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Moral a Nicómaco · libro séptimo, capítulo X

La prudencia y la intemperancia son incompatibles

No es posible que un mismo hombre sea a la vez prudente e intemperante; porque, como ya se ha demostrado, el hombre prudente es al mismo tiempo de costumbres irreprensibles. Para ser verdaderamente prudente, no basta saber lo que se debe hacer, sino que es preciso además obrar y practicar. Pero el intemperante está lejos de obrar con prudencia, aunque por otra parte en nada se oponga esto a que sea muy hábil, aun siendo intemperante. Lo que hace que puedan algunos parecer prudentes, siendo intemperantes, consiste en que la habilidad difiere de la prudencia de la manera que hemos explicado en nuestros precedentes estudios, donde hemos hecho ver, que si se cotejan bajo la relación de la inteligencia y del razonamiento, son moralmente diferentes por los motivos que los determinan. El intemperante tampoco puede ser considerado como un hombre que sabe con exactitud y que ve claramente lo que hace; porque se parece [200] más bien al hombre que duerme o que está embriagado. Hay ciertamente acto de voluntad de su parte, porque sabe hasta cierto punto lo que hace y por qué lo hace; sin embargo, no es un ser corrompido, porque su voluntad aparece limitada. Por consiguiente, es preciso decir de el que es vicioso a medias y que no es absolutamente culpable e injusto, puesto que no intenta engañar a nadie. En efecto, entre los intemperantes de diferentes matices, puede observarse que uno carece de fuerza para sostenerse en los proyectos que ha concebido, y que otro de un carácter melancólico ni aun forma proyectos. En el fondo, el intemperante se parece a un Estado, donde se ordena todo lo que se debe ordenar y que tiene excelentes leyes, pero que no aplica ninguna, según el gracioso dicho de Anaxándrides{149}:

«Así lo quiere el Estado, que piensa muy poco en las leyes.»

En cuanto al hombre verdaderamente vicioso, se parece por lo contrario al Estado que aplica sus leyes, pero leyes que son detestables.

La intemperancia y la templanza se dicen siempre de los actos que traspasan los límites de los que no salen habitualmente la mayor parte de los hombres. El hombre templado se queda más acá, el intemperante se va más allá respecto del poder de dominar sus pasiones que tienen los más de los hombres. Estas intemperancias de los caracteres melancólicos son más fáciles de curar que las intemperancias de esos caracteres que tienen la voluntad de obedecer a la razón, pero que no saben obedecerla con constancia. Entre los intemperantes, los que lo son por hábito curan más fácilmente que los que lo son por temperamento; porque el hábito es más fácil de mudar que la naturaleza. Pero también es cierto, que por esto mismo es muy difícil perder el hábito, porque se parece a la naturaleza, como decía Eveno{150}:

«El gusto, mi querido amigo, cuando dura mucho tiempo
Puede muy bien concluir por ser nuestra naturaleza.»

En resumen, hemos explicado lo que son la templanza y la intemperancia, la firmeza y la molicie; y hemos hecho ver cuáles son las relaciones que mantienen entre sí estas disposiciones.

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{149} Anaxándrides, poeta del tiempo de Aristóteles, que lo cita muchas veces en el lib. III de la Retórica, capítulos X, XI y XII.

{150} Platón cita a este Eveno en el Fedro como sofista; también lo cita en la Apología y en el Fedon.

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  Patricio de Azcárate · Obras de Aristóteles
Madrid 1873, tomo 1, páginas 199-200