Filosofía en español 
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Tomo cuarto Carta XI

Algunas advertencias Físicas, y Médicas, con ocasión de responder a una cuestión en materia de Medicina, propuesta por un Profesor de esta Facultad

1. Muy señor mío: Efecto sin duda de la urbanidad de Vmd. a fin de no refundir en mí la falta de ella, fue el atribuir la omisión de respuesta a la que Vmd. se sirvió de escribirme en la Primavera próxima, al accidente de haberse perdido su Carta. Mas yo, ni aun por el interés de evitarme la nota de grosero, me resolveré a ser mentiroso. La verdad es, que la Carta llegó a mis manos, y yo me propuse luego darle respuesta; mas no pudiendo hacerlo a vuelta de correo, y siéndome, por tanto, preciso suspenderla hasta el siguiente, ocurrieron otras, que me hicieron olvidar aquélla; porque las especies de las Cartas se repunjan unas a otras de la memoria; y las últimas, aunque con menor derecho, tienen en esto más fortuna.

2. El asunto de aquella Carta, como asímismo de la de ahora, era empeñarme a aplicar el discurso a la indagación de la causa, porque los que fueron una vez tocados en una peste, en la misma, si sanan, quedan seguros de repetición. Supone Vmd. el hecho, y se muestra algo indignado contra los que quieren resolver la cuestión, o por mejor decir evadirse de ella, negándole; porque esto, dice Vmd. es nodum abrumpere, non solvere.

3. Bien. Pero, Señor mío, ¡cuántas veces, y en cuantas cuestiones de Física, fundadas en hechos que se suponían verdaderos, fue, o sería ésta la solución legítima! [128] ¡Cuántas veces los Filósofos han tenido en larga tortura el discurso buscando la causa de algún efecto que se les daba por sentado, y después se averiguó que no había tal cosa en el mundo! Cuando empezó a extenderse por las Naciones la fama de que había en España unos hombres llamados Zahoríes, que penetraban con la vista hasta algunas brazas debajo de tierra, luego se pusieron algunos Filósofos a explorar la causa de tan prodigioso fenómeno. ¿No sería mejor averiguar la realidad del efecto, suspendiendo, hasta asegurarse de su existencia, la indagación de la causa? Há dos siglos y medio que se publicó en Alemania el prodigio de que un niño de la Silesia había nacido con un diente de oro. Creyéronlo algunos Físicos; dudáronlo, o no lo creyeron otros; y los que lo creyeron se esforzaban a probar con razones filosóficas la posibilidad. ¿Quiénes procedieron con más juicio? Los segundos sin duda; porque, examinado después el diente por los Plateros, se vio que no había en él más oro que en una delicada hojuela de este metal, que le cubría. Pensaban hasta ahora los Filósofos, que en aquellas dos composiciones, que llaman Oro fulminante, y pólvora fulminante, tenían un símil adecuado de la impulsión del rayo hacia abajo, dando por supuesto, que aquellas dos mixturas hacia abajo explican toda fuerza. En el Tom. 8, Disc. 9, núm. 12, y 13, con razones, y experiencias conducentes probé ser falso el supuesto. ¿Para qué más? Son infinitos los ejemplos que pudiera amontonar de la inconsideración filosófica de ponerse a investigar las causas, sin asegurarse primero de los efectos. De la vana creencia, ya a la fama, ya a muchos Autores, que sin otro fundamento que rumores populares se complacieron en escribir mil cosas prodigiosas, vino el inundarse la Filosofía, y la Historia Natural de tantas quiméricas simpatías, y antipatías.

4. El agudo Miguel de Montañe hizo mucho antes que yo esta advertencia a los Filósofos. Ya veo, dice, que los Filósofos, cuando les refieren algún hecho en [129] materia de Física, se aplican mucho más a dar la razón que a examinar la verdad. Pasan los supuestos, y discurren sobre las consecuencias, dejan las cosas, y se avanzan a las causas. Empiezan diciendo: ¿Cómo se hace tal cosa? Debiendo empezar preguntando: ¿Se hace tal cosa?

