Filosofía en español 
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Tomo primero Carta XXXI

Sobre la continuación de Milagros en algunos Santuarios

1. Muy señor mío: Ordéname Vmd. le escriba mi sentir sobre el asenso que merecen los milagros continuados, o continuación de milagros, que se refieren de algunos Santuarios; proponiéndome por ejemplos el de nuestra Señora de Valdejimena, donde los que padecen Hidrofobia, indefectiblemente mueren, si están en tal, y tal estado; e indefectiblemente sanan, si están en otro: Y el de nuestra Señora de Nieva, a cuyo término se acogen los brutos, cuando presienten tempestad; y en cuya jurisdicción ningún viviente perece con ella, como ni en los que traen Retrato tocado a aquella Sagrada Imagen.

2. ¿Quién podrá dar respuesta a tan genérica pregunta? Nadie ciertamente. La continuación de milagros, es, en cualquier Santuario, y fuera de él, posible a la Omnipotencia, siendo la posibilidad cierta, y quedando la duda sólo en el hecho, únicamente pueden resolverla los testigos de vista; esto es, los que han frecuentado los Santuarios, o viven en los Pueblos donde ellos están, o en los vecinos; de que resulta, que para cada Santuario es menester distinta información, y distintos testigos. Ni en esta materia basta la disposición de cualesquiera testigos oculares; es menester que sean de mucha veracidad, juicio, y reflexión. Faltando estas circunstancias en los más de los hombres, se divulgan a cada paso prodigios, que nunca existieron; ya por creerse erradamente, que es asunto digno de la piedad cristiana publicar milagros, o fingidos, o dudosos.

3. Por esta razón, en general, se debe hacer juicio, que [254] en materia de milagros, sean continuados, o no, hay mucho más de aprehensión, que de realidad. Por lo que mira a Santuarios, en tres he estado, de cada uno de los cuales se refería un milagro continuado; siendo el hecho, en que se fundaba esta fama, indubitablemente natural. Pero no es justo inferir de aquí, que en ningún Santuario continúa Dios los prodigios. La repetición del de la Sangre del Glorioso Mártir San Genaro, en la Ciudad de Nápoles, está tan altamente autorizado, que sería ciega obstinación negarle el asenso.

4. En orden a los dos Santuarios que Vmd. me especifica, no sé qué le diga. Del primero, que es el de Valdejimena, ni aun el nombre había oído. Verdaderamente en el milagro continuado de sanar indefectiblemente de la Hidrofobia (o mal de rabia) los que la padecen en tal estado; y morir infaliblemente los que en otro, si no se circunstancia más, es muy posible se incurra en una gran equivocación. Supongo, que de los que padecen esta dolencia, sin intervención de milagro, unos sanan, y otros mueren. Luego de los que llevan a Valdejimena, aunque Dios no quisiese obrar milagro alguno, unos sanarán, y otros morirán. ¿Cómo, pues, se puede saber, si los que sanan en dicho Santuario, sanan por milagro? Dicen, que sanan los que están en tal estado; pero ese estado se determina después que los ven curados, que antes de la curación no se sabe. De este modo, aunque la curación no sea milagrosa, se podrá fingir tal, diciendo, que estaban en aquel estado que era menester para que se obrase el milagro.

