Filosofía en español 
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Tomo cuarto Carta IX

Pidió un amigo al Autor su dictamen en orden a los Polvos Purgantes del Doctor Ailhaud, Médico de Aix en la Provenza; y fue respondido en ésta

1. Muy señor mío: Cuando solicitado de Vmd. para exponer mi dictamen sobre los famosos Polvos del Médico de Aix, de la Provenza, le dí esperanza de ejecutarlo, la tenía yo de hacer algunas observaciones experimentales sobre sus efectos, por haber oído, que muchas personas de este País hacían, o habían hecho encargos, para que de Francia se les remitiese bastante cantidad de dichos Polvos. Llegó ya el caso de poder hacer dichas observaciones; y daré a Vmd. razón de ellas. Pero antes le propondré varias reflexiones sobre esta materia, que podrán darle luz para observar por sí mismo más que yo, porque en un Pueblo tan grande como la Corte hay muchas más ocasiones para ello, que en el que yo habito.

2. Es cierto, que a las primeras noticias que tuve de este medicamento, viéndole calificado con el magnífico epíteto de remedio universal, hablé de él, no sólo con desconfianza, mas aun con desprecio, porque hasta ahora fui siempre de la opinión, que remedio universal es una quimera: así como tengo también por quimera que haya Antídoto universal; esto es, contrario a todo veneno.

3. La razón viene a ser la misma, o casi la misma para [104] uno, que para otro. Algunas especies de venenos son mortíferas, no sólo por distintas, mas aun por opuestas calidades, a que se siguen también efectos opuestos. Uno es coagulante, otro disolvente; uno que extingue el calor nativo, otro que le exalta al grado de una violenta fiebre. Por consiguiente parece, que el antídoto que quisiere obrar contra uno, se declarará parcial del otro.

4. Lo propio sucede en las enfermedades, porque muchas proceden de causas encontradas. ¿Cómo el medicamento, que extirpa, u debilita la una, dejará de favorecer la otra?

5. Ni se me responda que puede ser el medicamento de tal virtud, que sin meterse con alguno de los dos extremos viciosos, reduzca el cuerpo doliente a aquella mediocridad, en que consiste la salud. Esto digo que es imposible; porque para inducir esa mediocridad, es preciso expugnar, o corregir aquel extremo vicioso que la impide; y no puede un mismo remedio ser apto para corregir, o expugnar dos extremos opuestos, v.gr. frío, y calor, humedad, y sequedad. Así es supremamente verosímil, si no enteramente cierto, que cuanto hasta ahora se ha publicado de remedios universales, v.gr. el Oro potable de los Alquimistas; la Panacea de Paracelso; el Alkaest el Helmoncio, y la Piedra de Butler, todo fue una mera charlatanería. Y por lo que mira a la decantada Piedra de Butler diré a Vmd. una observación que he hecho, digna de nota. En muchos Autores he leído los prodigios que obraba Butler con ella. Pero ninguno de todos ellos cita otro testimonio ocular, sino Helmoncio. ¿Pues es posible, decía yo, y digo, que un Curandero Irlandés, que vagaba por el mundo, sólo al Flamenco Helmoncio, que era un pequeño Señorito, manifestase la portentosa eficacia de su admirable piedra? Esto me induce a pensar, que Helmoncio inventó esta fábula para hacer verosímil lo que él predicaba de su Alkaest.

6. Aun en caso que yo admitiese que hay algún remedio universal, hallaría especiales razones para negar esta virtud a todo purgante. [105]

7. Lo primero. Porque para conceder a algún purgante la alta prerrogativa de remedio universal, es preciso suponer, que todas las enfermedades proceden del vicio, o redundancia de los humores. En efecto el Inventor de los Polvos cuestionados así lo afirma. Pero no pienso que se deba dar asenso a esta opinión suya; pues aunque no se admita en toda su extensión el especioso sistema de la Medicina Estática, que principalmente constituye la salud del cuerpo humano en el equilibrio de los sólidos, y líquidos, para que se haga debidamente la circulación, no parece debe negarse que muchas enfermedades pueden provenir de la excesiva elasticidad, rigidez, o sequeda de las fibras impelentes; en cuyo caso minorar con cualquier purgante la cantidad de los líquidos, es minorar al mismo tiempo la resistencia de éstos al impulso de los sólidos; por consiguiente se inducirá mayor desigualdad entre las dos fuerzas, que la que había antes, y a este mayor rompimiento del equilibrio se seguirá la agravación de la enfermedad.

