Filosofía en español 
Filosofía en español


Tomo quinto Carta VIII

Dáse noticia, y recomiéndase la doctrina del famoso Médico Español D. Francisco Solano de Luque

1. Muy señor mío: Recibí de Vmd. con fecha del día 15 de Julio, en que después de avisarme, que el P. N. de mi Religión le había preguntado, cómo, y por qué medio podría agenciar las Obras Médicas del Doctor Solano de Luque, porque yo le había encargado me las buscase; esto le causó a Vmd. alguna admiración, porque no tenía entonces la más leve noticia de tal Autor Médico; y aunque después adquirió alguna, por medio de sujeto de la Profesión, bastante noticioso de los Autores famosos en ella; pero muy diminuta, y nada ventajosa al crédito del expresado Autor, como que era muy corto el que obtenía entre los de su Facultad. Pero haciendo Vmd. reflexión sobre lo que el Religioso, de quien hablé arriba, le había dicho, que mi encargo llevaba la circunstancia apretada, de que en caso de hallar venales las [205] Obras de Luque, no reparase en la altura del precio, en que se tratasen: infirió, que yo hacía alguna particular estimación de ellas; y no pareciendo a Vmd. justo despreciar como enteramente errado, mi concepto, resolvió preguntarme en qué le fundo; y a esto se reduce en compendio el contenido de su Carta, a que voy desde luego a satisfacer.

2. Tres años ha, y no más, que tuve la primera noticia del Doctor Solano de Luque, tan desnudo hasta entonces de todo conocimiento del sujeto, que ni su nombre había oído, o leído jamás. Esta primera noticia debí a Don Joseph Ignacio de Torres, Noble Valenciano, que hoy está ejerciendo en París con estimación la Medicina; y que sobre este talento posee otros, y muy preciosos. Teniendo yo en aquel tiempo alguna correspondencia epistolar con este docto Español, me ocurrió preguntarle, qué Autores Médicos tenían más aceptación en Francia. A que me respondió con extensión, nombrándome muchos Autores de los más célebres, antiguos, y modernos, con la división de las varias partes de la Ciencia Médica, en que ha florecido unos, y otros. Y hablando de los que se distinguieron con especialidad en la Semeiótica, después de señalar varios antiguos, concluye con estas palabras: Entre los Modernos Bellini, Sidenham, Baglivio, y el nunca bastante alabado Solano de Luque.

3. Después de lo cual, prosigue así en párrafo aparte: De intento he nombrado el último a Solano, para celebrar con V. un Español, que en sentir de los mejores Médicos de nuestros tiempos, ha superado desde Galeno a cuantos le han precedido. ¡Mas ha! Y lo que sentí saber, que mientras se vendían en España los ejemplares de la única edición de su utilísima Obra, había leído ya un compendio de ella en las lenguas Latina, Inglesa, Francesa, y Alemana, a fin de ver las notas, con que me decían había sido aumentada cada una de dichas traducciones.

4. Un testimonio tan ventajoso a favor de Solano de Luque, proferido por un Profesor de la Medicina, de cuya [206] inteligencia de esta Facultad tengo formado alto concepto, especialmente viniendo añadido a este informe el de la estimación, que tributan otras Naciones a este famoso Español, bien probada con la traducción de su Obra, u Obras en varias lenguas, me bastaba para solicitar con ansia su lectura.

5. Podría yo, sin embargo, considerar como muy hiperbólico el agigantado elogio de superar a cuantos Médicos se subsiguieron a Galeno, y aún recusarle, por proceder de la pluma de un Español, atribuyéndolo a la pasión del patriotismo. Pero poco tiempo después, que recibí dicha Carta, con la ocasión de llegar a mi mano los Comentarios, que escribió el docto Médico de Leyde, Gerardo Van Switen, sobre las obras del gran Boerhave, de quien fue dignísimo discípulo, y hoy creo es primer Médico del Emeprador reinante; cesó todo el motivo del referido escrúpulo; pues ni podía contemplar algún afecto nacional por nuestro Español en un Autor Holandés, cual lo es Van Swieten: ni la especie de elogio, con que celebra a Luque, admite el sentido hiperbólico, por ser simple relación de un hecho evidenciado, con la deposición de muchos testigos oculares, dignos de toda fe. Este hecho es, que Luque tenía un conocimiento tan comprensivo del pulso, que por él pronosticaba las terminaciones, que habían de tener las enfermedades, ya en cuanto a la especie de ellas, ya en orden al tiempo en que habían de acaecer, definiendo muchas veces, no solo el día, mas también la hora: Sola observatione pulsus in morbis, didicerat varias criticas evacuationes per alvum, urinas, sudores, narium hemorrhagiam, &c. praedicere; imo & saepe definiere, qua hora hae crises expectandae forent, non sine magna omnium admiratione (Van Switen Comment. in Boerhave, tom. 2, pag. mihi 59, & seq.)

6. A vista de esto, podemos dar mucho mayor amplitud al elogio, con que el señor Torres celebra a Solano de Luque: concediéndole ventajas, no sólo sobre todos los Médicos, que le precedieron después de Galeno, [207] mas también sobre Galeno, y aun sobre el mismo Hipócrates, y sobre todos los que florecieron en los cinco siglos, que mediaron entre estos dos celebrados Maestros, pues poca, o muy escasa luz en esta materia no ha quedado de todos ellos. Hipócrates no puede Vmd. ignorar, que ni memoria hizo del pulso en sus Escritos; por lo que creen muchos, que, o le fue totalmente incógnita esta parte de la Medicina, o que conocida, la despreció como inútil; siendo muy arduo de creer esto segundo. Tampoco se lee una palabra de pulsos en los Escritos del Hipócrates Romano, Cornelio Celso. Galeno dijo bastante de ellos, pero lo más fue mero parto de su idea, y no fruto de la observación, como confiesan los sinceros, y sabios Médicos.

