Filosofía en español 
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Tomo cuarto Carta XXV

Excúsase el Autor de aplicarse a formar Sistema sobre la Electricidad; y por incidencia, por algunos particulares fenómenos Electricios, confirma su opinión sobre la Patria del Rayo, propuesta en el octavo Tomo del Teatro Crítico

1. Muy Señor mío: Varios sujetos de algunos años a esta parte han procurado con no menos fuerza, que V. S. lo hace ahora, estimularme a que diga algo al Público sobre la Virtud Eléctrica, cuya especulación ocupa hoy no pocos de los mayores Filósofos de Europa; sin que pudiese resolverme a condescender a sus instancias, deteniéndome el motivo, que expondré luego, y que subsiste aún ahora, para no rendirme a la nueva que me hace V. S. [348]

2. Paréceme ser, que así V. S. como los demás, que han querido meterme en este empeño, proceden debajo de uno de dos supuestos. Esto es, o suponen que el asunto no es muy arduo, o que cuando lo sea, consideran en mí toda la habilidad, e instrucción necesaria para superar la dificultad. Y no debieran suponer uno, ni otro.

3. No lo primero: porque realmente la materia es de las más enredadas, y abstrusas que hasta ahora presentó la naturaleza a la indagación de la Física. Sobradamente se deja conocer esto, en que empleándose en este examen con una constante aplicación, há no poco tiempo, muchos grandes ingenios de varias Naciones, si se ha de hablar con sinceridad, es muy poco lo que se ha adelantado. Se han amontonado, y manifestado al Público innumerables experimentos, sobre cuyo fundamento se han erigido algunos sistemas; pero con la desgracia de que después que con mucha fatiga se han fabricado en atención a tales, o cuales observaciones, parecen otras opuestas, que arruinan todo lo edificado; y si sobre estas nuevas se quieren fabricar, se oponen a ello, no sólo las anteriores, mas otras, que de nuevo suceden a éstas, y aquéllas.

4. Tampoco debieran suponer lo segundo; esto es, que aun cuando sea muy intrincada la cuestión, hay en mí fuerzas bastantes para triunfar de la dificultad. Si el afecto con que me miran, les sugiere esta nimia confianza de mis talentos, les diré lo que el grande Augustino (Epist. 7. ad Marcellinum) escribió de algunos apasionados suyos, que le atribuían más alta sabiduría, que la que el Santo reconocía en sí mismo: Non mihi placet, cum a charissimis meis talis existimor, qualis non sum. Sería insigne presunción mía pensar, que podría adelantar cosa digna de alguna consideración, sobre lo que discurrieron hasta ahora varios sutiles Filósofos, que, sin cesar, han estado haciendo varios experimentos, y sobre experimentos innumerables reflexiones. Aún sería temeridad [349] más damnable, si me arrojase a formar algún sistema, con la confianza de que saliese más sólido, que cuantos se han imaginado hasta ahora. ¿Pues qué he de decir? ¿Lo que otros ya dijeron? Esto es decir nada. ¿Impugnar lo que ellos escribieron? Eso bien fácil es; mas, por ser tan fácil, no es ocupación digna de alguna pluma honrada. Edificar, o construir pide artífice, y arte; para demoler lo que otros construyeron no es menester arte, ni artífice.

5. No obstante mi justa desconfianza, una, u otra vez me animé a dar con la imaginación algún breve giro por el campo de la Naturaleza, por ver si hallaba algo de terreno en que asentar cimientos para algún nuevo sistema. Pero me sucedió lo que a la Paloma de Noé en su primera salida del Arca, que no hallando donde hacer pie fijo, volvió a su recogimiento: Quae cum non invenisset ubi requiesceret per eius, reversa est ad eum in arcam. (Genes. cap. 8.)

