Filosofía en español 
Filosofía en español


Tomo segundo Discurso octavo

Sabiduría aparente

§. I

1. Tiene la ciencia sus hipócritas no menos que la virtud; y no menos es engañado el vulgo por aquellos, que por estos. Son muchos los indoctos que pasan plaza de sabios. Esta equivocación es un copioso origen de errores, ya particulares, ya comunes. En esta Región que habitamos, tanto imperio tiene la aprehensión, como la verdad. Hay hombres muy diestros en hacer el papel de doctos en el teatro del mundo, en quienes la leve tintura de las letras sirve de color para figurar altas doctrinas; y cuando llega a parecer original la copia, no hace menos impresión en los ánimos la copia que el original. Si el que pinta es un Zeuxis, volarán las avecillas incautas a las uvas pintadas, como a las verdaderas.

2. Así Arnoldo Brixiense en el siglo undécimo, hombre de cortas letras, hizo harto daño en Brixia su patria, y aún en Roma con sus errores; porque como dice Guntero Ligurino, sobre ser elegante en el razonamiento, sabía darse cierto modo, y aire de sabio: Assumpta sapientes fronte, disserto fallebat sermone rudes; o como asegura Otón Frisingense, una copiosa verbosidad pasó en él plaza de profunda erudición: Vir quidem naturae non hebetis; plus tamen verborum pro fluvio, quam sententiarum pondere copiosus. Así Vigilancio, siendo un verdadero ignorante, con el arte de ganar Libreros, y Notarios para [211] pregoneros de su fama, adquirió tanta opinión de sabio, que se atrevió a la insolencia de escribir contra S. Jerónimo, y acusarle de Origenista. Séneca Pelagiano hizo en el Piceno partido por la herejía de Pelagio, siendo, por testimonio del Papa Gelasio, que reinaba entonces, no sólo un hombre ignorante, pero aún rudo: Non modo totius eruditionis alienus, sed ipsius quoque intelligentiae communis prorsus extraneus. S. León en la Epíst. 13. a Pulqueria Augusta, siente que el error de Eutiques nació más de ignorancia, que de astucia. Y en la Epíst. 15. absolutamente le trata de indocto: Indoctum antiquae Fidei impugnatorem. Sin embargo este hombre corto revolvió de modo la Cristiandad, que fue preciso juntarse tres Concilios contra él, sin contar el que con razón se llamó Predatorio, en que contra el derecho de la Sede Apostólica hizo el Emperador Teodosio presidir a Dióscoro, Patriarca de Alejandría.

3. El vulgo, juez inicuo del mérito de los sujetos, suele dar autoridad contra sí propio a hombres iliteratos; y constituyéndolos en crédito, hace su engaño poderoso. Las tinieblas de la popular rudeza cambian el tenue resplandor de cualquiera pequeña luz en lucidísima antorcha: así como la linterna, colocada sobre la torre de Faro, dice Plinio que parecía desde lejos estrella a los que navegaban de noche el mar de Alejandría.

4. Puede decirse que para ser tenido un hombre en el Pueblo por sabio, no hace tanto al caso serlo como fingirlo. La arrogancia, y la verbosidad, si se juntan con algo de prudencia, para distinguir los tiempos, y materias en que se ha de hablar, o callar, producen notable efecto. Un aire de majestad confiada en las decisiones, un gesto artificioso, que cuando se vierte aquello poco, y superficial, que se ha comprendido del asunto, muestre como por brújula quedar depositadas allá en los interiores senos altas noticias, tienen grande eficacia para alucinar a ignorantes.

5. Los accidentes exteriores que representan la ciencia, [212] están en algunos sujetos como los de pan, y vino en la Eucaristía; esto es, sin la substancia correspondiente. Los inteligentes en uno, y otro conocen el misterio. Pero como en el de la Eucaristía los sentidos, que son el vulgo del alma, por los accidentes que ven, se persuaden a la substancia que no hay; así en estos sabios de misterio, los ignorantes, que son el vulgo del mundo, por exterioridades engañosas conciben doctrinas que nunca fueron estudiadas. La superficie se miente profundidad, y el resabio de ciencia sabiduría.

