Filosofía en español 
Filosofía en español


Tomo cuarto Carta primera

El deleite de la Música, acompañado de la virtud, hace en la tierra el noviciado del Cielo.
A una Señora devota, y aficionada a la Música

1. Muy Señora mía: Con alguna pena leí la noticia del escrúpulo que perturbaba el sosiego de V. S. pero es muy inferior esta pena al consuelo, que por otra parte recibo, contemplando el principio de que nace este desasosiego. Desea V. S. darse toda a Dios: deseo tan justo que con él conspira al mismo fin la obligación de todo racional. Dios nos hizo para sí, y sólo para sí. Cualquiera parte del corazón, que entreguemos a la criatura, es un robo hecho al Criador: Compró Dios (dice San Agustín) nuestro corazón en un precio muy alto, porque quiere reservarle todo para sí solo {(a) Tanti emi, ut solus possideat. August. tractat. 9. in Joann.}. La Creación, y la Redención son los títulos de compra que le vinculan esta posesión por entero, y el instrumento auténtico de los dos títulos la Escritura Sagrada.

2. Pero, Señora, esto no nos prohibe todo afecto a las cosas criadas, ni hace ilícita toda delectación, que ellas puedan producir en nuestro ánimo, sí sólo que el corazón las abrace como su único bien, o como su último fin; antes bien el debido uso de ellas puede conducir para que lleguemos con seguridad al término a que debemos aspirar. Considere V. S. que aquí somos unos peregrinos, que del destierro caminamos a la patria, de la tierra al Cielo, peregrinación larga, camino dilatado, en el cual es preciso [2], a bien medidos intervalos, tomar algún reposo; porque apurar todo el poder de las fuerzas, es cortar el vuelo a las esperanzas; sucede la languidez al excesivo conato, y al demasiado afán un total deliquio, de modo, que por ser aquel el último esfuerzo, viene con toda propiedad a ser el esfuerzo último.

3. Ya se entiende que el reposo de que hablo es alguna antecedente recreación, en que, a tiempos proporcionados, descanse el ánimo de la fatiga, o disipe el fastidio, que muy continuadas inducen las obras, ya de obligación, ya de devoción. Siendo esto así, debe V. S. estar muy agradecido al Altísimo, que le dio la inclinación que tiene, no sólo a una recreación honestísima, cual es la de la Música, pero que juntamente entre todas las Artes es la más noble, más excelente, la más conforme a la naturaleza racional, y la más apta a hermanarse con la virtud. Con que se dividirá el alegato, que en esta Carta instituyo por la preferencia de la Música a todas las demás Artes recreativas, a tres capítulos: el primero, de su mayor nobleza; el segundo de su mayor conformidad a la naturaleza humana; el tercero, de su mayor honestidad o utilidad moral.

4. Los sabios del Gentilísimo, por su Autor, por su antigüedad, y por la magnificencia de sus obras, dieron entre todas las Artes el primer lugar a la Música. Su Autor dicen fue Dios: su antigüedad es la misma que la del mundo, y composición música fue la magnífica obra, la misma creación del mundo: Pitágoras (dice Plutarco), Arquitas, Platón, y los demás antiguos Filósofos enseñaron, que ni los movimientos de los cuerpos sublunares, ni de los celestes pudieron hacerse, ni conservarse sin Música, afirmando que el Artífice Soberano todas las cosas fabricó en armónica consonancia {(a) Rerum omnium motiones, astrorumque comversiones, Pythagoras, Architas, & reliqui veteres phylosofantes, nec fieri, nec consistere posse absque Musica praedicarunt: omnia namque opificem Deum cum harmonia fabricasse contendunt. Plutarchus de Música.} Lo mismo dejó escrito [3] Cicerón. Estas son sus palabras: Pitágoras, y los que después de él se dieron al estudio de la Filosofía, fundados en sutiles argumentos, conjeturaron que el mundo no se pudo formar, y componer, sino según las reglas de la Música.

5. Pero lo que me importa infinitamente más es, que las Sagradas Letras nos insinúan lo mismo que en el asunto dijeron los antiguos Filósofos. En el Libro de la Sabiduría se lee, que Dios al dar el ser a las criaturas, todo lo dispuso según número, peso, y medida {(a) Omnia in mensura, & numero, & pondere disposuisti. Sapient. cap. 11}. Esto es, haberlo hecho todo en proporción armónica, porque número, y medida son, no sólo los fundamentos, mas la misma esencia de la Música. Así Cornelio Alapide explica aquel texto por la doctrina de los antiguos Filósofos citados arriba, que la construcción del mundo, y ordenación de sus partes se hizo por reglas armónicas. Lo mismo nos expresan aquellas palabras del Señor en el libro de Job: ¿Quién hará dormir la consonancia, o armonía del Cielo {(b) Concentum Coeli quis dormire faciet? Job. cap. 38}? Las cuales explica el doctísimo Expositor Calmet por estotras, como equivalentes: ¿Quién hará callar los instrumentos de la Música del Cielo {(c) Quis silentium indicet instrumentis Musicae Coeli? Calmet super Job. cap. 38}? El movimiento de los Astros, sus recíprocas distancias, la masa cuantitativa de sus cuerpos, la medida del tiempo respectivo a sus revoluciones, todo está puesto en cierta proporción armónica; la cual, cuanto hasta ahora a la humana inteligencia fue permitido, explicó en parte con su admirable, y justamente admirada regla el sagacísimo Astrónomo Keplero; debiendo aquí advertir, que según la citada regla, nuestra tierra entra también en esa música, puesta en consonancia con los cuerpos celestes, como uno de los instrumentos de esa general armonía. Y era [4] preciso que fuese así. ¿Este Orbe, destinado para habitación de los racionales, había de quedar fuera del concierto, haciendo disonancia a las demás obras del Criador?

6. No sólo todo el cuerpo de la tierra entra en esta armonía general, mas las mismas partes de la tierra guardan recíprocamente entre sí cierta proporción música. De cuatro clases de criaturas se compone este inferior Orbe: cuerpos inanimados, cuerpos animados dentro de la esfera de vegetables; cuerpos animados de alma sensitiva, y cuerpos animados de alma racional. Estas cuatro clases hacen las cuatro voces de esta Música. La más baja es la de los cuerpos animados; la inmediata sobre ella la de los vegetables; sobre ésta la de los puramente sensitivos; y más alta que todas la de los racionales.

7. Como esta Universal Música la hizo Dios, su destino, o único, o principal es para alabar a Dios. El sólo comprehende perfectamente su armonía, porque fue composición, que hizo, siguiendo la idea, que desde la eternidad tenía en su mente Divina. Así se ve, que en el Psalm. 148. David a todas las criaturas invita a alabar al Señor, a todas sin excepción, altas, medias bajas, ínfimas; a las angélicas, a las racionales, a los cuerpos celestes, a los brutos, a las plantas, a los Elementos {(a) Laudate Dominum de Coelis:: Laudate eum Sol, & Luna: Laudate Dominum de terra:: montes, & omnes colles, &c. Psalm. 138.}. Dije que las invita a alabar al Señor. Pero propiamente no es invitarlas, o excitarlas a que hagan lo que no hacían antes, sino aprobar, aplaudir el canto laudatorio, que están tributando a su Criador desde el principio del mundo. Así se ve, que aunque los Angeles desde su creación están siempre alabando a Dios, también, respecto de ellos, ejerce David la misma invitación: Alabadle todos sus Angeles, alabadle todas sus Virtudes {(b) Laudate eum omnes Angeli eius, laudate eum omnes Virtutes eius. Psalm. 138.} [5]

8. Diráme V. S. acaso que ésta de que hablo es Música puramente alegórica, y que sólo con impropiedad se puede llamar tal. Pero yo insistiré siempre en que es Música real, y verdadera, pero de otro orden. Esto es, Música filosófica, Música no compuesta para el oído, sino para el entendimiento, y por eso mismo más elevada. Aun cuando no hubiera otro motivo para concebirlo así, el respeto debido al Santo Profeta David bastaría para creer, que no habló impropiamente, cuando nada nos obliga a ello, sino en sentido en algún modo propio, y legítimo, pero superior a aquel con que el uso vulgar toma la voz Música; que los que hablan inspirados de Dios, sin faltar a la propiedad, usan tal vez de las voces para significaciones más elevadas que las comunes, de la cual hay varios ejemplos en las Divinas Escrituras.