8. Lo segundo. Para que algún purgante sea remedio universal, es preciso también conceder, que ninguna dolencia procede únicamente de redundancia de sangre. También afirma esto el Inventor de los Polvos, y así proscribe generalmente el uso de la sangría. ¿Pero cómo se podrá racionalmente asentir a tan severa condenación de la sangría, por sola la decisión de Monsieur Ailhaud, y tal cual otro Autor rarísimo, que le precedió, contra el sentir de casi todos los Médicos antiguos, y modernos? Aun en los árboles prescribe el Arte de la Agricultura el uso del barreno, para educir parte de aquel jugo circulante análogo a nuestra sangre, cuando peca en la cantidad. Así canta el Padre Jacobo Vaniere, en el libro 6 de su Proedium Rusticum, tratando de cómo se ha de ocurrir al mal que tal vez ocasiona a los árboles la excesiva cantidad de jugo:

Tutius est australe latus recludere ferro,
Atque terebratis humorem educere truncis.
[106]
Nam velut humanum, detracto sanguine, corpus
Saepe valet; nocuum sic iusto laetior arbos
Exonerat sucuum............................
...........................................
Quare age, ne dubita fabrilem adhibere cavandis
Arboribus terebram, &c.

9. Lo tercero. En algunas enfermedades es ininteligible que haya algún purgante que cure; y es muy inteligible que todo purgante dañe. Pongamos que el enfermo padezca una consunción lenta, por debilidad de la virtud nutritiva, que no alcanza a reponer enteramente lo que el calor natural diariamente disipa. ¿Qué hará cualquier purgante en este enfermo, sino extenuarse mucho más, robándole el poco jugo nutricio que tiene? Pues supongo que ya no hay Médico alguno tan ignorante que piense que el jugo nutricio está fuera de la jurisdicción de los purgantes: metidos dentro del cuerpo estos salteadores de los líquidos, bueno, y malo todo lo roban. Y aun creo yo que más se ceban en el jugo nutricio, que en los humores acres, y viciosos. La razón es, porque estos, con sus puntas salinas, se fijan, prenden, y clavan más en cualquiera parte del cuerpo; y así su extracción es más difícil que la de aquel jugo balsámico, que por su suavidad fácilmente se desliza al más leve impulso.

10. Pondré otro ejemplo de una enfermedad que pasó por mis manos; quiero decir, que yo fui el Médico de ella. Fray N. de Cuevas, hijo del Monasterio de San Benito de Sahagún, siendo oyente de Teología en este Colegio, padeció una rara efusión de sangre, que por el espacio de un día sólo se dejó conocer en el esputo. Pero muy luego se fue extendiendo, no sólo a las narices, y a las vías anterior, y posterior, mas aun a varias partes de la superficie del cuerpo, sin romper hacia afuera, por impedirlo la densidad de esta triplicada membrana. ¿Qué [107] podría hacer aquí purgante alguno, sino disolver más la sangre, y mucho más ayudada de la copiosa agua que prescribe Monsieur Ailhaud, siendo cierto que la agua en mucha cantidad es un disolvente poderosísimo? ¿Qué podría hacer, digo, sino acabar muy en breve con el pobre paciente? Yo le ordené, viniendo en ello el Médico de la Comunidad, no sólo que se le ministrase la bebida muy fría, mas también que se le aplicasen trozos de nieve en algunas partes de la superficie del cuerpo, con que se fue moderando, y al fin extinguiendo aquella horrible disolución. Hoy vive el sujeto. Otros muchos casos pudiera alegar, en que parece visible que todo purgante dañaría.

11. Mas como sea cierto que en materias de Medicina, y aun generalmente en todas las pertenecientes a la Física, la experiencia debe prevalecer a todo raciocinio, si ésta se ha declarado a favor de los Polvos cuestionados, habremos de sacrificar a su respeto todo argumento Filosófico que los impugne. El Inventor de los Polvos, en el librito que Vmd. se sirvió de enviarme, nos presenta un amplísimo Catálogo de varias enfermedades, entre ellas no pocas de las que comúnmente se reputan incurables, que cedieron fácilmente al uso de dichos Polvos: Luego si la experiencia es quien decide a favor de los Polvos, está legítimamente sentenciado el pleito.

