Filosofía en español 
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Tomo quinto Discurso trece

Existencia del Vacío

Véase para inteligencia de este Discurso la explicación de la Máquina Pneumática, que está al fin del Discurso IX

§. I

1. La cuestión sobre la posibilidad y existencia del vacío, se hizo tan famosa en estos tiempos, que vino a dar una nueva denominación a los Filósofos que contienden en ella, según los diferentes partidos que siguen; pues se llaman Vacuístas los que afirman la existencia del vacío; Plenistas los que la niegan.

2. Aristóteles puso al mundo en posesión de la plenitud, dando por absolutamente repugnante que haya en él algún espacio, ni aun mínimo, que no esté lleno u ocupado de algún cuerpo. Los Aristotélicos Cristianos mitigaron el rigor de la sentencia de su Maestro, limitando la imposibilidad del vacío, o dejándola sólo respectiva a la fuerza de los agentes naturales, pues conceden que Dios usando de su absoluto poder, es capaz de inducir algún vacío en el Universo. Y no es dudable que Aristóteles pondría la misma limitación, si tuviese la misma idea que nosotros tenemos, del infinito poder de la primera Causa. Pero el mal es, que aquel sutilísimo Filósofo alcanzó muy poco de lo que está de tejas arriba.

3. Descartes, que con su nuevo sistema trastornó todo el Aristotelismo, en consecuencia del mismo sistema volvió a establecer en cuanto a esta parte, bien que fundado en distinto principio, la doctrina de Aristóteles. No [300] sólo la restableció, pero la puso mucho más rígida, pues no sólo afirmó que Dios, usando de todas las fuerzas de su Omnipotencia, no podía introducir vacío alguno en parte alguna de este grande espacio, comprendiendo por la circunferencia exterior o convexa del Cielo Empíreo; mas también que aun aquellos inmensos espacios, que nosotros llamamos Imaginarios, son verdaderamente corpóreos, o están llenos de alguna materia. Véase lo que en orden a esta opinión Cartesiana hemos escrito Tom. I, Discur. XIII, desde el núm. 17, hasta 20 inclusive; y Tom. II, Discur. I, desde el núm. 37, hasta 41 inclusive.

4. Estando la disputa entre Aristotélicos, y Cartesianos sobre la menor o mayor imposibilidad del vacío, se aparecieron nuevos contendientes en la Campaña, que los obligaron a confederarse en algún modo para resistir a sus comunes enemigos. Estos son muchos Filósofos modernos (su mayor número compuesto de Gasendistas, y Maignanistas), los cuales, no sólo afirman ser el vacío posible, mas aun existente. Nuestro dictamen se verá en las Conclusiones siguientes.

§. II

5. Digo lo primero, que la razón con que prueba Aristóteles la imposibilidad del vacío, estriba en fundamento falso; y aun cuando se admita el fundamento, no prueba su opinión. Consta nuestra conclusión de dos partes, que se probarán separadamente. Funda Aristóteles la imposibilidad del vacío, en que en él no se podría dar movimiento: pongo por ejemplo, que puesto en él algún cuerpo grave, no podría moverse hacia el centro, lo cual prueba así. Un cuerpo grave se mueve con mayor velocidad a proporción Aritmética que es menos denso, o más raro el medio por donde se mueve: de suerte, que si el medio B es de duplicada raridad que el medio A, el cuerpo se moverá con duplicada velocidad por el medio B, que por el medio A; porque parece ser, que la velocidad del movimiento e ha de proporcionar a la mayor o menor [301] resistencia del medio; y el medio, tanto menos resiste, cuanto es más raro o menos denso. De aquí infiere, que en el vacío donde no hay resistencia alguna en el medio, porque no hay medio, el cuerpo, si se moviese, se movería con infinita velocidad: infinita velocidad repugna: luego repugna movimiento alguno en el vacío.

