Filosofía en español 
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Tomo cuarto Carta VI

Descubrimiento de una nueva Facultad, o Potencia Sensitiva en el hombre a un Filósofo

1. El ingenioso Mr. Adison, conocido en el mundo Literario por el título de Espectador, o Sócrates Moderno, en uno de sus Discursos reprehende, como impertinencia ridícula, la de muchos, que en algunas de sus conversaciones familiares hacen asunto de sus propios sueños, refiriéndo, que tal, o cual noche soñaron tal, o cual desatino. Creo yo, que entre las muchas extravagancias, que influye el amor propio, ésta sea una de ellas; porque fácilmente nos persuadimos a que todo aquello, que individualmente nos pertenece, es apto a interesar la atención de los demás hombres. O acaso, tomándolo con más generalidad, aunque procediendo sobre el mismo principio, imaginamos, que los demás perciben algún deleite en escuchar todo aquello, que nosotros sentimos complacencia en referir. Por lo que mira a los sueños, con rubor confieso a Vmd. que un tiempo no hice la reflexión conveniente, para reconocer la impertinencia referida; y así caía en la tentación de referir algunos sueños, cuando en ellos notaba alguna circunstancia, que daba cierto aire de chiste a la especie; pero principalmente, si lo he de decir todo, cuando la especie, que me ocurría dormido, tenía alguna apariencia de ingeniosidad, no indigna del discurso de un despierto. Supongo, que esto sería porque, aunque yo no lo reflexionaba bastantemente, la narración lisonjeaba tanto cuanto mi vanidad: vanidad realmente vanísima, lo confieso, pensar que debiese aplaudirse como acierto del entendimiento, la que sólo era error de la imaginativa. [67]

2. La lectura de la advertencia referida del Señor Adison, que viene a ser juntamente Política, y Moral, haciéndome conocer, que en una, y otra línea era viciosa la costumbre de referir los sueños propios, sirvió a corregirme en ella, aunque no tan del todo, que una, u otra vez no reincida. Y ve aquí Vmd. que la acción de escribir esta Carta es una nueva reincidencia, porque su asunto es manifestar a Vmd. un sueño mío, aunque a la verdad algo distinto en especie de los que reprehende Mr. Adison, porque no es sueño de dormido, sino de despierto. ¡Oh, cuántos de estos hay en los hombres! Y tanto más nocivos, cuanto ellos están más lejos de conocer que son sueños. El que duerme, entretanto que duerme, ignora que es sueño cuanto en aquel estado se presenta a su imaginación, pero lo advierte después. Mas en estotros, que llamo sueños de despiertos, o por lo menos en muchos de ellos, o tarde, o nunca llega esta advertencia. Uno se sueña sabio; otro estimado de todo el mundo; otro querido de los Grandes; éste ingenioso, siendo rudo (éste es el sueño más común en el mundo); aquél de larga vida, estando a los umbrales de la muerte; estotro enfermo, estando sano, &c. Mas acaso, no con toda propiedad llamo a estos sueños de despiertos, pudiendo decirse, que los que sueñan estas cosas en cierto modo están dormidos; porque para aquellos determinados objetos tienen amodorrado el entendimiento (como en la dormición ordinaria lo está, respecto de todos), y despierta la imaginativa. Pero basta ya de moralidad, que no es razón tener a Vmd. mucho tiempo suspenso en la expectación de ver lo que he soñado. Ya voy a decirlo; mas previniendo antes a Vmd. que aunque llamo ésta una nueva reincidencia en la costumbre antigua de referir mis sueños, no es tan viciosa como otras; porque entra en ella a la parte con la complacencia, que inspira el amor propio, una buena dosis de amor honesto, y sincero de la verdad.

3. Es el caso, que aunque doy el nombre de sueño [68] a la especie que propongo en esta Carta, no estoy cierto de que lo sea; pero lo temo, lo dudo, lo sospecho; y el comunicarla a Vmd. es con el fin de que resuelva mi duda, en que fío el acierto, ya de su mucha penetración de parte del entendimiento, ya de su desapasionada indiferencia de parte de la voluntad, no pudiendo cegarle, o obscurecer la vista, como a mí, la circunstancia de mirarle como parto propio.

