Filosofía en español 
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Tomo tercero Carta décimo tercera

Días aciagos

1. Muy Señor mío: No ceso de admirar, que un hombre como Vmd. esté titubeando entre el asenso, y disenso al dicho popular de que el día Martes es Aciago. Confiesa Vmd. que esta observación tiene todo el aire de vana, y supersticiosa. Mas por otra parte la experiencia de algunos considerables infortunios, que padeció en ese día, le inclina a juzgar, que no carece enteramente de fundamento. En un Martes le llevó Dios a Vmd. la mujer. En otro cayó Vmd. en una grave enfermedad. En otro se le huyó un criado con cincuenta pesos, que le había dado para emplear en una Feria.

2. Son muchísimos, a la verdad, los hombres que fundan reglas sobre las casualidades; pero estaba yo muy lejos de pensar, que Vmd. padeciese la más leve tentación de caer en este vulgar error. Hago juicio de que Vmd. tenga de cuarenta y seis a cuarenta y ocho años de edad, tiempo que ha incluido más de dos mil y cuatrocientos Martes. Pues yo apostaré cualquier cosa, a que en buena parte de este número logró Vmd. días muy felices, y gustosos. Pero estos no se apuntan, porque no tienen a su favor la preocupación. Al modo que los Médicos observan unos pocos casos, en que la crise de la enfermedad sucede en los septenarios, pasando por alto mucho mayor número de ellos, en que se hace según otra serie de números.

3. La observación del Martes como aciago pienso que es particular a España; pero debajo de la generalidad de [147] reputar tales, o tales días faustos, o infaustos, es manía muy antigua, y muy repetida en el Mundo. Romanos, Griegos, Persas, Egipcios, Cartaginenses cayeron en este delirio; pero no atribuyendo la felicidad, o infelicidad a los mismos días unos que otros, sino que cada Nación tenía por infeliz aquel día, v. g. el segundo, o tercero de tal, o tal mes, en que había padecido alguna calamidad señalada. En el libro 4, cap. 20 de los días Geniales de Alejandro podrá ver Vmd. un largo Catálogo de los diferentes días, que tales, y tales Naciones tenían por felices, o infaustos. Sin embargo, los hombres de superior talento despreciaban estas observaciones Nacionales. Así Lúculo emprendió la batalla contra Tigranes en día que los Romanos tenían por infausto; y lo mismo hizo el Cesar en su expedición a la África, correspondiendo feliz suceso. Y Alejandro, amonestado por los suyos, que no invadiese a los Persas en el mes de Junio, porque era luctuoso para los Macedones, despreció la advertencia, diciendo con escarnio de ella, que mandaba que quitasen a aquel mes el nombre de Junio, y le llamasen segundo Mayo.

4. La Mote le Mayer dice, que los Turcos tienen por día feliz el Miércoles, y los Españoles el Viernes. Esto segundo nunca lo he oído; pero sí el que los Italianos tienen por infausto el Viernes, como acá se dice, que lo es el Martes.

5. Como acabo de decir a Vmd. que el común origen de reputar diferentes Naciones tal, o tal día por infausto, fue haber padecido aquel día alguna sobresaliente calamidad; es natural desee saber, si de este principio viene tenerse en España el Martes por aciago. Y yo satisfago a su presumido deseo, diciendo que sí. Pero será nueva prueba de ser esta observación vanísima la relación del infortunio, que dio ocasión a ella. Fue esta una derrota, que padecieron los Aragoneses, y Valencianos un día Martes, vencidos por los Moros en la batalla de Lujen el año de 1276. Dos famosos Historiadores Españoles son mis fiadores. El Padre Mariana, y el gran Zurita. El Padre Mariana, lib. [148] 14 de su Historia de España, cap. 20, dice así: Al tiempo que el Rey (Don Jaime) estaba el Játiva, los suyos fueron destrozados en Lujen. El estrago fue tal, y la matanza, que desde entonces comenzó el Vulgo a llamar aquel día, que era Martes, de mal agüero, y aciago.

6. Zurita, lib. 3 de sus Anales, cap. 100, refiere el caso de esta suerte: Llegaron a Lujen los nuestros muy cansados, y fatigados del grande calor que hacía, y a vista de Lujen descubrieron los enemigos, que eran quinientos de a caballo, y tres mil de a pie, y tuvieron con ellos una muy brava batalla, y fueron los nuestros vencidos, y murieron Don García Ortiz de Azagra, y un hijo de D. Bernardo Guillén de Entenza, y tanta gente de caballo, y de pie de Játiva, que quedó aquella Villa por este destrozo muy yerma, y por esta causa, según Marsilio escribe, se decía aún en su tiempo por los de Játiva el Martes aciago.