6. Repito, que la suposición que hace Aristóteles de que un cuerpo aumenta su velocidad en proporción Aritmética de la mayor raridad del medio, es falsa. Demuéstrase esto claramente en dos medios desigualísimos en densidad, que son al aire y el agua. De los cuales el primero es ochocientas veces, poco más o menos, más raro que el segundo. Si la suposición de Aristóteles fuese verdadera, una piedra, bajando por el aire, tendría ochocientas veces más velocidad que bajando por el agua; lo que está tan lejos de ser verdad, que apenas el aumento de velocidad en el aire llegará a cuatro o cinco tantos de la que hay en el agua.

7. Pero demos que el supuesto de Aristóteles fuese verdadero: lo que puede seguirse de él, es, que una piedra, u otro cuerpo grave colocado en el vacío no se movería; pero no que el vacío repugna; si no es que se pruebe primero, que la quietud del cuerpo grave en él es repugnante, lo cual nunca se probará.

§. III

8. Digo lo segundo, que el fundamento con que prueba Descartes la repugnancia del vacío, es futilísimo, y sobre eso infiere algunos Dogmas contrarios a la Fe. El fundamento de Descartes se reduce, como ya apuntamos en otra parte, a que repugna espacio en quien nuestro entendimiento no conciba naturalmente extensión actual; y esta idea, como innata, no está sujeta a engaño, porque las ideas innatas son impresas por el Autor de la Naturaleza, el cual no puede engañarnos: luego repugna espacio en quien no haya realmente extensión actual, por consiguiente en todo espacio hay materia; porque según [302] la sentencia de Descartes, la esencia de la materia consiste en la extensión actual: luego repugna espacio vacío, o privado de todo cuerpo.

9. Es fútil este discurso, porque infiere del concebir al ser, o del ser objetivo e imaginario, al subjetivo y real. Ni aprovecha decir, que aquella concepción es natural, porque lo que llama Descartes idea innata, no es otra cosa que una imperfección congénita de nuestro entendimiento; por la cual éste aprende las privaciones a manera de entes positivos. Así concibe la ceguera como una cualidad existente en los ojos, la sombra como un tinte que ennegrece el espacio que ocupa, &c.

10. Es también fútil, porque supone Descartes y no prueba, que el constitutivo de la materia es la extensión actual, lo cual tiene contra si graves dificultades.

11. Pero lo peor que tiene este argumento Cartesiano son los absurdos que de él se siguen, y que ya en otras partes hemos apuntado. Síguese lo primero, que el mundo es infinito, porque en toda la inmensidad del espacio que llamamos Imaginario, o en cualquiera parte de él concebimos extensión; por consiguiente hay allí materia o cuerpo. Véase Tomo I, Discurs. XIII, núm. 17.

12. Síguese lo segundo, que la materia es ab aeterno, porque considerando antes de la creación este espacio que el mundo después de su creación ocupa, concebimos extensión en él; por consiguiente antes de la creación había materia en él. Véase el mismo Discurso citado, núm. 20.

13. Síguese lo tercero, que Dios no puede aniquilar la materia contenida en algún espacio, sin introducir o criar allí otra de nuevo; pues si lo hiciese, ya quedaría espacio vacío. Es verdad que Descartes se traga este absurdo, concediendo que Dios no puede aniquilar ente alguno. ¿Pero quién no ve que esta es una limitación indigna del Poder Divino, y que es una contradicción manifiesta el que no pueda reducir un ente a la nada el que hizo de la nada todos los entes? En el citado Discurso núm. 2, se podrá ver evidentemente rebatida la prueba con que pretende Descartes establecer tan ridícula Paradoja. [303]

§. IV

14. Digo lo tercero, que las razones de los Aristotélicos no prueban la imposibilidad natural del vacío. Dos fundamentos tienen los Aristotélicos, uno teórico, otro experimental. El primero es, que habiendo vacío, se turbaría toda la armonía del Universo, porque por el espacio vacío no podrían comunicarse a la tierra los influjos celestes; y como ningún agente natural tiene fuerzas para turbar todo el orden de la naturaleza, e infiere que ningún agente natural puede introducir vacío en la naturaleza.