5. Fuera de esto, el suponer, que los que están en tal estado, infaliblemente mueren, incluye una notable incongruidad. Serán, acaso, los que se hallan en estado deplorado. ¿Pues qué, la intercesión de nuestra Señora no será poderosa para alcanzar de Dios la curación de éstos, o por lo menos de algunos de ellos? ¿Ninguno de los que oran por éstos a la Reina de los Ángeles pedirá con verdadera fe? ¡Qué absurdo! ¿O Dios por ventura, es un Médico como los del mundo, que sólo pueden curar a los Hidrófobos, cuando la enfermedad se halla en tal, o tal estado? [255] Dijera yo, que si ninguno de los que los Médicos tienen por deplorados, se cura en aquel Santuario, no hay tal milagro continuado, y acaso, ni aun sin continuación. En fin, cualquiera que se suponga ser el estado de los que infaliblemente mueren, es un terrible estorbo a la creencia, de que interviene prodigio. Si sin determinar distinción de estados se dijese, que Dios obra el milagro con unos, y no con otros, no se hallaría tropiezo en la noticia. Pero en tal caso se deberían examinar las circunstancias, para decidir, si la curación de los que sanan, es milagrosa. Paulo Zaquías (Quaest. Medico-Legal. lib. 4, tit. 1, quaest. 8) prudentísimamente señala las reglas, que se deben observar en el juicio, de si la curación de alguna enfermedad es milagrosa. Las principales son cuatro. La primera, que la dolencia esté reputada por naturalmente incurable, o por lo menos dificultosísima de curarse; porque dice, y dice bien, que los milagros tienen por objeto las cosas arduas, no las fáciles. La segunda, que no esté la enfermedad en la última parte de su estado; porque entonces, aunque padece mucho el enfermo, y se halla constituido en gran riesgo, por la mayor fuerza de los síntomas; en muchos sucede natural, y prontamente una crisis, que los libra. La tercera, que la curación sea perfecta; de suerte, que no quede el más leve vestigio de la enfermedad. Dei perfecta sunt opera. La cuarta, que sea la mejoría subitánea, o repentina. No siéndolo, ¿de dónde puede constar, que no se debe a la naturaleza? ¡Cuántas veces se ha visto sanar, sin milagro alguno, enfermos, que los Médicos habían abandonado por deplorados!

6. Añado, que la Hidrofobia (y es advertencia muy importante para el asunto) frecuentemente se supone, o sospecha donde no la hay. Habiendo mordedura de Perro, se suele levantar al Perro que rabia, y le cuesta la vida. En fe de esto, el mordido va al Santuario, o al Saludador; y no resultando después daño alguno, se cree curado de una dolencia, que no padeció, sino en la imaginación.

7. Del prodigio, que por la intercesión de nuestra Señora, obra Dios en el Territorio de Nieva, privilegiándole [256] contra el furor de las tempestades, y avisando con modo inexplicable a los brutos, que recurran a aquel asilo, cuando ven, que los amenaza con ellas el Cielo, oí hablar muchas veces. Pasé también una por el Lugar, donde se venera aquella Sagrada Imagen de María. Pero por desgracia, cuando hice este tránsito, no estaba prevenido de tal noticia. A tenerla de antemano, hubiera provocado alguna averiguación en el sitio. ¿Qué diré, pues, no teniendo información específica del caso? Diré, que el hecho puede ser sobrenatural, y también puede ser natural.

8. ¿Pero puede ser causa natural para que el Territorio de Nieva esté exento de tempestades, o por lo menos de rayos? Sin duda. Es cierto, que hay unos Países menos expuestos a tempestades, que otros. Esto pende de su temperie, situación, y otras circunstancias. Luego puede haber alguno, o algunos Países de tal temperie, y situación, que nunca las padezcan. Pero no he menester tanto. Conténtome con que haya Países, que muy rara vez las padezcan, y esa rara vez sean benignas, lo que nadie me negará. Será el Territorio de Nieva uno de ellos. De aquí nacerá, que pasen muchos años, sin que en aquel Territorio caiga algún rayo. Esto basta para que en el Vulgo se haya introducido la voz general de que nunca cae. Con menos fundamento se introducen, y conservan otras opiniones vulgares, semejantes a ésta. En el Dic. 5 del Quinto Tomo escribí de la fama, y voz general que hay en este País, de que siempre truena el día de Santa Clara, y siempre llueve el Martes de la Semana Santa. Esto segundo sucede unas veces, y otras no. Lo primero, en veintinueve años, que he vivido en este País, sólo lo vi dos veces.

9. Es muy posible, pues, que por la frecuencia, y benignidad de las tempestades, en el Territorio de Nieva, pasen regularmente veinte, o treinta años, sin que caiga en él algún rayo. Sean no más que diez, u doce. Basta esto para que la gente de aquel País publique por el mundo, que nunca es herido de rayos. ¿Pero no se desengañan, se me dirá, cuando ven caer alguno, aunque sea muy de tarde en tarde? [257] Respondo, que no. Como cosa extraordinaria, lo atribuirán a causa misteriosa. Dirán, que es una demostración especialísima, y muy estudiada del Cielo, para intimarlos la enmienda de sus vidas. Dirán otras cien cosas, que yo no puedo prevenir; porque en fin, contra demostraciones, y evidencias, sólo el Vulgo, y gente ruda abunda de soluciones.

