Filosofía en español 
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Tomo tercero Carta XIX

Paralelo de Luis XIV, Rey de Francia, y Pedro el Primero, Zar, o Emperador de la Rusia

1. Muy Señor mío: Discurro, que la lectura del Paralelo, que hice de Carlos XII, Rey de Suecia, con Alejandro Magno, movió a Vmd. a solicitar otro semejante de los dos famosos Príncipes, que poco ha reinaron, Luis XIV en la Francia, y Pedro el Primero en la Rusia: en que suponiendo Vmd. que ambos merecieron el epíteto de Grandes, que les da la Fama, duda quien entre los dos se deba reputar mayor, en caso de no ser perfectamente iguales.

2. Ya sobre este punto escribió algo el Espectador Inglés, o Sócrates moderno (uso de la voz Espectador nueva [201] en el Castellano, por no hallar en nuestro idioma otra enteramente equivalente a la Latina Spectator) en el Disc. 1 del Tomo 3. Pero sobre que el Paralelo, que hizo este amenísimo Autor, es demasiadamente ceñido, le hallo algo vicioso, porque no disimula en él el desafecto reinante en su Nación hacia el Monarca Francés. Cuanto a la substancia, convengo con él en la preferencia que da al Moscovita; y aun juzgo, que esta preferencia estriba en unas insignes ventajas.

3. Pedro Alexovitz, Emperador de la Rusia, si se atiende al complejo de calidades, y acciones por donde comúnmente el Mundo califica de Grandes a los Príncipes, fue no sólo uno de los mayores, que tuvo el Mundo, pero tan sobresaliente aun en esta misma elevada clase, que apenas se hallará otro, que se le deba preferir. Con advertencia he ceñido el mérito del elogio al dictamen común del Mundo; porque supongo, que no se puede decir absolutamente Príncipe excelente el que no posee todas aquellas Virtudes Morales, que exige un imperio razonable. A uno, que en presencia de Agesilao, Rey de Esparta, ponderaba el gran poder del Rey de Persia, replicó con generosa indignación Agesilao: No es mayor Rey que yo, quien no es más justo que yo. Más oportuno fuera el apotegma, si la magnificencia, con que el otro hablaba del Rey de Persia, fuese relativa a otra grandeza, que a la de su vasto imperio. Pero no es ésta la regla de que usa el Mundo para medir la estatura de los Reyes. Sea un Alejandro, lascivo, intemperante, ebrio, cruel a tiempos, y siempre usurpador; como posea en un grado eminente las Virtudes Militares, y en sus empresas corresponda su fortuna a su valor, será de todos los siglos apellidado Alejandro el Grande.

4. Es verdad, que aun de aquellos que no son muy escrupulosos en la definición del Heroísmo, son muchos los que no reconocen por Héroes a los que poseen aquellas virtudes, si están manchados con tantos vicios. Si hablásemos con toda propriedad, no concediéramos la alta prerrogativa de Héroe a quien habitualmente padezca algún grave [202] defecto Moral. Pero el Idioma de los políticos moderados, y aun de plumas bastantemente religiosas, no pide tanto; antes están regularmente convenidos en practicar con los Príncipes ilustres un género de condescendencia benigna, en orden a algunos vicios, especialmente el de la ambición, y otro hacia quien es muy resbalizada la libertad de los Soberanos, como se contengan dentro de ciertas márgenes.

5. Bien necesitan de esta Indulgencia los dos Príncipes, cuya preferencia se cuestiona, porque ninguno de ellos fue Santo. Uno, y otro tuvieron no leves vicios. La ambición, y la incontinencia fueron comunes a entrambos, y la ambición en entrambos acompañada de la mala fe. Explicóla, el Moscovita en la invasión de la Livonia, violando con frívolos pretextos los tratados, que habían, desde que la había conquistado Gustavo Adolfo asegurado aquel País a la Suecia, y engañando con promesas de Paz por medio de su Embajador en Estocolmo, al mismo tiempo que estaba disponiendo la guerra. El Monarca Francés, dicen muchos Autores, pecó tanto en esta materia, que la relación de sus infracciones de tratados con los Príncipes vecinos, coloreadas con falaces apariencias, casi vendría a ser una historia completa de su vida política. Pero debo añadir, que aunque lo publicaron así en España, Italia, Inglaterra, y Alemania, lo publicaron cuando eran enemigas de la Francia; y así, hasta saber si hay Autores Franceses verídicos, que convengan en ello, suspenderé el asenso.

