Filosofía en español 
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Tomo primero Carta vigésimo séptima

De algunas providencias económicas en orden a tabaco, y chocolate

1. Amigo, y Señor: Aunque la Carta, en que Vmd. me avisaba de enviarme por el Ordinario las cuatro libras de Tabaco, vino el Correo pasado; esperando a que llegasen, como ya efectivamente llegaron, suspendí hasta éste la respuesta. El Tabaco, ciertamente, es de bella calidad; y a mi parecer tan bueno, sino mejor, que el que Vmd. me remitió por Enero, y del cual tengo alguna pequeña porción; porque en la especie de Tabaco, con el que logro muy de mi gusto, observo una estrecha economía. La contingencia de no hallar después otro igual, me hace detenido en su consumo. De suerte, que casi es menester, o el motivo de especial benevolencia, o el de urbanidad inexcusable, para franquear una, u otra caja. Fuera de estos dos casos, procuro evitar la opinión de mezquino con otro de segunda clase, que nunca falta.

2. Vmd. ha continuado tanto el favorecerme, y regalarme, que ya he consumido todas las frases que el discurso podía sugerirme para explicar mi gratitud; y no pudiendo descubrir otras nuevas, será preciso callar; porque repetir las antecedentes, es para mí cosa fastidiosa, y aun pienso, que para Vmd. lo será: conque parece, que no hay otro recurso, que el de los Predicadores principiantes, que remiten lo que no pueden explicar, a lo que llaman Muda Retórica del silencio.

3. Las advertencias, que Vmd. me hace para conservar, y mejorar el Tabaco, pudieran pasar por un segundo regalo, que sirve como de adjetivo a la substancia del [214] primero, si la utilidad fuese correspondiente a la intención. Pero francamente le digo a Vmd. que no admito sus reglas, porque no las juzgo convenientes, por más que la común aceptación las haya hecho plausibles.

4. El guardar mucho tiempo el Tabaco, no le mejora, antes le deteriora, si la custodia de él no es mucho más estrecha, que la de reos de pena capital. Júzgase, por lo común, diligencia suficiente para conservar, y mejorar el Tabaco, colocarle en una caja de plomo, bien atacado, con la cubierta muy ajustada, y guardarle de este modo en la gabeta de un Escritorio. Los que añaden una hoja de plomo, bien ajustada a la concavidad de la caja, apretando con ella el Tabaco, juzgan haber llegado a la suprema exactitud en la materia. Pero todo esto no basta. Así entre la hoja del plomo, y superficie cóncava de la caja, como entre el borde de ésta, y el de la cubierta, quedan inevitablemente rendijas por donde el Tabaco se exhala. Todas esas precauciones conservan el cuerpo, no el alma del Tabaco. Aquellos corpúsculos sutiles, que constituyen toda su gracia, respecto del olfato, no hay puerta por donde no quepan, y por todas huyen. Es verdad, que no se disipan tan presto, ni con mucho, como teniendo menos resguardado el Tabaco; pero es cierto, que poco a poco se va perdiendo parte de ellos. Así, el que quisiere guardar el Tabaco por espacio de tiempo considerable, téngale en una caja de hoja de lata, unida la cubierta con estaño, en la forma que suele transportarse el Tabaco de encargos, de Sevilla, y Madrid, a otras partes. Basta también, que sea en bote de hoja de lata, que de plomo, unir caja, y cubierta con cera. Una eternidad se puede conservar de este modo el Tabaco; porque a ninguno de los cuerpos dichos, hoja de lata, plomo, estaño, o cera, penetran los más sutiles corpúsculos del Tabaco, ni de otra substancia olorosa.

5. Y no sólo no pierde de su bondad el Tabaco guardado del modo dicho, sino que se hace más aromático, deteniéndose así dos, o tres años, como he experimentado algunas veces; lo que se puede atribuir, o a que entre aquellos [215] sutiles corpúsculos, hallándose encarcelados, se excita una especie de fermentación con que se exalta más el olor; o a que como son de un genio inquieto, y volátil, chocando unos con otros, se desmenuzan, y sutilizan más, con que reciben más aptitud para herir el órgano del olfato, penetrando más, por su mayor sutileza, las fibras sensorias.

6. Sea cual fuere la causa que al vino guardado mucho tiempo, y perfectamente defendido del ambiente, le hace más oloroso, se hace extremadamente verosímil, que la misma produzca el propio efecto en el Tabaco.

7. De aquí infiero, que lo propio sucedería con el Chocolate, si se le impidiese toda transpiración. Mas del modo, que comúnmente se guarda; esto es; depositado en un Arca, Baúl, o Escritorio, aunque se envuelva en papel, o lienzo cada ladrillo, o bollo, sucesivamente va perdiendo algo de jugo, y olor, como yo lo he observado, habiendo guardado alguna cantidad de Chocolate por espacio de catorce años. Movióme a hacer esta experiencia, por una parte el oír a todos, que el Chocolate es mejor cuanto más añejado, y por otra, considerar, que esto no puede ser en buena Filosofía. Tiene sonido de Paradoja lo que voy a decir de Chocolate, Vino, y Tabaco; y es, que conservan la vida, quitándoles la respiración; y la pierden, dejándolos respirar. Sofocados, viven; y alentando, mueren. Aquello que exhalan, y con que se hacen sentir en el órgano del olfato, es su parte espiritosa: luego cuanto más respiran, más espíritu pierden.

