Obras de Aristóteles La gran moral 1 2 Patricio de Azcárate

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La gran moral · libro primero, capítulo XVII

Continuación de la teoría precedente

Añado a lo dicho que el pensamiento no se parece en nada a la sensación. La vista no puede hacer absolutamente otra cosa que ver, ni el oído otra cosa que oír. Y así no cabe deliberación para saber si es preciso oír o ver por el nido. En cuanto al pensamiento es cosa muy distinta, porque puede hacer tal o cual cosa, y aquí tiene ya lugar la deliberación. Es posible engañarse en la elección de los bienes que no constituyen directamente el fin que se busca, porque con respecto al fin mismo todos están perfectamente de acuerdo: por ejemplo, todo el mundo conviene en que la salud es un bien. Pero cabe engaño con respecto a los medios que conducen a este fin, y así se pregunta, si es bueno para la salud comer o no comer tal o cual cosa. El placer y la pena son principalmente los que en estos casos nos hacen incurrir en equivocaciones y en faltas, porque huimos siempre de la última y corremos tras el primero.

Ahora que ya sabemos en qué y cómo son posibles el error y la falta, es preciso que digamos a qué va unida y a qué aspira la virtud. ¿Es al fin mismo? ¿Es sólo a las cosas que conducen a él? Por ejemplo: ¿es al bien mismo a que se aspira? ¿O simplemente a las cosas que contribuyen al bien? Pero ante todo, ¿qué es lo que toca hacer a la ciencia en este punto? ¿Pertenece a la ciencia de la arquitectura definir bien el fin que se propone al hacer una construcción? ¿O sólo la corresponde conocer los medios que conducen a este fin? Fijo bien este, que no es otro que el de hacer una casa buena y sólida, sólo al arquitecto toca procurar y encontrar todo lo que se necesita para realizar su obra. La misma observación puede hacerse respecto a todas las demás ciencias.

Lo mismo deberá suceder respecto a la virtud; es decir, que su verdadero objeto será ocuparse del fin que debe constantemente proponerse como bueno y como posible, más bien que de los medios que conducen a este fin. Sólo el hombre virtuoso sabe procurar y encontrar lo que constituye este fin, y lo que [34] debe hacer para alcanzarlo. Es, pues, muy natural que la virtud se proponga este fin, que es propio de ella, en todas estas cosas en que el principio de lo mejor es a la vez el que puede realizarlo y el que puede proponerlo. Por consiguiente, la virtud es lo mejor que hay en el mundo, porque por ella se hace todo lo demás, y porque es la que contiene el principio de todo. Las cosas, que contribuyen al fin que uno se propone, están sólo hechas para este fin. Por lo contrario, el fin mismo representa en cierta manera el principio, en vista del cual se hacen las demás cosas en la medida en que cada una de ellas se relaciona con aquel. Así se verifica respecto a la virtud, puesto que siendo el principio mejor y la mejor causa, aspira al fin mismo con preferencia a las cosas secundarias que conducen a él.

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  Patricio de Azcárate · Obras de Aristóteles
Madrid 1873, tomo 2, páginas 33-34