9. Pero norabuena: hablemos ya determinadamente de la Música, a quien el vulgar uso da ese nombre, de la Música que pertenece al órgano del oído. De esa misma probaré a V. S. que es la más excelente, y noble de todas las Artes. Ciertamente bastaría para persuadir esta verdad la autoridad de Cicerón, porque es de especialísima nota en esta materia. Todo el mundo debe confesar, que de las otras seis Artes liberales, la única que puede entrar en concurrencia con la Música, o pretender la ventaja, es la Retórica, u Oratoria. Es excusado representar los muchos, y honoríficos títulos que ésta puede alegar en la contienda, porque nadie los ignora, y nadie menos los ignoraba que Cicerón, que penetraba como ninguno todas sus perfecciones, y excelencias. Por otra parte no podía menos de llamar fuertemente su pasión a la Retórica, el haberle debido enteramente el gran poder que tuvo en la República Romana, lo mismo que tenerle en toda la tierra, como también los aplausos más ruidosos, y más constantes de la fama. Sin embargo, este mismo Cicerón, éste, por lo menos después de Demóstenes, primer Orador del mundo, reconoció ventajas en la Música sobre la Retórica, pues en el [6] libro primero de las Cuestiones Tusculanas llama a la Música prestantísima entre todas las Artes {(a) Quin, & Artium veluti praestantissima divinis se inservit rebus & quod testatum quoque Ptolomaeus reliquit, numinibus placandis adhibetur. Cicer. lib. 1. Tuscul. quaest.}.

10. A la autoridad de Cicerón agregaremos la de los más antiguos Filósofos, de los cuales dice Plutarco: Que ponían en las manos de sus Dioses, o de sus Estatuas varios instrumentos músicos, por estar en el concepto de que no había ocupación más digna de la Deidad que la Música {(b) Prisci illi Theologi, omnium Phylosoforum vetustissimi, isntrumenta musica Deorum signis in manus dabant, non quasi lyram, & tibiam, sed quod nullum esse Deorum officium tale censerent, qualis harmonia, & modulatio esset. Plut. de Procreatione animi.}. La excelencia de un Arte se colige, o mide por la superioridad de los sujetos, a quienes se considera proporcionado su ejercicio. Así, si los antiguos imaginaban el de la Música digno de los Dioses, contemplaban el Arte como en alguna materia Divina, o sobre humana, por consiguiente colocada en una esfera muy superior a todas las demás. El que en ésta se mezclase la superstición gentílica, no quita que fuese recto el conocimiento que tenían de la excelencia del Arte: abusaban del dictamen, pero el dictamen era verdadero. Así como era error gentílico elevar sus Héroes a Deidades; pero las hazañas, o acciones heróicas en que fundaban esa sacrílega adoración, no eran fingidas, o fabulosas; aunque después de deificarlos, alteraron la historia con la fábula, atribuyéndoles acciones portentosas, que imaginaron como propias del poder de los Dioses, por ser superiores a todo el esfuerzo de los mortales.

11. Pero que bien, que mal fundadas, para nada he menester las imaginaciones de los Filósofos Gentiles, por tener para mi intento apoyo infinitamente más sólido en las Sagradas Letras. El Apostol San Juan, a quien la Divina Majestad reveló tantos excelsos misterios, concediéndole [7] el privilegio singular de que pasease su espíritu por el Cielo, aun más que su cuerpo por la tierra, no nos representó el uso de otro Arte en el Empireo, que el de la Música; ni otra delectación sensible en los Bienaventurados, que la que causa el concierto de los instrumentos, y las voces; Allí ví, dice, veinte y cuatro ancianos, de los cuales cada uno tenía su Cítara en la mano {(a) Viginti quatuor seniores ceciderunt coram Agno, habentes singuli Cytharas, &c. Apoc. cap. 5}. Y porque no se piense que tenían ese instrumento sólo como insignia, en otra parte declara su uso, diciendo: La voz que oí era como de Citaristas, que pulsaban sus Cítaras {(b) Et vocem, quam audivi, sicut Cytharaedorum cytharizantium Cytharis suis. Apoc. cap. 14}. Este era el tañído de los instrumentos; pero a la pulsación de los instrumentos acompañaba la melodía de las voces: Y cantaban, añade, como un cántico nuevo {(c) El cantabant quasi canticum novum. Apoc. cap. 14}.

12. Es verdad que algunos Expositores explican el tañido, y el canto en sentido espiritual, o metafórico; pero otros lo entienden en el propio, y riguroso, lo cual es más conforme a la letra, dice Alapide: de la cual nada nos obliga a apartarnos en los dos textos alegados, mayormente cuando debe creerse, que los cuerpos, y los sentidos de los Bienaventurados tendrán en el Cielo su deleite, como sus espíritus, y entendimientos; lo cual confirma, no sólo con autoridades claras de S. Agustín, y S. Anselmo, mas también con lo que refiere S. Buenaventura del Seráfico Francisco, que deseando con ansia entender cómo era la Música celestial, Dios se lo concedió, haciéndole oír a un Angel, que pulsaba una Cítara con exquisitísimo primor {(d) Alapide in Apoc. cap. 5. y 8}.

13. Advierte el mismo Alapide, que aunque en los dos textos no se nombra otro instrumento músico que la Cítara, por la figura Synedoche, se han de entender en [8] ella los demás instrumentos músicos, así de viento, como de cuerdas. También se debe advertir, que en el estado presente sólo pueden gozar del deleite de la Música celestial la Humanidad de Cristo, y su Madre la Santísima Virgen, cuyos cuerpos gloriosos poseen ya, desde que salieron de esta vida mortal, la habitación del Empyreo (Lo mismo dirán de los Santos, que resucitaron con Cristo, los Autores que siguen la plausible sentencia.) Los demás Santos la gozarán después de la resurrección universal, reuniéndose entonces, llenos de esplendor, sus cuerpos a sus bienaventuradas almas, las cuales, sólo mediante los órganos corpóreos, pueden percibir la delectación sensible de aquellos suavísimos conciertos.

14. Aun cuando la Música celestial, de que habla el Apostol, no fuesen real, y verdadera, sino metafórica, o similitudinaria, como pretenden otros Expositores, siempre sería un argumento insigne de la sublime nobleza de este Arte, respecto de todas las demás, el que sólo en la apariencia de su dulce ejercicio se le representasen al Apostol los inefables gozos de la Patria, como que únicamente la suavidad de la Música es de cuanto hay en la tierra símbolo, o viva imagen de la felicidad del Cielo.