5. Y casos hay, en que no sólo es permitido dudar del hecho, mas aun negarle resueltamente; esto es, cuando el buen juicio le representa repugnante. Séneca en el lib. 4 de las Cuestiones naturales, hablando de la observación supersticiosa de los de Cleona, que cuando se veían amenazados de granizo, pensaban arrojar a otra parte la nube, degollando en sacrificio un Cordero, o un Pollo: y los que no tenían ni uno, ni otro, juzgaban ser equivalente sacarse de la mano una gota de sangre con un alfiler, o punzón; dice que aunque muchos miraban aquel acto como meramente de Religión, no faltaban quienes pretendían, que la sangre derramada, por virtud natural, apartaba la nube grandinosa; sobre lo cual hace esta juiciosa reprehensión: ¿Pero cómo en tan poca sangre puede haber tanta virtud, que suba a la altura de las nubes, y éstas lo sientan? ¿Cuánto más fácil, y más conforme a razón sería negar el hecho, diciendo con expedición, es fábula, es embuste? Sed quomodo in tan exiguo sanguine potest esse vis tanta, ut in altum penetret, et eam sentiant nubes? Quanto expeditius erat dicere, mendacium, et fabula est?

6. Dirá Vmd. que no estamos en el caso de cuestionar sobre un supuesto dudoso, o falso; porque el que los que son una vez tocados de la Peste, quedan libres de padecer segunda vez la misma infección, lo testifican Médicos que ejercieron su oficio en semejantes calamidades. Pero sin salir de la Facultad Médica, repongo a Vmd. contra esta solución lo que dice Galeno, (de recta sanandi methodo, lib. 6) que en su tiempo muchos Médicos andaban discurriendo la razón, por que en las fracturas de la cabeza no se hacía callo; de los cuales se ríe el mismo Galeno, porque buscaban la causa de un [130] efecto que no hay. Sin embargo, aquellos Médicos, que suponían el hecho, dirían que lo sabían de experiencia propia, o por noticia de otros que lo habían experimentado. De suerte, Señor, que en la materia, en que estamos, hay dos extremos viciosos; uno el que Vmd. nota, que es nodum abrumpere, non solvere; otro el que yo noto, que justamente viene a ser, nodum in scirpo quaerere. En el primero caen los que por evitar la inquisición de las causas, sin razón niegan los hechos; en el segundo, los que suponiendo sin razón los hechos, se fatigan en la inquisición de las causas.

7. No quiero decir que engañan voluntariamente los Médicos que alegan la experiencia para máximas erradas. Ellos son engañados. Los sucesos son varios; ninguno los ve todos, y son pocos los que esperan a ver un cúmulo suficiente para fundar regla. ¿De qué principio, sino de éste, pende la oposición de opiniones entre ellos? Salváronse a uno cuatro, o cinco dolientes en tal especie de enfermedad, usando de tal remedio, a otro, en la misma, y usando del mismo, se le murieron tres, o cuatro. Basta esto para que queden encaprichados, uno a favor del remedio, otro contra él; y acaso se engañan uno, y otro, siendo fácil, que ni el remedio salvase los primeros, ni dañase a los segundos: por ser las circunstancias de unos, y otros enfermos tales, que aquéllos se salvarían sin remedio, y éstos morirían de cualquiera manera que los curasen.

8. ¿Pero cómo en el caso de la cuestión podría una experiencia falible fundar la máxima de que los heridos de una pestilencia no recaen en la misma? Facilísimamente. En una de estas calamidades tal Médico, que no fue llamado para ninguno de los que habían recaído, anota por observación lo que fue mera casualidad, escribiendo que en tal Peste ninguno recayó. Derívase esta noticia a otros algunos, y a quienes en otras partes sucedió el mismo accidente, y lo anotan del mismo modo. Ve aquí ya divulgada la observación, y puesta en [131] estado de que se transcriba como constante en muchos libros; porque los Médicos, que en aquellas, o en otras Pestes vieron las recaídas, juzgándolo cosa que nada tenía de particular, no hacen de ello observación.