6. La incontinencia en Luis XIV, sobre escandalosa por pública, casi fue un pecado de por vida. Y en ella fue de especialísima nota la monstruosa torpeza de despojar al Conde de Montespan de su legítima esposa, para que sirvese muchos años a su lascivia. No hallo en las Historias, que leí del Zar Pedro, que sus desórdenes en esta materia pasasen de la juventud; y aun se dice, que en los diez años, que mediaron desde el repudio de la primera mujer, hasta su casamiento con la segunda, no tuvo comercio con mujer alguna. Pero a toda su vida transcendió la mancha [203] de repudiar, y cerrar en un Monasterio a su mujer la Princesa Eudoxia, y casarse con otra, viviendo ella, sin que precediese de parte de esta otra culpa, que quejarse de las infidelidades del Zar: pues aunque no falta Autor, que la creyó indiciada de adulterio, fue rebatido por otros mejor informados; y como dice el Anónimo Escritor de la vida del Zar, impresa en Amsterdam el año de 1742, toda la Rusia está plenamente persuadida de su inocencia.

7. Demás de estos vicios, comunes a los dos Monarcas, otros tres se atribuyen al Rusiano, de que no adoleció el Francés. El primero, la intemperancia en orden al vino, y licores fuertes. El segundo, dejarse arrebatar de la ira, tal vez por levísimas causas. El tercero, la crueldad.

8. Los dos primeros capítulos son ciertos. Pero se rebaja mucho de su fealdad con dos consideraciones: La primera, que esos vicios eran en gran parte influidos por la bárbara educación que tuvo: La segunda, que hacía no leves esfuerzos por vencer una, y otra pasión, especialmente la de la ira; y aun se lastimaba amargamente de la gran dificultad, que hallaba en reprimirla; de modo que, según el Autor poco ha citado, muchas veces al revenir de sus raptos se le oyó prorrumpir en esta, u otras semejantes exclamaciones: Yo reformo a mis Vasallos, y no puedo reformarme a mí mismo: maldito temperamento, funesta educación, que no puedo vencer por más reflexiones, y propósitos que hago.

9. Lo de los conatos del Zar, para vencer su pasión por el vino, y licores fuertes, afirma el Historiador Inglés Burnet, que trató al Zar en Londres. Pero es más probable, que nunca la venció.

10. El capítulo de crueldad es el en que yo no puedo convenir absolutamente. Es verdad, que Pedro ejecutó muchos, y severísimos castigos, pero muy merecidos de repetidas sediciones, cuyo asunto era despojarle, no sólo de la corona, mas también de la vida. A que se añadió, [204] que los Rusianos, gente entonces bárbara, feroz, y dura, sólo podían ser contenidos, proporcionando el rigor a su ferocidad.

11. Fuera de esto, hallo en la Historia de este Príncipe muchos actos de singular clemencia. A su hermana la Princesa Sofía, que fue autora de las repetidas conspiraciones contra la vida del Zar, no dio más castigo que clausura de un Monasterio. Y al Príncipe Galicin, instrumento principal de aquella Princesa, no más que el destierro a la Siberia. A los Cosacos rebeldes, que haciéndose del partido del Rey de Suecia, tomaron las armas contra él, sólo castigó desarmándolos. En la batalla de Fraustadt el General Sueco Renschid, Capitán insigne, pero cruel, hizo degollar a sangre fría a seis mil Rusianos rendidos. Podía el Zar, por el derecho de represalia, ejecutar lo proprio con muchos prisioneros Suecos que tenía, y a todos dejó con la vida.

12. En general con los prisioneros de guerra era, no sólo benigno, y dulce, mas aun noblemente generoso. Esto mostró en varias ocasiones. A los prisioneros de la batalla de Pultava, en que fue enteramente derrotado el Rey de Suecia, después de concederles graciosamente unas condiciones, mucho más ventajosas, que las que en la infeliz situación, en que se hallaban, podían esperar, trató con la mayor humanidad del Mundo. Para cuya demostración copiaré aquí las palabras del Autor de las Memorias del Reinado de Pedro el Grande, (B. Yyvan Nestesuranoi) impresas en Amsterdam el año de 1740.

