Filosofía en español 
Filosofía en español


Tomo segundo Carta XVI

Causas del atraso que se padece en España en orden a las Ciencias Naturales

1. Muy señor mío: A vuelta de las expresiones de sentimiento que Vmd. hace en la suya de los cortos, y lentos progresos, que en nuestra España logran la Física, y Matemática, aun después que los Extranjeros en tantos libros nos presentan las grandes luces, que han adquirido en estas Ciencias; me insinúa un deseo curioso de saber la causa de este atraso literario de nuestra Nación, suponiendo que yo habré hecho algunas reflexiones sobre esta materia. Es así que las he hecho, y con franqueza manifestaré a Vmd. lo que ellas me han descubierto.

2. No es una sola, señor mío la causa de los cortísimos progresos de los Españoles en las Facultades expresadas, sino muchas; y tales, que aunque cada una por sí sola haría poco daño, el complejo de todas forman un obstáculo casi absolutamente invencible.

3. La primera es el corto alcance de algunos de nuestros Profesores. Hay una especie de ignorantes perdurables, precisados a saber siempre poco, no por otra razón, sino porque piensan que no hay más que saber que aquello poco que saben. Habrá visto Vmd. más de [216] cuatro, como yo he visto más de treinta, que sin tener el entendimiento adornado más que de aquella Lógica, y Metafísica, que se enseña en nuestras Escuelas (no hablo aquí de la Teología, porque para el asunto presente no es del caso), viven tan satisfechos de su saber, como si poseyesen toda la Enciclopedia. Basta nombrar la nueva Filosofía, para conmover a estos el estómago. Apenas puede oír sin mofa, y carcajada el nombre de Descartes. Y si les preguntan qué dijo Descartes, o qué opiniones nuevas propuso al mundo, no saben, ni tienen qué responder, porque ni aun por mayor tienen noticia de sus máximas, ni aun de alguna de ellas. Poco ha sucedió en esta Ciudad, que concurriendo en conversación un anciano Escolastico, y versadísimo en las Aulas, con dos Caballeros seculares, uno de los cuales está bastantemente impuesto en las materias Filosóficas; y ofreciéndose hablar de Descartes, el Escolástico explicó el desprecio con que miraba a aquel Filósofo. Replicóle el Caballero, que propusiese cualquier opinión, o máxima Cartesiana, la que a él se le antojase, y le arguyese contra ella, que él estaba pronto a defenderla. ¿En qué paró el desafío? En que el Escolástico enmudeció, porque no sabía de la Filosofía Cartesiana más que el nombre de Filosofía Cartesiana. Ya en alguna parte del Teatro Crítico referí otro caso semejante, a que me hallé presente, y en que aunque lo procuré, no pude evitar la confusión del Escolástico agresor.

4. La máxima de que a nadie se puede condenar sin oírle es generalísima. Pero los Escolásticos, de quienes hablo, no sólo fulminan la sentencia sin oír al reo, mas aun sin tener noticia alguna del cuerpo del delito. Ni escucharon testigos, ni vieron autos, ni aun admiten que alguno defienda a los que en rebeldía tratan como delincuentes, porque luego en la sentencia envuelven al Abogado como reo. ¿Puede haber más violenta, y tiránica transgresión de todo lo que es justicia, y equidad? [217]

5. A cualquiera de estos Profesores, que con aquello poco que aprendieron en el Aula, están muy hinchados con la presunción de que saben cuanto hay que saber en materia de Filosofía, se puede aplicar aquello del Apocalipsis: Quia dicis, quod diversum, & lucupletatus, & nullius egeo: & nescis, quia tu es miser, & miserabilis, & pauper, & caecus, & nudus.

6. La segunda causa es la preocupación, que reina en España contra toda novedad. Dicen muchos, que basta en las doctrinas el título de nuevas para reprobarlas, porque las novedades en punto de doctrina son sospechosas, esto es confundir a Poncio de Aguirre con Poncio Pilatos. Las doctrinas nuevas en las Ciencias Sagradas son sospechosas, y todos lo que con juicio han reprobado las novedades doctrinales, de estas han hablado. Pero extender esta ojeriza a cuanto parece nuevo en aquellas Facultades, que no salen del recinto de la Naturaleza, es prestar, con un despropósito, patrocinio a la obstinada ignorancia.

7. Mas sea norabuena sospechosa toda novedad. A nadie se condena por meras sospechas. Con que estos Escolásticos nunca se pueden escapar de ser injustos. La sospecha induce al examen, no a la decisión: esto en todo género de materias, exceptuando sólo la de la Fe, donde la sospecha objetiva es odiosa, y como tal damnable.