4. Atienda ya Vmd. he discurrido, o pensado, que hay en nosotros una Potencia Sensitiva, o llámese meramente Perceptiva; distinta de todas las demás, que hasta ahora señalaron los Filósofos. La prueba de esto es: hay un objeto real, y verdadero, cuya existencia percibimos, y aun cuya dimensión conocemos, sin que esta percepción se haga mediante algunas de las Potencias, que hasta ahora señalaron los Filósofos: luego mediante otra distinta de todas estas: luego hay esta distinta Potencia.

5. El objeto, de que hablo, es este ente fluido, volátil, y fugitivo que llaman Tiempo. Es objeto real, porque consta de partes realmente existentes, realmente distintas, y desiguales; pues con realidad, y sin ficción alguna decimos, que Fulano estuvo leyendo dos horas; que el otro durmió seis; que Pedro estuvo febricitando ocho días; que Juan vivió cincuenta años. Añado, que es material, porque es extenso, o cuanto, como reconocen los Filósofos, y aun los que no son Filósofos; y la extensión cuantitativa es tan propia de los objetos materiales, como repugnante a todos los espirituales.

6. Pregunto ahora: ¿Con qué sentido corpóreo percibimos este objeto material, o por cuál de los cinco sentidos conocidos entra su especie al alma? Por ninguno de ellos sin duda; pues ni le vemos, ni le oímos, ni le olemos, ni le gustamos, ni le tocamos: Luego hay otra Potencia Sensitiva destinada a su percepción.

7. Ni se me diga, que la idea, que hay en nosotros de la extensión del tiempo, es una resultancia del [69] conocimiento sensitivo, que tenemos de los instrumentos destinados a medirle; esto es, de todas las especies de relojes. Digo, que esto no puede ser: lo primero, porque la idea de la extensión del tiempo necesariamente predeció a la invención, o fábrica de esos instrumentos, destinados a su mecánica medida. Inventaron los hombres esos instrumentos para medir exactamente la extensión del tiempo: luego antes de inventarlos tenían la idea de su extensión.

8. Lo segundo: porque sin dependencia de todo reloj, o sin atención, o uso de alguno de ellos medimos la cantidad del tiempo; aunque no con gran exactitud, lo bastante para no padecer en ello error considerable. He observado varias veces (y cualquiera puede hacer la misma observación), que estando juntos algunos sujetos, en ocasión que había parado el reloj, en excediendo algo considerablemente de una hora el tiempo de su interrupción, era esto advertido de algunos de los concurrentes, si no de todos; y decían luego, que sin duda estaba parado el reloj, lo que se hallaba luego ser verdad. ¿Qué instrumento, o medida exterior hay en tales casos para discernir, que ha pasado más de una hora desde la última pulsación del reloj? Ninguna. Luego hay otra interior, que es esa nueva Potencia representativa, a quien podemos llamar: Reloj natural del alma.

9. No ignoro, que el célebre Metafísico Inglés Juan Locke, meditando tal vez sobre esta materia, le pareció resolver la dificultad, diciendo, que en tales casos el hombre conoce el espacio de tiempo, que ha corrido desde tal a tal punto, haciendo reflexión sobre el orden sucesivo de las ideas, que pasan revista en nuestro espíritu, durante aquel intervalo. Pero este recurso es inútil, no pudiendo por la reflexión sobre el orden de las ideas conocerse la cantidad de tiempo que ha pasado, si no se conoce la cantidad de tiempo, que duró la revista de cada idea particular en el espíritu, v.gr. si un minuto primero, si veinte segundos, &c. y ésta no [70] puede conocerse por la reflexionada sucesión de las ideas, si en cada idea particular no se distingue la sucesión de otras ideas parciales, o inadecuadas, de que se compone aquella; y como sobre el conocimiento de la duración de cada una de estas ideas parciales se insta con el mismo argumento, se hace inevitable para Mr. Locke el proceso en infinito.

10. El grande argumento de Locke a favor de su opinión es éste. El que duerme en un profundo sueño, de modo, que no tenga insomnio alguno, por estar dormida entonces juntamente con la razón la imaginativa, no percibe al despertar alguna extensión de tiempo entre el momento inmediatamente anterior al sueño, y aquel en que despierta, sino que en su aprehensión están como tocándose recíprocamente los dos momentos. Lo mismo sucederá, y aun más seguramente en el que está sepultado en un pesado letargo, aunque sea por el espacio de dos, o tres días. Sobre lo cual tengo presente un caso raro, que se refiere en la Historia de la Academia Real de las Ciencias, muy apto para dar una gran apariencia de verosimilitud a la opinión de Mr. Locke.