§. II

6. Por el contrario los sabios verdaderos son modestos, y cándidos; y estas dos virtudes son dos grandes enemigas de su fama. El que más sabe, sabe que es mucho menos lo que sabe, que lo que ignora; y así como su discreción se lo da a conocer, su sinceridad se lo hace confesar; pero en grave perjuicio de su aplauso, porque estas confesiones, como de testigos que deponen contra sí propios, son velozmente creídas; y por otra parte el vulgo no tiene por docto a quien en su profesión ignora algo, siendo imposible que nadie lo sepa todo.

7. Son también los sabios comúnmente tímidos; porque son los que más desconfían de sí propios; y aunque digan divinidades, si con lengua trémula, o voz apagada las articulan, llegan desautorizadas a los oídos que las atienden. Más oportuno es para ganar créditos delirar con valentía, que discurrir con perplejidad; porque la estimación que se debía a discretas dudas, se ha hecho tributo de temerarias resoluciones. ¡Oh cuánto aprovecha a un ignorante presumido la eficacia del ademán, y el estrípito de la voz! ¡Y cuánto se disimulan con los esfuerzos del pecho las flaquezas del discurso! Siendo así que el vocinglero por el mismo caso debiera hacerse sospechoso de su poca solidez; porque los hombres son como los cuerpos sonoros, que hacen ruido mayor cuando están huecos.

8. Si a estas ventajosas apariencias se junta alguna literatura logran una violenta actividad para arrastrar [213] el común asenso. No es negable que Lutero fue erudito; pero en los funestos progresos de su predicación menos influyó en su literatura, que aquellas ventajosas apariencias: aunque la mezcla del uno, y otro fue la confección del veneno de aquella hidra. Si se examinan bien los escritos de Lutero, se registra en ellos una erudición copiosa, parto de una feliz memoria, y de una lectura inmensa; pero apenas se halla un discurso perfectamente ajustado, una meditación en todas sus partes cabal, un razonamiento exactamente metódico. Fue su entendimiento, como dice el Cardenal Palavicini, capaz de producir pensamientos gigantes; pero informes, o por defecto de virtud, o porque el fuego de su genio precipitaba la producción; y por no esperar los debidos plazos eran todos los efectos abortivos; pero este defecto esencial de su talento se suplió grandemente con los accidentes exteriores. Fue este monstruo de complexión ígnea, de robustísimo pecho, de audaz espíritu, de inexhausta, aunque grosera facundia, fácil en la explicación, infatigable en la disputa. Asistido de estas dotes, atropelló algunos hombres doctos de su tiempo de ingenio más metódico que él, y acaso más agudo. Al modo que un esgrimidor de esforzado corazón, y robusto brazo desbarata a otro de inferior aliento, y pulso, aunque mejor instruído en las reglas de la esgrima.

§. III

9. Otras partidas igualmente extrínsecas dan reputación de sabios a los que no lo son. La seriedad, y circunspección, que sea natural, que artificiosa, contribuye mucho. La gravedad (dice la famosa Magdalena Scuderi en una de sus Conversaciones morales) es un misterio del cuerpo, inventado para ocultar los defectos del espíritu; y si es propasada, eleva el sujeto al grado de oráculo. Yo no sé por qué ha de ser más que hombre quien es tanto menos que hombre cuanto más se acerca a estatua: ni por qué siendo lo risible propiedad de lo racional, ha de ser más racional quien se aleja más de lo risible. [214] El ingenioso Francés Miguel de Montaña dice con gracia, que entre todas las especies de brutos, ninguno vió tan serio como el asno.

10. Aristóteles puso en crédito de ingeniosos a los melancólicos. No sé por qué. La experiencia nos está mostrando a cada paso melancólicos rudos. Si nos dejamos llevar de la primera vista, fácilimente confundiremos lo estúpido con lo extático. Las lobregueces del genio tienen no sé qué asomos a parecer profundidades del discurso; pero si se mira bien, la insociabilidad con los hombres no es carácter de racionales. En estos sujetos que se nos representan siempre pensativos, está invertida la negociación interior del alma. En vez de aprehender el entendimiento las especies, las especies aprehenden el entendimiento: en vez de hacerse el espíritu dueño del objeto, el objeto se hace dueño del espíritu. Atale la especie que le arrebata. No está contemplativo, sino atónito; porque la inmovilidad del pensamiento es ociosidad del discurso. Noto que no hay bruto de genio más festivo, y social que el perro, y ninguno tiene más noble instinto. No obstante, peor seña es el extremo opuesto. Hombres muy chocarreros son sumamente superficiales.