15. Este discurso claudica por dos lados. Lo primero seria menester probar que los influjos celestes no pueden comunicarse por el vacío; lo cual se supone, y no se prueba; pero no se supone bien. Confieso, que si dichos influjos consistiesen en meras cualidades, que propagadas de sujeto en sujeto descendiesen de los Astros a la tierra, no podrían comunicarse por el espacio vacío, porque no hallarían en él cuerpo alguno, que sirviese como sujeto de inherencia para sustentarlas. Pero si consisten en efluvios substanciales, como sienten todos los Filósofos modernos, no veo por qué éstos no puedan derivarse por el vacío.

16. Lo segundo concedemos, que el turbar el orden de la naturaleza en todas sus partes supera las fuerzas de todo agente natural, mas no el turbarle en alguna pequeña parte. A cada paso están los agentes naturales turbando de este modo el orden de la naturaleza. Turbar el orden de la naturaleza, es calentar el agua, según la sentencia común que concede al agua exigencia natural del frío; y esto a cada momento se hace. Turbar el orden de la naturaleza, es alterar en algún individuo aquella organización que es debida a su especie; lo cual sucede en todos los monstruos. Alterar el orden de la naturaleza, es tirar una piedra a lo alto, pues es contra su gravedad natural, &c. Concederemos consiguientemente, que ningún agente natural puede introducir un vacío tan grande que interceptase los influjos del Cielo a toda la tierra, ni aún a una gran parte de ella; pero [304] negaremos, que no los pueda estorbar a una pequeña parte. De hecho, con cualquier edificio que se levanta, se estorba, respecto del terreno en que se fabrica, aquella parte del influjo solar que hace producir y crecer las plantas. Así, estas frases de estorbar los influjos celestes, turbar la armonía del Universo, deben contarse entre aquellas expresiones altísonas con aire de misterio, que hacen gran fuerza a los pobres Estudiantes gritadas en la Aulas, y no contienen dificultad alguna, si desembarazándolas de todas equivocación se penetra bien su significado.

17. El segundo fundamento de los Aristotélicos se toma de aquellos experimentos que hemos propuesto en el segundo Tomo, Discurs. XI, núm. 2, 3, y 4, y de que pretenden inferir la imposibilidad natural del vacío. Pero en aquel Discurso hemos mostrado con toda evidencia, que no infieren eso, si solo el peso y fuerza elástica del aire. Véase todo el Discurso, por excusarnos de repetir aquí lo que allí tenemos dicho.

18. Sin embargo, por supererogación añadiremos otra prueba concluyente, tomada de la Máquina Pneumática. En aquella Máquina, donde con las repetidas introducciones y extracciones del Émbolo se va sacando el aire del Recipiente, se experimenta que a los principios se extrae el Émbolo sin la menor dificultad; pero hechas algunas extracciones, ya es menester aplicar bastante fuerza para extraerle, y la dificultad va creciendo según crece el número de extracciones; de modo, que llega el caso que apenas hay fuerza bastante para extraerle. En este estado, en que para extraerle se aplica el último esfuerzo, después de la última extracción se tiene fortísimamente asido el Manubrio, para continuar los experimentos que se pretenden hacer en el Recipiente, de donde se ha sacado el aire. Puestas así las cosas, si los que tienen asido el Manubrio le sueltan, el Émbolo al momento, contra la natural inclinación de su gravedad, sube arriba con un ímpetu terrible a ocupar la cavidad de la Antlia. Es claro, que los Aristotélicos están precisados a explicar este fenómeno por el mismo principio por donde [305] explican el ascenso y suspensión del agua en los tubos, diciendo que el Émbolo sube a impedir el vacío en la cavidad de la Máquina, pues no ven fuerza alguna que le mueva contra la inclinación de su gravedad, sino la necesidad de impedir el vacío. Pero ve aquí que por el mismo caso se hallan convencidos a conceder el vacío que iban a evitar: porque si el Émbolo sube por impedir el vacío, sube por impedir un vacío que ya estaba existente después de la última extracción del Émbolo; no un vacío que amenaza de futuro. En claro; porque cuando sube, ningún agente extrae el aire, ni otro cuerpo alguno, ni aún está próximo o dispuesto a extraerle de la cavidad de la Máquina. Bien lejos de eso, entonces ya se va introduciendo muy poco a poco alguna porción de aire por las tenuísimas rendijas que hay en las junturas de la Máquina; de modo, que pasado algún tiempo considerable, vuelve a llenarse de aire su cavidad, porque nunca pueden ajustarse tan perfectamente todas las piezas, que se estorbe toda entrada al aire.

