cuando pasados días, o años, ve nuevamente a su dueño, así como no muestra especial regocijo, cuando continuadamente le ve. Ninguno dudará de la dicha alegría del perro, pues la atestigua la experiencia cotidiana, y no la omitió la Escritura sagrada, hablando del perro de Tobías: & blandimento suae caudae gaudebat. Esa exacta memoria, que San Basilio considera en los cuadrupedes, mostró tener la asna de Balan, cuando, abriéndole Dios la boca para hablar, manifestó a su dueño lo, que le pasaba en su interior, quejándose de castigarla tres veces, cuando era para admirar [107] la industria, con que se desviaba del Ángel de Dios, que quería estorbarle proseguir la jornada, y no para se reputar burla de su dueño ese desvío, con que le molestó el pié, pues siendo su animal, en que cabalgaba, tantos años había, jamás le hiciera cosa semejante: Aperuitque Dominus os asinae, & locuta est: Quid feci tibi? Cur percutis me? Ecce iam tertio?...Nonne animal tuum sum, cui semper sedere consuevisti usque ad praesentem diem? Dic, quid simile unquam fecerim tibi? (Numer. cap. 22 ex n. 28) Hace al caso lo, que notan los sagrados Intérpretes: que la asna fue la, que habló, lo que denotan las palabras: Aperuitque Dominus os asinae, & locuta est, y San Pedro en su Epístola segunda (2. 16) parece que así lo define: Subjugale mutum animal, hominis voce loquens, prohibuit prophetae insipientiam. De suerte, que no se oyeron estas palabras, formándolas algún Ángel, mas pareciendo que las articulaba la jumentilla. ¿El hablar fue milagro, y supuesto este, quien nos dijo, que también lo fue mostrar la asna que tenía actos de recuerdo, y que descubría lo, que pasaba en su interior; mas que todo era aparente?

115. Uno, y otro acto, el de previsión, y el de recuerdo se prueba de otro modo. El perro en el caso propuesto en el n. 113 hartó muy bien la panza; luego no representa como presente el hambre, para que guarda el pan. Pruébase la consecuencia. No se hace per te la representación del golpe, sino cuando hay un cierto movimiento en los órganos del cerebro del perro; luego también, no se puede representar el hambre, como presente, [108] sino cuando hay aquel cierto movimiento de los espíritus animales excitados, y agitados en el cerebro del perro por el estómago, excitado de el hambre: (véase Tosca tom. 5 Philosoph. pág. 161.) y como, cuando hartó la panza hasta no poder entonces comer más, no puede tener ese movimiento, síguese que en esta ocasión no puede representar el hambre como presente; luego represéntala como posible, o futura, para la cual guarda el pan, acordado de la pasada. El esconder el pan en la tierra, o enterrarlo es acautelarse de algún hurto: es prevenirse de los adversarios, que ahora no ve. Y esto es también acordarse de algún caso pasado, en que quedase burlado por no esconder el pan en forma, que evitase algún hurto, que se le hizo. En fin vemos aquí todas las notas de aquellos actos internos, con que nosotros nos regimos en la prosecución del bien, y en la fuga del mal. La dirección activa del perro en este caso respecto de sus movimientos, cautela, y diligencias es como visible, y resplandecen en el manejo de sus acciones todos aquellos actos internos, que nosotros tenemos en semejantes casos: hay aquí todas las notas de acto de previsión, y de acto de recuerdo: y como uno, que los Aristotélicos juzgan de los mayores argumentos, para probar contra los Cartesianos, que los Brutos son sensibles, es: que los vemos hacer todos aquellos movimientos, que los hombres puestos en las mismas circunstancias hacen por sentimiento: viendo nosotros, que el perro en este caso hace lo mismo, que un hombre, puesto en las mismas circunstancias, hace por actos de previsión, y de recuerdo, debemos [109] a simili decir que el perro goza de estos actos. Y si no prueba la posesión de ellos la semejanza de símiles acciones, no prueba conocimiento en los Brutos la semejanza de movimientos, que lo intiman, y son los Brutos meras máquinas.

116. Que los perros, y otros animales tengan los dichos actos de previsión, y de recuerdo se prueba últimamente, de que ellos tienen actos de numerar, pues saben que el día, en que están, es para ellos de trabajo, o de provecho, y toman tan bien sus medidas, que en día correspondiente se ocultan, evitando el trabajo, o pretenden su utilidad con mil industrias. Ocúltanse los perros de rueda para no asar la carne, como todos saben: hacía lo mismo, día de Jueves, el pollino del Colegio de San Pedro de Exlonza por excusar la jornada a la Ciudad de León, tres leguas distante, donde en el dicho día iba un criado montado en el pollino llevar las cartas a la Estafeta. Contaba todos los días de Domingo el perro, de que hace mención Nicolás Hartsoeker, para ir de París a Charenton, evitando con suma industria, que su amo se lo impediese, cerrándole tercera vez en casa, como lo hizo por dos veces (véase Feijoo en los números 41 y 42). Los perros, que viven cerca de alguna Ciudad, jamás dejan de ir a ella en los días de mercado, que se tiene una vez cada semana en día determinado, por pescar algo. Contó muy bien la asna de Balan las tres veces, que su dueño la castigó (véase el n. 114). Estos actos numerativos proceden de principio racional, pues dice Aristóteles en los Problemas que son tan privativos del hombre, que ningún otro animal es [110] capaz de ellos, en lo que da bastantemente a entender que deben proceder de principio racional. Parece evidente: porque es imposible que los Brutos conozcan que hoy, o mañana es día Jueves, sin que se acuerden del día Jueves pasado, para de él como término fijo a quo observar el curso, y serie de los días hasta el día Jueves siguiente. Y es menester, que también se acuerden de todos los días intermedios, porque si erradamente asentasen que sólo se habían pasado cuatro, o cinco días, era consiguiente que errasen el día Jueves, anticipándolo en su cuenta. Tienen también previsión en estos actos numerativos. Porque el perro de Hartsoeker para evitar que su amo le cerrase en casa en Domingo, partió de París a Charenton en el sábado antecedente. ¿Y qué es esto, sino prever el día Domingo, y que su amo le cerraría en casa, como lo hizo los dos Domingos pasados? El pollino de Exlonza prevía el trabajo, y por eso indefectiblemente se escapaba de la caballeriza el día Jueves. ¿Y qué objeto existente realmente hay en estos casos, o que pueda ocasionar la sensación del conocimiento de aquellos días, y de lo sucedido en ellos? Ninguno; luego esos actos de recuerdo, y previsión se terminan a objeto no existente realmente; luego no son sensaciones, sí actos de sujeto racional.