7. ¿Mas cómo, o por qué hado, un hombre tan singular, al mismo tiempo, que ve altamente celebrado por los Extranjeros, se halla casi enteramente desconocido, o por lo menos desestimado de los Españoles? ¡fenómeno raro! especialmente si se considera, que Solano muy poco ha que floreció, pues murió el año de 37 de este siglo, y que dentro de España dio a luz algunas Obras. Pero esas mismas Obras, o la principal de ellas, puede servir para la explicación del fenómeno. El año de 31 se imprimió en Madrid un libro suyo en folio, intitulado: Lapis Lydius Apollinis, en el cual combate a viva fuerza muchas máximas vulgares de los Médicos, que yo llamaría, acaso con más propiedad: Máximas de los Médicos vulgares; y donde entre muchas doctrinas, transcendentes a la Práctica Médica, teje varias noticias de los admirables pronósticos, que hacía por su profundo conocimiento del pulso; produciendo testigos muy cualificados de sus aciertos, y aun descubriendo con heroica generosidad, sino en todo, en gran parte, el secreto de sus sagacísimas observaciones.

8. Llegó un ejemplar de este libro a manos de un doctísimo Médico Inglés, llamado Jacobo Nihell (el célebre Médico de Leyde Van Switen le califica Eruditísimo, [208] y agudísimo), que a la sazón se hallaba en Cádiz, asistiendo a los Comerciantes de su Nación, que negociaban en aquella Ciudad; el cual, asombrado de las prodigiosas predicciones, que Solano hacía por el pulso, y se referían en el libro Lydius Lapis, dificultando siempre algo; sin embargo de las deposiciones de testigos vivos, y oculares, dignos de toda fe, que Luque cita, que este modernísimo Médico alcanzase secretos no penetrados de algún otro Sabio de tantos como florecieron en el largo espacio de veinte y dos siglos; trató de averiguar por sí mismo la verdad. Para este efecto se puso en camino de Cádiz a Antequera, donde ejercía Solano su Arte, y que creo dista de Cádiz tres jornadas; pudiendo entonces apropiarse, en cierto modo, la expresión de Moisés, respecto de la milagrosa zarza: Vadam, & videbo visionem hanc magnam.

9. Fue, pues, Nihell a Antequera, y en Antequera halló aún más que lo que esperaba; porque halló en Solano una bondad heroica, un candor admirable, un corazón noble, y benéfico, que bien lejos de querer, o por codicia, o por vangloria, reservar para su uso privativo las luces, que había adquirido, con la mejor gracia del mundo las comunicaba a cuantos las pretendían. Así luego que Nihell se explicó con él, generosamente le brindó a que le acompañase en las visitas de sus enfermos, donde vería la certeza de sus pronósticos, y las circuntancias, que los motivaban. Aceptó Nihell el convite. Y para utilizarse en él cuanto fuese posible, lo tomó tan de espacio, que dos, que dos meses enteros se detuvo en Antequera, acompañando diariamente, como Practicante suyo, a Solano en sus visitas, observando sus aciertos, y oyendo sus instrucciones. Lo cual ejecutado, restituyéndose a los suyos, compuso un Libro, no de mucho bulto, en el cual, en Idioma Inglés, dio a luz todas las Observaciones de Solano, añadiendo a ellas algunas anotaciones propias, muy útiles para la mayor inteligencia de aquellas. Este libro fue después traducido en varias lenguas. Yo le tengo el la Latina, impreso en Venecia el año de 1748 debajo del título: Novae [209] raraeque observationes circa variaum crisiun preaedictionem ex pulsu, nullo habito respectu ad signa critica antiquorum.

10. De este modo, y por este medio se hizo plausible en las demás Naciones el nombre de Solano. ¿Y cómo no en España? El docto Nihell, en el Prólogo de su libro, escribe, que el Doctor D. Pedro Rojo, Miembro Honorario de la Academia Médica Matritense, y Médico del Hospital de San Juan de Dios de la Ciudad de Cádiz, que fue quien le presentó a Nihell el libro Lydius Lapis de Solano, se quejaba amargamente de la torpe inatención de sus Compatriotas en ese asunto: De ignava conterraneorum suorum insensilitate quaerebatur. La voz insensilitas, algo más disonante significado tiene, que inatención, o negligencia. Pero yo me contento con darle esta moderada traducción.

11. Verdaderamente es digno de la mayor admiración, que en una cosa de tan grave importancia, estando impreso en Madrid el Lydius Lapis, donde Solano da noticia de sus raros pronósticos por el pulso, apoyada con testigos muy fidedignos, casi todos los Médicos Españoles estuviesen como adormecidos; y sólo un Extranjero, un Inglés, cargase con la fatiga de un no muy corto viaje, y de la incomodidad de vivir dos meses fuera de su casa; para enterarse por sí mismo de la verdad, y tomar en la Escuela de Solano, en calidad de Discípulo, y Pranticante, toda la instrucción necesaria para imitar sus aciertos.

12. Repito, que el conocimiento del pulso, cual le tuvo Solano, es de suma importancia; y la falta de él es capaz de inducir en la práctica a muchos perniciosísmos errores. Dice el Doctor Nihell en su Prólogo, que a veces tres, o cuatro días antes conocía Solano por el pulso cuándo, y cuál había de ser la terminación de la enfermedad. El uso, que hacía de este conocimiento, era omitir desde entonces la aplicación de todo remedio, por no turbar, o impedir la crise, como hacen frecuentemente los remedios, o por violentos, o por muchos, o por intempestivos. ¡Y qué poco es menester para incidir en tan [210] horrible inconveniente! Dice el buen Doctor Boix, de doctrina de Hipócrates, que una gotera, que caiga en el cuarto de un enfermo, es bastante, por la inquietud, y disgusto, que le ocasiona, a impedir una feliz terminación. ¿Qué harán los emplastros, vejigatorios, sangrías, purgas, ventosas, &c. con que tantos indiscretos Médicos están continuamente molestando, y aun haciendo rabiar a sus enfermos?

13. Este pernicioso inconveniente evitaba Solano, por el profundo conocimiento, que había adquirido del pulso; siendo tan atento a alejar todo remedio, desde que prevenía la crise venidera, que furtivamente sustraía aquellos, que recetaba su mismo Maestro; esto es, aquel a quien estaba asociado, como Practicante. Así lo refiere el Doctor Nihell, añadiendo, que hacía este manejo con algún riesgo suyo; porque el Maestro (D. Joseph Pablo, Doctor, y Vice-Decano de la Universidad de Granada) era de un temperamento extremamente propenso a la ira: y le hiciera un muy mal partido, si como era muy fácil, llegase a entender el destino, que se daba a sus recetas. Solano, sin embargo, había usado con él la franqueza e comunicarle todas las observaciones, que iba haciendo sobre el pulso, y los felices efectos de ellas. Pero D. Joseph Pablo despreció la noticia, o porque juzgó cosa digna de un Vice-Decano de la Universidad hacer caso, aun para examinar la verdad, de la advertencia de un principiante; o porque le pareció, que cuanto no se hallaba en los libros de su Estudio, o en los Autores, a quienes había prestado la obediencia, no podía menos de ser un desatino: que de tan disparatadas máximas están encaprichados no pocos ancianos Profesores, así en ésta, como en otras facultades.