13. «La suerte de tantos infelices le hizo (al Zar) una impresión muy sensible, y más de una vez desaprobó la conducta de un Príncipe, (el Rey de Suecia) que de esta manera sacrificaba a su ambición tantos fieles Vasallos, de quienes debía ser Padre, y Conservador. Concedió generosamente la libertad a todos los Generales, y Oficiales; y por dar a los Soldados rasos señales sensibles de su compasión, hizo distribuir a estos miserables más de quince mil ducados. El día siguiente convidó a su [205] mesa a todos los Generales Suecos; y habiéndose informado con aquella afabilidad, que le era tan natural, de el Felt-Mariscal Renschild, a qué número llegaba el Ejército Sueco antes de la batalla; y sabido de él, que contendríanm diez y nueve mil Suecos, y de diez a once mil Cosacos, le dijo: ¿Cómo es posible, que un Príncipe tan prudente como el Rey de Suecia, se haya aventurado con un puñado de gente en un País incógnito, y tan desdichado como éste? Habiéndole respondido Renschild, que ellos no habían sido consultados siempre para las operaciones, sí sólo que como fieles Vasallos habían servido siempre sin contradicción a su Rey: Esta fidelidad agradó tanto a su Majestad Zarina, que quitándose la espada, que tenía a la cinta, se la dio al Conde Renschild, pidiéndole que la conservase, como prenda de la estimación que hacía de su persona, por ser tan fiel a su Rey. No mostró menos bondad con el Conde Piper; y para que todos los prisioneros clásicos fuesen asistidos de todo lo necesario, los distribuyó por huéspedes a sus Generales. El Conde Renschild tocó al Conde Scheremereff; el Conde Piper al Conde de Coloiukin; el Príncipe de Wirtemberg al Príncipe Menzikoff; el General Stakelberg al General Rone, y así de los demás.»

14. Es verdad, que no fue después consiguiente en este proceder humano con los prisioneros de Pultava, los cuales relegó a la Siberia: y de los dos primeros Generales Renschild, y Lovenhaut, el segundo vivió misérrimamente aprisionado en Moscovia, donde últimamente murió: infelicidad que comprehendió también al Conde Piper, primer Ministro del Sueco. Acaso esos dos Próceres le darían después algún motivo especial de resentimiento, Renschild fue canjeado.

15. Al Comandante de la Flota Sueca Erenschiold, de cuyo valor fue testigo en la batalla de Alandt, luego que le hizo prisionero, regaló con un vestido rico; y después de elogiarle altamente delante de todos sus Oficiales, le ofreció su amistad para siempre. [206]

16. El proceder que tuvo en la toma de Nerva fue digno del más noble Héroe. Obstinado el Sueco Gobernador en no rendirse, entraron los Rusianos la Plaza por asalto. Ordenó al punto el Zar a sus Oficiales, que impidiesen toda violencia sobre los habitadores; mas no pudiendo éstos contener a los Soldados, que furiosos robaban, violaban, y mataban cuanto veían, acudió el Zar por sí mismo al remedio; y corriendo de calle en calle, arrancaba las mujeres, y los niños de las manos de los Rusianos, amenazaba a éstos con los más severos castigos para que se detuviesen, ayudando al imperio de su voz el terror de su espada, pues con ella mató más de cincuenta de los que halló más obstinados en proseguir las violencias. En fin, atajado el desorden, haciendo juntar en la casa de Ayuntamiento los principales Ciudadanos, entró él; y poniendo su espada toda bañada en sangre sobre una mesa, les dijo estas palabras: No es sangre de los Ciudadanos de Nerva la de que está teñido este acero, sino la de muchos Rusianos, que he sacrificado a vuestra conservación. Depositada está hoy la espada en aquel sitio, ostentándose como monumento precioso de la humanidad de aquel Monarca; y sería justo, que en las paredes de todos los Edificios públicos de Nerva, se escribiese con caracteres de oro todo el hecho.