9. Yo, a la verdad, en ningún Autor Médico, ni no Médico he visto tocado este punto, sino en Gaspar de los Reyes. Pero éste está contra aquella observación, afirmando, que muchas veces algunos fueron en una misma Peste tocados dos, y aun tres veces del contagio: Experientia saepius compertum est, aliquos non bis tantum, sed ter peste laborasse. (Camp. Elys. quaest. 66, n. 13). Este Autor no hablaría tan resueltamente sin buenas noticias, que era hombre que abundaba de ellas. No es, pues, tan cierto lo que Vmd. asienta como tal, que los más estrictos Autores dan por rara (en la Peste) la segunda invasión; pues aquel saepius del Texto, que acabo de alegar, significa, que la segunda invasión sucede, no alguna vez rara, sino muchas veces.

10. Pero yo pienso que unos, y otros se apartan del punto de la verdad; y unos, y otros, por opuestos rumbos, atribuyen a la peste una particularidad que no tiene. Lo que hallo más verosímil es, que según la mayor, o menor duración de la Peste, las recaídas serán muchas, o pocas, o rarísimas, o ninguna. Si la Peste durare mucho tiempo, v.gr. cuatro, o cinco años, podrá haber bastantes recaídas: si uno, u dos años, muy pocas, si medio año, o poco más, ninguna. ¿Porqué? Porque en las demás especies de enfermedades, algo graves, sucede una cosa proporcional a esto mismo. El que sana perfectamente de un tabardillo, queda exento de un tabardillo por un buen pedazo de tiempo: tanto más largo éste, cuanto la enfermedad haya sido más grave. En mis fluxiones, y en las de otros he observado esto mismo. Cuanto más grave, y trabajosa fue la fluxión que padecí en tal, u tual ocasión, tanto por mayor espacio de tiempo he quedado indemne de la misma molestia. Y lo que es muy de notar, como en efecto pueden notarlo [132] cuantos padecen, o han padecido algunas indisposiciones graves, es, que lograda la perfecta convalecencia de ellas, por muchos días se logra una plenitud de sanidad más cabal que la que se gozaba uno, u dos meses antes de la caída. Nunca más alegre el animo, nunca más abierto el apetito, nunca más expeditos el cuerpo y el espíritu para sus respectivas funciones.

11. En las enfermedades pestilentes debe suceder esto mismo. ¿Porqué hemos de imaginar misterios donde no los hay? Si la pestilencia dura poco tiempo, se disipa el contagio, antes que se pase aquel intervalo de sanidad que se logra comúnmente después de otras enfermedades peligrosas. Si dura algo más tiempo, recaerá uno, u otro muy raro, agregándose a la causa expresada, para que sea muy raro, el que las epidemias tanto son más benignas, como atestiguan los Autores cuanto más se acercan al fin. Si dura mucho tiempo, hay bastante para que recaiga mayor número, como le hay para la recaída en otras enfermedades. Y ve aquí el principio de donde es verosímil dimane la disensión de los Médicos sobre el supuesto. Un Médico asistió en una pestilencia de corta duración; y porque no vio alguna recaída, concibió, que en todas las demás pestilencias sucede lo mismo: otro, en una de algo mayor duración; y porque sólo vio una, u otra rara recaída, infirió lo propio para todas las demás: otro, en fin, que sirvió en alguna muy prolongada, en la cual vio muchas recaídas, por eso estableció la máxima del saepius, y el non bis tantum, sed ter, que nos dice Gaspar de los Reyes, como común a todas las pestilencias.

12. La razón de la experiencia, que he alegado, es, a mi parecer, tan claro como la misma experiencia. Las partículas salinas, o alcalinas, o ácidas ( u déseles otro nombre, y noción, como se quiera) que constituyen el fermento febril, por medio de la misma fermentación, que excitan, se separan, y purgan de la sangre, cuando la enfermedad se determina a la salud; y tanto en mayor [133] copia caeteris paribus, cuanto la enfermedad haya sido más grave. Purificada así la sangre, no puede contraher nueva enfermedad, por lo menos de la misma especie, sin cobrar nuevo fermento febril por las causas aptas a inducirle, lo cual pide tiempo, y según muestra la experiencia, única maestra en esta materia, bastantemente largo, tanto más, cuanto la sangre haya quedado más purificada.