8. Y bien: si se ha de creer a estos Aristarcos, ni se han de admitir a Galileo los cuatro Satélites de Júpiter; ni a Huyghens, y Casini los cinco de Saturno; ni a Vieta la Algebra Especiosa; ni a Nepero los Logaritmos; ni a Harveo la circulación de la sangre: porque todas estas son novedades en Astronomía, Aritmética, y Física, que ignoró toda la Antigüedad, y que no son de data anterior a la nueva Filosofía. Por el mismo capítulo se ha de reprobar la inmensa copia de Máquinas, e Instrumentos útiles a la perfección de las Artes, que de un siglo a esta parte se han inventado. Vean estos [218] señores a qué extravagancias conduce su ilimitada aversión a las novedades.

9. Ni advierten, que de ella se sigue un absurdo, que cae a plomo sobre sus cabezas. En materia de Ciencias, y Artes no hay descubrimiento, o invención, que no haya sido un tiempo nueva. Contraigamos esta verdad a Aristóteles. Inventó este aquel Sistema Físico (si todavía se puede llamar Físico) que hoy siguen estos enemigos de las novedades. ¿No fue nuevo este Sistema en el tiempo inmediato a su invención, o en todo el resto de la vida de Aristóteles; y más nuevo entonces, que hoy lo es, pongo por ejemplo, el Sistema Cartesiano, el cual ya tiene un siglo, y algo más de antigüedad? Ya se ve. Luego los Filósofos de aquel siglo, justamente le reprobarían por el odioso título de nuevo. Los que seguían la Filosofía Corpuscular, común en aquel tiempo, tendrían la misma razón para excluir la introducción de la Aristotélica, que hoy alegan los Aristotélicos para excluir la Cartesiana. Era antigua entonces la Filosofía Corpuscular, porque venía, no sólo de Leucippo, anterior más de un siglo a Aristóteles, mas de un Filósofo Fenicio, llamado Moscho, que floreció, según Posidonio, antes de la Guerra Troyana; era nueva la Aristotélica. Ve aquí cómo se hallaban los Filósofos Corpusculistas en la misma situación, y con el mismo derecho respecto de los Aristotélicos, que hoy los Aristotélicos respecto de los Cartesianos, y demás Corpusculistas Modernos. Con que deben confesar los Aristotélicos, que no faltó otra cosa para que no existiese su Filosofía en el mundo, sino que el mundo consintiese entonces en la justa demanda de los Corpusculistas.

10. La retorsión no puede ser más clara. Pero la verdad es, que sería injusta aquella pretensión en los Corpusculistas, y hoy lo es en los Aristotélicos; porque la Filosofía no sigue las reglas de la Nobleza, que la que prueba más antigüedad es la mejor, si ella en sí es [219] falsa, no será después de muchos siglos de posesión más que un error envejecido; y si es verdadera, en su mismo nacimiento será una hermosa luz de la razón.

11. La tercera causa es el errado concepto de que cuanto nos presentan los nuevos Filósofos, se reduce a unas curiosidades inútiles. Esta nota prescinde de verdad, o falsedad. Sean norabuena, dicen muchos de los nuestros, verdaderas algunas máximas de los Modernos, pero de nada sirven; y así ¿para qué se ha de gastar el calor natural en ese estudio? En este modo de discurrir se viene a los ojos una contradicción manifiesta. Implica ser verdad, y ser inútil. No hay verdad alguna, cuya percepción no sea útil al entendimiento, porque todas concurren a saciar su natural apetito de saber. Este apetito le vino al entendimiento del Autor de la Naturaleza. ¿No es grave injuria de la Deidad pensar, que ésta infundiese al alma el apetito de una cosa inútil?

12. ¿Pero no es cosa admirable, que los Filósofos de nuestras Aulas desprecien las investigaciones de los Modernos por inútiles? ¿Cuál será más útil explorar en el examen del mundo físico las Obras del Autor de la Naturaleza, o investigar en largos Tratados del Ente de Razón, y de abstracciones Lógicas, y Metafísicas las ficciones del humano entendimiento? Aquello naturalmente eleva a la mente a contemplar con admiración la Grandeza, y Sabiduría del Criador; ésta la detiene como encarcelada en los laberintos, que ella misma fabrica. Dijo admirablemente Aristóteles, que es fastidio indigno, y pueril despreciar el examen del más vil animal del mundo; porque no hay obra natural, por baja que sea, en que la Naturaleza (digamos nosotros como debemos decirlo, el Autor de la Naturaleza) no se ostente admirable: Quamobrem viliorum animalium disputationem, perpensionemque, fastidio puerili quodam sprevisse, molesteque tulisse, dignum nequaquam est; cum nulla res sit Naturae, in qua non mirandum aliquid [220] inditum habeatur. (Libro 1. de Partibus Animalium, capítulo 5.)