15. Establecido ya que la Música es la más noble de todas las Artes, probaré asimismo que es la más conforme a la naturaleza racional. Para lo cual vaya delante la autoridad del más racional de todos los Filósofos antiguos. La Música (dice Aristóteles) es una de aquellas Artes, que deleitan con proporción a nuestra naturaleza; de modo, que parece, que ésta tiene cierta especie de parentesco con la Música. Por lo cual muchos Sabios dijeron, que nuestro ánimo es armonía, otros que tiene harmonía {(a) Musica vero ex his est, quae sunt iucunda secundum naturam, & videtur cognatio quaedam esse nobis cum harmoniis, & rythmis, qua propter multi sapientum dixerunt, alli quidem animum esse harmoniam, alii vero habere harmoniam. Arist. Polit. lib. 8. cap. 5}. [9]

16. No nos dice Aristóteles cómo esos Sabios explicaban, o entendían esa armonía del animo. Lo que yo diré, y digo, no fundado en la autoridad de algún Filósofo, sino en lo que me siguiere la razón, es, que en nuestro ser, en este todo, compuesto de cuerpo, y alma racional, resplandece la más perfecta, la más sublime, la más admirable armonía de cuantas produjo la naturaleza, o discurrió el Arte. Esta consiste en la como simpática correspondencia entre las dos partes esenciales de nuestro ser, cuerpo, y alma. ¿Qué es el cuerpo? No más que materia. ¿Qué es el alma? Puro espíritu. Esta es la suprema diversidad, que cabe entre las substancias criadas. Y dos substancias tan diversas, entre quienes media una distancia filosófica tan grande, ¿están entre sí acordes, o cónsonas? Tanto, que no hay en cuantos objetos explotan, o el entendimiento, o el sonido, otra consonancia mayor. Cuanto suena en el cuerpo, resuena en el alma; cuanto suena en el alma, resuena en el cuerpo. Toque en cualquiera parte del cuerpo la punta de una aguja, al delicado contacto de aquella imperceptible cuerdecita nerviosa, que hirió la aguja, se conmueve, se resiente toda el alma. Sienta el alma cualquiera aflicción, cualquiera congoja, cualquiera pesar que la atormente; al punto, como ecos de aquel dolor, resultan en el cuerpo varios sensibles movimientos; por el que recibieron los espíritus animales; estremecimientos, contorsiones, inmutación del semblante, decadencia de color, agitación turbulenta en la sangre, debilitación de las fuerzas, algún desorden en las funciones, o vitales, o animales. Lo mismo sucede en las pasiones del alma. Ninguna hay, a quien no resulte alguna consonancia en el cuerpo. La ira mueve la sangre hacia la superficie: el temor la recoge hacia dentro; el amor de concupiscencia la hace arder en llamas impuras.

17. La misma consonancia, que hay en las dos partes al impulso de las afecciones dolorosas, se experimenta asimismo en las deleitables. Cualquier gozo del alma [10] hace a la vista patentes sus efectos en el cuerpo, mayores, o menores, según la mayor, o menor intensión del gozo. Cualquier movimiento, o contacto suave, y plácido del cuerpo refunde alegría, o placer en el alma.

18. ¿Hay otra alguna armonía más perfecta, más ajustada en el mundo? No, se me dirá. Compárese con ésta la imagen del iman con el hierro, o con el polo. La del flujo, y reflujo del mar con la Luna; la de los cuerpos eléctricos; la de dos cuerdas puestas en unísono. Todo es mucho menos. Ninguna de estas armónicas correspondencias es tan inalterable como la del cuerpo, y la del alma. Algunas circunstancias, o causas extranjeras introducen en aquellas sus irregularidades; la del cuerpo, y el alma siempre es constante. Sobre esto la causa, o principio de aquéllas ya se hizo bastantemente accesible a la especulación de los Filósofos. Todo se reduce a un mero mecanismo, más o menos penetrado. Del de la primera, y segunda ya ha tiempo que tenemos una explicación probabilísima. En la investigación del de la tercera se trabaja actualmente con esperanza de descubrirle. Y por lo menos se sabe, que la causa es cierto mecanismo, aunque no se haya llegado a hacer su anatomía. El de las cuerdas en unísono, y aun en octava, quinta, y tercera ya está enteramente comprehendido. Pero la consonancia del cuerpo, y del alma no es explicable por algún mecanismo; porque un espíritu puro, cual es el alma, no es capaz de mecanismo alguno. El mecanismo todo está dentro de la jurisdicción de la materia.

19. Así esta armónica correspondencia viene de otro principio más alto, y misterioso, que hasta ahora ha negado su conocimiento a todos los esfuerzos de la Física, y Metafísica, desesperando ya a los más sagaces Profesores de estas dos Ciencias de evadir la dificultad, sino mediante el recurso a la mera voluntad del Autor de la Naturaleza. [11]

20. Pero siendo ya cierta, como acabo de probar, esta acorde consonancia entre las dos partes esenciales de nuestro ser, alma, y cuerpo, se descubre claramente aquella especie de parentesco, de que habló Aristóteles, que hay entre nuestra naturaleza, y la Música; aunque ni Aristóteles, ni los sabios anónimos, que cita, la explicaron. Por consiguiente se convence, que entre todas las Artes delectables la más conforme a la naturaleza racional es la de la Música.

21. Mas previniendo, que la razón propuesta acaso no será del gusto de V. S. por parecerle que envuelve algo de sutileza metafísica, yo que deseo dejarla enteramente satisfecha, le presentaré otra derivada de la historia, pero historia la más segura, y cierta de todas, porque es la Sagrada del Génesis. En el capítulo cuarto de este Divino Libro {(a) Et nomen fratris eius Iubal: ipse fuit Pater canentium Cythara & Organo. Genes. cap. 4} se lee, que Jubal fue el primer inventor de la Música; pues aunque el texto no expresa sino la invención de la Cítara, y el Organo, los Expositores entienden en ella la de otros instrumentos músicos; o por decirlo con más propiedad, la de la Música en general. ¿Mas qué infiero de aquí? Que es antiquísima la invención de la Música; porque Jubal floreció en la primera edad del mundo; fue sexto descendiente de Adán, y anterior al Diluvio. Añado que de la Historia Sagrada, no sólo consta esta grande antigüedad absoluta de la Música, mas también su anterioridad de existencia, o digámoslo así, su decanato respecto de todas las demás Artes liberales, y aun de todas aquellas, que sirven al deleite, sin exigirlas la necesidad: pues Moisés, insinuando la invención de algunas de las necesarias a la vida humana antes del Diluvio, como la pastoricia, la ferraria, la edificatoria, y aun la náutica, nada dice de las que sólo sirven a la delectación, o al adorno intelectual, sino de la Música. [12]

22. Y bien, ¿qué se colige de esto? Que de todas las Artes liberales, y aun de todas las delectables la más connatural a nuestra racional naturaleza es la Música. Lo natural siempre va delante de lo que no lo es, y lo más natural delante de lo que es menos: lo que se verifica en lo perteneciente al gusto, como en todas las demás cosas. En aquella primera edad del mundo reinaba el gusto más conforme a la inspiración de la naturaleza; porque aún no le habían alterado la preocupación, el capricho, el fastidio de lo mejor, o el mal ejemplo del gusto extravagante de quien ocupase algún alto puesto: sucediendo en la infancia del mundo lo que en la infancia del hombre, en la cual el apetito movido sólo del impulso natural se va a aquel alimento más proporcionado a la complexión, y el gusto al más dulce; hasta que en las siguientes edades la saciedad, el fastidio de lo que es en sí más gustoso, o el contagio de la ajena extravagancia, conducen a lo agrio, a lo amargo, a lo austero, a lo picante, &c.