13. Y advierto, que de cualquiera otro modo que se quiera explicar la generación de las enfermedades, que penden del vicio de los líquidos, siempre es preciso recurrir a alguna especie determinada de partículas, que por su naturaleza influyen la enfermedad, o por la particular proporción que tienen, respecto de la calidad morbosa, son el susceptivo inmediato de ella. Así a cualquiera explicación es adaptable mi prueba a ratione.

14. No me parece se puede negar que mi sistema es sencillo, natural conforme a la razón, y a la experiencia, por consiguiente dotado de todos los caracteres que obligan al entendimiento para su admisión, excusándole de concebir misterios donde no los hay; para buscar causas imaginarias de efectos, que las tienen bastantemente descubiertas.

15. ¿Cuántas veces en las cosas físicas para un entendimiento reflexivo están a corta distancia las causas; y por falta de reflexión se buscan allá lejos, donde no se pueden hallar, porque no están allí? Esto viene a ser lo de Demócrito, cuando la criada le puso en la mesa unos higos cogidos en su Huerta, en quienes halló el sabor, y olor de miel. El buen Filósofo, al reconocer aquellas calidades extrañas en los higos, al momento avanzó la consideración a que se les habían comunicado del terreno que les había producido. Sobre este supuesto, levantándose prontamente de la mesa, fue a la Huerta a examinar la tierra donde estaba plantada la Higuera. Viéndolo la criada, le preguntó ¿qué idea era aquella? Díjoselo [134] el Filósofo. A lo cual la mozuela, entreverando con carcajadas las palabras: Ah, Señor, le dijo, escarbe Vmd. la tierra hasta que se canse; pero llévese antes sabido, que el sabor, y olor de esos higos viene de que yo los tenía puestos en una vasija que antes estaba con miel.

16. Lo que Vmd. dice en su Carta, que el convalecido de la enfermedad pestilente no se supone inmune de otros morbos, que dentro de la misma peste acaezcan, en ninguna manera incomoda mi sistema; porque el decir que no se supone inmune, no es afirmar que no lo queda. Estando a la expresión de Vmd. ni se supone eso, ni lo contrario; y esta indiferencia me deja el campo libre para tomar el partido de afirmar que queda inmune de otros morbos, como del pestilencial; lo cual, no sólo se prueba con lo alegado arriba, mas también con las noticias bastantemente comunes, de que en los Países del Asia Menor, que son de tiempos a tiempos, sin distancia de muchos años, infestados de la peste, en los intervalos hay pocas enfermedades, y muere poquísima gente, y es preciso que sea así; porque si no, aquellos Países ya estuvieran hechos páramos. De cuyo efecto, la causa más verosímil que se puede discurrir es, que los que no fueron tocados de la peste, son los más robustos: y los que fueron tocados, y sanaron, quedaron expurgados por mucho tiempo.

17. Finalmente, para que Vmd. conozca, que el negar los supuestos, que hace, no pende de querer hurtar el cuerpo a la dificultad, se la resolveré con la mayor facilidad del mundo, aun admitidos los supuestos, diciendo, que hay en los líquidos partículas de determinada especie, proporcionadas por su naturaleza a ser susceptivo inmediato, y propio del contagio pestilente; y distintas de las que lo son de otras cualidades morbosas. Aquéllas, pues, y no éstas se evacuan en la crisis saludable de la enfermedad pestilencial; y por eso queda el convaleciente indemne de la recaída en ella, mas no de otros morbos. Nuestro Señor guarde a Vmd. muchos años.


{Feijoo, Cartas eruditas y curiosas, tomo cuarto (1753). Texto según la edición de Madrid 1774 (en la Imprenta Real de la Gazeta, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo cuarto (nueva impresión), páginas 127-134.}