Obras de Aristóteles Metafísica 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 Patricio de Azcárate

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Metafísica · libro duodécimo · Λ · 1069a-1076a

VI
Es preciso que exista una esencia eterna,
causa primera de todas las cosas

Hay, hemos dicho, tres esencias{462}, dos físicas y una inmóvil. De esta última es de la que vamos a hablar, mostrando que hay necesariamente una esencia eterna, que es inmóvil. Las esencias son los primeros seres, y si todas ellas son perecederas, todos los seres son perecederos. Pero es imposible que el movimiento haya comenzado o que concluya: el movimiento es eterno; lo mismo es el tiempo, porque si el tiempo no existiese, no habría antes ni después. Además, el movimiento y el tiempo tienen la misma continuidad. En efecto, o son idénticos el uno al otro, o el tiempo es un modo del movimiento. No hay más movimiento continuo que el movimiento en el espacio, no [334] todo movimiento en el espacio, sino el movimiento circular. Pero si hay una causa motriz, o una causa eficiente, pero que no pase al acto, no por esto resulta el movimiento, porque lo que tiene la potencia puede no obrar. No adelantaríamos más aun cuando admitiésemos esencias eternas, como hacen los partidarios de las ideas, porque sería preciso que tuviesen en sí mismas un principio capaz de realizar el cambio. No bastan estas sustancias ni ninguna otra sustancia: si esta sustancia no pasase al acto, no habría movimiento, ni tampoco existiría el movimiento, aun cuando pasase al acto, si su esencia fuese la potencia, porque entonces el movimiento no sería eterno, puesto que puede no realizarse lo que existe en potencia. Es preciso, por lo tanto, que haya un principio tal que su esencia sea el acto mismo. Por otra parte, las sustancias en cuestión{463} deben ser inmateriales, porque son necesariamente eternas, puesto que hay, en verdad, otras cosas eternas{464}; su esencia es, por consiguiente, el acto mismo.

Pero aquí se presenta una dificultad. Todo ser en acto tiene, al parecer, la potencia, mientras que el que tiene la potencia no siempre pasa al acto. La anterioridad deberá, pues, pertenecer a la potencia. Si es así, nada de lo que existe podría existir, porque lo que tiene la potencia de ser puede no ser aún. Y entonces, ya se participe de la opinión de los filósofos{465}, los cuales hacen que todo salga de la noche, ya se adopte este principio de los físicos{466}; todas las cosas existían mezcladas; en ambos casos la imposibilidad es la misma. ¿Cómo podrá haber movimiento, si no hay causa en acto? No será la materia la que se ponga en movimiento; lo que lo producirá será el arte del obrero. Tampoco son los menstruos ni la tierra los que se fecundarán a sí mismos, son las semillas, el germen, los que los fecundan. Y así algunos filósofos admiten una acción eterna, como Leucipo y Platón{467}, porque el movimiento, según ellos, [335] es eterno. Pero no explican ni el porqué, ni la naturaleza, ni el cómo, ni la causa. Y sin embargo, nada se mueve por casualidad; es preciso siempre que el movimiento tenga un principio; tal cosa se mueve de tal manera, o por su naturaleza misma, o por la acción de una fuerza, o por la de la inteligencia, o por la de cualquier otro principio determinado. ¿Y cuál es el movimiento primitivo? He aquí una cuestión de alta importancia que ellos tampoco resuelven. Platón no puede ni siquiera afirmar, como principio del movimiento, este principio de que habla a veces, este ser que se mueve por sí mismo{468}; porque el alma, según él mismo confiesa, es posterior al movimiento, y coetáneo del cielo. Así, pues, considerar la potencia como anterior al acto, es una opinión verdadera bajo un punto de vista; errónea bajo otro, y ya hemos dicho el cómo{469}.

Anaxágoras reconoce la anterioridad del acto, porque la inteligencia es un principio activo; y con Anaxágoras, Empédocles admite como principio la Amistad y la Discordia, así como los filósofos que hacen al movimiento eterno, Leucipo, por ejemplo. No hay necesidad de decir que, durante un tiempo indefinido, el caos y la noche existían solos. El mundo de toda eternidad es lo que es (ya tenga regresos periódicos{470}, ya tenga razón otra doctrina), si el acto es anterior a la potencia. Si la sucesión periódica de las cosas es siempre la misma, debe de haber un ser cuya acción subsista siendo eternamente la misma{471}. Aún hay más: para que pueda haber producción, es preciso que haya otro principio{472} eternamente activo, tanto en un sentido como en otro. Es preciso que este nuevo principio, bajo un punto de vista, obre en sí y por sí; y bajo otro, con relación a otra cosa; y esta otra cosa es, o algún otro principio, o el primer principio. Es de toda necesidad que aquel de que hablamos obre siempre en virtud del primer principio, porque el primer principio es la causa del segundo, y lo mismo de este otro [336] principio, con relación al cual el segundo podría obrar. De manera que el primer principio es el mejor. Él es la causa de la eterna uniformidad, mientras que el otro es la causa de la diversidad, y los dos reunidos son evidentemente la causa de la diversidad eterna. Así es como tienen lugar los movimientos. ¿Qué necesidad hay, pues, de ir en busca de otros principios?

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{462} Véase más arriba el cap. II de este libro.

{463} Todos los principios motores.

{464} Los movimientos celestes.

{465} Orfeo, Hesíodo y los demás poetas de la antigüedad heroica y fabulosa. Véase lib. I, 4.

{466} «En general los Jónicos y en particular Anaxágoras, por lo menos en una parte de su sistema.» (Nota de M. Cousin.)

{467} La materia, según Platón (véase el Timeo), estaba animada en todo tiempo de un movimiento sin regla y sin objeto, y los átomos, según Leucipo, se movían en el vacío de toda eternidad.

{468} «Jamás Platón, al definir el alma, ha tratado de presentarla como principio eterno de todas las cosas; la considera como el principio del pequeño mundo que ella rige.» (Nota de M. Cousin.)

{469} En el Tratado del alma, II, 4.

{470} Doctrina de Empédocles.

{471} Es el primer cielo, según Aristóteles, el cielo de las estrellas fijas, el cual arrastra en su movimiento a todos los demás seres.

{472} Se refiere al sol y a los otros planetas que se mueven según el círculo oblicuo o Zodíaco.


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  Patricio de Azcárate · Obras de Aristóteles
Madrid 1875, tomo 10, páginas 331-336