11. Tanto el silencio, como la locuacidad, tienen sus partidarios entre la plebe. Unos tienen por sabios a los parcos, otros a los pródigos de palabras. El hablar poco depende ya de nimia cautela, ya de temor, ya de vergüenza, ya de tarda ocurrencia de las voces; pero no como comúnmente se juzga de falta de especies. No hay hombre que si hablase todo lo que piensa, no hablase mucho.

12. Entre hablar, y callar observan algunos un medio artificioso, muy útil para captar la veneración del vulgo, que es hablar lo que alcanzan, y callar lo que ignoran, con aire de que lo recatan. Muchos de cortísimas noticias con este arte se figuran en los corrillos animadas Bibliotecas. Tienen sólo una especie muy diminuta, y abstracta del asunto que se toca. Esta basta para meterse en él en términos muy generales con aire magistral, retirándose [215] luego, como que fastidiados de manejar aquella materia, dejan de explicarla más a lo largo: dicen todo lo que saben, pero hacen creer, que aquello no es más que mostrar la uña del León: semejantes al otro Pintor, que habiéndose ofrecido a retratar las once mil Vírgenes, pintó cinco, y quiso cumplir con esto, diciendo que las demás venían detrás en procesión. Si alguien, conociendo el engaño, quiere empeñarlos a mayor discusión, o tuercen la conversación con arte, o fingen un fastidioso desdén de tratar aquella materia en tan corto teatro, o se sacuden del que los provoca en una risita falsa, como que desprecian la provocación; que esta gente abunda de tretas semejantes, porque estudia mucho en ellas.

13. Otros son socorridos de unas expresiones confusas, que dicen a todo, y dicen nada: al modo de los Oráculos del Gentilismo, que eran aplicables a todos los sucesos. Y de hecho en todo se les parecen, pues siendo unos troncos, son oídos como Oráculos. La obscuridad conque hablan, es sombra que oculta lo que ignoran: hacen lo que aquellos que no tienen sino moneda falsa, que procuran pasarla al favor de la noche. Y no faltan necios, que por su misma confusión los acreditan de doctos, haciendo juicio que los hombres son como los montes, que cuanto más sublimes, más obscurecen la amenidad de los valles:

Majoresque cadunt altis de montibus umbrae.

14. Este engaño es comúnmente auxiliado del ademán persuasivo, y del gesto misterioso. Ya se arruga la frente, ya se acercan una a otra las cejas, ya se ladean los ojos, ya se arrollan las mejillas, ya se extiende el labio inferior en forma de copa penada, ya se bambanea con movimientos vibratorios la cabeza; y en todo se procura afectar un ceño desdeñoso. Estos son unos hombres, que más de la mitad de su sabiduría la tienen en los músculos, que se sirven para darse todos estos movimientos. Justamente hizo burla de este artificio Marco Tulio, notándole en Pisón: Respondes, altero ad frontem sublato, altero ad mentum depresso supercilio, crudelitatem tibi non placere. [216]

§. IV

15. El despreciar a otros que saben más, es el arte más vil de todos, pero uno de los más seguros para acreditarse entre espíritus plebeyos. No puede haber mayor injusticia, ni mayor necedad, que la de transferir el envidioso aquel mismo aplauso de que este con su censura despoja al benemérito. ¿Acaso porque el nublado se oponga al Sol, dejará este de ser ilustre antorcha del Cielo, o será aquel más que un pardo borrón del aire? ¿Para poner mil tachas a la doctrina, y escritos ajenos, es menester ciencia? Antes cuando no interviene envidia, o malevolencia, nace de pura ignorancia. Acuérdome de haber leído en el Hombre de Letras del Padre Daniel Bartoli, que un jumento, tropezando por accidente con la Ilíada de Homero, la destrozó, e hizo pedazos con los dientes. Así que para ultrajar, y lacerar un noble escrito, nadie es más a propósito que una bestia.