11. Un Consejero de la Ciudad de Lausana, estando dando orden a un criado suyo, para que dispusiese llevar las uvas de su cosecha a ser exprimidas en el lagar, de repente perdió el conocimiento, y el habla, sin que cuantos remedios le aplicaron fuesen capaces de hacerle recobrar uno, ni otro por espacio de seis meses; a cuyo plazo un Empírico, aplicándole gran cantidad de ventosas en la cabeza, perfectamente le restituyó a su estado natural, con la circunstancia de que el recobro de la razón, y la loquela fue tan repentino, cuanto lo había sido la pérdida de uno, y otro. Por casualidad estaba presente a la sazón el mismo criado, a quien había dado el orden económico que he dicho, en el momento anterior al accidente; y viéndole allí, le reconvino sobre su pereza en obedecerle: y repitiéndole, que sin dilatarlo más, fuese a cuidar de que se exprimiesen [71] las uvas: de suerte, que los dos momentos, que distaban entre sí el largo espacio de seis meses, se representaron en su imaginativa como indistantes uno de otro (Historia de la Academia, año 1719, pág. 22).

12. Este caso, digo, parece confirma poderosamente el pensamiento de Mr. Locke, de que la dimensión del tiempo, independiente de todo reloj, sólo se puede lograr por el reflexionado orden sucesivo de las ideas, el que era imposible en quien en aquel largo espacio de tiempo, había carecido de toda idea.

13. Pero mirado a buena luz, no veo conexión alguna necesaria, pienso, que ni aun probable, entre el fenómeno propuesto, y la opinión de Mr. Locke; mayormente cuando ésta queda, a mi parecer, enteramente postrada por la reflexión que hice sobre la imposibilidad de medir la duración de cada idea en particular; antes si veo, que ese mismo fenómeno conduce naturalmente el entendimiento al asenso de mi opinión. Lo veo, y se lo haré ver a Vmd.

14. Ello es indubitable, por las razones que expuse arriba, que hay en nosotros una potencia perceptiva de la duración sucesiva del tiempo. Supuesto esto, ¿qué se infiere de que el que está sumergido en gravísimo letargo, o profundo sueño, no percibe esa duración sucesiva? Que la potencia destinada a esta percepción está entonces como dormida, sofocada, y sin acción. ¿No es innegable este estado de total inacción del entendimiento, y aun de la imaginativa, en los casos referidos, sólo porque la experiencia muestra, que en ellos nada se entiende, piensa, o imagina? Luego mostrando también la experiencia, que en esos mismos casos no se percibe la duración sucesiva del tiempo, se debe confesar, que esto no es por otra razón, sino porque la potencia destinada a esta representación está entonces dormida, o como muerta. Digámoslo de otro modo. Está entonces totalmente parado aquel reloj natural, de que nos dotó el Autor de la Naturaleza. [72]

15. Supuesto lo dicho, una duda, o cuestión curiosa me ocurre concerniente al mismo asunto: esto es, si en los brutos hay la misma Potencia perceptiva del tiempo, que en nosotros. A la cual respondo con las proposiciones siguientes:

16. Primera proposición. Supuesto que no es el tiempo un ente espiritual, como queda probado, por su extensión, o cantidad continua; no está por este capítulo excluído de la esfera de actividad, o jurisdicción de la Potencia cognoscitiva de los brutos.

17. Segunda. Aun supuesta la materialidad del tiempo, no se infiere de ella, que los brutos la sientan, o perciban, siendo cierto, que no se extiende su capacidad (como probablemente, ni aun la de los hombres) a todas las especies, o géneros de objetos materiales.

18. Tercera. Aun cuando concedamos a los brutos alguna facultad perceptiva de la serie sucesiva del tiempo, no es preciso suponerla de igual perfección específica a la del hombre; antes lo contrario es lo más verosímil. Lo que me parece no negará algún entendimiento bien dispuesto.

19. Cuarta. No es necesario discurrir uniformemente de todos los brutos sobre esta materia, cuando su diversidad específica (y acaso en tales, o cuales clases de brutos genérica) da motivo para pensar, que no todos están proveídos de las mismas facultades sensitivas. Y la experiencia en parte lo confirma; pues se sabe, que algunos insectos carecen de ojos, y otros los tienen multiplicados. El sentido del oído también se duda de muchos.