6. Lo propio me sucedió con lo que leí sobre la materia, aunque es muy bueno lo que leí; porque sobre varias especies disgregadas, que encontré en la Historia de la Academia Real de las Ciencias, en las Memorias de Trevoux, y tal cual otro libro, me enteré suficientemente del Ensayo sobre la Electricidad de los cuerpos del Señor Abad Nollet, y la Física Eléctrica del Doctor D. Benito Navarro, que tengo en mi Biblioteca, y me han merecido muy especial estimación, porque uno, y otro Autor descubren un sutil ingenio, una gran erudición física, una explicación limpia, y clara, un estilo tan natural sin bajeza, como noble sin afectación; a cuyas cualidades agregan aquel juicio, aquella circunspección, aquella modestia, aquella sinceridad, aquella buena fe, que son tan propias de los buenos Escritores, como de los verdaderos hombres de bien. Tan cierto es, que la cualidad de hombre de bien entra necesariamente en el constitutivo esencial de un buen Escritor. [350]

7. Por lo que mira al señor Abad Nollet, há mucho tiempo que es objeto de una muy particular estimación, mía, por los extractos de sus excelentes lecciones de Física, que leí en las Memorias de Trevoux. El ensayo sobre la Electricidad sólo lo vi, y tengo en la traducción Española, que se hizo en Madrid. Pero está tan bien puesto en nuestro idioma, que creo que para nada nos haga falta el original Francés. De nuestro D. Benito Navarro la primera noticia que tuve, fue la que adquirí por la lectura de su libro. Ojalá de a luz otros muchos, porque ciertamente reconozco en su pluma un numen de bello temple.

8. Siguen, o proponen los dos Autores diverso sistema; y cada uno prueba el suyo, lo que basta para hacer conocer, que están dotados de un sutil discurso. Pero en orden a fijar mi asenso, repito lo de la Paloma de Noé: Cum non invenisset ubi requiesceret pes eius; no hallé lo que deseaba. No desconfío yo de que lo que discurrieron los dos de la luz a otros para romper otra senda por donde se encuentre la verdad, o para que la encuentren por algunos de los dos rumbos, disipando algunas nieblas, que hasta ahora la obscurecen. Pero esta empresa, que se tome por uno de los caminos abiertos, o por otro distinto, pide sujeto, o sujetos, que sobre ser muy hábiles, tengan una gran comodidad para manejar por mucho tiempo las máquinas Eléctricas, y variar los experimentos de mil modos diferentes.

9. Yo, a la verdad, así en los dos Autores citados, como en algunos otros, leí muchos de los que se han hecho hasta ahora en varias partes. Pero, señor mío, los experimentos puramente relacionados no son de mucho servicio. Es menester verlos, y palparlos. La experiencia, para dar bastante luz, ha de ser propia, no ajena. No se ha de poner este negocio a cuenta de dos sujetos distintos, uno que experimente, otro que discurra. El mismo ha de hacer uno, y otro.

10. Esto por cuatro razones. La primera es, que los [351] hombres, no sólo discurren diferentemente, también ven, o miran diferentemente unos de otros. Y ésta, que parece paradoja, es para mí una verdad clarísima. ¿De qué, sino de esta diversidad en ver, o mirar pende lo que a cada paso experimentamos, que entre sujetos que vieron un mismo objeto, aun en orden a aquello que se presenta al examen de los ojos, la relación de uno da diferente concepto que la de otro. ¿Y esto de modo, que a veces hay porfiadísimas disputas sobre si tal cosa es grande o pequeña, de tal, o cual figura, de tal, o cual color, &c.

11. Pero no confundamos los significados de las voces. Mirar, y ver son dos cosas distintas, pero una pende de la otra. Para ver bien es menester mirar bien. Acaso me podré adelantar a decir, que para saber ver es menester aprender a mirar. ¿Pues qué? ¿No saben todos mirar? Resueltamente digo que no. No mira bien quien no mira con una atención firme, y constante. No mira bien quien no mira, y remira. No mira bien quien mira el objeto sólo a una luz, y no a las diferentes con que puede mirarse. No mira bien quien no mira una por una todas las partes del objeto; de modo, que sucesivamente vaya terminando cada una el que llamamos eje óptico. Comprehenderán fácilmente todo esto los que saben que no miran, ni ven los ojos, sino el alma.

12. La segunda razón de que la experiencia debe ser propia, y no ajena, es, que cada uno ha de variar los experimentos, según las varias ideas que tuviere. Debemos considerar, que la máquina eléctrica es un testigo, que examina el Filósofo, a fin de explorar por sus respuestas la causa universal de los fenómenos. Para esto es necesario que cada uno le haga las preguntas a su modo, o conformemente a la idea que le haya ocurrido; esto es, que tiente aquellos experimentos, que le parezcan más propios para descubrir si la idea que le ha ocurrido es falsa, o verdadera. Y aun no basta esto. Es menester también variar las máquinas, o la disposición [352] de ellas; porque consultar una sola, sería examinar un testigo sólo. Puede una responder a la pregunta, a que otra nada explica. Generalmente hablando, el interrogar la naturaleza por la vía de la experiencia, para descubrir los principios con que obra en cualquier parte suya, pide más industria, y sagacidad que la que ha menester un Juez para arrancar la verdad en lo civil, o criminal de un testigo obstinado a ocultar lo que sabe.

