Tomo tercero ❦ Carta XXI
Del Sistema Magno
1. Muy Señor mío: Escríbeme Vmd. que, habiendo leído mi Carta antecedente en un congreso, donde había dos, o tres sujetos algo noticiosos de los nuevos Inventos Físicos, y Matemáticos, uno de ellos dijo a Vmd. [232] deseaba mucho saber mi dictamen en orden al que llaman Sistema Magno; pero preguntándole Vmd. qué es lo que llaman Sistema Magno; no quiso dar otra respuesta, sino que a mí me podría pedir la explicación. Acaso no será temeridad conjeturar, que él no podría darla, pudiendo ser uno de aquellos, que habiendo cogido al vuelo tal cual voz facultativa, la vierten en la conversación, como con misteriosa reserva de todo lo que está comprehendido debajo de su significado, siendo así, que apenas saben el significado de la voz. Como quiera diré a Vmd. qué es lo que llaman algunos Modernos Sistema Magno, y qué fundamento tiene este magnífico ideal edificio.
2. La idea del Sistema Magno es hija legítima de la del Sistema Copernicano; pero idea de incomparablemente mayor grandeza, y majestad, que la que le dio el ser. Después que los Copernicanos se familiarizaron bien el concepto de que el Sol inmóvil es centro común de las revoluciones de todos los Planetas, en cuyo número incluyen el Globo, que habitamos, sin hallar inconveniente en la forzosa resulta de la inmensa distancia de las Estrellas Fijas a nosotros, que dije en la pasada, fue fácil, y natural dar en el pensamiento de que cada una de las Estrellas Fijas es un Sol, como el que luce sobre nosotros, de igual resplandor que el que nos alumbra. El que son en alguna manera Soles; esto es, Astros que resplandecen con luz propria, como el Sol, y no mendigada de éste, como los demás Planetas, es innegable. Y su aparente pequeñez en ningún modo prueba, que cualquiera de ellas no sea tan grande como nuestro gran Luminar; pues este mismo gran Luminar colocado en aquella inmensa distancia de nosotros, en que los Copernicanos ponen las Fijas, parecería pequeñísimo.
3. Establecida ya en las Estrellas fijas el resplandor, y grandeza de soles, les ha parecido a los Modernos Copernicanos, por lo menos a muchos, supremamente verisímil, que cada una sea centro de la revolución de varios Planetas, [233] como nuestro Sol; y este complejo de cada uno de aquellos Soles con sus Planetas venga a ser un Mundo, u Orbe tan grande como el nuestro. Llamo nuestro en esta hipótesis el que se termina en aquel gran círculo, dentro del cual está nuestro Sol con todos sus Planetas, y el inmenso Eter, que llena tan vasto espacio. Este nuestro Mundo, a beneficio de los Astrónomos Modernos, recibió de un siglo a esta parte un aumento de tal magnitud, que le hizo más de doscientas veces mayor, que nos le representaban los Astrónomos Antiguos, y de hecho a los que no son Astrónomos los asombra, como monstruosa, la prodigiosa extensión que les dan los que lo son. Pienso, que entre los ignorantes de las observaciones Astronómicas modernas los más oyen con irrisión, que el Sol dista de nosotros treinta y tres millones de leguas, y Saturno trescientos. Más racionalmente proceden los que dudan, pretendiendo que esto no puede saberse; y si cuando dicen esto, sólo quieren excluir verdadera Ciencia, o Demostración Matemática, dicen bien, porque en efecto no hay prueba de ello, que se pueda llamar demostrativa; pero hay tales pruebas, que han persuadido a todos los grandes Astrónomos, que hay las distancias dichas; lo que no harían, si ellas no fuesen muy fuertes. Y en fin, invenciblemente persuade la recta razón, que nunca (o por lo menos rarísima vez) convienen todos los grandes hombres de cualquiera facultad en alguna máxima, que no sea verdadera.
4. Pero ve aquí, que cuando se oía, o con desprecio, o por lo menos con una especie de asombro, esta grande extensión del Orbe Planetario, nos traen la novedad de que todo este grande Orbe viene a ser una parte mínima, y como insensible del Universo. En la antecedente dije, que al Padre Ricciolo, famoso Astrónomo, no pareció inverisímil, que haya dos millones de Estrellas. ¿Qué viene a ser por este cómputo nuestro Orbe respecto del Universo? No más, que una millonésima parte suya; esto es, como una nada. [234]
5. Y con todo, aún no hemos llegado a un término donde se pueda fijar el discurso; porque ¿cómo se puede saber, que el número de las Estrellas no sea mucho mayor, que el que conjetura el Padre Ricciolo? Lo que se sabe es, que luego que se inventó el Telescopio, y se empezó a usar de él en orden a los Astros, se descubrieron muchísimas Estrellas, que antes no se veían; y al paso que se fueron perfeccionando más los Telescopios, y se hicieron mayores, sucesivamente se fueron descubriendo más, y más. Como este instrumento puede ir recibiendo más aumentos de perfección, sin que llegue al mayor grado posible de ella, pueden irse descubriendo a proporción más, y más Estrellas, sin que jamás quedemos asegurados de que no haya otras, que aún no se ven. Y aun cuando el Telescopio arribase a la última perfección posible, en ninguna manera se puede inferir de ahí, que con él se vean todas las Estrellas existentes, así como no podemos asegurar, que en ese caso se vea con él una pulga a distancia de dos leguas.