8. Considérese, que al abrir el arca, cofre, o gabeta donde está el Chocolate, por envuelto que esté en el papel, u otra cosa, se percibe sensibilísimamente su olor: luego continuamente está exhalando. ¿Y qué exhala? Aquellos delicados corpúsculos, que le hacen aromático; pero no sólo esto, mas también aquel jugo substantífico, y craso, que le hace grato al paladar. Y la razón es, porque aunque este jugo no es volátil por su naturaleza, le extraen, y disipan con su impulso los corpúsculos aromáticos. Como aquel jugo es mantecoso, y adherente, es preciso, que los [216] corpúsculos, al romper por los poros del Chocolate, y topando con él, lleven pegadas algunas pequeñísimas partículas suyas.

9. Esta especulación filosófica me indujo a la experiencia, que he dicho, y el efecto fue el que había previsto. Yo iba probando de tiempo en tiempo, como de seis en seis meses, el Chocolate, y reconociendo siempre (a la reserva del primer año, o poco más) que sucesivamente iba perdiendo más jugo, y olor, de modo, que al término de los catorce años, tenía poquísimo de uno, y otro. Así no me queda duda de que los que dicen, que han experimentado tanto mejor el Chocolate, cuanto más añejo, son persuadidos a ello, no por la experiencia, sino por el dictamen preconcebido in fide dicentium. Y una prueba bien sensible de esto es lo que he oído a algunos de los que promueven aquella opinión, que el Chocolate adquiere el supremo grado de excelencia, cuando se ha añejado tanto, que se pone algo carcomido. Dícese el Chocolate carcomido similitudinariamente, por unos pequeños huecos, o vacíos, que se forman en él con el tiempo, y que representan en alguna manera los que tienen la madera carcomida. Pero es fácil conocer, que aquellos vacíos resultan de la disipación del jugo, que antes tenía el Chocolate, y con que se llenaban todos aquellos huecos. Luego es claro, que en el estado de carcomido se halla muy desubstanciado.

10. Tampoco admito la instrucción que Vmd. me da para conservar el Tabaco húmedo, o humedecerle, cuando está seco. Ninguna humedad dice bien al Tabaco, sino la del agua simple, y natural; porque sólo ésta carece de todo olor. Todo otro cuerpo húmedo tiene algún olor, que comunicado al Tabaco, le hace degenerar. Y aun se puede temer, que los corpúsculos en que consiste aquel olor forastero, corrompiéndose, destruyan enteramente el Tabaco. Yo he visto, que todas estas estudiadas recetas para humedecerle, como introducir en él unas almendras, u hojas de acelga, o tenerle en el sitio húmedo, siempre le han deteriorado algo. Al contrario, el agua simple, tengo mil experimentos, de que no sólo le humedece sin dañarle, mas [217] conduce mucho para su conservación; porque aquella humedad obstruye muchos poros por donde se exhalan los corpúsculos olorosos, con que los detiene dentro del Tabaco. Préstale también el beneficio de quitarle aquel molesto tufo, que respira cuando está reseco, convirtiéndole en olor más benigno, y causa prontísimamente este buen efecto, como también he experimentado muchas veces.

11. ¿Pero cómo se debe comunicar la humedad del agua al Tabaco? El modo más oportuno es mojar la superficie interior de la cubierta del bote, sacudiéndola luego fuertemente, para que no gotee sobre el Tabaco; porque estando éste apretado, cada gota que cayese, haría una piedrecita, dificultosa de deshacer entre los dedos. Esta diligencia hecha de quince en quince días, basta para conservar jugoso el Tabaco. Mas si estuviese ya reseco, será menester repetirla siempre que se haya sacado Tabaco del bote para la caja.

12. Si Vmd. quisiere usar de estas instrucciones mías, (pues al fin de que Vmd. se utilice en ellas, he tomado la fatiga de escribirlas) así en orden al Chocolate, como en orden al Tabaco, espero que me las agradezca, poco menos que yo a Vmd. el regalo que acaba de hacerme. Así pudiera yo, como le doy reglas para conservar su Tabaco, ministrarlas para la conservación de su salud, que es para mí harto más preciosa, no sólo que cuanto Tabaco, y Chocolate, mas también que cuanta plata, y oro vienen de la América. Al fin, haré para este efecto todo lo que puedo hacer, que es dirigir a él el corto valor de mis oraciones, rogando al Altísimo, como diariamente lo hago, que prospere su vida, y persona muchos años, &c.


{Feijoo, Cartas eruditas y curiosas, tomo primero (1742). Texto según la edición de Madrid 1777 (en la Imprenta Real de la Gazeta, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo primero (nueva impresión), páginas 213-217.}