Filosofía en español 
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Tomo primero Discurso quinto

Medicina

§. I

1. La nimia confianza que el vulgo hace de la Medicina, es molesta para los Médicos, y perniciosa para los enfermos. Para los Médicos es molesta, porque con la esperanza que tienen los dolientes de hallar en su Arte pronto auxilio para todo, los obligan a multiplicar visitas, que por la mayor parte pudieran excusarse: de que se sigue también el gravísimo inconveniente de dejarles para estudiar muy poco tiempo, y para observar con [106] reflexión (que es el estudio principal) ninguno. Para los enfermos es perniciosa, porque de esta confianza nace el repetir remedios sobre remedios, cuya multitud siempre es nociva, y muchas veces funesta: siendo cierto, que como el Emperador Adriano se puso por inscripción sepulcral: Turba Medicorum perii, a infinitos se pudiera poner con más verdad alterada de este modo: Turba remediorum perii. Por esto creo que haría yo a unos, y otros no pequeño servicio, si acertase a enmendar lo que en esta parte yerra el vulgo.

2. Y para precaver desde luego toda equivocación, debemos distinguir en la Medicina tres estados, estado de perfección, estado de imperfección, y estado de corrupción. El estado de perfección en la Medicina, es el de la posibilidad; y posibilidad, a lo que yo entiendo, muy remota. Poca, o ninguna esperanza hay de que los hombres lleguen a comprehender, como se necesita, todas las enfermedades, ni averiguar sus remedios específicos, salvo que sea por vía de revelación. Pero por lo menos hasta ahora estamos bien distantes de esa dicha. El estado de imperfección es el que tiene la Medicina en el conocimiento, y práctica de los Médicos sabios. Y el de corrupción, el que tiene en el error, y abuso de los idiotas.

3. La Medicina en el primer estado no es de mi argumento, porque no la hay en el mundo; y si la hubiese, merecerían sus promesas toda la fe de aquellos, que escuchan a los Médicos como oráculos. Sólo, pues, intentaré mostrar cuán falible es en el estado medio: de donde se inferirá cuán falsa es en el último.

§. II

4. Y lo primero, para dar a conocer lo poco que los pobres enfermos pueden fiar en la Medicina, bastaría verificar lo mismo que acabamos de decir; esto es, que el Arte Médico, en la forma que le poseen los Profesores más sabios, aún está muy imperfecto. Pero esto es cosa hecha, pues ellos mismos lo confiesan. De poco [107] serviría, para demostrar esta verdad, alegar Autores de otros siglos; porque acaso me responderían, que después acá se adelantó mucho la Medicina; y así sólo citaré algunos de más alta opinión entre los modernos.

5. El Doctísimo Miguel Etmulero, a quien nadie niega las calidades de eminente Teórico, y admirable Práctico, en varias partes se queja del poco conocimiento que hasta ahora hay de los simples: de la ambigüedad de los indicantes, de la ineficacia de los remedios que están en uso. Pero singularmente a nuestro propósito en el Prólogo general del Tomo segundo asienta, que rarísima vez puede la Medicina remediar más que los síntomas, o productos morbosos; pero que la esencia de la enfermedad se queda intacta, hasta que por sí sola la vence la naturaleza; y esto por la ignorancia que los Médicos padecen, o de la causa de la enfermedad, o de su remedio apropiado; y añade, que este defecto del Arte bien le comprehenden, y le lloran los Médicos sabios, al paso que los ignorantes viven muy satisfechos de que hacen maravillas: Sanè frequentissimè in praxi occurit, ut non nisi à posteriori productis morbosis, ac symptomatis occurratur; à priori vero causa, seu spina intacta relinquatur: idque vel ob causae genuinae ignorantiam, vel appropriati remedii defectum: Medicis ignorantibus optimè se agere opinantibus; scientibus verò tacitè ingemiscentibus, & suos defectus adhuc deplorantibus.

6. La sublime reputación que entre los Profesores de la Medicina obtiene el Romano Jorge Ballivio, se evidencia, de que en el espacio de treinta años, contados desde el de 95, que se imprimió su Práctica Médica la primera vez en Roma, hasta el próximo pasado de 725, van hechas diez impresiones de sus Obras (En que se debe advertir el yerro del Impresor Antuerpiano, que llamó nona a la Edición novísima del año de 25, siendo en la verdad décima; acaso porque no tuvo presente la que se hizo en Venecia el año de 15, que fue la nona, habiendo sucedido a la octava, que poco antes se [108] había hecho en París). Este grande hombre {(a) Lib. I. Prax. Medic. cap. 10. num. 4.}, después de señalar las causas, que estorbaron los adelantamientos de la Medicina, dice que los libros Médicos, que hasta ahora se han escrito, dan tan escasa luz, que los Profesores más doctos andan como a ciegas, sin saber a quién han de creer, qué doctrina han de seguir, qué rumbo han de tomar en la curación de las enfermedades: que la práctica Médica, que hoy se observa, está viciada con mil axiomas falsos, o inútiles; y en fin, que la Medicina, bien lejos de haber crecido a una estatura proporcionada, se debe considerar aún entre las fajas, o en la cuna: Ideò nemini mirum videri debet, quod libri Medici, per id temporis duplicis juris facti, & uberrimè conscripti, nihil aliud reverà sapiant, quam puram, & abstractam Philosophiam: naturae interim judicia jacta jaceant, & depressa: ipsaque praxeos principia tantoperè turbata sint, ut inter peritissimos hodie non facilè constet, quid tenendum, cui credendum, qua demùm via progrediendum sit in absolvendis morborum curationibus. Si consideremus igitur praxeos Medicae statum, eundem profecto commotum, ac prorsus turbatum per inania axiomata, & falsas quasdam generalitates, aut à sectis Medicorum diversis, aut à praeposteris legibus methodorum, aut ab idolis quibusdam, & praejudiciis cuilibet Medico familiaribus, productas observabimus. Si verò illius aetatem, illam in ipsis adhuc pueritiae finibus contineri.

7. Thomas Sydenhan, que es reconocido en toda Europa por el más célebre práctico que tuvo el último siglo, después de un prolijo estudio en los libros, después de observar con vigilantísima atención por muchos años los pasos de la naturaleza de las dolencias, habla con más incertidumbre, y perplejidad que todos. Apenas se lee precepto suyo, que no se reconozca haberle estampado con mano trémula. Con noble sinceridad (prenda que hermosea sus escritos, aún más que la pureza latina, que resplandece en ellos) expone frecuentemente sus dudas, y sus [109] ignorancias. Muestra muy limitada confianza en sus propias experiencias; pero casi ninguna en las doctrinas de los Autores. De estos dice, que proponen fácilmente la cura de muchas enfermedades, las cuales, ni ellos mismos, ni otro algún hombre remedió hasta ahora: Morborum curationes pro more facillimè proponuntur: atqui hoc ita praestare, ut verba in facta transeant, atque eventus promissis respondeant, magis ardui moliminis illi judicabunt, qui vident haberi apud Scriptores practicos morbos complures, quos nec illi ipsi Scriptores, nec quisquam hactenus Medicorum sanare valuerunt {(a) In praefatione.}. Culpa ciertamente grave de los Escritores, engañar al público con la ostentación de remedios, que ellos mismos experimentaron inútiles, y exponer a los pobres Médicos, que estudian sus obras, a la curación, y al pronóstico, para quedar burlados, después de gastar con varias medicinas el caudal, y la complexión de los enfermos.

8. El mismo Sydenhan en otra parte confiesa de sí, que cuando después de grande estudio, y continua observación, pensó conseguir un método seguro para curar todo género de fiebres, halló que sólo había abierto los ojos para llenarlos de polvo. Tan confuso, y perplejo se halló después de tanto estudio: Statim didici me ideò tantum aperuisse oculos, ut pulvere, haud quaquam verè Olympico, iidem complerentur. {(b) In Epist. dedic.}.

9. Algunos años después de los Autores alegados, y fue el de 1714, Mons. Le-Francois, Médico, y Doctor Parisiense, dio a luz sus Reflexiones críticas sobre la Medicina, donde no llora menos que los antecedentes los cortísimos progresos de este Arte; y hablando de los Escritores, son notables las palabras siguientes, que traduzco fielmente del idioma Francés: La dificultad que hay en hacer observaciones con todo el cuidado, y toda la exactitud necesaria, la multitud de enfermedades diferentes, que estorba el que se encuentren muchas semejantes en sus circunstancias [110] esenciales, el poco caso que el público hizo siempre de los observadores, la estimación que por el contrario ha tenido de los inventores de sistemas, y de los que los han seguido; todo eso es causa de que entre tanto número de Tratados de Medicina, de que estamos oprimidos, se hallen poquísimos que sean muy útiles. Y aún se puede decir, que no hay ni uno solo, de quien se pueda hacer entera confianza. Si esto es así como suena, los Médicos en el ejercicio de su Arte andarán como a ciegas; porque sobre la dificultad que hay en discernir los pocos libros útiles de tantos inútiles; para estudiar por aquellos, abandonando estos (lo que muchos no son capaces de hacer, y más habiendo en esto tantas opiniones, como en todo lo demás, pues unos celebran la práctica de un Autor, y otros de otro) resta el arduísimo negocio de saber cuándo, y cómo se ha de fiar a la doctrina de esos pocos tratados útiles, y cuándo no, supuesto que no puede fiarse enteramente de ellos.

10. El mismo Autor dio a luz el año de 16 un proyecto de reforma de la Medicina, donde largamente muestra la imperfección grande, conque hoy posee el mundo este Arte; y exponiendo las causas, cuenta entre ellas la inutilidad de los libros médicos, aún con más fuerte expresión que la antecedente, pues dice así: Los Tratados que se han escrito tocante a este Arte, están llenos de obscuridad, de incertidumbres, y de falsedades. Y no omitiré lo que antes había propalado del estado presente de la Medicina en Francia, porque conduce mucho para nuestro desengaño: Aunque no hay (dice) País alguno donde no sea menester hacer nuevos establecimientos para perfeccionar la Medicina; esta reforma es más necesaria en Francia que en otras partes; porque en ningún País hay tanto desorden en la práctica de la Medicina, como en Francia. A vista de esto, es bien irrisible la candidez de los Españoles, que en viendo acá un Médico Francés de los que allá tienen mediana reputación, piensan que han logrado un hombre capaz de revocar las almas del otro mundo.

11. Novísimamente nuestro ingeniosísimo Español [111] D. Martín Martínez en sus dos Tomos de Medicina Escéptica, doctísimamente dio a conocer al mundo la incertidumbre de la Medicina; donde impugnando muchas máximas muy establecidas entre los Profesores, si sus argumentos no son siempre concluyentes para convencerlas de falsas, lo son por lo menos para dejarlas en el grado de dudosas, y a veces de arriesgadas.