19. Es, pues, indispensable, que los Aristotélicos concedan una de dos cosas: o que en aquel tiempo intermedio entre la última extracción del Émbolo, y su ascenso cuando sueltan el Manubrio, había vacío en la cavidad de la Máquina; o que digan con nosotros, que no la necesidad de impedir el vacío, sino el peso y fuerza elástica del aire es quien hace subir el Émbolo cuando se suelta el Manubrio. Esto se entenderá fácilmente considerando que antes de empezar la evacuación, el aire contenido en la cavidad de la Máquina resistía la presión del aire externo, porque la compresión de aquel estba en equilibrio con la fuerza de éste, por cuya razón era preciso que el Émbolo dejado a su libertad, como suspendido entre dos fuerzas iguales, no se moviese hacia dentro: que al paso que el aire de adentro se va evacuando, el que resta en la cavidad se va enrareciendo más y más; y a la misma proporción se va minorando su resistencia a la presión del aire externo; de aquí depende, que cuantos más movimientos se dan al Émbolo para extraer el aire, tanto con mayor facilidad se introduce, y con [306] mayor dificultad se baja: hasta que en fin, después que queda poquísima porción de aire en la cavidad de la Máquina, la que se supone sumamente enrarecida, es menester grandísima fuerza para extraer el Émbolo, porque se lidia contra la presión del aire externo, y éste, si se suelta el Manubrio, le arroja con poderoso ímpetu hacia dentro.

§. V

20. Digo lo cuarto, que el vacío es naturalmente posible. Esta razón se prueba con las antecedentes; porque se debe dar por posible naturalmente todo aquello en que no se halla razón, ni metafísica, ni física de imposibilidad: luego constando por lo dicho arriba que no se da razón alguna suficiente que pruebe la imposibilidad natural del vacío, se debe admitir su natural posibilidad.

§. VI

21. Digo lo último, que actualmente se da vacío en la naturaleza. Esta Conclusión prueban muchos con los experimentos de la Máquina Pneumática, donde se hace sensible la casi total extracción del aire; y por consiguiente parece queda la cavidad de la Máquina casi del todo vacía. Pero debemos confesar, que estos experimentos no prueban la vacuidad; pues aunque se extraiga todo el aire de la Máquina, queda lugar a que otra materia más sutil que el aire, que pueda penetrar por los poros de la Máquina, se introduzca en su cavidad, al paso que se extrae el aire de ella. Tal pone Descartes a su Materia etérea; y aun prescindiendo del Cartesianismo, es, si no cierta del todo, por menos probabilísima la existencia de otro cuerpo mucho más fluido, sutil, y delicado, que este aire grosero que respiramos. Por lo cual, a esta materia sutilísima, a quien ningún cuerpo es impenetrable, recurrirán sin duda los Filósofos Plenistas, para evitar el vacío en la Máquina Pneumática.

22. Lo mismo se puede responder a otro experimento vulgar, que es de un Tubo de vidrio largo tres pies o más, [307] cerrado por una parte, y lleno de azogue; donde si se invierte el Tubo, de modo que mire a la tierra la extremidad abierta, cae el Mercurio un poco, de suerte que queda suspendido la altura de tres pies y unos cuantos dedos. Digo, que aunque en este experimento queda aquella parte de la cavidad del Tubo, comprendida entre su extremidad superior y el azogue, vacía de aire, se puede recurrir para llenarla a la materia sutil, que penetra los poros del vidrio.