17. He expuesto a Vmd. los vicios de los dos Monarcas, en que no siendo grande la desigualdad, se hallará menor, o ninguna, si se atiende a dos circunstancias, que disculpan en parte los del Moscovita, y gravan los del Francés: la educación, y la Religión.

18. La educación del Moscovita, como ya se insinuó, fue perversa; y nadie ignora cuánto la calidad de la educación influye en todo el resto de la vida. Toda Religión llena de errores, cual es la que profesaba el Zar, turba mucho la vista intelectual en orden a la mortalidad. Ni una, ni otra disculpa se puede alegar a favor de Luis XIV. Su educación fue bella debajo del gobierno del Marqués de Villeroy, hombre bueno, y hábil, y a la vista de su Madre Ana de Austria, de quien dice el Historiador Mr. Larrey, [207] que todos los Escritores concuerdan en darla el bello elogio de la mejor Reina del Mundo. Profesó siempre la Religión Católica Romana, cuyas santas máximas no podían menos de darle continuamente en rostro con sus relajaciones. Así no tenía otro recurso para hacerlas menos intolerables, que el general de todos los viciosos, la fragilidad humana.

19. Pasados ya en revista los vicios, que afean a los dos Monarcas, traslademos la consideración a las acciones, o virtudes que los ilustran. Y aquí es donde yo descubro unas grandes ventajas del Rusiano sobre el Francés.

20. No se puede negar, que Luis XIV fue dotado de muchas buenas cualidades: hombre discreto, de juicio sólido, de espíritu constante, bastantemente aplicado al gobierno, de una entereza Regia, mezclada con afabilidad popular, amante de la justicia, en cuanto no obstaba o a su ambición, o a su deleite, estimador del mérito, humano, liberal, propenso a que en el Reino floreciesen las Artes, Ciencias, y Comercio. Mas si estas partidas bastan para constituir un buen Rey, no son suficientes para constituir un gran Rey. Y aun permitiendo, que sean suficientes para constituir un gran Rey, añadiré, que no lo son para constituir un Rey, tal, que merezca adaptársele por renombre el epíteto de Grande; que es muy distinto lo uno de lo otro. No da idea, pongo por ejemplo, tan magnífica de Alejandro, decir, que fue un gran Príncipe, o un gran Guerrero, como llamarle Alejandro el Grande: no da idea tan magnífica del Santo Pontífice Gregorio el Primero decir fue un gran Papa, como nombrarle, y designarle con el distintivo de el Gran Gregorio. Esto segundo pide una grandeza, no como quiera, sino grandeza heróica: es aclamar la excelencia del sujeto con una gran especie de entusiasmo: significa estatura, no sólo superior a las comunes mas enteramente agigantada.

21. Dejando, pues, bastante campo a los Panegiristas de Luis XIV para que se extiendan en sus alabanzas, me contentaré con decir, que este Príncipe en ninguna manera [208] arribó la grandeza del Heroísmo. Porque pregunto: ¿qué acciones proprias de Héroe ejecutó Luis XIV? Ni una hallo en toda su Historia. Confieso, que hizo algunas cosas utilísimas, cuales fueron, sobre todo, la extinción de los duelos, y el destierro de la herejía. Pero ni éstas, y mucho menos otras inferiores a éstas, pendían, de extraordinarios esfuerzos, o de alcances superiores.

22. La herejía estaba enteramente desnuda de fuerzas, cuando fue la revocación del Edicto de Nantes. Los Duelistas no constituían partido, porque no lo eran por profesión; y aun cuando se uniesen, sería en cortísimo número. Así la ejecución de uno, y otro no le costó a Luis XIV más que quererla, y decretarla. De modo, que en las circunstancias, en que entonces estaba la Francia, otro cualquiera Rey, que se aplicase a ello, haría lo mismo. Lo proprio digo de todo lo demás que quieran aplaudir en este Príncipe. Cuando entró en el gobierno, estaba la Francia enteramente pacificada, los disturbios de la minoridad extinguidos. Por recomendación del Cardenal Mazarini vió luego a sus lados dos insignes Ministros, destinados a diferentes asuntos, Juan Baptista Colbert, y Miguel de Tellier, que partían entre sí todos los cuidados grandes de la Corona de Francia. A Colbert se debió cuanto se adelantó entonces la Francia en el Comercio, en la Marina, en Edificios públicos, en Ciencias, y Artes, de que fue amantísimo, y liberalísimo Protector. A Colbert sucedió el Marqués de Louvoix, gran Ministro también, de vastísima capacidad, y suma aplicación; por lo que pudo cumplir con los muchos, y altos empleos que tuvo. Asistiendo a Luis XIV tales Ministros, no le quedaba que hacer, sino autorizar sus ideas para que se ejecutasen.