12. Finalmente, es cosa tan común en los Médicos de mayor estudio, y habilidad, confesar la debilidad de su Arte para expugnar las enfermedades, como en los más inhábiles ostentar gran confianza en ella, para triunfar de estos enemigos. De modo, que viene a ser ésta como señal característica para distinguir los sabios de los ignorantes: lo que expresó bien Etmulero en las palabras que arriba citamos: Medicis ignorantibus optimè se agere opinantibus; scientibus verò tacitè ingemiscentibus, & suos defectus adhuc deplorantibus. Y mucho antes el Conciliador en la definición que hizo del Médico malo, puso la inseparable calidad de ser perpetuo inconfitente de su ignorancia propia: Propriae ignorantiae constantissimus inconfessor.

13. Consideren ahora los vulgares (que en un Médico ordinario contemplan la deidad de Apolo, y en la más inútil poción de la Botica la virtud del oro potable) ¿qué confianza pueden tener de una Facultad, de quien desconfían tanto los que más han estudiado en ella? Si en los preceptos establecidos por los mejores Autores hay tanta incertidumbre, ¿con qué seguridad puede prometerles la salud un Médico, que lo sumo que puede haber hecho es tener muy bien estudiados esos mismos preceptos? Si los Profesores más insignes se hallan perplejos en el rumbo que deben seguir para curar nuestras dolencias, ¿qué aciertos se pueden esperar de los Médicos comunes? Si para combatir estos grandes enemigos de nuestra vida, se sienten sin fuerzas los Gigantes, ¿qué podrán hacer los Pigmeos? [112]

§. III

14. ¿Y qué importaría que los Autores Médicos no nos manifestasen la incertidumbre de su Arte, si sus perpetuas contradicciones nos la hacen patente? Todo en la Medicina es disputado: luego todo es dudoso. Las continuas guerras de los Médicos debieron de dar fundamento a Pedro de Apono, para decir que la Medicina no estaba dedicada a Apolo, sino a Marte; aunque Cornelio Agripa, siguiendo su genio, le da interpretación más maligna {(a) Lib. de Vanit. Scient. cap. 83.}. Están, y han estado siempre más encontrados sus dogmas, que las cuatro cualidades de los humores, que señalan en los cuerpos humanos. Desde su concepción va siguiendo a la Medicina esta desdicha: pues señalan, o fingen por primer padre suyo al Centauro Chiron, Maestro de Esculapio, en quien el encuentro de dos naturalezas puede considerarse como constelación, que influyó en la Medicina, al nacer, tanta oposición de doctrinas. Fue criada después algún tiempo como niña expósita; porque no había otra regla para curar los enfermos, que exponerlos en las plazas, y calles públicas, para que los que transitaban, les prescribiesen remedios, en que precisamente habría infinita diversidad de pareceres; hasta que Hipócrates la tomó por su cuenta, para darla leche en la pequeña Isla de Coo, donde el perpetuo embate de las aguas pudo ser nuevo presagio de la interminable lucha de opiniones.

15. Inmediatos en la fama a Hipócrates, y no muy distantes en el tiempo, fueron Praxágoras, y Diocles Caristino, que alteraron algo la doctrina del prudentísimo Viejo, reduciendo el primero todas las enfermedades al desorden de los líquidos, y extendiendo éste la fuerza del número septenario, a quien Hipócrates había dado jurisdicción sobre los días críticos, a los años climatéricos. Sucedió Heróphilo, reduciendo toda la Medicina al razonamiento, y a la disputa, desviándola de la experiencia, y [113] práctica, con pésimo designio: pues fue lo mismo que apartar el Arte de la Naturaleza. Vino después Chrysipo trastornando cuanto habían dicho sus antecesores; y no mucho más fiel con él su discípulo Erasístrato, nieto de Aristóteles, mudó mucho de lo que había enseñado Chrysipo; bien que maestro, y discípulo se convinieron en desterrar de la Medicina la sangría, y la purga.

16. Conservábanse entretanto algunos restos de la antigua Medicina: hasta que Asclepíades en la edad del gran Pompeyo, echó por tierra enteramente toda la doctrina Hipocrática (a la cual insultaba llamándola Meditación de la muerte), colocando únicamente en la clase de remedios lo que podía ser alivio, y recreo de los dolientes. Conspiró con esta lisonja del gusto, para hacerle dentro de su facultad dueño del Orbe, el accidente de haber observado señas de vida en un hombre, que conducían al túmulo, y haciéndole recobrar fácilmente, se creyó haberle resucitado. También contribuiría mucho haber desafiado públicamente a los Hados (digámoslo así) con la constante promesa de que jamás le verían enfermo: como de hecho jamás lo estuvo, ni aun para morir, pues terminó la larga carrera de su vida tropezando, y cayendo en una escalera. Themison, discípulo de Asclepíades, luego que éste expiró, alteró toda la doctrina de su maestro, y se hizo caudillo de la secta de los Metódicos, que no debió de granjearse gran aplauso en Roma, cuando Juvenal, hablando de los Sectarios debajo del nombre de su Jefe, cantó: Quot Themison aegros autumno occiderit uno. Floreció luego Ateneo, que atribuyó todas las enfermedades a la emanación de ciertos espíritus desprendidos, así de los cuerpos mixtos, como de los Elementos. Tras de él pareció Archígenes, Fundador de la Secta Ecléctica (cuyo asunto era recoger cuanto hallasen de bueno en las demás sectas), tan supersticiosamente observante de las reglas de su Arte, que protestaba no abandonaría jamás alguna, aun cuando de observarla se hubiese de seguir la ruina de una Ciudad. [114]

17. Pasamos por el elegante Cornelio Celso, que no muestra en sus Obras adherencia a secta alguna; y sólo observamos, que siguiendo a Asclepíades, se rió de la observación de los días críticos por números impares, que había establecido Hipócrates, para llegar a Galeno, hombre de vasta comprehensión, y sutil ingenio sin duda, capaz de reponer en la posesión del mundo la doctrina de Hipócrates, si ese hubiera sido su designio; y no antes, el de introducir la suya propia, debajo del especioso pretexto de comentar, y defender la Hipocrática, como lo logró con tan extraña felicidad, que en muchos siglos no hubo quien le contradijese, porque en la decadencia del Imperio Romano con las irrupciones de los Bárbaros, se extinguió la cultura de Artes, y Ciencias: y los Médicos, que se aplicaron a escribir, no hicieron más que copiar a los Antiguos. Por otra parte los Arabes, que se aprovecharon de este descuido de la Europa, para hacerse dueños de la Filosofía, y Medicina, fueron secuaces de Galeno; contentándose los principales, entre ellos Rasis, Averroes, Alquindo, y Avicena, con añadir discursos superfluos, y sutilezas inútiles.

18. Así se conservó por largo tiempo el dominio de Galeno, verdaderamente tiránico, por la mucha sangre que derramó a todo el linaje humano este gran Patrono de la lanceta: hasta que al principio del siglo décimosexto de nuestra restauración, resucitando Paracelso la antiquísima Hermética Filosofía, dio sobre Hipócrates, y sobre Galeno, con tan extraña furia, que no les dejó principio, ni conclusión a vida, y al favor de algunas curas portentosas (acaso no verdaderas, porque no sé que tengamos más testimonio de ellas, que el que nos dejó su discípulo Oporino) de enfermedades, tenidas por incurables, se hizo bastante séquito; bien que él murió a los 48 años de su edad, falsificando en sí mismo la repetida jactancia, de que podía con la superior valentía de sus remedios alargar la vida a un hombre por algunos siglos. Entre los secuaces de Paracelso, Helmoncio, de quien también se [115] cuentan curas prodigiosas, añadió a las ideas de aquel, el sueño de su Archeo, o Alma del mundo, espíritu duende, que en todo se halla, y todo lo mueve.

19. Formóse después la Escuela Química, o segunda secta Hermética (como algunos la llaman), que fundada en las experiencias administradas por la violencia del fuego, no conoce otros principios, así de la constitución de los entes, como de la salud, y de las enfermedades, que el sal, azufre, y mercurio. De esta Escuela salió Takenio, levantando nueva facción, o esforzando la que ya estaba levantada, con los Acidos, y Alkalis, que vienen a ser, según su planta, los Wigetes, y Toris de la naturaleza. Este partido hizo fortuna, y le quitó Provincias enteras a Galeno; aunque sin declararse contra Hipócrates, a quien, antes bien, pretende tener por patrono.

20. Como entretanto se fuese cultivando la Anatomía, sobre sus observaciones concibieron Sylvio, Wilis, y otros, particulares designios igualmente opuestos a Químicos, que a Galénicos. Por otra parte Santorio produjo el plausible sistema de la Medicina Matemática, en que (según las reglas de la Estática, y Mecánica) se considera la alternativa fuerza de los sólidos, y líquidos de nuestro cuerpo: y todo el cuidado del Médico debe ser, como el de Catalina de Medicis en Francia, conservar el equilibrio de los dos partidos opuestos, poniéndose ya de parte de uno, ya de parte de otro; porque declarada de parte de cualquiera de ellos la ventaja, amenaza ruina a esta animada República.

21. Así se iban variando los sistemas, y destruyéndose unos a otros, cuando, o el tedio de tantos, o la incertidumbre de ellos, hizo tomar a los Médicos más advertidos otro rumbo, que fue buscar la naturaleza en sí misma, fiándose a la experiencia sola. Es verdad, que desde que el gran Bacon de Verulamio abrió los ojos a Médicos, y Filósofos, dándoles a conocer que sólo por este camino podían adelantar algo en las dos facultades, no faltaron algunos Médicos cuerdos que dieron hacia la experiencia [116] algunas ojeadas, y con este cuidado recogieron algunas observaciones, aunque por la mayor parte defectuosas, como apuntaremos adelante. En efecto esta facción tiene hoy de su parte a los Médicos de más ilustre ingenio en toda Europa; pero con la advertencia, de que los más, aunque divorciados enteramente de Galeno, no por eso dejan de militar fielmente debajo de las banderas de Hipócrates, cuya doctrina, dicen, hallan siempre en constante alianza con su experiencia propia.

