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Moral a Nicómaco · libro noveno, capítulo XI

¿Cuándo son más necesarios los amigos,
en la prosperidad o en la desgracia?

Otra cuestión: ¿se necesitan más los amigos en la prosperidad o en el infortunio? En ambos casos se desean; los desgraciados tienen necesidad de que se les auxilie; los afortunados tienen necesidad de comunicar su felicidad y de que haya quien reciba sus beneficios, porque quieren hacer el bien en rededor suyo. Los amigos son ciertamente más necesarios en la desgracia, y entonces es cuando deben tenerse amigos útiles. Pero es más noble tenerlos en la fortuna, porque en este caso sólo se buscan gentes de mérito y de virtud, y vale más, cuando se puede elegir, hacer el bien a personas de este orden y pasar la vida con ellas. La presencia de los amigos es ya por sí sola un placer en medio de la desgracia, porque las penas son más ligeras cuando corazones amigos toman parte en ellas. Y podría preguntarse, si este alivio que sentimos procede de que los amigos nos quitan una parte del peso que nos oprime, o si, sin disminuir en nada este peso, su presencia, que nos encanta, y la idea de que participan de nuestros dolores atenúan nuestra pena. Pero sea por esta causa o por cualquiera otra, la atenuación de nuestros disgustos importa poco; lo que no puede ponerse en duda es que el efecto dichoso, de que acabo de hablar, se produce en nosotros. Su presencia tiene sin duda un resultado mixto. Sólo el ver a los amigos es ya un verdadero placer; lo es sobre todo cuando es uno desgraciado. Pero además es como un auxilio que nos prestan contra la aflicción; el amigo consuela con su presencia y con sus palabras por poco que valga; porque conoce el corazón de su amigo y sabe precisamente lo que le agrada y lo que le aflige. Pero podrá decirse, que es duro tener que sentir que un amigo se aflija con nuestros propios sinsabores, y todo el mundo evita el ser objeto de pena para sus amigos. Además, los hombres de un valor a prueba tienen gran cuidado en no hacer partícipes de sus dolores a los que aman; y salvo el que sea completamente insensible, no se transijo fácilmente con la idea de causar pena a los amigos. Un hombre de corazón no [265] sufre jamás que sus amigos lloren con él, porque él no está dispuesto a llorar. Sólo las mujerzuelas y los hombres de su carácter se complacen en ver que otros mezclan sus lágrimas con las suyas, y aman a las gentes a la vez porque son sus amigos y porque lloran con ellos. Es evidente que en todas las circunstancias el ejemplo más noble es el que debemos imitar.

Pero cuando se está en la prosperidad, la presencia de los amigos nos agrada doblemente. Por lo pronto la relación amistosa nos complace y nos inspira este pensamiento no menos dulce: que ellos gozan con nosotros de los bienes que poseemos. Cuando uno vive en la prosperidad es cuando principalmente nuestro corazón debe complacerse en convidar a nuestros amigos, porque es muy satisfactorio hacer el bien. Por lo contrario, se duda, se tarda en decidirse a hacerlos venir cuando uno es desgraciado, porque es preciso que participen lo menos posible de las propias penas; y de aquí esta máxima:

«Basta con que yo sea desgraciado.»{189}

Verdaderamente sólo debe llamárseles cuando, sin gran sacrificio suyo, pueden hacer un gran servicio. Por opuestos motivos los amigos deben ir en busca de sus amigos desgraciados, sin necesidad de que se los llame, y siguiendo sólo el impulso del corazón; porque es un deber en el amigo pagar este tributo a sus amigos, sobre todo cuando tienen necesidad de él y no lo reclaman; es a la par lo más bello y lo más dulce para ambos. Cuando se puede cooperar en algo a la fortuna de sus amigos, es preciso ponerse a la obra con firme resolución; porque pueden tener necesidad de auxilio. Pero es preciso abstenerse de tomar una parte personal en los beneficios que ellos obtengan, porque es poco digno reclamar con ardor provecho alguno para sí mismo. Por otra parte, se debe procurar no desagradar a sus amigos con negativas, ni manifestar poca condescendencia cuando nos hacen ofrecimientos; lo cual sucede algunas veces.

En resumen, pues, la presencia de los amigos es una cosa agradable en todas las circunstancias de la vida, cualesquiera que ellas sean.

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{189} No se sabe de quién es esta máxima.

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  Patricio de Azcárate · Obras de Aristóteles
Madrid 1873, tomo 1, páginas 264-265