Filosofía en español 
Filosofía en español


Tomo primero

Dedicatoria que hizo el Autor
al Illmo. y Rmo. Sr. Don Juan Avello y Castillón, del Consejo de S. M. Obispo de Oviedo, Conde de Noreña, &c.

Illmo. Señor.

Son tantos, y tan poderosos los respetos que me conducen a consagrar a V. S. I. este primer Tomo de la nueva serie de Escritos, que destino a la pública luz, que haciendo inevitable la obediencia a su impulso, no me permiten lisonjearme del acierto. Es necesidad lo que parece elección: por donde, en caso que a esta acción se pueda dar el nombre de obsequio, falta el mérito en el culto, porque obro voluntario, pero no libre. Tres afectos distintos conspiran unidos a darme el movimiento, con que voy a poner este [IV] Libro a los pies de V. S. I. La veneración, la gratitud, y el amor: todos tres muy activos, porque todos tres son muy intensos. Sería muy difícil resistir la fuerza de uno solo; con que viene a ser como imposible frustrar el ímpetu de todos tres.

Tampoco puedo, Ilustrísimo Señor, pretender que se acepte como mérito el motivo; porque en amar, y venerar a V. S. I. ¿qué hago sino lo que hacen cuantos conocen a V. S. I.? Dije poco. ¿Qué hago, sino lo que nadie puede dejar de hacer? El portentoso complejo de virtudes que resplandece en V. S. I. constituye una especie de Magnetismo mental, que arrastra todos los corazones. No es aquí Cualidad oculta la atractiva. Expuesta está al entendimiento, y al sentido la fuerza, que mueve los ánimos a las adoraciones. Bastaría para echar indisolubles prisiones a las almas esta nativa dulce elocuencia, que inspira cuanto quiere, y quiere inspirar siempre lo mejor. Con mucha más razón se puede decir de V. S. I. lo que se dijo del Filósofo Demonax, que habitaba la persuasión en sus [V] labios. Los antiguos Galos tenían, según Luciano, un concepto de Hércules, muy diverso del que habían comunicado a otras Naciones los Griegos; porque creían, que las grandes hazañas de aquel Héroe no se habían debido a la valentía de su brazo, sino a la de su facundia. Todo el Heroísmo de Hércules, en la sentencia de los Sabios de aquella Nación, consistía en una discreción consumadísima, con que movía a los hombres a la ejecución de cuanto les dictaba; pero dictando siempre lo que más convenía. Había, según esta inteligencia, vencido Hércules monstruos, desterrando con la corrección enormes vicios; había sustentado, en lugar de Atlante, el Cielo, porque con su doctrina había asegurado a la Deidad el culto; había muerto Tiranos, porque había reducido a los Poderosos a regir con justicia, y equidad los Pueblos. Correspondiente a este concepto era la Imagen con que le representaban. Pintábanle, derivando de la boca innumerables sutilísimas cadenillas de oro, con que prendía una gran multitud de hombres, que a su vista se [VI] figuraban, escuchándole absortos. Luciano, testigo de vista, lo refiere. Digno es V. S. I. de que los mejores pinceles en multiplicados lienzos comuniquen su efigie a los ojos, y veneraciones de la posteridad; lo que habiendo de ser la idea del diseño, debe por mi dictamen trasladarse del Hércules de los Galos. De este modo corresponderá al original. Ni con menos elegante símbolo se puede explicar aquel dulce imperio, que la adorada facundia de V. S. I. logra sobre todos aquellos, que tienen la dicha de gozarla. Las hazañas de V. S. I. son las mismas que las de Hércules; develar monstruos, y tiranos en pasiones, y vicios. La ferocidad del León Neméo, en los Iracundos; la vigilante codicia del Dragón que guardaba las manzanas de oro, en los Avaros; la mordacidad del Perro infernal, en los Murmuradores; la malignidad de las Serpientes, destinadas a satisfacer la cólera de Juno en los Vengativos; la voracidad de las Aves Stinfalides, en los Gulosos; el torpe furor de los Centauros, en los Lascivos; la rapacidad de Caco, en los Usurpadores; la [VII] inhumanidad de Antéo, en los poderosos que abusan de sus fuerzas, oprimiendo a los humildes; y finalmente, las siete cabezas de la Hidra, en los siete vicios capitales. Los instrumentos con que logra V. S. I. estos triunfos, son las cadenillas de oro, con que, prendiendo, y atrayendo los corazones, los desprende, y separa de sus delincuentes afectos.