22. Ballivio, bien que gran promotor de las observaciones, y declarado enemigo de los sistemas, enamorado no obstante del nuevo de la Medicina Estática, no pudo resolverse a abandonarle: a la manera del vicioso, que ama a una mujer con reprehensible ternura, al mismo tiempo que habla mal generalmente de todo el sexo. Pero en realidad este sistema no goza más privilegios que los otros, sino (como recién nacido) el de los niños hermosos, en quienes todo parece agudeza. En efecto Ballivio, intentando poner en armonía tres voces, la de Hipócrates, la de su sistema, y la de la observación, quiso establecer en este triunvirato el gobierno absoluto de la práctica médica. Y en cuanto a conciliar a Hipócrates con la experiencia, es bien escuchado de los más Médicos que hoy hay: habiéndose restablecido altamente en este tiempo la estimación de aquel discretísimo Anciano; si bien que otros más cautos pretenden que los mismos preceptos de Hipócrates se examinen con cuidado a la luz de la observación: y no falta uno, u otro, que desconfíen enteramente de su doctrina: como Miguel Luis Synapio, Médico Húngaro, que pocos años há imprimió un Tratado, con el título de Vanitate, Falsitate, & Incertitudine Aphorismorum Hippocratis.

23. Omitimos algunas cosas en este histórico resumen de la Medicina, como es, la división de ella en las tres especies de Empírica, Metódica, y Racional; y los progenitores, o protectores, que en varios tiempos tuvo cada una de estas especies, por no hacer muy prolija esta memoria, [117] y porque bastan tantas contradicciones, como hemos apuntado, para conocer la grande incertidumbre de la Medicina.

§. IV

24. Y por último, después de tantos debates ¿se han convenido los Médicos? Nada menos. Ahora están, más que nunca, discordes; porque se han ido aumentando las variaciones, así como se fueron multiplicando los libros. Están hoy divididos los Profesores en Hipocráticos, Galénicos, Químicos, y Experimentales puros: porque los Paracelsistas, y Helmoncianos, casi del todo se acabaron; y según esta diferencia de clases, siguen también en la curación diferentes rumbos: porque decir (como algunos pretenden) que los Médicos que siguen sistema diverso, convienen en la práctica, es trampa manifiesta. Véase a Etmulero {(a) Instit. Medic. part. 13. cap. 2.}, donde dice: Prout hypotheses Medicorum, seu judicia variant, etiam variat medendi methodus: alia nempè est Galenica, Paracelsica, Poteriana, &c. En los libros de los que siguieron diferentes sistemas se nota un grande encuentro en los preceptos prácticos. Y no es menester más que abrir a Juan Doléo, para ver que después de exponer el juicio de cada enfermedad, según sistemas distintos, propone arreglada a cada sistema diferente cura.

25. No sólo se oponen en la curación los Médicos que siguen sistema diverso; mas también los que siguen uno mismo. Como se ve en España, donde casi todos los Médicos son Galénicos, y rarísima vez convienen en la curación dos, o tres, si los consultan separados; de donde se puede inferir, que en la conformidad que muestran después de la concurrencia, no influye tanto el dictamen, como la política. Y aún no para aquí. No sólo se advierte esta oposición entre los secuaces del mismo sistema; mas aún entre los que se gobiernan enteramente por el mismo Autor. La práctica de Lázaro Riverio es la absoluta norma de los Médicos ordinarios, los cuales, si leen [118] otros Autores, usan de ellos, no para curar, sino para hablar: y con todo, frecuentísimamente están discordes, como todo el mundo ve; pues si el enfermo consulta a un Médico, le dice una cosa; y si a otro, otra. Uno pone los ojos en un precepto de Riverio, y otro en otro; y aun uno mismo le entienden de diferente manera, como yo he visto más de una vez. Este acusa la plétora, y ordena sangría; aquel la cacoquímia, y receta purga. Y si llega un tercero, suele hallar contraindicado en la falta de fuerzas uno, y otro remedio.

§. V

26. En tanta discordia de los Médicos, ya por la oposición de los Autores, ya por la diferente inteligencia de ellos, ya por la diversa observación, y juicio de los indicantes, ¿qué hará el pobre enfermo? ¿Llamará, si tiene en qué escoger, el Médico más sabio? Muchas veces no sabrá quién es éste. El aplauso común frecuentemente engaña; porque suelen tener más parte en él el artificio, y la política, que la ciencia. Una casualidad pone en crédito a un ignorante; y una desgracia sola desautoriza a un docto. Como sucedió a Andrés Vesalio, que teniendo por muerto a un Caballero Español, a quien él mismo había asistido, mandó hacer disección del cuerpo: pero no bien rompió el cuchillo anatómico el pecho, cuando se notaron señales manifiestas de vida; de modo que el infeliz murió de la herida, y no de la enfermedad. Mas acierte norabuena el enfermo con el Médico más docto: no por eso va más seguro. Juan Argenterio fue tenido por un prodigio de saber, y casi todos los enfermos que caían en sus manos morían, o eran precipitados en otras enfermedades peores; de modo, que llegó el caso de que nadie le buscaba.

27. Sea cuanto se quisiere un Médico docto, siempre su dictamen curativo será arriesgado, por cuanto están contra él otros Médicos también doctísimos. Todos alegan experiencias, y razones. ¿Qué Ariadna le da el hilo, ni al Médico, ni al enfermo, para penetrar este laberinto? [119] Apenas hay máxima alguna, perteneciente a la curación, que no esté puesta en controversia, empezando desde el famoso principio, Contraria contrariis curanda sunt. Y sin duda este principio, tomado generalmente, o es falso, o inútil. Es inútil, si por contrariedad de parte del medicamento se entiende (como algunos entienden) la virtud expulsiva de la causa morbífica; porque en este sentido es una verdad de Pedro Grullo: y quiere decir el axioma, que la causa morbífica se ha de expeler con aquello que puede expelerla. Es falso el principio, si se entiende de la contrariedad de las cualidades sensibles: porque ni todos los contrarios de este modo son remedios; y hay infinitos remedios, que no son contrarios de este modo. Lo primero se ve, en que no se curan todas las fiebres con cosas frías, antes son desconvenientes muchísimas veces, en las cuales antes bien se debería aumentar el calor febril, que está lánguido, para promover la fermentación, y ayudar a la naturaleza en este empeño, que es el que entonces tiene entre manos, a fin de segregar por medio de ella lo que la incomoda. Lo segundo se palpa en todos los específicos; en los cuales no se percibe alguna contrariedad de cualidades manifiestas con las de la enfermedad que curan. Y si quieren entender el axioma de la contrariedad en cualidades ocultas, o como otros explican, oposición á tota substantia, es también inútil; porque esta oposición no la descubre la Filosofía, sino la experiencia; y después que yo por experiencia palpo que tal remedio tiene oposición con tal enfermedad, no he menester el axioma para nada. También se puede decir, que aun en este sentido el axioma es falso; porque hay medicamentos que obran, no por vía de oposición, antes bien por vía de concordia, y amistad; como los absorventes, que embeben en sí la causa morbífica, por la conformidad de sus poros con la figura de las partículas de ella.

28. Pero dejando aparte este principio (del cual, ni aun los Médicos que le veneran, se sirven para la práctica; antes sí por la práctica se gobiernan para la aplicación [120] del principio, fingiendo después, que la experiencia ha mostrado el remedio, las calidades opuestas que se le antoja en el remedio, y en la causa morbífica), descendamos a particularizar las dudas que se ofrecen sobre los remedios más comunes, para mostrar la poca, o ninguna seguridad que puede haber en ellos.

§. VI

29. El primero que se ofrece a la consideración es la sangría: remedio, que si creemos a Plinio, y a Solino, aprendieron los hombres del Hipopótamo, bruto anfibio; el cual, cuando se siente muy grueso, moviéndose sobre las puntas más agudas de las cañas quebradas, se saca sangre de pies, y piernas, y después con lodo se cierra las cicatrices; bien que por Gesnero no puede sacarse en limpio qué animal es éste, ni aun si le hay en el mundo.

30. Hipócrates fue el primero que autorizó la sangría. Después Galeno la puso en mayor crédito, dando mucho mayor extensión a su uso: y a Galeno siguieron unánimes cuantos Médicos le sucedieron, hasta Paracelso, cuya oposición no estorbó que reinase después, y reine ahora (aunque con mucha diversidad en cuanto al uso) este remedio. Ha tenido no obstante grandes contradictores, que generalmente, y casi sin excepción alguna, le reprobaron. Entre los antiguos se cuentan Crisipo, Aristógenes, Erasístrato, y Estratón: y dejando a otros, creo que también se debe contar Asclepíades. De los siglos próximos, Paracelso, Helmoncio, Pedro Severino, Crollio, el Quercetano, Poterio, Fabro, Crusio, Tozzi, y otros muchos hombres insignes.

31. Ahora, siguiendo las reglas comunes, no se puede negar, que tantos hombres, y tan grandes hacen opinión probable: y como ellos no sólo condenaron la sangría por inútil, mas también por nociva, se sigue que es probable que la sangría siempre es dañosa. Conque este riesgo se lleva cualquiera que se sangre: y aunque se me diga, que [121] aquella opinión es de pequeña probabilidad, respecto de la mucho mayor que tiene la opuesta, no me importa: lo uno, porque Multa falsa sunt probabiliora veris: lo otro, porque aunque el riesgo que tiene la sangría, como fundado en esta probabilidad corta, hasta ahora sea pequeño, ya le iremos abultando de modo que en la práctica suba a una estatura más que mediana. Pero conduce lo dicho para el intento, porque cuantos más capítulos concurran a fundar la duda, tanto será mayor el peligro.

32. Pero si se me dijere que aquella sentencia no es probable poco, ni mucho, por ser contra la experiencia, que constantemente muestra ser la sangría en muchos casos saludable; salga Hipócrates a mi defensa, con la sentencia Experimentum fallax. En realidad, exceptuando poquísimos accidentes, en que la experiencia parece está declarada a favor de la sangría (y aun esos acaso se curarían mejor de otro modo), en lo demás está muy dudosa. Los Autores que contradijeron la sangría, no ignoraron los experimentos. No deben, pues, de ser tan claros, cuando no los rindieron a la opinión común. Los que, siguiendo ciegamente a Galeno, sangran en toda fiebre pútrida, también protegen esta práctica con la experiencia; sin embargo de lo cual la miran infinitos como barbarie; y el Doctor Martínez dice que esta máxima mató más hombres que la Artillería.