23. Sólo me resta ya probar la tercera prerrogativa, en que excede la Música a las demás Artes, que es su mayor aptitud, u disposición para el ejercicio de la virtud. Esta es la más apreciable de sus excelencias: por lo cual me extenderé más en ella, y también por otras tres razones. La primera, porque este asunto será el más grato a la piedad, y devoción de V. S. La segunda, porque lo que diga a favor de esta prerrogativa, será la más ilustre prueba de las otras dos, en que hasta ahora he discurrido; pues todos los Sabios convienen en que la virtud constituye la mayor nobleza del hombre, y asimismo en que su ejercicio es el más propio, o más conforme a la naturaleza racional. La tercera, porque esta última parte del Panegírico, que hago de la Música, es la que principalmente conduce al asunto, que he propuesto en él, conviene a saber, que el deleite de la Música, acompañado de la virtud, hace en la tierra el noviciado del Cielo. [13]

24. La felicidad de la vida celestial consiste en un deleite purísimo, separado de todo afecto terreno, y en una tranquilidad serena del alma, que ninguna pasión, o accidente perturba; y uno, y otro efecto hacen acá en la tierra acompañadas la virtud, y la Música, aunque con modo mucho menos excelente; que por eso, y por ser una disposición vial para la otra felicidad consumada, viene a ser estotra no más que el noviciado de aquélla.

25. Deleite puro es el que hace gozar la virtud; deleite que nada tiene de vicioso el que causa la Música: uno, y otro producen en el alma aquella tranquilidad serena, aquella suspensión apacible, aquel reposo dulce que excluye toda turbulencia. Por eso los Poetas dieron el nombre de Olimpo al Cielo, tomando la denominación de aquel elevadísimo Monte de Tesalia, que superior a todo nublado, goza siempre de aquella limpia Región etérea, que ningún vapor terreno ofusca: de aquella pacífica calma, a quien nunca la guerra civil de los elementos altera, porque todos los combates se dan fuera de su distrito.

26. Mas lo que en esta materia revela más la excelencia de la Música es, que el gusto de ella dispone el ánimo para la virtud. De modo, que no se debe considerar que la sociedad de ésta con la Música sea casual, o fortuita, sino connatural. Es en gran parte aquélla secuela de ésta. ¿Por qué? Porque el gusto de la Música allana al alma el camino para la virtud, quitando gran parte de los estorbos, o tropiezos que hay en él. Estos estorbos son las pasiones, o inclinaciones viciosas. La ira, la concupiscencia, la ambición, la codicia, la soberbia, &c. hacen este camino difícil; y la Música, quitando estos estorbos, le facilita. ¿Y cómo quita estos estorbos? De dos maneras. Concurren a esa utilísima obra la inclinación genial a la Música, y el goce actual de ella.

27. Las pasiones humanas se estorban recíprocamente [14] unas a otras, lo que las hace en algún modo incompatibles. Si hay alguna muy viva, o dominante, llevando el alma con ansia hacia su objeto, debilita, si no extingue, el impulso que le pueden dar las otras. ¿Quién hay que no experimente esto dentro de sí mismo? Dichoso, pues, aquel, cuya inclinación dominante sea decente, u honesta, que le conduzca a un objeto moralmente bueno, o por lo menos indiferente. Esta ocupará el alma, de modo, que deje poco, o ningún lugar para que en ella se aniden otras pasiones. ¿Y qué inclinación, ni más honesta, ni más oportuna para producir este utilísimo efecto, que la de la Música? Los que están muy enamorados de su dulzura, hallan insípido, o por lo menos de una sapidez muy tibia todo aquello que constituye el placer de los que son de diverso genio. Esa limpia pasión (si pasión se puede llamar), no sólo aparta la atención del alma, a quien domina, de los objetos que la pueden ser nocivos; mas la hace mirar, como indignos de su nobleza, todos aquellos que en la cualidad de viciosos necesariamente incluyen la infamia de torpes, y villanos.

28. De este modo la inclinación a la Música allana a la alma el camino de la virtud. Mas como no siempre esa inclinación señorea tanto este animado domicilio, que no deje en el hospedaje a otra, u otras pasiones, o no siempre es tan fuerte, que totalmente resista el maligno influjo de ellas; resta que el goce, o actual deleite de la Música concurra a prestar al alma en el mismo, o equivalente beneficio. Y en efecto le presta, no sólo haciendo olvidar mientras dura los objetos de las demás pasiones, mas trayendo poco a poco el corazón a una dulce temperie con que se corrige la acrimonia de la ira, el ardor de la concupiscencia, la acerbidad del odio, la austeridad de la melancolía, la efervescencia de la ambición, la sed de la codicia, y la exaltación de la soberbia.

29. Esto es lo que nos quisieron significar los Poetas [15] en los prodigiosos efectos, que fabulosamente atribuyeron a los dos antiquísimos Músicos Orfeo, y Amfión: diciendo del primero, que con la suavidad de la Lira atraía, y humanizaba las bestias más indómitas; y del segundo, que pulsando el mismo instrumento, movió las piedras a que, uniéndose unas con otras, formasen la Ciudadela de Tebas: en que no quisieron darnos a entender otra cosa, sino que el primero con la dulzura de la Música, suavizando los genios de unos hombres agrestes, de brutales inclinaciones, y costumbres, los había atraído a un modo de vivir honesto, propio de racionales; y el segundo, usando del mismo medio, a esos mismos hombres, que antes, disociados unos de otros, vivían en las cavernas de los montes como fieras, había movido a unirse amigablemente en las poblaciones. Por lo que el célebre Metastasio, Príncipe de los Poetas Dramáticos modernos, cantó en su Opera El Párnaso acusado, y defendido:

Se la cetra non era
d'Anphione ed'Orfeo, gli homini ingrati
vita trarriam pericolosa e dura
senza Dei, senza legi, e senza mura.

Lo que se podría trasladar así al metro Castellano:

Si la Lira de los dos
Orfeo, y Anfión no fuera,
sería el hombre una fiera
sin morada, ley, ni Dios.

30. Ni otra cosa nos persuaden algunas narraciones de la prodigiosa influencia de la Música para refrenar las pasiones más violentas, que leemos en las Historias. Agamenón, estando para partir a la expedición de Troya, dejó en compañía de su mujer Clitemnestra, de cuya fidelidad no estaba muy asegurado, al Músico [16] Demodoro, para que con el uso de su Arte rebatiese los asaltos de la incontinencia. Y en efecto Egisto, enamorado de ella, no pudo rendirla a su antojo, hasta que mató al Músico {(a) Homerus in Odyss}. Los Getas, dice Ateneo, en las embajadas que hacían a solicitar la paz de sus enemigos, usaban de la Música para templar sus ánimos irritados {(b) Athenaeus lib. 14. cap. 11}. Y él mismo añade, que era frecuente entre los antiguos mezclar la Música en los convites para moderar la lascivia, y la intemperancia {(c) Ibid.}. De Empédocles se refiere, que a un joven furibundo, que con la espada desnuda iba a atravesar el pecho a un ofensor suyo, sosegó enteramente con una cantinela {(d) Theatr. Vit. Hum. V. Música pag. 811}. Y del famoso Citarista Terpandro se cuenta, que estando divididos en facciones peligrosas los Lacedemonios, llamado de la Isla de Lesbos, tañendo su instrumento, extinguió los rencores, y concilió los ánimos de los Ciudadanos {(e) Theatr. Vit. Hum. V. Música}. No es menos oportuno al propósito lo que escribe Niceforo, que estando el Emperador Teodosio resuelto a tomar una severa venganza de los Antioquenos, que en una sedición habían ultrajado sus estatuas, y las de su difunta esposa la Emperatriz Placila, unos niños, instruidos para ello por el Venerable Obispo Flaviano, con un canto luctuoso, desarmando su ira, le movieron al perdón {(f) Nicephor. lib. 12. cap. 42}.