23. No siendo, pues, posible sacar de este atrincheramiento a los contrarios, acometiéndolos de frente, tomaremos el sesgo de admitir esa misma materia sutil con que quieren impedir el vacío, y con ella probaremos, que realmente le hay. Arguyo así: la materia sutil es considerable: luego hay en ella poros, o pequeños espacios vacíos de toda materia. Supongo cierto el antecedente por la regla general de que no hay cuerpo alguno que no sea capaz de poca o mucha condensación, y rarefacción; y a la verdad, si el frío y el calor condensan y enrarecen aun el vidrio, y los metales más duros, como consta de indubitables experimentos, ¿cómo podrá negarse que el calor enrarezca, y el frío condense un cuerpo tan tenue como es la materia sutil? Pruebo, pues, la consecuencia: Condensarse un cuerpo es juntarse o acercarse más unas a otras las partes del mismo cuerpo; pero esto no puede suceder sin que entre ellas hubiese antes algunas vacuidades: luego las había. La mayor es per se nota, y la menor se prueba; porque si entre ellas no hubiese algunos espacios vacíos, ya estarían todas juntas, o inmediatas unas a otras; por consiguiente no podrían acercarse más.

24. Ni puede decir, que los espacios intermedios estaban llenos de otra materia distinta, la cual se exprime y sale fuera al tiempo de la comprensión, y así se pueden acercar unas a otras las partes de la materia sutil. Lo primero, porque sería preciso decir, que esa materia es más sutil que la misma materia sutil, contra la suposición que hacen todos de que la materia etérea, de la cual procede el argumento, es el más sutil de todos los cuerpos. Digo, que [308] sería preciso decir eso; porque si la materia que ocupa los poros de la materia sutil, fuese igualmente sutil que ella, sería homogénea a ella, o sería todo un cuerpo homogéneo; por consiguiente incapaz de comprensión, por estar ya todas sus partes en la mayor inmediación; y si fuese menos sutil, no podría sostenerse entre los poros de la sutil, porque ningún fluido es capaz de sostener entre sus poros otro que sea más compreso, o menos leve que él.

25. Lo segundo, porque de esa materia que ocupa los poros de la sutil, haremos el mismo argumento; esto es, que esa materia es también capaz de comprimirse y dilatarse, por consiguiente hay en ella algunas vacuidades. Con que, o los contrarios han de dar un proceso infinito, o confesar espacios vacíos en la materia sutil.

§. VII

26. Bien sé, que muchos Aristotélicos explican la rarefacción, y condensación de modo que ni para aquella es menester introducción de materia extraña en los poros de la materia que se enrarece, ni para ésta es menester expulsión de alguna materia extraña del cuerpo que se condensa, sin que por eso concedan vacuidad alguna: porque definiendo ellos el cuerpo raro aquel que debajo de grandes dimensiones tiene poca materia; y el denso aquel que debajo de pequeñas dimensiones tiene mucha materia, consiguientemente dicen, que un cuerpo se enrarece sin introducir en sus poros nueva materia, y se condensa sin expeler alguna que estuviese contenida en ellos. Ni tampoco (añaden) se han de suponer algunos poros vacíos en el cuerpo raro; si fuese así, no aumentaría en realidad sus dimensiones el cuerpo que se enrarece, pues cada parte suya no ocuparía más espacio que antes; porque los espacios que quedasen vacíos en sus intersticios, no serían ocupados por ellas, y así la extensión se aumentaría en la apariencia, más no en la realidad.

27. Dice Francisco Bayle, que es tan quimérica esta explicación de la rarefacción y condensación, que apenas [309] puede creer que los mismos se que la dan, la entiendan; y yo me conformo con su dictamen, porque si se mira bien, se hallará que envuelve contradicción manifiesta, así mucha materia con poca extensión, como poca materia con poca extensión, es mucha cantidad de materia con poca cantidad de materia; esto implica contradicción; luego, &c. Pruebo la mayor: La extensión de la materia es la cantidad de la materia, pues la cantidad no es otra cosa que la extensión; por otra parte, mucha materia no es otra cosa que mucha cantidad de materia: luego mucha materia con poca extensión es mucha cantidad de materia con poca cantidad de materia. El mismo argumento milita, como es claro, contra el otro extremo de poca materia con mucha extensión.