12. Sin embargo, sobre la alegación de la experiencia tengo mucho que reponer. Primeramente. Todos los que recurren al informe de la experiencia, para acreditar algún medicamento, publican los experimentos felices, callando los infelices. ¿Qué sabemos si el número de éstos es enormemente excesivo sobre el de aquéllos? Son muchos los Charlatanes que andan por el mundo asesinando gente a la sombra de Certificaciones impresas que presentan, de personas, que afirman fueron curadas con el remedio de que usan. Mataron, o empeoraron a ciento en una Provincia. Curaron, o por mejor decir los curó la Naturaleza, a tres, o cuatro, lo mismo en otras Provincias [108]; y juntando en cúmulo los pocos que se curaron en cada Provincia, se forma un largo Catálogo de los enfermos curados.

13. Lo segundo. En esos que se publican curados, se pueden, y aun deben hacer algunos considerables descuentos.

14. Primer descuento: De los enfermos imaginarios, que juzgan que tienen tal enfermedad, no teniendo más que la aprehensión de ella. Para éstos es gran remedio cualquiera cosa que se hace creer que lo es, porque una aprehensión se cura con otra; la aprehensión del mal con la aprehensión de la eficacia del medicamento.

15. Segundo descuento: De las enfermedades imaginadas, no por los enfermos, sino por los mismos Médicos. ¡Cuántas veces los Médicos toman una enfermedad por otra, y aun tal vez una enfermedad incurable por un leve accidente! V. gr. una tisis por una tosecilla de alguna duración; una piedra del riñón por un dolor cólico; una apostema por un flato; una apoplejía por un vértigo: una podagra por una fluxión reumática, &c. Ni se me diga que estos yerros sólo caben en Médicos indoctos, u de corta capacidad. Norabuena que sea así. ¿Pero quién me negará que los Médicos de corta capacidad son muchos? Estos son creídos en cuanto a la capitulación de las enfermedades, como los de mucha capacidad, porque el vulgo no sabe distinguirlos. Con que si el Médico dice que Pedro padece tal enfermedad, v. g. tísica, la cual realmente no hay; y si recurre a los Polvos de Aix, cesando dentro de pocos días la tos, a mero beneficio de la Naturaleza se asienta Pedro en el Catálogo por curado [109] de ptísica con los Polvos de Aix. Añado, que una vez, u otra, aun el Médico más hábil yerra la capitulación de la enfermedad, de que he visto algunos casos.

16. Tercer descuento: De las mejorías aparentes. Muchas veces las enfermedades hacen unas retiradas engañosas, de modo, que por unos días el enfermo se cree sano. Entonces escribe una Carta gratulatoria a Monsieur Ailhaud; con que éste le asienta en el Catálogo, y no se borra, aunque dentro de pocos días vuelva a descubrirse el enemigo, y muera el enfermo, o ya porque no se da esta noticia, o porque se cree que fue otra enfermedad distinta.

17. Cuarto descuento: De los intervalos de sanidad que hay en varias enfermedades habituales. De un insulto de gota a otro pasa tal vez tiempo considerable. Algunos sólo un mes, o mes y medio la padecen en cada año. He visto tumores escrofulosos reciprocar flujo, y reflujo; de suerte, que tal vez, por espacio de un mes, u dos se desaparecían enteramente, volviendo después con igual, o mayor fuerza. Si, pues, el enfermo usa de los Polvos de Aix en aquellos días, en que está para entrar en el intervalo de la sanidad, a éstos atribuye la curación, y es asentado en el Catálogo, como curado de gota, o lamparones.