31. Mas para el efecto de traer el corazón al partido de la virtud, y ponerle en estado de recibir los influjos de la Gracia, extinguiendo, o suspendiendo en él el movimiento de los afectos viciosos, no son de omitir dos ilustres ejemplos, que nos presentan las Sagradas Letras. Uno es el de Eliseo, cuando los tres Reyes, el de Israel, el de Judá, y el de Edón le pidieron que [17] orase por ellos para el feliz éxito de la batalla, que ya estaba próxima con los Moabitas. Commovióse extraordinariamente la cólera del Profeta contra el Rey de Israel, de modo, que incitado de ella, le explicó su motivo con unas palabras llenas de fuego; mas considerando al mismo tiempo el respeto que debía a Josaphat, Rey de Judá, y determinando a complacerle, mandó que le trajesen un Tañedor de Psalterio, instrumento, como dice el Benedictino Calmet, algo semejante a nuestra Arpa; y habiéndole tocado en su presencia, no sólo consiguió por medio de ruego la victoria de los tres Reyes, mas también que Dios le revelase ¿qué medios debían poner para conseguirle? {(a) Adducite mihi psaltem. 4. Reg. cap. 3}. ¿Mas qué conducencia tenía para esto la Música del Psalterio? Mucha, dice Alapide {(b) Alapid. in 4. Reg. cap. 3. vers. 15}; y el Texto Sagrado la insinúa bastantemente. Estaba el Profeta sumamente irritado contra el Rey de Israel. El corazón, poseído del afecto de la ira, no se hallaba en estado de orar devotamente, de modo que la oración fuese fructuosa. Para aquietar, pues, aquella pasión ardiente, que, aunque procedida de un justo celo, impedía la eficacia de la oración, solicitó la Música, y la Música ejecutada obró el efecto pretendido.

32. No es menos oportuno al propósito, aunque de algo más difícil inteligencia, el caso de David con el Rey Saúl. En pena de la desobediencia de este Príncipe a un positivo orden de Dios, intimado por el Profeta Samuel, se introdujo en su cuerpo un espíritu malo. Con esta voz le nombra la Escritura. Tratose entre los domésticos del remedio; y el que se deliberó (verosímilmente sugerido por inspiración) fue, que se buscase un Músico muy diestro en tañer la Cítara, para ejercer esta habilidad en presencia del Rey. Por noticia que dio uno de ellos, fue llamado a este oficio, como eminente [18] en él, el joven David. Vino David, y la experiencia acreditó el meditado remedio, porque siempre que pulsaba la Cítara se hallaba aliviado Saúl, y el espíritu malo cesaba de oprimirle {(a) 1. Reg. cap. 15}

33. Esto es lo que nos dice el Sagrado Texto. Y sobre él entran los expositores a examinar qué espíritu malo era este que infestaba a Saúl. Los Hebreos, y con ellos algunos Doctores Católicos, como Genebrardo, y Cayetano, sienten que era enfermedad hipocondriaca, o melancolía maniática, efecto del humor que llaman los Médicos atrabiliario. Y prueban el carácter de la enfermedad por la calidad del remedio, pues la Música es el más apropiado que hay para la melancolía.

34. Otros quieren que aquel espíritu fuese un Angel bueno, que de orden de Dios afligía a Saúl en pena de su inobediencia. Y concilian la aparente contradicción del Sagrado Texto, que dos veces le llaman espíritu malo del Señor, diciendo, que se califica espíritu del Señor, porque era de los Angeles buenos, y espíritu malo, por ser malo para Saúl, a quien atormentaba.

35. Finalmente, otros resuelven que era Angel malo, o espíritu infernal. Esta es la opinión más recibida, y realmente la más fundada, como la que más bien se ajusta a la cualificación del espíritu malo, que da el Sagrado Texto a aquel espíritu, sin que obste por otra parte el que le llame espíritu del Señor; pues para salvar esta expresión, bastaba el que en molestar a Saúl obrase de orden de Dios, y como ministro suyo. De suerte, que en esta sentencia la enfermedad era propiamente posesión demoníaca, que le constituía un verdadero energúmeno.

36. En la primera de estas tres opiniones fácilmente se entiende, que la Música podía ser de un grande alivio a Saúl. Pero en la segunda, y tercera no es fácil la explicación. Por excelente que sea la Música, cuanto hay [19] en ella es corpóreo. ¿Qué fuerza, pues, puede tener para combatir un enemigo incorpóreo? Los que están por la tercera opinión satisfacen a esta dificultad por diferentes caminos. Hay, o hubo quienes dieron a los Angeles unos sutilísimos cuerpos, respecto de los cuales podían por tanto ejercer alguna operación ciertas substancias corpóreas. Pero esta opinión está comúnmente reputada por errónea. Otros, admitiendo la total espiritualidad de los demonios, pretenden no obstante que hay en ellos antipatía con algunas cosas materiales; como dicen los Exorcistas se experimenta en el hipericón, y la ruda, con cuyo sahumerio, o huye, o se aquieta el espíritu maligno en los demoníacos. Pero ésta, dice el doctísimo Valles {(a) Valles in Sacra Phylosoph. cap. 28}, es una imaginación, a que dieron motivo Médicos indoctos, y rudos Exorcistas, tomando por posesión demoníaca aquella enfermedad natural, llamada epilepsia; porque contra tal cual simptoma suyo tiene alguna virtud el humo de aquellas dos hierbas.

37. Otros sienten, que Dios elevó milagrosamente la virtud de la música para que obrase contra el demonio, como contra el mismo dio una virtud sobrenatural al hígado del pez de Tobías, o como eleva el agua bautismal a causar la gracia. Pero no es justo recurrir a milagros, sino en lo que no se puede explicar de otro modo. Por lo cual otros dijeron, que la Cítara de David no obraba contra el demonio directamente, sino contra el humor atrabiliario, y maligna disposición para él, que el demonio había introducido en el cuerpo de Saúl, como receptáculo suyo; porque, como dice el citado Valles, los demonios comúnmente se introducen en los que padecen, melancolía, o causan en los hombres afectos melancólicos. Y otros finalmente unen estas dos últimas opiniones, diciendo, que en la Cítara se ejerció una, y otra virtud; la natural curando el humor melancólico; la sobrenatural haciendo ceder el espíritu maligno. [20]

38. Tomando en esta variedad de opiniones lo menos que se da a la Música: o lo que no se le puede negar, que es su conocida actividad contra el humor melancólico, siempre se le deja una grande oposición con el demonio, y una excelente disposición para la virtud. El grande Antonio decía, según refiere San Atanasio, que no hay cosa más eficaz para expeler los demonios, que la alegría espiritual {(a) Alap. in. 1. Reg. cap. 16}. Como asimismo no hay cosa que más indisponga el corazón para los ejercicios piadosos que la tristeza. Por lo cual en el libro del Pastor, atribuido a un discípulo de San Pablo: La tristeza es pésima para los siervos de Dios, y atormenta (esto es, desplace) al Espíritu Santo {(b) Alap. in Proverb. cap 15}.

39. Acaso sucederá, que alegando V. S. en una, u otra conversación los ejemplos referidos, para probar a favor de su inclinación a la Música la eficacia que ésta tiene para templar las pasiones, y traer al debido tono los afectos, quieran anular esta prueba experimental con una de dos soluciones; u diciendo, que los hechos citados son fabulosos; o que, aun siendo verdaderos, nada prueban para el estado presente de la Música, porque son muchos los que creen que la Música antigua era mucho más dulce, patética, y eficaz para excitar los movimientos del ánimo, que la moderna.

40. Cuanto a la primera solución advierto lo primero, que sólo pueden poner falencia en los hechos referidos por las historias profanas, mas no en los dos citados de las Sagradas Letras. Bien que juntamente confieso, que éstos se pueden eludir con otras exposiciones distintas de las que yo propongo, como más probables. Por lo que mira a los de las historias profanas, puede ser que en algunos haya añadido mucho el hipérbole, como en lo que dice Plutarco, que Tales de Creta con la Música expelió una pestilencia de Lacedemonia {(c) Plutarch. de Musica}. Mas en lo [21] que toca al influjo que ella puede tener en el sosiego, o moción de los afectos, luego se verá la ninguna razón que tienen para dar los ejemplares referidos por fabulosos.