§. XIII.

[Argumento del trivio.] «En la otra advertencia del perro en el mismo §. 4 n. 28 muy decantada, como dice, pero poco reflexionada hasta ahora, pretende [111] V. R. probar eficacísimamente que el perro usa de discurso rigoroso, y propriamente tal. El argumento es este: llega el perro, siguiendo a la fiera, a quien perdió de vista, a un trivio, o división de tres caminos, e incierto de cuál de ellos tomó la fiera, se pone a hacer la pesquisa con el olfato. Huele con atención el primero, y no hallando en él los efluvios de la fiera, que son los que le dirigen, pasa al segundo. Hace el mismo examen en ese, y no hallando tampoco en él el olor de la fiera, sin hacer más examen, al instante toma la marcha por el tercero. Aquí parece que el perro usa de aquel argumento, que los Lógicos llaman a sufficienti partium enumeratione, discurriendo así: la fiera fue por alguno de estos tres caminos: no por aquel, ni por aquel: luego por este. Ahora respondo. Podrá parecer a V. R. que el perro usa de este argumento, pero a mí no. Niego que esa pesquisa con el olfato sea examen de los caminos. Eso es hablar en conversación con el vulgo, mas no es hablar como Filósofo. Explicaremos luego esta operación del perro; mas antes de proceder a ella, quiero también responder en forma al argumento propuesto en el núm. 31 y 32 del §. 5. Para probar que en el caso dicho procede el perro con proprio, y rigoroso discurso dice V. R. que examinados con el olfato los dos caminos, y enterado de que por ninguno de ellos partió la fiera, sin examinar el tercero, toma por él. Es manifiesto que esta determinación viene del concepto, que hizo de que la fiera huyó por el tercer camino, y que [112] este concepto le hizo, por ver que no fue ni por el primero, ni por el segundo. Yo niego que la determinación de ir por el tercer camino venga de tal concepto, sino que esta determinación procedió del instinto arriba explicado, y del modo, que diré luego. Insta V. R. diciendo: ¿Aquel acto, con que conoce que la fiera tomó por el tercer camino, o es distinto, o indistinto, de aquel acto, con que, después de examinar el segundo camino, conoció que no había tomado ni por el primero, ni por el segundo? Si distinto: luego es ilación, secuela, o deducción de aquel acto: si es indistinto, infiere así: Luego el perro con aquel acto mismo, con que percibe que la fiera no tomó por el primero, ni por el segundo camino (intransitive) percibe juntamente que tomó por el tercero. Respondo distinguiendo: son tres actos distintos quoad tempus operandi, concedo: quoad speciem, niego. Son tres actos distintos, porque fueron operados en tres tiempos diferentes, mas ellos no son distintos, ni diferentes en especie, porque son tres sensaciones. Ahora explicaremos esos tres actos, y ayudados del mecanismo de los Cartesianos, y de la sensación de los Peripatéticos, los explicaremos lindamente. Cuando la fiera pasó, dejó en su pasaje hasta cierta circunferencia algunos efluvios. El perro siguiendo a la fiera, a quien perdió de vista, llegando a la división de los tres caminos, halló algunos corpúsculos, emanados de esa fiera, que le determinaron a hacer la pesquisa con el olfato. En cuanto el perro no halla bastantes efluvios, no [113] tiene sensación, que lo determine a marchar tras la fiera, mas así que los halló en el tercer camino, quedó con el objeto de la fiera representado en la sensación, y fue determinado a marchar tras la fiera. Con que en el primer, y segundo camino el movimiento de los órganos fue menos sensible, y solamente lo que basta para hacer pesquisa con el olfato; mas en el tercer camino fue movimiento mayor en los órganos: fue sensación más sensible con el objeto de la fiera representado, que lo determinó a marchar. De suerte que, como dice Santo Tomás, en el caso dicho no hay razón, elección, ordenación, ni dirección activa de parte del perro, sí sólo pasiva, porque los órganos del cerebro del perro son movidos por los efluvios de la fiera, no porque él los mueva por elección. En cada camino los actos son de la misma especie: son independientes el uno del otro: no hay progreso de uno a otro, ni ilación, ni discurso. No hay otra diferencia entre los tres actos, sino ser operados en tres tiempos diferentes, y ser las dos primeras sensaciones menos sensibles por haber menos efluvios, y la tercera más sensible por haber hallado el perro más efluvios. Con estos principios, y ese modo claro de explicar las operaciones de los Brutos me parece, que no habrá ahora estudiante alguno del primer año, que no pueda responder muy bien a los mayores argumentos, que V. R. propone en el §. 6 in fine desde el núm. 38 hasta el núm. 43 y cuantos se ofrecieren.»

117. Esta satisfacción, que v. m. muestra tener [114] de sus principios, y modo claro de explicar las operaciones de los Brutos, me parece un salvoconducto, que toma para dar un salto casi como el de Alvarado, plantándose desde el número 33 en el núm. 43, dejando intactas las razones, que allí propone Feijoo, que tienen mucho que ponderar. La razón, que da, sobre quedar yo en duda, si el salto fue aborto de la naturaleza, quiero decir, procedido de falta de fuerzas, es una de las, que el Castellano llama fruslerías, el Francés petitesses, el Italiano bagatelle, y el Portugués... v. m. lo sabe. ¿Hay mayor incivilidad? ¿Y hay mayor confianza de principios? ¡Que un estudiante del primer año puede responder muy bien a los mayores argumentos, que Feijoo propone en el §. 6 desde el núm. 38 hasta el núm. 43 con los principios, que v. m. ha propuesto! Verdaderamente para referir esto es preciso prevenir a los lectores de su Carta con aquello de Horacio:

Spectatum admissi risum teneatis amici.