20. Quinta. Las observaciones experimentales, que se han hecho en algunos brutos, dan motivo aparente; pero no seguro, para suponer en ellos alguna facultad destinada a discernir la cantidad, y orden sucesivo del tiempo. Dos de estas observaciones, una que he leído, otra que oí a testigos fidedignos, referí en el Tom. 3 del Teatro Crítico, de un Perro, y un Pollino, que para opuestos fines notaban la progresión del tiempo en el [73] discurso de la semana. Estas dos observaciones allí me sirvieron para probar la racionalidad de aquellos brutos, por el uso reflexivo que hacían de aquella percepción: aquí vienen al propósito de probar esa misma percepción, porque parece que estas dos bestias notaban la periódica sucesión de los días de la semana, y por consiguiente el progresivo orden del tiempo. Mas ya he advertido, que esta ilación no es enteramente segura para el efecto de que los brutos perciban la duración del tiempo como nosotros; sí sólo para que a su modo numeren los días de la semana, observando la recíproca división de ellos, por la interpolación de las noches; lo cual puede suceder, sin que perciban, como nosotros, aquella perenne fluidez independiente de la alternación de la luz, y la obscuridad, con que se van sucediendo unas a otras todas las partes del tiempo, de cualquiera magnitud que se consideren; v.gr. las de una hora, de un cuarto, de un minuto, &c.

21. Mas como yo en la tercera proposición, escrita arriba he asentado, que aun concediendo a los brutos alguna percepción de la serie sucesiva del tiempo, debe restringirse ésta, de modo, que sea específicamente inferior a la que nosotros tenemos; parece que dejándoles a salvo la enumeración de los días de la semana, considerando cada uno en su totalidad, según la serie con que se van sucediendo, ya se les concede cierto sentimiento de la duración del tiempo, aunque imperfecto respecto del que experimentamos nosotros.

22. Añado, que acaso es más perfección de los brutos, y por tanto más difícil de admitirse la enumeración de los días que se les concede, que esotra mensuración del tiempo que se les niega; pues Aristóteles en la sección 30 de los Problemas, quaest. 5, dice de sentencia de su Maestro Platón, que el acto de numerar es propio privativamente del hombre: Homo solus omnium animantium novit enumerare. Y si asentimos a lo que en otra parte, también del libro de los Problemas, afirma el mismo [74] Filósofo, se seguirá, que el Perro de Francia, y el Pollino del Colegio de Exlonza eran más racionales, que los habitadores de una Provincia de la Tracia; pues aquellos contaban hasta siete, y éstos eran tan rudos, que no acertaban a pasar de cuatro: Una gens quaedam Thracum ad quatuor numerandii seriem terminat (Problem. sect. 15, quaest. 3). Es verdad, que algunos no reconocen el libro de los Problemas por obra de Aristóteles, y yo soy del mismo sentir; porque las frívolas, y ridículas razones, con que procura disolver los más de los Problemas, que propone, son totalmente indignas de un tan grande ingenio.

23. Como quiera, yo me abstengo de resolver esta cuestión accesoria, dejando al arbitrio de Vmd. la decisión de ella, como asimismo de la que constituye el asunto principal de esta Carta. Sobre uno, y otro deseo saber el sentir de Vmd. Y entretanto ruego a nuestro Señor guarde, y prospere su persona muchos años. Oviedo, &c.

Corolario

24. Toda la dificultad del asenso a la Potencia mensurativa del tiempo, que en la Carta antecedente he procurado probar, no sólo en los hombres, mas también a su modo en los brutos, proviene de los estrechos límites, que hasta ahora señalaron los Filósofos a la esfera de la actividad del alma Sensitiva, reduciendo los sentidos corpóreos al preciso número de cinco. Y me inclino a pensar, que esta limitación no está bastantemente fundada; no sólo por las razones exhibidas en la Carta a favor de la existencia de una facultad corpórea a quien toca percibir, y medir la duración del tiempo, mas también por otro motivo que voy a explicar.