41. El asunto de la segunda solución tiene no pocos patronos, aunque también son bastantes los que están por el partido opuesto. Cuestión es esta de que hice alguna discusión en el primer Tomo de Cartas, Carta XLIV, sin decidirla, ni ahora tampoco la decidiré, antes añadiré una nueva dificultad para la decisión, que no advertí entonces, ni ví que otro alguno la advirtiese; y es, que los mayores, o menores efectos de la Música, no sólo penden de la mayor, o menor excelencia del arte, mas también de la mayor, o menor destreza del Artífice: no sólo de la calidad de la composición, mas también del modo de la ejecución. Se ve muchas veces, como yo lo he visto, que un mismo tañido, y en el mismo instrumento, ejecutado por una mano, hechiza: y ejecutado por otra, desagrada. En el modo de herir la cuerda hay una latitud inmensa entre el más perfecto, y el más imperfecto, aunque toda esa latitud consta de unas diferencias como indivisibles, cuya recíproca distinción no perciben la vista, ni el oído, ni el entendimiento. Asimismo, observar, o no observar aquel tiempo preciso, y como momentáneo, que es el justo de la pulsación, da, o quita la gracia a la Música. Ni me digan los señores Músicos (no lo dirán los más hábiles), que si no se observa ese momento justo, se alterará el compás. No, no vengo en ello; pues es muy cierto que se puede guardar el tiempo total del compás, sin que sean, pongo por ejemplo, perfectamente iguales aquellos cortísimos espacios de tiempo, que piden las notas de un mismo carácter, v.gr. las semicorcheas. Y la razón de esto es, que no se necesita para lo primero un tino tan cabal, y exacto como para lo segundo; porque en lo primero, al golpe de la mano, o a la llamada del oído, imperceptiblemente suple el exceso de un punto el defecto de otro. [22]

42. Nada me importa que algunos no entiendan, o no admitan esta explicación que doy de lo que constituye el primor, o desgracia de la ejecución musical; cuando no podrán negar, que la desigualdad, que hay en ella entre Músicos, y Músicos, hace que una misma composición suene divinamente en unas manos, y muy infelizmente en otras; siendo manifiesta a casi todo el mundo la experiencia que lo acredita. En el Discurso sobre el No sé qué, que hice en el sexto Tomo del Teatro Crítico, mostré también cuánto diversifica el gusto de una misma canción en la voz humana la más, o menos perfecta entonación, hasta tocar en las dos extremidades de hacerla sumamente grata, o sumamente desapacible.

43. Supuesto todo lo cual, se hace palpable la verdad de lo dicho, que el primor de la ejecución tiene tanta parte en la Música, como la excelencia de la composición, acaso algo mayor, así para el deleite del oído, como para la influencia en los afectos. Así, de que uno, u otro Músico de la antigüedad hiciese por medio del arte algún maravilloso efecto, a que ninguno de los modernos haya podido arribar, no se puede con seguridad inferir, que la música antigua fuese en lo esencial superior, ni aun acaso igual a la nuestra; porque pudo deberse aquel admirable efecto, no al primor de la melodía, sino a la incomparable destreza del ejecutor. Plutarco {(a) Plutarch. de Musica.} dice, que un antiguo Músico, llamado Olimpo, usaba de una lira trífida, esto es, no más que de tres cuerdas. Con todo asegura, que ninguno de los que usaron después de las liras multífidas, de siete, de nueve, y de once cuerdas (que todas estas tres especies hubo en la antigüedad), pudo imitar su dulzura. A la verdad, si la lira de Olimpo no tenía trastes, o división de tonos, y semitonos en una misma cuerda, como quieren algunos decir de todas las antiguas, pretendiendo que sólo se pulsaban las cuerdas sueltas, juzgo esto absolutamente [23] imposible; pero no tal, si el dedo con sus varios movimientos por el mástil diferenciaba los puntos. Acuérdome de haber leído, siendo muchacho, en el libro que compuso para el uso de la Guitarra el bello compositor Gaspar Sanz, que éste había visto a un Guitarrista manejar una cuerda sola de modo, que parecían sonar en ella, no uno sólo, sino varios instrumentos.

44. Por la misma razón, aunque supongamos que uno, u otro Músico moderno haga milagros, a que no alcanzó uno de los antiguos, tampoco se podrá inferir de ahí, que la Música moderna es más perfecta que la antigua.

45. Acaso, bien considerado todo, quedarán iguales las dos Músicas, o por lo menos no se hallará alguna importante prueba de superioridad de la una respecto de la otra, ni en la perfección del Arte, ni en la destreza de los Artífices: pues si bien que por los antiguos se hace mucho ruido con sus admirables efectos, no hallo difícil mostrar, que ni aun por esa parte hay motivo para concederles alguna ventaja sobre los modernos, por consiguiente podré sin temeridad pretender dejar anivelados unos con otros.

46. El P. Cornelio Alapide, después de referir lo que se cuenta de la grande habilidad de algunos Músicos antiguos en orden a mover los afectos, añade, que también hay algunos igualmente hábiles entre los modernos, mayormente en Italia {(a) Tales etiam sunt in Italia. Alap. in Apocalyp. cap. 5}. Este doctísimo Expositor estuvo algunos años enseñando las Letras Sagradas en Roma, por lo que podría saber muy bien adónde alcanzaba en su tiempo la arte de los Músicos Italianos.

47. Y si examinamos bien algunos de esos prodigios antiguos, que nos notician los Escritores, o los hallaremos muy rebajados, o será fácil mostrar otros iguales en los últimos siglos. Pongo por ejemplo: se ha voceado mucho lo del Músico Antigénidas, que, cuando quería [24], incitaba el furor belicoso de Alejandro, de modo, que arrebatando las armas, y arrojándose sobre los circunstantes, los hiciera pedazos, si no evitasen la muerte con la fuga {(a) Plutarch. de Fortitudine, & Virtut. Alexandri}. ¿Qué tiene esto de admirable en el temperamento ígneo de Alejandro, a cuyo corazón hacía brotar llamas el más leve excitativo?

48. De otro Músico célebre, llamado Timotéo, se dice, que hacía más con el mismo Alejandro; esto es, que a su voluntad, usando, ya del modo frigio, o del subfrigio, ardiente aquél, dulce estotro, ya imflamaba la ira de Alejandro, ya totalmente la extinguía {(b) Theatr. Vit. Hum. verb. Musica, pag. 311}. Pero no fue en esto tan único Timotéo, que otro, respecto de él modernísimo, no hiciese otro tanto. Artus Thomas, Autor Francés, cuenta que en las festivas bodas del Duque de Joyosa, celebradas en tiempo de Enrique III, Rey de Francia, el señor Claudino, famoso Músico de aquel tiempo, produjo sucesivamente estos dos encontrados efectos en un Gentil-Hombre, que asistía a aquella celebridad {(c) Bayle Diccionar. Critic. tom. 2. pag. 1287}.