118. Mas dejando este bajo concepto, que forma de aquellos argumentos, que no concuerda con él, que hizo su Juez Árbitro el Doctor Martín Martínez en su Filosofía Escéptica, diálogo 10, en donde hablando de las razones, que hacen fuerza a Feijoo por la Racionalidad de los Brutos, dice: Y sin duda son poderosísimas, pues fuerzan a un ingenio capaz de forzar a los demás; voy a instar el argumento, a que me persuado, que nunca v. m. responderá cabalmente.

119. Tres dificultades tiene en su sistema la operación del perro en la pesquisa del trivio: la una, cuando la fiera no llega a ese trivio: la otra [115] cuando llega a él, y parte por un de los dos caminos, que el perro pesquisa, y con todo, ninguno de ellos sigue el perro, mas sí el tercero: y la última, cuando la fiera no pasó por alguno de los dos caminos pesquisados por el perro, los cuales tienen algunas digresiones, y sendas, mas sí por el otro, que resta, pero en poca distancia para: de modo que cuando el perro procura el tercer camino, se encamina a lugar mucho más avanzado a aquel, en que la fiera paró su carrera, y de ahí es que el perro toma la marcha, continuando el tercer camino del trivio. Vamos a la primera dificultad. Llega el perro, siguiendo a la fiera, a quien perdió de vista, y que quedó atrás escondida, a un trivio, al cual no llegó la fiera, e incierto de cuál de los tres caminos tomó, se pone a hacer la pesquisa, y no hallando en los dos caminos efluvios, sin hacer más examen, al instante toma la marcha por el tercero. Aquí parece constante que discurre el perro, y que aquel acto, con que, después de examinar los dos caminos, conoció que la fiera no había tomado por ellos, le determinó a hacer concepto de que la fiera huyó por el tercer camino: luego este concepto es ilación, secuela, o deducción. Es claro, porque si este concepto es indistinto de aquel acto, damos al perro conocimiento superior al humano, como he mostrado en el n. 69 si es distinto, es dependiente, causado, y subseguido a aquel conocimiento, que el perro tiene de que la fiera no tomó, ni por el primero, ni por el segundo camino. Y asentando probable, o erradamente, que había de tomar por uno de los tres, hace progreso [116] del primer conocimiento al segundo; de un concepto a otro concepto, con subordinación de éste a aquél. En fin vemos aquí todas las notas de ilación, o consecuencia, que hay en nuestros discursos. En el primer acto, conocimiento, o concepto, que le perro tiene de que la fiera no fue por los dos caminos, en que hizo examen, no se representa, que ella tomó, o había, o no podía tomar por el tercer camino: y como es patente que aquello, que se representa en un concepto, no puede conocerse en virtud de él, sino infiriéndose de aquello, que en el concepto se representa; es también patente que si el perro representa o probable, o erradamente que la fiera tomó, o había de tomar la marcha por el tercer camino, y representa esto en virtud del concepto, que tiene, que no tomó ni por el primero, ni por el segundo (pues no hay otro principio o motivo para que así lo juzgue) lo representa infiriéndolo de aquello, que en aquel concepto se representa: luego en este conocimiento, que es el, que próximamente dirige el perro a tomar por el tercer camino, interviene verdadero, y formal raciocinio.

120. Quizá que v. m. me niegue que en este caso haga el perro la pesquisa, y tome la marcha por el tercer camino. Pero yo sobre escribir esto por la fe de los Cazadores, y reparar, que San Basilio habla de la pesquisa del perro, como procedida de no hallar este los rastros, o efluvios de la fiera, que perdió de vista, me capacito a que sea así en la verdad. Porque el perro no siempre sigue a la fiera en virtud de los efluvios; lo que se manifiesta, de que cuando la ve tomar un camino, [117] corre por el mismo, siguiéndola; aunque la haya perdido de vista, y no llegue esta al trivio. Si el perro continuase la carrera guiado, y movido de los sucesivos efluvios, no pasaría adelante, luego que la fiera, a quien perdió de vista, dejó el camino, que él la vio tomar, y para se ocultar, y librar siguió otro rumbo. Tampoco pesquisaría los dos caminos del trivio, cuando la fiera, llegando a él, toma por uno de ellos. Porque, si bastaron los efluvios, que la fiera fue dejando hasta ahora, para que el perro, guiado de esa efluvial línea, digámoslo así, corriese siguiéndola hasta llegar al trivio, bastarían los efluvios, que la fiera dejó en el trivio, para tomar el perro un camino determinado de los tres, sin dejar la carrera, ni hacer la pesquisa. Porque guiado de esa efluvial línea, que se va continuando por un determinado camino de los tres, continuaría su carrera por él: así como la fiera no anduvo vagueando ya por este, ya por aquel camino, deliberándose cuál de los tres tomaría, pero tomó luego por uno determinado, continuando por él su carrera. Pues, si el perro sigue a la fiera, a quien perdió de vista, y que ya le quedó atrás, por el camino, que él la vio tomar, sin que sea guiado, y movido de sus efluvios, que mucho es, que llegando al trivio, por donde no pasó la fiera, capacitado de que a la verdad pasaría por él, haga la pesquisa en dos caminos, sin que sea movido de los efluvios; y que enterado de que por ninguno de ellos partió, ¿por qué en ninguno halla efluvios, sin examinar el tercero, tome por él?