13. La tercera razón es, que las relaciones de experimentos ajenos muchas veces no son íntegras, u adecuadas; esto no por falta de fidelidad en el que los refiere, sino por falta de advertencia. Cállase alguna menuda circunstancia, o porque no se nota, o porque su pequeñez la hace despreciar como inútil, y en esa menuda circunstancia está tal vez para ojos más atentos la clave de la cifra. Esa menuda circunstancia descubre tal vez alguna concausa accidental, que concurrió al efecto observado; y porque falta en otro experimento, no resulta el mismo fenómeno.

14. La última es, que también por falta de sinceridad son a veces infieles las relaciones. Es grande la pasión que tienen los hombres por persuadir a otros que lo vieron algunas maravillas, ya sean de la naturaleza, ya del arte, ya de la Onmipotencia.. La admiración, con que se oye un prodigio. lisonjea la vanidad del que lo habla, o escribe, como que en alguna manera del suceso se difunde a la persona. Así a un hecho, que nada tiene de singular, se añade todo lo que es menester para que se represente prodigioso.

15. Dentro de la misma materia de la Electricidad tenemos un ejemplo oportunísimo al intento, que el año pasado de cincuenta publicó el Abad Nollet en una adición a su obra del Ensayo sobre la Electricidad, y copiaron los Autores de las Memorias de Trevoux en el mes de Abril del año siguiente. Extendióse por Francia, y otros Reinos, que en algunas Ciudades de Italia (nombradamente Turín, Venecia, y Bolonia) se habían curado [353] varios paralíticos por medio de la Electricidad; esto es, poniendo dentro del globo de vidrio, o tubo, que sirve en la máquina, medicamentos apropiados a esta enfermedad, cuyos corpúsculos, o emanaciones se decía, que, introducidas por medio de la virtud elástica en los cuerpos de los enfermos, los curaban perfectamente. Tentaron algunos en Francia, y aun pienso que en otras partes, la cura de la parálisis por el mismo medio, pero sin efecto alguno. Los enfermos tan paralíticos quedaron como estaban antes. Sucedió que después el Abad Nollet pasó a Italia, agregándose a otros motivos para hacer este viaje, el deseo de averiguar la verdad de las curaciones referidas. Estuvo en Turín, en Venecia, en Bolonia, con los mismos Médicos, que se decían Operadores de las maravillosas curaciones, y halló que en ninguna de todas ellas había siquiera un átomo de verdad.

16. Notó que los Autores de las Memorias de Trevoux en el lugar citado dicen, que sólo de Italia se han oído estas curas ilusorias, o supuestas de paralíticos; porque (dicen) cuando nuestros Físicos han querido con sus trabajos eléctricos producir los mismos efectos, nunca lo han logrado, quedándose siempre los enfermos con la misma mala afección de sus miembros. Extendiéndose inmediatamente a expresar, que ni en Francia, ni en Inglaterra, ni en Alemania se vió curación alguna de este género. Pero dichos Autores, o padecieron en esto equivocación, o se olvidaron de lo que habían escrito en el mes de Junio de 1749, pag. mihi 1244, y las dos siguientes, donde dicen, que Mons. Jalabert, Profesor de Filosofía, y Matemáticas de las Regias Sociedades de Londres, y Mompeller curó perfectamente a un enfermo, que tenía el brazo derecho enteramente paralítico. Esta noticia copiaron de un libro del mismo Jalabert, donde testifica haber hecho esta cura. Digo, pues, así: O esta cura fue verdadera, o falsa. Si verdadera: luego no siempre fuera de Italia fue inútil el uso de la electricidad para curar la parálisis. Si falsa: luego no sólo [354] en Italia fueron ilusorias, o supuestas tales curaciones.