14. Este apasionado celo por las Doctrinas, comunmente admitidas, no tan privativamente propio de los viejos Profesores, que no sea harto frecuente en todo el Pueblo Médico; y aún mucho más común en España, que en otros Reinos, fue, si no la única, la principal causa, de [211] que los Profesores Españoles desestimasen los Escritos de Solano. Combatió éste a viva fuerza en sus Obras varias máximas, casi generalmente establecidas en la práctica curativa, especialmente por los que se apellidan Médicos Galénicos. Y acaso la mucha fuerza, con que las combatió; esto es, su modo insultante, y desabrido, disguntando los ánimos de los que seguían; los encaprichó más en ellas. Pudo también el desgraciado, confuso, y nada metódico estilo de Solano, contribuír a la desestimación de su Doctrina; siendo muy común en los hombres el juicio, aunque no pocas veces errado, de que no es muy perspicaz en la inteligencia, quien es algo torpe en la explicación. Y es cierto, que este defecto es visible en cuanto escribió este Autor.

15. Añaden, que tampoco los argumentos, de que más comúnmente usa, son muy persuasivos; fundándose, por la mayor parte, en pasajes de Hipócrates, y Galeno; de cuya autoridad procuran abrigarse asimismo todos los Médicos, aunque siguiendo opiniones, y prácticas muy encontradas; alegando cada uno, entresacados del contexto, aquellos pasajes, que en la realidad, o en la apariencia, favorecen su dictamen. Y por lo que mira a los pasajes de Galeno, es visible en la elección de ellos este artificio de Solano, siendo cierto, que Galeno fue un grande sangrador; y al contrario, Solano parcísimo en la efusión de la sangre humana. Pero no así en los de Hipócrates; pues este Padre de la Medicina fue sin duda sumamente moderado en el uso de la sangría, como pocos años después del principio de este siglo hizo ver el Doctor D. Miguel Boix en los libros, que dio a luz, improbando la común, aunque abominable, práctica de frecuentar, así las sangrías, como las purgas, sin que en alguna manera haya debilitado la fuerza de sus pruebas la multitud de objeciones, o respuestas de varios Médicos a ellas.

16. Yo vi los Escritos del Doctor Boix, en aquel tiempo, en que ardía esta contienda. Hoy no los tengo; pero sí la crítica, que de los que se publicaron por una, y [212] otra parte se hace en el artículo undécimo del séptimo tomo de los Diaristas de España, la que es muy correspondiente a lo que veo en las Obras de Hipócrates sobre este asunto. Es cierto, que hay, por lo menos, hasta tres pasajes claros de Hipócrates, en que tratando de afectos, que por su naturaleza exigen sangría; sin embargo, la prohibe, cuando son acompañados de calentura. Qué bueno es esto, para tantos Profesores nuestros, a quienes toda calentura toca al arma, para echar al momento mano de la lanceta, sin que los embarace la autoridad de Hipócrates (si es que alguna vez le leen), ni el axioma bastante repetido, de que la fiebre es instrumento de la naturaleza, para exterminar la causa de la enfermedad: por cuya razón algunos Médicos célebres, como entre los antiguos Cornelio Celso, y entre los modernos Sydenham, y Van Swieten, señalan varios casos, en que, siendo lánguida la fiebre, en vez de emprender su total extinción se le deben añadir algunos grados de vivacidad.

17. También es cierto, que el Libro primero, y tercero de las Epidemias, que son los que todos reconocen por legítimos de Hipócrates, dándose cuenta individual en el primero de catorce enfermos, y en el tercero de veintiocho, que Hipócrates asistió, sólo se hace mención de uno, a quien sangró; siendo así, que todos eran febricitantes, y aun casi de las fiebres de todos se expresa que eran agudas, o vehementes. A este argumento, que propuso el Doctor Boix, le respondieron algunos, que por ser negativo, no hacía fuerza. ¿Pero qué crítico ignora, que hay algunos argumentos negativos de grande eficacia? El juicio de si son débiles, o fuertes, se deriva de la combinación de las circunstancias.Y las de nuestro caso prueban, que el argumento negativo, de que se trata, es eficacísimo. ¿Es posible (dice el Doctor Boix, citado en el Diario) que habiendo Hipócrates hecho memoria de la sangría de Anxión, y de la cala de Polisco; habiendo recetado otra cala a la mujer de Filino, y una ayda a Pitión, se olvidase para los demás de la purga, y sangría? Si Hipócrates [213] cuenta, cuándo sus enfermos tuvieron sed, cuándo se les secó la lengua, cuándo, cómo, y qué humores expelieron, con otras menudencias, que parecen prolijidades; ¿cómo se puede creer, que un hombre tan puntual, y exacto en sus narraciones, se olvidase de referir, si había purgado, o sangrado a sus enfermos?

18. Y ya que se tocó el punto de sangría, no dejaré de notar aquí un error común a Médicos, y enfermos; o por mejor decir, a todo el mundo, sobre esta materia; este es, pensar, que la repetición de sangrías minora la cantidad de sangre. Lo que está tan lejos de la verdad, que sucesivamente la va aumentando más, y más cada día. La primera luz, para el conocimiento de esta verdad, vino de un experimento, que hizo en sí mismo el famoso Médico Parisiense, Dionisio Dobart. Después de pesarse exactísimamente, hasta dragmas, y escrúpulos, se sacó diez y seis onzas de sangre: volvió a pesarse inmediatamente después de la sangría, y halló, que su peso estaba disminuido precisamente en las diez y seis onzas. Fue después continuando por algunos días la misma dieta, que antes observaba, en comida, y bebida; esto es, sin variación alguna, ni en la cantidad, ni en la calidad. Al quinto día, después de la sangría, repitió el experimento de pesarse, y reconoció que pesaba más que antes de sangrarse. Con que se deduce, que la sangría, en vez de servir a la disminución de la sangre, procuró su aumento. Comunicó Mons. Dodart este experimento a la Academia Real de las Ciencias el año de 1678.