49. Más acá, esto es, dentro del siglo en que estamos se vieron pacificar furiosos delirios por medio de la Música, y aun curarse con ella los delirantes. Dos casos de estos se refieren en la Historia de la Academia Real de las Ciencias. El primero referí en la citada Carta XLIV del primer Tomo de Cartas, núm. 8, que excuso repetir aquí, por saber que V. S. tiene todas mis Obras {(d) Cartas Eruditas, y Curiosas, tom. I. cart. 44, num. 8}. El segundo fue un maestro de danzar de Alés, Ciudad de Languedoc, el cual, atacado de una fiebre violenta, al cuarto, o quinto día cayó en un letargo, del cual salió muchos días después, pero con un terrible frenesí, en el cual, sin hablar palabra, hacía todos los esfuerzos posibles para saltar de la cama. Obstinadamente rehusaba todos los [25] remedios, y amenazaba con varios amagos a todos los circunstantes. Mons. de Mandajor, primer Magistrado del Pueblo, Caballero de buena capacidad, habiendo hecho juicio que en aquel estado podía ser la Música útil al enfermo, lo propuso al Médico, el cual mostró hacer poco caso de la propuesta. Pero un Músico, que se hallaba presente, tomando un violín, que halló a mano, empezó a manejarle. Todos los circunstantes hacían irrisión del Músico, creyéndole tan delirante como el que estaba en la cama. Pero no así el enfermo, el cual dio señas de regocijarse mucho: se serenó enteramente: a un cuarto de hora de Música fue sorprehendido de un sueño, del cual despertó perfectamente libre de la fiebre {(a) Histor. de la Academ. año 1708, pag. 22}.

50. Podrá decírseme, para eludir la fuerza de estos dos ejemplares a favor de la virtud curativa de la Música, que en ellos intervino cierta especie de simpatía, porque del primer enfermo se refiere, que era Músico de profesión; y verosímilmente lo era también el segundo. Pero Monsieur de Fontenelle {(b) Histor. de la Academ. año 1707, pag. 8}, que se opone a este reparo, hablando del primero, ocurre a él con otro; esto es, preguntando si los objetos de otras Artes tendrán la misma virtud, respecto de sus Profesores, donde hay igual razón para suponer la misma especie de simpatía; v.gr. si un Pintor enfermo convalecerá viendo una perfectísima pintura; o un Escultor, presentándole una excelente estatua. Dudo que haya quien espere tanto, ni de la estatua, ni de la pintura.

51. Estos dos últimos casos, mirados a distinta luz, me ofrecen cierta consideración, que revela grandemente la actividad hechicera de la Música; y al mismo tiempo corta la contienda entre la Música antigua, y la moderna, en cuanto a la preferencia de cualquiera de ellas, que se pretende fundar en los mayores efectos, que, [26] según los dos opuestos partidos, se quieren atribuir a la una, o a la otra.

52. No se dice que los que hicieron las dos curaciones fuesen insignes Músicos. Aplicáronse a este caritativo ministerio los que se hallaron más a mano. Y aun en el primer caso, en que la curación perfecta se retardó diez días, tuvo alguna parte en ella un guarda, que velaba de noche sobre el enfermo, cantando una miserable cancioncita de callejuela, que los Franceses llaman Vaudeville; porque se notó que el enfermo se alegraba, y refocilaba bastantemente con ella. ¿Pero qué pretendo inferir de aquí? Que no es menester una Música excelente para obrar algunos de estos efectos, que hasta ahora se han considerado como admirables. Y de esta consecuencia nacen naturalmente otras dos.

53. La primera, que la producción de esos efectos no es principio suficiente para decidir la cuestión de la ventaja entre la Música antigua, y moderna, o entre los Profesores de uno, y otro tiempo, cuando hallamos que unos Artífices muy medianos obran tal vez esos efectos.

54. La segunda consecuencia es, que la Música, en cuanto al dominio sobre el ánimo humano, excede infinito a todas las demás Artes. Repásense todas ellas: se hallará que ninguna, sino con los últimos esmeros de los más sabios Artífices, podrá con una, como suspensión extática, fijar la atención del hombre, aplacar el tumulto de las pasiones, frustrar los halagos de otros objetos, serenar las más violentas agitaciones, poner inmobles al entendimiento con la admiración, y a la voluntad con el deleite. Algo de esto hará una obra extremamente perfecta de pintura, de estatuaria, de arquitectónica, pero sólo respecto de los inteligentes, y por tiempo muy limitado. Algo más se debe conceder a la retórica. ¿Mas a qué retórica? A la del más sublime grado, a aquella que sólo tal vez arribaron un Cicerón, un Demóstenes. La Música no ha menester apurar sus primores para producir tales efectos. Una mera mediocridad [27] suya los logra: un Artífice de muy limitada destreza los consigue. Los ejemplos que he propuesto lo prueban y otro que añadiré del gran Agustino lo confirma.

55. Es cierto que en tiempo de S. Agustín estaba en bajísimo estado la Música, como todas las demás Artes. Aun más la que se usaba en los Templos, porque no tenían entonces la opulencia necesaria para emplear en su servicio las mejores voces, los más sabios Artistas, ni los más perfectos instrumentos. Con todo, veamos qué efecto experimentaba S. Agustín en esa mediana, o acaso menos que mediana Música: Cuánto, exclama el Santo, hablando con Dios, ¡cuánto lloré oyendo los himnos, y suaves cánticos de tu Iglesia! Influían aquellas sonoras voces en mis oídos; y pasando por ellos al alma, se encendía en afectos piadosos el corazón. Corrían de mis ojos las lágrimas, y yo gozaba un purísimo deleite con ellas { (a) Quantum flevi in hymnis, & canticis tuis suave sonantis. Ecclesiae tuae vocibus commotus acriter! Voces illae influebant auribus meis, & eliquabatur veritas tua in cor meum, & ex ea aestuabat inde affectus pietatis, & currebant lachryme, & bene eram sum eis. August. lib. 9. Confess. cap. 6}. A afectos tan tiernos conducía una Música muy imperfecta. ¿Para inspirar otros iguales la retórica, no es menester que el Orador sea dotado de una elocuencia sumamente patética?

56. Supongo que las mociones, así de la Oratoria, como de la Música, hacia este fin serán más, o menos eficaces, según la mayor, o menor disposición que encuentran en los corazones de los oyentes. Pero sobre que la Música no pide los realces de perfección que la Oratoria, para lograr tan preciosa utilidad se añade de parte de aquella otra ventaja considerable, y es, que ella por sí misma concurre a que se introduzca en el alma aquella buena disposición que es menester para el pretendido efecto. ¿En qué forma? En la que he explicado arriba. Allana el camino a las pías inspiraciones [28], apartando de él los tropiezos, que son los afectos viciosos. Despierta la razón, y adormece el apetito. Pone al alma en un estado algo semejante a aquel que tendrá separada del cuerpo. Eleva el espíritu a una región adonde no alcanzan los groseros vapores de la materia. Ejercita la parte racional, dejando como insensible la sensible. Hacen su melodía con las pasiones lo que la de aquellos diestros encantadores, de quienes dice la Sagrada Escritura, que con sus cantinelas dejaban inmobles los áspides {(a) Psalm. 57. vers. 5}. Por esto se llamaban encantadores, porque cantando, esto es, por medio de la Música obraban este prodigio. Y así dijo Virgilio, que cantando se triunfa en los prados de estas venenosas sabandijas {(b) Frigidus in pratis cantando rumpitur anguis. Virg. Eclog. 7}. Y Lucano, de aquel Silo, que limpió de todo género de serpientes aquel espacio de la Libia, que había de ocupar el ejército de Catón, refiere, que con el canto hizo a aquella tropa este beneficio {(c) Primum quas vali, spatium comprehendit arenas. Expurgat cantu, verbisque fugantibus angues. Lucan. lib. 9}. Son las inclinaciones viciosas áspides humanos, que se anidan en las dos inmundas cavernas de la irascible, y la concupiscible; y la Música es la cantatriz, o encantadora, que adormeciéndolas, hace inútil su ponzoña.

