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Moral a Nicómaco · libro primero, capítulo X

La felicidad no merece nuestras alabanzas:
merecería más bien nuestro respeto

Después de las aclaraciones que preceden, examinemos si conviene colocar la felicidad entre las cosas que merecen nuestras alabanzas, o si deberá clasificársela entre las que merecen nuestro respeto. Lo cierto es, que no hay en el hombre una facultad de que pueda disponer a su gusto. Toda cosa simplemente laudable no parece deber ser alabada, sino porque tiene cierta naturaleza y mantiene cierta relación con alguna otra cosa. Así se alaba al hombre justo, al hombre valiente, y, en general, al hombre de bien y a la virtud, a causa de sus actos y de los resultados que ellos producen; así se alaba al hombre vigoroso, al hombre ligero en la carrera, y a cada uno en su género, porque tienen cierta disposición natural, y están en cierta relación respecto de alguna cualidad o disposición. Demuéstrase esto con toda evidencia con las mismas alabanzas, que se dirigen a los dioses, a quienes se pone en completo ridículo, cuando se los asimila a los hombres, lo cual nace de que las alabanzas implican siempre una cierta relación, como acabamos de decir.

Si son estas las cosas a que se aplica la alabanza, es claro que no se aplica a las más perfectas, puesto que para estas se necesita una cosa que sea más grande y mejor que la alabanza. La prueba es que admiramos la dicha y la felicidad de los dioses, lo mismo que admiramos la dicha de esos hombres, que, entre nosotros, se aproximan más a la divinidad. Otro tanto hacemos respecto a los bienes, y a nadie se le ocurre alabar la felicidad como se alaba la justicia; se la admira como cosa más divina y mejor.

Esto es lo que Eudoxio ha sabido hacer valer perfectamente{26}, [29] para justificar la preferencia que concedía al placer. después de observar que no se alaba el placer, aunque el placer sea un bien, Eudoxio creyó que de aquí podía deducir, que el placer está por encima de estas cosas que se pueden alabar; como, por ejemplo, Dios y la perfección, que son los dos fines superiores a que se liga todo lo demás. Pero la alabanza puede aplicarse a la virtud, porque ella es la que enseña a los hombres a hacer el bien; y nuestros elogios públicos pueden dirigirse igualmente a los actos del alma que a los del cuerpo. Por lo demás, la discusión precisa sobre este punto corresponde quizá más especialmente a los escritores, que se han ocupado de esta materia de elogios. En cuanto a nosotros resulta evidentemente de lo que acabamos de decir, que la felicidad es una de estas cosas que merecen nuestro respeto y que son perfectas. Para concluir, añadiremos que lo que le da aún este carácter es que es un principio; porque sólo en vista de la felicidad hacemos todo lo que hacemos, y lo que para nosotros es principio y causa de los bienes que buscamos, debe ser a nuestros ojos algo profundamente respetable y divino.

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{26} Más adelante, lib. X, cap. II, se discute ampliamente la opinión de Eudoxio. La teoría que Aristóteles le atribuye es muy ingeniosa, aunque en el fondo sea falsa.

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  Patricio de Azcárate · Obras de Aristóteles
Madrid 1873, tomo 1, páginas 28-29