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Moral a Nicómaco · libro séptimo, capítulo XII

Opiniones comúnmente seguidas sobre el dolor y el placer

Por otra parte, convengo con todo el mundo en que el dolor es un mal y que es preciso evitarlo. Tan pronto es un mal absoluto, como es sólo un mal relativo, porque se nos presenta como [205] obstáculo para hacer ciertas cosas. Ahora bien; lo contrario a aquello de que debe huirse en tanto que merece evitarse, y que es un mal, lo contrario de esto, repito, es el bien. Es indispensable que el placer sea un bien de cierta especie. Pero la solución de este problema no es la que Espeusipo{154} daba cuando sostenía que, siendo el término más grande contrario a la vez al más pequeño y al igual, lo mismo sucedía con el placer que tiene dos contrarios: el dolor y además lo que no es dolor ni placer; porque Espeusipo no llega verdaderamente a decir que el placer sea una especie de mal.

Pero es muy posible que haya un cierto placer que sea el bien supremo, aunque haya algunos placeres que sean malos, así como puede haber una ciencia, que sea la ciencia suprema, por más que haya algunas que sean malas. Debiendo desenvolverse sin trabas los actos de cada una de nuestras facultades, quizá la felicidad debe ser necesariamente el acto de todas las facultades reunidas, o por lo menos el acto de una de entre ellas; y esta actividad es para el hombre el más apetecible de los bienes, desde el momento en que ningún obstáculo la estorba ni nada la detiene. Pues he aquí precisamente el placer; y por consiguiente, un cierto placer podría ser el bien supremo, si fuese el placer absoluto; aunque por otra parte muchos placeres sean malos. Por esto cree todo el mundo, que la vida dichosa es una vida de placer, y que el placer va siempre entremezclado con la felicidad. Confieso que no falta en esto razón. ningún acto es completo desde el momento en que encuentra un obstáculo; pero la felicidad es una cosa completa; y así el hombre, para ser verdaderamente dichoso, tiene necesidad de los bienes del cuerpo y de los bienes exteriores, y hasta de los bienes de fortuna, para no encontrar por estos lados ningún obstáculo. Pero llegar a sostener, que un hombre condenado al tormento u oprimido con las más terribles desgracias, no es por eso menos feliz, con tal que sea virtuoso, equivale a sostener con conciencia o sin ella una opinión que carece de sentido. Por otra parte, de que sea indispensable para la felicidad unir a otros bienes los bienes de la fortuna, no se sigue precisamente que haya necesidad, como lo hacen ciertas gentes, de confundir la dicha con la prosperidad; porque no hay nada de eso. Una [206] prosperidad excesiva se convierte en un obstáculo verdadero; y quizá entonces no hay razón para llamarla prosperidad, debiendo ser determinado el límite de esta por sus relaciones con la felicidad. Si todos los seres, los animales y los hombres, buscan el placer, esto debería probarnos que el placer, en cierto sentido, es el bien supremo:

«No; una palabra tantas veces repetida por los pueblos
Nunca es completamente contraria a la verdad{155}

Pero como el estado natural y el mejor estado de los diferentes seres no es el mismo para todos, ni en realidad, ni tampoco en apariencia, se sigue de aquí que no todos buscan el mismo placer, por más que todos sin excepción busquen el placer. Quizá no buscan precisamente el placer que creen buscar y que designarían en caso necesario, si tuvieran que nombrarle; y quizá guiados naturalmente por este instinto divino que todos tienen en sí mismos, no hacen en el fondo más que buscar un placer idéntico. Pero los placeres del cuerpo han recibido en el lenguaje ordinario este nombre común, porque son de los que más gozan los hombres y de los que todos pueden participar. Como son estos placeres los únicos que en general se conocen, se imaginan las gentes que son también los únicos que existen. Asimismo se ve claramente, que si el placer y el acto que le produce no son bienes, no será posible que el hombre dichoso viva con placer. En efecto, ¿qué necesidad puede tener del placer, si el placer no es un bien? Pero, ¿será posible que el hombre dichoso viva al mismo tiempo en medio del dolor? Y si el dolor no es un mal, ni un bien, desde el momento que el placer no es tampoco lo uno, ni lo otro, ¿para qué ha de huir de él? De aquí resultaría que la vida del hombre virtuoso no proporciona más placer que la de cualquiera otro, si se admite que los actos que lleva a cabo tampoco se lo proporcionan.

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{154} Espeusipo era sobrino y sucesor de Platón.

{155} Las Obras y los Días, v. 763, edición de Didot.

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  Patricio de Azcárate · Obras de Aristóteles
Madrid 1873, tomo 1, páginas 204-206