33. El fundamento de la experiencia, no siendo ésta muy constante, y muy notoria, es harto débil, porque todos le alegan a su favor. Y esto viene de que de cualquiera modo que trate el médico a los enfermos, si no les da veneno, viven unos, y mueren otros. El que está a favor del remedio aplicado, atribuye la salud al remedio, si el enfermo vive; y la muerte a la fuerza insuperable de la enfermedad, si muere. El que está contra el remedio, atribuye al remedio la muerte, si muere; y la salud a la valentía de la naturaleza, si vive. Por esta causa muchas veces achacan injustamente al Médico la muerte del doliente; y muchas le agradecen sin razón la mejoría. [122] Lo cierto es, que muchas veces vivirá, y mejorará el enfermo, no sólo ordenándole el Médico una sangría fuera de propósito, mas también aunque le dé una puñalada, porque con todo puede su complexión. En las Efemérides de la Academia Leopoldiana se cuenta de una Religiosa, que convaleció de una fiebre cotidiana, habiéndola sacado de las venas cerca de diez libras de sangre en el espacio de dos meses. Quisiera yo saber del señor Vallisnieri (que es quien participó a la Academia este suceso, a fin de hacer más animosos en la sangría a los de su profesión) ¿qué Angel le reveló que aquella Religiosa no sanaría, y acaso mucho más presto, si no se hubiera sangrado tanto? También nos resta saber cómo quedó aquel temperamento después de un combate tan rudo: pues no es dudable que algunos enfermos que escapan a pesar del violento proceder del Médico, quedan después con una complexión débil, capaz solamente de una vida breve, y penosa (triunfando entretanto el Médico, como si hubiera hecho otra cosa que dilatar la mejoría, y arruinar el temperamento): los cuales, si se hubieran fiado a la naturaleza, o tratado con más benignidad, no sólo lograrían la salud, pero también quedarían con más robustez. El mismo Vallisnieri refiere de otro hombre, a quien se le quitó casi cuanta sangre tenía en las venas, que era muy acre, y se iba sucesivamente reparando por otra más bien condicionada. Dejo al juicio de los Médicos sabios la verdad de este suceso, entretanto que me dicen los cuerdos si será bien gobernarse por este ejemplar. Lo que hay de realidad en esto es, que Médicos tan desaforados nos ponen delante uno, u otro enfermo, cuya valiente complexión pudo lidiar con la enfermedad, y con la furia del Doctor, dejándose en el tintero a infinitos, que perecieron a sus manos. Tan falaces son como todo esto muchísimas observaciones experimentales que se hallan en los libros, y conque los Médicos quieren autorizar sus prácticas. De donde infiero, que habiendo tanta falencia en los experimentos, no parece que basta la [123] experiencia conque se protege la sangría, para hacer improbable la sentencia que absolutamente la reprueba.

34. Pero convengo ya en que sea verdadera la opinión común de que en varios casos es conveniente sangrar; y así lo creo. Réstanos la dificultad del cuándo, y el cuánto. En el cuánto no cabe regla fija; porque depende de la magnitud del indicante, y de las fuerzas del doliente, que un Médico juzga mayores, y otro menores. En el cuándo son tantas, y tan opuestas las sentencias, que no pueden menos de ocasionar en el Médico una suma confusión, y duda, así como un peligro manifiesto del yerro. Lee en unos Autores que en tal enfermedad, y en tales circunstancias es convenientísima, y necesaria la sangría. Lee en otros que en aquella misma enfermedad, y circunstancias es perniciosa; y en unos, y otros propuestas razones, y citadas experiencias. ¿Qué partido tomará? El enfermo, por lo común, no duda en obedecer al Médico; porque oyéndole hablar con confianza, piensa que en lo que ordena no hay cuestión; pero si al mismo tiempo que le decreta la sangría, escuchara veinte, o treinta gravísimos, y expertísimos Autores, que al Médico le están gritando dentro de su entendimiento, tente, no le sangres, que le destruyes, aunque no faltan otros que le animan, ¿qué hiciera? ¡Oh, que este Médico pesa la probabilidad de una, y otra sentencia! ¿De qué consta, que la pesa bien, cuando otros infinitos la pesan de otro modo?

35. Los Galénicos comunes verdaderamente yo no sé cuándo lo aciertan en sangrar; pero sé que infinitas veces lo yerran, pues tienen a la fiebre pútrida por indicante general de la sangría; siendo constante, como advierten los mejores Autores, y la razón claramente lo dicta, que en muchísimas ocasiones la sangría es nociva, por cuanto estorba, suspende, o retarda la obra de la fermentación: la cual por ser remisa, antes debiera promoverse, para que la naturaleza lograse la despumación, adonde camina por medio de la fermentación. Es la fiebre instrumento de la naturaleza, para exterminar lo que la agrava, como dice [124] el incomparable Práctico en materia de fiebres, Sydenhan, y con él los más sabios Médicos de estos tiempos: Cum & febris naturae instrumentum fuerit ad hujus secretionis opus debita opera fabricatum. (fol. mihi 100.) Y poco más abajo: Febris naturae est machina ad difflanda ea, quae sanguinem malè habent. Lucas Tozzi observó que las enfermedades, donde no se suscita fiebre, son mucho más prolijas. Y todo el mundo sabe el poder de las fiebres para resolver los catarros, convulsiones, insultos de gota, y otros diferentes afectos. Por lo cual muchos siglos ha que Celso, y antes que él Hipócrates, recomendaron como útil la calentura en varios accidentes. No obstante todo esto, los Médicos comunes consideran siempre en ella un capital enemigo, contra quien deben proceder con sangría, y purga, que es lo mismo que a sangre, y fuego. Yo por mí digo lo que Etmulero, que después de referir las observaciones de algunos Autores, que hallaron en cadáveres de febricitantes toda la sangre consumida por el ardor de la fiebre, de donde infiere cuan inicuamente ayuda a evacuarla la lanceta, concluye así: Itaque ego cum ejusmodi lanionibus, & sanguisugis non facio, qui vitae thesaurum tam inutiliter obliguriunt.

36. Y no omitiré aquí que las señales que toman los Médicos de la misma sangre, para conocer su bondad, o malicia, son muy falaces: ya porque se altera sensiblemente luego que sale de sus vasos: ya porque cada individuo tiene sangre diferente, y esa le conviene de tal modo, que no pudiera vivir sin aquella misma sangre que al Médico le parece mala: por cuya razón probó tan mal la invención de transfundir la sangre de un hombre sano en las venas de un enfermo. Este es el sentir de Etmulero, ibi {(a) Instit. Medic. cap. 4.}: Judicium quod attinet de sanguine vena secta emisso, hoc non immeritò rejicit Helmontius, cum unusquisque homo peculiarem suum habeat sanguinem, & in sanitatis latitudine maxima sanguinis sit varietas. Ya en fin, porque el [125] vario color de la sangre suele nacer de otros principios muy diferentes de los que juzgan los Médicos. El célebre Anatómico Filipo Verheyen observó que mezclado el espíritu de vitriolo a la sangre, la ennegrece: luego no es la negrura de la sangre fija señal de adustión. Y él mismo también experimentó que los Alkalis la ponen más rubicunda. En fin, quien sabe que dos gotas de un color rubicundo, cual es la Leche Virginal, dan color de leche a una escudilla de agua, no hará caso alguno de lo que la Filosofía ordinaria discurre en orden a las causas de la diversidad de colores.

§. VII

37. De la sangría pasemos a la otra pierna de la Medicina (por usar de la metáfora de Galeno), que es la purga. Todos los Médicos unánimes reconocen en los purgantes más, o menos cualidad deleteria, o maligna, por donde siempre tienen algo de nocivos. Si son útiles en tales, o tales enfermedades, en tal, o tal tiempo de ellas, está en cuestión. Conque el daño es cierto, y el provecho dudoso.

38. Los que son amigos de medicinarse, están en fe de que los purgantes sólo arrancan del cuerpo los humores viciosos: error en que yo también estuve algún tiempo, y de que me desengañó no menos mi experiencia propia, que algunos buenos Autores que he leído. Es cierto, pues, que indiscretamente segregan lo útil, y lo inútil, y que colicuan, inficionan, y precipitan, envuelto con los humores excrementicios, el mismo jugo nutricio.

39. También se debe advertir, que no todo lo que se llama humor excrementicio, por ser incapaz de nutrir, se ha de considerar como inútil en el cuerpo; pues mucha parte de él tiene sus oficios, y la naturaleza se sirve de él para algunos usos: como del humor bilioso, para la precipitación cotidiana de las heces gruesas, y del ácido del estómago, para excitar el apetito. Y así, los purgantes de muchos modos dañan; ya con la mala impresión de su cualidad deleteria, ya arrancando del cuerpo [126] mucha parte del jugo nutricio, ya evacuando lo que, aunque incapaz de nutrir, es necesario para algunas funciones naturales. A que se puede añadir el inconveniente de conducir parte de los excrementos por las vías que la naturaleza no tiene destinadas para su expulsión: lo que verisimilmente no puede ser sin algún daño de las mismas vías; pues si los humores acres se encaminan violentamente por conductos estrechos, y que no tiene poros acomodados a las partículas de los humores, no pueden menos de hacer algún estrago en las fibras.

40. La división de los purgantes, por el efecto que hacen en los humores, a que son apropiados, de modo que unos purgan la cólera, otros la flema, &c. aunque muy recibida, es división imaginaria en sentir de Autores muy graves: los cuales aseguran que no hay purgante que no evacue indiferentemente todo género de humores, como esté dentro de la esfera de su actividad; esto es, a distancia donde él pueda obrar: y que el vario color de los excrementos, según la variedad de los purgantes (que es lo que en esta materia ha engañado), procede de la tintura que el mismo medicamento le dió al humor. Lo que yo puedo asegurar es, que si un hombre, el más bien templado, repite el purgarse con epithimo (que se tiene por apropiado para la melancolía, por la negrura de las heces que segrega), siempre arrojará humores negros, o nigricantes. Esto lo sé con toda certeza: y es imposible hallarse tanto humor melancólico, no digo yo en un cuerpo sano, mas ni aun en seis hipocondríacos, cuando es el humor de que hay menos copia en nuestros cuerpos.

41. Diráseme acaso, que no obstante la conocida lesión de los purgantes, y que estos expelan lo útil con lo vicioso, pueden convenir, cuando suceda serle a la naturaleza más nociva la retención de lo vicioso, que la expulsión de lo útil.

42. Esto es cuanto puede decirse a favor de los purgantes. A que respondo lo primero, que deberá asegurarse bien el Médico de estar las cosas en esa positura: porque si no, [127] hará lo que los Otomanos en el sitio de Rhodas, que estando algunas Tropas suyas empeñadas en el asalto, mezcladas ya con los Cristianos de la guarnición, los Turcos del Campo con bárbara furia a unos, y a otros asestaron la Artillería, e hicieron en los suyos, y en los enemigos igual estrago.

