Filosofía en español 
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Tomo sexto

Prólogo

Lector mío: Resuelto estaba a dejar sin Prólogo este Libro, en atención a que en los de mis anteriores Obras te tengo prevenido de todos los colirios necesarios para defender tus ojos de todos los que quieren cegarlos con ilusiones, y te venden tinieblas por luces. Pero una noticia, que recibí estos días, me hizo precisa una nueva advertencia.

Cierto Librero de Sevilla, que había comprado, juntamente con algunos juegos de mis Obras, las de la Tropa Tertuliana, para vender unas, y otras en su Tienda; viendo que eran muchos los que acudían a comprar las primeras, y nadie, o rarísimos las segundas, se valió del ardid de no querer vender unas sin otras; y así, a cualquiera que llegaba a comprar mis libros, decía, que no se los daría, si juntamente no le tomaba los de los Tertulios, con que le ponía en la precisión de comprar todos, o ninguno. Parecióme justo ocurrir al perjuicio, que esta superchería ocasiona a muchos: Por tanto, aunque hasta ahora no he sacado libros algunos de venta fuera de Madrid, ni aun fuera de la Portería de nuestro Monasterio de San Martín, por no ser necesario; pues allí vienen a buscarlos de todas partes, siendo el despacho tan acelerado, cual se manifiesta por el cuantioso número de ejemplares que se sacan (del quinto, y del sexto Tomo se han tirado tres mil), y por la repetición de impresiones; estoy en ánimo de enviar a aquella Ciudad una proporcionada cantidad de ejemplares [XLV] de este sexto Tomo, y acaso de los antecedentes, que se vendan por mi cuenta, con que se evitará a los aficionados a mis Obras la infeliz precisión en que quiere ponerlos aquel Librero. Y si de otra alguna Ciudad populosa hubiere aviso por persona fidedigna, que algún Librero practica el mismo estratagema, aplicaré respecto de ella el mismo remedio.

Juntamente, Lector, si eres uno de los muchos que encarecidamente me han rogado, que despreciando todo género de impugnaciones, prosiga mi Obra principal, representándome, que defraudo a la instrucción, y curiosidad del Público todo el tiempo que gasto en respuestas, las cuales solo sirven de persuadir a ignorantes, que merecen alguna atención las réplicas, te repito la protesta de que eres, y serás obedecido; estando yo tan lejos de repetir Apologías, que ni leo, ni leeré, ni he leído mucho tiempo ha, ni un renglón solo de cuanto se estampa, estampará, y ha estampado contra mis escritos, contentándome con las noticias que me dan algunos, de que las impugnaciones de hoy son como las de ayer; y otros, de que el deslumbramiento es mayor cada día, representándose en ellas la Comedia de Calderón: Pero está que estaba, y la de Moreto: Trampa adelante.

Pero si eres de los que miran con una indignación celosa tales escritos, y querrían la respuesta, no tanto como desengaño, cuanto como castigo de sus Autores, procuraré aplacar la ira, que has concebido contra ellos, manifestándote con el testimonio del discretísimo Jesuíta Daniel Bartoli, que en todos tiempos ha padecido la República Literaria esta especie [XLVI] de débiles, y osados Invasores. Por tanto debes tolerarlos con aquella resignación con que en el Estío sufres las moscas, y las pulgas. Así lo dice el citado Padre en la segunda parte de su Hombre de Letras, pág. mihi 146.