25. Discurro así. Si hay alguna, o algunas sensaciones corpóreas, que no se ejercen, ni por la vista, ni por el oído, ni por el olfato, ni por el gusto, ni por el tacto, sin duda hay otro, u otros sentidos corpóreos innominados [75], a quienes pertenecen; pues no hay acto que no corresponda a determinada potencia. Me parece, pues, que nadie me podrá negar alguna sensación de este género, cuya existencia muestro en este caso. Luego que oímos alguna noticia triste, o vemos algún suceso para nosotros lamentable, al punto se aflige el alma; y de la aflicción del alma resulta prontamente en el cuerpo una especie de dolor congojoso, que manifiestamente experimentamos en el pecho. La percepción experimental de este dolor ciertamente es una sensación corpórea. ¿Pero a qué sentido de los cinco pertenece? No parece posible adaptarle a alguno de ellos, sino por mera voluntariedad. Luego hay otro sentido corpóreo innominado, a quien pertenece esa sensación.

26. Mas. Aquel horror, que nos hace estremecer, al ver, u oír algún objeto espantoso, es una sensación corpórea distinta de la pasada, sin ser ejercicio de alguno de los cinco sentidos, pues aunque el conocimiento del objeto entra por alguno de ellos, de ninguno de ellos es acto, o ejercicio ese horror, pues no es visión, ni audición, &c. Luego hay otro distinto sentido innominado, a quien pertenece.

27. En el tercer Tomo del Teatro Crítico tengo probado, que no hay verdaderas Simpatías, ni Antipatías. Pero no tengo por imposible lo que se refiere de algunos, que por la mera presencia, o proximidad de tal objeto determinado, padecen terror, o alguna conmoción molesta, a lo cual dieron el nombre de Antipatía, que nada significa. Siendo el fenómeno verdadero, su causa son sin duda unos sutilísimos efluvios del objeto, que entrando por los poros, sin que el tacto los perciba, producen en el corazón aquella afección incómoda. Esta también es sensación distinta de todas las de los cinco sentidos.

28. En el Espectador Anglicano leí, que hay árboles en la América, que producen manzanas venenosas, de cuya malignidad ha habido bien funestas experiencias en [76] los que engañados por la semejanza que tienen con otras nada nocivas, comieron de ellas. Ahora ya las disciernen en que ninguna de las venenosas se ve jamás picada de pájaros. ¿Con qué sentido perciben aquellos inocentes animalejos la malignidad venenosa de tales manzanas? Podrá responderse, que no perciben la venenosidad, sino un olor ingratísimo que los ahuyenta de ellas. A la verdad, no hallo impugnación eficaz contra esta solución, pues no lo es el que los hombres no perciban ese mal olor; ya porque puede no ser ingrato para ellos el que lo es para las aves; ya porque pueden ser éstas de más vivo olfato que los hombres. Y así, no insisto más sobre este fenómeno; pero sin salir de la América substituiré otro en su lugar, y es el que nos refiere del Buío el P. Gumilla en su segundo Tomo del Orinoco ilustrado.

29. Este horrible Serpentón, que verosímilmente es el más formidable que hay en toda la naturaleza (los hay de veinte y ocho palmos de largo, y cuatro, o más de ancho), no pudiendo, por su lentísimo movimiento, alcanzar al hombre, o bruto en quien quiere ejercer su voracidad, tiene otro modo muy singular de apresarle, que es disparar hacia él un vaho de tal actividad, que no sólo le impide la fuga, mas le precisa al movimiento opuesto, con que aunque reluctante, y congojado, se va a meter en las fauces del monstruo. ¿Quién me dirá qué sensación es, y a qué sentido pertenece (pues alguna hay sin duda) aquella que al mísero animal dispone, o determina a aquel fatal movimiento? El P. Gumilla dice, que el Buío le atrae. Pero fuera de que ya raro Filósofo admite atracción propiamente tal, de modo, que la voz atracción se tiene comúnmente por significativa de nada, es cierto, que no le atrae como a un cuerpo insensible en la forma que el Imán atrae el hierro, o la virtud eléctrica a aquel en quien explica su actividad; sino mediante alguna impresión, que hacen en él los efluvios, o hálitos del Buío, y que siente el infeliz animal, como se ve ya en la congoja que muestra, ya en que se mueve, [77] no en fuerza de mero mecanismo como el hierro hacia el Imán, sino con movimiento vital correspondiente a la facultad progresiva propia de los vivientes, y usando de sus mismos pies; lo que se nota asimismo en la comadreja, respecto del sapo; pues se dice, y el mismo Padre Gumilla lo aprueba con varios testimonios, que el sapo hace con la comadreja lo que el Buío con toda especie de animales. Sólo se podrá recurrir al tacto, para colocar esta acción, o pasión dentro de la esfera de alguno de los cinco comunes. Pero si los hálitos del Buío, o el sapo obrasen por el contacto, en vez de traer el otro animal hacia sí, le darían impulso, o empujón hacia la parte opuesta, como sucede siempre que un cuerpo, moviéndose hacia otro, le comunica su movimiento.