17. Añado, que la primera noticia, que se esparció en Europa, de curación eléctrica en la parálisis vino del País distantísimo de Italia, cual es la Escocia. Es verdad, que así ésta, como la referida por Jalabert, tienen la diversidad esencial de las de Italia, de que en aquéllas se atribuyó la cura a la mera virtud eléctrica, sin intervención de otro algún agente: en éstas se introdujo otro distinto; esto es, las drogas farmacéuticas, colocadas en el globo de vidrio, o en el tubo; de modo, que si las curaciones Italianas fuesen verdaderas, se podría discurrir, que el buen efecto totalmente se debía a las drogas médicas, concurriendo la virtud eléctrica sólo como vehículo, para introducir sus emanaciones en el cuerpo, disparándolas mediante su movimiento elástico, o vibratorio, o cuando más, que la virtud eléctrica sólo influía como agente parcial, siendo otro agente parcial las emanaciones de los medicamentos.

18. Pero efectivamente, ¿qué tenemos en orden a la Electricidad Médica? Parece que nada. Las curaciones de Italia ya se sabe que se hicieron humo. La de Escocia sonó unos pocos días, y pasó mucho tiempo sin que se hablase más de ella, ni de otra semejante, hasta que vino Mons. Jalabert a decantar la suya. De ésta dieron noticia los Autores de Trevoux en el Junio de 1749, y cerca de dos años después, esto es, en Abril de 1751, nos dicen, que ni en Francia, ni en Inglaterra, ni Alemania se vió hasta ahora curación eléctrica alguna. Es de creer, que después se desegañaron de que también la curación de Jalabert había sido sólo aparente.

19. Lo que concluyo de todo lo dicho es, que sobre experimentos ajenos, y mucho menos si las noticias vienen de lejas tierras, nadie se puede fundar para discurrir sobre la causa de la Electricidad, o creer que tiene en ellos materiales para fabricar sistema alguno. ¿Pues qué he de hacer yo colocado en un País donde no hay [355] máquina eléctrica alguna, ni Artífice que pueda hacerla? Pero aunque tuviera muchas a mano, no pondría la mano en ellas. Ya no es tiempo para esa especie de aplicación. Cuando Craso iba a su expedición contra los Partos, encontrando en el camino a Deyorato, Rey de los Gálatas, que siendo de una edad muy avanzada empezaba a edificar una Ciudad, le dijo: Rey de los Gálatas, muy tarde os ponéis a esa obra, pues considero que sea ya la última hora del día. A lo que Deyotaro, notando en el semblante de Craso señas de edad septuagenaria (pasaba de sesenta; pero advierte la Historia, que representaba más edad que la que tenía), le volvió agudamente la pelota, diciéndole: Pues en verdad, Señor, me parece que tampoco vos habéis madrugado mucho para hacer guerra a los Parthos (eran tenidos entonces los Parthos por gente invencible). Decían bien uno, y otro; y uno, y otro recíprocamente merecían el sarcasmo, como todos los demás, que en el último tercio de la vida se ponen a empresas largas, u difíciles: Mutato nomine de me fabula narratur, en caso que yo en mis años trajese de alguno de los Reinos vecinos instrumentos para ocuparme en experimentos eléctricos:

....................quae non viribus istis
Munera conveniunt, nec tam senilibus annis.

20. Pero al paso que ésta para mí es ya una empresa desesperada, creo que para los que pueden aplicarse a este trabajo ha llegado el tiempo de emplearse en él con alguna utilidad, siendo para mí muy verosímil, que poco há se empezó a mostrar la senda por donde se ha de caminar en este examen. ¿Cuál es ésta? La descubierta analogía de la materia eléctrica con la del Rayo: en que el primer pensamiento, y ciertamente muy digno de su penetración filosófica, se debe al Abad Nollet, según leí en las Memorias de Trevoux; y aunque el Autor, siguiendo su genio circunspecto, le propuso sólo como una [356] conjetura venturera, desde entonces concebí unas grandes esperanzas de tan bella idea. Después hemos visto, que aprovechándose de ella la sutileza Anglicana, la confirmó con algunos experimentos.

21. Yo por mí consiento en que la materia eléctrica es, no sólo análoga, mas probabilísimamente idéntica en especie con la del Rayo. Esta nadie ignora que es sulfúreo-nitrosa. Y lo mismo demuestran de la eléctrica repetidos experimentos sobradamente testificados. El azufre se descubre en su olor propio al sacar las chispas, que ella ejecuta en los cuerpos, y el nitro en el estampido, o estrépito, que al mismo tiempo se percibe, que aunque comúnmente es leve, algunas veces, como dice D. Benito Navarro, citando a Wincler, es tan considerable, que se extiende a una gran distancia: desigualdad, que podrá provenir de la desigual cantidad de nitro, que hay en varios cuerpos, o de alguna diversidad en el modo de la operación.