7. Dos reflexiones ocurren aquí, que hacen visible la suma inadvertencia de los que sobre este suceso fundaron la observación de ser aciago el Martes. La primera es, que el estrago, que padecieron los Cristianos en esta ocasión, fue levísimo en comparación del que ejecutaron en ellos los Moros en la funesta batalla de Guadalete, en que fue destrozado un Ejército de cien mil hombres, mandado por el Rey Don Rodrigo, cuando la gente vencida en Lujen verosímilmente no pasaría, cuando más, de cinco mil hombres, pues los enemigos no pasaban de tres mil y quinientos. Pues si en aquel gran destrozo no se observó el día de la semana, en que acaeció, para declararle aciago, cosa ridícula fue observar esto otro.

8. La segunda es, que aquel daño fue particular de Aragoneses, y Valencianos, no común a todos los Españoles, siendo entonces la Corona de Aragón Reino aparte, de quien en ninguna manera dependía el resto de España. Al contrario, la batalla de Guadalete fue funesta, y funestísima a la Nación Española. Permítase, pues, graciosamente, que en Aragón, y Valencia tengan por aciago el Martes. Mas si en toda España se debiese observar algún [149] día como tal, sería aquel en que se dio la batalla de Guadalete, a que se añade; que los Autores de esa observación fueron únicamente los vecinos de Játiva, por los muchos de aquel Pueblo, que perecieron en aquel combate. ¿Pues qué cosa más irracional, que mirar algún día como aciago para toda la Nación, porque fue funesto para un Pueblo particular?

9. Y observo aquí de paso, que si algún día de la semana se debiese notar como funesto para Játiva, con mucha más razón se notaría el Jueves, que el Martes. Diré a Vmd. el por qué. A 25 de Mayo del año de 1707, después de un sitio fuertemente resistido de parte de los sitiados, entró a viva fuerza en Játiva el Caballero d´Asfelt, Comandante de las Tropas de España, y Francia en el Reino de Valencia, a que, después de llevar al Soldado a filo de cuchillo cuanto encontró, se siguió la total desolación de aquel Pueblo, que fue enteramente arrasado, a excepción de las Iglesias, y pocas casas de algunos particulares, que se mantuvieron fieles. Cayó aquel año el día 25 de Mayo en Jueves. ¡Cuánto más calamitoso fue este Jueves, que aquel Martes!

10. Pero lo peor, señor mío, no está en que esta observación es falsa, sino que sobre esto es supersticiosa; y lo mismo digo de la observación de otro cualquiera día, o de la semana, o del año, como fausto, o como infausto, y asimismo como apto, o inepto para que alguna operación, o diligencia tenga buen efecto, o como significante de algún suceso futuro. Este es el sentir común de los Teólogos Morales, aunque en orden a una, u otra particularidad no están todos convenidos. Yo sobre este punto enteramente suscribo a las decisiones del P. Martín Delrio, lib. 3, Disquisit. Magic. p. 2, q. 4, sect. 6. Así digo con él, que es supersticioso observar qué tiempo, v. g. si lluvioso, o sereno, hizo en los días de San Vicente, San Urbano, y de la Conversión de San Pablo, para colegir de ahí si la cosecha será buena, o mala. Leandro, apud Gobat, de Superstitione, sect. 2, n. 953, pretende absolver esta observación [150] supersticiosa. Verdaderamente si ésta no lo es, ninguna lo será; porque es visible la inconexión de la buena, o mala cosecha con el temporal que se notó aquellos tres días.

11. Igualmente supersticiosa es la observación, que reina, según se me ha escrito, en muchos lugares de Castilla de los tres primeros de Febrero, pretendiendo el Vulgo, que en aquellos tres días se cuaja el granizo, que en el discurso del año ha de dañar los frutos. Y para precaución; esto es, para estorbar la coagulación del granizo, usan, como de remedio, de la pulsación de las campanas. Digo que esta observación es igualmente supersticiosa, que la pasada; pero más ridícula, porque supone la coagulación del granizo anterior días, y meses a su precipitación sobre la tierra, como si pudiese estar naturalmente suspendido tanto tiempo en el aire.