121. Aquel concepto, que hace el perro, quizá [118] movido de la experiencia, de que la fiera, a quien perdió de vista, continuaría el camino, que él la vio tomar, le dirige a proseguir la carrera por el mismo camino, hasta llegar al trivio: ¿pues qué mucho es, que le dirija, y determine a hacer la pesquisa el concepto, que forma de que la fiera partió por uno de los tres caminos? Aquel primer concepto tiene objeto determinado, no sólo en cuanto al determinado camino, porque ella la tomó: este segundo concepto tiene objeto determinado en cuanto a la marcha, mas no en cuanto al determinado camino, porque ella la hizo, sino disyuntivamente, y en suposición de no partir la fiera por los dos. Por eso corre el perro hasta el trivio; y aquí incierto de cuál de los tres caminos tomaría la fiera, para enterarse usa del medio de la pesquisa, a que le inclina el acto de duda, y consejo, asentando en que a la verdad pasó la fiera por el trivio.

122. Vamos a la segunda dificultad. Pasando la fiera por el trivio, o división de tres caminos; e incierto el perro de cuál de ellos tomó, huele con atención al primero, y el segundo, y habiendo la fiera partido por alguno de estos dos, capacitándose el perro probable, o erradamente de que por ninguno de ellos partió la fiera, quizá porque no halla en ellos efluvios, o porque halla pocos, como v. m. dice, al instante toma la marcha por el tercero. En este caso no vale su respuesta dos cominos; porque no puede ser el determinante esa mayor sensación, que v. m. dice, y mayor movimiento en los órganos del cerebro del perro; [119] pues hallando pocos, o ningunos efluvios en los dos caminos, por uno de los cuales partió la fiera, es cierto que menos efluvios hallará en el tercero, para que puedan estos dirigirle a tomar la marcha por él.

123. Vamos a la tercera dificultad. Viene el perro siguiendo a la fiera, a quien perdió de vista, guiado del rastro, o efluvios de la fiera, y conociendo por el olfato que estos ya se encaminan a una parte, y acaban, ya a otra, y finalizan, siquidem invenerit ea pluribus se se sindentia modis, esto lo detiene un poco pensativo, como contemplando la dificultad de cuál será el camino, que tómo la fiera, o si se le ocultó, y quedó atrás. Pero cierto de que no se quedó atrás, por hallar siempre efluvios, viendo un trivio, asienta que por alguno de aquellos caminos tomó la marcha. Asegurado de esto, por la duda que tiene de cuál tomaría, se resuelve a hacer la pesquisa en ellos para enterarse. Registra que los caminos tienen en la seguida algunas digresiones, y sendas, y haciendo examen en el primero, y segundo camino, no hallando efluvios, estando ya muy avanzado, mide con los ojos el tercero (por el cual había partido la fiera, que ya le queda muy atrás, y muy lejos) divortia viarum singulatim, digressionesque, quascumque in partes ferunt, ubi suo illo sagaci odoratu perlustravit; y viendo que hizo todas las tentativas para asegurarse, si partió la fiera por el primero, o por el segundo camino, usa de aquel argumento, que los Lógicos llaman a sufficienti partium enumeratione, discurriendo así: la fiera fue por alguno de [120] estos tres caminos, no por aquel, ni por aquel: luego por este; bien que todo esto es momentáneo. En las circunstancias de este párrafo parece que habló S. Basilio.

124. Ya se entenderá bien la autoridad del dicho Santo (Hom. 9 in Hexaemeron): Quae saeculi sapientes, per prolixum vitae totius otium desidentes, vix tandem invenerunt, argumentationum, (inquam) rationumque nexus, in iis se se offert canis eruditus ab ipsa natura. Nam cum eius ferae vestigia, quam persequitur, investigat, siquidem invenerit ea, pluribus se se sidentia modis, divortia viarum singulatim, digressionesque, quascumque in partes ferant, ubi suo illo sagaci odoratu perlustravit, vocem prope syllogisticam, per ea, quae agit, elicit hoc pacto: Fera, quam persequor, inquit, aut hac, aut illa, aut ista divertit parte; atqui non hac, non item illac: restat ergo illam isthac abiisse via; atque ita falsa tollendo, verum invenire solet. Quid plus faciunt, qui pro linearum descriptionibus designandis tanta cum gravitate sedent isti, lineisque pulveri insculptis, e tribus, ubi duas propositiones substulerint ut falsas, in ea demum, quae trium reliqua est, verum comperiunt? Palabras muy semejantes se hallarán en San Ambrosio lib. 6 Hexam. cap. 4 y Crisipo egregio autor, e instituidor de la Dialéctica, da también lógica al perro, admirando esta su propuesta operación; y dicen ser él el primero, que formó tal argumento; el cual no es de tan poco vigor, que no se le proponga el Señor Santo Tomás en la 1. 2 quaest. 13 art. 2.

125. Es bien verdad que el Santo Doctor da [121] una respuesta sumamente difícil de se entender, y mucho más proponiéndola v. m. tan a secas en el §. 13 por su opinión. Responde el Santo, que en este, y otros casos semejantes no hay razón, elección, ordenación o dirección activa de parte del perro, sí sólo pasiva. Que la razón Divina es, que dirige los Brutos, y los ordena del mismo modo, que ellos se dirigieran, si tuvieran uso de razón. Así como la saeta, sin tener uso de razón, es dirigida al blanco por el impulso del flechante, y el reloj por la ordenación del artífice se mueve, y da regularmente las horas; como si la saeta tuviera razón, y entendimiento el reloj. Todo esto establece el Santo Doctor sobre el fundamental axioma: Sicut autem comparantur artificialia ad artem humanam, ita comparantur omnia naturalia ad artem Divinam. Et ideo ordo apparet in his, quae moventur secundum naturam, sicut & in his, quae moventur secundum artem. Pero quien no ve, que el Angélico entendimiento penetró con su suma sutileza más que lo, que expresó. Lo, que él penetró, lo ignoramos; lo, que expresó, cuanto al ejemplo de la saeta, ni aun favorece a los rígidos Maquinistas. Pues estos si excluyen principio intrínseco movente en los Brutos, lo admiten extrínseco natural, y mecánico. Y según deja inferir el Santo, aquellas admirables acciones, que hacen los Brutos, las operan movidos por Dios para ellas, queriendo Dios reprehender la soberbia de nuestra ignorancia con las aparentes sutilezas de aquellas tramoyas inanimadas, que él solo mueve, como la mano del flechante es, quien dirige la saeta. ¡Y quién creerá [122] que Dios está obrando inmediatamente en los Brutos por el modo dicho, y que sean ellos como flechas movidas de su mano!