23. Por lo que mira a las grandes ventajas, que logró en las guerras con los Príncipes vecinos, aquéllas se debieron a los excelentes Generales que tuvo. Y no hay que decir, que él los formase, o en alguna manera concurriese a hacerlos tales, pues a las mayores de todos ellos el Príncipe de Condé, y el Mariscal de Turena, a quienes justísimamente [209] se puede aplicar lo que dijo Virgilio de los dos Escipiones: Duo fulmina belli, hechos los halló, y con la fama ilustre ya cuando empezó a reinar. Los grandes Generales comúnmente dejan buenos discípulos; y así sucedió en la mayor parte del reinado de Luis XIV. Sobre todo, el Duque de Luxemburgo, que fue quien principalmente, después que faltaron aquellos dos Héroes, mantuvo la gloria Militar de la Francia con ilustres, y repetidas victorias, debajo de la conducta del Príncipe de Condé había aprendido el ministerio de la guerra.

24. De que resulta, que bien considerado todo de las grandes cosas que se hicieron en el reinado de Luis XIV, la única gloria, que sólidamente le queda a este Monarca, es haber conocido los grandes talentos de algunos Vasallos suyos, haberlos empleado, y atendido.

25. ¿Pero qué? Aun dentro de esta misma especie cayó en algunas gravísimas faltas, que verisímilmente hicieron infelices los últimos años de su reinado. Habiendo los dos Príncipes de su sangre, el de Conti, y el Duque de Orleans, dado en algunas funciones, en que se hallaron muestras de un extremado valor, y una acertadísima conducta; por unos celos, o llámense recelos proprios de un corazón pusilánime, los retiró del manejo de las armas, y tuvo ociosos el resto de su vida. Y aun al de Orleans lo poco que le ocupó le tuvo atadas las manos con órdenes opuestas a sus buenas ideas; por lo que verisímilmente se perdió la gran batalla de Turín, en que el Duque quería que el Ejército Francés saliese de las líneas a recibir los imperiales en rasa campaña, que es lo que debía hacerse, según los mejores Maestros del Arte Militar; y el orden de la Corte, que le presentó el Mariscal de Marsin, le obligó, con sumo pesar suyo, que no pudo, o no quiso disimular, a esperarlos dentro de las trincheras. El mismo desaire había padecido cinco años antes el Mariscal de Catinat, a cuya prudente conducta fue preferida la temeridad del de Villeroy, de que se siguió el destrozo que los Franceses padecieron en Chiari. [210]

26. Vamos ya a examinar la conducta de Pedro el Grande. ¡Oh qué grande en todo! ¡Oh qué superior en todo a la del Rey Francés! Hizo el Moscovita en un reinado, de no muy extendida duración, cosas tales, que divididas podrían constituir gloriosos muchos Reyes, y muchos reinados, y en todas se puede decir, que él fue el todo, o por lo menos en todas agente principal, y en muchas agente, e instrumento juntamente. Hizo Pedro el Grande, que en un vastísimo Imperio, lleno todo de la más refinada barbarie, cuyos habitadores rudos, indómitos, y feroces, no sólo ignoraban todas las Artes, pero parecían negados a su enseñanza, todas las Artes floreciesen como en otra cualquiera Nación Europea. De unos hombres, que sólo parecían hombres en la figura, hizo buenos Soldados, hizo hábiles Generales por Mar, y por Tierra, hizo Pilotos, hizo Artífices para todo género de maniobras, hizo excelentes Matemáticos, Filósofos, Humanistas, Historiadores, Políticos, Cortesanos, Discretos, &c. y para todo tuvo que vencer, no sólo la profunda ignorancia de aquella gente, mas también su obstinada resistencia a deponer la barbarie. Añádese haberles hecho renunciar los antiguos usos, que siendo los más absurdos de todo nuestro Continente, eran retenidos con indecible terquedad: haber extinguido los Strelizes, que eran casi toda la fuerza del Imperio, Milicia inobediente, y revoltosa, temida de todos sus predecesores, formando otra nueva, a quien dio Oficiales Extranjeros: haber despojado de la mayor parte de su autoridad al Patriarca, que siendo adorado casi como Deidad de aquella supersticiosísima gente, incomodaba mucho la Soberanía de los Zares, o la dividía con ellos: haber humillado el tiránico orgullo de los nobles, que a sus dependientes trataban como vilísimos esclavos: haber hecho conocer, y practicar a sus Vasallos varias virtudes Políticas, y Morales, de quienes ignoraban aun los nombres.