Es el Teatro del Púlpito, donde principalmente representa V. S. I. el personaje del Hércules Gálico. Allí se ve la multitud estática, puesto en los ojos, y en los oídos, cuanto tienen de sensitivas las almas, dejarse llevar dulcemente hacia donde quiere impelerla V. S. I. con el dorado raudal que fluye de sus labios. Allí es donde principalmente la voz, y la acción, animadas del celo, ejercen un dominio verdaderamente despótico sobre los ánimos de los oyentes. Ni Demóstenes en Atenas, ni Cicerón en Roma, experimentaron tan dóciles las almas, como V. S. I. en Oviedo. A su arbitrio se excitan los afectos en el concurso. Cuando quiere, y como quiere, ya esfuerza al cobarde, ya aterra al osado, [VIII] ya enciende al tibio, ya estimula al perezoso, ya enternece al duro, ya humilla al soberbio, ya confunde al obstinado. Mezcladas en las voces de V. S. I. la dulzura, y la valentía, se entran por las puertas de todos los corazones; donde las encuentran abiertas; y las rompen, donde las hallan cerradas. Con más propiedad vienen a V. S. I. que a Calpurnio Pison los elogios, con que celebró Lucano a aquel famoso Orador.

Hominis affectum, possessaque pectora, ducis:
Victus, sponte sua sequitur quocumque vocasti.
Flet, si flere jubes; gaudet, gaudere coactus;
Et, te dante, capit quisquam, si non habet, iram.

Los versos, que se siguen, pintan tan al vivo toda aquella variedad de primores, que constituyen un Orador perfecto, y que V. S. I. posee en el grado más excelso, que aun al riesgo de parecer prolijo, resuelvo no omitirlos.

Nam tu, sive libet pariter cum grandine nimbos,
Densaque vibrata iaculari fulmina lingua,
Seu iuvat adstrictas in nodum cogere voces,
Et dare subtili vivacia verba catenae:
Vim Laertiadae brevitatem vincis Atridae.
Dulcia seu mavis, liquidoque fluentia cursu.
Verba, nec incluso, sed aperto pingere flore. [IX]
Inclyta Nestorei cedit tibi gratia mellis
. . .
Qualis io superi, qualis nitor oris amoenis.
Vocibus! hinc solido fulgore micantia verba
Implevere locos: hinc exornata figuris
Advolat excusso velox sententia torno.

No sólo brilla en el Púlpito la singular elocuencia de V. S. I. en todas partes brilla, y siembre brilla. Si dentro del Templo da V. S. I. aliento al clarín del Evangelio; en las conversaciones privadas parece que suena en sus labios la Lira de Anfion. Todo en V. S. I. es elocuencia, porque todas sus excelsas prendas conspiran a mover, a persuadir, a arrastrar. ¿Quién no se deja encantar de esa lengua, que exhala luces, pronunciando letras? ¿De ese harmonioso estilo, en quien halla sublimidad el más discreto, y claridad el más rudo? ¿De esas vivas expresiones, que, como en un espejo, presentan al alma los objetos? ¿De esa propiedad de voces, que no sólo declara, mas ilumina los asuntos? ¿De ese dulce espejo, con que fluyen las cláusulas, sucediéndose unas a otras sin tropiezo, y [X] juntamente sin ímpetu? ¿De esa agradable modestia que habla tan eficazmente con los ojos, como la voz con los oídos? ¿De esa humanidad apacible, para todos igualmente retórica, cuando V. S. I. escucha, que cuando razona? ¿De ese noble pudor, que, vertiendo en el semblante la belleza del espíritu, hermosea el rostro, sin embarazar el labio? ¿De esa penetrante sagacidad en descubrir, rompiendo por los laberintos de las dudas, las más escondidas verdades? ¿De ese alto magisterio en resolver las dificultades más espinosas, tan distante de la ostentación de doctrina, que comúnmente franquea la enseñanza, disfrazada con el velo de consulta? ¿De esa incorruptible veracidad, tan bien regida por la circunspección, que nunca se queja la política de la franqueza? ¿De esa popularidad benigna que hace ganar a la eminencia del puesto, mucho más por la parte del cariño, que lo que pierde por la del miedo? ¿De esa nativa cortesanía, con que granjea V. S. I. otra especie de respeto más precioso, y más sincero, que aquel que se tributa a la Autoridad? [XI] ¿De esa benevolencia trascendente que se explica a muchos en la profusión de las manos, y a todos en el agrado de los ojos? ¿De esa inclinación a conceder todo lo gracioso, tal, que cuando la justicia impide la condescendencia, duele a V. S. I. no menos que al desairado la repulsa? ¿De ese genio, en tanto grado pacífico, que, como el de David, lo fue algunas veces, aun con los mismos que aborrecen la paz? De esa ::: pero nunca acabaré, si me empeño en especificar todas las Virtudes Intelectuales, Políticas, y Morales, que se admiran congregadas en la persona de V. S. I. y que son otras tantas cadenas de oro, con que aprisiona V. S. I. a cuantos le tratan, y conocen.