43. ¿Pero cuándo llega el caso de tener esa seguridad el Médico? En las enfermedades comunes rarísima vez, y aun no sé si alguna. ¿Dúdase entre los Médicos, si en los principios de las fiebres, se puede, o debe purgar? El famoso Aforismo de Hipócrates: Concocta medicari oportet, lo prohibe, menos en caso de turgencia; y manda esperar a que la materia esté cocida para purgarla: pero aquí de Dios. Cuando la materia está cocida, la naturaleza la segrega por sí misma, como cada día se experimenta: con lo que es excusada la purga: y administrarla entonces sería lo mismo que acudir las Tropas auxiliares a sus aliados cuando ya van de vencida los enemigos. La razón y la experiencia me han persuadido firmemente a que la naturaleza jamás deja de perfeccionar esa obra; salvo que en algún raro acontecimiento sea detenida por un revés extraordinario. Dicen que es de temer la recaída, si no se purgan los enfermos después de cocida la materia. Pero sobre que esto no es ya curar la enfermedad que se tiene presente, sino precaver la venidera, pregunto: ¿de dónde sabe el Médico, que las recaídas que se experimentan, nacen de la falta de purga en aquella sazón? Recaen unos que se purgan, y otros que no se purgan: por donde yo sospecho que no viene de ahí la recaída, sino de alguna porción de materia morbífica, no sólo incocta, pero que ni aun se había puesto en movimiento para cocerse en todo el tiempo de la enfermedad antecedente, y después se pone con mayor peligro del enfermo, porque encuentra sus fuerzas quebrantadas del primer choque. No sea esto cierto: por lo menos es dudoso: y basta la duda para quitarle al Médico la seguridad de ser entonces necesaria la purga.

44. Vamos a la turgencia, en que se considera la purga [128] inexcusable a los principios de la enfermedad. También en este caso hizo dudosa la necesidad de la purga el eruditísimo Martínez. Porque siendo la turgencia un movimiento inquieto, y desenfrenado del humor, que, por la amenaza de echarse sobre parte príncipe, pide expelerse porción de él a toda costa, este movimiento se experimenta en el principio de las viruelas; y con todo no purgan entonces los mejores prácticos. De esta suerte el uso de los purgantes todo está lleno de dudas, y riesgos.

45. Advierto, en fin, que aun prescindiendo de los peligros que amenazan los purgantes, no tienen tampoco las fuerzas que se les atribuyen para exterminar del cuerpo la materia morbífica. En un tiempo, que yo tenía más fe con ellos, los usaba en unas indisposiciones, que de tiempos a tiempos padecía, y aún hoy padezco, cuyos ordinarios síntomas son pesadez de los miembros, decadencia del apetito, y aun alguna opresión de las facultades del alma, y suelen durar dos meses, ya más, ya menos. Persuadíame yo, consintiendo en ello los Médicos, que todo esto procedía de la carga de humores excrementicios; y por consiguiente, que el remedio estaba en los purgantes. Pero protesto que jamás experimenté algún alivio en ellos, aunque por el espacio de siete años, cuando ocurrían semejantes indisposiciones, usé de casi todo género de purgantes, variando, así la especie, como la cantidad, de muchas maneras; y lo mismo digo del modo de régimen. Más hay en esto; y es, que comúnmente todo este mal aparato terminaba prorrumpiendo algunos pocos granos, ya en esta, ya en aquella parte del cuerpo. Cavilando sobre esta experiencia repetida, vine a dar en el pensamiento, de que muchos de nuestros males vienen de una pequeñísima porción de materia, que se há como un fermento de mala casta; y por hallarse altamente intrincado en el cuerpo, o por otra razón, que yo no alcanzo, no está sujeto a la acción de los purgantes, sino a la naturaleza sola, la cual tiene sus períodos establecidos para disponer su expulsión, sin que puedan hacerle acelerar el curso todas las [129] espuelas de la Botica; y en llegando el plazo, en una pústula, o en unos granillos desaloja aquel enemigo, de grandes fuerzas sí, pero de mínima estatura. Estuve algunos años en esta sospecha con la desconfianza que me ocasiona la cortedad de mi conocimiento, hasta que leyendo alguna vez a Etmulero, tuve el consuelo de hallar patrocinado por este grande Autor puntualísimamente mi pensamiento, aunque de paso. Después de tratar {(a) Part. 3. Instit. Medic. cap. 5.} del grande estrago que hacen en el cuerpo los purgantes, acusándolos también de ineficaces, dice así: Sanè fermenta morbosa minima illa non attingunt. Hinc subinde post repetitum licet purgantium usum, nihilominus morbi contumaces persistunt. De modo, que venimos a parar en que los purgantes, sobre los muchos daños que ocasionan, respecto de la materia morbífica, se andan por las ramas, exceptuando cuando esta está en las primeras vías: que en ese caso no es dudable su utilidad; pero es muy dudable no pocas veces el caso; pues entre los Médicos frecuentemente se disputa si el vicio está en las primeras vías, o no.

46. En cuanto a la elección de purgantes, cada Médico tiene su antojo; y apenas hay purgante que no tenga sus especiales apasionados. Comúnmente se prefieren los que evacuan con quietud, y sin mover retortijones en los intestinos. Yo confieso que tengo en este punto mi recelo de que la elección es errada; porque acaso los retortijones no vienen del medicamento inmediatamente, sino del humor acre, movido por él; y siendo así, se deberán preferir los purgantes, que inquietan los intestinos, porque son los que expelen los humores más acres, y abandonar la hipócrita blandura de los que evacuan tranquilamente: lo cual podría provenir de que por su malignidad oculta colicuan mayor porción del jugo nutricio, cuya dulzura embota la acrimonia de los humores excrementicios, para que al salir no exciten dolores. Si los purgantes fuesen electivos; se podría discurrir que estos purgantes pacíficos sólo [130] evacuan los humores blandos, e inocentes, que por ser de tan buen genio, no excitan tumulto alguno en los lugares por donde transitan. Esto sólo es pensamiento mío, el cual sujeto dócil al examen de cualquiera Médico docto, como otro cualquiera en que no esté patrocinado de algún Autor clásico.

47. Después de las purgas, es natural decir alguna cosa de sus camaradas, y substitutas las ayudas; de las cuales se sirven los Médicos, cuando no ha lugar a aquellas, para laxar el vientre, siempre que él no está laxo por sí mismo, en suposición de que el uso de ayudas blandas nunca tiene riesgo. Pero el supuesto no es tan cierto; porque el famoso Sydenhan prohibe severísimamente el uso de ellas, como de todas las demás evacuaciones, en todas aquellas fiebres donde el movimiento fermentativo sea algo remiso, porque le hacen más lento. Y no sólo esto, sino que generalísimamente en todas las fiebres, en el tiempo de la declinación, las condena, en tanto grado, que dice de sí, que durante la declinación ponía estudio en conservar el vientre del febricitante adstricto: Atque mox ad alvum adstringendam memet accingo. Y bien saben los Profesores, que en el modo de tratar los febricitantes Sydenhan, por sí solo hace opinión probable. Conciérteme, pues, estas medidas el que quisiere defender la coherencia, y seguridad de los preceptos médicos.

§. VIII

48. En fin, no hay cosa segura en la Medicina. Este Médico detesta el remedio que el otro adora. ¿Qué maldades no acusan unos, y qué virtudes no predican otros del Helleboro? Lo mismo del Antimonio. La pedrería, que hace el principal fondo de los Boticarios, es reprobada, no sólo como inútil, mas aun como nociva, por excelentes Autores. Y yo por lo menos creo que sirve más la menos virtuosa hierba del campo, que todas las esmeraldas que vienen del Oriente. ¿Qué diré de tantos cordiales, que lo son no más que en el nombre? El oro alegra el corazón, guardado en el arca, no metido en el [131] estómago. ¿Y cómo ha de sacar nada de él el calor nativo, si no puede alterarle poco, ni mucho el más activo fuego? La virtud de la piedra bezoar, que entra en casi todas las recetas cardiacas, es una pura fábula, si creemos, como parece se debe creer, a Nicolao Bocangelino, Médico del Emperador Carlos V, y a Gerónimo Rubeo, Médico de Clemente VIII, que habiendo usado muchas veces de bezoares recomendadísimas, que estaban en poder de Príncipes, y Magnates, jamás experimentaron en ellas alguna virtud. Lo mismo asientan otros muchísimos.

49. Los remedios costosos, y raros son del gusto de muchos Médicos, y del de todos los Boticarios. No les falta ya a algunos más que recetar, como dijo Plinio, las cenizas del Fénix: Petitis etiam ex nido Phoenicis, cinereque medicinis. Lo mismo digo de los remedios exóticos, y que vienen de lejas tierras. En ellos tienen sus cuentos los Médicos para la ostentación de su Arte, y los Droguistas para aumento de su caudal; pero, como dice el mismo Plinio en otra parte, y la experiencia enseña, son mucho más útiles, y seguros los remedios baratos, y caseros: Ulceri parvo medicina à rubro mari imputatur; cum remedia vera pauperrimus quisque caenet.

50. Mons. Duncan, Doctor de Mompeller, refiere de otro famoso Médico Francés, que recetaba el café universalmente a todos sus enfermos. Con todo, los más están hoy persuadidos a que ni del thé, ni del café se puede esperar mucho provecho. Aun los específicos más notorios no están exentos de ser cuestionados. La quina ya se sabe que tiene muchos enemigos; y lo que es más que todo, Fernelio declamó contra el mercurio, aunque contra toda razón, cuando todo el mundo experimenta la valentía singular de este generosísimo remedio.

51. A esta inconstancia de la Medicina, por la oposición de dictámenes, se añade lo que alteran las modas; las cuales no tienen menos imperio sobre la arte de curar, que sobre el modo de vestir. Al paso que van cobrando crédito unos medicamentos, le van perdiendo otros. Y a la [132] Medicina le sucede, con los remedios que propone, lo que a Alejandro con los Reinos que conquistaba, que al paso que adelantaba sus empresas, iba perdiendo mucho de lo que dejaba a las espaldas. Todos los remedios en su primera composición fueron celebradísimos: de aquí vienen aquellos epítetos magníficos, que establecieron como renombres suyos, agua angélica, jarabe áureo, y otros semejantes. Y hoy ni el jarabe áureo, ni la agua angélica, ni las píldoras sine quibus, ni todas las otras, a quienes dio estimación el recomendadísimo azibar, se atreven a musitar delante de la sal de Inglaterra, que para mí es un remedio sospechoso, por el mismo caso de purgar con tanta suavidad. Pero ya a éste, y a otros, que hoy reinan, vendrán quienes los derriben del solio; porque siempre fue esta la suerte de la Medicina: Mutatur ars quotidie interpolis, & ingeniorum Graciae flatu impellimur.