10. ¿Pero qué diremos de los Ganados, que al ver asomar alguna tempestad se refugian a aquel sitio? Que, supuesto el hecho, de que muy rara, o ninguna vez le infestan las tempestades, que la inmunidad sea natural, que milagrosa, es esa fuga naturalísima. También tienen los brutos sus observaciones, y se gobiernan a su modo por ellas. Vieron muchas veces apedrear los Países vecinos, sin que el nublado alcanzase al distrito de Nieva. Esta observación los avisa para refugiarse allí. ¿Qué dificultad tiene esto? El Toro corrido, aunque lo fuese una vez sola, de allí a un año, y aun dos, o tres, retiene las especies de lo que pasó en aquel molesto juego; y si otra vez se halla en él, sobre el fundamento de aquellas especies, toma sus precauciones, para que no le insulten con tanta facilidad, y tan sin riesgo; por lo que los Toreros más diestros temen mucho a los Toros corridos. Para el caso en que estamos, daré observación más específica, de que soy testigo ocular. Pasando, años ha, por una Sierra de este País (la que llaman de Tineo) en un día caluroso, vi, que muchas manadas de Ganado mayor, esparcidas por la Sierra (en cuya altura hay una planicie dilatada) como de común acuerdo, sin conducirlas Pastor alguno, se iban encaminando a una extremidad de la cumbre. Extrañándolo yo, y manifestando mi admiración al Criado que me seguía, y que era natural de aquella Tierra, me respondió, que los Ganados, que pacían en aquella Montaña, en todos los días calurosos hacían el mismo viaje, al punto que empezaba a molestarles el rigor del Sol, lo que ordinariamente sucedía a las once de la mañana, (esta fue la hora en que vi el concertado viaje) y todas paraban en un sitio avanzado, que me señaló, y que me advirtió ser el más [258] fresco de toda la Sierra, a causa de un templado vientecillo, que allí respiraba de la parte del Mar. No son los brutos tan brutos, como comúnmente se piensa. Ellos advierten, observan, y se aprovechan de lo que observan, y advierten.

11. En cuanto al incremento, que da al pretendido prodigio la circunstancia, de que ninguno de cuantos traen consigo alguna Imagen tocada a la de Nieva, es herido de rayo, debo decir, que no comprehendo cómo se pudo hacer seguramente tal observación. Supongo, que se esparcen por España muchas Estampas, o pequeñas Imágenes tocadas a aquélla, por haberse esparcido la pía opinión, de que son defensivo contra los rayos. ¿Quién, pregunto, anduvo por toda España a hacer la pesquisa, de si alguno de diez, o doce mil devotos que usaron de aquel defensivo, fue herido de rayo? ¿Ni quién, aun en caso de que la hiciese, podría en tanta multitud de testigos lisonjearse de que ninguno le habrá faltado a la verdad? Mayormente, cuando los más de los hombres, en materia de prodigios que fomentan la devoción, tienen por acto de piedad referir lo incierto, como cierto.

12. Más: esa información, en caso de hacerse, debería comprehender en su asunto un espacio de tiempo considerable: pongo por ejemplo, se debería inquirir, si en el espacio de cien años próxime pasados, había sido herido de rayo, alguno de los que traían Imagen tocada a la de Nieva. Reducida la información a menor espacio de tiempo, nada probaría; siendo cierto, que prescindiendo de todo defensivo, a cada docena, u docena de millares de hombres, no toca uno que muera a golpe de rayo. ¿Pero cómo se podría hacer la información sobre tanta extensión, ni aun mucho menor, de tiempo? ¿Hay por ventura en todos los Países Archivos, donde se recojan testificaciones de todos los que traían consigo el defensivo expresado, y de qué género de muerte padecieron? Así, ésta es sin duda una de las muchas cosas, que sin examen se dicen, y sin reflexión se creen. [259]