16. La procacidad, o desvergüenza en la disputa, es también un medio igualmente ruín, que eficaz para negociar los aplausos de docto. Los necios hacen lo que los Megalopolitanos, de quienes dice Pausanias que a ninguna Deidad daban iguales cultos que al viento Boreas, que nosotros llamamos Cierzo, o Regañón. A los genios tumultuantes adora el vulgo como inteligencias sobresalientes. Concibe la osadía desvergonzada como hija de la superioridad de doctrina, siendo así que es casi absolutamente incompatible con ella. A esto se añade, que los verdaderos doctos huyen cuanto pueden de todo encuentro con estos genios procaces; y este prudente desvío se interpreta medrosa fuga; como si fuese propio de hombres esforzados andar buscando sabandijas venenosas para lidiar con ellas. Justo, y generoso era el arrepentimiento de Catón, de haberse metido con sus tropas en los abrasados desiertos del Africa, donde no tenía otros enemigos que áspides, cerastas, víboras, dipsades, y basiliscos. Menos horrible se le representó la guerra civil en los campos de Farsalia, [217] donde pelearon contra él las invencibles huestes del César, que en los arenales de Libia, donde batallaron por el César los más viles, y abominables insectos.

Pro Caesare pugnant
Dipsades, et peragunt civilia bella Cerastae.

17. El que puede componer con su genio, y con sus fuerzas ser inflexible en la disputa, porfiar sin término, no rendirse jamás a la razón, tiene mucho adelantado para ser reputado un Aristóteles; porque el vulgo, tanto en las guerras de Minerva, como en las de Marte, declara la victoria por aquel que se mantiene más en el campo de batalla, y en su aprehensión nunca deja de vencer el último que deja de hablar. Esto es lo que siente el vulgo. Mas para que el que no es vulgo, aquel a quien no hace fuerza la razón, en vez de calificarse de docto, se gradúa de bestia. Con gracia, aunque gracia Portuguesa (esto es, arrogante), preguntado el ingenioso Médico Luis Rodríguez, qué cosa era, y cómo lo había hecho otro Médico corto, a quien el mismo Luis Rodríguez había arguido, respondió: Tan grandissimo asno e, que por mais que ficen, jamais o pueden concruir.

18. Es artificio muy común de los que saben poco arrastrar la conversación hacia aquello poco que saben. Esto en las personas de autoridad es más fácil. Conocí un sujeto, que cualquiera conversación que se excitase, insensiblemente la iba moviendo de modo, que a pocos pasos se introducía en el punto que había estudiado aquel día, o el antecedente. De esta suerte siempre parecía más erudito que los demás. Aún en las disputas Escolásticas se usa de este estratagema. He visto más de dos veces algún buen Teólogo puesto en confusión por un principiante; porque este, quimerizando en el argumento sobre alguna proposición, sacaba la disputa de su asunto propio a algún enredo sumulístico de ampliaciones, restricciones, alienaciones, oposiciones, conversiones, equipolencias, de que el Teólogo estaba olvidado. Esto es como el villano Caco, traer con astucia a Hércules a su propia caverna, para hacer [218] inútiles sus armas, cegándole con el humo que arrojaba por la boca.

§. V

19. Fuera de los sabios de perspectiva, que lo son por su artificio propio, hay otros que lo son precisamente por error ajeno. El que estudió Lógica, y Metafísica, con lo demás que debajo del nombre de Filosofía se enseña en las Escuelas, por bien que sepa todo, sabe muy poco más que nada; pero suena mucho. Dícese que es un gran Filósofo, y no es Filósofo grande, ni chico. Todas las diez Categorías, juntamente con los ocho libros de los Físicos, y los dos adjuntos de Generatione, & Corruptione, puestos en el alambique de la Lógica, no darán una gota de verdadero espíritu filosófico, que explique en más vulgar fenómeno de todo el mundo sensible. Las ideas Aristotélicas están tan fuera de lo físico, como las Platónicas. La Física de la Escuela es pura Metafísica. Cuanto hasta ahora escribieron, y disputaron los Peripatéticos acerca del movimiento, no sirve para determinar cuál es la línea de reflexión por donde vuelve la pelota tirada a una pared, o cuánta es la velocidad conque baja el grave en un plano inclinado. El que por razones metafísicas, y comunísimas piensa llegar al verdadero conocimiento de la Naturaleza, delira tanto como el que juzga ser el dueño del mundo por tenerle en un mapa.