52. ¿Y qué diré de las virtudes, que falsamente se atribuyen a muchos remedios? Bástame en este punto la autoridad de Valles, que asegura, que en ninguna materia hablan los Médicos con menos verdad, o fundamento, que en esta: Facilè concesserint nulla de re nugari magis Medicos, quàm de medicamentorum viribus. {(a) Philos. Sac. cap. 75.}

§. IX

53. Concluiré el desengaño de los remedios con la importante advertencia, de que aun siendo escogidos, y apropiados, dañan cuando son muchos: Impediunt certè medicamina plura salutem. En esto yerran infinito los Médicos vulgares: Tyrones mei (exclama Ballivio) quàm paucis remediis curantur morbi! Quàm plures è vita tollit remediorum farrago! Sydenhan se lamenta del mismo desorden en varias partes, persuadiendo a los Médicos que se vayan con pies más perezosos en ordenar remedios, y que fíen mucho más de la naturaleza; porque es un grande error pensar que siempre necesita ésta de los auxilios del Arte: [133] Et sanè mihi nonnumquam subiit cogitare nos in morbis depellendis haud satis lentè festinare, tardius verò nobis esse procedendum, & plus saepè numero naturae esse committendum quàm mos hodie obtinuit; errat namque, sed neque errore erudito, qui naturam artis adminiculo ubique indigere existimat.

54. Es verdad que en esta infame práctica menos influyen los Médicos, que los mismo enfermos; los cuales los están importunando para que receten todos los días, y casi todas las horas. Este, acaso, es el mayor error del vulgo en el uso de la medicina. Tienen por Médico sabio a aquel que sin cesar amontona medicamentos sobre medicamentos; y aun después que con este tirano, y homicida procedimiento llevó el enfermo a la sepultura, dicen que hizo cuanto cabía en el arte de la Medicina; siendo así que hizo cuanto cabía en la más estúpida ignorancia, o en la más criminal condescendencia. Estos Médicos oficiosísimos, que recetan siempre que se lo piden los enfermos (dice Leonardo Botalo, Médico de Enrico III de Francia), son los más perniciosos de todos: Cum officiosissimi esse volunt, tunc sunt maximè noxii.

55. Los que defienden el dogma de los días decretorios, no tienen que responder otra cosa a la objeción que se les hace, de que la experiencia no los demuestra, antes lo contrario, sino que el uso intempestivo de los remedios estorba, y a veces precipita a la naturaleza su curso; pero de aquí salen dos consecuencias. La primera es, que todos los Médicos pecan en el abuso de los remedios; pues ninguno hay, si quiere confesar ingenuamente la verdad (como asegura Lucas Tozzi), que observe constantes las crisis, según los períodos señalados. La segunda es, que deberá estarse el Médico tan quieto, por no turbarle a la naturaleza su operación, que apenas le ordene remedio alguno, pues ninguno hay que no altere poco, o mucho. Pero sobre esto ya dijo harto el Doctor Boix; cuyas reglas no sé si se deben seguir en todo: sólo sé que la multitud de remedios, que aplican los Médicos vulgares, no puede [134] menos de debilitar mucho a la naturaleza (y esto puntualmente en aquel tiempo en que ella necesita de más vigor, por hallarse en actual combate con su enemigo), y turbarla la operación que tiene entre manos, de preparar la materia morbífica para la segregación.

56. A los Médicos incapaces, que por ignorancia pecan en esto, es ocioso persuadirlos; porque siempre la necedad es indócil. Lo mismo digo si hay uno, u otro, que aun con conocimiento de que daña, receta mucho, por ser amigo del Boticario, o porque él también se interesa en el consumo de los medicamentos; pues la alma de ese más deplorada está que la salud de ningún doliente. Y digo si hay uno, u otro; porque pensar que por lo común los Médicos son tan inicuos, sólo cupo en la insolente maledicencia de Enrico Cornelio Agripa {(a) Lib. de Vanit. Scient.}, con ser él de la profesión. Antes bien he observado ser por lo común los Médicos hombres de honesto proceder: lo que atribuyo a que en los cuartos de los enfermos, especialmente si están peligrosos, se oyen casi siempre palabras de edificación, y se ven ejemplos de cristiana piedad.

57. Sé que hay algunos, y no pocos, que recetan más de lo que les dicta la razón, a fin de conservar su crédito; porque ven que los desestiman, y aun los desechan, y llaman a otros, si cada día no ordenan algo de nuevo. A estos los reconvendré con la gravísima obligación que tienen en conciencia, de no pasar por respeto alguno, ni de conveniencia, ni de honra, de aquella raya que les señala su conocimiento: siendo cierto, que ni el riesgo de ser menos buscados de los enfermos, ni el de que los desacrediten los Boticarios, ni el de que los tengan por ignorantes los necios, los excusará de ser reos en los ojos de Dios de cualquiera daño que por su exceso en recetar sobrevenga a los dolientes.

58. Muchos toman un camino medio, que es recetar para cumplir; esto es, ordenar unas cosillas leves, que aunque [135] no harán provecho, tampoco se teme de ellas daño alguno; pero si lo que ordenan está dentro de la clase de los medicamentos, no puede menos de alterar; y por consiguiente, si no aprovecha, forzosamente ha de dañar poco, o mucho. Sobre esto tampoco puede el Médico hacer gastar a los enfermos su caudal en lo que no les ha de aprovechar, y quedará obligado a la restitución sin duda, y sin que le aproveche decir que los enfermos lo quieren así: pues ciertamente los enfermos no quieren gastar en lo que el Médico sabe que no les ha de servir; y como él esté constante en desengañarlos de la inutilidad del medicamento, bien cierto es que no darán por él un cuarto.

§. X

59. Después que he señalado tantos capítulos, que concurren a hacer incierta la Medicina, veo que me dirán algunos: ¿pues qué han hecho la experiencia, y la observación de tantos siglos, que no han desengañado de lo que daña, y de lo que aprovecha? Pero a esto tengo respondido con lo que dije arriba de la falibilidad de la experiencia: a que añado, que las observaciones que se hallan recogidas en algunos Autores, tan lejos están de desengañar, que engañan más; porque son tan defectuosas, que ni merecen el nombre de observaciones: ya porque muchas se fundan sobre una experiencia sola, en que por infinitos capítulos cabe falencia, ya porque tal vez la insinceridad del Médico ostenta un suceso, en que probó bien el remedio, y calla dos, en que probó mal: ya porque no se señalan exactamente las circunstancias, siendo muchísimas las que pueden concurrir, para que dentro de la misma especie de enfermedad, el mismo remedio una vez aproveche, y otra dañe: ya porque en el caso que señala la observación, se aplicaron diferentes remedios inconexos, y no es fácil saber a cuál se debe la cura, aunque el Médico quiere atribuirlo al que es de su invención, u de su cariño; y si concurren sucesivamente diferentes Médicos, cada uno atribuye la salud al que él decretó, aunque [136] la mejoría no se lograse entonces, sino mucho después, lo cual bien podría suceder: ya porque las más enfermedades, cuya cura se propone en las observaciones, son curables por la naturaleza sola, y de hecho cada día se ven curar sin remedio alguno: y así no puede saber el Médico si a él, o a la naturaleza se le debe la mejoría.

60. Todo el mundo tiene presentes las Observaciones de Riverio, que no son las que corren con menos aplauso. Y subiendo el número a cuatro centenares, apenas se hallará una, que no sea defectuosa por alguno de los expresados capítulos. Es cosa graciosa verle jactar a este Autor de que curó una cólica biliosa {(a) Centur. 4. observ. 75.} con cuatro sangrías, y cuatro purgas, entreveradas con ayudas, emolientes, anodinos, y otros remedios, en que necesariamente se habían de consumir muchos días; cuando se termina en menos tiempo, por lo común, esa enfermedad, entregada a la naturaleza, o manejada con mucho menos medicina. Es muy creíble que en aquel caso mejoraría más presto el enfermo, si no le hubiera gastado tanto las fuerzas la fiereza del Médico. ¡Cuántas veces, habiéndose interpolado varios remedios, atribuye la victoria, no más que porque quiere, a su agua theriacal, o a otro medicamento de su invención! Es mucho lo que podía decir de la inutilidad de estas observaciones, que sólo en el nombre son tales. El hacer observaciones fructuosas pide gran sabiduría, gran perspicacia, y gran sinceridad, y estas prendas juntas no se hallan a cada paso. Es verdad que entre los Autores modernos algunos han trabajado en esta materia con mucho mayor cuidado, y discreción que los antiguos: y si los demás que van sucediendo los fueren imitando, puede esperar muchos adelantamientos la Medicina, que hasta ahora está muy imperfecta. [137]

§. XI

61. No sé si será muy grato a los Médicos este desengaño que doy al público de la incertidumbre de la Medicina. A lo que puedo discurrir, de algunos desde luego me puedo prometer el enojo. Supongo declarados contra mí a los de corto estudio, y aún más limitado entendimiento: porque estos juzgan que tienen un tesoro de infalible doctrina en aquel Autor a quien dieron la obediencia. A que se añadirá el temor de que si se da en ahorrar de medicinas, también se ahorrará de Médicos: y en ese caso serán algunos de ellos descartados. Pero en este punto pueden vivir sin cuidado; porque el mundo siempre será el mismo que fue: ni hay ingeniero capaz de torcer el curso a los impetuosos ríos de preocupaciones, y costumbres universales. ¡Cuánto declamaron contra Médicos, y Medicina, y pasando mucho, a la verdad, la raya de lo justo, en España Quevedo, en Italia el Petrarca, en Francia primero Montaña, y después Moliere! Sus escritos son leídos, y celebrados; pero las cosas se quedaron como estaban. Yo me contentára con persuadir a algunos pocos que se acaban la vida con los mismo medios que buscan para restablecer la salud.

62. Entre los Médicos discretos, y doctos, habrá de todo; porque algunos son de candor tan generoso, que ellos mismos propalan la insuficiencia de la Medicina, y su perplejidad propia: pero a otros, que no son dotados de ánimo noble, no les desagrada ver que se confíe en la Medicina mucho más de lo que se debe: y como esta estimación del arte para por reflexión en los Profesores, no los lisonjeará mucho quien los litigue esa posesión. Acaso este motivo fue el que ensangrentó algunas plumas contra el Doctor Boix, cuya sinceridad, y celo del bien público merecían diferente tratamiento.

63. Y que algunos Médicos doctos por pura política, ocultan lo que sienten de la ninguna seguridad de su arte, consta por experiencia. Ballivio, que larguísimamente se lastima del infeliz estado en que se halla la Medicina, sin [138] embargo se vuelve más de una vez contra algunos pocos Autores, que manifestaron al mundo su falencia, tratándolos de imprudentes, porque con este desengaño desautorizaron a los Profesores. Gaspar de los Reyes en su Campo Elisio {(a) Quaest. 20.} pone en tan alto punto los riesgos de su profesión, que no encuentra caso alguno en que el Médico obre con seguridad del acierto. Así dice, hablando de sí, y de los demás: Quis enim est, qui semel non erret? Aut quis, qui semel tantum erret? Dubito an semper non erremus. No digo yo tanto. En otra parte asienta que frecuentemente yerran las curas los Médicos más sabios: Perfectissimi saepè Medici in varios rapiuntur errores. Sin embargo, este desengañado Médico no fue desengañador en igual grado; porque después de advertir que a los discretos, y doctos pueden confesar los Médicos sus errores, como a gente que conoce la oscuridad suma, y dificultad insuperable de la Medicina; añade que se los oculten al ignorante, y rudo vulgo, el cual imagina en el Médico mucho mayor conocimiento del que verdaderamente tiene, ni puede tener: Caeterùm apud rude, & indoctum vulgus, & quod in Medico plus credit, quam habet, aut habere potest, si quando errare contingat, ego tacere potius duxerim, quam peccatum fateri. Concluyendo con la razón de que esta confesión de los errores propios no le sirve de nada, ni al Médico, ni al enfermo: Praesertim cum ex tali confessione nihil utilitatis aegro, aut Medico accedere possit.