13. Trajo en una ocasión a mi Celda Don Juan de Elgar, excelente Anatómico Francés, que hoy vive en esta Ciudad, el corazón de un Carnero, para que todos los Maestros de este Colegio nos enterásemos de aquella admirable fábrica. Con prolijidad inevitable nos fue mostrando parte por parte todas las visibles, que componen aquel todo, explicando juntamente sus usos. Puedo asegurar con verdad, que no sólo fue admiración, fue estupor el que produjo en nosotros el conocimiento que logramos de tan prodigiosa contextura. ¡Cuánta variedad de instrumentos! ¡Qué delicados algunos, y juntamente qué valientes! ¡Cuánta variedad de ministerios conspirantes todos al mismo fin! ¡Qué harmonía! ¡Qué combinación tan artificiosa entre todas las partes, y los usos de ellas! La muestra de Londres más delicada, y de más multiforme estructura es una fábrica groserísima en comparación de esta noble entraña. Al fin, todos convenimos, en que no habíamos jamás visto, o contemplado cosa que nos diese idea más clara, tan sensible, tan viva, y eficaz del Poder, y Sabiduría del Supremo Artífice.

14. Este, y otros objetos semejantes hacen el estudio de los Modernos; mientras nosotros, los que nos llamamos Aristotélicos, nos quebramos las cabezas, y hundimos a gritos las Aulas, sobre si el Ente es unívoco, o análogo; si trasciende las diferencias; si la relación se distingue del fundamento, &c.

15. La cuarta causa es la diminuta, o falsa noción, que tienen acá muchos de la Filosofía Moderna, junta con la bien, o mal fundada preocupación contra Descartes. Ignoran casi enteramente lo que es la nueva Filosofía; y cuanto se comprehende debajo de este nombre, juzgan que es parto de Descartes. Como tengan, pues, formada una siniestra idea de este Filósofo, derraman este mal concepto sobre toda la Física Moderna.

16. Dice muy bien el excelente Impugnador de la [221] Filosofía Cartesiana, el P. Daniel en su bellísima, y nunca bastantemente alabada Obra del Viaje al Mundo de Descartes, que merecen la nota de ridículos aquellos Peripatéticos, que maldicen la doctrina de este Filósofo, sin haberse enterado de ella bastantemente; como algunos Autores, añade, que han puesto a Descartes en el número de los Atomistas. ¡Oh cuánto hay de esto en nuestra España!

17. Fue Descartes dotado de un genio sublime, de prodigiosa invectiva, de resolución magnánima, de extraordinaria sutileza. Como fue Soldado, y Filósofo, a las especulaciones de Filósofo juntó las osadías de Soldado. Pero en él lo animoso degeneró en temerario. Formó proyectos demasiadamente vastos. Sus incursiones sobre las doctrinas recibidas no se detenían en algunas márgenes. De aquí procedieron algunas opiniones suyas, que mira con extrañeza la Filosofía, y con desconfianza la Religión. Sus Turbillones son de una fábrica extremamente magnífica, mas no igualmente sólida. Así los mismos que los admiten, unos por una parte, otros por otra han andado quitando, y poniendo piezas para que se sostengan. Su sentencia de la inanimación de los brutos, por más que suden en la defensa sus Sectarios, siempre será tratada de extravagante paradoja por el sentido común. La idea que dio de la esencia de la materia, y del espacio tiene su encuentro por consecuencias mediatas con lo que nos enseña la Fe de la Creación del Mundo. Del mismo vicio adolece la extensión del mundo indefinida. Finalmente, no acertó a componer con su modo de filosofar el misterio de la Transubstanciación.

18. Con todo, aunque Descartes en algunas cosas discurrió mal, enseñó a innumerables Filósofos a discurrir bien. Abrió senda legítima al discurso: es verdad que dejando algunos tropiezos en ella; pero tropiezos, que se pueden evitar, o remover. Con menos ingenio que Descartes se hacen mejores Filósofos que Descartes: con [222] menos ingenio sí; pero con más circunspección. Es fácil aprovecharse de sus luces, evitando sus arrojos. Introdujo el discurrir por el mecanismo, y le aplicó felizmente en muchas cosas; no así en otras. Pero ya se ha hallado, con que el mecanismo se puede componer todo el mundo material, sin vulnerar en punto alguno la Religión. Prueba clara hacen de esta verdad innumerables Sabios de varias Religiones en los demás Reinos, celosísimos por la Fe Católica, que han desterrado de la Filosofía toda forma material.