19. Hizo después el ya citado Comentador de Boerhave Van Switen, nuevas observaciones (creo por haber leído en la Historia de la Academia la de Dodart), y halló la misma resulta, tom. 1 pag. mihi 155. La más señalada fue una mujer; la cual, por padecer con gran frecuencia unos vehementísimos afectos del ánimo, dentro del espacio de un año se sangró más de sesenta veces. ¿Qué logró con esto? Que dentro de pocos meses engordó tan enormemente, que pesaba ciento cincuenta libras más que [214] antes, que diese en la manía de sangrarse tan a menudo, y últimamente murió hidrópica.

20. Otra observación del mismo Van Switen es, que los hombres, que frecuentan mucho el sangrarse, al acercarse aquel tiempo, que tienen constituido, como regla, para nueva sangría, padecen las mismas incomodidades, que las mujeres en los casos de retención menstrua, y vienen a caer en aquella flojedad, o debilidad de fuerzas, propia del sexo femenino; creyendo yo, que esto proviene, de que la sangre que de nuevo se adquiere, nunca es tan pura, y espiritosa, como la anterior; en lo cual convienen Médicos antiguos, y modernos. De lo dicho se colige, cuán grande error padecen los que, viéndose muy gruesos, piensan, que con las sangrías pueden aminorar su crasicie. Pero ya es tiempo de que volvamos a Solano.

21. Dije arriba, que el fundar este Autor, principalmente sus máximas, opuestas a la práctica común, en textos de Hipócrates, y Galeno, fue parte para carecer en España de Sectarios, por estar persuadido el grueso de nuestros Médicos, que sigue constantemente las reglas de estos dos Maestros del Arte Médico, especialmente, y con algún fundamento de Galeno. Pero cuanto yo puedo colegir de la lectura de sus Escritos es, que Solano no se abrigó de la autoridad de Galeno, porque él la respetase mucho, sino porque los demás Médicos la respetaban; y mirando a combatirlos con sus propias armas, o por lo menos para empatar el juego, representando indiferente, y neutral a una, y otra facción este Potentado.

22. Lo que me parece cierto, o sumamente verosímil, es, que Solano, para su persuasión propia, no se servía tanto de sus textos, como de sus observaciones, en que era de una diligencia, y perspicacia extraordinaria. Los grandes adelantamientos, que con ellas logró en la inteligencia del pulso, muestran esto con evidencia. Muchos millares de Médicos, por espacio de veinte siglos, estuvieron examinando el pulso de muchos más millares de enfermos, sin dar un paso, ni aun por sospecha, o conjetura [215] hacia el gran descubrimiento de la predicción del cuándo, y el cómo de la terminación de las enfermedades por el pulso. Y Solano por sí solo hizo este importantísimo descubrimiento, siendo aún un mero Practicante en la Facultad. Tanto sirve en la Física, y Medicina, una aplicación constante a las observaciones, acompañada de una exquisita sagacidad: talento, que rarísimo Médico posee, y que el Autor de la naturaleza había concedido a Solano en muy alto grado.

23. Es verdad, que todos los Médicos dicen, que observan, y todos alegan sus experimentos. ¿Pero qué tales son ellos? Tales, que casi generalísimamente verifican el fallo de Hipócrates, experimentum fallax, que muchos traducen, añadiendo este epiteto, al de periculosum. Un Médico, dotado del talento, tino, circunspección, y perspicacia, necesarias para observar, es ciertamente la rara avis in terris. ¡Cuántos errores crasos, y perniciosos he visto, fundados en experimentos mal reflexionados! ¡Cuántas veces vi, que el Médico atribuía tal, o tal efecto a una causa, que solo existía en su imaginación! ¡Cuántas le vi atribuir a circunstancia, que, aunque realmente acompañaba al hecho, era impertinente para el juicio, que se fundaba en ella! ¡Cuántas vi tomar por regla el experimento, o experimentos, hechos en una determianda enfermedad, para gobernarse, así para la curación, como para el pronóstico, en otras muchas, que, aun cuando fuesen de la misma especie, variaban notablemente en las circunstancias!

24. En ninguna manera se hace más visible, cuán falaces, o falibles son las observaciones de los Médicos, que en la de los días críticos. Con cuanta evidencia cabe en las cosas físicas, demostré en el Discurso décimo del segundo tomo del Teatro Crítico, que toda la doctrina común de los días críticos no es más, que una autorizada ilusión. Hablo con esta confianza, por serme absolutamente imposible admitir sobre este asunto la más leve duda. Ha veintisiete años, que escribí aquel Discurso. A [216] algunos Médicos propuse los argumentos, de que uso en él, sin que alguno de ellos me diese, ni una solución algo aparente. Después acá hice muchas observaciones, en cuyo vasto complejo he visto, con la mayor claridad, que todos los días, todas las horas, todos los momentos son igualmente críticos; y es preciso que sea así, por la concluyente razón, que propuse en el §. 6 del citado Discurso.

25. Sin embargo los Médicos llevan adelante su tema (que no puedo darle otro nombre): unos, porque no leen lo que he escrito sobre el punto: otros, porque aunque lo leen, y aunque vean mil experimentos, que muestran cuán vana es la doctrina de los días críticos, contra lo que ven, y palpan, siguen, como si fuese dogma de Fe, lo que le embutieron sus Maestros: otros, aun conociendo el error, le mantienen, por no confesar, que uno, que no es de la Facultad, les muestra una verdad ignorada de casi todos los Profesores: otros, en fin, por una dolosa política, previniendo, que si una doctrina comunísima entre los Facultativos se descubre ser falsa, esto podría inducir una general desconfianza de otras infinitas, que no están tan universalente decididas. Esta mala fe de algunos Médicos se me hizo visible en varias ocasiones.

26. No faltan quienes para sacudirse del argumento experimental, que se les hace, tomado de que son muchas más las enfermedades, que se terminan fuera de los días críticos, que dentro de ellos, recurren al efugio, de que los Médicos indiscretos, con remedios intempestivos, perturban la naturaleza en la utilísima ocupación de disponer la materia morbosa para la crise. Y de la misma solución se sirven para otro argumento experimental, fundado en que son muy pocas las enfermedades, que se terminan por crise propiamente tal, respecto de muchas más, que se van resolviendo paulatinamente por el espacio de algunos días. Pero dado el caso, que esta solución pueda servir para los argumentos experimentales propuestos; para mí, que principalmente me fundo en razones a [217] priori, expuestas en el citado Discurso 6 del segundo tomo del Teatro, es enteramente despreciable.