28. Mas: Si en los poros del cuerpo raro, ni hay vacuidades, ni materia alguna extraña, sino que todas sus partes minutísimas están por todos lados con suma inmediación unas a otras, es imposible que se condense sin que entre algunas partes haya penetración: porque, concibamos con la mente (pues para esto no importa que sean o no designables) dos partes minutísimas inmediatas una a otra, de las cuales cada una por consiguiente ocupa un espacio minutísimo: es imposible que entre éstas haya condensación sin penetración: pues no pueden reducirse a menor espacio sino ocupando entrambas juntas un mismo espacio minutísimo, como antes ocupaban entrambas dos espacios minutísimos distintos; pero ocupar dos partes un mismo espacio, es estar penetradas: luego, &c. Lo mismo que se arguye de las partes minutísimas se infiere de otras de cualquiera magnitud que sean. Tomemos un cuerpo que ocupa un palmo cúbico de espacio, y consideremos que en toda su extensión no hay ni un espacio máximo vacío. ¿Cómo podrá este cuerpo condensarse, o (digámoslo así) apretarse más de lo que está, sin que algunas partes se penetren con otras? En aquel cuerpo no hay parte alguna grande ni chica, la cual por todos lados no esté inmediatísima a otras partes: luego [310] es imposible apretarse más unas con otras sin que algunas se compenetren.

29. Esta es una demostración tan clara, que más parece matemática, que física, y no dudo, que cualquiera que la penetre bien, admirará que haya Filósofos que defiendan la explicación de la rarefacción y condensación, que hemos impugnado. Pero yo nada admiro por la antigua observación que tengo hecha, desde que frecuento las Aulas, de que son innumerables los Filósofos, o que tiene nombre de tales, cuya solicitud única es llenarse de voces o frases facultativas, sin examinar si hay objeto verdadero y real correspondiente a ellas; lo que en algunos, y acaso los más, es disculpable; porque su rudeza no alcanza a más que tomar de memoria las voces como los Papagayos; pero muy reprensible en otros, que, o por no aplicarse a desentrañar las cosas en si mismas, o por mantener obstinadamente la errada doctrina en que los criaron, defienden lo mismo que no entienden.

§. VIII

30. Pruebo lo segundo la conclusión con otro argumento que muchos Filósofos modernos tienen por demostrativo, y pienso darle más vivas luces que las que le han dado hasta ahora. Si no hubiese vacuidades en el Universo, no podría haber en él movimiento alguno; lo que se explica así: No podría un cuerpo moverse en el aire, sin mover juntamente el aire inmediato hacia la parte misma para donde el cuerpo se mueve; y este aire tampoco podría moverse sin mover otro aire, y así continuadamente: de modo, que este impulso necesariamente se propagaría hasta los términos del mundo, a menos que dentro de esos mismos términos hubiese algunos vacíos, donde reposase el aire movido. La razón es clara; porque suponiendo que el aire se mueve de Oriente a Poniente, necesariamente ha de imprimir su impulso al otro aire que mira en rectitud hacia el Poniente: de este segundo se debe decir lo mismo, lo mismo del tercero, y así consecutivamente, si [311] todo está lleno. Como no haya, pues, fuerza alguna para mover tan inmenso volumen, se infiere que estarían en eterna quietud todos los móviles.

31. Entenderase esto bien con el ejemplo siguiente: Si pusiesen a un hombre dentro de una sala cerrada por todas partes, y llena de piececillas de madera perfectamente ajustadas unas con otras, es cierto que no podría moverse poco ni mucho, por no haber algún espacio vacío dentro de la cuadra, hacia donde moviese las piezas de madera cuando quisiese moverse; y así si imprimiese algún impulso a las piezas que tiene delante de sí, éste se había de ir continuando en línea resta hasta la pared de enfrente; y no teniendo fuerza bastante para derribar la pared, necesariamente se había de quedar inmóvil. La aplicación al caso de la cuestión es literal.