126. Por el ejemplo del reloj sí favorece el Santo la opinión de las Máquinas. Mas por eso mismo no pueden los Instintistas objetarnos las palabras del Santo Doctor en el lugar citado: Er propter hoc etiam quaedam animalia dicuntur prudentia, vel sagacia, non quod in eis sit aliqua ratio, vel electio. Porque si el Santo dice que los Brutos no tienen razón, ni elección, porque hacen las acciones, que las intiman, por inclinación natural ad quosdam ordinatissimos processus, utpote a suma arte ordinatos, y esto sólo arguye razón en Dios, así como la arguye la saeta sólo en el flechante, y el reloj sólo en el Artífice: también, puesto que intimen conocimiento en sus actos, no lo tendrán, porque los hacen por inclinación natural ad quosdam ordinatissimos, &c. y esto sólo arguye conocimiento en Dios del mismo modo, que lo arguye la saeta en el flechante, y no en sí misma. Y sólo así se verifica cabalmente el axioma sicut autem comparantur, & c. Porque si las cosas artificiales no sólo no tienen razón, y elección, pero también no tienen conocimiento, también ni una, ni otra cosa tendrán las cosas naturales, o los Brutos, y serán sólo unos artefactos, e ingenios de Dios, comparados en sus acciones al arte Divina del mismo modo, que se comparan las cosas artificiales al arte humana.

127. Y si no obstante la suma veneración de la doctrina del Angélico Maestro, le impugnan los Instintistas, diciendo que aquella máxima tiene [123] lugar también en los hombres, y en sus potencias, que son entes naturales, dispuestos por el arte Divina, y que así como de ella no se infiere defecto de libertad, y de discurso en los hombres, tampoco se infiere defecto de uso vital en la facultad de los Brutos, o que no sean vitales sus movimientos, y que no obren con conocimiento propriamente tal; también, no obstante el profundo respeto a la doctrina del Santo, dicen los Racionalistas, que no se infiere falta de discurso en los Brutos, y uniformidad en su obrar, de la máxima, que el Santo establece, y hay lugar en los Brutos. Y no sólo no pueden los Instintistas valerse de la respuesta de Santo Tomás para responder al argumento de la pesquisa del perro en el trivio, pero ni aun los Maquinistas. Porque la dirección del reloj, y de la flecha es puramente pasiva: en tanto continúa la flecha de dirección, y regula el reloj las horas, en cuanto a éste le violenta el muelle, y a aquélla la fuerza del flechante. Pero el perro no tiene movente extrínseco en las tres dificultades propuestas, que le obligue a tomar la marcha por el tercer camino, como he mostrado, impugnando el movente señalado de los efluvios de la fiera. Si v. m. reflexionara estas dificultades, no nos propusiera la respuesta de Santo Tomás, como definición del caso por su opinión, y contra la de Feijoo.

128. Ya v. m. no nos objetará la autoridad del Señor Santo Tomás, y conocerá que para todas estas tres dificultades no vale su respuesta, ut discurrendi palam fiet, por lo, que dije en la dificultad segunda. Solamente tiene vigor, cuando el [124] perro, llegando al trivio, hace la pesquisa en los dos caminos, y sin caminar adelante por ellos, luego al principio de su división, va al tercero, por donde partió la fiera. Aquí es que se puede decir, que yendo para hacer examen en el tercer camino, tuvo en los órganos de su cerebro mayor movimiento, y sensación más sensible, que le determinó a partir por el dicho camino, por hallar en él más tufos sutilísimos de los, que esparció la fiera, que en los dos primeros. Y como confió tanto en sus principios, y respuesta insuficiente, voy a hacer algunos reparos, que los harán mucho más débiles de lo, que están ya por lo que he dicho.

129. Dice v. m. en este §. 13. En cuanto el perro no halla bastantes efluvios, no tiene sensación, que le determine a marchar, mas así que los halló en el tercer camino, quedó con el objeto de la fiera representado en la sensación, y fue determinado a marchar tras la fiera, & c. Esto parece incoherente con aquel fárrago del §. 7 en donde dice, que nuestros sentidos no pueden percibir por especies corpóreas mandadas de los objetos. Luego, infiero yo, y a fortiori, el perro por los efluvios no puede percibir la fiera, o (lo que es lo mismo) por más efluvios, que haya en el tercer camino, no puede tener sensación, que represente la fiera. Esta consecuencia se hace necesaria en la razón, que señala, para que no puedan nuestros sentidos percibir los objetos por especies corpóreas, que ellos les manden, que es la siguiente: Estas especies pasan necesariamente por el aire, y en su pasaje se han de encontrar las unas [125] con otras, ahora mezclándose, y confundiéndose, ahora separándose, y siempre padeciendo disminución, sin nunca llegar todas en la forma, que fueron mandadas: sed sic est, que esto mismo debe suceder en los efluvios, que va esparciendo la fiera, cuando corre: luego si basta aquella razón para que no puedan nuestros sentidos percibir los objetos, o representarlos por especies corpóreas, que ellos les manden; basta también esta, para que no pueda el perro percibir la fiera, o tener sensación, que la represente, por los efluvios, que ella le mande. Y faltando esta sensación, que es per te la, que determina el perro a seguir a la fiera por el tercer camino, no la seguirá, o no es la sensación la, que le determina, quedando así falsificado lo, que dice en este §. 13. Dije a fortiori; porque los efluvios son cuerpos, aunque sutilísimos, o corpúsculos, y las especies en la sentencia de los Peripatéticos, que reprueba en el §. 7 no son cuerpos, son corpóreas, no son materia, son materiales. Qui potest capere, capiat.