«¡Qué un hombre, que no tiene sino lengua, y vientre (como Antiprato dijo de Demades), quiera empeñarse a hacer del Sabio con los escritos de oro de hombres Eruditos! ¡Que pretenda averiguar en ellos, como Químico de letras, cuánto tienen de puro, y cuánto de liga, condenando lo que no entiende, despreciando lo que no alcanza, y royendo lo que no puede mascar! ¡Que una vil mujercilla, tomando, en vez del huso, la pluma, escriba contra el Divino Theophrasto, tachándole de ignorante, y renueve los monstruos antiguos de las fábulas! ¡Que una soberbia Onfala condene al grande Hércules de la clava a la rueca, y del matar monstruos al torcer hilo! ¡Que un Demosthenes, Cocinero del Emperador Valente, como si la Cocina fuera Escuela de Sabiduría, y los platos los libros censure la Teología del Gran Basilio, y la arroje como vianda sin sal, y doctrina sin sabor! ¡Que un Juan Ludovico trate de ignorante al Sabio Augustino, y pretenda (como un bruto a Minerva) enseñar las formas silogísticas a aquella Aguila sublime, toda entendimiento; y a aquel ingenioso Arquímedes, que contra los enemigos de la Fe, y verdad, supo hacer tantos rayos como argumentos, sacando las proposiciones de clarísimos principios, como luces del Sol, y uniéndolas con modos dialécticos en premisas de infalible consecuencia! ¿No es esto lo mismo, que ver salir los Ratones de sus cavernas, y correr con una [XLVII] pajuela por lanza contra los pechos de los Leones? Ranas de las Lagunas, que no solo enturbian el agua a Diana; pero que intentan tragársela entera, y hermosa? ¿Jumentos, que con las disonantes voces de sus roncas trompetas pretenden atemorizar, y poner en fuga a los Gigantes?»

«En ver a estos, y a otros semejantes, borrar, y corregir los escritos de hombres excelentes, me viene a la memoria, y se me pone delante de los ojos aquel indiscreto jumento, que con su boca acostumbrada a comer raigones, y cardos espinosos, se atrevió a despedazar, y tragarse toda lo Iliada del Poeta Homero, para mayor oprobio, y desgracia de la noble Troya; porque (como dijo un Poeta) primero fue abrasada con grande honta por la industria de un Caballo; pero después fue deshecha con mayor vileza por los dientes de un Jumento.»

«Moría Aristides Griego, hombre de espíritu, y valor, famoso con la experiencia de muchos combates; moría del veneno, que le había ocasionado el morderle una vil, y pequeña sabandija. No le afligía al valiente Caballero el morir, sino el morir como vil por una infeliz bestezuela, y el no haber sido destrozado de un León, hecho cuartos de un Elefante, y despedazado de un Tigre. De esta suerte se podían quejar con dolor aquellos grandes Maestros del mundo, cuando se ven impugnados, y reprehendidos, no de hombres excelentes por letras, o ingenio, sino de un Cocinero, de una Mujer, y de un Pedante.»

Por otra parte esta gente no es totalmente inútil en el mundo, porque a muchos sirve de diversión. ¿Hay entremés como ver a uno que no ha estudiado, [XLVIII] ni aun Gramática, meterse a Filósofo, y Teólogo, y por no entender lo que lee en Latín, ni aun en Romance, escribir cosas, que no estén escritas? Oye este ejemplito: Et crimine ab uno disce omnes. No ha mucho, que uno de tales Escritores, alegando un pasaje latino del P. Tosca en su Filosofía, donde leyó estas voces Grassante vento, construyó: el viento craso; imputando inicuamente al viento, y al pobre Tosca la crasitud del propio entendimiento, y estampando en Romance un insigne disparate Filosófico, por haber entendido tan ridículamente el Latín. ¿No reventaría de risa el mismo Heráclito, si leyese esto? ¿Qué melancolía, por terca que sea, se resistirá a las tentaciones de carcajadas, que inspira tan graciosa extravagancia? De esto hay infinito en ciertos impresos modernos. Lo mejor es, que su Autor, o Autores, aun en la inteligencia de los Romancistas que leen, padecen igualmente crasitudes, como se les ha demostrado trescientas veces. Mas ni por esas, ni por esotras. Su ignorancia, sin dejar de ser crasa, es juntamente invencible. Déjalos, pues, amigo Lector, escribir cuanto quisieren, y huélgate con la fiesta, que los Libros son como las Comedias, que dan gusto, o por buenas, o por muy malas. VALE.


{Feijoo, Teatro crítico universal, tomo sexto (1734). Texto según la edición de Madrid 1778 (por Andrés Ortega, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo sexto (nueva impresión, en la cual van puestas las adiciones del Suplemento en sus lugares), páginas XLIV-XLVIII.}