32. Responden los contrarios que nuestro argumento sería concluyente, si los cuerpos por donde se hace el movimiento o progresión local, fuesen sólidos o firmes; pero no, siendo líquidos o fluidos, como son el aire y agua, porque las partes de éstos ceden facilísimamente unas a otras, por lo cual no hay dificultad alguna en que cualquiera cuerpo se mueva en ellos.

33. Pero esta respuesta procede de falta de inteligencia de la dificultad; y los que responden así, no advierten que los cuerpos sólidos resisten al movimiento, que haya vacuidades en ellos, que no; pues aunque tengan varias vacuidades diseminadas, o muchos poros vacíos, subsiste en ellos la cohesión o ligadura de las partes que impide el movimiento de otro cuerpo por medio de ellos. Pero el impedimento para el movimiento que resulta de la plenitud, es, y no puede dejar de ser común a sólidos, y líquidos. Supóngase una serie continuada de partículas de aire en derechura de Oriente a Poniente, y que un cuerpo quiere moverse de Oriente a Poniente, impeliendo la primera. Digo, que no podrá moverse sin mover toda aquella serie continuada de partículas hacia donde imprime el impulso. La razón para mí es clara; porque para moverse [312] cualquiera partícula de toda aquella serie, es forzoso que mueva otra que esté inmediata a ella; y habiendo de mover alguna, debe ser aquella que mira en resta línea hacia Poniente; no alguna de las que están a los lados, porque la resistencia, prescindiendo de la dirección del impulso, es igual de todas partes, pues hacia todas partes hay igual plenitud: luego habiendo de forzarse al movimiento alguna partícula, debe ser la que está puesta en rectitud hacia Poniente, pues hacia aquella parte se dirige el impulso. De esta se hace el mismo argumento respecto de la otra inmediata hacia Poniente, y así infinitamente, hasta llegar a algún cuerpo sólido, v.g. al primer Cielo, (si es sólido éste) o si no, al Firmamento; y si todos los Cielos son fluidos, llegaría el movimiento de la materia movida hasta los espacios imaginarios. Pero si hay algún Cielo sólido, continuándose hasta el movimiento, de allí refluctuaría hacia los lados, y así sucesivamente, por no hallar vacuidad alguna donde colocar las partículas movidas, sin que moviesen a otras, se movería toda esta gran masa líquida que está contenida en la superficie cóncava del Cielo; y por otra parte sería imposible moverse, por no haber espacio vacío hacia donde pudiese moverse; del mismo modo que las piezas de madera contenidas dentro de una cuadra, y totalmente inmediatas unas a otras por todas partes, no podrían moverse sin romper las paredes o techo de la cuadra.

34. De aquí se infiere contra la suposición que hacen los contrarios en su respuesta, que si no hubiese vacuidades en el Universo, no había en él cuerpo fluido alguno; antes todos serían infinitamente más sólidos, que el bronce y el mármol: porque cuerpo fluido es aquel, cuyas partes se mueven promiscuamente con facilidad hacia todos lados; siendo, pues, imposible tal movimiento en el aire v.g. sería éste un cuerpo de extrema solidez.

35. Por conclusión advierto, que nuestros argumentos sólo prueban el vacío diseminado, o repartido en innumerables pequeñísimos espacios, que podemos llamar poros [313] de los cuerpos más sutiles, pues éste sólo se requiere así para la rarefacción y condensación, como para el movimiento o progresión local de los cuerpos. En cuanto al vacío que llaman coacervado, o vacuidad que coja un considerable espacio, juzgo mucho más probable que no le hay; pero no hallo razón que me persuada su imposibilidad, ni metafísica, ni física.


{Feijoo, Teatro crítico universal, tomo quinto (1733). Texto según la edición de Madrid 1778 (por D. Blas Morán, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo quinto (nueva impresión, en la cual van puestas las adiciones del Suplemento en sus lugares), páginas 299-313.}