20. La mayor ventaja de estos Filósofos de nombre, si manejan con soltura en las aulas el argadillo de Barbara, Celarem, es que con cuatro especies que adquirieron de Teología, o Medicina, son estimados por grandes Teólogos o Médicos. Por lo que mira a la Teología no es tan grande el yerro; pero en orden a la Medicina no puede ser mayor. Por la regla de que ubi disinit Physicus, incipit Medicus, se da por asentado, que de un buen Filósofo fácilmente se hace un buen Médico. Sobre este pie, en viendo un Platicante de Medicina, que pone veinte silogismos seguidos sobre si la privación es principio del ente natural, o si la unión se distingue de las partes, tiene toda la recomendación [219] que es menester para lograr un partido de mil ducados.

21. El doctísimo Comentador de Dioscórides Andrés de Laguna, dice que la providencia que, si se pudiese, se debiera tomar con estos Mediquillos flamantes, que salen de las Universidades rebosando las bravatas del ergo, y del probo, sería enviarlos por Médicos a aquellas Naciones con quienes tuviésemos guerra actual, porque excusarían a España mucho gasto de gente, y de pólvora.

22. Seguramente afirmo que no hay arte, o facultad más inconducente para la Medicina, que la Física de la Escuela. Si todos cuantos Filósofos hay, y hubo en el mundo se juntasen, y estuviesen en consulta por espacio de cien años, no nos dirían cómo se debe curar un sabañón; ni de aquel tumultuante concilio saldría máxima alguna que no debiese descaminarse por contrabando en la entrada del cuarto de un enfermo. El buen entendimiento, y la experiencia (o propia, o ajena) son el padre, y madre de la Medicina, sin que la Física tenga parte alguna en esta producción. Hablo de la Física Escolástica, no de la Experimental.

23. Lo que un Físico discurre sobre la naturaleza de cualquiera mixto, es si consta de materia, y forma substanciales, como dijo Aristóteles; o si de átomos, como Epicuro; o si de sal, azufre, y mercurio, como los Químicos, o si de los tres elementos Cartesianos: si se compone de puntos indivisibles, o de partes divisibles in infinitum; si obra por la textura, o movimiento de sus partículas, o por unas virtudes accidentales, que llaman cualidades: si estas cualidades son de las manifiestas, o de las ocultas: si de las primeras, segundas, o terceras. ¿Qué conexión tendrá todo esto con la Medicina? Menos que la Geometría con la Jurisprudencia. Cuando el Médico trata de curar a un tercianario, toda esta baraúnda de cuestiones aplicadas a la Quina le es totalmente inútil. Lo que únicamente le importa saber es, si la experiencia ha mostrado que en las circunstancias en que se halla el tercianario [220] es provechoso el uso de este febrífugo; y esto lo ha de inferir no por dici de omni, dici de nullo, sino por inducción, así de los experimentos que él ha hecho, como de los que hicieron los Autores que ha estudiado.

24. En ninguna arte sirve de cosa alguna el conocimiento físico de los instrumentos conque obra. Ni este dejará de ser gran Piloto por no poder explicar la virtud directiva del imán al polo: ni aquel gran Soldado por ignorar la constitución física de la Pólvora, o del hierro: ni el otro gran pintor por no saber si los colores son accidentes intrínsecos, o varias reflexiones de la luz. Ni al contrario el disputar bien de todas estas cosas conduce nada para ser Piloto, Soldado, o Pintor. Más me alargara para extirpar este común error del mundo, si ya no le hubiese impugnado con difusión, y plenamente ese doctísimo Martínez en sus dos tomos de Medicina Escéptica.

§. VI

25. Otro error común es, aunque no tan mal fundado, tener por sabios a todos los que han estudiado mucho. El estudio no hace grandes progresos si no cae en entendimiento claro, y despierto; así como son poco fructuosas las tareas del cultivo, cuando el terreno no tiene jugo. En la especie humana hay tortugas, y hay águilas. Estas de un vuelo se ponen sobre el Olimpo; aquellas en muchos días no montan un pequeño cerro.

26. La prolija lectura de los libros da muchas especies; pero la penetración de ellas es don de la naturaleza, más que parto del trabajo. Hay unos sabios no de entendimiento, sino de memoria, en quienes están estampadas las letras, como las inscripciones en los mármoles, que las ostentan, y no las perciben. Son unos libros mentales, donde están escritos muchos textos; pero propiamente libros; esto es, llenos de doctrina, y desnudos de inteligencia. Observa cómo usan de las especies que han adquirido, y verás cómo no forman un razonamiento ajustado, que vaya derecho al blanco del intento. Con unas mismas especies [221] se forman discursos buenos, y malos: como con unos mismos materiales se fabrican elegantes Palacios, y rústicos albergues.