19. Entiéndase lo dicho sólo a fin de mostrar cuán injusto es el desprecio que hacen de Descartes algunos Escolásticos nuestros; porque para el punto, en que estamos, no nos hace al caso Descartes. Lo que llamamos Nueva Filosofía, no tiene dependencia alguna del Sistema Cartesiano. Podrá decirse, que la Cartesiana es Filosofía nueva, pero que la Filosofía nueva es la Cartesiana; como se dice con verdad, que el hombre es animal, mas no que el animal es hombre. Sean las dos como género, y especie. Puede dividirse la Filosofía, tomada en toda su extensión, en Sistemática, y Experimental. La Sistemática tiene muchos miembros dividentes, v. g. la Pitagórica, Platónica, Peripatética, Paracelsística, o Química, la de Capanela, la Cartesiana, la de Gasendo, &c. Se debe entender, pues, que cuando se impropera a los Españoles su aversión a la nueva Filosofía, no se pretende que abracen alguno de dichos Sistemas. Todos flaquean por varias partes, todos padecen gravísimas objeciones, y acaso el Aristotélico es el que menos padece, aunque tiene un defecto, de que carecen los Sistemas Modernos, que es el de ser casi puramente metafísico, que de nada da explicación sensible. Sólo se quiere, que no cierren los ojos a la Física Experimental, aquella, que prescindiendo de todo Sistema, por los efectos sensibles investiga las causas; y en donde no puede investigar las causas, se contenta con el conocimiento experimental de los [223] efectos. ¿Qué conexión, u dependencia tiene esta Filosofía con el Sistema Cartesiano, para que nuestros Escolásticos extiendan a ella el desprecio, sea justo, o injusto, que hacen de Descartes? Esta es la Física que reina en las Naciones: esta la que cultivan tantas insignes Academias, cuando apenas, o con dificultad se hallará en Francia, Inglaterra, Holanda, &c. un Cartesiano rígido.

20. V. gr. sin meterse en Sistema alguno, demuestran claramente el peso, y fuerza elástica del aire, y por uno, y otro dan explicación manifiesta de muchos, y grandes efectos, lo que es imposible a la Filosofía Escolástica. Hacen ver, que la impresión, que hacen en varios cuerpos las sales, pende de la configuración de sus partículas, y no de imaginarias cualidades: que la fluidez no consiste en cualidad alguna, sino en el movimiento lento en todos sentidos de las partes insensibles del fluido: que no es menester más que el vorticoso, y rápido de las suyas para todas las operaciones del fuego: que son meros sueños la Antiperístasis, la esfera del fuego, y la atracción del agua para impedir el vacío, &c.

21. Es verdad que estos Filósofos excluyen por lo común toda forma substancial, y accidental, materiales en el sentido en que las establece nuestra Escuela, substituyendo en su lugar el mecanismo; pero sólo aquel mecanismo segundo, o grueso, digámoslo así, que se hace sensible, o en sí mismo, o en sus efectos, en cada especie es diverso, prescindiendo del primitivo, o elemental, que acaso es enteramente inaveriguable; diga lo que quisiere Gasendo de sus Atomos, Descartes de sus tres Elementos, &c. Este mecanismo podrán admitir muy bien los Aristotélicos, pues nada hay contra él en Aristóteles, el cual nunca dijo, que las formas substanciales, y accidentales fuesen unos entes distintos de todo lo que es materia, figura, y movimiento. Y aun si quisieren colocar simultáneamente el mecanismo [224] dicho con las formas substanciales, y accidentales de su Escuela, como hizo Eusebio Amort, nadie se lo quitará; aunque esto realmente es emplastar entidades sobre entidades sin necesidad.

22. La quinta causa es un celo, pío sí, pero indiscreto, y mal fundado: un vano temor de que las doctrinas nuevas, en materia de Filosofía, traigan algún perjuicio a la Religión. Los que están dominados de este religioso miedo, por dos caminos recelan que suceda el daño; o ya porque en las doctrinas Filosóficas Extranjeras vengan envueltas algunas máximas, que, o por sí, o por sus consecuencias se opongan a lo que nos enseña la Fe; o ya porque haciéndose los Españoles a la libertad con que discurren los Extranjeros (los Franceses v. gr.) en las cosas naturales, pueden ir soltando la rienda para razonar con la misma en las sobrenaturales.

23. Digo, que ni uno, ni otro hay apariencia de que suceda. No lo primero, porque abundamos de sujetos hábiles, y bien instruidos en los Dogmas, que sabrán discernir lo que se opone a la Fe de lo que no se opone, y prevendrán al Santo Tribunal, que vela sobre la pureza de la doctrina, para que aparte del licor la ponzoña, o arroje la cizaña al fuego, dejando intacto el grano. Este remedio está siempre a mano para asegurarnos, aun respecto de aquellas opiniones Filosóficas, que vengan de Países infectos de la Herejía. Fuera de que es ignorancia de que en todos los Reinos, donde domina el error, se comunique su veneno a la Física. En Inglaterra reina la Filosofía Newtoniana. Isaac Newton, su Fundador, fue tan Hereje como lo son por lo común los demás habitadores de aquella Isla. Con todo, en su Filosofía no se ha hallado hasta ahora cosa que se oponga, ni directa, ni indirectamente a la verdadera creencia.