30. No pienso, que Filósofo alguno pretenda disolver la dificultad, que ofrecen los fenómenos propuestos, recurriendo al Sentido común; pues ninguno ignora, que éste no recibe especie alguna, sino las que entran por algunos de los cinco sentidos externos.

31. Mas puede ser que algunos insistan en que las particulares sensaciones, que he procurado persuadir pertenecen a otra, u otras potencias distintas de los cinco sentidos externos, pertenecen realmente a uno de éstos; conviene a saber al tacto, aunque se nos representen como diversas de las que comúnmente atribuimos a este sentido; lo cual puede provenir de que no consienten en la impresión, que en nosotros hacen aquellos cuerpos groseros, cuya sensible palpabilidad percibimos en su contacto, sino en la que hacen algunos sutilísimos efluvios de esta, o aquella especie, en tales, o cuales órganos de esta animada máquina.

32. Y bien. Aun concediendo eso, se infiere, por lo menos a mi favor, que las expresadas sensaciones son propias de alguna, o algunas Potencias Sensitivas, que se distinguen del que comúnmente llamamos sentido del Tacto; como se distinguen de él los otros cuatro sentidos, vista, oído, olfato, y gusto. Las sensaciones de [78] estos cuatro sentidos todas son tacto. Fit quidem (dice el Filósofo Tolosano Francisco Bayle, después de hablar del sentido del tacto) in reliquorum sensuum organis quidam contactus, nulla enim in his excitari potest motio, nisi immediata intercederet alicuius corporis impulsio. Pero este tacto, o contacto es diverso en cada sentido, ya por el diverso órgano en que se ejerce, ya por las distintas especies de cuerpos, que hacen impresión en cada órgano; pero estos, aunque distintos, todos convienen en ser delicadísimos, y impalpables. La vista le ejerce por el contacto de la luz; o refleja, que es la que viene del cuerpo iluminado; o directa; que viene del cuerpo luminoso, en la retina del ojo. El oído, por el contacto de aquel aire delicadísimo, que mueve el cuerpo sonante hacia aquella parte de la oreja, que llaman tímpano. El olfato, por el contacto de los efluvios de los cuerpos olorosos en una membrana, que está en el fondo de la nariz. En fin, el gusto por el contacto de sutilísimos sales en los potables, o comestibles, en ciertas fibras, o ramitos nerviosos del paladar, y la lengua. Sin embargo, aunque el ejercicio de todos los sentidos se hace por tacto, o contacto de algunos cuerpos, sólo a uno se da el nombre de tacto, distinguiendo específicamente los otros cuatro, y cada uno de éstos entre sí, por la distinción de los cuerpos, y de los órganos. Luego, aunque el ejercicio de las Potencias Sensitivas, que yo destino para las particulares sensaciones, que he expresado, se haga por alguna especie de contacto, queda lugar a su disposición específica, respecto de las Potencias Sensitivas, conocidas hasta ahora por la distinción específica de los órganos, y de los cuerpos entre quienes se hace ese contacto. Pero advierto, que esta graciosa admisión es sólo respecto a las sensaciones, que señalo en este Corolario, mas no para la sensación del tiempo; la cual es claro, que no se hace por contacto alguno.

33. Pero basta ya de esta materia. Y si alguno [79] quisiere tratar de su sueño cuanto he escrito, así en este Corolario, como en la Carta que le precede, tenga, o no tenga razón, no me quejaré por ello; pues es justo, que los demás gocen en creer la libertad, que yo me tomo en escribir. Mas no por eso se piense, que renuncio el derecho que tengo a que no se me impugne, sin pesar bien mis razones.


{Feijoo, Cartas eruditas y curiosas, tomo cuarto (1753). Texto según la edición de Madrid 1774 (en la Imprenta Real de la Gazeta, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo cuarto (nueva impresión), páginas 65-79.}