130. No sólo reparo en la incoherencia propuesta, mas también en la causa, o determinante, que señala de tomar el perro la marcha por el tercer camino, o de correr por él, siguiendo a la fiera. Señala por determinante los bastantes efluvios, que el perro halló en ese tercer camino, no habiendo hallado bastantes, ni en el primero, ni en el segundo. Esto no parece ser así. Porque el perro siguiendo a la fiera, o al ave, si es perdiguero, no puede hallar más efluvios por donde la fiera fue corriendo, o el ave rastreramente volando, [126] que por donde está, o aquella fue caminando despacio, por parte (por evitar esta evasión) en donde no podían dejar rastro de sus pies, v.g. por piedra, o tierra durísima: por donde la fiera fue corriendo, o el ave rastreramente volando, es que el perro se pone en carrera; y por donde esta, o aquella fue caminando despacio, y pesquisando; luego parece que el perro se pone en carrera, más por hallar pocos efluvios, infiriendo de esto, que la fiera fue corriendo, o el ave volando, que por hallar muchos efluvios, por los cuales infiere que se está por allí la fiera, o el ave. La menor es cosa notoria a los cazadores: y la mayor me parece evidente. Porque, como los efluvios emanan del cuerpo, estando este por más tiempo en un lugar, más tiempo hay para emanar mayor copia de efluvios.

131. Ni se me diga, que cuando la fiera va corrigiendo, o el ave rastreramente volando, echan más efluvios de sí, porque se agitan más; razón porque también suelen sudar más. Porque aunque echen de sí mayor copia de efluvios, ni por eso hay más efluvios por donde corre la fiera, o vuela el ave. El correr, el volar es una cosa transitoria: quiero decir, que el rápido de una carrera, y del vuelo hace, que aquella mayor porción de efluvios, que entonces emanan del cuerpo, se comunique a más lugares. Y así como una piedra de sal comunica mayor efecto a muy poco agua, que una fánega de él a un río, así también los pocos efluvios, que la fiera deja en cualquier lugar, en que para, o por donde despacio camina, son más respectivamente, [127] y por eso pueden hacer mayor efecto, e impresión, que los muchos, que emanan de la fiera, cuando corre; por ser muchos los lugares, que rápidamente va ocupando, y sucesivamente dejando muy presto. Por tanto, aquella mayor copia de efluvios, que echa de sí la fiera, corriendo, o el ave volando, es tal respectivamente a la fiera, y al ave; que como son agentes, y juntamente pacientes, cuanto más se agitan, mayor efecto padecen de esa agitación.

132. Tampoco se me diga, que la fiera corriendo (lo mismo es del ave volando) echa de sí con fuerza los efluvios para aquella parte, que va dejando, y estos nuevamente se esfuerzan con el impulso, con que el aire violentado retrocede con fuerza al lugar, que la fiera va dejando: y como son espiculosos, ayudados de la fuerza del aire hacen mayor impresión, aunque pocos, que cuando muchos, pero despedidos con menor fuerza, y no ayudados, y por eso puestos luego en quietud: y que el perro sintiendo aquella fuerza, o haciéndole esta mayor impresión en el olfato, conoce la parte, de donde vienen los efluvios, y por esto conoce por dónde la fiera fue corriendo, y la sigue. Esto apenas tiene vigor, y verosimilitud por aquellos primeros instantes, pero poco después se ponen los efluvios en quietud; porque si al principio son ayudados del aire retrocedente, poco después son rebatidos por el aire posterior, que comprimido los sostiene, así como lo vemos en el agua, que impelida por la nave retrocede con ímpetu, pero comprimiendo la posterior, esta le rebate el impulso, y por eso forma torbellino, o remolino. [128]

§. XIV.

«Tengo respondido a los argumentos propuestos para probar la Racionalidad en los Brutos, y me parece que esas sus razones no tienen toda la fuerza, que V. R. nos decía en el §. 4 n. 19. Réstame ahora probar, que esa opinión del discurso de los Brutos no solamente encuentra los principios incontestables de la buena Filosofía, mas también que de esa opinión se siguen consecuencias peligrosas contra los dogmas de nuestra Santa Fe.»

133. Yo también no sólo tengo esforzado las razones de Feijoo, e instado las respuestas, que v. m. les ha dado, mas también le tengo defendido pro viribus de su crise. Y me persuado que con estos principios, y con algunos otros argumentos, que propone Feijoo, queda muy probable la opinión de la Racionalidad, que, como veremos, en nada encuentra los dogmas de nuestra Santa Fe Católica. Y como promete mostrar lo contrario, voy a ver:

Quid dignum tanto feret hic promissor hiatu.
Horacio.

§. XV.

«Mas antes de proponer mis argumentos, yo estimaría mucho que V. R. me explicase, cómo pueden concordar los párrafos 5 y 6 con los párrafos 7 y 8 porque me parece haber entre unos, y otros una manifiesta contradicción. V. R. en los primeros empéñase a probar, [129] que el discurso de los Brutos es rigoroso, y propriamente tal: que él no tiene defecto: que los Brutos hacen silogismos, como el perro, que prosigue a la fiera, hace en la división de los tres caminos. En los otros párrafos dice, que su discurso es imperfecto: que es de orden muy inferior al del hombre, tanto en la forma, como en la materia; luego el tal discurso no es discurso sin defecto, aunque así lo dice en el num. 33. Por cuanto discurso sin defecto es discurso perfecto: y si es discurso perfecto, no es de inferior orden al del hombre; porque no hay orden superior al perfecto. Cita V. R. en el §. 5 n. 30. La autoridad de San Basilio, que dice que el perro conoce muy bien la conexión de las premisas con la conclusión: Noscit argumentationum, rationumque nexus eruditus ab ipsa natura. Y tanto es su empeño para probar la perfección del discurso de los Brutos, que hace decir al Santo, que el perro es lógico natural, aunque el Santo no lo dice. Y ahora en el §. 5 y ahora en el §. 7 no lo es, y todos sus conocimientos son materiales: ¿cómo se puede decir esto sin contradicción? Que un Filósofo no concuerde siempre con la razón, transeat; esto sucede a muchos, pero a lo menos ha de concordar consigo mismo, y no contradecirse tan claramente.» [130]

