Filosofía en español 
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Tomo quinto Carta XXVII

Al mismo Señor, continuando la materia de las dos antecedentes Cartas

1. Mi amigo, y señor: Cumpliendo con lo que a Vmd. ofrecí el correo pasado, trato de explicarle mi sentir sobre la causa, o causas de los Terremotos. Y desde luego digo resueltamente, que las que hasta ahora discurrieron los Filósofos son insuficientes para producir el que padeció nuestra Península el día primero de Noviembre del presente año de 1755. Y la misma insuficiencia declaro para la producción de otros cualesquiera semejantes a éste (como es extremamente verosímil los haya habido en varios tiempos, y sitios): semejantes, digo, en la circunstancia de su simultánea extensión a partes muy distantes. [405]

2. A dos clases se pueden reducir las que hasta ahora se han señalado a los Terremotos. La primera es e algunas ruinas, que padezcan las partes interiores de la tierra, en las cuales con gran verosimilitud se suponen algunas espaciosas cavernas, a donde por varios accidentes pueden caer desplomadas las bóvedas, que las cierran con los materiales sobrepuestos a ellas, que tal vez constituirían proporción igual a una gran montaña, como de las que se levantan sobre la superficie de la tierra se ha visto en varios tiempos hundirse, o postrarse algunas. Y ya se ve, que cualquiera grande ruina de éstas, que acaezca en las partes interiores de la tierra, conmoverá un considerables espacio de ella con daño de la población, o poblaciones, colocadas sobre el espacio conmovido.

3. No es negable, que pueden provenir algunos Terremotos de esta causa. Pero tampoco es negable, que no provino de ella el que acaba de padecer España, porque sería una suposición muy violenta la de que en todos los sitios, en que se sintió el Terremoto, hubo esos precipicios de grandes porciones de materias subterráneas, siendo tan inverosímil que esto suceda, como el que cincuenta o sesenta montañas de nuestra Península, disgregadas entre sí, se hundan un tiempo, por faltarles los cimientos, o estribos en que se apoyan.

4. La segunda causa es la incensión de materias sulfureas, bituminosas, nitrosas, &c. que hay en los senos de la tierra. Este es más probable, y tan común principio de los Terremotos, que casi se puede llamar su causa universal. Consta esto lo primero de haberse visto en varios Terremotos abrirse la tierra por algunas partes, vomitando humo, y llamas. Consta lo segundo, y principalmente, de que en aquellos Países donde hay volcanes, son muy frecuentes los Terremotos; lo que proviene sin duda, de que los senos subterráneos de aquellos Países abundan de materias inflamables, que sirven de pábulo a los volcanes, como sucede en Sicilia por el Mongibelo, en Nápoles por el Vesubio, en Islandia por el Hecla, en la [406] América Meridional por los volcanes, que hay en algunas de las elevadísimas cumbres de las dos cordilleras de los Andes.

5. Realmente esta especulación física satisface la curiosidad filosófica, en cuanto a la inquisición de la causa del mayor número de los Terremotos, quiero decir, de todos aquellos, que extienden el terror, y el estrago por un corto espacio de terreno. Acabo de ver estos días una explicación muy bien formada de esta causa de los volcanes, cuyo Autor se califica Profesor Salmantino, y firma al pie de ella D. Tomás Moreno. Acaso este es un nombre supuesto, con cuyo velo la modestia del Autor oculta su verdadero nombre. Mas sea quien se fuere el Autor, su obrilla es digna de estimación, porque en un estilo limpio, y claro, con orden metódico, y con noble sinceridad expone el sistema común, añadiendo una crítica justa, en orden a los falibles presagios de los Terremotos. Pero conviniendo en que la causa, que señala de ellos, es adaptable a la mayor parte de estos fenómenos, no puedo asentir a que convenga al que acabamos de experimentar, como ni a otros semejantes a él; esto es, de igual, o poco menos extensión.