64. Pero yo por el contrario, hallo grande utilidad de los enfermos, y no poca de los Médicos, en este desengaño. De los enfermos: porque instruidos de la poca seguridad, que hay en la Medicina, de que apenas hay remedio, que carezca de peligro: que los Médicos más acreditados de sabios cometen varios errores: que muchas veces que convalecen de sus dolencias, sólo a la naturaleza deben la mejoría, y al Médico no más que la mala obra de retardársela, con otras cosas a este tono; se irían más poco a poco [139] en medicarse: conque conservarán más enteras sus fuerzas; no gastarán inútilmente, a veces con notorio daño, en las Boticas el dinero que necesitan para otras cosas; dejarán a la naturaleza aquellos accidentillos de poca monta, que ella por sí misma cura, y en los cuales, dado que la Medicina pueda ayudar algo, más es el daño que hace por otra parte: contentaránse con arreglar el régimen, y cuando más tomar una, u otra vez alguna cosita muy leve en las indisposiciones habituales, que vienen del nacimiento; sabiendo, que como inseparables del temperamento, no se las podrá curar Médico alguno del mundo; por más que les hablen de curas radicales, que no hay in rerum natura. Con este desengaño muchas señoras delicadas dejarán de ser molestas a sus maridos, y familias, servirán útilmente al público muchos hombres, que se hacen inútiles, por estar medicándose a cada paso. Estos, y otros muchos provechos, que traerá el conocimiento de lo poco que se puede esperar de la Medicina, me movieron a hacer esta advertencia al público; y los Médicos deben en conciencia, como dije arriba, concurrir por su parte al desengaño.

65. A los Médicos mismos les está esto muy bien: por lo menos a los doctos, y acreditados de tales; pues a estos nunca les faltarán salarios, y empleos: suponiendo que nunca ha de llegar el caso, ni es razón de echar a todos los Médicos del mundo, como se dice que en un tiempo los echaron de Roma; y por otra parte no serán molestados sin propósito, y sin necesidad, de enfermos, y aun de sanos impertinentes, y ridículos. No los llamará a cada paso, ni la melisendra, que todas las horas quisiera que la estuviese tomando el Doctor el pulso; ni el maníaco por naturaleza, enfermo imaginario, como el de la Comedia de Moliere, que está dando gritos cuando no le duele nada; ni el viejo semidecrépito, que juzga que pueden alejarle muchas leguas de la sepultura las drogas de la Botica. Con esto tendrán más tiempo para estudiar, y para reflexionar sobre lo que estudian, y lo que experimentan, como también [140] para asistir a las disecciones anatómicas: los más eminentes estarán más desocupados para escribir libros. De esta suerte los Médicos se harán más doctos, y la Medicina irá dando cada día hacia la perfección, de que es capaz, algunos pasos.

66. Yo no estoy mal con la Medicina; antes la amo mucho. Sé que el Espíritu Santo la recomienda: aunque alguno pudiera responder que la Medicina recomendada en la Escritura no es la que hoy se practica. Es cierto que hay males que no puede vencer la naturaleza por sí sola, y los vence con el auxilio de la medicina, como se palpa en la infección venérea. Confieso que en los males de manifiesto peligro es prudencia acudir a su socorro, y que muchas veces la prontitud repentina del efecto saludable mostró ser causa suya el remedio dado a tiempo; porque la naturaleza por sí sola no acostumbra esas mudanzas repentinas: que han hecho muchos milagros el opio, la quina, los eméticos, y otros muchos medicamentos de manifiesta actividad; sólo estoy mal conque las promesas del Médico se extiendan adonde no llegan su ciencia, y su poder; y que cuando va palpando sombras, se ostente coronado de rayos.

67. Si acaso en una, u otra expresión he figurado los riesgos de la curación algo más abultados de lo que dicta la razón, eso mismo pudo ser prudencia, que tiene en su patrocinio altísimos ejemplos: porque estando el vulgo tan torcido hacia el extremo de un ciego asenso a todos los preceptos del Médico más ignorante, es menester inclinarle algo al extremo opuesto, para que quede en la rectitud debida. Y si bien que yo en todo este Discurso he hablado debajo de la sombra de ilustres Autores Médicos, pues lo que he dicho de mi propia advertencia, lo he propuesto, no como regla, sino como duda; si alguno se complaciere en contradecirme, me dará ocasión de añadir, en escrito aparte, mucho que he omitido en este asunto, por no hacer el Discurso demasiadamente largo.

68. Y concluyo exhortando a todos, que en la elección [141] de Médico, tengan presentes las siguientes circunstancias. La primera, que sea buen Cristiano; porque teniendo presente la estrecha cuenta que ha de dar a Dios de sus descuidos, atenderá con más seriedad al cumplimiento de su obligación, y se aplicará con más conato al estudio de su facultad. La segunda, que sea juicioso, y de temperamento no muy ígneo; porque aun en los más discretos el fuego del natural suele llenar de humo la razón. La tercera, que no sea jactancioso en ostentar el poder, y seguridad de su arte; porque siendo cierto que no hay tal seguridad en ella, es fijo que el que la propone tal, o es muy ignorante, o muy engañador. La cuarta, que no sea adicto a sistema alguno filosófico, de modo que regle por él la práctica; porque este está, sin comparación, más expuesto a errar, que el que se gobierna por la experiencia, así suya, como de los mejores Autores prácticos. La quinta, que no sea amontonador de remedios, especialmente mayores, salvo en caso de una urgencia apretadísima, que no conceda tregua alguna: teniendo por cierto que todo Médico que decreta, y receta mucho, es malísimo Médico, aun cuando supiese de memoria todo cuanto se ha escrito de la Medicina.

69. La sexta, que observe, y se informe exactamente de las señales de las enfermedades, que son muchas, y se toman de muy varias fuentes. Los Médicos comunes, en tocando el pulso, y viendo la orina, y eso bien de paso, al instante toman la pluma para la receta. El pulso es una señal muy oscura, y la orina muy falible; ni se puede hacer concepto algo seguro de la enfermedad, y de sus causas (salvo una, u otra vez, que están muy a la vista) sin atender al complejo de muchas circunstancias, ya concomitantes, ya antecedentes. Por no detenerse los Médicos en esto, se ocasionan tan graves errores en la capitulación de las enfermedades. ¡Cuántas veces un costado se declara por flato, y al contrario!

70. La séptima, que correspondan por lo común los sucesos a sus pronósticos. Digo por lo común, porque acertar [142] siempre en esta materia, no es de hombres sino de Ángeles. Casi con esta advertencia se excusaban todas las antecedentes; pues con ella sola puede conocer el hombre más rudo cuál Médico es sabio, y cuál ignorante. El que tiene acierto en pronosticar, es cierto que conoce el estado presente de la enfermedad; pues sólo por lo que hay ahora, se puede conocer lo que ha de suceder después. Al contrario, el que comúnmente yerra los pronósticos, es fijo que no sabe palabra de Medicina. Así como el que en los Almanaques errase los tiempos de las lunaciones, y de los eclipses, nadie dudaría de que no sabía palabra de Astronomía.

71. Algunos consideran el arte de pronosticar como una facultad separable de la curativa; y así, suelen celebrar a un Médico para el pronóstico, y a otro para la cura. Es notable error; pues por lo que dijimos, es imposible que acierte con la cura, el que yerra el pronóstico. Este yerro depende de que no hizo recto juicio de la enfermedad; y errando el concepto de la enfermedad, ¿cómo ha de acertar con la curación, si no es que sea por mera casualidad? Aun cuando fuera posible curar mal el que pronostica bien, y curar bien el que pronostica mal, se debiera hacer más estimación del primero que del segundo. La razón es fuerte, y grande; porque de errar la cura, sólo se arriesga la salud temporal del cuerpo; de errar el pronóstico, se arriesga muchas veces la salud eterna de la alma. En una enfermedad maligna, y alevosa dice el Médico ignorante que no es nada; que aquello es una ligera crudeza del estómago, que se quitará el día siguiente con un jarabillo. Con esto descuidan el enfermo, y los asistentes de las prevenciones cristianas conque se debe esperar la muerte. Entretanto la repentina escalada de un delirio ocupa el alcázar de la razón, y viene a morir el enfermo, no sólo como pudiera morir un pagano, más aún como muere un bruto. ¡Ay Dios, y cuánto de esto sucede, por permitirse a muchos ignorantes la práctica de la Medicina! El mayor crimen, u el único, que atribuyen [143] a los Médicos indoctos, es ser homicidas de los cuerpos. No es ese el mayor, sino que a veces son reos de la muerte eterna de las almas.

72. Otros más cautos, o más dolosos, por un artificio vulgarizado siguen el partido opuesto. De cualquiera enfermo, en quien encuentran algo de fiebre, dicen que tiene un grande aparato: que el accidente es peligroso; arrúganse la frente, arquéanse las cejas, dánse varios órdenes, pónese en cuidado a toda la gente de la casa, al fin se ofrece visitar con frecuencia, y ejecutar cuanto cupiere en el arte. Hecha esta prevención, lo que se sigue es, que si el enfermo muere, elogian la comprehensión del Médico, que desde el principio penetró la escondida malignidad de la dolencia. Si sana, engrandecen la cura, y dan a Dios mil gracias de que el enfermo haya caído en las manos de un Médico tan valiente, que puedo vencer la fuerza de una enfermedad gigante.

73. Por la culpa de tales Médicos no se morirán los enfermos sin Sacramentos; pero lo que sucede a veces es, morirse sin tener enfermedad para tanto; porque, cayendo estas amenazas en enfermos pusilánimes, se entristecen, y conturban, de modo que el mal que era muy ligero, se hace grave. Todo es harto malo; aunque lo primero es peor. Señores Médicos (hablo con aquellos, que, o con poco estudio se dan a este ministerio, o abarcan más enfermos de aquellos que pueden comprehender su atención), tengan presente, que algún día los Ángeles, a quienes estuvo encomendada la custodia de sus enfermos, los han de acusar delante de Dios, y ponerles presentes, ya los que murieron antes de tiempo por su culpa, ya (¡oh qué cosa tan terrible!) los que se condenaron por su ignorancia.