12. Digo lo segundo con el P. Delrio, que es superstición coger tales, o tales hierbas el día, o noche de San Juan, en la creencia de que cogidas entonces tendrán virtud natural más eficaz, que en otro cualquier tiempo. Vi en cierto País, que cuando había truenos, quemaban hierbas cogidas en la noche de San Juan, pretendiendo disipar el nublado con aquel sahumerio. De la misma harina es ingerir los árboles el día de la Anunciación: sangrar los caballos el día de San Esteban: cortarse las uñas los Viernes, o los Sábados, y otras observaciones semejantes, las cuales, dice el mismo Autor, bien lejos de ser obsequiosas a aquellas festividades, antes las infaman, y deshonran: Festa sic potius inhonorant, quam colunt.

13. Es verdad que añade, que no se atreve a condenar a los que adscribiesen los buenos efectos de estas prácticas al mérito, y protección de los Santos, que se celebran en aquellos días: Non auderem eos damnare. Mas para mí siempre es sospechoso, que sólo para una cosa determinada, y sólo en día determinado fíen en el mérito de los Santos. Los devotos del Proto-Martir San Esteban podrán valerse de su intercesión con Dios para cualquier cosa útil, y honesta, [151] y no precisamente para una operación tan mecánica, y sucia como es sangrar los caballos; y podrán implorar su protección, no sólo el día de su fiesta, mas en otro cualquiera; aunque no niego, que más excitada la devoción en su festividad pueda ser más eficaz. Pero si la devoción es buena, o mala; esto es, falsa, o verdadera, se ha de colegir de las circunstancias: Non bona devotio, dice el P. Delrio, quae cum scandalo conjuncta, quae merito suspecta, quae anilis, quae singularis, quae nullo Ecclesiae, vel traditionis munita suffragio. Por esta regla (que es muy segura) toda devoción, que tenga alguna apariencia de disonante, o ridícula, y por otra parte no estuviere apoyada por la Iglesia, o por tradición legítima, se debe condenar como supersticiosa.

14. El P. Gobat, ubi supra, justísimamente se lastima de que muchos Católicos con tales prácticas supersticiosas dan ocasión, o pretexto a los Herejes para hacer burla de nuestra Religión: Vere multi Catolici praebent a Catolicis ansam subsannandi nostran Religionem, atque abhorrendi ab ea, dum vacant, & mordicus quidem, superstitiosis quibusdam actionibus; añadiendo, que están los Prelados de las Iglesias obligados a poner remedio en ello, como lo hizo el Obispo de Ratisbona Sebastián Henichio, varón de gran prudencia, y celo, en un caso, de que fue testigo el mismo P. Gobat. Practicaban los rústicos de una Aldea, distante tres leguas de Ratisbona, sumergir en una fuente, o lago la Imagen de San Urbano, para alcanzar de este modo por su intercesión lluvia cuando la necesitaban. Diose noticia al señor Obispo de que los Luteranos de Ratisbona hacían mofa de esta práctica, tratándola de ridícula, y supersticiosa. Conoció el Obispo, que los Luteranos tenían razón, y la prohibió severamente para en adelante.

15. Este ejemplo pueden tener presente ciertos Escritores (o mejor diré Escribientes) ignorantes, y rudos de nuestra Península, que cuando articulan, o escriben los Herejes condenan por herejía, o por lo menos como sospechoso de ella, extendiendo malignamente la censura a [152] materias las más inconexas con la Religión. Perteneciente a la Religión era la nota que ponían los Luteranos de Ratisbona a aquella práctica rústica. Con todo, el Prelado condenó ésta aprobando, o confirmando el dictamen de los Luteranos; porque la Religión Católica ama la verdad en cualquiera parte que la encuentra, y no el celo imprudente, y ciego, que casi siempre es acompañado de tema, y ojeriza. Pero lo más intolerable es, que estos burdos Aristarcos, porque no se haga patente a todos su ignorancia con las luces de Crítica, Filosofía, Matemática, y aún de Historia Sagrada, y Profana, que nos comunican varios doctos Extranjeros, buenos Autores, y buenos Católicos, aún sobre éstos pretenden arrojar la nota de sospechos, sin más título, que el de ser Extranjeros. Injuria tan grave, que si ignoran su fealdad, podemos colegir, que no están mucho más adelantados en Teología, que en Filosofía. Dejando aparte, que esto es usurpar en alguna manera la jurisdicción de aquel Sagrado Tribunal, a quien únicamente compete echar tales fallos.


{Feijoo, Cartas eruditas y curiosas, tomo tercero (1750). Texto según la edición de Madrid 1774 (en la Imprenta Real de la Gazeta, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo tercero (nueva impresión), páginas 146-152.}