134. Aquí apinge v. m. a Feijoo muchos descuidos, y contradicciones sin razón alguna; porque el discurso del perro es perfecto en sí mismo, mas ni por eso deja de ser menos perfecto respecto del discurso del hombre, porque, como dice Feijoo, dando la razón de esto en el n. 33: La menor perfección respectiva en cualquier atributo, no quita el gozar con propriedad aquel atributo. Así uno, que es menos sabio que otro, no por eso deja de ser propriamente sabio. No sé qué diga Feijoo en los §§. 7 y 8 que el discurso de los Brutos es imperfecto, sino, que es menos perfecto, que el del hombre. Mas dado que lo diga, ni por eso se contradice, porque habla de la imperfección respectiva, o comparativa, que supone perfección entitativa en el género, o especie de él comparado: Omne, quod imperfectum esse dicitur, id diminutione perfecti imperfectum esse perhibetur: quo sit, ut, si in quolibet genere imperfectum quid esse videatur, in eo perfectum quoque aliquid esse necesse sit, dice Boecio lib. 3 de Consolatione Philosophiae.

135. Cuando una cosa se mira en sí misma, en su misma especie, en esa se dice perfecta, y buena, pero respecto de otra más perfecta, y buena, se puede decir imperfecta, y que no es buena. Esta, a mi ver, es la razón, porque diciendo la Escritura sagrada, que todas las obras, que hizo Dios, eran muy buenas, en las cuales obras se comprehendía Adán, Cristo Bien nuestro no consistió que le llamasen bueno, porque nadie era bueno sino Dios: Quid me dicis bonum? Nemo bonus, nisi unus Deus, Marc. cap. 10. Cristo habló [131] de su Humanidad Santísima por respecto a Dios, por respecto a aquel cúmulo de perfecciones, a que encaminaba, y dirigía todo: y respectivamente a cosa tan superior no tiene perfección en el hombre, es en todo, como si no tuviera ser: Omnes, gentes quasi non sint, sic sunt coram eo, & quasi nihilum, & inane reputatae sunt ei, (Isai. cap. 40.) y no es bueno, y puro, porque delante de este Señor hasta los mismos Cielos son impuros. Dios Señor nuestro vió, que sus obras eran buenas, porque la miró en sí mismas: Viditque Deus cuncta, quea fecerat, & erant valde bona, Genes. 1. 31. A este modo se puede discurrir de la perfección, e imperfección del discurso del perro, tomado en sí mismo, o respecto del discurso del hombre:

Si licet exemplis pro parvo grandibus uti.

136. Falsísima es aquella su consecuencia: Luego no es de inferior orden al del hombre. Si valiera su argumento, tendría igual vigor el siguiente: El discurso del Ángel es discurso perfecto: el discurso del hombre es discurso perfecto; luego el discurso del hombre no es de inferior orden al del Ángel. (Lo mismo es, si se pusiere la palabra espíritu en lugar de la palabra discurso). Hallo que aquí acomodaría la distinción, que hé dado, diciendo, que el discurso del hombre es perfecto en sí mismo, y en su especie, pero que respecto del discurso del Ángel (si es que discurre, como quieren algunos Teólogos) es imperfecto, o menos perfecto; luego también así debe decir en el discurso del perro. La razón, que da de aquella consecuencia, a saber: Porque no hay orden [132] superior al perfecto, es igualmente frívola que falsa. Hay orden superior (vaya una respuesta de humorada, si bien que es juntamente verdadera) cual es el orden del comparativo: más perfecto, y la del superlativo: perfectísimo. Responderemos cabalmente a esta instancia en el §. 24 donde la repite.

137. No es sólo Feijoo quien dice que San Basilio da lógica al perro. Fuentelapeña en su libro intitulado: El Ente dilucidado núm. 752, hablando de los perros, dice así: San Basilio en su Hexameron hom. 9 les da lógica, y lo mismo de autoridad del dicho dicen Mayolo, Nieremberg, y otros. Pues, si todos estos de autoridad de San Basilio dan lógica al perro, porque así entienden aquellas sus palabras... argumentationum (inquam) rationumque nexus, in iis se se offert canis eruditus ab ipsa natura, ¿qué razón hay para extrañar el que diga Feijoo que San Basilio en aquellas palabras afirmó, que el perro es naturalmente lógico? ¿No es lo mismo decir, que el perro es lógico, que dar lógica al perro? Y si esta lógica se la enseña la naturaleza, no es esto ser naturalmente lógico? Y ser lógico por enseñança de la naturaleza, no es lo mismo, que decir, que la propria naturaleza le enseña a argüir? Pues esto es lo, que dice Feijoo.

138. Vamos a la contradicción, o a lo, que dice Feijoo en el §. 7 n. 48 que es en lo que funda v. m. el concepto de que este Autor se contradijo. Dice en este lugar que los Brutos no discurren con discurso propriamente lógico. Pero esto no tiene contradicción con lo, que escribió del [133] perro en el §. 5 n. 30. Sus palabras lo declaran, y defienden. «En la forma (dice él en el n. 48) también es muy inferior; porque los Brutos no discurren con discurso propriamente lógico (hablo de la lógica natural) ni son capaces de la artificial, porque como no conocen las razones comunes, no pueden inferir del universal el particular contenido debajo de él. Sólo, pues, hacen dos géneros de argumentos, el uno a simili, el otro a sufficient partium enumeratione; pero el primero es el más común entre ellos». Si v. m. notara aquí cosas, que parecen contradictorias, no hallara contradicción en el n. 48 con el n. 30. Niega aquí Feijoo lógica natural, y artificial a los Brutos, y luego dice que hacen dos géneros de argumentos. Quien hace argumento parece que discurre con discurso propriamente lógico, y quien así discurre, tiene alguna lógica, a lo menos la natural. La solución de esta contradicción mostrará que no lo es aquella, que nos apinge.