27. A los ojos se viene, que para hacer todo esto era menester una comprehensión, una capacidad inmensa, una fuerza de espíritu robustísima, un valor en supremo grado [211] heróico, una actividad infatigable, una política artificiosísima, un celo ardiente por la felicidad de aquel dilatadísimo Imperio.

28. Efectos proporcionados a estas, y otras virtudes fueron el establecimiento de una Infantería tan animosa, y reglada, como la de otra cualquiera Nación Europea: una Marina de cuarenta Bajeles de línea, y de doscientas Galeras: Fortificaciones según el estilo moderno de todas las Plazas importantes: una excelente Política en todas las Ciudades principales: una Academia de Marina, adonde todas las Familias Nobles son obligadas a enviar algunos de sus hijos: Colegios en Moscú, en Petersburg, y en Kiof para enseñar las Lenguas, las bellas Letras, y las Matemáticas: Escuelas pequeñas en las Poblaciones menores, donde los paisanos aprehenden a leer, y escribir: Escuelas públicas en Moscú de Medicina, Farmacéutica, y Anatomía: un Observatorio para la Astronomía: Imprentas tan buenas, como las de los Reinos que florecen en policía: una Biblioteca copiosísima, compuesta de tres que compró en Inglaterra, y Alemania, &c.

29. Tantas cosas insignes como las que hasta aquí he referido, y otras que omito, hizo Pedro el Grande en un reinado de veinte y nueve años; (no más que éstos reinó solo por la muerte de su hermano Juan, que ocupaba la mitad del Trono) que si las viésemos ejecutadas en otro gran Imperio por cinco, o seis Reyes en el espacio de siglo, y medio, de modo, que se dividiesen entre ellos las partes de tan magnífica obra; a todos estos cinco, o seis Reyes aclamaría el mundo por unos Príncipes de extremada habilidad.

30. Los medios con que logró tantas, y tan altas empresas, fueron tan extraordinarios como ellas. Supo este Príncipe hallar la mayor elevación en el mayor abatimiento: levantóse sobre todos los Reyes, bajando a igualarse con sus más humildes Vasallos. ¿Cómo hizo Soldados, y buenos Soldados a los Rusianos? Sirviendo él como Soldado desde el ínfimo grado, de donde fue subiendo por los pasos [212] regulares hasta el supremo. Sirvió primero de Tambor, luego de Soldado raso, después de Cabo de Escuadra, de Sargento, de Alférez, &c. Supongo, que ejerciendo estos empleos no exponía su persona en las funciones, como corresponde a cada uno de ellos; pero los ejercía con la diligencia más puntual, y con la más rendida obediencia a sus Jefes. ¡Cuánta influencia tendría esto en todos los Rusianos! ¡Qué noble Moscovita se desdeñaría de servir con el fusil, o con la granada en la mano, viendo a su Príncipe batir el Tambor! He dicho, que supongo que en aquellos empleos no exponía su persona; porque aun cuando su ardimiento le impeliese a ello, le reprimirían sus Jefes, a quienes en todo, y por todo obedecía con la mayor resignación. Sobrábale valor pero sería facinerosa imprudencia arriesgar una vida, de quien pendía la felicidad de la Rusia. Sobrábale valor, como mostraba en varias ocasiones, siendo General de sus Tropas, en cuyo estado no tenía superior que le impidiese, especialmente en dos. La una fue la batalla, que dio al General Leventhaud a la margen del Nieper, donde habiéndose puesto en fuga al primer encuentro la infantería Rusiana, congregada de nuevo, colocó un número crecido de Calmucos, y Cosacos detrás del Ejército, con orden de que hiciesen pedazos a cualquiera que huyese, sin reservar su misma persona, en caso que él cometiese esa vileza. Otra, cuando circundado del Ejército Turco a las orillas del Pruth, y perdido sin remedio, eligió perecer con las armas en la mano, antes que rendirse; aunque de uno, y otro riesgo le libró su esposa la célebre Emperatriz Catalina, sobornando con todas sus preciosas joyas al avaro Visir, que mandaba el Ejército enemigo.