24. Para no temer razonablemente lo segundo, basta advertir, que la Teología, y la Filosofía tienen bien [225] distinguidos sus límites; y que ningún Español ignora, que la doctrina revelada tiene un derecho de superioridad sobre el discurso humano, de que carecen todas las Ciencias Naturales: que por consiguiente en estas, como en propio territorio, puede discurrir con franqueza; a aquella sola doblar la rodilla con veneración. Pero doy que alguno se desenfrene, y osadamente quiera pisar la sagrada margen, que contra las travesuras del entendimiento humano señala la Iglesia. ¿No está pronto el mismo remedio? En ninguna parte menos que en España se puede temer ese daño, por la vigilancia del Santo Tribunal no sólo en cortar tempestivamente las ramas, y el tronco, pero aun en extirpar las más hondas raíces del error.

25. Doy que sea un remedio precautorio contra el error nocivo cerrar la puerta a toda doctrina nueva. Pero es un remedio, sobre no necesario, muy violento. Es poner el alma en una durísima esclavitud. Es atar la razón humana con una cadena muy corta. Es poner en estrecha cárcel a un entendimiento inocente, sólo por evitar una contingencia remota de que cometa algunas travesuras en adelante.

26. La sexta, y última causa es la emulación (acaso se le podría dar peor nombre), ya personal, ya Nacional, ya faccionaria. Si Vmd. examinase los corazones de algunos, y no pocos de los que declaman contra la nueva Filosofía, o generalmente, por decirlo mejor, contra toda literatura, distinta de aquella común, que ellos estudiaron en el Aula, hallaría en ellos unos efectos bien distintos de aquellos, que suenan en sus labios. Oyeseles reprobarla, o ya como inútil, o ya como peligrosa. No es esto lo que pasa allá dentro. No la desprecian, o aborrecen; la envidian. No les desplace aquella literatura, sino el sujeto, que brilla con ella. ¡Oh, cuántas veces, respecto de este, hay en ellos aquella disposición de ánimo, que el Padre Famiano Estrada pinta en Guillermo de Nasau, respecto del Duque de Alba; Quem palam oderat, clam admirabatur. [226]

27. Esta emulación en algunos pocos es puramente Nacional. Aún no está España convalecida en todos sus miembros de su ojeriza contra la Francia. Aún hay en algunos reliquias bien sensibles de esta antigua dolencia. Quisieran estos, que los Pirineos llegasen al Cielo; y el Mar, que baña las Costas de Francia, estuviese sembrado de escollos, porque nada pudiese pasar de aquella Nación a la nuestra. Permítase a los vulgares, tolerarse en los idiotas tan justo ceño. Pero es insufrible en los Profesores de las Ciencias, que deben tener presentes los motivos, que nos hermanan con las demás Naciones, especialmente con las Católicas.

28. Acuérdome de haber leído en las Causas Célebres de Gayot de Pitaval, que una Señora Española mató unos Papagayos de la Reina Doña María Luisa de Borbón, primera Esposa de nuestro Carlos Segundo, indignada de oírlos hablar Francés; y aquellos míseros animales pagaron con la vida el gran delito de haber sido doctrinados en París en algunas voces de la lengua Francesa. Ira, y simpleza no muy de extrañar en una mujer ignorante. Pero poco dista de ella aquel irrisorio, y fastidioso ceño, con que algunos de mucha barba, y aun de barba con perilla, miran, u oyen citar cualquier libro Francés; fingiendo creer, y procurando hacer creer a otros, que no se hallan en los libros escritos en este idioma sino inutilidades. Tocóse este punto pocos años ha entre un Regular muy bien Escolástico, que logró los primeros honores de su Religión, y un Caballero de esta Ciudad, bastantemente dado a la literatura curiosa, y ejercitado en la lectura de los libros Franceses. Improperábale el Religioso esta ocupación, diciéndole, que no se hallaría cosa de alguna importancia impresa en lengua Francesa, que no estuviese estampada en Latina, o Española; y que no señalaría algún libro Francés, para el cual no hubiese otro equivalente, o Latino, o Español. Nombróle el Caballero el Diccionario de Moreri, expresándole el número, y tamaño de sus volúmenes [227], y la copia inmensa de noticias históricas de todos los géneros, que hay en ellos, con la insigne comodidad d estar colocadas por orden alfabético. Pero el Regular, bien lejos de darse por convencido; qué cosa tan particular me trae Vmd. le respondió: Todo lo que Vmd. me dice de Moreri, lo tengo yo en un librito Latino, que no es mayor, que un Arte de Nebrija. Contemple Vmd. si lo sentiría así. Sería una gran cosa para tales sujetos la nueva Filosofía, si hubiera nacido en España, y es sólo abominable, porque la consideran de origen Francés.

29. Algo más común, que esta, es la emulación faccionaria, u de partido. Son muchos los que exaltarían al Cielo tal, o tal prenda, tal, o tal habilidad, colocada en sujeto de su gremio, o adherencia; y la desprecian, o pintan con los peores colores, que pueden, por verla en sujeto de otro partido.