6. Supongo, que están esparcidas por los senos de la tierra muchas porciones de materias inflamables, que son como otras tantas minas, que puede encender, o una violenta fermentación de las partes heterogéneas, de que consta cada una, o una chispa forastera, que salte a ellas de la colisión de dos guijarros vecinos. Ahora, pues, para atribuir a la incesión de las materias inflamables contenidas en los senos de la tierra, el Terremoto, que acaba de padecer España, como éste se extendió a muchísimos Lugares entre sí muy distantes, es menester suponer, que en un mismo día, y aun a una misma hora, se dio fuego a una gran mina de dichas materias inflamables, que estaba debajo de Lisboa, a otra que estaba debajo de Cádiz, a otra debajo de Madrid, a otra debajo de Salamanca, a otra debajo de Córdoba, a otra debajo de Logroño, a otra debajo de Pamplona, &c. ¿Pero qué hombre de algún juicio asentirá a la incesión simultánea de tantas minas, cuántas son las poblaciones de España, que sintieron a un mismo tiempo el Terremoto {(a) Mucha más fuerza hará este argumento para algunos, si se le añaden las noticias posteriores de haber corrido el Terremoto la mayor parte de Europa, y no poca de la África, Islas Terceras, &c.}?

7. Ni me satisfará esta dificultad diciendo, que esas minas están comunicantes unas con otras, y así encendiéndose una, puede ir propagándose el fuego a las demás; porque sobre ser esta una idea totalmente arbitrara, aun concediendo esa inverosímil comunicación en las cavernas, y minas, subsiste entera la dificultad, respecto de aquellas que sin embargo de estar muy distantes, se encendieron a un mismo tiempo. V. gr. esa Ciudad de Cádiz, aun midiendo la distancia por línea recta, dista de esta de Oviedo ciento veinte leguas Españolas, o algo más. No obstante, en una, y otra se sintió el Terremoto a la misma hora; esto es, a las nueve, y tres cuartos de la mañana, sin que esta coincidencia se pueda discurrir solo aparente, como procedida de desgobierno de los Relojes; porque así el de esta Catedral, como el de mi Colegio, rarísima vez pierden su regularidad, y el mismo juicio se debe hacer del reloj, que sirve de gobierno a una Ciudad de tanta policía como Cádiz. ¿Quién, pues, asentirá a que en tres, o cuatro minutos de caverna en caverna se haya ido propagando el incendio desde la mina de Cádiz hasta la de Oviedo? Mayormente cuando el camino subterráneo, que se imagina para la comunicación, no se debe suponer seguido en línea recta; antes sí muy tortuoso, procediendo por varias sinuosidades, y recodos, lo que hace mucho más dilatado el camino.

8. Este me parece un argumento demostrativo, de que la causa expresada no es suficiente para la producción del Terremoto, que acabamos de experimentar, como ni de otros de igual, y aún de mucho menor extensión, [408] v. gr. de la tercera, o cuarta parte, y aun de la octava, o décima de aquel. ¿Cuál, pues, será la causa verdadera, y suficiente de estos Terremotos comprehensivos de un grande espacio de terreno? Hoc opus, hic labor est. El impugnar sistemas ajenos en materias físicas, aunque sean de los más plausibles, o recibidos, no es cosa ardua, porque apenas se excogitó hasta ahora alguno, que no flaquee notablemente por éste, o aquel lado; pero es extremamente difícil formar alguno nuevo, tan bien compaginado, que no esté por alguna parte amenazado de ruina. Yo no me lisonjeo, de que el que poco ha he ideado sobre la causa de los Terremotos, sea absolutamente inexpugnable. Bástame para sacarle a probar fortuna el que no me ha ocurrido hasta ahora contra él objeción alguna, que me haga fuerza. Pero hallándome ya muy cansado de dictar, reservo el proponerlo a Vmd. para otra Carta. Tres son con esta las que llevo escritas a Vmd. con motivo del Terremoto. En las dos primeras no hice más que palpar con timidez la ropa de la dificultad, divirtiéndome en el ejercicio poco fatigante de empapelar algunas frescas ideas, o noticias físicas en vejeces históricas. En esta ya di principio al empeño, con la resolución de meterme de cabeza en las cavidades subterráneas. Pero aún es menester internarme más en las entrañas de la tierra, porque está muy honda la mina que busco. Dios me saque con bien de la empresa, y a Vmd. guarde muchos años. Oviedo, y Diciembre 17 de 1755.


{Feijoo, Cartas eruditas y curiosas, tomo quinto (1760). Texto según la edición de Madrid 1777 (en la Imprenta Real de la Gazeta, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo quinto (nueva impresión), páginas 404-408.}