31. El mismo ejemplo que a las Tropas de Tierra dio a las de Mar, subiendo por todos los oficios, desde el de Grumete, hasta el de Almirante; no siendo esto mera denominación, sino empleo real, y verdadero; pues cuando Grumete, servía al Capitán de Navío en todas aquellas humildes ocupaciones en que los demás Grumetes a los suyos [213] y en una ocasión, que imprudentemente el Capitán, corriendo un viento fuerte, le mandó, o permitió subir a la gabia, intrépidamente lo ejecutó, aunque luego que el Capitán le vió arriba, conociendo el peligro le mandó bajar.

32. Raro espectáculo fue para el Mundo, y lo será siempre puesto en la Historia un Emperador de la Rusia haciendo el oficio de Tambor en la Tierra, y el de Grumete en el Mar. Pero otro espectáculo más raro voy a proponer. Pásmense todos los Príncipes existentes, y venideros, de que ese mismo Emperador de la Rusia, por aprehender la construcción de los Navíos, y enseñarla a sus Vasallos, excitándoles juntamente para que se aplicasen a ella con su ejemplo, dos años estuviese ejerciendo el empleo de Oficial de Carpintería en Amsterdam, con todas las circunstancias, y condiciones de tal, vestido como los demás Oficiales, sustentándose de su paga diaria como los demás; pero excediéndolos a todos en el afán del trabajo. No los triunfos de Camilo, de Marcelo, de Mario, de César, de Pompeyo embelesaron tanto a los Romanos, como Pedro el Grande, incógnito debajo del nombre de Pedro Micaelof, y al mismo tiempo conocido de todos por lo que era; madrugando muy de mañana al astillero en hábito humilde con la hacha debajo del brazo, y ocupando todo el día en aquella tarea con tanto ardor, como si pendiese de ella su vida.

33. Esta fue una especie de heroísmo incógnito hasta entonces al Mundo; pero heroísmo de orden superior a cuantos el Mundo celebró hasta entonces. Fue un voluntario eclipse de la Majestad, que descubrió todo el esplendor de la virtud. Cuando se propone un fin tan noble como el bien de los Vasallos, es grandeza más que Regia despojarse enteramente de la pompa. Aquellas almas vulgares que sólo adoran en los Príncipes la exterior magnificencia, notarían, y aun despreciarían, como indigna de la soberanía, aquella aparente bajeza; y al mismo tiempo el Zar, con una celsitud de ánimo, propria de su gran corazón, [214] despreciaba como irracional ese mismo desprecio. Y aun puede ser (porque no ignoraba enteramente la Sagrada Escritura) tuviese presente lo que pasó entre David, y Michol en caso muy semejante.

34. Aquel gran Rey, y gran Santo, cuando en procesión solemnísima se redujo el Arca del Testamento de la Casa de Abinadab a Jerusalén, en obsequio de la Divinidad, que en ella se representaba, ceñido con una zona, o cubierto con un sobrevestido de lino, (que la voz de Ephod, de que usa la Escritura, un medio entre uno, y otro significa) iba danzando con cuanta fuerza, y agilidad podía delante del Arca: Saltabat totis viribus ante Dominum. Viólo su Esposa Michol desde una ventana, cuando ya el Arca entraba por la Ciudad; y considerando a David envilecido con el humilde oficio de Danzarín, a que se añadía la humildad del traje, dice la Escritura, que le despreció en su corazón: Despexit eum in corde suo. Y aun añade, que con una irrisoria ironía le insultó luego sobre el hecho: Quam gloriosus fuit hodie Rex Israel, &c. ¿Y qué le respondió David? Que haría lo mismo, y aún más, interviniendo el proprio motivo: y en esa aparente vileza fundaría su mayor gloria: Et ludam, & vilior fiam plus, quam factus sum... & gloriosior apparebo. El mismo bajo concepto, que de David hizo la imprudente Princesa, viéndole en humilde traje, y humilde oficio, harían del Zar, viéndole en humildes oficios, y traje muchos de no mejor juicio, que Michol. ¿Mas qué tenemos con eso? Esa vil exterioridad constituye para los hombres de entendimiento la mayor gloria del Zar, como también la de David: Gloriosior apparebo.