22. Los efectos de los Rayos son varios, y de algunos aparentemente opuestos, sin que por eso dejen de provenir todos de la misma materia sulfúreo-nitrosa. También son muy varios, y algunos recíprocamente opuestos en la apariencia, los de los cuerpos eléctricos: luego asimismo se debe creer proceden de la misma materia, diversamente modificada, o impelida.

23. Son muchos los rayos que destrozan cuanto encuentran; pero también los hay benignos, que no hacen más que lamer la superficie del cuerpo que tocan. Ya se ha visto deslizarse la materia del Rayo entre la camisa, y el cutis de un hombre, sin otro efecto que tiznarle algo; y cerca de la Villa de Pontevedra, una Centella tocó a un Labrador en un hombro, no haciendo tampoco más que lo dicho. De este hecho tengo certeza, habiendo sucedido a treinta, o cuarenta pasos de distancia de nuestro Colegio de Lerez, que yo habitaba entonces. La misma discrepancia de efectos se observa en la virtud eléctrica. Por la mayor parte no produce más que chispas, [357] o relampaguillos inocentes. Pero algunas veces ejerce ímpetus terribles, cual es aquel que experimentó Monsieur de Muschembroek en Holanda; después Monsieur de Reaumur, en París, que pensaron uno, y otro haber llegado su última hora. Puede verse la noticia en el libro del Doctor Navarro, pag. 184.

24. El Rayo se ha observado, que muchas veces, sin lesión de las partes exteriores de un cuerpo, ejerce su ira en las interiores, o, sin daño del continente, destroza el contenido. Así se dice que se ha visto deshacer una espada quedando entera la vaina; derretir el oro, plata, o cobre, sin romper un hilo de los sacos adonde están. Y Plinio refiere, que un Rayo quitó la vida al feto que tenía en sus entrañas Marcia, Princesa Romana, sin que padeciese la más leve incomodidad esta señora. ¿Y no se experimenta lo mismo en algunas fulminaciones de la virtud eléctrica? Sin duda. La que acabo de referir, que padecieron Muschembroek, y Reaumur (después se experimentó lo mismo en otros), sin tocarles en el pelo de la ropa, ni hacer impresión alguna en la superficie del cuerpo, conmovió extraordinariamente las partes internas. Leí también, no me acuerdo en cuál de los Autores modernos, el experimento de un pájaro, que murió de la fulminación eléctrica; y abriéndole, hallaron notablemente ofendidas las entrañas, sin que hubiese perdido ni un pelo de la pluma.

25. La materia del Relámpago no se puede negar que es la misma que la del Rayo; y en mi juicio no hay Relámpago alguno sin Rayo, lo cual se colige claramente de su luz, y del trueno que lo acompaña: de la luz, porque una iluminación tan grande supone necesariamente la incensión de alguna materia del trueno, porque no pudiera resultar tan horrendo estampido, sin que la materia encendida fuese sulfúreo-nitrosa. Ahora pues. ¿Qué son las chispas que se producen por medio de la electrización, sino unos pequeños Relámpagos, y por consiguiente unos pequeños Rayos, o producciones [358] de ellos? Lo propio digo de otras especies de iluminaciones que aparecen, u discurriendo rápidamente por el cuerpo electrizado, o vibrándose de las puntas, y ángulo de él, como lenguas de fuego.

26. ¿Y qué fuera, si como está ya descubierta en la materia eléctrica la fuerza repulsiva del Rayo, descubriésemos también en el rayo la virtud atractiva de la materia eléctrica ? Extraño parecerá a V. S. el pensamiento. Con todo, aventuraré a este propósito, valgan lo que valieren, dos fenómenos vistos en esta Ciudad de Oviedo.

27. En un fuerte nublado, que hubo aquí por el mes de Diciembre del año de 1723, después de arruinar una buena porción de la hermosa torre de esta Catedral por su parte superior, introduciéndose una Centella por el hueco del caracol mallorquín por donde se sube a las campanas, arrancó dos de sus gradas, desencajándolas de la pared, y tirándolas hacia sí, como si obrara con tenazas. En otra tempestad, que hubo algunos años después, entró otra Centella en la Iglesia de Santo Domingo de esta Ciudad, donde hizo algún estrago, y asimismo desencajó algunas piedras de una pared, llamándolas también hacia dentro, aunque no acabó de arrancarlas. Esto segundo vilo: lo primero oílo.