He dicho virtudes Intelectuales, Políticas y Morales, por dejar aparte las Teológicas, y especialmente la Reina de éstas, y de todas, que es la Caridad. ¡Oh que campo tan vasto, y tan hermoso se abre al Panegírico! ¡Oh que ejemplo tan respetable, y tan útil para cuantos ejercen el mismo Sagrado Ministerio! Para este asunto, Ilustrísimo Señor, mas que para otro alguno, necesitaba yo de [XII] la elocuencia de V. S. I. Dos grandes Prelados del mismo nombre que V. S. I. parece le han comunicado, juntamente con el nombre, sus virtudes, o excelencias características; San Juan Crisóstomo su Facundia; San Juan el Limosnero su Caridad; y toda aquélla es necesaria para elogiar ésta como se debe.

Ha muchos años que conozco a V. S. I. Prelado de esta Santa Iglesia: conocile mucho antes Lectoral de ella, y siempre le conocí pobre, por ser siempre tan amante de los pobres. La divisa con que Manuel Tesauro el Abad explicó la liberalidad de nuestro Rey Felipe Tercero, creo que con más propiedad se puede aplicar a V. S. I. que a aquel piadosísimo Príncipe. Era una Fuente que derramaba por una espaciosa llanura, dividido en varios arroyuelos, todo su caudal, con este mote {Apud Picinel. lib. 2. n. 492.}, Nihil sibi. Nada para sí. Nada para sí tuvo jamás V. S. I. Fluidos se hacían, y hacen el oro, la plata, y el cobre en las manos de V. S. I. luego que llegan a tocarlas. Fluidos se hacen los tres metales, porque los derrite al punto el fuego de la Caridad; y derretidos, fluyen de [XIII] las manos, como de dos fuentes, que nada guardan para sí: Nihil sibi.

Providencia benignísima del Altísimo fue dar a V. S. I. por Prelado a este País en unos tiempos, y temporales tan calamitosos, como son para él los presentes. Bien era menester tanta misericordia para tanta miseria. Aquel Señor, que mortifica, y vivifica, ejerciendo alternadamente la justicia, y la piedad, teniendo dispuesto afligir a este Principado con las calamidades que hoy padece, le previno también todo el alivio posible, dándole un Prelado tan compasivo, y limosnero. Oportunamente aplicó alguno al influjo del Cielo en la elección de V. S. I. aquello de David: Desiderium pauperum exaudivit Dominus. Y no con menor propiedad el mismo, viendo retardar la venida de V. S. I. por un estorbo no esperado, explicó los ansiosos gemidos de todo el País contra la demora, con aquellos amantes suspiros de la Iglesia al Espíritu Consolador: Veni Pater pauperum, veni Datos munerum.