35. Tanto hizo por el bien de sus Reinos Pedro el Grande, y tanta gloria le resulta de lo que hizo. Príncipe verdaderamente incomparable, a quien justísimamente se puede adaptar, aunque no por el mismo título, lo que la Escritura dice de Josías: Similis illi non fuit ante eum Rex. (4. Reg. cap. 25.) Nadie hizo lo que él hizo. Digan, pues cuanto quieran en su alabanza los Panegiristas de Luis XIV. [215] Concederé, que fue un excelente Rey, que mereció el epíteto de Grande. Pero dudo, que en la conservación de este epíteto, hacia la posteridad, logre la dicha de su antecesor el glorioso Carlo Magno, en quien la expresión de la grandeza se unió con tanta estrechez al nombre, que vino a hacerse parte del nombre la expresión de la grandeza. Adularon mucho sus Vasallos, y aun no pocos forasteros a Luis XIV. Creo que hubiera sido mucho mejor Rey, si no le hubieran adulado tanto. No faltó sino consagrar sus mismos vicios, dándoles el nombre de virtudes; y en parte, ni aun esto faltó. De aquellos pomposos Panegíricos, de que se llenó su Reino, y aun los extraños durante su vida, quedaron sonoros ecos después de su muerte, como olor de los inciensos, que tan largamente le habían tributado. Pero noto ya en algunos Escritores Franceses, que tomaron la pluma posteriormente a su fallecimiento, una tal languidez en sus elogios, que temo, que pasado un siglo ya el eco de los Panegíricos no suene, y el humo de los Inciensos se disipe.

36. Ciertamente no sucederá esto a Pedro el Grande porque a la grandeza de sus acciones sobra mucha magnitud para llenar la extensión de treinta, o cuarenta siglos.

37. Sólo le faltó a este grande hombre una hazaña superior a todas las que logró, que fue plantar la verdadera Religión en sus Reinos. Era sin duda capaz de hacerlo; y aun me atrevo a decir, que le sobraban fuerzas para ello, cuando ya tenía a todos sus súbditos enteramente rendidos a su arbitrio. Mas para ejecutarlo era menester, que primero la Divina Gracia le desterrase del entendimiento su errada creencia, con aquella iluminación, que sólo puede venir del Padre de las Luces. Aun para las previas disposiciones, que se pueden poner acá abajo, o por hablar más teológicamente, para la remoción de los estorbos; había infinito que vencer, porque es grande la resistencia del error envejecido. ¡Cosa lamentable! que la senectud, que todo lo debilita, y quita el vigor a los animales, a las [216] plantas, y aun a las piedras, aumenta las fuerzas al error.

38. Con todo aun en esta materia hizo algo, y no muy poco Pedro el Grande; porque desterró algunas de aquellas más crasas supersticiones, que con una firmísima adherencia estaban radicadas en la ceguera de sus Rusianos.

39. Ultimamente, para complemento de éste, ya más Panegírico, que Paralelo, añadiré aquí a Vmd. otra maravilla de este grande hombre, que se me haría increíble, si no lo viese asegurado por varios Autores: y es, que sin embargo de los máximos negocios, que siempre le ocuparon, se instruyó en varias Ciencias, y Artes, de modo, que fue Matemático, Filósofo, excelente General de las Tropas de Tierra, habilísimo Almirante para las de Mar, Político insigne, Historiador, Piloto, Arquitecto Naval, &c. ¡Raro genio! ¡Portentosa capacidad! Nuestro Señor guarde a Vmd. muchos años.


{Feijoo, Cartas eruditas y curiosas, tomo tercero (1750). Texto según la edición de Madrid 1774 (en la Imprenta Real de la Gazeta, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo tercero (nueva impresión), páginas 200-216.}