139. Niega Feijoo lógica a los Brutos en aquel sentido, en que es propriamente lógica, que nosotros tenemos. Por nuestra lógica natural inferimos de las razones comunes, y del universal el particular contenido debajo de él. Por nuestra lógica artificial, que contiene dictámenes universales, sabemos, y nos acostumbramos a arreglar la lógica natural, que tenemos: de modo, que la lógica artificial es según la natural, pues, como cosa accesoria, sigue la naturaleza de lo principal. Y como los Brutos no conocen las razones comunes, no pueden inferir del universal el particular contenido debajo de él, y por eso no discurren con [134] discurso propriamente lógico, o no tienen lógica natural propriamente tal, entendiendo por lógica natural la, que tienen por objeto las razones comues, y universales. No conociendo los Brutos, ni discurriendo acerca de las razones comunes, y universales, y por eso no teniendo lógica natural, no pueden tener dictámenes universales en sus objetos para arreglar esa lógica natural, que no gozan, y por eso no tienen lógica artificial. Que este sea el sentido, en que Feijoo niega a los Brutos la lógica natural, y la artificial, no sólo lo muestran las palabras citadas por sí mismas, y por las anteriores del mismo número, todas concernientes al mismo asunto de señalar los limitativos del discurso de los Brutos respecto del de los hombres, mas también las, que escribe en el §. 8 n. 56: Es verdad que el discurso lógico (proprio de los hombres, y negado a los Brutos) que procede del universal al particular, infiere la espiritualidad del alma humana, pero no por lo que es formalmente en sí mismo, sino por lo que presupone, o por lo que envuelve, que es el conocimiento de las razones universales. Mas como también discurrimos en cosas singulares, y se dice que en realidad discurrimos por lógica natural, que nos enseña a hacer estos discursos, y también discurren así los Brutos; por eso, negando Feijoo en el n. 48 que los Brutos tienen lógica natural, y artificial, añade luego, que hacen dos géneros de argumentos, el uno a simili, el otro a sufficienti partium enumeratione, y dice en el núm. 28 que el perro usa de este último argumento, y en el n. 30 que el perro es naturalmente lógico, o que la [135] misma naturaleza le enseña a argüir, y en el num. 57 que concede algún discurso en los Brutos en la forma, que se explicó arriba.

140. Vamos a la última contradicción. Los vínculos de los argumentos, y razones, siendo ellos en sí mismos el objeto del conocimiento, que los atinge, conoce, y reflexiona como tales, son cosas abstractas, y de este modo no puede el perro conocerlos. Pero aquel vínculo objetivo, aquella semejanza, y conexión, que tiene las cosas en sí mismas, no son cosas abstractas; y así puede el perro conocerlas. El color en razón de color es cosa abstracta, pero ser este color blanco semejante a aquel, esto lo tiene él por sí mismo (aunque Izquierdo siga lo contrario) y lo pueden ver, y conocer los Brutos. El hombre lógica, o metafísicamente tomado es cosa abstracta, pero no lo es físicamente, y a parte rei: por eso del primer modo no lo pueden conocer los Brutos, pero pueden del segundo. En los silogismos expositorios hay vínculos de las argumentaciones, y razones, no como cosas, ni de cosas abstractas, sino concretas, pues para mostrar ad oculum la conclusión nos manda la lógica contraer esos vínculos, esas razones, y argumentaciones. Estos argumentos son muy triviales en los rústicos, y siendo ellos a veces tan salvajes, y montaraces, que no saben argüir en cosas universales, y abstractas, ni aun entender estas palabras, ni por eso dejan de argüir así muy bien, y de argumentar a simili, y a sufficienti partium enumeratione de modo, que no lo hiciera mejor Porfirio. [136]

§. XVI.

«Pero es tiempo de proponer mis argumentos, que llamo míos, no porque dejen de ser suyos, pues los propuso V. R. contra la Racionalidad de los Brutos, y bien sintió la fuerza de ellos, mas, porque las instancias son mías, y como buen Peripatético reformado no me quiero confesar vencido por la primera respuesta, que V. R. da a cada argumento.»

141. Facile est inventis addere. V. m. se regocija mucho con el título de Peripatético reformado, como si fuera de Católico Romano reformado en sus costumbres, observando el consejo del Apóstol: Expoliantes vos veterem hominem cum actibus suis, & induentes novum, ad Coloss. 3. 9. Pero también será esto, porque como tiene tan buen juicio, e índole, no ha de admitir los dictámenes perversos de algunos abominables monstruos, que con dolor de toda la Cristiandad tiene abortado la Cristianísima Francia; en cada uno de los cuales asienta bien aquello de Ovidio lib. 8 Metamorph.

Dii te summoveant, o nostri infamia secli,
Orbe suo, tellusque tibi, pontusque negetur.

Tengo también propuesto la primera parte de su Carta, en que me parece que insté con algún vigor sus respuestas, y que esforcé las razones de Feijoo, y le defendí de su pervertida urbanidad, y sencillez, que se le prometió en el §. I. de su Carta. Ahora responderé pro viribus a sus argumentos, y defenderé esta opinión de la Racionalidad [137] de los Brutos de todo escrúpulo, para que corra libre en el Orbe literario:

Pars superat coepti, pars est exhausta laboris,
Hic teneat nostras anchora iacta rates.


www.filosofia.org Proyecto Filosofía en español
© 2003 www.filosofia.org
BF del PFE • Miguel Pereira de Castro Padraõ
Propugnación de la racionalidad de los brutos, págs. 1-137.