57. Así dispone la Música al alma para la virtud. Pero cuando esta disposición cae sobre la habitual, que para ella tienen las personas devotas, es infinitamente mayor el efecto. ¡Cuán natural es que en éstas se eleve el alma de la percepción de la Música sublunar a aquella celeste melodía, que gozarán todos los bienaventurados después de la unión de las almas con los cuerpos! Colocada en esta altura, adonde con sus alas de paloma voló la alma devota {(d) Quis dabit mihi pennas sicut columbae, & volabo, & requiescam? Psalm. 54}, ya se considera en la presencia de su Criador; ya tiene como a la vista sus [29] infinitas perfecciones; ya es conducida como sin libertad a la dulcísima contemplación de ellas. ¿Y no es esto un remedo de la Gloria? ¿No es esto tener en la tierra el noviciado del Cielo?

58. ¡Oh Gran Gregorio! ¡Cómo me parece que veo tu elevado espíritu gozando ese suavísimo reposo, aun cuando tu cuerpo estaba sufriendo los rigores de una cruel dolencia! Cuenta Paolo Diácono, que estando este Santo enfermo en la cama, a la cual no se daba sino apretándole extremamente los dolores, gozaba de las sonoras voces de unos niños, a quienes instruía él mismo en al Música, y conducía, y gobernaba el canto {(a) Gregorius Magnus quamvis aeger in lecto recumbens, puerorum cantus moderabatur. Paulus Diacon. in Teatr. Vitae Hum. ver. Musica. pág. 82}. Y Juan Diácono, otro Escritor de la vida del Santo, que floreció en el siglo IX, dice, que en su tiempo se conservaba en Roma con gran veneración la cama, adonde estando este gran Doctor enfermo, era oyente, y juntamente Maestro de aquella Música {(b) Propter Musicae compunctionem dulcedinis antiphonarum centonem, cantorum studiosissimus, nimis utiliter compilavit: scolam quoque cantorum, quae hac tenus eisdem institutionibus in Sancta Romana Ecclesia modulatur, constutuit::: usque hodie lectus eius, in quo recumbans modulabatur, & flagellum ipsius, quo pueris minabatur, veneratione congrua, cum authentico antiphonario reservatur. Ioannes Diaconus in Vita S. Gregorii Magni lib. 2. cap. 6}. Lo mismo se lee en el Teatro de la vida humana, que ejecutaba el Venerable Beda {(c) Teatr. Vit. Hum. verb. Musica, pág. 802}.

59. En dos Santos célebres, y juntamente célebres Doctores de la Iglesia (uno, y otro de mi sagrada Religión, que no sin alguna especial complacencia hago memoria de ello) dos buenos Aprobantes tiene V. S. de su inclinación a la Música. Dichoso quien, acompañándolos en la afición al arte, los imite en el uso que hacían del deleite que el ejercicio del arte comunica al alma. [30] Yo me imagino que aquellos dos grandes hombres, circundados de coros de inocentes cantorcillos, tenían el espíritu en una elevación semejante a aquella que hoy gozan colocados entre los coros de los Angeles. Resultaban en sus corazones, como eco del canto de aquellos niños, unos vivísimos deseos de oír, y acompañar en el Cielo las divinas alabanzas. V. S. que es tan devota, entiende bien este lenguaje. Dije poco. Entiéndele mejor que yo; porque su fervor realza mis expresiones a otra significación más enérgica, que la que descubre en ellas mi tibieza.

60. Prosiga, pues, V. S. en gozar a tiempos proporcionados del honestísimo deleite de la Música. Yo aplaudo con una muy sensible complacencia a su buen gusto, y aun participaría de él algunos ratos, si pudiera: pues protesto a V. S. que sólo dos cosas en toda mi vida he envidiado a los grandes Señores: poder oír a buenos Músicos, y tener medios para socorrer a necesitados.

61. He oído decir, aunque en su Carta me lo calla, que no sólo gusta V. S. de oír la Música, mas también de ejercerla, por estar dotada de más que mediana, inteligencia en la teórica, y una excelente habilidad para la práctica. También a esta parte de su buen gusto aplaudo, pues Dios no reparte a los hombres sus dones para que los tengan ociosos, sino para que usen de ellos, agradeciéndole el beneficio, y ordenando el uso a su mayor gloria.

62. Ojalá las demás Señoras de la clase de V. S. tuviesen la misma aplicación a saber, y ejercitar el arte de la Música. Evitarían con eso muchos coloquios inútiles, tal vez nocivos. Pero es de lastimar, que las más, contentándose con el respeto que se tributa a la nobleza del nacimiento, sin otro mérito para esta dicha que el de sus abuelos, sólo se aplican a recoger ese tributo; unas por pereza, que no puede excusarse de la torpeza de vicio; otras por parecerles que la Música sólo se hizo para sus oídos, no para sus voces, ni para sus manos [31], como que ese ejercicio es improporcionado a la elevación de su altura. Pero yo las avisaré que ya que se complacen de oír a los Poetas cuando las llaman deidades, las avisaré, digo, que la Música es el ejercicio más propio de deidades femineas; esto es, las Musas. Así lo dejó escrito Platón, diciendo que se llamaban Lygeas, o por ser cantatrices, o por el uso de cierto instrumento músico, de quien se deriva este nombre {(a) Agite itaque ob Musae, sive ob cantinelae speciem, sive ob canorum illud musicum genus, hanc appellationem habetis Ligeae, id est ut canorae appellamini, &c. Plato in Fhaed.}. Si me dijeren que esas son deidades fingidas, les preguntaré, si ellas se tienen por deidades verdaderas. Unas, y otras deben esa denominación a los Poetas.

63. Pero dejo las fábulas para lo que son, por ir a oír otra voz mucho más respetable, y sonora que la de todos los Poetas, la del grande Agustino; el cual (y oiganle también todas las señoras), digo, contempla el ejercicio de la Música, no sólo digno de las señoras, y Reinas del mundo, mas aun proporcionado a la majestad de la Reina del Cielo, dándola los epítetos de Cantatriz, y Tañedora de instrumentos. Así dice, hablando de la alta obra de nuestra Redención: Prorrumpa ahora María en aplausos, empleando sus soberanas manos en la dulce armonía de los órganos. Y poco más abajo, hablando con sus oyentes: Oíd cómo cantó nuestra Timpanistria: Magnifica mi alma al Señor, &c. {(b) Plaudant nunc organis Maria, & inter veloces articulos tympana puerperae concrepent::: Audite igitur quemadmodum Typanistra nostra cantaverit. Ait enim: Magnificat anima mea Dominum. August. serm. 2. de Annuntiat.}

64. Y no pudiendo ya, Señora, coronar con mayor, ni aun con otro igual encomio el Panegírico que a la excelencia de la Música destiné en esta Carta, aquí trato de concluirla. Y si este trabajo mío merece a V. S. algún aprecio, la ruego encarecidamente me encomiende a Dios en sus devotas oraciones, como yo también le [32] rogaré, y ruego que guarde a V. S. muchos años, &c.

Cuando estaba cerca de concluir esta Carta, tuve la noticia de que V. S. entiende bastantemente la lengua Latina. A haberlo sabido antes, hubiera incluido en su contexto los pasajes Latinos, que cito, y no puéstolos aparte contra mi costumbre; a cuya novedad me movió el querer dejar a V. S. la Carta sin los tropiezos de idioma ignorado. Mas al fin, en esto nada se ha perdido; antes se ha ganado la comodidad de ofrecer la lectura más corriente, por más uniforme en la lengua.


{Feijoo, Cartas eruditas y curiosas, tomo cuarto (1753). Texto según la edición de Madrid 1774 (en la Imprenta Real de la Gazeta, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo cuarto (nueva impresión), páginas 1-32.}