18. Quinto descuento: De las curaciones que hizo la Naturaleza por sí sola. Estas no se puede negar que son muchas. Donde no hay Médico, ni Botica, de las más enfermedades son muchos más los enfermos que sanan que los que mueren, debiéndolo sólo al beneficio de la Naturaleza. ¿Porqué donde hay Médico, y Botica, respecto de los que usan del Médico, y la Botica, no sucederá lo mismo? Los enfermos, que son asistidos de Médico, comunísimamente atribuyen la mejoría a sus recetas, como si otros muchos, sin receta alguna, no mejorasen de iguales indisposiciones. Tal vez la Naturaleza por sí sola, al mismo tiempo vence un enemigo, y resiste a otro; vence la enfermedad que Dios le dio, y resiste la errada cura del Médico. [110]

19. Sexto descuento: De las curaciones que se deben a otro, o otros remedios distintos de aquél a quien se atribuyen. Muchas veces a una misma enfermedad se aplican sucesivamente diversos remedios, o por distintos Médicos, o por uno mismo, de que, mejorando el enfermo, resulta la duda de cuál de ellos fue el que obró la mejoría. Comúnmente se atribuye al último. Pero es verosímil que muchas veces se le usurpe esta gratitud al anterior, el cual pudo obrar, no repentinamente, sino con alguna lentitud. Juan, pongo por ejemplo, padece tal, o tal indisposición, ocasionada de su vida, sedentaria, y poltrona. Aconsejado de algunos, pasa a otro País distante, que le dicen es saludable para los que padecen aquel efecto. Trasladado a él, consulta con un Médico, y usa del remedio que éste le prescribe. Acude luego un amigo, o vecino piadoso, que le presenta los Polvos de Aix, diciéndole que son remedio infalible para todo género de males. Toma los Polvos de Aix, y dentro de dos, o tres días se siente mejorado. Sea la mejoría verdadera, o sólo aparente, permanente, o transitoria; la fama de los Polvos de Aix, y ser éste el remedio que últimamente se le aplicó, persuadirá a los más que éstos hicieron la curación. Pero realmente pueden en este caso optar al mismo honor otros tres remedios diversos, cada uno por su parte; esto es, en primer lugar el ejercicio de un largo viaje; en segundo la mudanza de clima; y en tercero la receta del Médico.

20. Séptimo descuento: De los que sin mejorar con el uso de los polvos, piensan que han mejorado. Así como hay males imaginarios, hay también curaciones imaginarias. La aprehensión fuerte de la eficacia del medicamento prevalece en algunos sobre la experiencia de su inutilidad; porque la experiencia no es tan delicada en muchos casos, o no da una idea tan clara de sí misma, que no deje lugar a que prevalezca sobre ella aquella aprehensión. He visto mil veces sujetos, que por padecer [111] tal, o tal incomodidad, tratan de ponerse en cura; llaman al Médico, el cual los purga; y los sangra; y quedando como estaban, se muestran muy satisfechos de la mejoría que no hay, fundándose sólo en que se pusieron en cura. Y así suelen decir a quien les pregunta cómo están: Ya me he curado.

21. También he tratado, muchos años há, a sujetos muy complacidos de las grandes ventajas que lograban para su salud con el uso periódico de las Píldoras que unos llamaban de Francfort, otros de Prolonganda Vita, o Macrobias, voz Griega, que significa lo propio, sin embargo de que yo los veía padecer siempre las mismas incomodidades. ¡Cuánto predicaron otros la Sal de Inglaterra, que tengo motivos para pensar que hizo más daño que provecho! Don Juan Tornay, Médico muy docto, y muy sincero, que el año de 25 traté en la Corte, tenía dicha sal por perniciosa.

22. Último descuento: De los que sin mejorar, ni pensar que han mejorado, dicen, y quieren persuadir a otros, que realmente se hallan muy aliviados del mal que padecían. Esto sucede a algunos, acaso muchos, de aquellos que tomaron los Polvos contra el dictamen del Médico, o contra el de muchas personas de su comunicación; porque por no conceder que los otros acertaron, y él erró, suprime los dolores que tolera, y ostenta el vigor que no tiene.

23. Mas no entienda Vmd. que lo dicho hasta aquí se encamina a desacreditar los Polvos de Aix. No señor, no es mi intento reprobar su uso, sino dirigir a los que quisieren experimentarlos, para examinar con acierto su cuestionada utilidad. La experiencia es una maestra insigne; pero es menester saber consultarla, y son poquísimos los que atinan con ello. Sobre esto he escrito bastante en el Tomo 5 del Teatro Crítico, Disc. 11, desde el número 37, aunque pudiera escribir mucho más.