27. Así puede suceder, que uno sepa de memoria todas las Obras de Santo Tomás, y sea corto Teólogo: que sepa del mismo modo los Derechos Civil, y Canónico, y sea muy mal Jurista. Y aunque se dice que la Jurisprudencia consiste casi únicamente en memoria, o por lo menos, más en memoria que en entendimiento, este es otro error común. Con muchos textos del Derecho se puede hacer un mal Alegato, como con muchos textos de Escritura un mal Sermón. La elección de los más oportunos al asunto toca al entendimiento, y buen juicio. Si en los Tribunales se hubiese de orar de repente, y sin premeditación, sería absolutamente inexcusable una feliz memoria, donde estuviesen fielmente depositados textos, y citas para los casos ocurrentes. Mas como esto regularmente no suceda, el que ha manejado medianamente los libros de esta profesión, y tiene buena inteligencia de ella, fácilmente se previene, buscando leyes, autoridades, y razones; y por otra parte la elección de las más conducentes no es, como he dicho, obra de la memoria, sino del ingenio.

28. He visto entre profesores de todas facultades muy vulgarizada la queja de falta de memoria, y en todos noté un aprecio excesivo de la potencia memorativa sobre la discursiva: de modo, que a mi parecer, si hubiese dos tiendas, de las cuales en la una se vendiese memoria, y en la otra entendimiento, el dueño de la primera presto se haría riquísimo, y el segundo moriría de hambre. Siempre fuí de opuesta opinión; y por mí puedo decir, que mas precio daría por un adarme de entendimiento, que por una onza de memoria. Suelen decirme que apetezco poco la memoria porque tengo la que he menester. Acaso los que me lo dicen hacen este juicio por la reflexión que hacen sobre sí mismos, de que ansían poco algún acrecentamiento en el ingenio, por [222] parecerles que están abundantemente surtidos de discurso. Yo no negaré que aunque no soy dotado de mucha memoria, algo menos pobre me hallo de esta facultad, que de la discursiva. Pero no consiste en esto el preferir esta facultad a aquella, sí en el conocimiento claro que me asiste, de que en todas Facultades logrará muchos más aciertos un entendimiento como cuatro con una memoria como cuatro, que una memoria como seis con un entendimiento como dos.

§. VII

29. De los Escritores de libros no se ha hablado hasta ahora. Esto es lo más fácil de todo. El escribir mal no tiene más arduidad que el hablar mal. Y por otra parte, por malo que sea el libro, bástale al Autor hablar de molde, y con licencia del Rey, para pasar entre los idiotas por docto.

30. Pero para lograr algún aplauso entre los de mediana estofa, puede componerse de dos maneras, o trasladando de otros libros, o divirtiéndose en lugares comunes. Donde hay gran copia de libros, es fácil el robo, sin que se note. Pocos hay que lean muchos, y nadie puede leerlos todos: conque todo el inconveniente que se incurre es, que uno, u otro, entre millares de millares de lectores, coja al Autor en el hurto. Para los demás queda graduado de Autor en toda forma.

31. El escribir por lugares comunes es sumamente fácil. El teatro de la vida humana, las Polianteas, y otros muchos libros, donde la erudición está hacinada, y dispuesta con orden alfabético, o apuntada con copiosos índices, son fuentes públicas de donde pueden beber, no sólo los hombres, mas también las bestias. Cualquier asunto que se emprenda, se puede llevar arrastrando a cada paso a un lugar común, o de política, o de moralidad, o de humanidad, o de historia. Allí se encaja todo el fárrago de textos, y citas que se hallan amontonados en el libro Para todos, donde se hizo la cosecha. [223] Con esto se acredita el nuevo Autor de hombre de gran erudición, y lectura; porque son muy pocos los que distinguen en la serie de lo escrito aquella erudición copiosa, y bien colocada en el cerebro, que oportunamente mana de la memoria a la pluma; de aquella que en la urgencia se va a mendigar en los elencos, y se amontona en el traslado, dividida en gruesas parvas, con toda la paja, y aristas de citas, latines, y números.


{Feijoo, Teatro crítico universal, tomo segundo (1728). Texto según la edición de Madrid 1779 (por D. Joaquín Ibarra, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo segundo (nueva impresión, en la cual van puestas las adiciones del Suplemento en sus lugares), páginas 210-223.}