28. Supongo que nunca el arte en la materia eléctrica, que puede manejar, logrará tan poderosa atracción. Pero esto nada embaraza a la identidad específica, que pretendo en una, y otra materia; ya porque dentro de la misma especie cabe mucho más, y menos: ya porque siendo la fuerza repulsiva de Rayo infinitamente más fuerte que la de la materia eléctrica, que maneja el Arte, es verosímil que la fuerza atractiva sea también más fuerte en la misma proporción.

29. Acaso conducirá al mismo intento el extraordinario efecto de otro Rayo, que cayó pocos años há en la Ciudad de Santiago. Estaba cerca de la parte donde hirió éste un muchacho, natural de la Villa de Avilés, que [359] conozco, llamado Juan Francisco Menéndez Miranda. No le tocó la más leve chispa del Rayo, ni sintió dolor en miembro alguno. Pero desde aquel momento empezó a caérsele el pelo, o vello que tenía en todas las partes de su cuerpo, y prosiguió algunos días, hasta no quedarle el más leve hilo en la cabeza, cejas, barba, &c. No ignoro que para este efecto se podrá filosofar de otro modo, discurriendo causa distinta de la atracción. Pero tampoco se puede negar, que ésta es la que más inmediata, y naturalmente se presenta: esto es, que el rayo ejerciese su virtud atractiva en todas las hebras del pelo, pero con alguna desigualdad, por no estar todas igualmente radicadas, o no tener todas la raíz igualmente profunda; de suerte, que aunque desde luego las desprendió a todas de la raíz, no a todas totalmente, sino más, o menos, según su mayor, o menor radicación. Así es fácil concebir, que algunas, desde el momento de la fulminación, se separaron enteramente del cuerpo; otras, según fueron entonces más, o menos separadas de la raíz, y traídas a la superficie, sucesivamente con más, o menos demora fueron cayendo.

30. Pero, Señor mío, hablando con la sinceridad que profeso, no recelaré confesar a V. S. que todo esto va algo a tientas; y bien lejos de pensar que baste para la convicción de nadie, me contentaré con que sirva de excitativo para pensar más sobre la materia a los que tienen instrumentos para la experiencia, y comodidad para examinarlos. Yo, que carezco de uno, y otro, cuanto puedo hacer es tentar la ropa a la dificultad. Si acierto con algo, es fortuna: si yerro, necesidad.

31. A la pregunta que V. S. me hace al fin de su Carta, de que, qué siento en orden a la experiencia de las barras puntiagudas de hierro, colocadas perpendicularmente sobre alguna materia eléctrica, que, a la vista de nubes tempestuosas, arrojan chispas, digo, que creo los experimentos que se han divulgado, porque vino la noticia autorizada con nombres muy respetables. [360]

También siento, que dichos experimentos dan un gran aire al pensamiento, de que de la materia eléctrica es específicamente la misma del Rayo. Mas si esas barras pueden servir para precaver los daños, y frustrar las violencias de este terrible meteoro, en orden a eso no diré, sino que aún estamos a ver; pues hasta ahora, a lo que entiendo, no tenemos más que esperanzas. Pero está el negocio en buenas manos; porque los Físicos Ingleses, y Franceses, que tanto temen los Rayos como nosotros, parece han tomado por su cuenta este empeño, y es de creer no desistían de él, ya por su particular interés, ya por la común utilidad.

32. Entretanto, yo hago una observación, que en algún modo toca a la mía, sobre la experiencia de las barras. En el VIII Tomo del Teatro Crítico, Discurso IX, siguiendo la opinión del célebre Gasendo, y del docto Marqués Maffei, probé con bastante extensión, y, a mi parecer, no con menos solidez, contra el sentir casi universal, que los Rayos, que acá abajo hacen los destrozos, que vemos, no descienden de las nubes a nosotros, sino que se forman, o encienden en el mismo sitio donde se experimenta el furor, o muy cerca de él. Ahora, pues. O sea amor de la verdad, o amor propio (acaso interviene uno, y otro) yo me intereso en ver confirmada la opinión que sigo en este asunto; pues aunque no la dí el primer ser, hallándola recién nacida, y desamparada, la constituyo hija adoptiva mía, estableciéndola de modo que pueda sustentarse. Gasendo, no más que conjeturando, la insinuó de paso. Intentó probarla el Marqués Maffei, pero fundándose en que el fuego, que abrasó la Condesa Cornelia Bandi, había sido de un Rayo formado en el ambiente vecino, lo que yo impugné en el lugar citado arriba; y en el mismo a esta defectuosa prueba substituí otras, que juzgué, y aún juzgo ahora muy sólidas. Y ahora me ofrece una nueva prueba la experiencia de las chispas que arrojan las barras de hierro, constituidas en las circunstancias expresadas. [361]