24. Para hacer, pues, seguras observaciones de los [112] efectos de los Polvos cuestionados, es necesario tener presentes todos los Capítulos que he insinuado, por donde puede ser la experiencia equívoca, falsa, o engañosa; poniéndose el observador en tal punto de vista, y tomando todas las precauciones debidas, para que por ninguno de los capítulos expresados pueda padecer error. Lo primero, ningún juicio debe fundar en noticias adquiridas por el oído, aunque vengan por sujetos muy veraces: porque, ¿qué importa que no falten a la verdad, si a ellos les falta la sagacidad necesaria para precaver toda falencia, cuando por tantos caminos diferentes puede venir el error? Con la advertencia, de que lo propio digo de las noticias que desacreditan los Polvos, que de las que los acreditan. Igualmente cabe el error en aquéllas, que en éstas. Dícese que tales, y tales, o empeoraron con los Polvos, o murieron luego, como yo lo he visto en algunas Cartas. ¿Pero qué sabemos si esos enfermos se hallaban en tal estado, que no pudiesen sanar sino por un milagro, propia, y rigurosamente tal?

25. Lo segundo, debe examinar con el mayor cuidado, si la enfermedad, para que se usó de los Polvos, era de las curables por mero beneficio de la Naturaleza. Lo tercero, si era de las que admiten dilatados intervalos de vacación. Lo cuarto, si fue de poca duración la mejoría. Lo quinto, si el creerse qu la hay viene de la aprehensión del enfermo; lo que es fácil suceder en aquellos males, que no impiden las ordinarias funciones. Y finalmente omitidas otras advertencias ya insinuadas arriba, todo se reduce a averiguar si los Polvos curaron enfermos, que sin ese auxilio morirían sin duda. Y lo mismo digo, si la enfermedad sólo era curable por un único remedio, v.gr. la lue venérea, el cual no se aplicó.

26. Y realmente ésta es la dolencia sobre que se pueden hacer muchas, y muy seguras observaciones. Monsieur Ailhaud en su libro propone algunas certificaciones de que sus Polvos curan la lue venérea; y con tal eficacia [113], que a veces la disipan, después de probar inútil todo otro medicamento. A la pág. 44 se certifica, que María Dupui, infecta de esta dolencia, agotó en siete, u ocho meses toda la Medicina, Quirurgia, y Farmacia de Marsella, sin que le sirviese de cosa; y después, tomando, por espacio de un mes, los Polvos de Monsieur Ailhaud, fue curada perfectamente. Y a la pág. 78, y 79 se lee después una duplicada certificación de que Francisca Endrode, después de haber sufrido dos veces la unción Mercurial, sin alivio alguno, fue curada con repetidas tomas de dichos Polvos.

27. Esta vilísima enfermedad está tan extendida, que a cualquiera Médico se le ofrecerán mil ocasiones de probar en ella los Polvos: tanto más, cuanto es cierto que serán muchos los que quieran más sujetarse a este medicamento, que al martirio de sudores, y unciones, mayormente si les aseguran, que su uso no tiene riesgo notable alguno; y yo lo creo así, por el motivo que luego diré, tomado de las observaciones experimentales, que he hecho.