27. Lo más gracioso, o lo más desgraciado, es, que los mismos Médicos, que se quejan de los que, con los medicamentos, estorban las crises, no dejan de sangrar, y purgar, como los otros. Dirán, que lo hacen con parsimonia. ¿Mas a dónde está esa parsimonia? Arriba dije, que el Doctor Boix cita un pasaje de Hipócrates, donde nos enseña este anciano, que es tan delicada la naturaleza, cuando está aplicada a la cocción de la causa morbífica, que una gotera, que caiga en la cuadra donde yace el enfermo, es capaz de turbarla, y descomponerla. Si esto hace una gotera, ¿qué hará una sangría? ¿Qué hará la intolerable molestia de unas sanguijuelas? ¿Qué hará el duende de una purga, que no hay rincón en el cuerpo, donde no explique su ingenio revoltoso? ¿Qué hará la importunidad de Médicos, y asistentes, para que el enfermo tome el alimento, o medicamento, cuya vista sola le hace rabiar?

28. Que improbasen el uso intempestivo de los medicamentos, como impeditivo de las crises, un Hipócrates, un Lucas Tozzi, un Boix, y un Solano, puede pasar; porque al fin, esos Autores recetaban con suma parsimonia; pero que se quejen de ese abuso los mismos que le prectican;

Quis tulerit Gracchos de seditione querentes?

29. Y es muy de notar, que Lucas Tozzi, uno de los más parcos Médicos, que jamás tuvo el mundo, en la administración de medicamentos, que pudiesen interrumpir, o conturbar la naturaleza en la obra de la cocción; y por tanto, ninguno podía con más fundamento esperar la terminación en los días, que los Médicos llaman críticos, si realmente hubiese días, que mereciesen este nombre: con todo, trata de vanísima la observación de los días críticos, admirándose de que Hipócrates cayese en este error; y tratando a Galeno de puerilmente supersticioso, porque le promovió, debiendo despreciarle, como se desprecia [218] un cuento de viejas: Cui (error) Galenus nedum inhaesit, sed superstitiose magis, atque aniliter, &c. (Tozzi tom. 1. de Crisibus, & diebus criticis).

30. Cuán ajeno era el Tozzi de inquietar a la naturaleza con los que llaman remedios mayores, consta de que él mismo dice, que a ningún enfermo sangró jamás, ni aun en aquellas enfermedades, en que casi todos los Profesores tienen por inexcusable la sangría, v. gr. costado, garrotillo, frenesí, esputo sanguíneo. Véase su exposición del Aforismo tercero del libro primero de Hipócrates. De los purgantes también usaba rarísima vez, pues suyo es aquel fallo, hablando de ellos: Non incosiderate exhibenda sunt, immo omnino vitanda. (Tom. 1. de Pharmacis, chatarticis, & emeticis).

31. Lo mismo que Lucas Tozzi, digo de nuestro Solano de Luque. Es verdad, que éste no negó expresa, y formalmente los días críticos, en que tuvo la mira de no contradecir abiertamente a Hipócrates, o por respeto a sus venerables canas, o pon no vulnerar su autoridad, la cual importaba conservar ilesa, para conbatir a su sombra las varias opiniones erradas, que había notado en la común Teórica, y Práctica Médica. ¿Pero qué importa, que no negase su existencia, si asentó su inutilidad para la Medicina? No sólo en una, en varias partes dice, que en la curación de los enfermos de nada sirve la consideración de los días indicatorios, ni decretorios. Esto es lo mismo que decir, que la cuenta de días cuaternarios, y septenarios, desterrándose de las observaciones médicas, o físicas, vuelva a arrinconarse entre los sueños Pitagóricos, o amontonarse con las supersticiones vulgares, muchas de las cuales precisamente consisten en la vana observancia de los números.

32. Cuando empecé esta Carta, era mi ánimo hacer una enumeración de los errores médicos comunes, que reprende Solano, exhibiendo con más claridad, y método, que él, las razones en que se funda. Pero al acercarme a la ejecución, veo, que para comprender tanto, era menester [219] formar un libro entero, lo cual es ajeno del instituto, a que he destinado mi pluma.

33. Así, me contentaré con discurrir un poco, juntando algunas reflexiones mías a las suyas, sobre la más segura, más universal, y más importante de las máximas de Solano, que es observar una grande parsimonia en recetar, por no impedir, o conturbar la naturaleza en la importantísima obra de la cocción. Apenas hay medicamento, que no la inquiete poco, o mucho. Algunos creen, que las lavativas nunca pueden hacer, ni éste, ni otro daño. Pero no lo creía así el célebre Sydenhan, el cual las declara nocivas en algunas ocasiones, en que daña tener abierto el vientre, como tener abierto el tonel (símil de que usa) daña, o estraga el vino. Mas prescindiendo de esta razón, ¿quién puede negar, que una ayuda desasosiega, y ofende notablemente a un pobre enfermo, que por una delicada verecundia, o por lo que tiene de tedioso, y desapacible ese remedio, le aborrece?

34. Pero sobre todos los remedios, cuya repetición es nociva, la que más se debe evitar es la purga, y sangría. Suelo decir, que la purga es un verdadero engañabobos. Es comunísimo, pero insigne error, pensar, que aquel fetor, o cualquiera otra mala cualidad de lo que se excreta por el vientre, existía en los líquidos contenidos antes en los senos del cuerpo, de donde los extrae la purga. Ya algunos Médicos notaron, que si en el cuerpo más sano del mundo, sin cesar, se acumulan purgas sobre purgas, siempre lo que se extrae sale fétido, y abominable. ¿Quién ha de creer, que aquel cuerpo antes estuviese sano, teniendo dentro de sí tanta pestilencia? Es, pues, indubitable, que, o el purgante (siendo generalmente sentado entre los más clásicos Autores, que ninguno hay, que no tenga algo de venenoso) corrompe el jugo nutricio, que extrae; o éste, saliendo de aquellos senos, que constituyen su natural domicilio, sólo con esta transmigración se inmuta tanto, o congregándose en notable cantidad, al precipitarse a los intestinos, adquiere una fermentación corruptiva, de [220] que antes no era capaz, estando disgregado en pequeñísimas porciones dentro del cuerpo; o en fin, que como allí estaba envainado, y entreverado en las partes sólidas, éstas impidiesen el movimiento fermentartivo.