Correspondió V. S. I. a la expectación, y [XIV] aun acaso excedió al deseo; pues quizá nadie querría que V. S. I. se estrechase tanto en su persona, por socorrer la necesidad pública. He notado, que aun en el severo, y ardiente celo de San Bernardo, no cupo el deseo de que los Obispos extendiesen su caridad hacia los pobres, hasta empobrecerse a sí mismos. Así escribe a uno, gratulándole sobre la fama que tenía de limosnero {Epistol. 100.}: Hoc plane decet Episcopum, hoc Sacerdotium vestrum commendat, ornat coronam nobilitat dignitatem; si quem ministerium prohibet esse pauperum, administratio probet pauperum amatorem. ¡Ah, Señor! No puedo sin admiración contemplar, que la bizarra piedad de V. S. I. haya pasado de aquellos términos, en que un San Bernardo quiso limitar la Caridad Episcopal. Pareció a este gran Doctor, y gran Santo, que no podía, o no debía el amor de los pobres en un Obispo llegar al extremo de trasladar a su misma persona la indigencia: Si quem ministerium prohibet esse pauperem, administratio probet pauperum amatorem. Pero hasta este extremo condujo a V. S. I. el amor [XV] de los pobres. ¿Quién ignora, y quién no admira la estrecha frugalidad de la mesa, la moderación de la familia, la desnudez, y aun desabrigo de la casa?

Parece que V. S. I. más que otros Prelados, pudiera dar algo a la ostentación, y magnificencia, pues al fin, no es sólo Obispo, mas también Conde; y esta dignidad secular tiene sus fueros aparte. Mas en ese Palacio, ni se halla el esplendor que exige la prerrogativa de Conde, ni aun el que permite la de Obispo. Lo que halla el que entra en él es, en la puerta, y escalera, muchos pobres: y pasando más adentro, mucha pobreza. Religiosos hay, que sin faltar a la austeridad de su Instituto, tienen más adornada su Celda, que V. S. I. el cuarto que habita. Es muy particular la delicadeza de V. S. I. en esta materia. Para confusión mía lo publico. Ha cinco años que hice construir en mi Celda una chimenea con algunas circunstancias (poco costosas a la verdad) de nueva invención, para la oportuna distribución del calor en varios sitios. Propúsole a V. S. I. hacer en su cuarto otra semejante. Estaba ya [XVI] inclinado a ello; pero luego, haciendo reflexión, que faltaría a los pobres lo que consumiese en la fábrica, renunciando en obsequio suyo aquella comodidad, mudó de ánimo.

Mas al fin esta es una conveniencia no absolutamente necesaria. Otra, que parece inexcusable, sacrificó V. S. I. a la pública indigencia. Hablo del uso del coche. Cualquiera que sabe lo que es este cielo, y este suelo, conocerá, que un Obispo que renuncia el coche, se condena a tener la casa por cárcel la mitad del año. En efecto, en este estado vemos a V. S. I.; de modo, que no contento con reducirse por los pobres a pobre, se ha reducido a pobre encarcelado.

Así se ciñe V. S. I. para derramar todo su caudal en este mísero País. Todo su caudal dije, y aun diciéndolo todo, dije poco. ¿Pues hay más que decir? Sí. La expresión de todo el caudal, significa sólo el existente; y V. S. I. viendo que las necesidades aprietan, aun mas en este año, que en los pasados, empieza a consumir, juntamente con el existente, el futuro; empeñando para este efecto las rentas del año venidero; [XVII] de modo, que a aquel esperado recibo, siendo para V. S. I. futuro, le da una anticipada existencia para los pobres.

Vuelvo a decir, que fue benignísima providencia del Cielo darnos a V. S. I. por Prelado en tales tiempos. ¿Qué fuera de este mísero País, a faltarle lo que V. S. I. expende por su mano, y lo que hace expender por otras el eficaz influjo de su voz, y de su ejemplo? Las miserias de esta tierra no pueden explicarse con otras voces, que aquéllas con que lamentó Jeremías las de Palestina, al tiempo de la captividad Babilónica. ¿Qué se ve en toda esta Provincia, sino gente, que con lágrimas, y gemidos busca pan para su sustento? Omnis populus eius gemens, & quaerens panem. ¿Qué se ven por estas calles de Oviedo, sino denegridos, y áridos esqueletos, que sólo en los suspiros, con que explican su necesidad, dan señas de vivientes? Denigrata est super carbones facies eorum, & non sunt cogniti in plateis; adhaesit cutis eorum ossibus, aruit, & facta est quasi lignum.

Pero, Misericordiae Domini, quia non [XVIII] sumus consumpti; quia non defecerunt miserationes eius. El Cielo que decretó el daño, dispuso por otra parte el consuelo. Poco ha temíamos ver desierto este País; porque ya muchos de sus habitadores se iban a buscar la conservación de la vida en otros, por medio de la mendiguez. Pero, aunque en parte todavía está pendiente la amenaza, a los extraordinarios esfuerzos, y vivas persuasiones de V. S. I. debemos la bien fundada esperanza, de que el azote no corresponda al amago.