28. ¿Pero qué he deducido de éstas? Que los cuestionados Polvos, ni son tan buenos como predican sus apasionados, ni tan malos como los representan sus desafectos. Ni los he visto hacer milagro alguno, ni puedo con certeza acusarlos de algún homicidio. Combinados varios casos, en que tuve noticia de su aplicación, y de su verdadero, o imaginario efecto, no hallé más motivo para apreciarlos, u despreciarlos, que a otros purgantes que en un tiempo estuvieron en grande reputación, y después, o en todo, o en la mayor parte cayeron de ella. Es verdad que en esta Ciudad se proclamaron tres curaciones admirables; pero también lo es, que no hubo tales curaciones. Las dos se atribuyeron a dos sujetos que padecían hidropesía de pecho. Ya se sabe que esta enfermedad suele dar largas treguas, y aun admite algunos intervalos en que se representa una gran mejoría. Esto, a lo más, fue lo que se experimentó en [114] los dos enfermos, los cuales no dejaron de morir dentro de dos, o tres meses después de tomados los Polvos. El tercero fue un sujeto de muy sobresaliente carácter, que padeció cierto accidente, grave por su especie, pero de los más leves dentro de aquella línea. Duró el accidente dos días, o poco más, pasados los cuales se halló capaz de varios ejercicios, que pedían bastante robustez, y despejó, a excepción de alguna lentitud en la explicación, que sólo se hacía bastantemente sensible a los que en el trato anterior al accidente se la habían reconocido mucho más desembarazada. Dentro de ocho, u diez días le administraron los Polvos de Aix, y luego se esparció la noticia en muchas Cartas a Madrid, y otras partes, de que le habían recobrado enteramente, pero sin fundamento. Yo le ví, y traté pocos días antes de tomar los Polvos, y pocos días después, sin notar diferencia alguna; y lo mismo aseguraron otros muchos, como también, que en el mismo estado permanece al presente. Y lo que sabemos todos es, que sin hacer ya memoria de los Polvos de Aix, se le está actualmente preparando otra cura muy diversa.

29. Mas: Así como por lo que he visto no puedo atribuir a los Polvos de Aix alguna curación bien decidida; tampoco tengo fundamento para acusarlos (como sin razón, a mi parecer, hacen algunos) de haber causado algún daño considerable. Gratuitamente se les agradece la mejoría de muchos que usan de ellos en indisposiciones, o leves, o pasajeras, que sin ellos, ni otro remedio cederían al mero esfuerzo de la Naturaleza; e injustamente se les imputa la muerte de algunos, a quienes se administran en enfermedades de su naturaleza mortales. Los que padecen indisposiciones habituales, hablan de ellos como de otro cualquiera medicamento con quien tengan (como se dice) buena fe; que aunque nada adelantan con él, en fuerza de la pía afición, o se persuaden a que se hallan algo mejorados, o piensan que sin ese auxilio morirían dentro de breve tiempo. [115] Por eso la prueba de este medicamento se debe hacer, como insinué arriba, en enfermedades, que ni maten prontamente, ni se dejen vencer de los meros esfuerzos de la Naturaleza, v. gr. la lue venérea.

30. Mas sobre esto me restan dos advertencias que hacer. La primera, que en el uso, o no uso de los Polvos debe proceder el Médico según el ultimado concepto probable que hiciere del daño, o provecho, que harán. Porque ya se ve, que si tiene más probabilidad de que dañarán, que de que aprovecharán, no podrá recetarlos; lo mismo digo, si usando de los Polvos, se arriesga a perder tiempo; de modo, que después ya no pueda curar al enfermo con el remedio ordinario, por haber arribado entretanto la enfermedad al estado de incurable. La segunda es, que la prueba de los Polvos se haga administrándolos según prescribe el Inventor; esto es, dando sobre ellos una grande cantidad de agua, dividida en tantos haustos regulares, cuantos sean los cursos.

31. Y yo estoy tan conforme con este método, que me inclino mucho a que si los Polvos de Aix tienen alguna especial virtud curativa, de que carecen otros purgantes, lo deben al beneficio de la mucha agua que se les agrega; y aun casi me persuado, que la misma virtud tendría otro cualquiera purgante, administrado con el mismo método. Es muy cierto que la agua tiene la facultad de desleir las sales, atenuar los humores glutinosos, por consiguiente hacer más eficaz, y al mismo tiempo más suave, y fácil la acción del purgante. Pero este beneficio le prestará el agua con cualquiera otro purgante, y no sólo con los Polvos de Aix.

32. Ya es cosa muy sabida que el agua bebida en cantidad excesiva, por sí sola, y sin ser acompañada de otro medicamento, ha hecho mil curas prodigiosas en enfermos deplorados. Don Juan Vázquez Cortés, Médico famoso de Sevilla, con este remedio sólo curó en aquella Ciudad muchos enfermos desahuciados por otros [116] Médicos. Tengo entre mis libros el escrito impreso de un Médico de Valencia (Don Gregorio Marcia), que a un enfermo (Pedro Zuiza, Cirujano de Godella) desahuciado por otros tres Médicos curó perfectamente, haciéndole beber en el discurso de once días trescientas noventa libras de agua; libra se entiende de doce onzas; de modo, que si no yerro la cuenta, correspondieron a cada día algo más de veinte y seis libras de a diez y seis onzas.