6. Diráme Vmd. que esas Estrellas, que sólo se ven con los mayores, y mejores Telescopios, y con más razón las que sólo se verán con otros Telescopios mucho más aventajados que todos los que hay ahora, precisamente son muy pequeñas; por consiguiente no se les puede atribuir, como a Soles, la gran prerrogativa de verse circundados de Planetas, y ser centro de otros tantos Orbes como el nuestro. Respondo, que de la menor visibilidad de esas Estrellas no se infiere la pretendida pequeñez, sí sólo su mayor distancia de nosotros. Es poco conforme a la razón pensar, que todas las Estrellas están en igual altura. Pues todos los demás Astros distan con suma desigualdad de nosotros; lo mismo es justo pensar de las Estrellas: y éste es el dictamen de Casini, y otros célebres Astrónomos; los cuales por su menor magnitud aparente regulan su distancia; y por consiguiente a las Estrellas de la sexta magnitud juzgan seis veces más distantes de la Tierra, que las de primera magnitud. [235]
7. Antes de pasar adelante, entre Vmd. conmigo en un cómputo. El Sol, según los Astrónomos Modernos, dista de la Tierra treinta y tres millones de leguas. Según Casini, la Estrella Sirius, de primera magnitud, y verisímilmente la mayor de nuestro Hemisferio, dista de la Tierra cuarenta y tres mil veces más que el Sol, que viene a ser más de cuatro millones de millones de leguas. Las de sexta magnitud distan seis veces más; con que su distancia es más de veinte y cuatro millones de millones. ¿Y hemos cerrado la cuenta con esto? De ningún modo, porque las Estrellas de sexta magnitud se ven a ojo desnudo; esto es, sin intervención del Telescopio. ¿Cuánto más distarán las que no se ven sin este instrumento? Entre éstas, cuánto más, y más, las que necesitan para hacerse visibles de más perfectos Telescopios? ¡Océano inmenso, en que ni el discurso, ni la imaginación divisan orilla alguna!
8. ¿Pero hay inverisimilitud alguna en esta portentosa magnitud del Universo? Ninguna encuentro, exceptuando la parte que tiene en ella el Sistema Copernicano; quiero decir, en la enorme distancia, que da a las Estrellas de parte de la tierra. Pero quítese de ésta cuanto se quiera: como cuanto se cercenare de la parte de acá se puede compensar de la parte de allá, pues no se nos pone delante término alguno, siempre queda la magnitud del Universo muchos millares de veces mayor, que la que los que siguen el Sistema vulgar han concebido, y en ella un objeto digno de nuestro asombro.
9. Digno, digo, de nuestro asombro; pero más digno del concepto que debemos hacer de la grandeza, y poder del Artífice Soberano. Es cierto, que Dios pudo estrechar, o alargar el Mundo, hacerle mayor, o menor, como quisiese. Pero juntamente dicta la razón, que sin motivo bastante no le designemos término alguno; antes bien le concedamos toda aquella extensión, por grande que sea, que nos insinúan algunas apariencias. Estas están de parte que las Estrellas Fijas, son otros tantos Soles, y que su mayor, o menor aparente magnitud proviene de su [236] mayor, o menor distancia de nosotros; y de aquí resulta, por la reflexión hecha arriba, aquella prodigiosa extensión del Universo, que dije entonces.