30. Pero lo más común de todas es la emulación personal: Qui velit ingenio cedere, nullus erit. El que lograre algún especial aplauso en cualquier prenda intelectual, se debe hacer la cuenta de que tiene por émulos cuantos solicitan ser aplaudidos en la misma, si no logran igual nombre, o fama.

31. Considera un anciano Doctor (quiero llamarle Teopompo) muy bien puestos sus créditos en orden a aquellas Facultades, que se enseñan en nuestras Aulas. Especialmente se atribuye el honor de gran Filósofo. Porque disputo quinientas veces públicamente, a su parecer muy bien, sobre si la materia tiene propia existencia: si la Unión se distingue de las partes: si la substancia es inmediatamente operativa, &c. Sucede que Teopompo en algunas concurrencias privadas, en que asisten otras personas de alguna inteligencia, se encuentra con Caristo, otro Doctor, que ha estudiado como él en las Aulas, y está impuesto, por lo menos igualmente bien, en todo lo que se enseña en ellas; pero no contento con aquella telita superficial de Filosofía, que [228] realmente nada es más que esto, extendió su estudio por el vasto campo de la Naturaleza, procurando instruirse en lo que ya de útil, ya de hermoso, ya de cierto, ya de disputable, nos enseñan Autores Extranjeros sobre tan dilatada materia. Y porque los asistentes dan motivo para ello, viene a meterse la conversación en la Filosofía. Con cuya ocasión Caristio, que no es tan humilde, que le pese de hallarla, para mostrar lo poco, o mucho que sabe, se pone muy de intento a explicar los varios Sistemas físicos de los Extranjeros, especialmente el de Descartes, el de Gasendo, y el de Newton, tocando algo de paso del de Leibnitz. Como Descartes se inclinó a la opinión Copernicana de la constitución del mundo, de lo que habla de aquel filósofo toma asidero para tratar de los Sistemas que tocan a esta materia, haciendo una exacta análisis del de Ptolomeo, del de Copérnico, y del de Tycho Brahe; y proponiendo sumariamente lo que hay en contra, y a favor de cada uno. Pasando de aquí a la amplísima región, o región de regiones de la Física Experimental, se extiende en los raros fenómenos de la Máquina Pneumática, y en las Observaciones del Barómetro. Da alguna cuenta de las curiosas investigaciones de Boyle, de los muchos, y útiles descubrimientos, que han hecho los Sabios, Miembros de varias Academias, especialmente los que componen la Parisiense de las Ciencias, y la Sociedad Regia de Londres, &c.

32. Es Teopompo uno de aquellos Aristotélicos, que se escandalizan, o muestran escandalizarse, aun de las voces de Sistema, o Fenómeno. Con que es fácil considerar con cuánta mortificación está oyendo a Caristio, mayormente al advertir, que los demás concurrentes le escuchan con gusto. Bien quisiera él entrar su hoz en tan fecunda mies. Quisiera estar, no sólo igualmente, pero aun más instruido que Caristio en todas aquellas materias, para brillar más que él a los ojos de los concurrentes, y se duele interiormente de la ignorancia, que padece en ellas. Aprecia en su mente las noticias, que [229] oye a Caristio; no sólo las aprecia, las envidia. ¿Pero lo dará a entender jamás? Eso no. Antes bien ostentará un tedioso desprecio de todas ellas, diciendo, que no son otra cosa, que sueños, o caprichos disparatados, con que los Extranjeros quieren engaitar las gentes: que aun cuando hubiese alguna verdad, o utilidad en aquellas novedades, se debían repeler por sospechosas; siendo verosímil, que viniendo de Países infestados de la Herejía, y no muy seguros en la verdadera creencia, venga en la capa de la Filosofía embozado algún veneno Teológico. Y aquí entra lo de los aires infectos del Norte: expresión, que ya se hizo vulgar en Escritores pedantes.

33. ¿Pues qué si llega a saber, que Leibnitz, Boyle, y Newton fueron Herejes? Aquí es donde prorrumpe en exclamaciones, capaces de hacer temblar las Pirámides Egipciacas. Aquí es donde se inflama el enojo, cubierto con la capa de celo. ¿Herejes? ¿Y éstos se citan? ¿O se hace memoria para cosa alguna de unos Autores impíos, blasfemos, enemigos de Dios, y de su Iglesia? ¡Oh, mal permitida libertad!

34. ¡Oh, mal paliada envidia!, podría acaso exclamar yo. ¡Oh, ignorancia abrigada de la hipocresía! Si estas declamaciones sólo se oyeran al rudo Vulgo, bien pudieran creerse, aunque ridículas, sinceras. Pocos años ha sucedió, que a una Ciudad de España, que padece penuria de agua, se ofrecieron a conducírsela por una agria cuesta ciertos Ingenieros del Norte. Supongo, que los que gobernaban el Pueblo, no se convinieron con ellos, por parecerles excesivo el gasto. Pero entretanto que se hablaba del ajuste, muchos de la Plebe, entre quienes se mostraba alguno de superior clase, clamaban indignados, que no querían agua conducida por manos de Herejes, teniendo éste por un atentado injurioso a la Religión del Pueblo. Así es el Vulgo, y al Vulgo es de creer que le salen muy del corazón tales simplezas.