35. Con la sangría parece que estaba Solano aun más mal avenido, que con la purga. Generalmente la condena, a excepción del caso de ser excesiva la cantidad de la sangre, en la cual no conoce otro algún vicio; pues dice, que en gravísimas enfermedades probó la sangre de los enfermos, sin sentir en el paladar alguna cualidad desagradable, como ni tampoco algún mal olor en el olfato. Pero prescindiendo de esto, y admitiendo, que la sangre esté en alguna manera inficionada, ¿cómo podrá remediar este daño la sangría? Debe suponerse, que siendo la sangre un líquido continuado, que, sin separación, o interrupción alguna, está siempre fluyendo por los mismos vasos, esa infección, si la hay, está igualmente comunicada a toda la masa sanguinaria. ¿Qué hará, pues, la sangría? Evacuando una porción de sangre, evacuará la infección inherente a esa porción, quedando la que resta en el cuerpo con la infección correspondiente a ella; porque pensar, que estando toda la sangre viciada, la lanceta, sacando una parte, ha de extraer el vicio de toda, sería una imaginación tan ridícula, como pensar, que estando el vino de un tonel dañado, quitando de él ocho, o diez cuartillos, el resto quedaría purificado; o quitando de una vasija, llena de agua turbia, parte de ella, solo con eso quedaría la agua restante clarificada.

36. Una objeción contra la sangría, en que Solano insiste mucho, es, que aun permitiendo, que en ciertas circunstancias tenga alguna probable utilidad, el provecho es dudoso, y el daño, que por otra parte causa, indubitable. El que obra contra la causa del mal, será, cuando más, probable. El que debilita las fuerzas del enfermo es absolutamente cierto. Es muy dudoso, que la sangría corrija el vicio, que incomoda; pero constante, que con la sangre se evacuan, o disipan buena parte de los espíritus, que [221] dan vigor a esta animada máquina. ¿No será, pues, imprudencia ejecutar una acción, donde la utilidad es dudosa, y el daño cierto?

37. Alégase de parte de los Médicos sangradores la experiencia, de que es mayor el número de los enfermos, que habiéndose sangrado, sana, que el de los que, habiéndose sangrado mueren. Mas este alegato procede de una insigne inadvertencia. Es así, que son muchos más los sangrados, que sanan. ¿Mas por qué? Porque son infinitos los que se sangran, sin padecer ni aun la décima parte de la cantidad de dolencia, que es menester para morir. Hay ocasiones, en que se cuentan en un Pueblo cincuenta enfermos, todos los cuales llaman al Médico; pero de estos cincuenta suele suceder, que sólo dos, o tres padecen mal algo grave. De los demás uno se entrega al Médico, porque es un enfermo meramente imaginario: otro, por una leve indigestión: otro, por una transitoria retención del vientre: otro porque le duele una muela: otro, por un ligero flemón: otro, por un flato de no nada: otro, por una jaqueca, &c. Un Médico recetador (peste de que abunda el mundo) a ninguno de estos deja de sangrar, o purgar; o más comúnmente hace uno, y otro. Todos ellos después se dicen curados por el Médico, aunque realmente ninguno lo fue; pues sin purga, sin sangría, y sin Médico sanarían del mismo modo, como sanan de tan leves males otros infinitos, que ni llamaron ni consultaron al Médico. Los que le llamaron, pues, sólo tienen que agradecerle el que no los mató. ¿Mas cómo había de matar con una sangría, y una purga, a quienes están capaces de resistir tres, o cuatro sangrías, y cinco, o seis purgas? Es sin duda una sangría sola (lo mismo digo de una purga) capaz de matar a un hombre, como le matan muchas veces; pero a un hombre, que ya rindió lo más de sus fuerzas a la violencia de una grave enfermedad, y destruyen a las pocas, que le restan, para lidiar contra tan cruel enemigo, hechas auxiliares de ese enemigo la sangría, o la purga. [222]

38. Añadiré ahora a todo lo dicho otra especial observación mía contra la sangría, y la purga administradas, y mucho más si son algo repetidas, en los efectos febriles. Digo, que he observado, que una fiebre consume, y disipa mucho mayor cantidad de sangre, y de todos los demás líquidos del cuerpo, que lo que nadie podría imaginar. Es cierta, y constante experiencia mía, en que estoy seguro de no haber padecido algún error, que más consumen dichos líquidos cinco, o seis días de calentura, que cuarenta del más rígido ayuno. El célebre Dionisio Dodart, de quien ya arriba hice memoria, uno de los más exactos, y más sinceros observadores Médicos, que hubo hasta ahora, y hombre de las más ajustada virtud cristiana, solía guardar la abstinencia cuaresmal con todo el rigor que se practicaba en la Primitiva Iglesia. Quiso, pues, una vez reconocer experimentalmente cuánto tan severo ayuno disminuía del peso de su cuerpo. Pesóse, pues, fidelísimamente a la entrada de una Cuaresma, y a la salida de ella; y halló haberse disminuido el peso de su cuerpo en todo aquel tiempo, no más que ocho libras y media. Puedo asegurar, por la extenuación, que varias veces he observado en otros febricitantes, y una vez en mí mismo, que cinco, o seis días de calentura algo ardiente en un cuerpo bastante abultado, y jugoso, rebajan más que duplicado peso. Si a tanta disposición de sangre, causada por el ardor de la fiebre, se añade el dispendio de este vital licor, que inducen los Médicos con sus sangrías, ¿En qué pararemos? En lo que ya se experimentó con muchos, entre ellos el Infante Cardenal Ferdinando, hijo de Felipe III, en cuyo cadáver, abriéndole para embalsamarle, hallaron los vasos sanguíneos sin una gota de sangre.