33. Pretenden los que hicieron los experimentos probar con ellos, que la materia del Rayo es la misma que la eléctrica, por la identidad del efecto de sacar chispas de las barras colocadas sobre cuerpo eléctrico. ¿Pero cómo se prueba, que lo que saca de ellas las chispas, sea materia del Rayo? De la circunstancia de que sólo resulta este efecto, cuando hay nubes tempestuosas. Yo convengo en todo ello. Pero añado, que esa materia del Rayo está sin duda acá abajo, y próxima a las barras, pues no resultaría el efecto sin algún contacto con ellas. Y de aquí se infiere necesariamente lo que escribí en el citado Discurso IX del VIII. Tomo del Teatro, que cuando hay nubes tempestuosas, la materia fulminante, o sulfúreo-nitrosa no está solamente contenida en ellas, sino que se extiende a toda esta parte de la atmósfera, que está entre las nubes, y la tierra.

34. ¿Ni cómo puede, a la verdad, ser otra cosa? ¿Cuánto asciende del Orbe terráqueo a la atmósfera, que sea en vapores, que sea en exhalaciones, que en otra cualquiera especie de corpúsculos, consta de partes más, o menos graves, a cuya proporción se pone en equilibrio con el aire a mayor, o menor altura. Así se ve, que hay unas nubes más altas que otras, y aun más altas que otras las partes de una misma nube. La que llamamos niebla es una nube baja; y la que llamamos nube una niebla alta, como han notado los que habiendo subido alguna cumbre eminente, se colocaron dentro de la misma nube. En tiempo pluvioso siempre hay algo de nube acá abajo, pues no por otra cosa el ambiente vecino a nosotros humedece entonces los cuerpos, si no por los vapores acuosos, que están incorporados en él. Todo vapor es nube, y toda nube es vapor, sólo con la diferencia de más, o menos cantidad, y densidad.

35. Lo mismo que de las nubes puramente lluviosas, digo de las tormentosas; porque las exhalaciones sulfúreo-nitrosas son desiguales en gravedad, del mismo modo que los vapores: así se quedan por acá abajo algunas [362] de las más graves, que por ser tales se equilibran con este ambiente más grave vecino a la tierra: lo que se prueba con lo alegado en el citado Discurso del VIII. Tomo, y se confirma con la experiencia de las barras. Añado a uno, y otro, que en esta Ciudad vi algunos años há una nube tan baja, que casi tocaba con la parte inferior los techos de los edificios más altos: su apariencia, a la vista, la misma de las que comúnmente llamamos nieblas, que tronó, y relampagueó terriblemente. ¿Por qué esto, sino porque constaba de exhalaciones más pesadas que de los ordinarios nublados?

36. Pero debo notar, que siendo mucho menor la cantidad de las exhalaciones que quedan inmediatas a nosotros, que de las que se elevan a alguna distancia, y por consiguiente separadas las partículas de aquéllas por la interposición de mucho aire, rara vez sucede, que el Rayo se forme en mucha proximidad a la tierra: porque rara vez sucede, que en algún espacio de la atmósfera, muy próximo a ella, se congregue la cantidad de materia sulfúreo-nitrosa, que es menester para la formación del meteoro, que con propiedad llamamos Rayo, aunque bastante para algunas otras inflamaciones mucho menores.

37. Si V. S. gustare de informarse más adecuadamente sobre la materia, creo que halla bastante para satisfacerse leyendo el VIII, y IX Discurso del VIII Tomo del Teatro Crítico. Por ahora nada me resta, sino testificar a V. S. mi pronta voluntad a servirle, y rogar a Dios le guarde muchos años. De este Colegio de S. Vicente de Oviedo, y Octubre 20 de 1752.


{Feijoo, Cartas eruditas y curiosas, tomo cuarto (1753). Texto según la edición de Madrid 1774 (en la Imprenta Real de la Gazeta, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo cuarto (nueva impresión), páginas 347-362.}