10. Y para que Vmd. no dificulte entrar en tan noble idea le advierto, que ésta se puede mantener, sin dependencia del Sistema Copernicano, sólo con admitir la verisímil suposición de que las Fijas son otros tantos Soles; lo que puede ser muy bien, aunque la Tierra esté quieta, como nosotros la ponemos. Sólo se ofrece con ello la enorme distancia respecto de nosotros, y respecto de todo el Cielo Planetario, en que es preciso colocarlas, en la cual ocurren dos inconvenientes. El primero, que es forzoso concebir en ellas un movimiento, sin comparación, más rápido, que el que tendrían mucho menos elevadas: El segundo, que parece absurdo admitir entre el Cielo Planetario, y las Fijas un espacio inmenso vacío de todo cuerpo. Mas a lo primero se puede responder, que al movimiento en general no le repugna ningún grado de velocidad, y así se les puede conceder a las Fijas cuanta se quiera. A lo segundo respondió Mr. de Fontenelle en su Tratado de la Pluralidad de Mundos, que aquel espacio le ocupan los Cometas. Y a la verdad, admitida la opinión dominante entre los Modernos de que los Cometas son Astros criados en el principio del Mundo, los cuales giran por círculos Excéntricos a la Tierra extremamente grandes, y sólo en una muy pequeña parte de ellos se nos acercan lo bastante para hacerse visibles, porque sólo con una muy pequeña parte cortan alguna porción del Cielo Planetario; se sigue necesariamente, que aquel grande espacio, interpuesto entre el Cielo Planetario, y las Fijas sea la habitación de los Cometas. ¿Pero quién quita que haya en aquel espacio otros muchos cuerpos de diferentes especies, y bastantemente grandes, aunque no los veamos? No los vemos por lo mucho que distan de nosotros; así como por esta razón no vemos los Cometas, sino mientras giran por aquella pequeña parte del círculo, que cortando el Cielo Planetario, se nos acerca algo. [237]
11. Pero volvamos a los Copernicanos. Estos, por lo menos muchos de ellos, después de establecida en las Fijas la grandeza, y resplandor de Soles, dan, ya que no por cierto, por sumamente verisímil, que cada una sea centro de la revolución de varios Planetas, como nuestro Sol; y este complejo de cada uno de aquellos Soles con sus Planetas venga a ser un Mundo, u Orbe tan grande como el nuestro. Considerando después, que un Mundo enteramente desierto, y vacío de habitadores, se puede tener por un absurdo tan grande como el mismo Mundo, asintieron a la población de todos estos Mundos. Digo asintieron, porque los demás no hicieron más que seguir la voz de uno, que dio en el pensamiento de poblar todo el Universo. ¿Pero cómo pobló los otros Mundos? Colocando en cada uno de ellos un Globo Terráqueo como el nuestro, el cual esté habitado de varios vivientes, con exclusión de ellos en todo el resto de aquel grande espacio. No se contentó con tan poco. Pero es de advertir, que ni se contentó con tan poco respecto de nuestro Orbe, antes en la contemplación de éste le nació la grande idea de llenar de vivientes todos los demás Mundos.
12. En el Tomo 8 del Teatro, Discurso 7, §. 9, escribí, que algunos Filósofos antiguos fueron de opinión, que todos los Planetas, sin excluir al Sol, están habitados de hombres, y brutos, como nuestro Globo; y que a esta opinión, ya sepultada en el olvido, u despreciada por muchos siglos, la hizo revivir en el siglo décimoquinto el piísimo, y doctísimo Cardenal de Cusa, aunque sólo por modo de sospecha, o conjetura. Pero ni la autoridad de este grande hombre, que en efecto la tenía muy grande en toda la Iglesia, fue capaz de darle curso alguno; y así se sepultó segunda vez, mirándola todos los Filósofos, que se siguieron, sólo como un especioso sueño, hasta que salió a luz (no sé si a fines del siglo pasado, o principios del presente) El coloquio sobre la pluralidad de Mundos del célebre Bernardo Fontenelle. Este raro genio, que aun a [238] las materias más espinosas, y secas sabía dar una gracia, y amenidad incomparable, en dicho Escrito esforzó, cuanto cupo en su grande ingenio, la opinión de que los Planetas son habitados: mas con la precaución de mezclar de tal calidad la jocosidad urbana con la agudeza Filosófica, que quedó el semblante del Escrito entre risueño, y serio; de modo, que se puede dudar si escribió con ánimo de persuadir, o sólo de divertir. El efecto fue, que logró con algunos lo primero, y con todos lo segundo. Los que se persuadieron, juzgaron al mismo Fontenelle persuadido, y no sin fundamento. Era una novedad peligrosa para su Autor, y así pedía prudencia publicarla, de modo, que le quedase el recurso de decir, que había hablado de chanza. Pero es de advertir, que ni el Autor, ni los que le siguen tienen, o pretenden en esta materia más asenso, que el que exige una racional conjetura; no ignorando, que en ella es totalmente imposible la certeza.
13. Dejó Fontenelle sin habitadores al Sol, pareciéndole absolutamente inhabitable; y no sé por qué: pues no repugna, que entre las criaturas posibles haya vivientes, que tan naturalmente se conserven en el Fuego, como los peces en el Agua. Si Dios no hubiera criado aves, ni peces, tendría el común de los hombres por tan inhabitables estos dos Elementos, como el del Fuego; y tan imposible se presentaría, que el Agua no ahogase a sus habitadores, como que el Fuego no abrasase a los suyos. A los demás Planetas da habitadores de temperamento correspondiente al clima, digámoslo así de cada Planeta. Pongo por ejemplo. Los habitadores del Planeta Venus, que están más próximos al Sol, que nosotros, por consiguiente reciben de él mucha más luz, y calor; son más vivos, ardientes, apasionados, y venéreos, que los habitadores de la Tierra. Los de Mercurio, que es más vecino al Sol que Venus, de tanta vivacidad, que viene a ser locura: gente incapaz de reflexión, que obra en todo por movimientos súbitos, e indeliberados. Muy al contrario los de Saturno que dista del Sol diez veces más que la Tierra, [239] extremamente melancólicos, perezosos, y t