¡Oh cuanto aliento nos da la seguridad que tenemos, de que V. S. I. no nos ha de desamparar! Porque no ignorando nadie cuan profundamente estampada está en el corazón de V. S. I. aquélla máxima de San Pablo, Unius uxoris virum; y que su noble alma mira con tanto desdén los alhagos de la ambición, como los atractivos de la avaricia; es para todos ilación infalible, que ni el ofrecimiento de las Supremas Dignidades Eclesiásticas de España será poderoso para arrancarle de los brazos de su querida Esposa. Siempre la amó tiernamente V. S. I. y lo que es muy particular, cuanto [XIX] más pobre la ve, y más ajada de la miseria, tanto la ama con más ternura. Lo que en otros entibiaría el cariño, le enciende en V. S. I. ¿Pero qué mucho? Siempre los pobres fueron sus amores. Casi podemos mirar, como dicha de la Provincia, la desolación que la aflige; porque en su mismo miserable estado tiene la prenda más segura, de que V. S. I. no la abandone.

O rara avis in terris, exclamó mi Padre S. Bernardo {Ep. 372 ad Episc. Palentin.}, celebrando en un Obispo Español, a quien escribía, cierta especie de virtud, que en muy pocos Prelados se halla. No sé si con mayor motivo puedo hacer aquí la misma exclamación, ¡O rara avis in terris! ¡Oh ave singular, cuyas alas se remontan, aun sobre aquellos afectos terrenos, de que rarísima vez se desprenden los más justos! ¡Oh ave singular, cuyos vuelos no solicitan otro ascenso, que el de la tierra al Cielo! ¡Oh ave singular, a quien abrasa el fuego de la caridad, como Fénix, y eleva la valentía del espíritu como Águila!

La grandeza del asunto me iba arrebatando hacia el entusiasmo. Recóbrome ya de [XX] aquel ímpetu, recóbrome también del impulso, que me daban mi admiración, y mi afecto, para extenderme más en el Panegírico de V. S. I.

Concluiré, pues, diciendo, que V. S. I. con los extraordinarios esfuerzos de su cristiana conmiseración hacia este congojado País, se ha hecho legítimo acreedor a aquel título, que lisonjeó la soberanía de Augusto más que la celebridad de sus grandes victorias; esto es, el de Padre de la Patria. Hijo de esta Provincia hizo a V. S. I. su noble nacimiento; y Padre de ella su profusa piedad. Los Romanos honraban al que con su valor había conservado la vida de algún Ciudadano con la Corona, que por esto llamaban Cívica. El que recibió más veces esta Corona fue Siccio Dentato, llamado por su extraordinaria fortaleza el Aquiles de Roma {Plin. lib. 16. c. 4.}. Catorce veces le coronaron con ella, porque en diferentes lances conservó la vida de catorce Compatriotas. Millares de veces se debe imponer sobre las sienes de V. S. I. la Corona Cívica, por haber conservado, y estar conservando la vida a [XXI] millares de Paisanos suyos con sus limosnas. No olvidará en la más remota posteridad este gran beneficio que debe a V. S. I. su Patria. Y por mi dictamen, no sólo debe conservarse en la memoria de los hombres, mas también imprimirse en el Mármol, que algún día (¡Oh, retárdele un siglo entero la Divina Clemencia!) cubra las venerables cenizas de V. S. I. poniendo después del HIC JACET, y el nombre; aquellas palabras, con que el Eclesiástico {Eccles. c. 50.} celebró al famoso Pontífice Simon, hijo de Onías: SACERDOS MAGNUS :: QUI CURAVIT GENTEM SUAM; ET LIBERAVIT EAM A PERDITIONE. Nuestro Señor guarde a V. S. I. muchos años. San Vicente de Oviedo, y Mayo 1 de 1742.

Illmo Señor.
B. L. M. de V. S. Illma. Su mas rendido Siervo, y Capellán

Fr. Benito Feijoo


{Feijoo, Cartas eruditas y curiosas, tomo primero (1742). Texto según la edición de Madrid 1777 (en la Imprenta Real de la Gazeta, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo primero (nueva impresión), páginas III-XXI.}