39. Y ahora me ocurre, que acaso por contemplar Hipócrates la insigne disipación, que el ardor febril hace en la sangría, ordenó, como apunté arriba, que en algunos afectos, que por su naturaleza admieten, o exigen disminución de sangre, no se sangrase, si estos efectos fuesen acompañados de fiebre. [223]

40. Pero aquí de Dios. Si se atiende a todo lo que llevo dicho contra la sangría, parece que se debe desterrar enteramente de la Medicina el uso de la lanceta. ¿Qué haremos, pues, en un dolor de costado, en un frenesí, en una perineumonía, y otros afectos, en que comunmente se juzga inexcusable la sangría? Respondo, que no lo sé; porque como decía el otro en Isaías: Non sum Medicus; pero doy, en primer lugar, a uno, que según la voz común, lo fue con eminencia: este es Hipócrates, de quien Solano en el §. 10 del Prólogo de sus Lydius Lapis, cita tres textos, en los cuales prescribe el modo de curar el dolor de costado, la perineumonía, y el frensí, sin hacer memoria de la sangría.

41. Doy traslado en segundo lugar al insigne Lucas Tozzi, el cual, exponiendo el Aforismo tercero del primer libro de los de Hipócrates, después de contradecir con varios eficaces argumentos las utilidades, que comúnmente atribuyen los Médicos a la sangría, se opone la experiencia, que éstos jactan de las muchas curaciones, que logran con este remedio. ¿Y qué responde a esto el Tozzi? Que innumerables experimentos suyos le han demostrado la inutilidad de la sangría, y que se puede excusar en todas las enfermedades el uso de ella: Protesto, dice, en contrario, que en muchos años, que ejercí la Medicina en el Hospital Napolitano de Santa María de la Anunciada, he curado brevemente, sin alguna evacuación de sangre, centenares, y millares de enfermos, entre éstos muchos que padecían dolor de costado, frenesí, angina, o garrotillo, inflamción del hígado, esputo sanguíneo, erisipela, y todo género de fiebres: de modo, que ya es notorio, que cualquiera enfermedad se puede pronta, y seguramente curar, sin la más leve efusión de sangre.

42. Doy traslado lo tercero a otros muchos famosos Autores, enemigos declarados de toda sangría, que he citado en el primer Tomo del Teatro Crítico, Dis. V, §. 6.

43. Diráseme, que son muchos más los que están por ella. Es así. Pero casi todos, ¿qué son sino unos [224] Médicos gregarios, que como carneros, van siguiendo unos a otros, sin recelar meterse en un pantano, o arrojarse por un precipicio? Los que yo cito contra la sangría, examinaron la materia por sí mismos; y que la examinaron, es claro, porque a no ser así, no se desviarían del rumbo, que veían seguir a los demás. Y más vale uno de estos, que cincuenta de aquellos. Tal vez uno de estos será capaz de dar ley a todo el mundo, de lo cual tenemos un insigne ejemplo en la Agricultura. Por espacio de muchos siglos, cuantos ejercieron este Arte, atendían supersticiosamente a las mutaciones lunares, para arreglar a ellas sus operaciones, hasta que vino Mons. de la Quintinie a desterrar este error del mundo. Mons. de la Quintinie, este hombre solo, observador extremamente aplicado, juicioso, y reflexivo, descubrió, que no tenía fundamento alguno en la naturaleza esa vulgar aprehensión; y lo descubrió con tal claridad, que hoy ya no hay hombre razonable, que no prefiera el dictamen de este hombre solo al de cuantos le precedieron. Mas como el número de los necios es infinito, acaso pasará aún mucho tiempo, antes de que este desengaño se extienda a la multitud: de lo cual tengo aquí una prueba experimental.

44. Muy luego que viene a habitar este País de Asturias, noté, que padecían generalmente sus Colonos un pernicioso error en el gobierno económico. El grano principal, de que se hace el pan de esta tierra, se llama Escanda: especie de trigo diverso en varios accidentes del que es común en el resto de España, y otras Naciones. Este grano ha menester limpiarse, sacudiéndole al aire cada cinco, o seis semanas, de cierto polvillo, de que sucesivamente se va cubriendo, sin cuya diligencia es desabrido al gusto, y mal sano. Pero han observado hasta ahora los naturales del País no hacer esta operación, sino en los menguantes de Luna, imaginando, que en las crecientes se dañaría en algún modo el grano. Este error ha ocasionado la pérdida de millones de hanegas; porque sucede varias veces hacer en el creciente días oportunos, que son [225] los serenos, y enjutos, para esta diligencia, y faltar en el menguante. Por lo que yo, habiéndolo advertido, no perdí ocasión de desengañar del error; y los que me creyeron, experimentando la utilidad del desengaño, me lo agradecieron. Pero pienso, que mi doctrina haya logrado aún muchos sectarios.

45. No por eso negaré, que Médicos grandes han usado bastantemente del remedio de la sangría. Tengo especialmente presentes dos ilustres Modernos Tomás Sydenhan, y Herman Boerhave, los cuales ciertamente no seguían a ciegas, como los carneros unos a otros, a los que los precedieron. Yo no usaré del derecho de represalia, despreciando la práctica de esos dos ilustres Médicos, por el capítulo de que eran herejes, como algunos contrarios míos por el mismo capítulo quisieron descartar otros Autores famosos, que yo había citado a mi favor. ¡Objeción necia, cuando se trata de asuntos Filosóficos, o Médicos, totalmente inconexos con todo dogma sagrado, y que tan necia sería proferida por mí, como lo fue propuesta por mis contrarios! Pero no me falta que decir, sin usar de tan despreciable recurso, para debilitar el argumento, que contra mí se puede tomar de la doctrina, y práctica del Inglés Sydenhan, y del Holandés Boerhave.

46. Lo primero, esos no sangraban tanto, ni con mucho (lo tengo bien mirado) como nuestros vulgares Médicos sangradores; y en muchos casos, en que éstos sangran, condenaban aquellos la sangría. Lo segundo, el ejemplo de aquellos no puede servir para autorizar la práctica de éstos. Pregunto ¿por qué alegan çestos la práctica, v. gr. de Boerhave? Porque, dicen, se sabe, que fue un insigne Médico. Pues por eso mismo pretendo yo, que no pueden servirse de su ejemplo. Fue Borehave un gran Médico. De aquí infiero yo, que cuando determinaba sangrar, tenía sagazmente examinadas, comprendidas, y combinadas todas las circunstancias de la enfermedad, y del enfermo, por donde se debía hacer juicio de si convenía, o no convenía [226] la sangría. ¿Y tienen nuestros Médicos sangradores igual inteligencia, y perspicacia, para hacer tan cabal discernimiento? Si fuese así, cada uno de ellos sería otro Boerhave; con que tendríamos acá infinitos Boerhaves, cuando es cierto, que no hubo más que un Boerhave; esto es, aquel famoso Profesor de Leyde, que ya no existe.