13. Y por decir a Vmd. todo lo que siento en el asunto, no sólo dudo mucho de ese milagro preservativo del furor del rayo; pero quisiera, que dudasen todos como yo. ¿Mas a qué propósito, me dirá Vmd. el deseo de comunicar a todos mi poca fe? Respondo, que al fin de convertir una piedad de mera apariencia, en una piedad sólida. ¿Qué resulta en muchos de la firme persuasión en que están, de que trayendo consigo una Imagen de la de Nieva, están exentos de las incendiarias iras del Cielo? Que asegurados por aquella parte de no padecer muerte repentina, ponen menos cuidado en la pureza de la conciencia. No admite duda, que el miedo de morir de repente, es un gran freno para los hombres, y que a muchos hace vivir con más cuenta, y razón, que si careciesen de ese riesgo: y como a menor causa, corresponde menor efecto, minorado aquel miedo, se minora el útil cuidado que produce. ¿Pues quién no ve, que los que viven en la persuasión de que no están expuestos al furor de los rayos, temen menos que los demás la muerte repentina? Porque, aunque quede el riesgo pendiente por otras partes, basta, para que el miedo sea menor el que falte por ésta. Añádese, que exceptuando los que perecen heridos del rayo, u oprimidos de las ruinas de un edificio, acaso es muy rara la muerte perfectamente repentina. Con que es fácil, que muchos se hagan la cuenta, de que fuera de aquellos dos casos, siempre tendrán algunos momentos para levantar los ojos a Dios, y pedirle eficazmente el perdón de sus culpas. Inclínome mucho a que éstos se engañan; porque, aunque al que, por ejemplo, es herido en el corazón, le restan algunos momentos de vida, estoy persuadido a que aquéllos se pasan en un perfecto aturdimiento; pero el que ello sea así, no quita que sea común la persuasión contraria, y que por consiguiente vivan con mucho menos miedo de muerte, que los prive de todo recurso a Dios, los que están en la aprehensión de que no pueden herirlos los rayos.

14. Pero no hagamos cuenta del cuidado habitual, que puede inducir el miedo de los rayos, sino del actual que [260] induce, cuando se tiene ya a la vista un furioso nublado; y consideremos debajo de él ocho hombres, de quienes los cuatro, por traer consigo una Imagen de la de Nieva, viven confiadísimos de que no ha de caer sobre ellos rayo alguno; pero los otros cuatro, porque no presumen tener contra aquellas iras del Cielo algún defensivo, temblando, miran las amenazas del nublado. ¿Qué sucederá? Que los segundos pedirán a Dios misericordia, implorarán con algunas oraciones su clemencia; y lo principal, procurarán hacer sus Actos de Contrición, con propósitos firmes de la enmienda de sus culpas; pero los primeros, sobre el supuesto de su seguridad, nada más cuidarán de esas cristianas diligencias que si viesen muy sereno el Cielo.

15. La reflexión hecha sobre este creído preservativo de los rayos, aun con más razón se debe aplicar a otros, que se juzga, o ha juzgado serlo generalmente de toda muerte repentina. Son muchos, sin duda, los millares de almas eternamente infelices, por la persuasión en que estuvieron de que teniendo tal devoción, o rezando tal oración, o trayendo consigo tal Reliquia, no morirían sin confesión. ¡Oh promesas, si no siempre mal fundadas, por lo menos mal entendidas! Pues no es creíble, que Dios conceda privilegios, naturalmente ocasionados a fomentar descuidos, y negligencias en las operaciones conducentes a la salvación. El medio más seguro para no morir sin confesión, es confesarse con verdadero dolor, y sin interponer mora alguna, siempre que hay conciencia de pecado mortal. Este ruego a Vmd. que practique, y juntamente que me encomiende a Dios. Vale.


{Feijoo, Cartas eruditas y curiosas, tomo primero (1742). Texto según la edición de Madrid 1777 (en la Imprenta Real de la Gazeta, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo primero (nueva impresión), páginas 253-260.}