35. Mas dificulto asentir a que hablen con las mismas [230] veras aquellos Escolásticos, que con igual, o mayor execración condenan la doctrina, puramente Natural, y Filosófica, que nos viene de Autores Herejes, o sospechosos en la Fe, sólo por el título de su errada creencia. ¿Y por qué dificulto creérselo? Porque son Escolásticos. Oiga Vmd. una prueba concluyente de mi disenso. No ignoran, ni pueden ignorar, siendo Escolásticos, que Santo Tomás citó muchas veces con aprecio en materias Físicas, y Metafísicas, como Autores de particular distinción, a Averroes, y Avicena, notorios Mahometanos, ya confirmando con ellos su sentencia, ya explicándolos cuando se alegaban por la opuesta. Preguntaré ahora a estos Escolásticos, ¿si se tienen por más celosos de la pureza de la Fe, que Santo Tomás; y si los Mahometanos son más píos, o menos enemigos de la Iglesia de Dios, que los Luteranos, y Calvinistas? Bien saben lo que deben responder a uno, y otro; pero no es fácil, que hallen que responder a la instancia. Citaron asimismo muy frecuentemente a Avicena, y Averroes, después de Santo Tomás, los Escolásticos que escribieron Cursos de Artes, con estimación de su autoridad.

36. ¿Pero qué es menester acordarnos de estos Filósofos Arabes? Su mismo Príncipe, su adorado Jefe Aristóteles, ¿tuvo mejor creencia, que Leibnitz, Boyle, y Newton? ¿No se hace palpable en muchas partes de sus Escritos la idolatría? ¿Puede darse más viva pintura de la impiedad, que aquella que hizo Lactancio de la de Aristóteles, cuando dijo de él: Dum nec coluit, nec curavit?

37. ¿Y pueden tampoco ignorar estos señores, que el reprobar la doctrina, y lectura de los Autores, de que se ha hablado, es una indirecta reprehensión contra los Magistrados, en quienes reside la facultad de permitirnos, o prohibirnos su uso? El Santo Tribunal con ciencia, y advertencia permite en España la lectura de los Tratados Físicos de Boyle, y Newton, por más Herejes [231] que sean, sin que hasta ahora haya mandado borrar ni una línea en algunos de los dichos Tratados de estos Autores, fuera de las Censuras generales. Con ciencia, digo, y advertencia, porque estos no son algunos Autores incógnitos, u obscuros, sino de quienes todo el mundo tiene noticia. Por otra parte es manifiesto, que tiene el mismo Tribunal obligación de prohibir todos los libros, que contienen doctrina perniciosa, o peligrosa hacia la Fe, o hacia las buenas costumbres. Luego los que condenan el uso de estos Autores, como nocivo, indirectamente acusan, u de poca ciencia, u de tibio celo a los Ministros del Santo Tribunal. Mas no es esa su intención, ya se ve. Con que lo que debemos inferir es, que estas declamaciones no son más, que un modo de hablar teatral, y afectado, que podemos oír como no significativo de lo que suena; pero que tiene su uso favorable para estos señores, pues con él procuran dar a entender, que si ignoran la Filosofía Extranjera, no es por falta de aplicación, o capacidad, sino por amor de la Religión.

38. Confieso, que son muy pocos, muy raros los Escolásticos de este violento carácter. Pero esos pocos, vertiendo al Público sus ideas por medio de la estampa, hacen mucho daño; porque amedrentando a la Juventud estudiosa con el pretendido peligro de la Religión, retraen de la lectura de los libros Extranjeros muchos bellos Ingenios, que pudieran por ellos hacerse excelentes Filósofos, y aprehender otras muchas cosas muy útiles, sin dejar por eso de hacerse, con el estudio regular de la Aula, unos grandes Escolásticos. Esto, bien entendido, viene a ser querer escudar la Religión con la barbarie, defender la luz con el humo, y dar a la ignorancia el glorioso atributo de necesaria para la Fe.

39. A lo que Vmd. me dice con admiración, y lástima al fin de su Carta, que ha visto Profesores de Filosofía, que no sólo niegan el peso del aire, mas lo desprecian como quimera Filosófica, le referiré un chiste, [232] que leí en la cuarta parte de la Menagiana, y que espero convierta su lástima, y admiración en risa.