47. Lo tercero, Sydenhan, y Boerhave ejercían la Medicina en Regiones Septentrionales, cuales son Inglaterra, y Holanda; de las cuales, a las que respecto de ellas son Meridionales, como España, flaquea la consecuencia muchas veces en materia de Medicina. Especialmente en cuanto a la sangría, se sabe a punto fijo, que los Médicos Italianos la practican rara vez, porque prueba allí muy mal. Tozzi, que era de esa Nación, nunca sangraba. D. Manuel Gutierrez de los Ríos dice, que sucede lo mismo en la África. Podía saberlo; porque siendo, como fue, Médico en Cádiz, tanía la África muy cerca. España es igualmente Meridional, que Italia, o es levísima la diferencia. Luego se la teórica, y práctica de los Médicos de otra Nación, deben tener alguna autoridad para nosotros, antes debemos seguir a los de Italia, que a los del Norte. Y si el cotejo se quiere hacer de particular a particular, prescindiendo de lo específico de las Regiones, por lo que mira a la inteligencia, y penetración médica, nada inferior juzgo el Tozzi a Boerhave, o a otro cualquiera Profesor del Norte.

48. Bien veo, que a muchos se hará durísimo, que los habitadores de las frías Regiones Septentrionales sean más tolerantes de la sangría, que los de las Meridionales, cuya cálida temperie parece más ocasionada a las ebulliciones de la sangre. Pero esta dificultad solo lo es para los que miran superficialmente las cosas, o carecen de las noticias necesarias, para hacer recto juicio de ellas. Mucho más duro se les hará, que los habitadores de las Regiones Meridionales toleren mucho más las especies aromáticas, y licores ardientes, que los Dinamarqueses, Suecos, [227] &c. Sin embargo, este es un hecho constante, testificado por cuantos Comerciantes han frecuentado las Costas de la África: quienes para captar la benevolencia de los Príncipes de aquellas vastas Regiones, han experimentado, que el regalo más eficaz son los frascos de aguardiente, cuyos tragos les ven menudear, como acá un fino devoto de Baco los del vino más débil. Consta asimismo, por varios testimonios, que en las primeras navegaciones de los Europeos a la India Oriental, de los que al acercarse a la línea, por miedo de los ardores del clima, se abstenían del vino, haciendo toda su bebida de agua, enfermaban, y morían muchísimos; y al contrario, pasaban indemnes los que con libertad ingurgitaban vino, y aguardiente; cuyas experiencias continuadas pursieron mucho tiempo en confusión a los Físicos de Inglaterra, y Holanda. Mas ya en fin algunos Sabios de la Academia Real de las Ciencias descubrieron la causa de tan no esperado fenómeno; siendo la explicación del enigma, que en las Regiones Meridionales, por la acción del calor, se disipan las sales volatiles de los cuerpos, las cuales en las Regiones Boreales, impidiéndoles el frío de la evaporación, son como una pólvora encarcelada, que encendía con la introducción de especies aromáticas, y licores ardientes, vuela la mina, y arruina el viviente edificio; como al contrario en las Regiones cálidas, esas mismas especies, supliendo con su actividad las sales volátiles, dan fluidez, soltura, y movimiento a los humores, que por falta de ellas, se han conglutinado, y así perseveran el cuerpo de su inminente ruina.

49. Visible es el fácil uso de la misma doctrina, para explicar cómo la sangría puede ser conveniente en las Regiones del Norte, y desconveniente en las situadas al Mediodía. Por lo cual los Médicos Italianos, y Españoles, para el punto particular de la sangría, pueden muy bien recusar la autoridad de Boerhave, Sydenhan, y demás Físicos Londinenses, Batavos, Parisienses, &c.

50. Pero confesando llanamente, que llanamente, que Boerhave, [228] demás de un sutil ingenio, fue hombre de una extensión prodigiosa en todo lo concerniente a la Medicina, no pudiendo negársele las cualidades de gran Botanista, excelente Químico, y profundo Anatómico, eso no nos quita el recelo de que haya errado en algunos puntos; mayormente cuando se sabe, que padeció un error considerable en orden a la circulación; infiriendo de cierto principio Anatómico, que en la fiebre es más tarda la circulación, que fuera de ella; pues una observación constante ha manifestado, que, sangrando al enfermo cuando está padeciendo calentura, sale la sangre con más ímpetu, que cuando está libre de la fiebre. Es natural concebir, que este error teórico puede ocasionar algunos muy considerables en la práctica. Así resueltamente le condena, como muy nocivo, Mons. Quesnay, de la Acamemia Real de las Ciencias, y de la Sociedad Regia de Londres, Médico Consulante del Rey Cristianísimo, y primer Médico suyo en supervivencia, en su tratado de las Fiebres contínuas. Véanse las Memorias de Trevoux, en el artículo 74 del año de 1753. ¿Pero qué hombre hay que no yerre en alguna cosa, y aun en muchas? Así me ratifico, en que lo que llevo dicho, no quita, que Boerhabe haya sido un hombre insigne, verosímilmente el más onmiscio, que tuvo la Profesión Médica en este Siglo, y el pasado; y solo pretendo, que en la administración de la sangría no puede, ni debe ser nuestro Oráculo, por lo que llevo alegado contra este enemigo disfrazado con capa de remedio. Pero basta por ahora de Medicina. Nuestro Señor guarde a Vmd. muchos años. Oviedo, &c.

Teniendo escrita esta Carta, y en estado de poder ser expuesta a la luz pública, recibí la noticia, insinuada al principio de la siguiente, del amigo, que determinaba traducir del idioma Latino al Castellano el Libro de Jacobo Nihell, lo que por varias razones me movió a extenderme más en la que sucede a ésta, sobre las utilísimas observaciones de nuestro Solano de Luque, en orden al pulso.



{Feijoo, Cartas eruditas y curiosas, tomo quinto (1760). Texto según la edición de Madrid 1777 (en la Imprenta Real de la Gazeta, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo quinto (nueva impresión), páginas 204-228.}