Obras de Aristóteles La gran moral 1 2 Patricio de Azcárate

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La gran moral · libro primero, capítulo IV

De la felicidad

Después de lo que va dicho es preciso tener en cuenta que nosotros no vivimos realmente{5} mediante ningún otro principio sino el de nuestra alma. La virtud está en el alma, y cuando decimos que el alma hace tal cosa, esto equivale a decir, que es la virtud del alma la que la hace. Pero la virtud en cada género hace que la cosa de la que ella es la virtud sea buena cuanto pueda serlo, y como el alma está sometida a esta regla como todo lo demás, y como vivimos mediante el alma, es claro que a causa de la virtud del alma vivimos bien. Pero vivir bien y obrar bien es lo que llamamos ser dichosos; y así ser dichoso o la felicidad sólo consiste en vivir bien, y vivir bien es vivir practicando la virtud. En una palabra, la felicidad y el bien supremo constituyen el verdadero fin de la vida{6}. Por consiguiente la felicidad se encontrará en cierto uso de las cosas y en cierto acto, porque, como ya hemos dicho, siempre que se encuentran a un mismo tiempo la facultad y el uso, el verdadero fin de las cosas está de parte del uso y del acto y no de la facultad. La virtud no es más que una facultad del alma, pero hay además en esta el uso y el acto de las virtudes que [17] posee, y por consiguiente el uso y el acto de estas virtudes son las que constituyen su verdadero fin. Luego la felicidad consiste en vivir según piden las virtudes. Por otra parte, como la felicidad es el bien por excelencia y constituye un fin en acto, se sigue de aquí, que, viviendo según pide la virtud, somos dichosos y gozamos del bien supremo. Consecuencia de esto es, que como la felicidad es el bien final y el fin de la vida, es bueno tener en cuenta que sólo puede realizarse en un ser completo y perfectamente finito. Me explicaré; digo, por ejemplo, que la felicidad no puede encontrarse en el niño, ni este puede ser dichoso, lo cual tiene lugar exclusivamente en el hombre formado, porque es un ser completo. Añado, que tampoco se encontrará la felicidad en un tiempo incompleto e indeterminado, y sí en un tiempo completo y consumado, y por tiempo completo entiendo el que abraza la vida entera del hombre. A mi parecer tienen razón los que dicen que no puede formarse juicio sobre la felicidad del hombre, si no recae sobre el tiempo más dilatado de su vida; y el vulgo, ateniéndose a esta máxima, cree que todo lo que es completo tiene que realizarse en un tiempo completamente acabado y en un hombre completo. He aquí otra prueba de que la felicidad es un acto. Si nos imaginamos un hombre durmiendo toda la vida, de ninguna manera supondríamos que era un ser dichoso durante este largo sueño. Sin embargo, este hombre vive en este estado, pero no vive como exigen las virtudes; y sólo vive en realidad, como ya hemos dicho, el que vive en acto.

Después de estas consideraciones vamos a tratar de una cuestión que no será ni completamente propia ni completamente extraña e nuestro asunto. Diremos, pues, que al parecer hay en el alma una parte por la que nos alimentamos y que llamamos parte nutritiva. La razón puede comprender esto sin dificultad. Como las cosas inanimadas, por ejemplo las piedras, son evidentemente incapaces de alimentarse, resulta de aquí, que alimentarse es una función de los seres que están animados, que tienen un alma; y si esta función sólo pertenece a los seres dotados de un alma, es claro que el alma es la causa de ella. Entre las partes de que se compone el alma hay unas que no pueden ser causa de la nutrición: por ejemplo, la parte que razona, la parte apasionada, la parte concupiscible, y separadas estas diversas partes, sólo queda en el alma esta otra, a la que no podemos dar [18] mejor nombre que el de parte nutritiva. Pero podría preguntarse: ¿es posible que esta parte del alma pueda participar también de la virtud? Si pudiese, es evidente que sería preciso que el alma obrase también mediante ella, puesto que la felicidad la constituye el acto de la virtud completa. Si hay o no hay virtud en esta parte del alma, es una cuestión de otro orden, pero si por casualidad la hay, para ella no existe acto. Y he aquí por qué: los seres que no tienen movimiento propio tampoco pueden tener un acto que sea propio de ellos; y en esta parte del alma de que se trata no aparece movimiento espontáneo. Puede decirse con verdad, que se parece algo a la naturaleza del fuego; el fuego devora cuanto en él se arroja, pero si no le echáis material, ningún movimiento hace él para ir en su busca. Así sucede con esta parte del alma; si se le suministra alimento, nutre al cuerpo, y si no se le suministra, no tiene el poder propio y espontáneo de nutrirle. Donde no hay espontaneidad, no hay acto; y por consiguiente esta parte del alma no contribuye nada a la felicidad.

Después de lo que precede, debemos explicar la naturaleza propia de la virtud, puesto que el acto de la virtud es el que constituye la felicidad. Por el pronto puede decirse de una manera general que la virtud es la facultad y la disposición mejor del alma. Pero quizá una definición tan concisa no baste, y habrá necesidad de desenvolverla para hacerla más clara.

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{5} Resumen exacto de la doctrina del Tratado del Alma.

{6} En la Moral a Nicomaco Aristóteles confunde, como lo hace aquí, la virtud y la felicidad. La virtud ordinariamente es dichosa, pero aun cuando lo fuese siempre, todavía sería preciso distinguirla de la felicidad, que es su consecuencia.

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  Patricio de Azcárate · Obras de Aristóteles
Madrid 1873, tomo 2, páginas 16-18