40. Reinando en Inglaterra Carlos Segundo, habiendo resuelto la Regia Sociedad de Londres enviar quienes hiciesen experimentos del peso del aire sobre el Pico de Tenerife, diputaron dos de su Cuerpo para pedir al Embajador de España una Carta de recomendación al Gobernador de las Canarias. El Embajador, juzgando que aquella diputación era de alguna Compañía de Mercaderes, que quería hacer algún empleo considerable en el excelente licor, que producen aquellas Islas, les preguntó, ¿qué cantidad de vino querían comprar? Respondieron los Diputados, que no pensaban en eso, sino en pesar el aire sobre la altura del Pico de Tenerife. ¿Cómo es eso? replicó el Embajador. ¿Queréis pesar el aire? Esa es nuestra intención, repusieron ellos. No bien le oyó el buen Señor, cuando los mandó echar de casa por locos; y al momento pasó al Palacio de Witheal a decir al Rey, y a todos los Palaciegos, que habían ido a su casa dos locos con la graciosa extravagancia de decir que querían pesar el aire, acompañando el Embajador la relación con grandes carcajadas. Pero estas se convirtieron en confusión suya, mayormente sabiendo luego, que el mismo Rey, y su hermano el Duque de Yorch, eran los principales Autores de aquella expedición Filosófica.

41. Celebrose el chiste en Londres, y en París; pero con poca razón se hizo mofa de la ignorancia del Embajador. El descubrimiento del peso del aire se puede decir, que aún era entonces de algo fresca data para que hubiese ya llegado a noticia de todos los que no profesaban la Filosofía, y especialmente de los Españoles, incluyendo aun a los Profesores; distando entonces España de Italia, y Francia para el comercio literario, otro tanto que dista de España para el Político la última extremidad del Japón. El famoso Evangelista Torricelli, discípulo del Padre Benedicto Castelli, Abad de [233] Monte Casino, Monje doctísimo, a quien el Papa Urbano VIII había traído de su Monasterio a Roma para enseñar en aquella Capital del Mundo las Matemáticas, fue quien cerca de la mitad del siglo pasado descubrió el peso del aire, y el mal fundado miedo del vacío, tan establecido hasta entonces en las Escuelas. Con cuya ocasión noto aquí la equivocación de muchos Autores, que suponen a Torricelli discípulo del gran Galileo, aunque en algún sentido se puede decir que lo fue; esto es, no inmediato, sino mediato, porque el Abad Castelli, Maestro de Torricelli, fue discípulo de Galileo. Y por estas noticias se debe corregir lo que en el segundo Tomo del Teatro Crítico, Disc. IX. n. I, dije en orden a Galileo, y Torricelli.

42. Digo, que la mofa, que en aquel caso hicieron Ingleses, y Franceses del Embajador de España, fue injusta. Pero si lo que Vmd. me dice, que aún hay en España Profesores, que tratan de quimera el peso del aire, llegase a noticia de Italianos, Ingleses, y Franceses, ¿qué dirían, sino que los Españoles somos Cimbrios, Lombardos, y Godos? Y aun Scitas, Siberios, y Circarsios.

Dios guarde a Vmd. &c.

Escolio

43. Para que el lector, que no está en estas cosas, entienda qué experimentos pretendían hacer los de la Regia Sociedad en orden al peso del aire en el Pico de Tenerife, y por qué en este sitio tan distante, más que en otro, debo advertirle, que una de las experiencias, que más claramente confirman, que no el horror del vacío, sino el peso del aire, mantiene suspenso el azogue en el Barómetro, es, que a proporción de la elevación del sitio, en que éste se coloca, se mantiene el azogue en menor altura dentro del tubo: de modo, que subiendo una montaña con el Barómetro en la mano, cuanto más se va subiendo, tanto más va el azogue bajando; y al contrario, bajando después la [234] montaña, cuanto más se baja, tanto más sube el azogue en el tubo. La causa de este efecto es, que cuanto es mayor la altura, tanto menos pesa el aire; v. gr. en la cima de un monte pesa menos que en el valle, ya porque de allí arriba es el aire más raro, que de allí abajo; ya porque no hay tanta cantidad de atmósfera, o aire pesante sobre la cima, como sobre el valle. Lo que por lo común se ha experimentado es, que a las primeras sesenta brazas de ascenso baja el azogue una línea; y de ahí arriba, a cada sesenta brazas sucesivamente va bajando algo menos en cierta proporción. Esta correspondencia del descenso del azogue con la altura del sitio, en que se coloca el Barómetro, tanto con más exactitud se puede averiguar, cuanto más alto fuere el monte, en que se hiciere la experiencia; y siendo opinión común que el Pico de Tenerife es el más alto del Mundo, por eso los Ingleses deseaban hacer los experimentos en él.


{Feijoo, Cartas eruditas y curiosas, tomo segundo (1745). Texto según la edición de Madrid 1773 (en la Imprenta Real de la Gazeta, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo segundo (nueva impresión), páginas 215-234.}