33. Y no siendo ignorada por muchos Profesores esta grande Virtud del Agua, creo que él no practicase más a menudo este género de curación es porque pide más valor, no sólo en el enfermo, mas aun en el Médico, que el que comúnmente tienen uno, y otro. Don Francisco Junco, Chantre de esta Santa Iglesia, que estuvo algunos años en Roma, me aseguró, que en aquella Capital es comunísimo el ordenar a los enfermos, que se purgan, el que beban copiosa agua sobre la purga.

34. No falta quien sospeche que el Médico de Aix, ya por estar noticioso de la práctica de Roma, ya por conocer la poderosa Virtud del Agua para licuar las sales, desleir humores glutinosos, y por consiguiente vencer las más rebeldes obstrucciones, infirió de aquí, que sería utilísimo el uso de una gran cantidad de agua sobre cualquiera purgante. ¿Pero qué utilidad se le seguiría de declarar a los enfermos esta verdad? Poca, o ninguna. Como al contrario, tendría una portentosa ganancia, si hiciese creer al mundo que la agua sólo podría hacer algún efecto considerable, tomada sobre una determinada droga de su invención, cuyo secreto se reserva; y la tal droga será acaso un purgante comunísimo artificiosamente disfrazado. Yo no convengo en esta maliciosa conjetura. Pero sé que no pocos Médicos han usado este artificio para vender por secretos suyos vulgarísimas drogas, ya de concierto con el Boticario, a quien se envía la receta debajo de la fórmula: R. Pulveris nostri; o R. Pillularum nostrarum; ya [117] componiendo la droga en su casa, para ocultar también la trampa al mismo Boticario.

35. Acaso el Aceite de Cabina, que el Padre Gumilla acredita en el Tom. 1. del Orinoco Ilustrado, pág. 311, si vale algo más que otro vulgarísimo purgante, lo debe asimismo a la mucha cantidad de agua tibia, que se ordena tomar sobre él.

36. En lo que estoy sumamente firme es en que ni los Polvos de Aix, ni otro algún medicamento son, ni pueden ser Remedio Universal, como pretende Mons. Ailhaud. Esto por la razón que expuse al principio de esta Carta, la cual convence lo propio de otro cualquiera medicamento, a quien se pretenda atribuir tan gloriosa prerrogativa.

37. Tampoco le concederé jamás a Mons. Ailhaud, que ninguna enfermedad resida, o tenga su origen de la sangre; y por tanto nunca, como quiere persuadirnos, sea necesaria la sangría. ¿No sería sandez preferir en esto la autoridad de Mons. Ailhaud a la de tantos Médicos ilustres que hay, y hubo en el mundo? Aun cuando no hubiera por la parte opuesta más que el Esculapio de las Provincias unidas, el gran Boerhave, (que así le apellida ya toda la Europa) el cual en muchas enfermedades ordena la sangría, y en algunas repetida, y copiosa, le seguiría yo con gran preferencia al Médico de Aix.

38. Y ya que hice memoria de Boerhave, no será fuera de propósito confirmar ahora con su autoridad lo que dije al principio de esta Carta, que no hay, ni puede haber algún Antídoto universal. Así lo decide claramente este grande Autor en sus Instituciones Médicas, de Methodo Medendi, núm. 1129 por estas palabras: Generale autem Antitoxicum prophylacticum nullum omnino cognoscitur hactenus, quin et repugnat tale esse.

39. Concluyo advirtiendo, que las reglas que he propuesto para examinar la utilidad, o inutilidad de los Polvos de Aix, pueden servir para el examen de otro cualquiera [118] medicamento nuevo que tenga predicantes de sus excelencias. Nuestro Señor guarde a Vmd. muchos años. Oviedo, &c.


{Feijoo, Cartas eruditas y curiosas, tomo cuarto (1753). Texto según la edición de Madrid 1774 (en la Imprenta Real de la Gazeta, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo cuarto (nueva impresión), páginas 103-118.}