Adición

1. Los señores Médicos que tomaron la pluma para impugnar lo que escribí en este Discurso, desahogaron su cólera, sin mejorar su causa. Puedo decir, y [144] lo han dicho otros, que la empeoraron: ya porque los que hacen la guerra con injurias, en eso mismo muestran que carecen de mejores armas; ya porque oponiéndose frecuentemente entre sí en los dictámenes que estampaban, confirmaron abundantísimamente lo que yo había escrito de la variedad de opiniones que hay en la Medicina. Yo no necesitaba esta confirmación. Las muchas observaciones que hice después acá, radicaron en mí más, y más el concepto de que la Medicina, del modo que la ejerce la mayor parte de los Médicos, más daña que aprovecha. De cien sangrías (lo mismo digo de las purgas) que se recetan, y ejecutan, las noventa y ocho se fundan sobre principios extremadamente falibles, y las dos que restan, no los tienen, sino, cuando más, conjeturales. Sobre lo cual me ha parecido insertar aquí lo que el Erudito Autor del Tratado de la Opinión, razona, ya de las purgas, ya de las sangrías en el tomo 3. lib. 4. cap. 4.

2. «Crisipo, y Erasístrato, dice, improbaban el uso de los purgantes. Thesalo los condenaba enteramente. Haced, decía, experiencia en el hombre más robusto, y sano, dándole una purga; veréis que no habiendo antes en su cuerpo cosa viciosa, lo que evacuará, todo será corruptísimo. De aquí debemos inferir, como cosa indubitable, lo primero, que lo que se evacua no estaba antes en el cuerpo de este hombre, pues él se hallaba muy bueno: lo segundo, que el medicamento hizo dos cosas en este caso: la primera, corromper lo que no estaba corrupto; la segunda, echar fuera lo que conducía a la salud, y robustez de este hombre... Hipócrates comúnmente no hacía otra cosa que observar atentamente los enfermos. Conociendo el peligro de los remedios, ordenaba poquísimos. Celso era de dictamen de usar rara vez de purgantes; y elogia a Asclepíades por haber suprimido la mayor parte de los medicamentos; haciendo esta reflexión, que siendo los purgantes enemigos del estómago, y lleno de jugos perniciosos, obraba Asclepíades prudentísimamente, poniendo toda su atención en el régimen.» [145] Esto en cuanto a la purga.

3. En orden a la sangría, después de referir algunos remedios crueles, que por medio del fuego practicaba Hipócrates, y otro del hierro, que usaban los Médicos del Japón, prosigue así: «Estas prácticas son crueles, pero no igualan el riesgo de las sangrías. Crysipo de Gnido, y Erasístrato, a quien llama Macrobio el más ilustre de los Médicos, condenaban totalmente las sangrías. Otros no admitían su uso, sino en caso que una fermentación violentísima no diese tiempo para usar de otro remedio... Hipócrates no quería que se sangrasen ni los niños, ni los viejos; y prohibía la sangría en las fiebres. Si alguno, dice, tiene úlcera en la cabeza, debe sangrarse, como no padezca calentura. Es oportuno, añade, sangrar a los que pierden repentinamente la habla, como no tengan fiebre.»

4. «La sangría (prosigue poco después) saca el licor más puro, el humor más sutilizado que hay en el cuerpo, quitando de las venas lo que ha sido filtrado por todos los canales donde le hizo pasar la circulación. Otro efecto malísimo de la sangría es deteriorar la sangre que queda en las venas; porque el vacío que hizo, se llena luego de un chilo imperfecto, de una bile acre; y del sedimento de los humores que abundan en un enfermo... toda la materia contenida en el canal pancreático, en el reservatorio de Pecque, en las venas lácteas secundarias, y aún en las radicales, pasa a la cavidad derecha del corazón; y no estando bastantemente preparada, y atenuada, produce una sanguificación muy defectuosa. La cólera, o la flema, según que estos humores dominan; en una palabra, todos los excrementos de la sangre se introducen en las venas en lugar de aquella que les quitó la lanceta. Esto viene a ser lo mismo, que si para purificar el vino de un tonel, se quitase el licor que está arriba, y se dejasen en él todas las heces; o como si para limpiar un conducto, se le quitase el agua corriente, introduciendo en lugar de ella la agua hedionda de algún vecino charco.»

5. «La experiencia es conforme a este discurso. [146] Sángrese un hombre sano muchas veces consecutivamente; su sangre sucesivamente saldrá más corrompida. ¿Por qué la que sale en la primera sangría es buena, y la de la tercera, o cuarta mala, sino porque las heces de los humores se mezclaron con la sangre, en lugar de aquella más sutil, y pura, que antes extrajo?»

6. «Asimismo con las sangrías se altera la acción de los vasos, que ayuda la circulación: los espíritus se disminuyen, y desmayan: la fermentación se vicia: la sangre se hace grosera, serosa, cruda, y pesada: toda la máquina, atacada ya por la enfermedad, se descompone... la aversión de la naturaleza por este remedio indica que le es contrario. Naturalmente se siente horror al ver correr la sangre, porque ella es principio de la vida.»

7. Hasta aquí el Autor citado, de cuyas razones hará el lector el juicio que mejor le parezca, pues yo no las propongo como concluyentes. Lo que es cierto es, que hay Médicos que nunca, o casi nunca sangran: otros, que nunca, o casi nunca purgan: otros, como los Paracelsistas, que ni purgan, ni sangran; y en todas tres clases hay algunos de grandes créditos, y muy aplaudidos por sus aciertos. También es verdad hay algunos de los que purgan, y sangran muy aplaudidos; pero estos purgan, y sangran mucho menos de lo que comúnmente se practica: y es de creer que lo ejecutan con otro conocimiento muy superior al de los Médicos ordinarios.

8. Aunque también se puede discurrir que el tener éstos mejores sucesos, no viene de lo que purgan, y sangran, sino de lo que dejan de purgar, y sangrar, no puedo arrojar de mí una fuerte sospecha contra estos que llaman remedios mayores, fundada no sólo en lo que debilitan las fuerzas, mas también en que interrumpen, y turban la sabia naturaleza en los rumbos que toma para vencer la enfermedad. En lo que estoy firme es en no tener jamás por Médico bueno, ni aun mediano, al que nunca sabe visitar seis, u ocho veces consecutivas a un enfermo sin recetarle cosa. [147]

9. Si el mundo quiere creerme, a todo el mundo amonesto, que cuando en cualquiera Pueblo se trate de buscar Médico, el informe que principalísimamente, y aún estoy por decir únicamente, se ha de tomar, es si receta poco, o mucho. Cuanto menos recetare, mejor; cuanto más recetare, peor. Es absolutamente imposible que esté dotado de mediano entendimiento Médico que no es escasísimo en recetar. Y es también absolutamente imposible que no cometa innumerables homicidios el que receta mucho. Pero acaso esto es hablar a sordos. La buena verba, la audacia, la faramalla, las modales artificiosas, la embustera sagacidad para mentir aciertos, y despintar errores, son las partidas que acreditan en el mundo a los Médicos; y con estas partidas he conocido Médicos, no sólo ignorantísimos, pero incapaces, aplaudidos.

10. No puedo menos de lastimarme cuando contemplo las groseras trampas conque éstos engañan al mísero vulgo. Entre muchas, que tienen estudiadas, dos son las ordinarísimas. La primera es encarecer desde los principios, ya con palabras, ya con visages, la enfermedad como muy grave, aunque sea levísima. Con eso si el enfermo sana, son aplaudidos de haber hecho una gran cura, y si muere, lo son de haber comprehendido a la primera ojeada la gravedad de la dolencia. La segunda es, que habiendo con intempestivos remedios hecho grave la enfermedad que era leve, muy ufanos se glorian; ¿de qué? de que con su sabia conducta han descubierto al enemigo, que estaba oculto, y emboscado; y no es menester mas para que los estúpidos asistentes preconicen su sabiduría por el Pueblo, y aun el mismo enfermo le agradezca el homicidio.

11. Otro error notable, y comunísimo de los Pueblos, perteneciente también a la materia de este Discurso, se me ofrece notar aquí; y es el poco aprecio que se hace de la Medicina quirúrgica en comparación con la farmacéutica. Pónese mucho cuidado en la elección de Médico: para no errarla se toman muchos informes, y se le brinda con un buen salario. Al contrario, a un Cirujano apenas le dan [148] con qué subsistir, y así aceptan por tal al primero que se presenta. Digo que es este un notable, y perjudicial error. Si corriese por mi cuenta la dirección de cualquier Pueblo en esta materia, entre un Cirujano de grandes créditos, y un Médico, que en su facultad los tuviese iguales, si con menos interés no pudiese lograr al Cirujano, le aplicaría a éste mayor salario, aunque con esta providencia no lograse al Médico. Esto por dos razones de gran consideración. La primera, porque la utilidad del Cirujano es evidente, y visible; la del Médico muy incierta. A cada paso se está viendo que un Cirujano muy diestro cura a sujetos, que sin su asistencia evidentemente morirían; lo que nunca se puede asegurar de los enfermos que asiste el Médico, como ya en otra parte hemos advertido con autoridad de Cornelio Celso. La segunda razón dimana de la primera; y es, que los grandes créditos del Cirujano nunca son falaces; los del Médico frecuentísimamente. Aquellos siempre son producción de sus aciertos: éstos lo son infinitas veces de la osadía, de la astucia, de la verbosidad del Médico, a que concurre también a veces el acaso.

12. Es notable la falta de Cirujanos que hay en España; lo cual sin duda pende de la poca estimación, y salario que tienen. Aun los pocos que hay buenos, son de una extensión muy limitada en orden a las partes de que consta su facultad. De cuantos Cirujanos Españoles he conocido, sólo uno vi que fuese Algebrista: y es cosa notable, que siendo tan frecuentes las fracturas, luxaciones, y dislocaciones, al que padece algo de esto le hacen recurrir a tal, o tal hombre del campo, que dicen tiene esa gracia curativa; siendo así que son ignorantísimos tales curanderos, como yo varias veces he visto, y palpado. Uno de ellos muy acreditado en el País donde vivía, siendo llamado de mí para curarme una pequeña luxación en un pie, me hizo estar tres meses cabales en la cama, y otro mes más andar con gran tiento arrimado a un bastón.


{Feijoo, Teatro crítico universal, tomo primero (1726). Texto según la edición de Madrid 1778 (por D. Joaquín Ibarra, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo primero (nueva impresión, en la cual van puestas las adiciones del Suplemento en sus lugares), páginas 105-148.}